Putacerda99 (2)
Mónica es entregada a los amigotes de su amo para que realicen algunas de sus más perversas y salvajes fantasías.
Aviso a los lectores: El siguiente capítulo es muy extremo a pesar de que no me he recreado con las escenas.
Apenas había podido dormir debido a los dolores que sufría.
La dolía todo el cuerpo.
Todo el puto cuerpo.
Pasó una vez más su lengua por la muela que le fue arrancada. Aún no podía creerse que tuviera un agujero ahí, en un lado de su pefecta dentadura.
Se levantó de la cama y se miró al espejo solo para comprobar que todas las marcas seguían ahí, bien visibles.
Un recordatorio de lo que se había convertido, de lo que era y de lo que había aceptado.
Seguramente su amo no tardaría mucho en hacerla marcas permanentes.
Piercing, tatuajes, ¿Quemaduras...?
Pasó de nuevo su lengua por el agujero que le faltaba en la dentadura...
No, no debía pensar en esas cosas.
Ahora solo era un trozo de carne, un trozo de carne al servicio de su amo y señor.
Solo eso y nada más que eso.
Se dirigió a su baño privado.
Una de las cosas que su amo le había ordenado mientras la paseaba desnuda por el jardín de su casa era que guardase en un recipiente sus meadas y su mierda.
Cuando lo escuchó no supo decir para que las quería.
Ahora estaba bastante segura de donde terminarían.
Lo peor, es que había obedecido la orden sin rechistar.
Abrió el recipiente y meo dentro de él.
Pudo ver sus propias heces flotando entre la orina.
Era asqueroso y repugnante, pero no dejaba de ser hipnotizante.
Escondio de nuevo el recipiente aún a sabiendas de que su padre nunca entraría ahí.
Escogió una camiseta blanca holgada y una bonita falda azul, sin ninguna ropa interior.
Por el momento, no debía vestir nada de la aburrida ropa interior que poseía.
En realidad, no debía llevar nada de ropa encima siempre que le fuera posible.
Se esmeró con el maquillaje. Su padre le esperaba para desayunar.
-Buenos días, hija.
-Buenos días, papá.
-¿Has dormido bien?
-Como un bebe.
-Me alegro. Hoy no voy a poder estar contigo, pero Carlos llega en un rato, así que todo bien.
-Todo bien, papá.
Por supuesto su padre no se dio cuenta de nada, no es como si llevará los pezones marcados o algo, pero en el fondo deseaba que lo hubiera hecho.
Se desnudo en cuanto su padre salió de la casa, recogió el recipiente y se dirigió al cobertizo donde debía esperar a su amo.
Cuando le oyó llegar, se colocó en posición de reverencia.
A juzgar por las voces que oía, no venía solo.
-Y aquí está muchachos, Putacerda99, tal y como os dije. Ven con tu amo, ven.
A cuatro patas como toda una perra ando hasta llegar a la altura de su amo.
Por supuesto, no había levantado la mirada del suelo.
Su amo le apartó el pelo del cuello y la puso el collar.
Y levantó su cuerpo de un fuerte tirón del mismo
Instintivamente Mónica se llevó las manos a las espalda. Y no alzó la vista. Seguía con la mirada en el suelo contando pies sucios en sandalias más sucias aún.
-Joven, bonita y recien desvirgada. Lo hice yo mismo ayer y no os hacéis una idea de como sangro la muy guarra ¿Verdad, putacerda99?
-Cierto, amo
Los hombres presentes se rieron.
-Así que por cien euros por cabeza, es toda vuestra. Podéis hacerlo a pelo y correros dentro de ella.
-Eso es mucho dinero por un polvo. Y mírala, está llena de chupetones.
-¿Y eso que importa?
Carlos llevó su mano al coño de la chica y le clavó un par de dedos hasta el fondo. Esta comenzó a gemir con cada penetración.
Los sacó pringados de jugos vaginales y los introdujó en la boca de putacerda99 que los chupó sin rechistar.
Los presentes tuvieron la sensación de que sobraban pues la escena que se estaba desarrollando delante de ellos resultaba ser muy íntima.
Carlos le soltó un guantazo al acabar.
-Una hora. Y podéis hacer con ella lo que queráis. Follarla, anal, por la boca, azotarla, usarla de retrete. ¿Quién quiere ser el primero?
¿Una hora entera con cada uno de ellos?
No, no podía. Eso era excesivo. Iban a terminar con ella.
Pero no salió ni una palabra de su boca.
Vio como su amo recogía el dinero, seleccionaba al primer hombre con el que estaría y salía del cuarto.
El hombre le indicó que se pusiera en el suelo, con las piernas muy abiertas y los pies plantados en el suelo.
Y la inmobilizó con simples cuerdas que había por ahí para que no tuviera posibilidad alguna de defenderse.
Se tiró encima de ella como un lobo hambriento.
La folló hasta que inundó su coñito de leche.
Y la sobo, la magreo, la chupó, la escupió, la meo en la cara y en el pelo, y sí, la azotó.
Mónica recibió el primer cintazo en su coño y ni si quiera era del hombre al que se había entregado.
Gritó, gritó muchísimo.
Pero eso solo logró que el hombre se excitará más y la pegará con más fuerza.
La pegó en el coño, en el vientre, en las tetas.
Cuando su amo anunció que el tiempo había acabado, daba pena verla.
Con la piel enrojecida, los labios del coño hinchados, apestando.
Nada de eso importó al segundo hombre, que con un cubo de agua y una esponja la limpió un poco.
Y empezó la tortura...
Al hombre le gustaban los insectos.
Durante la hora libre de espera que había tenido, se dedicó a recolectar insectos del jardín para verlos corretear por la piel de la sumisa.
Cucarachas, hormigas, lombrices, gusanos, caracoles, mosquitos, moscas y avispas, todos ellos encerrados en tarros de cristal con papel de aluminio que volcaba sobre su cuerpo y luego los abría con cuidado para que no se escapará ninguno.
Mónica tuvo que sentir en su piel como los insectos correteaban por su vientre, por sus pechos, por su cara, por su pelo, por su coño.
Notar como entraban dentro de ella sin poder hacer nada, como la picaban en sus partes más sensibles, como resbalaban por su cara o como, en el límite de la crueldad, la colocó una mordaza dental y volcó un frasco con bichos muertos en la boca para que se los comiera y tragará, la volvió loca.
Para cuando terminó con ella suplicó a su amo que parase, que ya no podía seguir.
-Te quedan tres más.
-¿Tienes idea de lo qué me ha hecho?
-Si de verdad crees que todos esos insectos se recojen solos es que eres más tonta de lo que creía.
El tercer hombre venía con pinzas y agujas.
-Por favor, folleme, solo folleme.
-¿Y qué hay de divertido en eso?
Comenzó pinzando su clítoris. Sabía que Carlos lo había hecho la noche anterior porque les ha había contado todo y que había aguantado muy bien el dolor.
Pero esta era una pinza de verdad, que dolía de verdad.
No sabía cuanto...
Porque ninguno de ellos era un experto.
Ni uno solo.
Solo eran tíos divirtiéndose con una masoca.
Y era muy divertido, a decir verdad.
No tenía ni idea de que a Roberto por ejemplo quería introducir insectos en el coño de una chica.
O que Julían quisiese azotar un coño.
Y no lo habían hecho nunca., ¿Pero qué les importaba a ellos lo que le pasará a la chica?
Nada, menos que nada.
Mientras no la mataran o no la desfiguraran de forma grave, pensaban divertirse de lo lindo con ella.
Para eso se habían comprado ciertas cosas, como esas pinzas que tenían que doler un cojón por como se estaba retorciendo la chica.
La soltó solo para pinzar sus labios interiores, esas partes tan delicadas que no se pueden tocar salvo que la sumisa acceda y el tío sea un experto.
Y luego pinzó sus pezones...
Las agujas fueron lo peor.
En zonas ya muy sensibilizadas y muy castigadas, con sus pezones y los labios de su coño hinchados y enrojecidos, los pinchazos fueron un castigo durísimo.
Eran pequeñas descargas de dolor infinito durante un segundo que producían que su cuerpo convulsionara y suplicará que se parase.
Por supuesto el hombre no se iba a detener por una gilipollez como esa.
El cuarto hombre se encontró con una chica tiritando de miedo.
Él se sentó a su lado y la acarició el cabello.
-Tranquila, no vengo a hacerte daño, solo vengo a que comas.
Traía la mierda de todos y la de algún perro que se habían encontrado por ahí.
-No, por favor, no.
-Tranquila, si esta muy rico.
Sí, se comió todo.
Queriendo o sin querer, pero todo terminó en su estómago.
Hasta su propio vómito se tragó.
El quinto hombre era básicamente una idea grupal.
Querían verla follar con un perro.
Así que tras adecentarla un poco y dejándola tal y como estaba, trajeron con ellos al gran danes de la casa que no tardó mucho en montar a su dueña.
Mónica volvía a su casa, al lado de su amo, arropada con una bata, pensando en todo lo que había pasado.
Habían sido cinco horas infernales para ella y para cualquiera, en la que habían usado y abusado de su cuerpo hasta el extremo.
Había llorado, gritado, suplicado que parasen.
Pero la pregunta que rondaba su mente era, ¿Habría gritado la palabra de seguridad?
Cuando se entregó a su amo se entregó sin condiciones, siendo plenamente consciente de lo que estaba haciendo. Eso le daba a este la libertad de hacer lo que le diera la gana con ella.
-Amo.
-¿Sí?
-Gracias por lo de hoy.
-No hay de que, putacerda99