Putacerda99 (1)

Buena estudiante, mejor hija, esclava de un auténtico degenerado.

Única hija de una familia adinera, gran estudiante y mejor hija, Mónica tenía todo lo que podía soñar.

No, todo no.

No tenía ninguna experiencia con hombres.

Ninguna en absoluto.

Huerfana de madre desde muy temprana edad, se había pasado toda su niñez y adolescencia encerrada en un internado para señoritas, y aunque el resto de la humanidad daría un brazo para poder estar donde ella estaba como le recordaba una y otra vez su padre, no dejaba de ser una jaula de oro para ella.

Caminando por el jardín al lado de su padre, pudo sentir sobre su cuerpo la mirada hambrienta del hombre para todo de la familia, pero lejos de asustarla, la excitaba.

Emigrante latino, mucho mayor que ella, casado, basto y vulgar, carente de cualquier atractivo y con sospechas fundadas de maltrato a su esposa, era en realidad el único hombre que ella sabía que la deseaba.

Se había imaginado a si misma siendo tomada por él sin contemplaciones, aceptando su polla dentro de su coño y tragando su semen como una vulgar cerda.

No estaba bien, bien lo sabía ella, pero no podía evitarlo.

Incluso en las conversaciones privadas con sus amigas hablando sobre chicos el único hombre que le venía a la mente era él.

Pero eran fantasías de una chiquilla.

Ahora se iba a ir a la universidad. Conocería un hombre a la altura de una joven como ella, un joven guapo, apuesto, inteligente, el tipo de chico con la que sueña toda chica normal.

Un hombre con el que se casaría, tendría hijos, hijas... Y sexo.

Y se tragaría su semen y harían cochinadas... O no, porque los jóvenes bien educados no hacían esas cosas.

No, no hacían esas cosas.

O quizás sí.

Sus amigas habían pasado del asco y repulsión. que les causo la primera vez que lo vieron en una porno a probar al menos tres pollas cada una.

O eso decían.

-Buenos días, Carlos.

-Buenos días, señor.

-Dime con sinceridad, ¿Qué te parece mi hija?

-Vamos, padre – dijo está avergonzada

-Es una señorita muy linda, señor. Muy, muy linda.

Aún vestía su uniforme del intituto privado, pues a lo largo de los años se había convertido para ella en una especie de segunda piel.

-Sí, estoy de acuerdo, cada día se parece más a su madre. El hombre que eliga será muy afortunado. Y dime, pequeña, ¿Hay ya algún chico en tu vida?

La pregunta la pilló completamente desprevenida, así que tardó unos segundos en responder.

-No, papá, ya sabes que tú eres el único para mi.

Mónica besó a su padre en la mejilla.

-Que afortunado soy... Espera, alguien me llama... Sí, dime...

La extraña pareja se quedó a solas.

Ella podía sentir la mirada habrienta del hombre que tenía delante y él, su aceptación.

Llevaba unos años con la idea de que la señorita no necesitaba de tantos mimos ni cariños, que necesitaba de un hombre como él que la metiera caña y la imagen que estaba proyectando solo reforzaba esa idea.

Sí, le aceptaría.

Pero una cosa era pegar a su mujer, y otra muy distinta era hacer algo con la señorita.

-Que tenga un buen día, señorita.

-Mónica, por favor.

-Que tenga un buen día, Mónica.

-Gracias, Carlos.

No supó que hacer.

¿Quedarse? ¿Irse?

Carlos se había puesto a podar el árbol sin hacerla caso.

Empezó a caminar despacio.

-¿De verdad no hay ningún chico que le haga el chichi agua? - preguntó.

Mónica se detuvo en seco ante la pregunta. No sabía donde mirar.

Finalmente lo miró a él para retirar la mirada de nuevo.

-¿De verdad? - volvió a preguntar este mientras se acercaba.

-Lo hay -dijo ella bajito.

-¿Y le conozco?

-Sí – reconoció.

Carlos se había quitado los guantes de jardinero que llevaba encima y apartó un mechón del pelo de la cara de la chica.

-¿Soy yo? - preguntó lleno de confianza.

Mónica no pudo contestar.

Tampoco hacía falta.

-Ven, sígueme.

Como una perra sigue a su amo, Mónica echó a andar detrás de él. Le estaban conduciendo a un lugar apartado, lejos de miradas indiscretas. Lejos de las miradas de sus padres.

Entraron juntos al cobertizo donde se guardaban las herramientas para la jardineria.

-Y dime, Mónica, ¿Qué quieres?

Ella no respondió.

-¿Qué quieres?

Tampoco respondió.

Así que Carlos abrió la puerta para marcharse.

-Ser tuya – respondió esta con un hilo de voz.

Carlos volvió sobre sus pasos.

-Ser tuya – repitió esta.

-¿Quieres ser mi mujer? ¿Mi amante? ¿Mi perra? ¿Mi esclava?

Mónica no respondió.

-Bueno, da igual, ya lo descubriré.

Sacó el móvil del bolsillo y comenzó a grabar.

-Dime, ¿Qué quieres?

-Ser tuya – respondió esta de nuevo.

-Arrodíllate. A cuatro patas, con las palmas de la mano en el suelo y mirando al suelo.

Y Mónica obedeció sin rechistar.

Verla en esa posición era para él un auténtico lujo, un sueño hecho realidad. Tenía la polla a punto de reventar.

Pero no era el momento aún de hacer nada.

-Dime, ¿Qué quieres?

-Ser tuya. - Respondió la chica.

-¿Para hacer qué? Dime, ¿Qué te dejarías hacer?

-Lo qué tú quieras.

-¿De verdad? ¿Me estás diciendo que puedo hacer contigo lo que me de la puta gana?

Mónica tragó saliva.

-Sabes, creo que sólo eres una chiquilla que no sabe donde se está metiendo. Sólo me tenías que haber dicho que querías que te folle, pero no, has tenido que soltar toda esa mierda. Aunque te daré algo de lo quieres.

Sacó el móvil y lo puso a grabar.

-Repité, ¿Puedo hacer lo me de la puta gana contigo, putacerda99?

Mónica tragó saliva antes de contestar.

-Sí.

Lo primero que hizo fue taparla la boca con cinta de embalar.

Un grito o un chillido saliendo de su boca y estaba jodido.

Lo segundo, atarla las manos.

Seguro de lo que estaba haciendo, se acercó a ella por detrás y bajó la cremallera de su falda, dejando a la vista unas bragas blancas muy aburridas.

No tardó mucho en cortarlas con una tijera.

Separó sus piernas, metió su mano entre ellas y palpo su coño desnudo.

La chica estaba chorreando.

-Pero mira como está la cerda.

Carlos dejó el móvil a un lado, se bajó los pantalones, se sacó una polla palpitante, dio la vuelta a la chica y se la metió hasta el fondo.

Como el hombre despreciable que era conocía muy bien la diferencia que suponía el sexo, el sexo duro y una puta violación para el cuerpo y la mente de la mujer que lo recibía.

A pesar de su entrega, o debido precisamente a eso, a Mónica la estaba violando sin contemplaciones.

Mónica lo percibió en seguida.

Desde la brutal primera penetración supo que algo que algo no iba bien.

Aunque ella deseaba hacerlo, la estaban forzando a hacerlo.

Penetración tras penetración, embestida tras embestida, estaban forzándola cada vez más.

Movió la cabeza a un lado, al otro, intentó resistirse, mover las piernas...

La hombre le cruzó la cara y la penetró aún más fuerte mientras se reía.

-Y dime, ¿Era esto lo que querías, putacerda?

La dio la vuelta.

No iba a dejar escapar la oportunidad de reventarle el culo.

Penetraciones más lentas, más pesadas, tremendamente dolorosas.

Mónica estaba tirada en el suelo, atada y amordaza, reventada por el dolor y el esfuerzo físico al que se había visto sometida.

-¿Sigues siendo mía, putacerda99? - preguntó con burla.

Mónica asintió con la cabeza como toda respuesta.

Carlos no se lo creyó, pero si que se la iba a dar una oportunidad.

La cría podía contárselo a su papá, pero estaba bien cubierto.

La quitó la mordaza.

Y ella no gritó.

-Chupa.

Una polla flácida llena de mierda, sangre, semen, flujos vaginales, sudor.

Apestaba.

Mónica abrió la boca y se la metió hasta el fondo.

Y comenzó a chupar con tantas ansias que su amo la agarró de los pelos para separar su cabeza de su cuerpo y la abofeteó.

-Despacio.

Mónica asintió y volvió a meterse la polla dentro de la boca.

Para este momento ya no le quedaban dudas sobre su naturaleza.

Así que cogió un collar de perros que tenía allí y tras colocarselo, la ató a la pared.

Y la dejo.

-Hola Carlos, ¿Ha visto a mi hija?

-Ya sabe como son las adolescentes, señor. Seguro que se ha ido por ahí sin avisar.

-Sí, seguro que sí.

Volvió a ella unas pocas horas más tarde, cuando el señor de la casa salió.

Mónica se encontraba esperando, sentada de rodillas en un rincón.

Cuando notó que era su amo y no su padre quien estaba entrando, se colocó en posición de sometimiento.

Ese acto de entrega por su parte agrado sobremanera a Carlos.

-¿Sigues dispuesta a que haga contigo lo que me de la puta gana, putacerda99

Despojó a la chica las pocas prendas que aún llevaba encima y comenzó a pasear correa en mano con ella completamente desnuda por el jardín.

El destino por supuesto no podía ser otro más que su habitación.

Quería hacerla suya ahí.

La ordenó colocarse en posición Kneel en mitad de la misma y encendió la cámara web.

Creo un perfil con el nombre de putacerda99

-Presentate

-Me llamo Putacerda99. He renunciado a mi voluntad y mi libertad, a mi identidad como persona y ahora solo soy una posesión.

Agachó la cabeza y besó los pies de su amo.

-Muy bien, putacerda99, ya sabes lo que toca ahora.

Tras asentir con la cabeza, Mónica se levantó y se colocó en la cama a cuatro patas, como una perra. Carlos comenzó a follarse esa dulce coño con dureza, de tal forma que su vello púbico se aplastaba contra el cuerpo de la chica.

Acompañó las penetraciones con fuertes tirones del pelo mientras Mónica gritaba y gemía de dolor..

Nunca había tenido tal poder ni control en el sexo sobre ninguna mujer antes.

Dio un tirón tan fuerte que obligó a Mónica a arquear todo su cuerpo y hay la mantuvo para penetrarla salvajamente una, dos, tres, cuatro veces hasta que se corrió dentro de ella.

Carlos agarró el cinto y comenzó a azotarla el culo y la espalda.

La propinó azote tras azote hasta que blanquísima piel comenzó a adquirir una tonalidad rojiza.

Y luego llegaron los chupetones.

Los chupetones en sí mismos no tienen nada de malo, son muy agradables para quien lo recibe. El problema es que son muy antiestéticos.

Pronto su cuerpo inmaculado comenzó a llenarse de marcas en su cuello, sus pechos, su vientre y sus muslos estaban llenos de marcas.

Pero la sesión no había terminado.

Tras ordenarla que se situara de nuevo en mitad del cuarto, se sacó la polla y comenzó a mear.

La meada pronto inundó la boca de Putacerda99, baño su cara y el resto de su cuerpo.

Mónica fue plenamente consciente de lo que estaba pasando, de lo que la estaban haciendo, de lo que se estaba tragando.

No le importó.

Durante todo el proceso de entrega no se había sentido más que una cosa, una cosa sin valor alguno.

Una cosa que no merecía otra cosa más que la violaran.

Una cosa que no merecía otra cosa más que la pegaran.

Un retrete sucio y maloliente del hombre al que pertenecía.

Terminada la meada, este la abofeteó.

Por gusto, por placer, porque le daba la gana.

Una fuerte bofetada a la que Mónica respondió con un fuerte gemido de dolor.

Pero eso solo era el entrante.

Ahora tocaba el platillo principal.

Carlos siempre había querido prácticar la lluvia marrón, o lo que se conoce vulgarmente como cagarse en la boca de la chica.

Así que colocó el culo en posición y comenzó a cagar.

La boca, los pechos y el suelo no tardaron en llenarse de mierda.

Carlos, acostumbrado a los abonos, no le importo coger un trozo de mierda del suelo para que su putacerda99 se la comiera directamente de su mano.

Mónica tenía órdenes de limpiarlo, de dejar impoluto el desastre con la lengua.

Y el postre sería otra ración de dolor.

Una vez limpia y aseada, o por lo menos todo lo limpia y aseada que podía estar a estas alturas, la órdeno colocarse de rodillas con las manos en la espalda.

La verdad es que era una suerte que la chica hubiera investigado por su cuenta ciertos aspectos básicos del sado.

Colocó las pinzas que había encontrado en la cocina en el clítoris.

Sabía de sobra que este sitio al ser el más sensible era el más doloroso. Que incluso esclavas expertas no están preparadas para soportar el intenso dolor que les infligue.

Era otra prueba más de aguante y sometimiento a los deseos de su amo y señor.

El intenso dolor, mayor de lo que nunca antes había sentido en toda su vida, subía de abajo arriba recorriendo cada rincón del cuerpo de Mónica.

Quería quitársela, deseaba quitársela.

Pero sabía que no podía hacerlo.

Su cuerpo, su dolor, su placer ya no le pertenecían, ahora pertenecían a su amo.

Una parte de su mente aún se resistía a esa idea.

Esa parte que se resistió cuando Carlos la violo.

Se había entregado a él sin condiciones, incluso había renunciado a la palabra de seguridad.

Solo era lo que quería ser, un trozo de carne que su amo podía utilizar a su antojo.

Así que se tragó el dolor y se agarró con fuerza los brazos.

Carlos observa todo esto divertido.

Tener a una joven blanca sometida a sus putos caprichos por la razón que fuera era divertido.

Verla sufrir y tragarse el dolor, también.

Pero no era esto lo único que quería.

Mónica era hija única, huerfana de madre, y por tanto única heredera. En cuanto su padre saliera de la ecuación, los dineros serían suyos y solo suyos.

Se le ocurrió una salvajada, una auténtica salvajada.

Arrancarla una muela sin anestesia ni nada sería divertido, muy divertido.

En algún lugar de la casa debía haber alguna tenaza.

Así que salió de la habitación en su busca.

Cuando volvió, Mónica no podía más con el dolor que sentía.

Cuando vio el instrumento que su amo llevaba en la mano, tiritó de miedo.

-Abre la puta boca, putacerda99.

-Por favor, amo, por favor, no.

-Que abrás la puta boca, te digo.

-Por favor, no...

-Eres mía, Mónica, mía para hacer contigo lo que me de la puta gana. ¿Por qué eres mía, verdad?

-Soy tuya. - Aseguró ella.

-¿Y entonces por qué no quieres abrir la boca? ¿Quieres que te fuerce?

-Amo, yo... Por favor, no.

-Tranquila, será rápido. Túmbate.

Y Mónica se tumbó y abrió la puta boca.

Carlos acercó las tenazas a una de sus muelas más interores y la extrajó entre los gritos de la chica.

Y la dejo, llorando como nunca antes había llorado en toda su vida.

Cuando Mónica tuvo fuerzas para levantarse, se dirigió al baño.

Necesitaba estar presentable para su padre.

Apenas si se reconoció en el espejo.

Estaba toda sucia, despeinada, llena de chupetones por todas partes y el dolor que sufría apenas se había mitigado.

Se baño, se vistió e hizo la cena para ella y su padre.

-¿Qué tal has pasado el día, hija?

-Ha sido estupendo, papa.

Y le dio un casto beso en la mejilla.