Puta la madre, puta la hija (1ª parte).

"De tal palo, tal astilla: puta la madre, puta la hija", es lo que escuché en el velatorio de mi abuelo de boca de las beatas del pueblo en que nació mi madre. Iba a demostrarles lo que una auténtica puta es capaz de hacer.

DE TAL PALO, TAL ASTILLA: PUTA LA MADRE, PUTA LA HIJA (1ª parte).

RESUMEN DE ANTECEDENTES:

Me llamo Carolina y tengo 36 años. A los 16 años descubrí que mi madre y mi hermana se dedicaban a la prostitución. Fue mi propia hermana, Alicia, quien me introdujo en el sexo. Gracias a ella perdí la virginidad, descubrií los placeres del sexo y fui seducida por el sugerente mundo de la prostitución (todo esto se narra en la serie ”Tres putas en casa”.) Me convertí en la puta del colegio, cobrando a compañeros y profesores por mis servicios. En esa etapa de mi vida, con 16 años, conocí a Susi, una compañera de clase que se unió a mi pasión por el sexo y con quien compartí mis primeros pasos en el mundo de la prostitución (serie “Carolina, la nueva puta del colegio”). Tras abandonar el colegio comencé a hacer la calle y, una vez alcanzada la mayoría de edad, a trabajar en diversos puti-clubs y locales de alterne, donde mi caché subió como la espuma. Finalmente, propuse a mi madre trabajar en casa, junto con mi hermana Alicia, convirtiendo nuestra vivienda en un pequeño burdel donde recibimos a la clientela. Mi hermana se metió en el mundo del cine porno y me arrastró a emularla delante de las cámaras. Me trasladé a California para trabajar en el cine porno americano, alternando mis apariciones en películas X con mi trabajo como bailarina de strip-tease y escort (una manera fina de decir “puta de lujo”) en Las Vegas (serie “Así comencé en el porno”). Dos años después, y tras rodar unas 70 escenas, regresé a Madrid para seguir ejerciendo la prostitución junto a mi madre. Me reencontré con Susi, mi compañera de colegio con quien había perdido el contacto años atrás, y se incorporó de inmediato a nuestro negocio de prostitución casero. Mi hermana Alicia sigue metida en el mundo del porno, rodando escenas por media Europa, hasta el punto de gestionar ella misma una productora en Berlín, donde dirige y protagoniza sus propias películas, en las cuales ha introducido a mi sobrina Bárbara, de 18 años de edad, pero que desde los quince años colabora activamente tanto en nuestra casa-burdel como en las producciones porno de mi hermana (serie “Mi sobrina”).

Una vez hechas las precisiones anteriores para que quien no haya seguido mi vida a través de las series publicadas en esta web, pueda situarse en este relato, os contaré lo que me aconteció a finales del pasado mes de Agosto. En Verano, y especialmente durante el octavo mes, nuestra clientela es algo distinta a la del resto del año. Las citas de nuestros clientes más fieles y habituales descienden en beneficio de grupos de turistas de paso por Madrid y que Nati, la madame que nos proporciona clientela a cambio de una comisión, nos envía regularmente a nuestra casa-burdel. Mi madre sigue ofreciendo sus servicios en un puti-club, pero ni Susi ni yo nos prostituimos en locales de alterne desde hace años. Por su parte, mi hermana Alicia estaba filmando porno en Alemania, donde tiene su propia productora. Mi sobrina Bárbara llevaba un par de años acompañando a su madre en sus “tournés”, participando en sus producciones como fluffer y, una vez cumplidos los dieciocho, pasando al otro lado de la cámara para mostrar al mundo entero lo zorra que es. Pero esa es otra historia que algún día os contaré. Sé que aún tengo inacabadas varias de las series que he publicado en esta página, pero ahora necesito compartir con todos vosotros lo que me sucedió hace apenas unos meses.

Aquel día se nos había dado bastante bien, ya que Nati nos había reservado toda la noche a Susi y a mí para satisfacer a un numeroso grupo de jóvenes de un pueblo de Palencia, y que se había desplazado a Madrid para celebrar la despedida de soltero de uno de ellos. Nuestras habituales tarifas de 150 Euros por cabeza se reducían en caso de grupos numerosos o de contratarnos para toda la noche. La crisis también está pasando factura en este sector y hemos tenido que rebajar nuestro caché y hacer

“promociones y ofertas especiales”

para grupos, con tal de que no nos falte nuestra dosis diaria de pollas y la suculenta remuneración por hacer lo que más nos gusta. En cualquier caso, mil Euros por una noche follando a diestro y siniestro con diez tíos más salidos que el pico de una mesa, no está nada mal, ¿no creéis?

El caso es que Susi y yo habíamos convertido la planta baja de nuestra casa-burdel en una orgía sin límites desde las once de la noche. Programé el disco duro de la tele de plasma de 50 pulgadas del salón para que un buen número de escenas de mi paso por el porno americano se fueran sucediendo en pantalla. Me gusta follar mientras me veo en acción. Además, me encanta que los clientes descubran que he sido actriz porno al tiempo que tienen su polla en mi interior. Más de una vez, al comprobar que están follando con la misma zorra que están viendo en pantalla, se corren antes de tiempo. Les excita y les sorprende tanto que no pueden controlarse y su polla revienta dentro del agujero de mi cuerpo que en ese momento estén perforando.

Recibimos al grupo con provocativas prendas de látex y cuero. Después de las presentaciones, dejamos que nos metieran mano y nos sobasen, mientras preparamos unos cubatas para brindar por el futuro casado. En las despedidas de soltero que nos encargan no puede faltar el alcohol, aunque si hay que meterse algo más fuerte, y los propios clientes traen la mercancía, tampoco somos reacias a hacernos unas rayitas para ponernos a tono. Siempre con moderación y control. No somos unas drogatas, pero a veces un pequeño estímulo para aguantar toda la noche dale que te pego no viene mal, además de que muchos clientes consideran una ofensa el despreciar el placer de compartir unos tiros de farlopa con ellos.

Aquella noche no hubo drogas, pero sí mucho alcohol. Una vez que nos tomamos un par de cubatas (los nuestros siempre menos cargados, para poder controlar la situación en todo momento -somos putas, pero no tontas-), comenzamos la verdadera fiesta. Sentamos al futuro casado en el centro del salón, mientras los demás ocupaban el resto de la estancia, algunos sentados en el sofá o en los sillones, y otros de pié. El tipo en cuestión era un joven delgado y apuesto, de unos treinta años. Susi le sacó la polla y comenzó a hacerle una cubana entre sus enormes tetazas, mientras yo le restregaba las mías por la cara. El resto de los presentes reía y jaleaba al chaval, aún algo cortado por la situación. A continuación, Susi y yo cambiamos de posición. Ella, de pié, aprisionaba su rostro entre sus melones; y yo, de rodillas, le chupaba la polla. Poco a poco el tipo se fue entonando y perdiendo la timidez inicial; y en apenas unos minutos estaba follándome a cuatro patas en el centro del salón, para deleite de sus amigos, que le animaban entre risas y aplausos.

A partir de ese momento, y una vez que el homenajeado explotó dentro de mi coño, empezó la verdadera orgía. Comenzamos a chupar pollas a diestro y siniestro, usando las manos para pajear las que no podíamos atender con la boca. Una vez que todos y cada uno de los presentes probaron nuestro talento para mamar rabos, comenzamos a follar. Estuvimos horas follando por todos los agujeros. Alternábamos culo y coño para ensartarnos sus cipotes, sin dejar de usar la boca para atender debidamente al resto. Siempre había una polla preparada para meternos por algún sitio y, aunque se iban corriendo de vez en cuando, también se iban reponiendo para volver a la carga. Follamos en las escaleras que dan acceso a la planta superior, a la luz de la luna en el porche del jardín trasero, en el aseo, sobre el sofá, sobre los butacones, sobre la encimera de la cocina, … ¡en todas partes!

La orgía decayó hacia las tres de la mañana. Todos se había corrido al menos un par de veces y algunos querían retirarse al hotel donde se alojaban. Les expliqué que éramos suyas durante toda la noche, que estaba todo pagado y que podían follarnos cuantas veces quisieran. A pesar de ello, seis se marcharon, incluido el novio homenajeado, aduciendo cansancio y el hecho de tener que reponer fuerzas para continuar al día siguiente con lo que tenían programado para la despedida. Se fueron no sin antes agradecernos la maravillosa noche que les habíamos hecho pasar.

Los cuatro tipos restantes, Susi y yo, nos quedamos sentados en el sofá, mirando la tele, donde mis escenas porno seguían sucediéndose. No era habitual que aún ninguno de ellos hubiese reparado en que la actriz de aquellas escenas era yo; pero lo cierto es que los años no pasan en balde y mi paso por el cine X se remontaba a una década atrás. De hecho, mi perfil en el porno americano era el de una “teen”, a pesar de tener 25 años cuando comencé a rodar películas. La puesta en escena, el maquillaje, el vestuario y la iluminación iban siempre encaminados a hacerme parecer aún más joven. En muchas de las escenas que rodé aparecía vestida de colegiala o de animadora, con coletas y con el gesto de una inocente jovenzuela. Pero mi físico no había cambiado en demasía. Seguía más o menes como estaba por aquel entonces. La diferencia más significativa son mi tetas: tenía una talla 85 antes de pasar por quirófano y ahora tengo una 100. Pero mi larga y cuidada melena rubia sigue exactamente igual, sigo luciendo el piercing de la aleta izquierda de mi nariz y apenas he cogido un par de kilitos en la última década (que, por cierto, se me han ido al culo, haciéndolo más redondo, carnoso e imponente). Así las cosas, sólo el tamaño de mis tetas y un pequeño tatuaje que me hice hace un par de años son las diferencias más visibles en mi anatomía. Me tatué la palabra “PUTA” en el pubis y Susi hizo lo propio con la palabra “ZORRA”.

  • ¡Joderrrrr! - exclamó por fin uno de ellos, sentado en un butacón y dando pequeños sorbos a un whisky con Coca-Cola - ¡Cómo se parece esa putita a tí!
  • ¡Uffff! - exclamé aliviada – Estaba empezando a preocuparme. Pensaba que nadie iba a reconocerme.
  • ¿Eres tú? - preguntó otro emocionado.
  • ¡¿Es que no está claro?! - dije dando a entender que sí, que era yo. De inmediato, sus pollas flácidas comenzaron a recobrar vigor y potencia.
  • ¿Eres actriz porno?
  • Lo fuí. Ya no. Lo dejé hace años – respondí escuetamente.

No hizo falta decir mucho más. El simple hecho de saber que se habían estado follando a una actriz porno, los puso como motos y, aprovechando la coyuntura, tanto Susi como yo volvimos a la carga. Mamamos, pajeamos y follamos aquellas cuatro pollas durante otro par de horas. Como los cuatro ya se habían corrido al menos dos veces durante la noche, tuvieron mucho más aguante, lo que nos permitió poner en práctica alguno de los juegos que tanto nos gusta practicar en este tipo de orgías con varias pollas a nuestra entera disposición. Ya sabéis: una polla del culo de Susi a mi boca directamente, y viceversa; rondas de mamadas sin usar las manos; follar y chupar al mismo tiempo; y, sobre todo, mi postura favorita, que me den por culo mientras Susi me come el coño. Eso me vuelve loca y hace que, pese a mi experiencia, pierda el control y me corra como una perra en celo. No se atrevieron a hacernos unas dobles penetraciones, pese a nuestra insistencia, porque les daba mal rollo eso de rozarse las pollas entre ellos.

A eso de las seis de la madrugada, y cuando la fiesta tocaba ya a su fin después de casi siete horas de folleteo sin parar, la silueta de mi madre se apareció en la puerta del salón. Susi y yo estábamos de rodillas mamando las cuatro pollas por turnos, tratando de que se corriesen sobre nuestra caras. No era tarea fácil porque todos se había corrido ya un mínimo de tres veces durante aquella noche. Los cuatro tíos estaban de pié, de espaldas a la puerta, por lo que no pudieron ver a mi madre asomarse al comedor. Nuestra miradas se cruzaron. Enseguida me di cuenta de que algo ocurría. Estaba triste y preocupada. Algo iba mal. Cualquier otra noche mi madre nos hubiera interrumpido ofreciéndose a echarnos una mano y unirse a la fiesta o, cuando menos, hubiera saludado con un comentario picante o provocativo. Pero no dijo nada. Sólo me miró muy seria y, al momento, subió las escaleras rumbo a la planta superior.

A pesar de la inquietud que me había generado la extraña actitud de mi madre, me centré en hacer que aquellos tíos se corriesen para poner fin a la fiesta. Susi atendía dos pollas y yo otras dos. Tuvimos que poner toda la carne en el asador para conseguir que, de uno en uno, fueran eyaculando sobre nuestras bocas. Ya no soltaban la misma cantidad de lefa que en sus primeros orgasmos de la noche. La textura y calidad del semen tampoco era la misma. Pero como buenas zorras que somos sabemos disfrutar con una corrida en la boca, por muy escasa y deficiente que ésta sea. Una vez se corrieron los cuatro, Susi y yo nos besamos compartiendo el semen que acaba de caer sobre nuestros rostros.

En agradecimiento a nuestra entrega y devoción por atender sus pollas, nos cayeron 100 Euritos extra que nos dieron como propina antes de marcharse de casa. De inmediato, y recordando el gesto serio de mi madre, subí a su habitación. Normalmente, y tras un noche trabajando en el puti-club, se estaría dando una ducha para meterse en la cama y descansar. Sin embargo, la encontré sentada sobra la cama. Ni siquiera se había quitado los zapatos o los apretados leggings de vinilo que moldeaban a la perfección el contorno de sus pronunciadas caderas y sus torneados muslos.

  • Mamá, ¿qué te pasa? - pregunté entrando en su habitación.
  • Ha ocurrido algo – dijo aguantándose las lágrimas.
  • ¿Le ha pasado algo a Alicia o a Baby? - me apresuré a inquirir pensando en mi hermana y en mi sobrina. Por un momento se me pasó por la imaginación que hubiesen tenido un accidente. Pasaban meses viajando por toda Europa para rodar escenas porno. Lo último que sabía de ellas era que tenían proyectado viajar a Praga, donde Bárbara rodaría un par de escenas
  • No, no es eso – respondió – Verás … me han llamado del pueblo.
  • ¿Del pueblo? - pregunté extrañada. Mi madre procedía de un pueblo de Castilla La Mancha, de donde tuvo que venirse a Madrid cuando se quedó embarazada de mi hermana Alicia. Nos había contado que su familia se portó tan mal con ella al conocerse no sólo su embarazo con apenas 17 años, sino que desconocía la identidad del padre, que la echaron de casa. Y desde entonces, según siempre nos había contado, no había vuelto a tener el más mínimo contacto con nadie de allí. De ahí que no entendiese qué acontecimiento le podía poner tan triste.
  • Sí. Es mi padre, Carol. Ha muerto – sentenció rompiendo a llorar y llevándose las manos a la cara. No entendía nada. Lloraba por alguien que le había dado la espalda, que la había echado de casa y que no había querido saber nada de ella ni de sus nietas. Casi debía alegrarse de la muerte de semejante cabrón malparido. Pero, por incomprensible que me resultase, lloraba desconsoladamente. Nunca había visto a mi madre así. Me senté junto a ella y la abracé, aunque no sabía muy bien qué hacer o qué decir para calmarla.
  • Mamá, no lo entiendo – dije al cabo de unos minutos, cuando recuperó la entereza enjugando sus lágrimas – Siempre nos has dicho que se portó fatal contigo, que te echó de casa, que no quiso saber nada de nosotras, …
  • Eso no es del todo cierto – me interrumpió con la voz entrecortada y secándose las lágrimas que habían hecho que el rimmel se le corriese por las mejillas – Ya te lo contaré, Carol – dijo poniéndose en pié y tratando de recomponerse – Ahora tengo que salir para el pueblo …
  • ¡Cómo! - pregunté más extrañada aún - ¿Vas a ir?
  • Sí, Carol. Tengo que ir. Lo entierran por la tarde, a las siete – me explicó – Y por mucho que me duela, debo ir.
  • Pero … pero … - tartamudeé, perpleja. No daba crédito a que quisiese volver a un poblacho de mala muerte para ir al entierro de alguien que le había demostrado preocuparse muy poco por ella y que no había movido un dedo por ayudarla.
  • Ahora no hay tiempo para explicaciones, Carol – dijo con rotundidad – Tengo que ir. No hay más que hablar. Necesito que me lleves.
  • Sí ... sí, vale … claro, mamá – dije sin entender nada aún.
  • Pues venga, ¡ponte en marcha! - exclamó – Quiero llegar con tiempo al velatorio.
  • Deja que me pegue una ducha y me vista – dije – Llevo toda la noche follando.
  • Claro. Dúchate y, en cuanto estés arreglada, nos vamos – concluyó entrando al cuarto de baño. Antes de que pudiese recomponer mis pensamientos, volvió a salir del aseo - ¡Vamos, Carol! Y vístete con recato, que bastante mala fama tengo en el pueblo como para aparecer con mi hija vestida como una furcia y que me pongan a parir – añadió volviendo al baño.

“Bastante mala fama tengo en el pueblo como para aparecer con mi hija vestida como una fulana”. No podía quitarme esa frase de la cabeza. Mientras me duchaba pensé en lo hipócrita de aquellas palabras. Mi madre siempre nos había hecho estar orgullosas de ser putas. Nos había animado y adiestrado para prostituirnos desde incluso antes de cumplir la mayoría de edad. Yo empecé a los 16, igual que mi hermana Alicia. Siempre estuvo orgullosa de que siguiéramos sus pasos en este mundillo. Le encantaba presumir de lo bien que follaban sus hijas, de cómo devorábamos pollas, del dinero que hacíamos cada noche ofreciendo nuestros servicios. Se le iluminaba a la cara hablándole a sus clientes de lo zorras que eran sus hijas. No entendía por qué habría de avergonzarse ahora. Nunca le había preocupado el qué dirán. ¿Y ahora le preocupaba la mala fama? No entendía nada.

Continuará ...