Puta (1)

Un hijo induce a su madrea continuar prostituyéndose.

Desde que empezamos a tener relaciones sexuales, mi madre dejó de prostituirse.

Sin embargo, aquello que tan malestar me producía, que tanto me humillaba antes de conseguirla, luego no solo dejó de importarme, sino que incluso empecé a desear que volviera a hacerlo.

Quizás porque la mayoría de sus clientes eran hombres a quienes conocía antes de prostituirse: compañeros de trabajo de mi padre, vecinos o algún familiar. Quizás porque tras un periodo de inactividad y una vez saciado el deseo y el morbo que les producía tirarse a una mujer, a la que conocían desde hace años y a la que consideraban intocable por su matrimonio; la mayoría habían dejado de llamarla.

Tan solo mi tío que había estado (y todavía lo estaba) enamorado de Sara, y ocasionalmente un vecino de la escalera, un hombre viudo y mayor, que conocía a mi madre desde niña, se la habían estado follando con cierta regularidad.

Un día le dije a mi madre que al margen de las relaciones que ahora tuviéramos ella yo, deseaba que continuara prostituyéndose.

Bajando la vista aceptó sin palabras.

Empecé a jugar con ella, a fantasear, a sugerirle nombres de posibles clientes.

Le dije que respetando una cierta discreción, debía abrirse a todo tipo de hombres.

Un día inserté un anuncio en las páginas de relax de un periódico de mi localidad, que decía así:

"Mujer madura, no profesional y recién divorciada. Se ofrece a caballeros solventes a cambio de ayuda económica. Pechos espectaculares y cuerpo de vicio. Todo tipo de servicios. Absoluta discreción"

Se produjeron muchas llamadas, la mayor parte de curiosos que no conducían a nada, hombres que preguntaban como era físicamente, si tenía el pubis rasurado, si realizaba el "francés" completo, o hacía el coito anal, o cuanto costaba una paja cubana.

Pero también empezaron a llamar los primeros clientes, hombres de diversas edades que les daba morbo el anuncio y que querían follarse a una no profesional, que por razones económicas provocadas por el divorcio, se había visto obligada a hacer de puta.

La acompañé a comprar ropa adecuada para su trabajo: reducidísimas minifaldas de latex, corsés y mallas negras, ropa interior roja tan minúscula que hacía que los pechos se desbordasen, o que dejaban nalgas y prácticamente todo el coño a la vista.

Compramos varios consoladores y unas cuantas películas pornográficas, para animar la espera de los clientes.

Sin embargo, ella se resistía a dar ese nuevo paso.

Psicológicamente era muy distinto dejarse ayudar económicamente (aunque se acostará de vez en cuando con ellos) por algunos conocidos, que dejarte joder por cualquiera que lo desee y pague.

En el fondo debía seguir teniendo de si misma la idea de una esposa y madre de familia.

Para domar su voluntad y que se hiciera al contacto con desconocidos, una noche la levé a una Sala X donde se exhibían películas pornográficas.

Apenas quedaban dos salas en mí ciudad. Con la industria del DVD, la pornografía había quedado reducida al ámbito de lo privado.

Las salas X acogían a un público reducido y vicioso, masturbador y bisexual.

Pagamos nuestro billete y descendimos unas escaleras antes de entrar a la oscuridad de la sala. Agarrándola de la mano, esperé unos instantes a que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad y busqué sitio.

No debía haber más de 5 ó 6 personas, todas alejadas unas de otras. Al ver que entraba una pareja, varias se levantaron, sentándose a nuestro alrededor.

Empecé a besar a Sara con fuerza y a meterle mano, al mismo tiempo que le abría la blusa. Siguiendo mis instrucciones no llevaba ropa interior. Le saqué la blusa dejándola desnuda medio cuerpo. Varios hombres se masturbaban a nuestro alrededor, alguno más atrevido extendía su mano para rozarla. El suelo esta lleno de condones y pañuelos de papel. Le saqué la falda, ahora estaba totalmente desnuda. Me levanté , salí al pasillo y encendí un cigarrillo. Los hombres me miraron buscando mi conformidad:

Toda vuestra, dije

Se acercaron a ella despacio, cuando me alejé, cayeron sobre ella, parecían a lo lejos moscas encima de una gota de miel.

Sara, tenía las piernas abiertas. Un hombre de rodillas le comía el coño, ladeada chupaba la polla a otro que estaba de pie en el pasillo, mientras dos viejos pugnaban para manosearle los pechos.

Fui al wc a fumarme el cigarrillo.

Volví al cabo de unos quince minutos.

Repartí condones entre los hombres que quedaban, sin paciencia alguno se había corrido.

Hicieron cola para follársela.