Puro placer

Una masajista relaja a su jefe de la mejor manera posible. Un relato lleno de sensualidad y erotismo.

Edición puro placer.

El estrés está presente en nuestro día a día, como una pesada losa que complica todos nuestros movimientos. Siempre vamos a todas partes con prisa, actuamos rápido e intentamos hacer todo lo que podamos en el menor tiempo posible. Este ritmo acelerado de vida suele pasarnos factura, nos crea problemas de salud mental como ansiedad y depresión, además de generarnos consecuencias físicas como contracturas y problemas similares. Yo pienso que hay que vivir la vida con calma, y hago lo que puedo para relajar a las personas. Hace unos años me licencié como fisioterapeuta y hace poco he comenzado a trabajar en un spa con servicio de masajes. Es mi manera de contribuir a la sociedad contrarrestando como puedo los efectos de la forma de vida actual.

Llaman a la puerta, voy a abrir y veo que es uno de mis clientes habituales, un ejecutivo de una empresa importante que necesita desconectar de su trabajo. Mis masajes no son caros, pero con lo que cobra él puede permitirse varios a la semana. Entra a la sala de masajes y en ese momento suena mi móvil, es el director del establecimiento, mi jefe, me pide que vaya a su despacho y me dice que es urgente. Le pido disculpas a mi cliente y le digo que le atenderá un compañero, yo debo irme por un tema importante.

Llego al despacho de mi jefe, llamo a la puerta y me da permiso para que pase. Al entrar veo que tiene mala cara y que está intentado desabrocharse la corbata mientras hiperventila. Me acerco a él rápidamente.

-¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas ayuda? —pregunto muy preocupada.

Se encuentra tan alterado que no es capaz de responder, así que intento tranquilizarle para que pueda explicarme lo que ha pasado.

-Mírame, escúchame, estás teniendo un ataque de pánico, para que no vaya a más tienes que hacer lo que yo te diga. Tienes que respirar.

-No puedo —me dice entre sollozos.

-Sí puedes, coge aire por la nariz y expúlsalo por la boca, lentamente, venga, poco a poco, tú puedes.

Hace lo que le digo y finalmente se calma.

-Ya está, ya ha acabado, tranquilo —le digo mirándole fijamente.

-Siento haberte hecho pasar por esto, soy tu jefe y no deberías haberme visto así, es que no sabía a quién acudir —dice con vergüenza.

-No te preocupes, no pasa nada, ¿quieres contarme lo que ha ocurrido? —le digo mostrándome comprensiva.

Asiente y comienza a hablar.

-Estaba haciendo gestiones y revisando temas de papeleo, como siempre, ya te imaginas. Entonces he recibido una llamada de un cliente que ha empezado a decirme que va a denunciar a la empresa, porque nos estamos saltando algunos protocolos y que estamos desarrollando actividades ilegales. Algo ilógico y sin sentido como sabes. He intentado no darle importancia y he decidido mirar la contabilidad para asegurarme de que todo va perfectamente. He empezado a ver facturas y a hacer cuentas. He empezado a agobiarme y a pensar en la llamada de nuevo. Y entonces he entrado en crisis. No sabía qué hacer, y tú me transmites mucha calma, por lo que te he avisado para que vinieras. De nuevo te pido perdón por el bochorno.

-No tienes que disculparte, de verdad que ya sabes que yo te ayudo en lo que necesites encantada.

-Muchas gracias.

-No tienes que darlas, es un alago para mí que me hayas avisado. Pero, precisamente por lo que te ha ocurrido el trabajo que hacemos aquí es tan importante. El estrés y la presión dan lugar a grandes agobios y situaciones como la que acabas de vivir. Escúchame, tienes que relajarte.

-Es que no sé qué hacer para relajarme de verdad.

-Yo sí lo sé —digo con firmeza a pesar del rubor que cubre mis mejillas.

Me pongo detrás de la silla y pongo mis manos en sus hombros. Comienzo a hacerle un masaje y luego pongo mis manos alrededor de su cuello y le susurro al oído.

-Relájate.

Le abrazo por la espalda desde detrás de la silla y comienzo a deslizar mis manos por su pecho. Continúo bajando mis manos hasta sus pantalones mientras le doy besos en el cuello. Cuando estoy a punto de tocar su entrepierna me detiene. Se levanta de la silla y me habla nervioso.

-Esto no es adecuado —me dice con voz temblorosa.

-Tienes que relajarte, tú mismo lo has dicho.

-Sí, pero esta no es la manera.

-¿Por qué? Tú me has dicho que necesitabas relajarte y no sabías cómo, yo te estoy ofreciendo relajarte.

-Porque soy tu jefe y tengo más poder que tú y no es adecuado tener sexo si una de las dos personas se encuentra en inferioridad.

-Sólo es sexo, es placer, acéptalo —digo mientras pongo mis manos en su pecho y me acerco a él.

Como no me dice nada, entiendo que no quiere que pare.

Me acerco a él hasta quedar a unos centímetros de sus labios. Le acaricio la mejilla suavemente mientras le miro a los ojos y luego le beso con dulzura. Es un beso cálido, que da comienzo a un espectáculo de sensualidad y puro placer.

Me pongo de espaldas a él, y hago que nuestros cuerpos estén totalmente pegados. Inclino mi cabeza hacia atrás de manera que esté en contacto con su hombro. Le tomo de las manos y las coloco de tal manera que se encuentran rodeando mi cuerpo y acariciando la piel de mi cintura y mi vientre.

Me encanta sentir sus manos grandes moviéndose lentamente por mi piel.

Mientras nos encontramos en esta posición comenzamos a balancearnos de un lado a otro. Como si bailaramos al ritmo de una melodía audible sólo para nosotros dos.

Ya se ha tranquilizado y noto que su cuerpo se mueve con facilidad, la tensión se le está escapando por los poros. Su mente flota sin preocupaciones.

Me giro y le beso de nuevo, esta vez no es un beso tan suave como el anterior, este beso es más ardiente, más pasional. Paso mis manos por su cuello y le quito la corbata. Él rodea mi cintura con sus manos provocando que nuestros cuerpos se junten aún más. No puedo negar que me encanta estar presionada contra él. Pero quiero más. Quiero algo más que besos y un poco de fricción, quiero pasar a la acción, y lo voy a conseguir.

Me separo de él y me siento en su cómoda y elegante silla giratoria. Echo un vistazo a su mesa, es de cristal y tiene varios cajones, los cuales abro. No hace nada mientras me ve cotillear, sólo me mira con atención. Abro todos los cajones menos uno, que está cerrado con llave. Echo un vistazo a las estanterías y en una de ellas veo una pequeña caja, su presencia parece absurda, lo que me llama la atención. Me levanto de la silla, voy a la estantería y abro la caja, en ella encuentro lo que imaginaba, la llave del cajón. Sin más dilación abro el cajón que tanta curiosidad me provoca; sin embargo, el contenido del mismo me resulta demasiado predecible, una caja de condones. La saco y la pongo encima de la mesa.

Mi jefe no ha dejado de observarme ni un segundo, y a partir de ahora me voy a encargar de que eso siga siendo así.

-Ahora sí que vamos a relajarnos como es debido —afirmo con claridad.

Me quito los zapatos, los pantalones y la camiseta, de modo que me quedo simplemente con la ropa interior. No deja de mirarme y sus ojos reflejan deseo y una gran sonrisa. Pero no se mueve, sigue en una esquina permitiendo que yo tenga el control.

Me estiro y luego dejo caer mi cuerpo con suavidad sobre su silla, doy unas cuantas vueltas y luego le miro a los ojos.

-¿Te gusta lo que ves? —pregunto sonriendo.

No es necesario que articule palabra, le miro de arriba a abajo, y cuando paso mis ojos por los pantalones su cuerpo me muestra cómo está disfrutando. Sonrío aún más, me encanta provocar ese efecto en los hombres.

Me levanto de la silla y me acerco a él, hace amago de besarme pero no se lo permito. Le pongo un dedo en los labios y le susurro al oído.

-Aún no.

Voy desabrochando su camisa botón a botón, con delicadeza. Cuando he terminado con los botones voy depositando sobre su pecho suaves besos. Mis labios recorren su torso como el aleteo de una mariposa, apenas imperceptible si no se le presta la atención suficiente. Le quito la camisa con lentitud y la dejo caer al suelo. Le susurro al oído una vez más.

-Ahora sí —digo antes de acercar mis labios a los suyos.

Me besa, primero tiernamente, y luego con mucho deseo. Recorre mis curvas con sus manos y eso me vuelve loca. Quiero más y más. Desliza sus manos por mi espalda y me desabrocha el sujetador, después me lo quita con delicadeza y lo deja caer al suelo con el resto de la ropa. Yo ya me encuentro sólo con las bragas puestas, pero él todavía lleva mucha ropa encima, los pantalones, los calzoncillos, los zapatos, no puede ser.

Cojo una de sus manos y le guío para que se siente en la silla. En cuanto está sentado me pongo de rodillas en el suelo, le desato los cordones y le quito los zapatos. Me acerco más a él y desabrocho el botón de su pantalón y le bajo la cremallera. Luego me levanto y me voy a la esquina en la que se encontraba él hace un rato. Me mira fijamente unos segundos y luego se levanta y viene detrás de mí.

Nos encontramos los dos de pie, frente a frente, mirándonos a los ojos mientras nuestros labios se rozan muy levemente. Me excita tanto este momento, esta tensión en la que sientes que todo puede pasar. Estoy deseando que me folle, pero me gusta hacerme de rogar, quiero que venga detrás de mí y que sea yo quien decida cuándo vamos a follar.

Me gusta sentir el calor corporal, así que le abrazo y me quedo así unos segundos. Cuando nos deshacemos de ese abrazo le quito los pantalones y hago que se siente de nuevo en su magnífica silla.

Disfruto tanto mirándole a los ojos, observando ese color tan precioso que los caracteriza. Para mí el mayor clímax es este, perder mi mirada en sus ojos y sentir que no existe nada más en el mundo que esa profunda mirada.

Tras la intesidad que supone mirarnos a los ojos, me siento sobre sus piernas sin permitir que mi vista se escape de su iris. Me muevo lentamente en esta posición hasta que cierro los ojos y le beso con pasión. En este momento la que está ardiendo soy yo, y no permitiré que se apague la llama. Sus manos recorren todo mi cuerpo, mis piernas, mi espalda, mis pechos, surca mis curvas encontrándose en el paraíso. No puedo disfrutar más esta sensación, el interior de mis bragas mojadas lo confirman, pero puedo hacer que él goce aún más.

Saco su miembro de los calzoncillos y me lo meto en la boca. Lo chupo con gusto y lo succiono con intensidad. Lamo su tronco despacio, dedicándole la atención necesaria. Bajo a sus testículos y los toco suavemente para luego metérmelos en la boca. Salivo bien su miembro, pero decido dedicarme a lo realmente importante, su glande. Mi lengua hace círculos en su glande, a continuación lo succiono con deseo. Me pide que pare y así lo hago.

Me alejo de él una vez más, esta vez me pongo de cara a la pared, y voy deslizando mis bragas, completamente empapadas, por mis piernas hasta dejarlas en el suelo. Después me acerco a la mesa y cojo la caja de condones, la abro y extraigo uno de su interior. Él se lo pone y yo me dirijo con paso firme hacia su pene completamente erecto. Le miro a los ojos y le beso intensamente para luego sentarme sobre su miembro. Comienzo a moverme, primero muy lentamente, para ir aumentando la velocidad. Tras cabalgarle un rato noto cómo se corre y yo no puedo evitar hacerlo también. Le beso con intensidad una vez más. Luego nos miramos a los ojos y ambos sonreímos.

Me levanto y me visto, él hace lo mismo.

Antes de irme le abrazo y le beso de nuevo, también le susurro al oído.

-Me ha encantado cómo nos hemos relajado, cuando quieras repetimos —digo con una sonrisa.

-Lo mismo digo —dice.

Salgo por la puerta con una espléndida sonrisa.