Pura Vida. (otra historia de amor filial)

Un hijo acuesta a su padre algo bebido y decide hacer reales sus fantasías.

Pura Vida”. ( Otra historia de amor filial)

Dedicado a mi querido Alberto, “Pura vida”, que le prometí contarla

El hijo estaba sentado junto a su padre en el sofá viendo la televisión. Notaba su calor y se acercó para sentir la cercanía de su piel. El padre llevó su mano al muslo del hijo y le acarició con ternura y el chico se cobijó en el cuerpo del padre como si fuera un gatito. El padre le rodeó con su brazo y le acercó más. Le acarició la cabeza y la mejilla con su pulgar. El hijo ronroneó complacido.

El padre había bebido más de la cuenta  y comenzaba a a cabecear. Acariciaba al hijo y este se dejaba hacer sintiendo un placer que le llegaba hasta la entrepierna, haciendo que sus genitales se alborotasen y su polla se endureciera. La pasión que tenía por su padre pasaba de lo puramente filial a lo puramente sexual, lo que le llevaba a un estado de ansiedad que no sabía como solucionar.

El hijo, con el tiempo, había experimentado un cambio en los sentimientos hacia su padre y, según se fue acercando a la adolescencia, la cercanía del padre pasó del cariño al deseo. El padre siguió acariciándole como si fuera un niño pero su cuerpo ya no era el mismo, cambiaba día a día, las hormonas fluían rabiosas y todas se alojaban en sus sentidos aumentando la sensibilidad de todos ellos, pero el sexo era la fuente más potente y más sensible.

Un roce del cuerpo de su padre, un beso en la frente, una caricia fuera donde fuera (sobre todo en los muslos), en el pelo, en los hombros...todo desencadenaba una excitación exagerada que muchas veces no sabía como disimular. Cada día sentía que su padre le excitaba más. Era lo que más quería en el mundo. Era lo que más amaba.

El hijo no sabía si el padre se daba cuenta de todo lo que pasaba, pero el padre sabía lo que estaba pasando. El padre no quería reconocer que sus sentimientos incestuosos eran cada vez más fuertes, no quería que su hijo se diera cuenta, pero quería tenerlo a su lado...a su lado físicamente. Lo necesitaba. Era lo que más quería en el mundo. Lo que más amaba.

El padre le dijo al hijo  - “Por favor ayúdame a ir a la cama, creo estoy algo borracho”...

...Abrazó al padre y le ayudó a levantarse. Ahora se sentía más hombre, más fuerte. Estaba ayudando a su padre. Su hermoso padre, tan guapo, tan moreno. Era una pena que desde que estaban solos bebiera más de lo común, pero en ese estado desarrollaba una cercanía sensual especial.

El padre se dejó ayudar y llevar. No estaba lo borracho que aparentaba pero le apetecía con lujuria que su hijo lo mimara, lo desnudara y cuidara. Cada día que  pasaba  crecía, se desarrollaba y se hacía hombre, un instinto prohibido se apoderaba de él. Un instinto irrefrenable de sexo animal.

El hijo le tumbó en la cama con cuidado. El padre notó como le iba desnudando lentamente, creía que estaba casi dormido y le desnudaba con  delicadeza, le desabotonó la camisa, la abrió y le acarició el pecho. Le desabrochó  el cinturón y con mucho cuidado, con mucho mimo (más bien con timidez), le bajó la cremallera del pantalón y lo bajó hasta los tobillos.

El hijo miró a su padre con devoción; un hombre tan bello inerte en su cama, medio desnudo, tan guapo. Le miró detenidamente; cabello negro azabache liso que le caía sobre la frente, esas pestañas negras que le volvían loco, el pecho moreno adornado con dos pezones anchos oscuros como dos lunares obscenos que pedían un beso a gritos. El calzoncillo blanco donde se albergaba lo más deseado  y que en aquel momento se alzaba como un trofeo al que no tenía acceso, sostenido por una base ovoide que se acomodaba en esa tela de algodón , hubiera querido que sus manos fueran ese tejido para sostener esos cojones, acariciarlos y que sudaran en ellas y que albergaran la última gota de pis para luego olerlas y lamerlas.

Le descalcé, le quité los calcetines y le quité el pantalón, dejando al descubierto aquellas maravillosas piernas. Entonces no pude resistir la tentación y se las acaricié. Sentir en las palmas de sus manos la suavidad de su piel le sobreexcitó y no se pudo contener...

El padre notó la indecisión de su hijo cuando  le quitó los pantalones y le descalzó. No hizo movimiento alguno. Quería saber hasta donde llegaba su chico. Necesitaba saber. Nada más. Le costó trabajo no demostrar ninguna sensación cuando notó que su hijo le besaba el empeine y los tobillos, le acariciaba  las pantorrillas y poco a poco subía por los muslos hasta llegar al calzoncillo. Estaba sobreexcitado. No sabía la reacción que se iba a producir. Se quedó inmóvil. El hijo le cogió la cinturilla y se los bajó, dejándolo desnudo de cintura para abajo.  Notaba que lo miraba, que miraba su cipote erecto, en su esplendor,  humedecido por un reguero ambarino. Notó como su hijo se acercaba, notó la respiración en el glande, oyó la respiración agitada y como tragaba saliva. No sabía como iba a poder seguir inmóvil ante tales sensaciones.

Notó como su hijo se alejaba de su polla y aprovechó para acomodarse haciéndose el dormido.

El hijo incorporó a su padre se colocó detrás de el y le abrazó, primero su pecho deteniéndose en los pezones que se encogieron y endurecieron, luego fueron sus abdominales, bajó un poco más hasta llegar al vello pubital, que acarició con delicadeza, evitó, en lo posible, tocar el pene . Le olió el cuerpo y le besó el cuello.

Volvió a acostar a su padre con delicadeza y se puso su camisa. El contacto con la tela, el olor de la prenda le excitó. Era como si le abrazase, como si estuviera dentro de el. Se abrazó así mismo.

Miró a su padre, admirándole. Se imaginó besando esos  labios pero rechazó la idea. Igual lo despertaba y no quería pensar en la mirada de desconcierto  de su padre  y la explicación que debería darle.

Se decidió por ponerle el pantalón del pijama y luego, a su pesar, salir de la habitación, hacerse una paja y caer rendido hasta el día siguiente.

Le fue subiendo el pantalón, pero cuando llegó a la altura de los glúteos y los genitales...¿Cómo seguir?...Intentó levantarle las caderas cuando el húmedo glande de su padre le rozó los labios. El padre se estremeció.  El hijo se retiró instintivamente. Notó la humedad enfriarse en sus labios y se los lamió.....se quedó inmóvil saboreando aquel manjar algo salado, de un sabor desconocido pero agradable.

El padre se quedó desconcertado ante ese inesperado acontecimiento. Se estremeció, suspiró y se quedó relajado esperando la reacción de su hijo. Volvió a notar la respiración en la punta de su capullo y sabía lo que venía a continuación...

El hijo se acercó de nuevo y lamió con la punta de la lengua las gotas que manaban de aquel fruto. El padre se volvió a estremecer. El hijo paró. Pero no pudo contener su apetencia y, al ver que su padre continuaba inconsciente, se atrevió a intentarlo de nuevo. Le bajó el prepucio, dejándo todo el capullo al aire y le acercó los labios para lamerlo y saborear ese líquido. El padre suspiró entre ¿sueños?, el hijo se animó y lo metió entero en su boca como si de un helado se tratase. Padre volvió suspirar. Hijo volvió a mamar. Y así varias veces se dieron placer. El hijo quiso otra de sus fantasías eróticas y bajó su boca a los genitales para olerlos y saborearlos. Aspiró los olores de su padre una u otra vez, luego lamió el escroto velludo e, incluso, se atrevió a darle un pequeño mordisco a la piel que albergaba el fruto de su vida.

El padre volvió a suspirar y se estremeció otra vez. El hijo se decidió a no demorar la situación y decidió hacerle la gran mamada a su padre.

El padre notó como su hijo se metía el capullo en su boca y comenzaba a subir y bajar mientras con la lengua le hacía locuras al rededor del glande y metía la punta en su fluido canal.  Su boca bajaba y subía mientras que con su mano le masturbaba con mucha delicadeza. Pensaba que así le querría dar más placer... y lo estaba consiguiendo.

La polla de su padre se hinchó, el hijo lo notó, el glande aumentó y el padre se tensó, el hijo lo notó, el padre gimió, el hijo lo oyó, el padre descargó y el hijo lo recibió una y otra vez con placer. El hijo recibía de primera mano la simiente que le había creado y tragó y saboreó y mamó hasta la última gota, hasta que el miembro de su padre se fue relajando y la polla fue disminuyendo de tamaño entre sus labios.

El padre tuvo que morderse los labios  y agarrarse a las sábanas para no delatarse, pero su cipote se contraía reiteradamente soltando chorros de lefa que su hijo bebía. La húmeda boca de sus hijo seguía mamando hasta que su polla se fue debilitando.

El padre había tenido una de las experiencias más extrañas de su vida. Se había corrido como un semental sin dar síntomas de placer aparente, había disfrutado de la mamada que le había proporcionado su hijo y no había sido capaz de hacerle partícipe del placer que le había dado. Estaba extasiado pero disgustado por el engaño, sentía que había traicionado a su amado hijo. No se encontraba bien. Nada bien. Siguió haciéndose el dormido hasta que su hijo acabó de subirle el pantalón del pijama, le arropó y apagó la luz.

Notó que el hijo se alejaba de el, cuando se paró. se volvió y se acercó otra vez a él. Notó la respiración en su cara cerca de sus labios, notó como los labios se acercaban a los suyos y suavemente los besaron. Notó como la lengua de su hijo  lamían con suavidad y timidez  la rendija entre sus dos labios. Y, haciéndose el dormido, sacó la punta de su lengua para saborear la de su hijo. El chico se asustó y se retiró, tenía miedo de que su padre se despertara y se diera cuenta de todo lo que había pasado, en el fondo quería que todo saliera a la luz y jugársela, pero le dio pánico.

Se alejó de su padre y salió de la habitación.

El padre, entonces, comenzó a llorar sintiéndose un auténtico hijo de puta.

El hijo acabó por hacerse una tremenda paja en solitario en la frialdad de su solitaria cama abrazándose el pecho abrigado por la camisa de su padre y con una sensación placentera de haber conseguido algo esperado hace tiempo. Y durmió placenteramente toda la noche.

Ya sabéis: karl.koral@gmail.com