Pura Fidelidad

En la mesa de un bar, entre amigos, una pierna empuja, forcejea y logra colarse entre las mías...

Pura Fidelidad

Esa noche nos reunimos los seis amigos de toda la vida. Fuimos juntos a un concierto. A la salida nos demoramos en un bar probando bebidas de alta graduación. La idea era no llegar a viejos dejando algún trago sin conocer. Nos divertíamos de lo lindo. Discutíamos a los gritos sobre cualquier tema, como si estuviéramos otra vez en el colegio.

Ya se habían hecho las cuatro de la madrugada cuando la conversación derivó a la cuestión del sexo. Los varones parecían interesados en determinar si las mujeres prefieren hombres calentones, siempre listos, u hombres más bien indiferentes, difíciles de conseguir. Yo me había puesto del bando de los siempre listos, creo, pero la verdad no estoy muy segura de lo que dije en esos momentos. No es que estuviera perdida por el alcohol, sino que sentía la pierna del Negro, sentado justo al frente mío, empujando para meterse entre mis piernas y acomodarse allí. Levanté la vista asombrada y asustada. Todos los presentes eran también amigos de mi marido. Y más todavía de su mujer. Pero él me sonrió con una serenidad contagiosa. Tan contagiosa que lo dejé.

La discusión siguió, aunque yo tenía cada vez menos capacidad de concentración. Le pedimos al mozo otra bebida desconocida: ferroquina. Me tomé mi copa con cierta desesperación mientras sentía la pierna del Negro deslizándose rítmicamente por la parte interna de mis muslos. Hacía frío. Los dos llevábamos pantalones. Así y todo, poco a poco, me fui sintiendo cada vez más dominada por la relajación muscular, más cálida.

El juego se interrumpió porque debimos dejar paso a los que se levantaban al baño. Entonces una ducha de sentido común me volvió a la realidad. No podía hacer eso, era una locura. Cerré las piernas y decidí olvidar el asunto. Sin embargo, a los diez minutos, sentí otra vez el contacto de sus pies que aferraban mi pierna derecha y hacían fuerza para arrastrarla hacia él. Volví a abrir los ojos como huevos fritos. Miré a todos casi con pánico. Pero el Negro me devolvió otra vez una mirada transparente. Parecía tan divertido que no pude resistirme.

Lo dejé apresar mi pierna derecha. Me deslicé en la silla. Quedé con la nuca recostada en el respaldo, como si me venciera el cansancio. El también estaba recostado y apretaba fuertemente mi pierna entre sus muslos. Me sostuvo así, dándome un calorcito dulcísimo, el resto de la noche. Cada tanto sentía sus dedos aleteando sobre mis rodillas bajo la mesa. Ambos estábamos despatarrados en los asientos, pero parecíamos simplemente somnolientos y un poco borrachos.

Al fin tuvimos que obedecer a la mayoría, e irnos. Javier se despidió de mi exactamente como siempre. Me subí a mi taxi asfixiándome. Me di cuenta de que estaba completamente mojada. Abrí las piernas sobre el tapizado del auto buscando alivio para los demonios. Controlé la mirada del taxista por el espejo retrovisor y logré abrir el cierre de mi pantalón sin que me viera. Puse el abrigo sobre mis piernas y me acaricié. Rogaba al cielo que el taxista no captara el significado de mi respiración asmática. El hombre me miraba de tanto en tanto con nerviosismo. Algo tiene que haber percibido, pero yo no podía evitarlo.

Llegué a casa. Me desnudé tirando la ropa al piso y me metí en la cama donde dormía Horacio, mi marido. Lo abracé por la espalda, pegando el pubis sobre sus nalgas como una estampilla. Pasé apresuradamente una mano por su estómago buscando los elásticos del pijama mientras zambullía mi boca en su cuello. Debajo del pijama todavía tenía que lidiar con los elásticos del slip. Gemí sobre su nuca. Busqué el lóbulo de su oreja con la lengua. Se me hizo agua la boca cuando lo encontré y empecé a lamerlo al mismo tiempo que acariciaba la verga que, poco a poco, empezaba a cabecear desorientada.

Horacio todavía no lograba entender lo qué pasaba, pero su pija sí. Lo hice girar. El abrió los ojos, adormilado, y se dejó hacer. Empezó a decir algo, pero se interrumpió cuando me sintió sentándome encima de él, sobre su miembro duro y bien orientado. Yo estaba tan mojada que se deslizó dentro mio como un pez en un lecho barroso.

Ahhh........ -el sonido se escapó de su garganta.

Me parece que me estás cogiendo... -murmuró adelantando una mano hacia mis pezones.

Gracias a dios me cogió como es debido, servicial y atentamente. No sé lo que hubiera tenido que hacer esa noche si no. Ya había amanecido hacía rato cuando encontré la paz y me dormí con las piernas enredadas, por pura casualidad, alrededor del hombre correcto.