Pura adrenalina

Un matrimonio realiza un trámite burocrático, pero surge algo inesperado...

PURA ADRENALINA

Ella observó cómo su marido se fumaba en silencio su último cigarrillo, recostado en la única ventana que tenía aquel pequeño salón de espera, mientras observaba desde lejos el dibujo de su perfil, la mirada de él, un tanto endurecida por la cuota de amargura que cargaba, su pelo cada vez más empobrecido y canoso (pero muy bien cortado); ahora podía ver difuminado todo su rostro entre una laxa bocanada de humo, tan turbio y agonizante como lo que iba quedando del escaso amor entre ellos dos.

-¡Que hambre tengo! –dijo él, bruscamente--. Llevamos casi dos horas aquí y no nos atienden.

-Sí –susurró ella, distraídamente, mientras tomaba una de las revistas que reposaban en la mesa de centro del saloncito, una vez acomodada en el butacón, se perdió en su mundo ajeno, adentrándose en las excentricidades de la farándula y otros chismes irrelevantes, sórdidos, vacíos, mientras pasaban, sin prisa y tediosos, los minutos.

--¿Ustedes son los que vienen a hacer los tramites para el alquiler de la residencia? --dijo una voz masculina, dirigiéndose hacia ellos-- Yo los atenderé, pasen a la oficina, por favor.

Ella alzó la vista, y chocó de golpe con una mirada intensa, atractiva e inesperada. Ambos supieron al instante que perderían el control de "algo" si sostenían un segundo más aquella energía fulminante y loca de pupila a pupila. No contaban con eso, no fueron conscientes de lo que pudieron haber pensado en ese brevísimo espacio de tiempo, pero los dos concluyeron en esa fracción de segundo, en ese toque mágico y misterioso, que se deseaban de una manera irresistible e inexplicable.

Ya en la oficina, era el esposo quien respondía las preguntas, mientras el "empleado" se concentraba en registrar sus datos en el ordenador y ella en sus manos heladas e inquietas. Se notaba cierta tensión, ambos sabían que no debían mirarse de nuevo.

Alguien se asomó a la puerta, interrumpiendo la entrevista y preguntó si querían pizza, y el esposo exclamó:

--¡Sí, sí, trae todo lo que tengas por ahí, que tengo un hambre del demonio! --todos se rieron y se suavizó un poco el ambiente, aunque ella lo miró irritada, por su falta de tacto, por ponerse continuamente en evidencia.

Unos minutos más tarde estaban compartiendo los pedazos de la apetitosa pizza y en el vaivén de manos, platos y servilletas, uno de los dedos de ella rozó su brazo sin querer (¿o queriendo?)…y volvieron a devorarse con una fugaz y tórrida mirada.

Ya sabían que era imposible negar la atracción que sentían desde que se hipnotizaron en el saloncito; lo acababan de comprobar. Eso les dio tranquilidad, ya no había confusión ni dudas: se gustaban de una manera hechizante.

Durante la reunión todo estuvo en orden y bajo control. Cuando ella tuvo que dar su nombre y demás datos formales que descubrían su identidad, apenas expresó emoción en su rostro, nerviosismo o alteración evidente.

--¿Eres casada? –le preguntó.

--Sí, claro --le repuso parcamente, con un levísimo poso de resignación en la voz, y él sonrió, mientras el celoso marido hacía una pequeña mueca de desaprobación.

--El viernes vengan a recoger el contrato --les dijo--, voy a darles a cada uno mi teléfono escrito en un papel por si necesitan contactar conmigo.

Hablaba con aparente soltura, indiferente, casi sin insistir en mirarlos, pretendidamente concentrado en reorganizar unos documentos que debía entregarles a cada cual por separado.

Hubo una última mirada entre los dos, profunda, nerviosa, tensa, unida a una leve (casi imperceptible) sonrisa, en el instante en que el esposo firmaba sus documentos y no los podía ver. Luego siguieron palabras distantes y cordialmente rutinarias de despedida y respeto.

Camino a casa, mientras el esposo conducía el automóvil, ella abrió el papelito donde debía estar escrito el teléfono de aquel hombre tan especial, pero en vez de números, había letras de una agradable caligrafía, donde pudo leer: "niña bonita", y sonrió secretamente complacida.

El viernes estaba lloviendo a cántaros. Al marido se le había olvidado la cita, pero a ella no. Él había tenido un día muy atareado y complicado en su trabajo, pero ella le recordó con insistencia su compromiso y pasaron por el edificio donde estaba ubicada la oficina.

--Está lloviendo mucho y no he traído paraguas --dijo el esposo--. Y en esta zona es imposible aparcar.

--Lo mejor es que me dejes en la entrada y yo subo a recoger el contrato

-Ah, de acuerdo, te espero por aquí.

"Corrí a toda velocidad por el vestíbulo, el ascensor iba más lento que nunca, mi corazón y mis nervios intentaban normalizarse. Mi respiración estaba alterada como no recordaba en mucho tiempo, las mejillas me ardían cuando llegué a su piso. Al entrar en la oficina una adusta y seca secretaria me atendió con frialdad y me entregó el contrato, dentro una carpeta plastificada.

--¿Esto es todo? –pregunté, contrariada.

--Sí, solo eso.

¡Que frustración sentí! No lo pude ver aunque fuese de lejos, saber que existía, que era real, que le resulto atractiva, que le despierto deseos, que me gusta su seducción, que quedé atrapada de su magnetismo

Mientras bajaba sola y desilusionada en el ascensor, en uno de los pisos, como caído del cielo, entró él con alguien más. Nos miramos, nos saludamos sin demostrar confianza ni amistad, pero ambos sentimos alegría y nerviosismo. Él continuaba la conversación con su amigo, manteniendo la cordura (aunque ya estaba desequilibrado, desconcentrado de todo). Al llegar al segundo piso supuestamente debían quedarse los dos, pero le dijo a su compañero que se fuera por delante, que él ya regresaría."

"Verla al entrar en el ascensor fue una sorpresa total, yo creía que no la volvería a ver. El día que la atendí a ella y a su marido en la oficina, sí que percibí fuego entre nosotros, atracción, locura, en las breves miradas que cruzamos. Pero era su marido el que llevaba la voz cantante y jamás pensé que ella se atrevería a regresar sola, y sin embargo allí estaba, deslumbrante, produciéndome una descarga de atracción brutal. Disimulé lo mejor posible delante de mi compañero, buscando una excusa para quedarme a solas con ella. El estómago me palpitaba, el corazón me galopaba, su aroma me mareaba…"

"Nos quedamos solos en el ascensor que descendía, no hablamos nada, rígidos, tensos. Una breve sonrisilla morbosa y esquiva asomaba a mis labios y una mirada pícara y ardiente en sus ojos. Mi vista divagaba un poco, pero él me miraba directamente, con intensidad. Yo sentía que su mirada me recorría todo el cuerpo. Yo vibraba a distancia.

Sentíamos nuestra energía, nuestra respiración diferente, cargada de deseos, comenzábamos a reconocernos como animales, expidiendo pura adrenalina, ruborizándonos, a la vez que sentía mis genitales muy calientes y henchidos y me percataba de cómo mi humedad traspasaba mi ropa interior y rociaba el interior de mis muslos

Pero llegamos al primer piso, y por un instante se rompió la magia. Hice un leve intento por salir formalmente de allí, pero su mano me cerró el paso (él sabía que podía hacerlo), pulsó rápidamente para subir de nuevo a otros pisos y yo no ofrecí resistencia, se cerró la puerta; nuevamente nos quedábamos solos en aquel reducido espacio que se hacía íntimo por obligación."

"Cuando mi compañero salió del ascensor, casi no hizo falta que nos mirásemos. Nos percibíamos, nos comunicábamos sin palabras. Ella sonreía, creo que sin darse cuenta, y yo no podía apartar mis ojos de su cuerpo; su cara me la sabía de memoria: se me había quedado grabada durante su anterior visita, varios sueños y fantasías me la habían convertido en imborrable.

La tensión se podía palpar, mientras el ascensor bajaba. Éramos dos animales encerrados, pero dos animales que se deseaban. Por debajo de mi cinturón, sentí que una erección me torturaba, gritándome que aquella mujer era "la mujer" que necesitaba.

Llegamos al fatídico primer piso, dónde ella debía bajarse, y así lo intentó, pero… ¡ahora o nunca! Adelanté una mano y la detuve con suavidad, aquello selló el pacto, se detuvo, intuí que aliviada por mi gesto. Las puertas se cerraron y casi a ciegas, pulsé el piso más alto que pude encontrar."

"Me sentí "secuestrada" pero dulcemente secuestrada. Nos miramos y ya no pudimos aguantarnos. La distancia física se hizo muy corta de inmediato, mientras un beso pasional abría las puertas al desatino y a la locura. Se pegó fuertemente a mí, haciéndome sentir su virilidad, al tiempo que me apretaba las nalgas con sus manos. Adelanté una mano para acariciar sus partes, que ya estaban a punto de estallar y él me volvió de espaldas, subió mi falda, apartó hacia un lado mis empapadas bragas y me penetró con su durísima polla hasta el fondo, mientras mi ajustada y jugosa vagina vibraba por sí sola, sin tener control sobre ella y sus contracciones, tragándose con gusto su falo erecto, agarrándolo fuertemente para no dejarlo escapar.

Yo estaba apoyada en el tubo pasamanos de una de las paredes del ascensor, inclinada hacia delante, la carpeta del contrato se me cayó al suelo, y todo mi recato también. Su mano derecha sujetaba una de mis tetas y con la otra supervisaba el subir, bajar o parar el ascensor. Así me embestía, con gusto, con deseo, con placer, con efusividad, haciendo rotar sus caderas en cada una de aquellas frenéticas acometidas. Nunca había experimentado disfrutar el sexo con tan alto nivel de adrenalina, en un lugar tan impropio, con la tensión de ser sorprendidos. Aquel hombre me acaparó toda para él y yo me entregué toda entera sin obstáculos ni condiciones. No hubo tiempo para el pensamiento racional, ni para la palabra, sólo se escuchaban inevitables gemidos salidos del placer más fogoso que hubiese tenido en toda mi vida."

"El ascensor subía y su mirada me decía que quería quedarse allí. Hay miradas y miradas y aquella mirada era

Juntamos nuestros cuerpos, que exhalaban calor y olor de pasión desatada, el beso fue voraz, desesperado, entregado. Normalmente soy impulsivo, aunque no tanto, pero aquella situación me superaba. Nada en el mundo habría podido evitarlo, y menos después de notar su mano acariciándome la entrepierna, le di la vuelta y la incliné hacía delante, le aparté las bragas (no tenía tiempo ni ganas de quitárselas) y vi como el nacimiento de los muslos le brillaba, mojados por su transparente flujo.

La penetré lo más suave que pude dadas las circunstancias, y me deslicé dentro de ella, notando la más dulce y caliente sensación que recuerdo. Nos acoplamos mágicamente, sus labios vaginales parecían besarme y su vagina se contraía como si saludase a mi pene, como si lo conociese de toda la vida.

Darle mi entrega y manejar el ascensor al mismo tiempo, aceleraban mi corazón; era el edificio donde trabajaba, era mi ascensor, nos podían sorprender en cualquier momento, pero eso aumentaba el morbo del encuentro, eso intensificaba el placer de acariciarle los senos, la delicia de contemplar su culo desnudo. Gemíamos, claro que gemíamos, como lobos enrabietados gemíamos, y eso que ella se mordía los labios y yo retenía en mi garganta irreprimibles gruñidos."

"--Toma mi leche, niña…--me dijo en un hilo de voz, mientras sentía cómo su cuerpo se hinchaba aún más dentro del mío y como se derramaba con fuerza, terminando con un beso en mi nuca, mientras me abrazaba muy fuerte; después su tensión se aflojó y soltó un suspiro de placer. En el mismo instante tuve un orgasmo fantástico por lo prohibido y salvaje del intercambio.

Fue excitante, loco, rápido, desatinado, intenso, maravilloso.

Nos separamos sin perder tiempo, él tenía a mano un pañuelo con el que se limpió un poco a toda velocidad, y yo luego me quede con él, colocándolo entre mis piernas, dentro de las bragas, cubriendo la entrada de mi coño para que fuera absorbiendo poco a poco todos sus jugos que habían quedado dentro de mí, en ese contacto tan primitivo y salvaje. Tuvimos que calmarnos rápido, respirando hondo, reímos esta vez cuando nos miramos, más relajados. Se sentía con intensidad un puro olor a sexo en el ambiente."

"—Toma mi leche, niña… --le dije, mientras me volcaba dentro de ella, mientras le entregaba mi semen y hasta mi vida le hubiese entregado (la pequeña muerte, le llaman al orgasmo), en el último momento cambié mi impulso de morderle el cuello por un beso en la nuca, estaba casada y no podía regresar a su casa marcada por unos dientes extraños. Ella sí me mordió a mí el dedo pulgar cuando se corrió.

Por cómo arqueó la espalda y las contracciones de su sexo, noté su orgasmo en todo mi cuerpo, pura electricidad nos fundió en uno solo.

Las piernas me temblaban, estaba casi mareado, pero había que recomponerse a toda prisa. Cuando ella tomó el mojado pañuelo de mi mano, y se lo metió en las bragas, me dirigió una mirada como he visto otra igual jamás. Ella lo hizo por instinto, pero era una alegoría vudú, quería tener algo concreto de mí, para llevárselo pegado a la parte más íntima de su cuerpo."

Los dos estaban un poco sudados, pero sus ojos reflejaban felicidad y un mucho de picardía. No salían del asombro, nada había sido planificado. Él sí le dio esta vez su teléfono, y antes de quedarse en el segundo piso le dijo:

--Llámame, por favor –le pidió él--. ¿Recogiste el contrato?

--Sí --fue todo lo que ella acertó a contestar, hasta sus palabras se querían quedar con él.

Se cerró la puerta y ella perdió su imagen. Llegó al primer piso. Fuera seguía lloviendo intensamente. Allí la esperaba su marido. Ya en la calle se dio cuenta de que se había olvidado el contrato en el ascensor.

No corrió hasta el coche, se demoró andando embelesada, abstraída; quería que la lluvia la mojase, y la fresca lluvia lamió su piel con abundancia, mientras su esposo la observaba atónito.

--¿Todo bien?

--Sí.

--¿Y esa locura de mojarte?

--Es el primer aguacero de Abril

--¡Bah…! Tienes unas cosas que no puedo entender… ¡Cada día estás más idiota…!

Ella no quiso responderle, aún estaba ensimismada con la experiencia que acababa de tener.

--¿Recogiste el contrato?

--No, no estaba todavía. Vengo el lunes sin falta a buscarlo.

FIN