Puntual...

Debes de ser, si eso que tanto anhelaste no quieres perder.

Nada más entrando a la farmacia, Gabriela se puso colorada. Necesitaba comprar condones, pero le daba vergüenza. Su novio la había estado presionando para tener relaciones y ella, luego de negarse por unos días para no parecer una chica fácil, había decidido decirle que sí. Lo había llamado por teléfono y quedaron de verse, sin saber él cual era el motivo de la cita, en el parque, a las cinco.

Para suerte de la muchacha, no había más clientes en el establecimiento. Tomó el primer paquete de preservativos que vio y, haciendo un gran esfuerzo por vencer su pena, se dirigió hacia la caja. Pagó sin siquiera mirar al empleado y salió del lugar, aliviada y ansiosa de que dieran las cinco.

Ella deseaba tanto o más que Andrés una noche de sexo, pero no habría sido correcto aceptar a la primera. Ya había transcurrido suficiente tiempo para no verse indecente, así que era hora de que su mano dejara de tener la exclusiva de la verga de su amor. Caminó apresuradamente hasta el lugar de la cita y se sentó en una banca, a esperar.

Los minutos pasaron. Cinco, diez, quince, veinte y él no tenía para cuando. El rostro de Gabriela reflejaba una gran molestia, la que le provocaba el tratar de adivinar la razón por la que su novio no llegaba. Aunque quiso pensar que su tardanza podía deberse al tráfico, a que había escuchado otra hora o porque algo malo le había sucedido, no pudo evitar que una idea se fijara en su mente como la más probable: él la engañaba y en ese preciso instante, estaba cogiendo con la otra.

Sumamente furiosa y pasados treinta minutos de la hora acordada, la jovencita decidió marcharse, acompañada de la amarga imagen de la infidelidad. Si hubiera aguardado dos minutos más, se habría dado cuenta de que estaba exagerando, que los motivos de la demora de su novio eran más simples. "Porque se me hizo tarde", le habría dicho él. Pero eso no sucedió y la chamaca se fue, dispuesta a utilizar los condones con ese vecino que tantas veces le había rogado por un simple beso.

Por su parte, Andrés también comenzó a imaginarse cosas cuando descubrió que su novia ya no estaba. Muchos pensamientos pasaron por su cabeza, pero ninguno se acercó a la realidad. La verdad era que por esos treinta y dos minutos de retraso, él había perdido cien de placer. Cien que otro, no muy lejos de ahí, estaba a punto de disfrutar en su honor.