Puesta en escena...para un marido cornudo

En una calurosa tarde veraniega dos hombres y una mujer comparten piscina, jardín y... algo más. Ajenos a la presencia que los observa, ella y uno de los hombres acaban dejándose llevar por el calor.

Pedro no pierde detalle. Se acomoda en la silla de playa en la que está sentado frente a nosotros; más que nervioso se diría que está excitado. Cuando me he unido a ellos charlaba con Teresa y mi llegada pareciera haberles interrumpido en el peor momento. Para aligerar la tensión he comentado algo sobre lo buena que estaba el agua y les he preguntado si de verdad no querían darse un baño. Antes de incorporarme definitivamente a la conversación me he secado con una toalla. Después me he sentado con Teresa en el banco del porche. Ante nuestros ojos Pedro y más allá el jardín y la piscina.

- Ay, me vas a mojar toda - ríe Teresa cuando después de levantarla hago que se siente en mi regazo. El calor es intenso, pero mi bañador todavía está mojado después del chapuzón y moja la parte trasera de sus muslos. La rodeo con mis brazos y ella enrosca el suyo a mi cuello. Me gusta abrazarla, que se recueste sobre mi pecho desnudo, que sus cabellos rubios dosifiquen en cada movimiento la dosis de fragancia con la que embriagarme. La conversación fluye, va de lo abstracto a lo concreto, tratamos de diseñar planes para lo que queda de tarde de verano. Siempre con Teresa sentada sobre mis piernas, con las flores amarillas estampadas en su vestido corto absorviendo la humedad de mi traje de baño, siento un calor para el que poco sirve la jarra de agua con hielos que tenemos a nuestra izquierda. Se lo hago saber hasta provocar de nuevo sus risas.

- ¿Qué pasa, de qué os reís? - pregunta Pedro. Teresa vuelve la cabeza, me mira, luce una sonrisa pícara.

- ¿Se lo digo? - me pregunta. Yo me encojo de hombros, dejo el devenir de los acontecimientos en la espontaneidad de Teresa. Me besa, apenas un roce de nuestros labios, luego vuelve a mirar a Pedro y lo suelta: dice que le estoy poniendo la polla dura . Busco su mirada, hace una mueca, quizás la réplica lo ha dejado confuso, pero no soy capaz de traducir la expresión de su rostro, aunque supongo que no le debe extrañar. El trasero de Teresa lleva apenas cinco minutos sentado en la parte más alta de mis muslos, traspasándome su calor, sintiendo su roce, y mi cuerpo reacciona de la manera más natural posible.

Sabedora de los efectos que su presencia en mi regazo me provoca, Teresa se carga de malicia. Se incorpora ligerísimamente, hasta hacer que entre nuestros cuerpos haya únicamente un leve roce, mucho más sutil, mucho más excitante. Se mueve, dibuja círculos, me tortura con el roce de sus nalgas duras y cuando quiere acierta a sentarse justo en mi polla que no deja de crecer. En uno de sus movimientos la agarro y la levanto, quiero comprobar algo que llevo sospechando desde que la senté sobre mí. Teresa ríe cuando yo levanto el bajo de su vestido para comprobar que no lleva ropa interior. Cuando la siento de nuevo sobre mis piernas me ocupo de que lo haga con el vestido recogido, para que el bulto indisimulado que el rabo comienza a dibujarme bajo el bañador reconozca la forma de su vulva. Pedro ha seguido mis gestos con la mirada; desde su perspectiva ha tenido una visión nítida del pubis desnudo de Teresa, pero no se ha sorprendido, sigue llevando las riendas de la conversación como si tal cosa. A mí me cuesta más seguir hablando, Teresa ha conseguido que la sangre prefiera concentrarse en otra parte en lugar de irrigar mi cerebro. Estoy muy cachondo y Teresa no deja de restregárseme. Mis manos enseguida buscan sus pechos. Ella las guía y comienzo a sobarlos por encima del vestido. Quiero follarla y la presencia de Pedro a apenas un par de metros no me detiene, al contrario, me estimula aún más. Busco la manera de soltar su vestido playero y al final son las ansias de calibrar la dureza de sus pezones las que me llevan a colar los dedos entre los botones que lo cierran por su parte delantera.

No puedo más. Hasta Pedro se ha dado cuenta y se ha hecho un silencio sólo roto por mi respiración pesada y el rumor de la tarde al otro lado de la vaya del jardín. Pido a Teresa que se levante, y mientras ella se desnuda, yo también a tirones consigo bajar mi bañador. Antes de dejarla caer de nuevo sobre mi regazo agarro su trasero, y ayudándome de las manos separo sus nalgas todo lo que puedo, entierro la cara y mi lengua comienza a deleitarse en su coño.

- Joder, qué bueno - escucho. Ha debido ser Pedro, porque Teresa sólo es capaz de expresarse mediante gemidos. Sin embargo no levanto la cara para comprobarlo. El coño de Teresa está a punto de caramelo y sólo quiero lamerlo. Mi lengua se hunde en su vagina, siento los labios replegarse, abrirme paso cuando empujo. Mantengo la cara enterrada en su raja y sacudo su cuerpo. La risa a Teresa se le mezcla con gemidos imposibles de controlar. La saliva tiene un regusto a sus flujos cuando fuerzo la garganta para tragar un pelo de su coño. Sigo sentado en el banco, pegado a la espalda de Teresa, que, con las piernas ligeramente flexionadas, es incapaz de emitir más que prolongados gemidos de placer. Hace ya un buen tiempo que la humedad se ha adueñado de su cuerpo, Teresa se sacude sin saber muy bien qué hacer con sus manos pero yo no me detengo. Quiero que se corra en mi boca y muy pronto lo consigo. Prolongo el orgasmo todo lo que puedo, y al retirarme tiro debilmente de la carnosidad de su labio con mis dientes y mi lengua extiende un hilillo de flujo hasta su ojete.

Teresa está rendida, se ha dejado caer de nuevo sobre mí. Muevo su cuerpo de manera que mi polla quede presa entre sus nalgas. Todavía no quiero penetrarla, quiero prolongar la excitación todo lo posible. Ella me da la espalda, sobre el hombro de Teresa observo la figura de Pedro. Permanece sentado frente a nosotros, serio, atento, distingo también en él un bulto bajo sus bermudas. Tengo la polla dura y crecida, pongo a prueba su aguante moviendo el cuerpo de Teresa sobre ella. Agarro sus nalgas, la atraigo hacia mí y luego la empujo hasta casi las rodillas; el roce con su cuerpo provoca que la piel de mi rabo se repliegue, hasta que emerge el capullo enrojecido. Sigo moviendo su trasero sobre mi polla hasta que a ella la respiración se le calma y a mí el pulso se me acelera.

- Cómemela - le pido. Teresa se baja de su trono y pesadamente se pone en cuclillas entre mis piernas. Se le ve fatigada pero en cuanto su mano eleva mi polla, una de esas sonrisas suyas rebosantes de picardía le ilumina el rostro. Quiere devolverme el placer y pone todo su empeño. La mama rápido, hundiendo buena parte de mi polla en su garganta y moviendo la mano al unísono. Le pido que baje el ritmo si quiere que resista sus ansias y así lo hace. Antes de cerrar los ojos y dejar caer mi espalda contra el respaldo veo a Pedro que no pierde detalle, aunque el cuerpo de Teresa se lo eclipsa tiene que imaginar mi polla desapareciendo una y otra vez en la boca de Teresa. Siento la lengua subir por el tronco de mi verga, rematar con un lengüetazo en el glande, volver a los huevos y jugar con ellos en su boca. Luego mama despacio, de puta madre. Mis manos buscan su cabeza, recogen sus cabellos para que no le caigan sobre la cara y Teresa lo agradece tragándose toda mi polla. Retiene mi verga al calor de su garganta y cuando la deja escapar algo parecido a una telaraña de babas se extiende entre mi pene y su cara. Me mira a los ojos, escupe sobre mi glande y vuelve a comérsela entera.

- Ven - digo simplemente, y ella comprende. Se monta de nuevo sobre mis piernas. Vuelve a darme la espalda, a mirar desnuda y de frente a Pedro. Yo mantengo mi polla levantada con una mano mientras con la otra ayudo a Teresa a guiar su cuerpo. Cuando mi glande roza ya la entrada a su vagina se detiene, levanta la cabeza, mira a Pedro que nos observa y finalmente se deja caer. Mientras se clava en mí deja escapar un gemido exagerado. Al principio Teresa no se movía, se limitaba a estar ahí, sentada sobre mis piernas como antes, aunque ahora toda mi polla estuviera alojada en su coño. Miraba a Pedro, que ya no era capaz de seguir con la conversación y se limitaba a esperar acontecimientos. Mis manos trataban de elevar el cuerpo de Teresa, de hacerlo subir y bajar, hasta que finalmente encontré la complicidad de mi compañera de juegos y empezamos a follar despacio. Subía lento, sin dejar escapar mi rabo, y se dejaba caer pesadamente, torturándome, provocando un eco hueco al chocar de nuestros cuerpos y el crujir del banco donde estábamos sentados. Mis besos se perdían en su espalda, mis manos solo abandonaban sus caderas para, abrazándola, alcanzar sus pechos redondeados. El sol empezaba a hacer brillar el sudor que caía por su piel bronceada cuando le pedí que cambiara de postura, ya estaba bien de follar para Pedro, ahora quería mirarla a la cara. Teresa se mueve lento, me desmonta por un instante y rápidamente busco ofrecerle de nuevo mi polla como guía para su cuerpo. Se vuelve a insertar en mí, cuando estoy completamente dentro busco sus labios y nos besamos hasta casi mordernos. Rápidamente empieza un traqueteo, sus brazos me rodean, sus pechos golpean el mío en cada movimiento, en cada impulso que mis manos acompañan a sus caderas.

Teresa permanece enroscada a mí cuando la levanto como un trofeo. Deja de botar por unos instantes, no quiere dejar escapar mi polla. Busco un trozo de suelo que no arda por el sol y me dejo caer con Teresa de espaldas. Su cuerpo se arquea, sus piernas se recogen, yo me levanto sobre mis brazos y empiezo a caer sobre ella de nuevo. Rítmicamente, tratando de prolongar lo inevitable, follamos sobre las baldosas del patio bajo una mirada de Pedro que intuyo puesta sobre nosotros pero que ya no me preocupa. Teresa requiere toda mi atención, vuelve a gemir como antes, casi de manera estridente, ya empiezo a conocer las reacciones de su cuerpo. Cuando cierra los ojos y se muerde el labio sé que se va a correr. Aguanto las sacudidas de su coño, las contracciones de sus paredes, la beso en el cuello mientras hago una pausa en mis idas y venidas. Después mi polla la martillea con fuerza, tratando de alargar el orgasmo y la descarga que la recorre de punta a punta. Teresa me rodea con sus piernas, haciendo casi un nudo sobre la parte trasera de mis muslos, como si no quisiera dejarme escapar. Sé que no voy a ser capaz de resistir su furia mucho más.

- ¿Dónde quieres que me corra? - pregunto sin tener muy claro quien espero que responda.

- Córrete dentro - la voz de Pedro vuelve a sonar después de un rato. Miro a Teresa buscando su conformidad, pero el placer le ha vuelto sus ojos blancos. Hago caso. Inicio una nueva tanda. Siento mis músculos tensos, los cojones duros y la polla a punto de reventar. Trato de dar todo el impulso que puedo a mis acometidas, quiero surcarla entera. De repente el coño de Teresa se aprieta, quiere exprimirme, intento volver a empujar y me corro. Me detengo, me dejo caer sobre su cuerpo y permanezco abrazado a ella hasta que mi polla no expulsa la última gota de semen.

- Tu mujer es una maravilla, folla de puta madre - digo volviendo la cabeza hacia Pedro y todavía resoplando. Él sonríe orgulloso, Teresa transporta un beso en el dedo desde sus labios hasta mi boca y cuando retiro la polla, una espesa mezcla de fluidos comienza a escapar pesadamente del coño sudoroso de Teresa.