Puerto Escondido
Mi nuevo amor: Deleite de la humedad de la playa y su lengua entre mis nalgas.
Mis rodillas se hundían en la arena.
Mi pecho se hunda en la arena.
Me abrazaba de los tobillos de Christian a la altura de mis hombros.
No podía levantar más mi cadera; no podía ofrecérsela más.
Sus manos se posaban en mis nalgas: Las abría con ansiedad, como si quisiera entrar por completo en mi cuerpo.
Sus testículos como dos pesadas esferas de acero golpeaban mi hinchado clítoris. La humedad de nuestro sexo salpicaba a cada golpe, cada vez más, creciente como la locura animal desplegada en sus gritos y en mis gemidos que me eran una herramienta para soportar sus embestidas, la fuerza de sus manos, el golpe de su cadera y ese enorme pene que se abría camino en mi.
Mi cuerpo y el calor de la playa se conjugaron en el entendimiento de sus manos.
mis músculos cedieron a su deseo y permitieron la apertura que tanto buscaba.
Las embestidas frenaron de golpe.
Salió de mi vagina el palpitante pene; Sus manos imprimieron mas fuerza.
Todo en mi era sensibilidad, sentí su respiración acercarse.
La barba de Christian, llena de sudor, acarició la abertura de mis nalgas para dejar paso a su lengua que recogió el jugo de nuestra faena para llevarlo como sorbo hacia mi ya dilatado ano.
Con sus dedos, Christian trataba de rasgar lo imposible; estaba ciego de deseo, poseído por completo por su lado animal.
Depositó nuestras humedad en mi y se levantó de nuevo.
La punta de su pene se colocó en la entrada.
dejé caer por completo mi cara, de lado, en la arena, para ayudarle a entrar en mi.
Ahora eran mis manos las que me abrían para el.
Sentía el torrente sanguíneo de la punta de su pene que se deslizaba con facilidad en un solo movimiento que se sentía eterno, pero que me dejaba acariciar con mi interior, las fuertes texturas de las venas y los nervios que recubrían el fuerte falo que quería alojarse en mi.
La respiración era fuerte pero lenta, la exhalación en un gemido ahogado, dejó entrar a Christian por completo; sus testículos ahora reposaban en los hinchados labios mi vagina que como una boca los besaban y mantenían cerca.
Estuvimos así por momentos que parecían eternos, hasta acoplarnos a ello; al sudor, a los fluidos, a la arena, al sol, al olor a sal; a su pene en mi.
Con mis manos abriendo mis nalgas, las suyas en mi cintura, sus rodillas dobladas y y sus piernas cayendo como dos fuertes columnas a mis lados, empezó el bombeo.
Sin distinguir entre el dolor y el placer, su penetración era cada vez mas profunda.
Garraspeaba su garganta como la bestia que quería representar; yo gemía agudo, resoplaba para ajustar las fibras de mis manos.
El cansancio y el cúlmen del deseo le hizo enterrar su pene al fondo, su silencio y su quietud me anticiparon lo que venía.
Emitió un suspiro profundo, sus manos perdieron fuerza al rededor de mi cintura.
Sentí a Christian entero representado por su pene: ensancharse e hincharse antes de que sus incontrolables espasmos coordinaran la desbordante eyaculación que dejaba suceder en el interior de mi cuerpo.
Sus contracciones tomaron ritmo, y cada una de ellas era acompañada por un disparo de semen en mi; que fue tanto, que desbordaba mi ano y resbalaba en mi vulva, acariciando sus testículos y caía por mis muslos hasta fundirse en la arena.
Mi amante drenaba su cuerpo mientras salía de mi.
El sol se hacía radiante y el sonido del mar se hacía presente.
cuando por fin salió por completo y mi cuerpo expulsó los borbotones de semen y fluidos, volvimos a la realidad.
Se dejó caer a mi lado, desnudo, empapado de sudor.
mis manos soltaron mis nalgas por fin. La tarea había concluido, deslicé mis rodillas haca afuera para recostarme completamente boca abajo.
Respiramos para reconfortarnos antes de reírnos de una especie de vergüenza sin serlo, por haber cedido a lo animal.