Puedes llamarme Nicole

Cuando me pare frente al gran espejo de la habitación de mi madre termine de perder la cabeza, lo único que veía desde mi lugar de espectador era a una sensual mujer de cabello castaño en melena, profundos ojos cerúleos, con gruesos labios, unos pechos de tamaño promedio que acentuaban su figura...

Bienvenidos todos a mi historia, soy Matías y comencé a escribir este diario porque necesito dejar testimonio de lo que me está ocurriendo o si no, ¡me volveré loco! Si ya no lo estoy. No puedo contarle esto a nadie, mis amigos solo se reirían y mi familia de seguro querría internarme en algún hospital psiquiátrico o exorcizarme.

Pero intentaré explicaros que es lo que sucede, soy un adolescente y a veces mi cabeza va demasiado rápido incluso para mi gusto. Vivo con mi familia en una ciudad pequeña en el sur del país, mi familia es lo que se podría decir acomodada, mi madre, una mujer joven, hoy con treinta y cinco años quedo viuda cuando yo tenía seis años, mi padre un joven político, fue acribillado cuando iba por mí al cole, justo en el momento en que yo corría eufórico a sus brazos. Mi abuela también vive con nosotros, se la pasa todo el día con el rosario en la mano no se si rezaba por mi o por mi padre.

Producto de ese hecho mi infancia se cortó abruptamente, los juegos de pelota fueron remplazados por visitas al psicólogo y a terapia, los amigos de mi edad reemplazados por adulos que intentaban explicarme como debería de comportarme y que tenía que sentir después de haber vivido algo así. Mi madre se preocupaba mucho por mi e insistía en que algo debía de andar mal en mi cabeza pues nunca lloré ni demostré mi dolor, me mantuve firme como mi padre siempre me repetía, ¡Los que somos líderes no podemos permitir que los demás nos vean sufrir, pues debemos ser el pilar en el que ellos se apoyan! Y tú eres el pilar de esta casa cuando yo no estoy, me repetía siempre que volvía a casa con una rodilla magullada o un moretón por ir jugando a lo loco.

En fin, lo que quiero contaros no es sobre mi infancia. Es algo que me ocurre hace algunos meses. Ya les había mencionado que soy un adolescente, estoy en mi último año antes de comenzar la universidad, lentamente comenzamos a retornar a las clases presenciales después de casi un año sin pisar el cole. Igual que todos los chicos de mi edad yo estaba bastante emocionado por volver a reunirme con mis amigos, la verdad es que los extrañaba muchísimo, pasar tiempo con ellos era un bálsamo para mí, pero jamás lo admitiría frente a ellos.

Pero bueno ya no divago más, ¡perdonadme! Lo realmente serio comenzó mientras me preparaba para el retorno a clases, mi cole es de esos que cualquiera llamaría “exclusivo”. Con casi 100 años de prestigio, la reputación lo es todo. Los alumnos como la cara visible de la institución debíamos vestir adecuadamente en todo momento, es decir usar un horroroso y monótono uniforme.

Cuando mi madre me dijo que había sacado mi uniforme del armario y lo había dejado sobre mi cama para que me lo probara, y ver si aún me quedaba sentí una corriente subir por mi columna vertebral hasta mi nuca, una sensación que aún no sé cómo describir, pues era una mezcla entre placer y angustia. Ese debe haber sido el momento en que todo inicio.

Recuerdo que dejé mi Nintendo switch a un lado y me dirigí a mi cuarto para ver lo del bendito uniforme, cuando entré al cuarto pude ver sobre mi cama el aburrido pantalón gris, unas camisas blancas y una chaqueta azul marino de cortes rectos, con un enorme escudo de armas bordado en dorado sobre el pecho.

Nada más probármelo noté que sería imposible para mí volver a usarlo, el pantalón me apretaba de los muslos y apenas me subía del trasero, pero me quedaba bastante flojo en la cintura. Y la camisa que antes marcaba mi abdomen y pectorales, también estaba algo mas suelta, es cierto que este último tiempo estaba comiendo menos, mi abuela me llamaba la atención constantemente, pero no creí que de verdad hubiera perdido tanto peso. Siempre fui un chico atlético, aficionado al tenis como mi padre, pero ahora cuando me miraba al espejo de mi cuarto la imagen que me devolvía era la de un muchacho algo flacucho, pálido, ojos almendrados, color miel con algunos destellos cerúleos, cabello castaño atado en una coleta rápida con la que iba siempre por casa, pues me llegaba hasta los hombros. Con una camisa blanca que no alcanzaba a llenar y un pantalón gris que se ceñía a mis muslos y que marcaba mi trasero de forma escandalosa, parece que toda la grasa y músculos que perdí se fueron ahí y a mis muslos.

Al verme así frente al espejo, inconscientemente comencé a adoptar distintas poses, marcando las caderas, poniendo una pierna más atrás haciendo que se realzara el tamaño de mi culito, elevando las caderas, solté mi cabello y jugaba con el, hasta llegue a pensar que con un poco de maquillaje cualquiera diría que era una chica posando con el uniforme de su novio, pero tan pronto como esa idea llego a mi cabeza, me sacudí y salí de ese extraño trance en el que había entrado, reconozco que me asuste. Yo nunca había tenido pensamientos de ese tipo antes, al contrario, siempre me agrado mí masculinidad, pero algo en mi se había despertado con esa idea, podía sentirlo en mi pecho y un escalofrío volvía a recorrer mi espalda y subía hasta mi nuca, se me erizaba la piel solo mirarme de reojo en ese espejo. Pero no fue todo, les puedo jurar que vi como mi propio reflejo me sonreía de forma irónica.

Confundido lo único que pude hacer fue quitarme ese uniforme y salir de ahí sin mirar atrás, cuando mi madre me pregunto por el uniforme, solo le dije que necesitaba otro. Me dijo que tomara su tarjeta y entrara al sitio de la escuela para encargar uno nuevo, que ahora era imposible que fuéramos a la tienda del campus a comprarlo por las restricciones sanitarias que aún estaban vigentes y de paso aprovechara para pedir lo que me hiciera falta antes de comenzar.

No fue hasta unos días después cuando recibí el paquete que debía ser mi nuevo uniforme, ahora recuerdo que algo dentro de mi se aceleraba al sostenerlo, casi como si estuviera emocionado. Subí a mi cuarto cerrando la puerta tras de mí, me senté sobre mi cama y puse el paquete sobre mi regazo, una caja sellada con una cinta en la que se repetía el patrón del escudo de armas del prestigioso colegio, una vez más.

Busque en mi escritorio algo para abrirlo y me percate que mis manos temblaban sin razón, en ese momento solo me pareció curioso, hoy cuando escribo esto entiendo que no solo era un temblor, era el síntoma de algo más grande que comenzaba a despertar dentro de mí.

Cuando al fin logré abrir el estúpido paquete, sentí como el corazón se me aceleraba a un ritmo impresionante, tuve que respirar varias veces antes de lograr entender que había pasado. Ahí no estaba el uniforme que había pedido, tenía que ser un error, de algún estúpido empleado.

Dentro de la estúpida caja lo primero que llamo mi atención fueron los finos papeles de arroz color rosa pálido combinados con otros blancos a modo de decoración, al quitarlos me encontré con el pequeño lazo azul marino con franjas doradas, el mismo que usaban todas las mujeres, incrédulo continúe retirando las prendas, tres blusas blancas de algún material bastante suave y súperdelicadas, de pronto me asustaba el ensuciarlas al tomarlas sin cuidado, delicadamente las deje sobre mi cama y continúe revisando el contenido del paquete. Metí la mano y tomé la falda plisada de color gris con detalles en dorado, algunos bordados por la cintura y en el dobladillo las iniciales del cole, sin ser consiente de mi mismo me encontraba frente al espejo de mi cuarto otra vez, el mismo que había evitado por casi una semana. Tome esa falda y la presente sobre mi cuerpo intentando ver si me quedaría, llevando adelante una pierna, doblándola un poco para marcar el muslo y moviendo las caderas de lado intentando apreciar cada detalle de esa falda.

Cuando levante la mirada otra vez veía mi reflejo sonriéndome, podía sentir mis ojos clavados sobre mí, haciendo que mi cuerpo se sintiera entumecido, me mordí los labios inconscientemente y sin saber como ni porque, me entregue a ese fuego que sentía arder en la parte baja de mi vientre, en solo un segundo se expandió por todo mi cuerpo, obligándome a respirar agitadamente, subiendo la temperatura de mi cara, mis mejillas se ponían rojas y yo no podía reconocerme en el espejo, casi como si el reflejo no fuera el mío ¡definitivamente me estaba volviendo loco!

Poseído por ese fuego ardía dentro de mi cuerpo, tomé toda la ropa y me fui apresuradamente a la habitación de mi madre, sin duda todo esto tenia que ser un capricho de algún dios que gozaba con mi desesperación y confusión.

La habitación de mi madre me recibió con el cálido aire del verano, y el aroma a peonias frescas que siempre había sobre su tocador, un detalle que mi padre siempre tenia con ella y que ella mantiene en su memoria.

Estando ahí todo se volvió más confuso para mí, es como si me hubiera vuelto un espectador dentro de mi propia cabeza, mi cuerpo se movía por si solo, todo parecía una película, el miedo se mezclaba con placer y curiosidad.

Lo primero fue dejar todo sobre la gran cama del cuarto de mi madre, me sorprendió la destreza y delicadeza para dejar todo uniformemente doblado sobre el blanco edredón. Sin demora fui al armario del baño para tomar una toalla blanca mullida, al acercarla a mi cara el delicado aroma a vainilla trastoco aun más mis sentidos, el cuarto de baño en la habitación de mi madre era bastante grande, tanto para tener incluso un hidromasaje en el. Mi cuerpo ahora completamente separado de mi conciencia se movía por si solo, llenando la bañera poniendo el agua a temperatura y agregando sales al agua. Me desnudé y me metí a la bañera sintiendo la tibieza del agua envolverme completamente, casi como el abrazo de mi propia madre, luego de un rato y de haberme lavado completamente, me envolví en la toalla tal como había visto a mi madre hacerlo pasándola bajos los brazos y cubriendo mi pecho y con otra envuelta hábilmente sobre mi cabeza, volví a la cama donde había dejado esas malditas prendas.

Me senté en el tocador de mi madre iluminado por los amplios ventanales y comencé a buscar entre las cremas y productos de belleza que ahí habían por montones, algo en ese proceso me emocionaba casi como a un niño con un juguete nuevo, al mismo tiempo no podía entender que me sucedía, ese no era yo, sin embargo es mi cuerpo el que buscaba y leía detenidamente cada producto, hasta que di con lo que buscaba una crema depilatoria con la que comencé a remover todo el bello de mi cuerpo, soy bastante lampiño a mi edad y mi piel extremadamente blanca, ahora estaba bastante suave luego del baño y la crema, acaricie con la punta de los dedos mis muslos sintiéndolos casi extraños, como si no me pertenecieran.

Incluso mi entre pierna quedo completamente libre de vellos, desnudo caminé por el cuarto de mi madre, buscando entre sus cajones, hasta que di con lo que buscaba. Delicadamente dobladas y casi de todos los colores del arcoíris estaban sus tangas, hilos y pantaletas. Tome una de un llamativo color calipso de algodón y encajes en la cintura, delicada, casi etérea.  me senté otra vez sobre la cama y comencé a subirla por mis piernas sintiendo el rosé de la delicada tela en mis pernas, cada centimetro que subía era un mar de sensaciones nuevas que me confundían aun más. La intrusa tanga se metía entre mis nalgas y por primera vez me hice consiente de cuan grandes y redondas eran estas. Mis nalgas se abrían permitiéndole el paso al intruso y mi mano se deslizo por mi vientre hasta mi entre pierna para ocultar mi pene hacia atrás, dejando triangulo completamente liso.

Volví a buscar entre las cosas de mi madre hasta que di con un sujetador del mismo color, copa soft, con tirantes algo anchos y detalles en encaje que lo hacían lucir coqueto, pero sin ser provocador, con una destreza que volvió a sorprenderme pude cerrarlo por la espalda, me dirigí al armario donde mi madre guardaba la ropa de cambio de temporada, ahí sabía que estaba lo que necesitaba. En uno de los últimos cajones, guardado en una lujosa caja de color blanco con rosa se guardaban tres pares de rellenos de silicona absolutamente realistas que mi madre había comprado en una ocasión para una fiesta de disfraces.

Lleve ese tesoro a la habitación y frente al espejo comencé a acomodar los más pequeños y los introduje en la copa del sujetador inmediatamente se ajustaron a al contorno de mi pecho y formaron un pequeño canal, con algo de polvo cubrí mi clavícula y parte de mi torso para igualar el color con el de los rellenos y sin dudarlo tome la exquisita blusa que había dejado sobre la cama y me la puse, no se que destino trágico me esperaba pero era exactamente de mi talla al terminar de abotonarla podía distinguir claramente mi cintura y mis pechos en el sujetador marcándose en la fina tela que insinuaba todos los detalles del sujetador, entallada parecía hecha a la medida. Tome la falda y comencé a subirla por mis piernas, me miraba frente al espejo al subir el cierre que estaba en la parte de atrás y terminar de abrocharla, note como la parte de atrás quedaba peligrosamente corta por culpa de la pronunciada curva de mi trasero, intencional o no era bastante corta, mis gruesos y blancos muslos quedaban totalmente expuestos. Sentado otra vez en el tocar de mi madre comencé a buscar entre su maquillaje, primero una base correctora, algo de rubor, delineador negro y encrespador de pestañas, me quedé con un labial nude y un poco de gloss para realzar. Cepille mi cabello y di forma a mi melena, termine todo con unos toques del Jean Paul Gaultier Classique de mi madre, un aroma dulce con notas de vainilla, rosas y ambar.

Cuando me pare frente al gran espejo de la habitación de mi madre termine de perder la cabeza, lo único que veía desde mi lugar de espectador era a una sensual mujer de cabello castaño en melena, profundos ojos cerúleos, con gruesos labios, unos pechos de tamaño promedio que acentuaban su figura estupendamente y que la luz que entraba a la habitación permitía insinuar claramente el sujetador, la cintura estrecha se marcaba por la falda y lo redondo el trasero era casi obsceno, lo blanco de sus muslos contrastaba perfectamente con el gris y dorado de la falda permitía que algo tan monótono adquiriera un aura de sensualidad que no había visto ni siquiera en mis amigas.

Enclaustrado en mi propio subconsciente observando a través de mis ojos todo como una película, me sentía realmente confundido, temeroso, excitado y angustiado, todo al mismo tiempo es como si arriba fuera abajo y la izquierda la derecha, nada tenia sentido. Pero los dioses son crueles con los que despiertan su interés.

-       No tengas miedo Mati, aquí no hay ninguno de esos dioses a los que siempre les pides explicaciones. Aquí solo estamos tu y yo.

Entre las sombras de mi oscura estancia escuche una dulce y gélida voz que puso todos mis sentidos en alerta.

-       ¡Dime quien eres! – Exigí saber.

-       Sabes perfectamente quien soy, siempre he estado ahí donde tu estas ahora. Te he acompañado casi 11 años, he tenido que verte crecer, he presenciado tus momentos más vergonzosos y he disfrutado cada uno de tus triunfos, incluso ese día en que nuestro padre fue asesinado, tuve que verlo como una espectadora a través de tus ojos.

-       Porque también soy tu, somos uno. Tú eres yo y yo soy tú y desde ahora comenzare a tomar lo que me pertenece te guste o no.

Sentía el miedo que helaba mi sangre, si hubiera podido tocar mi cara estoy seguro de que habría estado helada como un bloque de hielo. Quería responder algo, quería gritar algo, pero no tenia palabras, no tenia ni siquiera una idea de que decir. Solo podía observar atónito al espejo al ver como mi boca se movía completamente sincronizada con las palabras que escuchaba en mi cabeza.

-       Por cierto, desde ahora puedes llamarme Nicole.


Espero que disfruten de este mi primer relato, apreciaria mucho sus comentarios, observaciones o criticas para seguir mejorando. xoxo