Pueblo Sin Nombre (5)

Entonces sus manos se colaron de nuevo bajo sus bragas y pasaron por encima de su..

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Segunda sesión con Rosario

Por la mañana, antes de ir a visitar a Amiel, Tobías pasó a comprar el pan, un pan por el que no pagaba desde su trato con Rosario, pero él iba tanto por aquel rico pan como por su sonriente panadera.

—¡Buenos días Tobías!

—Buenos días Rosario! La mañana luce espléndida en un espléndido día y aquí me tienes de nuevo a demandarte mi pan nuestro de cada día.

—¡Qué bonito Tobías! —exclamó Rosario.

—Un poco cursi, ¿no? —dijo en voz alta Tobías.

—Bueno, aun así me parece bonito —respondió una risueña panadera.

—¿Oye, qué tal van esas piernas?

Rosario se subió un poco su delantal y las mostró girándose hacia Tobías.

—Bien, aunque siguen cansadas, pues son muchas horas de pie.

—Pues esta tarde nos veremos, a ver qué podemos hacer, ¿no?

—Si, allí estaré. Espero no descentrarse hoy, — afirmó Rosario concierta picardía.

—Esta tarde estaré preparado, ¡no tienes por qué preocuparte Rosario!

—¡Tranquilo Tobías, esas cosas pasan! —dijo Rosario quitándole hierro al asunto—. Como te dije, no me importó.

—Muy bien Rosario, nos vemos esta tarde —concluyó Tobías.

Tobías almorzó frugalmente, degustando cada bocado de aquel delicioso pan y se fue a su consulta a esperar a su paciente. Antes de recibirla meditó para conectarse con el Alma del Mundo y que así esta le ayudase a curar los males de Rosario.

Así, cuando sonó la puerta, Tobías estaba ya preparado para recibirla. Había encendido algo de incienso y algunas velas en su consulta, lo que le confirió un aspecto relajante.

—¡Hum Tobías qué bien huele! —dijo la paciente nada más entrar.

—¿Te gusta?

—¡Sí, mucho! —dijo Rosario.

—Anda si quieres pasa a la sala y desvístete, no quiero hoy mancharte con el aceite. Tienes toallas para cubrirte, ponte primero boca abajo y comenzaré por esas pantorrillas, ¿estás de acuerdo?

—¡Oh sí Tobías, tú mandas! —dijo ella sometiéndose a los deseos del hombre.

Esperó un tiempo prudente y luego tocó a la puerta suavemente, Rosario le dijo adelante y adelante entró, vestido de blanco con su uniforme de lino suelto e inmaculado.

Entonces el hombre la halló tumbada, tal como le había solicitado, remangó levemente la toalla para descubrir sus muslos blancos y nacarados y procedió a extender aceite profusamente por cada pierna.

Así comenzó su masaje por la planta de los pies…

—¡Oh Tobías, me gusta que me toques las plantas! —dijo la paciente.

—En la planta del pie dicen que se encuentran reflejados todos los órganos, de modo que al masajearlos es como si te tocara por todo el cuerpo —dijo él solemnemente.

Luego pasó a sus pantorrillas, centrándose en relajarlas y así aliviar su carga. Siguió subiendo hasta sus muslos y allí pidió que los separase levemente. Hoy no había vestido, así que ella no temía que se le viese nada, aun así, cuando Tobías subía desde la rodilla hasta la base de su trasero, sus braguitas se asomaban ligeramente así como el pequeño triángulo invertido, cuya base la constituía su pubis pegado a la camilla.

Una visión sensual de la chica, aunque esta no era consciente de ello y se abandonó ante el masaje enérgico que la relajaba intensamente.

Así, para cuando Tobías se centró en la cara interior de sus muslos, estaba tan relajada, que apenas se dio cuenta cómo la excitación crecía a medida que éste se acercaba a sus ingles.

—Como piernas y espalda son uno cuando estamos de pie, te relajaré también la espalda, ¿te parece bien?

—¡Hum, sí Tobías, me estoy quedando casi dormida! —dijo ella ensimismada.

Así Tobías procedió a derramar abundante aceite por su espalda y a extenderlo profusamente por toda su extensión. Mientras Rosario reposaba con la cabeza girada y apoyada en su mejilla.

Tobías, desde arriba primero, descargó su masaje sobre cada hueso y cada vértebra, hasta llegar a su cintura, allí, a la altura de sus braguitas, deslizó delicadamente sus dedos bajo ellas hasta alcanzar sus caderas.

Sus pulgares pulsaron los pequeños hoyuelos de sus caderas y siguieron revoloteando, entrando y saliendo de sus braguitas por su cintura. Su complacida paciente no rechistó ante tales y atrevidas insinuaciones.

Bajó hasta media espalda y allí se centró en los costados de sus pechos, yendo desde las costillas de la cintura hasta su axila, mientras Rosario estaba muy complacida por aquel íntimo contacto, y en su mente casi anhelaba que Tobías fuese a más, sobre todo recordando el pequeño desliz del otro día y mientras lo hacía pensaba si hoy también estaría…

—¡Oh Tobías, qué bien lo haces! —exclamó Rosario.

—Gracias, si te parece date la vuelta y seguimos por arriba —le pidió tras concluir el masaje boca abajo.

De cara Rosario no paraba de mirarlo, mientras este se afanaba en masajear sus brazos, prestando especial atención a su cara interior.

—Menos mal que hoy me he depilado —afirmó ella viendo que se entretenía en sus axilas.

El vello no tiene nada de malo —afirmó él ufano—. Os esperáis en depilaros por las modas que corren, pero el vello cumple una función en todo el cuerpo.

Tobías ahora se centraba en su pecho, masajeando sus clavículas, su cuello y alcanzando dese arriba la parte alta de sus pechos, pasado sus dedos en dirección a sus axilas y el músculo que los sujeta.

—¡Entonces tú no lo prefiere depilado! —dijo Rosario refiriéndose a su parte íntima.

—Son bonitos, aunque recortados sin llegar a rasurarse también tienen su encanto.

—Vale, entonces seguiré tu consejo “profesional” y me lo recortaré en lugar de rasurarme —rio Rosario.

Tobías ahora pasó a descubrirle el pecho, cubierto por su sujetador color canela. Así pudo centrarse en su tripa. Subía sus manos hasta la base de sus pechos, generosos y bien formados, se dibujaban encima del cuerpo de la panadera.

—Las tengo como panes, ¿no te parece? —rio ella un poco azorada por sus tocamientos.

—Pues sí, es una apropiada comparación —afirmó Tobías sonriendo—. Los pechos son la zona más erógena de la mujer, más incluso que la vagina —explicó Tobías descubriendo el interés de Rosario por sus palabras—. Con tan solo un masaje en ellos, si se hace bien, ella puede alcanzar un orgasmo —se atrevió a confesarle.

—¿En serio? —dijo esta, interesada en tal aspecto.

—En serio —se reafirmó Tobías mirándola a los ojos.

En aquel momento se produjo un tenso silencio, mientras ella cavilaba y el esperaba...

—No sé si te resultará atrevido, pero me resulta difícil creer que pueda tener un orgasmo simplemente tocándome los pechos.

—Sólo hay una forma de averiguarlo —sugirió el ante sus dudas.

—¿Te gustaría probar? —le preguntó ella con voz sensual.

—No lo suelo ofrecer, pero ya que has preguntado, si lo deseas puedo darte un masaje en ellos y ya veremos si consigo excitarlos tanto como para provocarte un orgasmo.

—Pero esto quedará entre nosotros, ¿verdad? Tobías —preguntó ella preocupada.

—Soy como el cura y esto es como el secreto de confesión, nada de lo que ocurra en esta sala saldrá de ella.

—Pues venga, ¡sorpréndeme! —dijo Rosario anhelante.

Rosario incorporó levemente, para desabrocharse el sujetador, luego, sensualmente deslizó las tirantes por encima de sus hombros y lo retiró suavemente por sus brazos entregándolo a Tobías, quien lo depositó encima de su ropa.

Sus buenos pechos, como panes habrían dicho, se mostraron orgullosos apuntando al techo, de aureolas ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas, rosados pezones y blanca piel, esperaron a que el maestro decidiera el tratamiento.

—Para que te sea menos agresivo, me colocaré detrás de tu cabeza, ¿vale? —volvió a informar más que a preguntar y ella volvió a asentir.

Tiró de su brazo hacia atrás y acariciando su piel por la cara interna bajó hasta su pecho, donde lo pasó por el costado en dirección a sus costillas. Repitió la operación unas cuantas veces y luego cambió de brazo y de pecho.

Sus pezones se erizaron ante las insinuantes caricias. Luego bajó con sus manos desde sus clavículas hasta sus pechos, tras echar abundante aceite sobre ellos, prestando especial atención a sus pezones, sus manos los terminaron de embadurnar en una mixtura sedosa y lubricante. A partir de ahí sus manos volaron por sus pechos en torno a sus pezones, pasando los dedos en círculos por las aureolas pero sin tocar sus pezones, ya que los reservaba para el final.

Luego siguió hasta su barriga, deslizando sus dedos ligeramente bajo sus braguitas. Esta lo tenía casi encima al realizar tal acción, pero no se quejó. Luego subió y de nuevo volvió a sus grandes mamas.

Ahora pasó a centrarse en ellas y comenzó a amasarlas, como vendría a hacer ella con el pan. Con ambas manos las cogió, las juntó y las separó, las subió y luego bajó frotando su canalillo con abundante aceite untado. Luego deslizó sus dedos por éste, recorriéndolo como su fuese un suave valle entre ellos.

Y finalmente se dedicó a sus pezones. Contactando con sus dedos los pellizcó suavemente por el costado, luego pasó las palmas de sus manos mientras frotaba el resto de sus pechos, cogiéndolos sus dedos como si fuesen pinzas, los puso duros hasta la extenuación.

Rosario ya no podía contener los gemidos y los espasmos que le provocaban las íntimas caricias de Tobías. Este volvió a bajar manos desde sus pechos e insinuantemente deslizaras bajo sus bragas rozando el principio del vello de su pubis, pero sin ir más allá. Haciendo que esta prácticamente le rogara para sus adentros que se zambullera ya en su lubricado sexo.

Pero él no lo hizo, siguió centrado en sus pechos. Ahora la hizo sentarse en la camilla y él desde atrás la abrazó, masajeándole enérgicamente sus mamas. Comenzando por la basa hasta sus pezones, siguió ordeñándolas como si fuese a sacarle la leche.

Rosario, sintiéndolo desde atrás, casi oía su respiración entre cortada en su oído. ¿Estaría él también excitado? No podría decirlo con seguridad, pues este estaba muy activo con sus pechos y centrado en ella.

Entonces sus manos se colaron de nuevo bajo sus bragas y pasaron por encima de su poblado monte de venus. Esta se echó hacia atrás, como deseando levantar su sexo de la camilla y que así este tuviese acceso a su más tierna intimidad. Lo anheló con todas sus fuerzas, pero él no siguió más allá. Entonces le pidió que levantase los brazos y los echara hacia atrás. Cuando lo hizo pasó a centrarse de nuevo en sus pezones y jugueteó con sus dedos, como si fuesen pequeños balones.

Rosario rozaba con sus manos los hombros y el pelo de él, mientras este la volvía loca con sus tocamientos a sus pechos y a sus pezones. Intentó bajar los brazos, pero Tobías se los volvió a subir y siguió acariciándole los pezones y tanta fue su agonía que cuando estalló ni se lo esperaba, sus convulsiones fueron tales que Tobías la abrazó para que no cayese de la camilla.

Disfrutó de un orgasmo con el sólo contacto de sus pechos con unas manos expertas, sin poder creer que tal cosa fuese posible, manos mágicas sin duda llegó a pensar, las de este enigmático Tobías.

Tobías la reclinó y cubrió sus pechos con la toalla, dejándola reposar tras el intenso orgasmo que acababa de experimentar.

Esta se durmió por un tiempo indeterminado y al despertar, se vio en la camilla y sola en aquella habitación. Así que secó sus pechos del aceite con la toalla y vistiéndose salió de la sala.

Al salir encontró a Tobías sentado en el suelo, sobre cojines, en la postura que ella desconocía, pero que había visto en la tele. Era la flor de loto.

Un tanto avergonzada no supo si interrumpir su meditación, finalmente ante su indecisión, fue él quien abrió los ojos y salió del trance.

—¿Qué tal? —preguntó Tobías levantándose desde el suelo.

—Mira Tobías, yo nunca he sido infiel a mi marido, nos queremos, pero hoy he sentido cosas que con él hace tiempo que ya no siento —no sé si me explico.

—Tranquila, ha sido solo un masaje —dijo el quitándole hierro al asunto.

—Sí, lo sé. Puedo preguntarte algo íntimo, mientras me acariciabas, ¿estabas excitado?

—Estaba concentrado en ti. Me abandonaba hacia ti y no me centraba en mí —dijo Tobías de forma un tanto enigmática.

—Pues me ha encantado Tobías, no pensé que pudiese llegar a disfrutar tanto de un masaje —dijo ella de forma picarona.

—Me alegra haberte ayudado entonces y regalarte un poquito de felicidad en el día de hoy.

—¿Y tú Tobías? No te gustaría que yo me centrase en ti, tal vez para proporcionarte un final feliz —se atrevió a proponerle.

Tobías cogió sus manos por las muñecas tras ésta separarse de su abrazo y hacerle aquella capciosa pregunta.

—Rosario, tú eres una mujer preciosa y nada me gustaría más que gozar contigo y hacerte gozar conmigo. Pero tú lo has dicho, tú nunca has sido infiel a tu marido, no seré yo quien te rompa ese voto, ¿vale?

—¡Claro Tobías, perdóname! No sé en qué estaba pensando —dijo ella arrepentida por su oferta.

—¡Tranquila mujer! Somos hombres y por ende falibles, es fácil sucumbir a la tentación, tú misma lo comprobaste conmigo el otro día.

—¿Y hoy, no has estado tentado? —se atrevió a preguntarle.

—Rosario, como te he dicho, eres preciosa y nada me gustaría más que gozar contigo y hacerte gozar conmigo, pero debemos ser fuertes a veces y poner nuestros deseos carnales por debajo de nuestra mente sabia.

Y de esta forma declinó y no hizo sentir mal a Rosario, quien fue acompañada por él a la puerta y eso sí, esta se permitió despedirse dándole un beso en la mejilla, casto pero cargado de emoción.

Tras esto le regaló su mejor sonrisa y se despidieron.

Pueblo Sin Nombre

es mi nueva novela, tiene veintidós capítulos y está disponible en Amazon. Como habéis podido comprobar en estos primeros capítulos, el erotismo se intuye y va 'in crescendo', como a mi me gusta. Pues me gusta más que un "aquí te pillo aquí te mato".

En esta obra además hay varios misterios: ¿Qué le ocurrió a Tobías en su pasado? O, ¿por qué no habla Amiel, la hija de Dorotea? Es decir, ¡tiene trama! Sí, ¡se puede escribir erótico y además que resulte interesante la historia!