Pueblo Sin Nombre (4)
Casi adormecida, Dorotea se dejó masajear ambos...
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Primera sesión con Dorotea
Sueños húmedos, Tobías de vez en cuando los tenía, pues tampoco era de piedra, pensó en aquella tarde, pensó en la muchacha a la que dio el masaje, pensó en la suavidad de su piel, en cómo la acariciaba y en cómo esta respondía, su corazón se aceleraba y sus músculos temblaban. Pensó en lo que había hecho bien y en lo que probablemente había hecho mal. Después de todo los libros explicaban, pero en la práctica nada se podía describir como allí se contaba así que Tobías aprendía de la experiencia y su intuición le guiaba.
A la mañana siguiente, muy temprano, apareció por su consulta una criada de unos sesenta años. Una mujer ni muy alta, ni demasiado baja, entrada en carnes con grandes pechos, pelo gris, corto y acaracolado, como solía llevarse en aquellos tiempos.
La buena mujer le dijo que venía en nombre de su señora para ver si podía verla, pero que prefería que se acercase a su casa para comentarle el asunto de forma privada.
Al parecer había sabido de él, gracias a su hija Magdalena, quién a su vez supo de él por la panadera. Los comentarios que iban de boca en boca por el pueblo y fue la misma Avelina quien le habló de él a su señora, quien también padecía dolores de espalda. Algo que Tobías le agradeció entregándole un frasco de su aceite también para ella, para los dolores que la pudiesen aquejar.
De modo que Tobías aceptó la invitación y le prometió que ese mismo día pasaría por su casa. Como último encargo Avelina pidió discreción en su visita, pues su señora pertenecía a los “grandes del pueblo” y no quería publicidad de sus asuntos. Algo que Tobías le ofreció por descontado.
La verdad es que Tobías no había pensado en vistas a domicilio así que no estaba del todo preparado, por lo que recogió unos cuantos frascos de sus aceites esenciales y los metió en su zurrón, para encaminarse a continuación a las señas que le dio la criada.
Nada más ver la casa tan señorial hecha en piedra como si fuese una iglesia, Tobías comprendió que aquella señora efectivamente pertenecía a la “nobleza”. Con maderas en los balcones y porches un gran portalón por el que una pequeña portezuela se dibujaba en la madera y un picaporte en forma de mano que asía una bola para llamar.
Tan sólo llamó una vez, como ya le previno la sirvienta y no tuvo mucho que esperar hasta que ésta le abrió descorriendo el grueso cerrojo. Apareciendo la propia Avelina tras la puerta.
—¡Estupendo, ya está usted aquí!
—¡Raudo y veloz! Como le prometí —dijo Tobías.
—¡Pase, pase! Que no es conveniente que nos demoremos mucho en este recibimiento en la puerta a la vista de la gente —dijo Avelina, pues su casa estaba en pleno centro del pueblo.
Ya en el interior la frescura de los muros de piedra se hizo notar, la criada delante suyo le condujo hasta un lujoso salón, donde el terciopelo y la madera recargados hasta el extremo eran la tónica dominante.
—Siéntese, avisaré a la señora que ha llegado —dijo Avelina amablemente.
—¡Gracias señora! Ciertamente su ama no tiene problema de hacer ostentación de su posición —dijo Tobías maravillado ante aquella estancia.
—Como le dije la señora prefiere la discreción y si usted cumple recibirá justa recompensa de acuerdo con su nivel adquisitivo, de ahí la importancia de que cumpla su palabra —le advirtió de nuevo la criada.
—¡Por descontado! Ya sabe que tiene mi palabra y sepa también que no la doy en balde.
Avelina asintió y se retiró para avisar a su ama.
Unos pocos minutos después apareció la señora, arreglada como si fuese a salir de fiesta. Además, venía acompañada la que era su hija, una mujer joven y asustadiza que la seguía detrás suyo a corta distancia, como queriendo esconderse de aquella visita inesperada.
—¡Buenos días! Soy Tobías, ¿con quién tengo el placer de hablar? —dijo él levantándose ante la presencia de las mujeres.
—¡Soy Dorotea! Mii marido es el Marqués de Villaverde —aclaró con voz altiva y señorial.
— ¡Encantado! —dijo Tobías ofreciéndole su mano.
La señora se la dio, con lánguido gesto y le invitó a sentarse, mientras ella indicaba a su hija que se sentara en un sillón acolchado a un lado de Tobías y tomaba asiento junto a ella y frente a él, arrastrando una pesada silla con cojín de terciopelo, como era la tónica dominante en aquella recargada habitación.
—¿Entonces debo entender que usted tiene tratamiento de marquesa?
—Si, aunque no es necesario que lo use para dirigirse a mí, Dorotea es adecuado —dijo ella en tono cercano.
—Está bien Dorotea, vayamos al grano —dijo su criada que le habían hablado de mí, ¡espero que bien! —dijo Tobías en modo distendido
La señora por contra ignoró su sonrisa y siguió con su tono formal, con ambas manos apoyadas en su vestido y la espalda recta en la silla, lo cual le confería un aspecto ciertamente distinguido y señorial.
—Verá, algunas mañanas me levanto y no se si acostarme de nuevo pues el dolor que me sube desde la parte baja de la espalda es insoportable.
—Si es al levantarse no debería ocurrir, eso indica que no descansa adecuadamente. Tal vez pueda ser el colchón, pero viendo su casa me imagino que será un buen colchón —dijo Tobías con elocuencia.
—Efectivamente no hay mejores colchones, se lo puedo asegurar —dijo ella con voz altiva—. Pero aun así el dolor persiste, ¿qué remedio me puede ofrecer?
—Verá, yo hago aceites esenciales con hierbas maceradas —explicó Tobías mientras abría su zurrón y sacaba un bote—. Este le calmará el dolor, y este otro le surtirá de un efecto calor que también contribuirá a que su dolor cese, usted verá cuál es más adecuado conforme los pruebe. Pero para su aplicación, también le recomiendo mis masajes al menos una vez por semana, el resto de los días puede usarlos usted misma.
—¿Y qué hierbas son esas que usted dice? —se interesó la señora altiva.
—Permítame decirle que eso forma parte del conocimiento que he adquirido durante años de estudio de diversos tratados y aunque es parte de mi secreto, podría aburrirla con la elaboración complicada de dichos aceites, pero creo que es mejor que los huela si le parece y le garantizo que sólo con eso sabrá que son buenos para sus males.
Tobías se acercó e inclinándose quitó el tapón de la botella de corcho y se lo ofreció. Ella, algo reacia acercó la nariz y lo olfateó débilmente, para a continuación, movida por la curiosidad acercarse y olerlo más en profundidad.
—Ciertamente huele muy bien —dijo dando su aprobación.
—Si no le importa me gustaría examinar su espalda para ver su dolencia.
—No pretenderá que me quite la blusa, ¿verdad? —protestó mostrando su repulsa.
—Bueno, al menos quítese la chaqueta y déjese la blusa, a continuación, descálzate y póngase de espaldas a mí. Tan sólo palpare discretamente su columna si no le importa y sus hombros —aclaró Tobías.
—Está bien —dijo ella finalmente.
Dorotea se quitó la chaquetilla que llevaba a juego con su falda, descalzó y se giró, su blusa blanca resplandecía y su ropa interior de fino encaje, que tensaba sus carnes ligeramente.
Tobías primero la observó de lejos, luego se acercó y discretamente como había prometido palpó su columna vertebral, sus hombros y también la parte baja de sus caderas, localizando los pequeños hoyos de sus caderas, esto provocó una sensación de cosquilleo algo incómoda para la altiva mujer que se retorció ligeramente.
—Lo siento, imagino que sentirá algún cosquilleo.
—Imagina usted bien, procure ser discreto como ha prometido.
—Claro señora, lo prometido es deuda —apreció Tobías.
Siguió examinándola. Le hizo subir los brazos y la observó, luego se los puso en cruz y la hizo tirar de ellos hacia atrás, esto le molestó un poco dada su dolencia.
—Según veo el lado que le duele es el derecho, de ahí que tenga ligeramente levantado más ese hombro, fruto de la contracción de los músculos involuntariamente a raíz del dolor.
—Juzga usted bien —afirmó Dorotea, quien comenzaba a creer en aquel hombre.
Ahora Tobías puso sus manos bajo sus pechos, en sus costillas y tiró de ella hacia arriba, como si fuese a levantarla. Dorotea, al sentir el contacto dio un respingo, aunque se mantuvo en silencio.
—Si me lo permite le diré que además es posible que el peso de sus pechos tire de su espalda y eso le provoque los dolores.
—Esa es mi naturaleza, no se puede ir en su contra —dijo Dorotea.
—Ciertamente no, para eso el remedio sería fortalecer los músculos de la espalda.
—¿Y cómo haría tal cosa?
—Pues con ejercicios y masajes relajantes —dijo Tobías.
—¿Y para eso tendría que desnudarme? —preguntó con cierto pudor la señora.
Tobías la miró de frente y tratando de no fijarse en sus enormes atributos mamarios le respondió con franqueza.
—Admito que le puede resultar incómodo, pero si viene a mi consulta allí tengo una cama especial, usted estará bocabajo y sólo descubriré las partes necesarias para dicho masaje.
—Está bien, eso tengo que pensarlo. Si es tan amable de dejarme sus remedios, los probaré a ver qué tal van —dijo la señora recelosa.
Tobías pensó en qué decirle ante su reticencia, así que se le ocurrió comenzar por los pies. Después de todo eran la base del apoyo.
—Si me lo permite le sugeriría un masaje en los pies, son la base de nuestro apoyo y puede que alivie su sufrimiento al menos hoy. Para efectos más duraderos le sugiero los masajes en la espalda, como ya le he comentado, si toma asiento puedo mostrárselo.
No muy convencida la señora dudó, finalmente decidió darle un voto de confianza y claudicó.
—Está bien, espero que no sea necesario subirme la falda —dijo la señora con recelo.
—Sólo será necesario que se descubra el pie —afirmó Tobías para su tranquilidad.
La señora se sentó en un sofá y tomando un pequeño taburete Tobías se arrodilló frente a ella dejando reposar sus pies sobre su rodilla. Tobías le pidió permiso para retirar sus calcetines finos de media y la señora tras desconfiar, como era su costumbre, accedió, pero fue ella misma quien deslizándolos delicadamente desde sus pantorrillas lo hizo.
Así Tobías comenzó a tocar sus pies desnudos, comenzando por arriba y luego bajando a la base, tratando de no provocarle incómodas cosquillas.
Poco a poco la señora se relajó y comenzó a disfrutar de su masaje de pies.
—Tenía usted razón sus manos saben lo que hacen —claudicó.
—Si me lo permite, ahora probaré con el aceite —dijo Tobías.
—Estoy de acuerdo —dijo la señora dando su aprobación.
Tobías echó aceite en sus manos y procedió a continuar con el masaje ahora húmedo por el aceite esencial que portaba, lo que hizo que sus manos se deslizaran con mayor facilidad sobre la piel de Dorotea.
En esos momentos Tobías observó a la joven que le evitó la mirada en todo momento, el seguía intrigado por el enigma que esta esquiva mujer presentaba. Debía rondar los treinta y parecía no querer estar en el momento presente, allí delante de él y su madre.
Casi adormecida, Dorotea se dejó masajear ambos pies por Tobías y este se permitió pasar a sus pantorrillas. Durante unos instantes todo fue como la seda, pero al darse cuenta su dueña de que sus manos alcanzaban la parte de atrás de las mismas dio un respingo saliendo de sus ensoñaciones.
—¡Pero, qué hace! —exclamó ofendida.
—Ruego me disculpe señora, no pretendía hacer nada salvo continuar con el masaje únicamente hasta sus rodillas.
—¿Y por qué no me avisó?
—Le ruego perdone mi atrevimiento, lo hice sin pensar.
—¡Pues debió haberlo pensado antes! —dijo la señora como reproche—. Creo que por hoy ya es suficiente, dígale a la criada qué se le debe por la consulta y márchese por favor.
—Le ruego de nuevo que me perdone, no era mi intención ofenderla. En cuanto a lo que se me debe, hoy no me debe nada, es la primera visita y es gratis, quédese con los aceites y úselos para sus dolencias. Otro día me contará como le ha ido.
—Imagino que usted no se alimenta del aire, ¿no? Le diré a Avelina que compense su tiempo y sus aceites como es debido, el dinero no es problema como usted ha podido comprobar.
—Muy agradecido señora. Entonces permítame ofrecerle una segunda visita gratuita si mis aceites son de su agrado, para poder así continuar mejorando sus dolencias.
—Lo pensaré, gracias. ¡Que tenga un buen día!
Fue la estoica respuesta que recogió de la señora aquella mañana. Tobías recogió su zurrón algo contrariado por la seca respuesta de la señora y se encaminó hacia la puerta donde la criada esperaba ya para acompañarlo de salida.
Allí le entregó una buena suma, que casi escandalizó a Tobías y la criada cerró su mano diciéndole…
—Coja esto y no tenga vergüenza, en esta casa sobra el dinero y faltan otras cosas más esenciales —dijo crípticamente la criada, sin duda conocedora de lo que se cocía en aquella familia y que Tobías ya había intuido con tan solo mirar a su hija.
Tras guardar la suma en su zurrón, la criada esperó y se interesó por sus servicios.
—Verá mi hija también sufre de la espalda, tiene algo de sobrepeso y esto le provoca dolores como a la señora, pero yo no puedo permitirme pagarle mucho.
—Bueno, gracias a usted he conocido a su señora. Veo justo recompensarla tratando gratis a su hija. ¿Tiene nombre? —preguntó Tobías diligente.
—Si, se llama Magdalena —asintió la criada.
—Muy bien, pues dígale a su hija que pase a verme.
—Gracias Tobías, es usted muy amable.
—De nada señora, si le puedo pedir un favor más, a ver si me echa una mano con su ama, pues la he notado muy tensa hoy.
—Aunque altiva es buena con el servicio, no se preocupe yo intercederé por usted.
Y de este modo se despidió de la criada y se encaminó a la panadería a comprar su pan de cada día.
Pueblo Sin Nombre es una novela de veintidós capítulos que está disponible en Amazon. Como habéis podido comprobar en estos primeros capítulos, el erotismo se intuye y va 'in crescendo', como a mi me gusta. Pues me gusta más que un "aquí te pillo aquí te mato". En esta obra además hay varios misterios: ¿Qué le ocurrió a Tobías en su pasado? O, ¿por qué no habla Amiel, la hija de Dorotea? Es decir, ¡tiene trama! Sí, ¡se puede escribir erótico y además que resulte interesante la historia!
Durante mucho tiempo me especialicé en "Amor filial", donde creé buenas historias, pero también tengo obras como la presente, que siguen otros planteamientos, tanto o más excitantes. ¿No lo creéis así?