Pueblo Sin Nombre (3)

Magda asintió con la cabeza, mientras Tobías introducía suavemente sus dedos bajo las braguitas una vez más...

5

Primera sesión con Magda

Rosario le esperaba como cada día con una gran sonrisa.

—Buenos días Rosario, ya sabes lo que quiero —dijo Tobías seguro de si mismo.

—Como no Tobías, aquí tienes tus barras, las más tiernas y recién horneadas.

—Muy bien, ¿qué tal te va con el aceite?

—¡Oh bien, bien! —exclamó Rosario.

—Me alegra saberlo Rosario, sigue dándote friegas cada día y espero que pronto tus piernas mejoren…

—¡Yo también lo espero! —sonrió inocente la blanca panadera.

—Y de nuevo te pido perdón por mi desliz —añadió Tobías a modo de confidencia en voz baja—. ¡No volverá a ocurrir!

—Tranquilo Tobías, para mí fue sólo una anécdota—dijo Rosario con su encanto natural guiñándole un ojo.

Aunque lo cierto es que realmente fue más que eso, pues Rosario salió de su consulta azorada y esa noche no pudo dejar de pensar en su masaje, en sus acercamientos y se sintió húmeda por dentro…

—¡Qué tengas buenos y felices días Rosario! ¡Que el señor te de la luz que necesitas en este día!

—¡Qué bonito Tobías! Ojalá tú recibas tanto como das —añadió esta.

Y así se despidieron...

Como cada tarde Tobías meditaba en la sala de espera, sentado en su cojín en el suelo, cuando una mujer tocó a la puerta con suavidad, tanto que son como un leve chasquido. Ante su mutismo volvió a insistir y Tobías finalmente salió de su estado de tranquilidad y levantándose abrió, pensando que el tímido visitante podía huir antes de entrar si no lo hacía.

Al otro lado de la puerta encontró a una cara de mujer con cierta dulzura en su carita redonda, de pelo negro y rizos grandes que le caía con profusión a la espalda.

—Hola, soy Magdalena, verá esta mañana al ir a comprar el pan me ha dicho Rosario que usted me podría ayudar con mis problemas de espalda —explicó la chica.

¡Ah Rosario! ¡Si claro, adelante pasa! —dijo Tobías emocionado, pues el boca a boca ya había comenzado.

Cerrando la puerta tras de sí, pensó que aquel era un buen comienzo para el nuevo día. Así que lleno de gozo la invitó a sentarse.

—Bueno Magdalena, sufres de la espalda, ¿no?

—¡Llámeme Magda! Sí, verá, sé que tendría que perder peso, pero no puedo parar de comer —asintió ella con cierto remordimiento.

—Comes cuando te angustias, ¿verdad? La vida a veces nos preocupa y hay gente que fuma, otra que bebe y otra que come... —dijo Tobías con elocuencia.

—¡Sí, yo creo que lo ha descrito muy bien! Verá no tengo novio y ya una tiene cierta edad, pero me veo gorda y fea y eso me deprime.

—¡Pero Magda! Eres joven y bella, pues la belleza está en todos nosotros, sólo tienes que buscar quien la sepa apreciar. Por ejemplo, ¡yo la aprecio! —dijo Tobías arrancándole una sonrisa a la chica.

—Habla usted como un sabio, ¿lo sabía? —sonrió la joven mujer.

—¡Me halaga viniendo de una chica tan joven y hermosa como tú! Bueno, mira pasemos a examinarte esa espalda, ¿vale?

Tobías la pasó a sala interior, donde la hizo sentarse en la camilla y quitarse su blusa blanca, para poder así ver su espalda desnuda.

—Verás, ¿Magdalena...? —preguntó como si hubiese olvidado su nombre.

—¡Magda! —dijo ella—, puede llamarme Magda, nunca me gustó el nombre completo.

—Está bien Magda, si no tienes inconveniente me gustaría que te pusieras de pie y te quitases la falda, si no te importa, yo sólo miraré de espaldas, quiero verte de pie.

—¡Oh bueno, si es necesario! —dijo Magda un tanto cortada.

Quitó su falda ahora y en la camilla a su lado. Quedando con sus braguitas blancas y sujetador de satén. La chica era más bien baja y regordeta, con unas caderas generosas y toda exuberancia.

Entonces Tobías palpó sus caderas, luego sus costados y finalmente sus hombros. La chica sintió cosquillas al hacerlo y sus risas distendieron un poco el ambiente.

Siguió reconociéndola mientras admiraba su piel blanca y suave, sus carnes exuberantes que, huían de los cánones de belleza de las modelos anoréxicas que los modistos se empeñaban en vestir, pero aquella mujer tenía su belleza como toda mujer.

Ella permaneció en silencio, aunque se sintió algo incómoda por estar en ropa interior ante su mirada. Sobre todo, cuando la hizo poner los brazos en cruz y palpó bajo sus axilas, en la base de sus pechos.

—Tus pechos grandes te tiran un poco de la espalda y pueden ser la causa de tu mal —dijo finalmente.

—Ya —asintió Magda—. Una es de tetas grandes, ¡qué se le va a hacer! —dijo la muchacha riendo.

—Túmbate boca abajo en la camilla si quieres y te aplicaré unos aceites esenciales, sentirás calor y te daré un masaje relajante, si te duermes es normal —sonrió Tobías

—¿Cómo un masaje? —preguntó algo apurada la chica—. Pero todo esto, ¿cuánto me va a costar?

—No te preocupes por el dinero, es la primera visita y es gratis, en las próximas si vas notando mejoría puedes pagarme lo que estimes oportuno y que sea una cantidad con la que te sientas cómoda. Hoy nos medimos todos por el dinero, cuánto ganas, cuánto tienes, cuánto cobras, son valores espurios, te aseguro que si he venido a este pueblo ha sido huyendo de esa superficialidad de las ciudades.

—¿Ha estado en muchos sitios? Yo nunca he salido del pueblo, casi ni de la provincia y menos del país —dijo una emocionada chica mientras se echaba en la camilla como le había pedido Tobías.

—Bueno, no es que haya estado en demasiados sitios, ni tampoco en pocos, he ido allí donde el camino me ha llevado —dijo Tobías sin querer aclarar su pasado—. Mira para que te sientas más cómoda te cubriré con una toalla la cintura.

—¡Oh sí, gracias! —asintió un poco cortada.

Entonces Tobías le pidió una cosa más…

—Si me lo permites te desabrocharé el sujetador para el masaje.

—¡Oh claro! —asintió de nuevo la chica.

Tobías abrió los broches y liberó de la opresión a la muchacha tumbada bocabajo. Tobías sabía que la confianza era vital, así que la tapó cortésmente con la toalla de cintura para abajo y esto hizo sentir mejor a la chica.

Extendió el aceite generosamente por su espalda haciéndole cosquillas y ésta rio nerviosa de nuevo. Sus manos lo extendieron generosamente y parte resbaló por sus costados, allí de nuevo más cosquillas cuando sus manos lo capturaron para extenderlo por su piel.

Tobías se empleó en su masaje, empezando por los hombros y bajando hasta las caderas, mientras estaba colocado en la cabeza de la camilla.

Luego cambió y desde un lado se ocupó de la parte baja de la espalda. Masajeando también sus costados, donde inevitablemente palpó la base de sus grandes mamas. Y finalmente se centró en sus caderas, para lo cual bajó un poco la toalla y también sus braguitas blancas.

—Tal vez se te manchen un poco las braguitas, lávalas con jabón cuando llegues a casa, ¿vale?

—¡Vale! —dijo ella un tanto cortada.

Entonces Tobías se centró en coger su cintura y dar enérgicas friegas a la chica desde los hoyuelos de sus caderas hasta la mitad de la espalda. También cargó su peso sobre la cintura de ésta y aunque fuese un poco enérgico, la chica sintió que era bueno para ella.

Tanto se entusiasmó que terminó descubriendo un poco los cachetes de la chica y viendo el inicio del valle donde se juntaban estos.

Luego pasó a los pies, allí le explicó que a través del pie podía dar masajes que le curasen males de otras partes del cuerpo, la chica escuchó muy interesada por su disertación.

Masajeó la planta del pie, luego sus pantorrillas y subiendo la toalla que la cubría llegó hasta sus muslos, donde frotó hasta el inicio de sus glúteos y pasó a la cara interior de sus gruesos muslos, frotando desde la rodilla hasta muy cerca de sus ingles.

Magda sentía el íntimo contacto, más estaba casi quedándose dormida, cuando notó estos roces y la excitación comenzó a nacer y la despertó.

Luego le pidió que se girase y se tumbase boca arriba, así que la chica se giró y sujetándose su sujetador al tiempo que Tobías sujetaba la toalla para que no le diese pudor, terminó de girarse y quedar boca arriba en la camilla.

Ahora Tobías comenzó de nuevo por su cabeza, masajeando sus hombros y sus clavículas, llegando a frotar la parte superior de sus pechos, introduciendo sus dedos impregnados de aceite bajo la toalla…

Estos contactos comenzaron a impacientar a Magda, que veía cómo su excitación crecía y crecía. Pero como confiaba en Tobías, no se le pasaba por la cabeza que tales masajes tuviesen nada de obsceno ni pecaminoso.

Luego pasó a sus pies, donde volvió a su planta.

—Tienes unos pies muy bonitos —le dijo Tobías para agradarla.

—¡Oh gracias! Nunca me habían dicho algo así —rio ella.

—¿Por qué, eres una chica muy bonita? —insistió él.

—Ya, pero me veo demasiado gorda —se lamentó ella.

—Donde tú ves gordura, otros ven hermosura —continuó diciéndole Tobías mientras le daba un masaje en la planta de sus pies.

—A veces, los chicos del pueblo se me acercan buscando algo fácil y yo no quiero eso —se lamentó ella.

—Claro Magda, ni debes consentirlo, todos somos especiales, y tú eres una chica muy guapa te lo digo yo, en las curvas también está la alegría y el placer —asintió solemne Tobías.

—¡Pues gracias! —respondió ella alagada.

De los pies pasó a las pantorrillas y de las pantorrillas a los muslos y las rodillas.

—Es agradable, el masaje —aclaró la chica.

—¿Sí? —dijo Tobías sonriéndole mientras se acercaba a sus ingles.

—Oh si mucho! —dijo ella entusiasmada.

Ahora Tobías extendió generosamente una buena cantidad de aceite por sus carnosos muslos y se centró en darles un masaje desde arriba y por los lados. Y cuando la chica se hubo familiarizado, pasó a la interna. Ahí Magda sintió de nuevo cosquillas, Tobías fue poco a poco acostumbrándola al contacto con sus manos hasta que se relajó de nuevo.

Entonces le pidió que flexionara la pierna, para así poder acceder a la parte interna del muslo. Allí el aceite calentaba la piel como había notado la muchacha y también calentó algo más...

Con ambas manos masajeaba la cara exterior hasta llegar al cachete y la interior hasta las ingles. Esta proximidad empezó a hacer sentir incómoda a Magda, así que Tobías cambió de pierna.

Y de nuevo repitió el proceso, desde sus pantorrillas hasta sus muslos y sus ingles y caderas, hasta llegar de nuevo a sus ingles, donde Tobías ahora comenzó a deslizar suavemente sus dedos bajo el elástico de las braguitas blancas. Distraídamente, no siempre, como si fuesen contactos accidentales, e involuntarios.

Magda se sentía confundida, no sabía bien qué hacer, si pararlo o dejarlo seguir. Ahora lo que sentía era una gran excitación, ante esos deslices incipientes que amenazaban con llegar hasta lo más íntimo.

Como presintiendo sus dudas Tobías le habló para tranquilizarla.

—Magda, ¿qué tal vas?

—¡Bien! ¡Es muy agradable! —asintió con sinceridad, pues era cierto.

—Te daré un frasco de aceite Magda, ya casi estamos acabando. Cuando llegues a casa te duchas y mañana por la noche te lo echas por la espalda y así hasta dentro de tres días, ¿vale?

—Vale, respondió Magda con la voz entrecortada por las emociones que sentía en esos momentos mientras Tobías seguía en la cara interna de sus muslos, deslizando sus dedos tanto por sus glúteos como por sus ingles.

—El aceite produce calor como puedes comprobar por el masaje, puedes usarlo allí donde te duelan los huesos o los músculos y sentirás alivio, no es malo ni te irritará la piel.

—¡Oh si! —asintió Magda dejándose llevar.

—Si me permites un secretillo, igual te gusta usarlo en tus senos, ¡no te escandalices, te lo digo solo como una sugerencia, tú ya lo pruebas o no.

Magda asintió con la cabeza, mientras Tobías introducía suavemente sus bajo las braguitas una vez más, en dirección a su ano, llegando a rozar su hoyo, del que manaban abundantes jugos ya y llegando hasta su ano.

—¡Listo! —dijo a modo de conclusión—. Ahora saldré, para que te seques con la toalla los restos de aceite y te vistas tranquilamente. ¿Vale?

—Vale —asintió una colorada Magdalena.

Tras unos minutos la joven salió vestida y algo avergonzada de la habitación allí vio a Tobías en el suelo meditando se incorporó pausadamente, se puso frente a ella, colocó ambos brazos en sus hombros extendidos y desde esa distancia le sonrió afablemente.

—Siéntate un poco más Magda —dijo invitándola a sentarse una vez más.

Él también tomó asiento y entonces le ofreció unas bolsitas con hierbas.

—Cada mañana te prepararás una infusión con estas hierbas, puedes hacer más cantidad e ir tomándola durante el día, esto además te ayudará a bajar de peso. Pero no abuses de la infusión, ¿de acuerdo?

—¡Gracias! En serio, me voy muy aliviada, deseando que además esto funcione y baje de peso —dijo la chica sonriéndole.

—Está bien Magda, pues espero que tus dolores se alivien, ¿nos vemos la próxima semana?

—¡Vale! —dijo la chica entusiasmada.

Tobías se levantó, la acompañó, le abrió la puerta y se despidió una vez más.

Y así terminó aquel día y llegó la noche, y Tobías satisfecho por los acontecimientos dio gracias a la providencia y estuvo seguro de que la semilla ya había germinado ahora sólo cabía esperar y verla crecer.

Pueblo Sin Nombre es una novela de veintidós capítulos, donde la trama se va desgranando como el buen vino, sorbo a sorbo. Hasta aquí has podido comprobar como el erotismo va in crescendo, a medida que una nueva mujer entra a la consulta del bueno de Tobías, pero aún queda mucho por descubrir, mucha tela que cortar...