Pueblo Sin Nombre (2)
De repente Rosario reparó en la entrepierna de Tobías y descubrió como tras su ligera ropa de lino algo había despertado...
4
Primera sesión con Rosario
A la mañana siguiente, cuando fue a por su pan de cada día, Rosario le dijo que a lo mejor se pasaba por la tarde, después de misa, ya que acompañaba a su madre. Él le dijo que, aunque fuese domingo, para él era un día como otro cualquiera un buen día para atender a una amiga. Esta le sonrió y en eso quedaron.
Se fue a su consulta y esperó. Pasada la misa sintió tocar a la puerta, levemente, como si quisiera no alarmar a quien dentro esperaba. Allí estaba Rosario, sin su madre y vestida sin su habitual uniforme de panadera, Tobías pensó que levemente maquillada, pero tan levemente que casi no se notaba.
—Bueno Tobías, me parece que tienes muy buen gusto para la decoración —dijo ella sentada frente a su mesa de despacho.
—Gracias, me resulta raro verte sin tu uniforme de panadera, ya me había acostumbrado a verte con él y te veo distinta son él.
—Si quieres la próxima vez vengo con él —rio Rosario.
—¡No, te sienta mejor el pelo suelto y un vestido bonito como el que hoy traes! —le sonrió Tobías.
—Gracias ahora a ti —río ella de nuevo—. Bueno, pues soy tu paciente por lo que veo, ¿debo llamarte doctor?
—Debes llamarme Tobías, el título de doctor ni lo tengo ni lo quiero ni lo pretendo. Vamos a pasar a la otra habitación si te parece.
El hombre siguió a la mujer, Rosario era muy bella, sin duda más bella vestida de domingo que con su delantal de panadera de cada día. Se había perfumado sutilmente, con la delicadeza con la que intuía que era grosero abusar de las esencias.
—¿Qué tal el aceite? ¿Lo has probado? —se interesó Tobías.
—Sí, huele un poco fuerte y da sensación de calor cuando lo usas —advirtió Rosario.
—Siento lo del olor, pues son hierbas aromáticas las que empleo en su elaboración, por demás, el calor es para actuar y activar la circulación de tus piernas.
—No pasa nada, el olor no me molesta, huele bien y el calor, pues es agradable.
—Está bien —dijo Tobías—. Te voy a examinar las piernas, si eres tan amable me pondré a tu lado y te pediré que te descalces.
Rosario obediente, mostró sus piernas bajo su falda. Blanquitas y delicadas, como la harina que él trataba. Esta se dejó observar y acariciar con delicadeza por las suaves manos del hombre y pensando que tal vez se viese algo más de lo corriente, entre sus muslos, los cerró al advertir que él estaba tal vez mirando de soslayo.
—Espero no incomodarte —dijo Tobías.
—¡Oh no! —dijo ella poniéndose colorada.
—Te duelen las pantorrillas, ¿cómo por aquí? —dijo Tobías tocando aquellas partes—
— Si, justo ahí, de pasar tantas horas de pie, imagino. Tu aceite me produce calor y me alivia un poco la verdad.
—Bueno el aceite te hace bien, pero si me lo permites puedo aumentar el efecto con un masaje de pies y de tus pantorrillas.
—¡Hum, vale! —afirmó decidida.
— Está bien pasemos a la sala donde tengo la camilla de masajes —dijo levantándose e invitándola a entrar.
Esta pasó y él le indicó.
—Quítate las medias y siéntate en la camilla, si eres tan amble.
—Pantys —dijo ella corrigiéndolo.
—Pues eso pantys —replicó él desde abajo.
Rosario se subió la falda y se bajó los pantys con cuidado para no enseñar más de lo que hubiese sido decente.
Tobías se sentó en un taburete regulable en altura, bajo un sistema de tornillo que girándolo permitía ponerlo a la altura requerida. Ella tenía los pies colgando así que apoyó su planta en su rodilla y en silencio tomó su aceite y lo echó profusamente en sus pies y pantorrillas, para no manchar su falda le pidió que la subiera un poco, pues pasaba de sus rodillas. Esta lo hizo, descubriendo así la mitad de sus suaves muslos, blancos y bonitos, como el resto de sus delicadas piernas.
Entonces Tobías vislumbró un pequeño triángulo blanco entre sus muslos, lo que a todas luces eran sus braguitas. Rosario, con su sexto sentido femenino, lo advirtió y juntando las piernas las cerró, ocultándolo a la indiscreta vista del masajista. Pero ninguno de los dos dijo nada al respecto.
Comenzó su masaje desde los pies mirándola de frente y esta descubrió las cosquillas que tenía, así que les fue difícil continuar, de modo que pasados unos minutos ya consiguió poder tocarle la planta del pie y aunque ella se tapaba la boca de las cosquillas que le producía, al menos mantenía el pie quito.
—¿No hay una señora de Tobías? —preguntó de repente.
—No, hoy en día no —asintió él sin parar su masaje por las pantorrillas ya.
—¿Pero la hubo? —continuó interesándose.
—Si, claro, ¿no ves que soy mayor? —replicó como recalcando lo evidente de sus pesquisas.
—¿Y niños?
—Si, una niña, es mayor, pero hace tiempo que no las veo.
—¿Y por qué?
—Porque la vida a veces nos lleva por otros caminos —respondió secamente—. ¿Y tú, no tienes hijos?
—No —asintió Rosario, que sintió como su pregunta era casi una afirmación—. Aún no han llegado —añadió con cierta amargura.
—Llegarán —afirmó Tobías notando lo agrio del asunto para ella.
—Ojalá tuviese la misma seguridad que tú al afirmarlo —se lamentó de nuevo ella—. ¿Por qué no ves a tu hija?
Tobías no quiso contestar la pregunta, así que se quedó en silencio y respondió con otra pregunta.
—¿Por qué confías tan poco en la llegada de niños?
—No sé, hace tiempo que mi marido y yo lo intentamos, pero éstos no llegan —se lamentó Rosario
—Está bien Rosario, me gustaría darte un masaje en la cara posterior de las pantorrillas, si puedes tumbarte bocabajo en la camilla.
Y Rosario se tumbó y Tobías de nuevo le pidió que subiese su estrecha falda un poco, no la fuese a manchar con el aceite, así que Rosario se la subió de nuevo hasta sus glúteos.
Acto seguido el hombre echó abundante aceite sobre sus pantorrillas para a continuación frotarlas y luego comenzó a dar friegas con sus manos sobre sus pantorrillas, desde el tobillo hasta más arriba de la rodilla, allí donde sus carnosos muslos se extendían llegó a frotarlos hasta bien arriba, justo donde nacía la graciosa curvatura de su culo, introduciendo para ello sus dedos bajo su falda.
Aunque Rosario notó tal movimiento, y sintió la presión que Tobías ejercía en la base de sus muslos, no se quejó ni dijo nada, pues entendía que todo era parte del masaje curativo que Tobías le hacía. Y en efecto así era, Tobías se empleó a fondo, trabajando con firmeza, pero también con delicadeza, siempre desde los pies hacia arriba.
El calor del aceite calentó la piel de Rosario. Esta ya no dijo nada y se limitó a sentir sus manos frotar sus pantorrillas, luego sus rodillas y luego sus muslos. Más cuando le pidió que separase un poco las piernas, Rosario no protestó, simplemente obedeció, pues Tobías era el que sabía lo que hacía.
Ahora pudo acceder a la cara interior de sus muslos y allí también se empleó a fondo, frotando desde la rodilla hacia arriba, llegando bien cerca del pequeño triángulo blanco que de nuevo hizo acto de presencia, aunque una Rosario tumbada boca abajo no notase su desliz.
Lo que sí notó la chica fue la aproximación peligrosa a sus ingles, algo que le provocaba sensaciones contrapuestas: pudor, al sentir el íntimo contacto; y cierto vértigo por la misma causa. Pero discreta y obediente, Rosario no dijo nada.
Luego le pidió que se girase y ésta obedeció, pasando ahora a masajearla por arriba, desde los pies hasta sus muslos, pasando por sus rodillas.
Tenía una piel muy suave y tersa, fruto de su juventud exultante. Mientras sus ojillos le miraban hacer su masaje, se preguntaba qué pasaba por aquella cabecita joven y dulce.
Cuando de nuevo separó sus muslos, para acceder a su cara interior, esta comenzó a inquietarse, pues eran muy sensibles en dicha parte. Rozaba su piel con sus dedos y lo hacía desde la rodilla hasta arriba, cada vez más arriba, hasta rozar sus ingles bajo su estrecha falda.
—¡Oh Tobías qué manos tienes! —exclamó Rosario exaltada.
—Estoy practicando contigo Rosario, te confieso que eres mi primera clienta, ¿voy bien? —sonrió él.
—¡Oh si vas fenomenal asintió ella! —muy relajada.
Rozaba sus ingles con las yemas de sus dedos, sus manos se movían rápidamente, y rozaban sus ingles y el elástico de sus braguitas blancas. Rosario era consciente de ello así que de vez en cuando se bajaba un poco la estrecha falda.
Puso su pierna en ángulo, apoyando la planta del pie en la camilla, esto hizo que la estrecha falda se estirase y dejase de nuevo ver el triángulo de sus braguitas blanca y algo más… Por el borde justo de éstas, Tobías apreció unos incipientes pelillos que escapaban de la censura de la blanca tela, ¡su vello púbico se asomaba!
Rosario, visiblemente azorada, se empezó a ponerse nerviosa. Aunque Tobías daba su masaje con tal decisión, que aparentemente no se veía afectado por sus pequeñas y sensuales exhibiciones.
Ahora se detuvo en sus rodillas, mientras Rosario permanecía con su pierna flexionada y tiraba de su falda en un vano intento de no mostrar su intimidad.
Pero de nuevo pasó a su muslo, primero por encima y luego por los lados, con ambas manos, llegando a rozar sus ingles a un lado y su glúteo al otro.
Rosario sentía una especial sensación, cuando Tobías acariciaba el tendón interior de sus muslos. Tan cerca de su deseo que cuando le rozaba pasaba muy cerca de su intimidad, ¡más de lo que ella quisiera! Y Tobías insistía, una y otra vez, como si fuese consciente de las sensaciones que despertaba en su carita ligeramente ruborizada.
Luego pasó al otro muslo, momento en que Rosario aprovechó para bajar su falda de nuevo, aunque fuese momentáneamente, pues al levantar la pierna contraria de nuevo la historia comenzó a repetirse: Comenzó en su pantorrilla, luego la rodilla y luego más muslo y cara interior.
Sentía tales cosquillas cuando le rozaba muy cerca de su ingle que se abandonaba deseando que ese roce casual fuese más intenso e intencionado, estaba poniéndose fuera de sí, como pocas veces se había visto en sus relaciones con su novio y ahora su marido.
Aunque Tobías le caía muy bien, este la estaba desconcertando, ante tan inusuales tocamientos que, si bien relajaban sus piernas cansadas, despertaban algo más en ella. Aquel masaje sensual parecía tocar secretos puntos de energía y estos se activaban desde la planta de sus pies hasta su cintura. Así que, algo nerviosa, Rosario le interpeló:
—Pero Tobías, yo me pregunto, mis molestias son más bien de las pantorrillas —dijo Rosario en un intento de dirigir su perturbador masaje.
—Sí Rosario, trato de relajar tus piernas tanto como puedo, pero en todo su conjunto desde los pies, hasta las rodillas, los muslos y las caderas, pues es ahí donde las piernas se anclan al cuerpo —explicó Tobías con su tono de voz pausado, medido y estudiado.
De repente Rosario reparó en la entrepierna de Tobías y descubrió como tras su ligera ropa de lino algo había despertado. Su interés creció como aquel bulto y su mirada lo escrutó, desnudándolo como si sus ojos tuvieran superpoderes. ¿Podía ser cierto?
Pero no sólo ella se percató de su desliz, el bueno de Tobías la descubrió mirándole con asombro y sintió vergüenza por su torpeza. Girándose para ocultar su bulto no supo cómo reaccionar ante aquel contratiempo así que optó por la vía directa.
—Bueno, yo creo que podemos dejarlo por hoy —dijo Tobías sin atreverse a seguir más adelante con Rosario.
—¡Oh Tobías, no pasa nada! —exclamó Rosario contrariada incorporándose en la camilla y bajando su falda.
—Lo siento Rosario, esto no es profesional, ¡te pido disculpas y ruego me perdones!
—No te preocupes Tobías, no me ha sentado mal, somos humanos y tienes unas manos divinas, mis piernas te lo agradecen, ¡de verdad! —dijo Rosario apoyando su mano en el hombro de Tobías, pues este le daba la espalda para disimular su vergüenza.
—Gracias por tu comprensión Rosario. Si quieres volver en unos días no pasará más, ¡tienes mi palabra! —se lamentó el bueno de Tobías.
—Claro que volveré Tobías, eres un buen hombre, me gusta mucho conversar contigo y me transmites mucha paz.
Y tras decir esto Rosario se acercó y le dio un beso en la mejilla, ahora el azorado era él.
—¿Mañana volverás a comprar mi pan? —le rogó ella sonriente.
—Por supuesto Rosario, ¡tu pan es exquisito!
—Pues yo te prometo que desde hoy no pagarás más por mi pan, ¡te lo daré con cariño pues te lo mereces!
—Eso no sería justo, a cambio yo tendría darte algo, por ejemplo, mi trabajo y mis masajes si te parece bien.
—¡Trato hecho! —dijo Rosario ofreciendo su mano.
Tobías la tomó con ambas manos y se lo agradeció.
—¿Me acompañas a la salida? —preguntó ella risueña.
—¡Por supuesto! —dijo él.
Y mientras se despedían ella, echó una última mirada de soslayo a su entrepierna y aún se percató de su apreciable bulto.
Cuando este la despidió y el silencio lo envolvió todo de nuevo, se tiró al suelo a meditar, pues estaba contrariado. Tanto entrenamiento, tanta paz y meditación y sucumbió a sus deseos carnales, pues en efecto aquel bulto denotó su excitación, su deseo oculto hacia Rosario.
Pueblo Sin Nombre es una novela de veintidós capítulos, donde la trama se va desgranando como el buen vino, sorbo a sorbo.
Como ya dije no es mía, es de un amigo autor que me pidió el favor que la publicase en su nombre, ya a él se lo impiden...