Psicopedagoga intrigante

Un joven con mal rendimiento escolar es enviado por sus padres a una sesión de terapia semanal. El muchacho se obsesiona con poseer a la terapeuta...

Por yo tener algunas dificultades con el estudio que se traducía en malas notas, mis padres, por sugerencia del colegio, me hicieron ir a una psicopedagoga. Al enterarme yo de esa situación, primero me puse de mal humor, sentía que perdería mucho tiempo en ir y volver más el tiempo de estar con ella, pero el saber que sería sólo una vez por semana me calmó un poco. Su consultorio estaba ubicado en un barrio donde se concentran este tipo de profesionales, bastante cerca de mi casa, con lo que la pérdida de tiempo realmente era mínima. Funcionaba en un departamento a cuyo edificio se entraba sin trabas y el ascensor te dejaba directamente frente a su propiedad. Tras tocar el timbre y mientras sonaba la chicharra de la cerradura eléctrica se entraba al consultorio, pero ella la accionaba sólo a la hora exacta o más tarde, pero nunca ni un segundo antes, cosa que me daba bastante fastidio, ya que nunca vi salir a nadie antes que yo entrara y que justifique hacerme esperar en el pasillo inútilmente. Una vez le pregunté por la razón de tanta puntillosidad y no me respondió, tan sólo me preguntó: y vos ¿qué pensás por qué es? Opté por dejarlo ahí respondiendo: si te pregunto es justamente porque no lo sé. No se habló más del asunto.

La entrada, una sala pequeña, estaba preparada para ser una antesala de espera, sólo amueblada con un sillón de 2 cuerpos, 2 sillas, una mesa ratona con una lámpara, única iluminación del ambiente y unas revistas viejas y gastadas de moda pasada. De las paredes colgaban unos cuadros con paisajes idílicos del campo. De allí se pasaba al consultorio propiamente dicho, que era más pequeño aún, con 2 sillones casi enfrentados, en uno se sentaba siempre ella y 1 diván. Había 2 puertas más, una llevaría al baño y la otra a la cocina, digo yo, ya que sería lo lógico, aunque nunca pasé por esas puertas ni estaban abiertas nunca.

Patricia, la licenciada, tendría como el doble de mi edad unos 36 años y estaba muy buena en su conjunto, unos 1,70 de estatura realzados por los zapatos con tacos altos, larga cabellera ligeramente ondulada, elegantemente vestida siempre con faldas hasta unos 10 centímetros por encima de las rodillas y una camisa o blusa con sus dos primeros botones abiertos luciendo una delgada cadenita de oro con eslabones trenzados, ella era de rasgos muy finos, boca muy sensual con labios llamativamente carnosos, aunque bastante flaca, casi demasiado, calculando que yo con mis 1,80 y constitución bastante atlética pesaba casi 80 kilos, ella debería esta por la mitad. Contrarrestando esa postura de clase estaban sus lentes de aumento algo pasados de moda por lo grueso y oscuro del marco y los gruesos anillos con piedras de colores que usaba y que tampoco encajaban en el conjunto. No llevaba alianza alguna que me hiciera pensar que estuviera comprometida o casada, aunque por la edad podría incluso tener ya varios hijos, pero en ninguno de los dos ambientes que yo conocía se veía algo personal como fotos.

Ella tenía por costumbre cruzarse muy a menudo de piernas y en cada cruce yo me esforzaba por verle cuanto más podía de las delgadas piernas cuya falda que le cubría solía subirse un poco mostrando algo más de las esbeltas piernas desnudas, pero nunca llegué a verle las bragas durante esos movimientos, cosa que comenzaba a obsesionarme. También acostumbraba ella meterse una mano por debajo de la camisa y debajo del brassier para acariciarse el pecho y a pesar que era claro que yo la observaba atentamente, nunca hizo un gesto de disimulo. La combinación de sus actos y su atractivo físico me llevaban más a pensar en sexo con ella que a resolver mis problemas motivo por los que la veía, a pesar de su inmutable cara de piedra. Ella no me estaba insinuando nada, pero yo me sentía muy provocado y mis fantasías iban a mil y en aumento. Al principio me hacía ver láminas y mientras yo le contaba lo que veía ella anotaba rápidamente todo en unas hojas, hasta que al cabo de unas sesiones me dijo que no encontraba nada que justifique mis malas notas, que mi coeficiente era adecuado y que debería indagar en lo cotidiano, que le cuente en que pienso todo el día que no me deja concentrarme en el estudio, si algo me preocupa, si tengo actividad todo el día o estaba ocioso, etc., etc.

Creo que fue la acumulación de mi excitación por sus perfectas piernas, por sus auto-sobadas de teta, por su porte al caminar delante mío esos pocos metros desde la recepción al consultorio y viceversa meneando su culo delante de mí que me desinhibieron y le dije, casi sin pensar en las posibles consecuencias, que estaba muy caliente. Aunque mi expresión fue muy clara y directa, solo faltaba que me caiga la baba, se debe haber hecho la tonta y desentendida, ya que me preguntó si pensaba que tenía fiebre... Su pregunta me había dado tanta bronca que me levanté del sillón, me acerqué al de ella mientras me bajaba el cierre del pantalón, rapidísimamente saqué mi pija parada en su máxima expresión y mientras se la blandía delante la cara le dije: ¡esto está caliente! ¿Me entendés? Y llevé mi mano sobre su blusa para tocar esas tetitas pequeñas y duras que ella me ocultaba, destacándose claramente al tacto el pezón duro como una pasa. Patricia respondió mientras me dejaba hacer: ah, comprendo... y ¿mostrarme tu miembro erecto o tocarme el pecho te ayuda de alguna manera? Mi bronca y mi calentura no se disiparon más bien aumentaron. Me saqué los pantalones de un tirón junto a mis calzoncillos, le descrucé las delgadas piernas sin necesidad de hacer fuerza alguna y se las comencé a sobar, se sentían muy suaves, perfectamente depiladas y de una tibieza muy particular. Ella no puso ninguna resistencia a mis tocamientos, yo no entendía nada ya que me esperaba alguna reprimenda o una parada en seco, pero nada de eso sucedió, ella estaba como ausente de lo que yo le hacía, inmutable como si nada le estuviera pasando, ni su mirada de ojos claros tras los cristales parecía perturbada, pero si ella no me paraba yo quedaba sin obstáculos e iba a seguir. Fui subiendo mis manos desde la casi desnutrida pantorrilla, pasé por sus huesudas rodillas, le separé sin dificultad más aún las piernas y seguí subiendo por los tibios muslos hasta llegar a sus finas bragas blancas de encaje, que transparentaban claramente los pelos negros de su concha, incluso algunos asomaban fuera de la tela y me entretuve unos segundos tirando suavemente de ellos. La tela de la bombacha era sedosa y a través de ella le acaricié la vulva. Ya estaba yo descontrolado totalmente, era puro impulso libidinoso, quería llenarla con mi leche que hervía en mis entrañas.

Ella decía cosas monótonamente, su suave voz sonaba lejanamente, supongo que eran sus inútiles interpretaciones psicológicas, yo ya no la escuchaba ni me interesaban. Se dejó desnudar sin problema y mis manos recorrieron toda su menuda geografía, realmente era esquelética, casi ni tenía tetas ni aureola, pero sí pezones grandes, seguramente producto de sus auto-sobadas bajo la blusa. Le lamí esos pezones provocativos, casi insolentes, los chupé con fuerza y los mordí pero sin exagerar. Fui bajando hasta llegar a la concha, le separé los labios vaginales y lamí su intimidad cálida y suave. Percibí su clítoris hinchado y a pesar de insistir con la punta de mi lengua sobre él tampoco logré notar reacción en ella... ¿era humana? Como a una muñeca la volteé, dejándola de rodillas en el suelo y su cuerpo sobre el sillón le separé los cachetes del culo y seguí mi faena lamedora por el interior de la raya y en particular el agujerito. Ella se dejaba hacer pasivamente todo y seguía hablando como terapeuta, no me tocó ni una sola vez ni me puso límite alguno, sólo me dejaba hacer y hablaba... era de no creer, menos aún habiéndome ya encontrado con todo tipo de resistencias por mis compañeras de colegio e incluso de alguna novia que en esos bailes lentos y en la penumbra de los salones, cada vez que mis dedos se acercaba a los cachetes de sus culos o a sus pechos me frenaban, incluso ya ligué pellizcones y arañazos, a tal punto que pensé que el sexo era algo difícil de concretar.

No sé por qué en esos momentos no le metí ahí nomás mi verga en la vagina y por el culo si estaban tan servidos en bandeja de plata, sólo comencé a hacerme una paja parado detrás de ella arrodillada delante de su sillón y antes de eyacular la volví a sentar para terminar acabándole en la cara, le salpiqué con mi leche los anteojos y los pechitos. Estaba listo para seguir magreándola, pero de pronto me dijo como si nada y en un tono diferente al que venía usando y yo no escuchaba: terminó tu hora, dejamos acá, te espero en la semana que viene a la misma hora de siempre, sabés el camino de la salida. Tomó sus ropas y me dejó solo, parado desnudo en medio del consultorio, desapareciendo por una de las misteriosas puertas. Tardé unos segundos en reaccionar.

Me vestí y me fui muy desconcertado por su actitud y reprochándome no haber aprovechado su pasividad para penetrarla a gusto, pero pensé que la semana próxima lo iba a hacer. Obviamente esperé con mucha impaciencia la nueva hora. Me tracé mil fantasías a realizar con ella y a medida que se acercaba la fecha más excitado me ponía y terminaba en pajas a la salud de Patricia, llegué a tener que hacerme 3 pajas por día imaginándome todo lo que íbamos a hacer... ¿íbamos o iba de nuevo a hacer yo solo? ¡Qué duda! Seguro que ella también estaría pensando algo, ¿pero qué? ¿Tal vez, cuando me dejó solo en su consultorio se fue a masturbar y a descargar todas sus ganas reprimidas? Si yo no le produje ningún orgasmo y vagamente recuerdo que cuando le lamí la vagina parecía estar húmeda... ¡La atorrante estaba fingiendo indiferencia! ¡Peor para ella, se lo perdió y tal vez en la próxima ella busque la revancha!

Llegó el nuevo día de consulta. Me dejó pasar al consultorio, me saludó como siempre, meneó su culo como siempre, se sentó en su sillón como siempre y comenzó con su juego de cruce de piernas y mano sobre el pecho como siempre... ¿Lo estaría haciendo a propósito? Yo en cambio me quedé parado y para ver qué pasaba comencé a desvestirme muy lentamente a un metro de ella. Volaron los zapatos y las medias, despacito pasó mi remera por encima de mi cabeza y fue al piso, cayó mi pantalón y quedándome sólo mi bóxer lo fui bajando milímetro a milímetro hasta que saltó mi dura verga como un resorte descontrolado, mientras que Patricia miraba todo esta vez en absoluto, casi respetuoso silencio y cruzaba de un lado al otro sus piernas, una y otra vez, tal vez más a menudo que de costumbre, pero otra cosa no expresaba. Una vez totalmente desnudo me acerqué a ella y la desnudé sin dificultad, por un lado por su poco peso y por el otro porque ella no ponía ninguna resistencia, casi parecía que colaboraba en que yo la desnudase, le pedí que me la chupe, se lo ordené, se lo imploré, apoyé mi miembro duro contra sus labios carnosos pero apretados, presioné, pero no logré nada, apretaba la boca con fuerza. No tuve éxito a pesar de la fuerza que puse en el intento de obtener una chupada de pija. Tampoco logré que me la agarre con la mano. Con eso no había calculado, estaba nuevamente desconcertado. Retomé entonces mis manoseos y chupadas de la vez anterior y me pensé que si ella no quería disfrutar, yo no me lo iba a perder. La levanté y llevé su liviana humanidad al diván y la acosté boca arriba. La recorrí toda con mis dedos y mi lengua, deteniéndome en especial sobre sus erectísimos y duros pezones y mientras más se los chupaba más largos y duros se hacían. Así acostada carecía de pechos de flaca que era, no había que agarrar. Con mi lengua en punta le fui pasando por la línea media del torso por encima del ombligo hasta la concha, pero esta vez sin meter mi lengua en ella. Le separé bien las piernas y admiré por unos segundos esa vista de las largas piernas que se unían en una negra mata de pelos y con mi pija en punta me apoyé sobre su vagina, preparado a encontrarme con una oposición como la de mamármela o agarrármela, también me imaginé que iba a estar seca y áspera como lija ante tanta frialdad y pasividad, pero todo lo contrario: no hubo intento alguno de evitar mi arremetida y además, al separarle con mis dedos los labios ¡noté que estaba totalmente mojada! Bien mojada y caliente (si estaba tan caliente, ¿por qué jugaba de fria estatua? No lo entendí nunca, ¿tal vez la que necesitaba terapia era ella y no yo? ¿Tal vez era una especie de pervertida que fantaseaba con que la violen? No sé ni mucho me importaba saberlo. Si así es la terapia, pensé, quiero hacer terapia todos los días de mi vida).

Me acomodé mejor entre sus piernas y con mi pija totalmente lista a todo terminé de separar sus labios vaginales cubiertos de unos hermosos largos pelos negros, empujé y ante la presión de mi verga sentí como un suavísimo desgarro: ¡¡¡la desgraciada aún era virgen!!! No lo podía creer que a su edad nunca nadie la hubiera penetrado, ¿qué hizo de su vida? Con su belleza hubiera podido tener a más de uno de rodillas frente a ella y de todos yo fui el primero. ¿Tal vez fuera lesbiana?... y por unos instantes me la imaginé en juegos amorosos con otra mujer, toqueteándose entre ellas y con apasionados besos de lengua, pero tampoco me preocupé demasiado, yo tenía una oportunidad que no iba a dejar pasar. Seguí penetrándola hasta el fondo y comencé un rítmico entra-y-sale mientras le chupaba con fuerza sus pezones que se estiraban hasta unos 2 centímetros. Mi pija entraba y salía suavemente de ese canal excelentemente bien lubricado. A punto de acabar se la saqué, la di vuelta y la volví a penetrar por la vagina, pero desde atrás, mientras que con 1 mano le acariciaba y pellizcaba el abultado clítoris empapado con sus jugos y la otra un pecho. Yo tenía todos mis sentidos puestos en ella y en cada uno de sus partes que estaban en íntimo contacto conmigo, fregaba con mis dedos su duro pezón, retorciéndoselo y pajeándoselo suavemente y sentía una agradable cosquilla excitante en mi glande producto del roce vaginal que fui apurando cada vez más. Acabé a los pocos minutos con una fantástica explosión de placer y al sacársela, desde esa posición me tentó su culito, pequeño como toda ella, pero con cachetes suficientemente separados para ver el agujero hermoso que se me ofrecía. Mi pija estaba a media asta por la reciente acabada, pero mi mente seguía caliente. Comencé a toquetearle el culo con una mano y con la otra me auto-sobaba mi pija para levantarla antes que acabe mi sesión. Le fui metiendo 1 dedo por el ano y sentía como ella apretaba el esfínter, todo en silencio. Una vez pasado mi dedo, meterle el siguiente ya no fue tan difícil y para cuando la dilatación era suficiente mi pija ya estaba lista. Se la metí lentamente en toda su extensión hasta el fondo y comencé a bombearle el culo, además con una mano le metí un dedo en la vagina rozándole permanentemente el clítoris que se notaba aún más abultado e hinchado que antes y con la otra mano le masajeaba, otra vez tipo paja el pezón. Fui acelerando el entrar y salir de su culo al mismo tiempo aceleré mis masajes sobre su clítoris y la paja a su ya bastante estirado pezón hasta que me vino mi segundo polvo. ¡Qué polvo! Me relajé dejándome caer sobre ella justo cuando dijo sus primeras palabras después del saludo inicial: ya es la hora, seguimos la semana próxima... Y se escabulló de debajo mío, nuevamente recogiendo su ropa y desapareciendo por la misma puerta que la semana pasada. Era de no creer, si a mí me lo contaran, yo no lo creería, pero me estaba pasando. Me quedé unos minutos acostado sobre el diván sin que nadie apareciera hasta que me vestí y me fui.

No sé si ella alguna vez disfrutó, ni si tuvo algún orgasmo, pero yo disfruté un montón esa y varias sesiones más. Ella nunca emitió sonido alguno, ni sus manos tocaron alguna vez alguna parte de mi cuerpo, ni su cuerpo experimentó algo parecido a un espasmo de ningún tipo. Lo único que me hacía pensar en que debía de gozar, tal vez pervertidamente, eran sus jugos vaginales y el clítoris que se hacía prominente durante mi actividad. Como curioso efecto secundario de mi única actividad sexual por semana fue que mejoraron mis notas en el colegio, con lo que mis padres estaban muy contentos con los éxitos logrados y hablaban maravillas de la excelente profesional y yo de las lujuriosas sesiones, sintiendo que Patricia era mi juguete sexual. Nunca se opuso a nada, salvo las mamadas y a tocarme, por lo demás me dejó siempre hacer a mi voluntad lo que me placía y todo en silencio total, aunque nunca sin excedernos del tiempo que me estaba asignado. En sucesivas sesiones la penetré sentándola sobre mi verga y dado su poco peso a cada caderazo mío para arriba mi pija más de una vez se salía de su cueva. Otra vez la levanté y estando yo de pié la calcé sosteniéndola por el culo, con uno y dos dedos dentro de él bamboleándola para arriba y para abajo fregando así mi verga en su mullida vagina, y tendría aproximadamente 10 sesiones más para contar, que fue todo lo que duró nuestra relación, pero me vuelven las nostalgias por Patricia.

Terminada la terapia varias veces de tanto pensar en ella, la esperé escondido para verla entrar o mejor aún salir del edificio y seguirla, tenía que saber más sobre ella, pero nunca más la vi. Opté por llamarla por teléfono, pero nunca logré hablar con ella. Le dejé varios mensajes en el contestador telefónico, pero nunca contestó alguno. Una vez, casi desesperado por la falta de respuesta llené su contestador con mensajes obscenos, producto del recuerdo que ella me producía. Pero sólo me quedaron los recuerdos, en los que me inspiro para hacerme unas pajas, aunque no es lo mismo. Incluso muchas veces mientras tengo sexo con otras pienso que estoy con Patricia, mi linda y dulce flaquita... Qué falta me hace.

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