Prueba y aprueba (I)

El profesor de una universidad nos relata una historia que le sucedió hace unos años.

Debo presentarme antes de nada. Mi nombre es Carlos, tengo 55 años, y doy clases en la Universidad. La asignatura más aburrida del mundo, física.

Como podéis imaginar mi vida es convencional. Estoy casado y tengo dos hijos insoportables, y mi trabajo efectivamente, es aburrido.

Hace tiempo que perdí el interés, incluso en mi mismo. Mi vida sexual es monótona. Dejé de cuidar mi aspecto. Ahora, estoy realmente gordo, apenas me afeito y ni siquiera, me lavo a menudo. Si creéis que soy repulsivo, acertáis.

En las clases soy infame. Mi diversión es suspender al azar. Os aseguro que nunca he sido así, pero el tedio me ha ido convirtiéndome en otra persona. He dejado de interesarme por los demás y sólo consigo algo de satisfacción con las caras de sufrimiento de críos pendientes de una asignatura ridícula.

La historia que voy a relatar es cierta, y probablemente os la cuento para pedir comprensión, quiero que entendáis que no soy un monstruo, sólo una victima de la monotonía.

A finales de junio de hace tres años, vino a mi despacho una alumna de primero. Una cría de unos dieciocho. Por supuesto, la había suspendido sin razón. Quizás no era la más brillante, pero desde luego sus exámenes eran bastante buenos.

Apareció nerviosa, descompuesta. Sus ojos estaban rojos, probablemente de llorar durante toda la noche. Descentrada y agotada, quiso reclamar sobre su nota. Paso todas las fases: negación, agresividad y negociación. Su agonía extrema despertó en mi un placer inusitado. Verla llorar y suplicar me llenaba de una satisfacción creciente. La tenía en mi poder. Era mía.

Esther, era una alumna de las más jóvenes, 18 años recién cumplidos. Es realmente atractiva. Alta, ojos grandes y azules, con la boca bien dibujada, rubia y una expresión dulce y atenta. Diría que alegre pero muy tímida.

Mi excitación había llegado a tal grado, que ni siquiera pensé mis palabras. Quería seguir torturándola. Llevé la conversación hacia el terreno sexual. Le pregunté por su novio e hice un ligero halago sobre lo guapa que era. Fue increíble. Su cara fue realmente expresiva. Paso de la sorpresa al pánico. Me crecí. Fui directo y le propuse que fuésemos a un Motel y que me demostrara el interés en aprobar su última asignatura de primero. Nunca había hecho eso antes.

No dejó de gemir pero aceptó. ¿No les parece increíble? Lo estúpido que se puede ser a esa edad.

Mi cabeza dio vueltas excitado por la nueva situación y recordé un hotel en la circunvalación de la ciudad. No dejó de llorar en todo el camino. Por supuesto, insistí en recordarle lo crítico de su situación, lo difícil que sería superar una nota negativa. Su angustia crecía al comprender que ya no podía echarse atrás y por supuesto con ello, mi frenesí.

En el Hotel no hicieron preguntas. La habitación era lúgubre y pequeña. Se sentó en la cama, con la cabeza hacia abajo. Avergonzada y gimoteando.

Me senté a su lado. Le acaricié el pelo y endulce mi tono de voz. Le expliqué que era lo mejor para ella. Por un momento pareció tranquilizarse un poco. Aproveché para levantar su barbilla y besarla. Sé que mi boca olía fatal. Un hedor de café y anís cruzaron a su boca cuando mi lengua forzó sus labios. Mi mano se dirigió a desabrochar su camisa, sin dejarla reaccionar.

Mi premura se convirtió en su pánico. Repentinamente me empujó para apartarme de ella. Os juro, que yo ya no era dueño de mí mismo. Un bofetón y un par de insultos la devolvió a la realidad, pero no a mí. Su nariz goteaba sangre y mocos. Su cara era de pánico. Ahora ya era del todo mía. Lo vi en sus ojos.

Le dije secamente que se desvistiera. Lo hizo mecánicamente. Camisa, falda, medias, sujetador y bragas. Se quedó sentada junto a mi. Su cuerpo era perfecto. El color de su piel bronceado. Su pecho y caderas marcaban ya las líneas del Sol. Sus tetas redondeadas y no muy grandes estaban coronadas por un pezón grande y sonrosado. Su pubis apenas tenía vello y su culo les aseguro, era perfecto, respingón con dos hoyuelos en la cintura. Apenas podía taparse con sus manos.

Mientras se desvistió yo me masturbaba por encima del pantalón.

Era mi turno. No pude resistirlo, simplemente me saqué la polla y le dije que la chupara. El olor a sudor y orina inundó la habitación. Mi polla aunque no muy grande, si es muy ancha. Esta vez no lo pensó y empezó a lamer. Claramente no era la primera vez que lo hacia. Era increíble, con su saliva cubrió mi polla y lamía concentrada con la lengua en el capullo. Sin duda, lo hacía de forma automática, bien instruida por algún jovencito.

La mezcla de placer y poder me llenó. Aseguré con mis manos su cabeza, y le adelante que como no se lo tragara todo, no aprobaría jamás. Aligeró el ritmo de la boca y de su mano. No pude contenerme. Empecé a correrme como jamás lo había hecho antes. Apenas alcanzaba a tragar. Paré su cabeza y fui terminando, dejando que mi semen corriera por su garganta, boca y labios. Por supuesto, la obligué a dejarlo todo muy "limpio" y darme un beso después.

¿Ves? Debes ser buena chica. Le dije

Lo que has hecho es solo un comienzo. Aprobar una asignatura no es una cosa fácil y tendrás que venir dos veces más.

Su cara era una mezcla de asco pero también de placer. Asintió. Esa fue nuestra primera vez.

Carlosqsevilla@hotmail.com