Proyecto Fantasmagorium - Castle Village

Inspirado en Ghostbusters

Cloe Lattuff se encontraba vigilando a su hermanito menor, que se duchaba en la bañera que estaba dentro del cuarto de baño. Cloe tenía el cabello rubio a la altura de los hombros, pero eso no se notaba, porque siempre lo llevaba sujeto en una cola de caballo. Traía puesta una camisa manga larga color blanco, cuyas mangas se enrollaban hacia sus codos y reía con Fer en la bañera. Se quitó los anteojos que empezaban a empañarse y sacó al niño enrollado en una toalla hacia la habitación para vestirlo.

– La comida está casi lista amor – le gritaron desde la cocina.

– Muy bien campeón a vestirse y a comer – le dijo Cloe al niño de apenas 5 años – ¿Puedes hacerlo tú solo? – le preguntó sentada desde la esquina de la cama, viendo al niño ir hacia el armario.

– Soy grande Gloe – le dijo y Cloe rio.

– Es Cloe, no Gloe.

– Eso dije, Gloe – dijo abriendo el último cajón.

– Te espero en la cocina entonces – le dijo intentando no reírse – no tardes, sino la comida se te enfriará y ya sabes…

– Que sí, que luego se la comen los fantasmas y quedó sin comer yo – terminó la frase de memoria, que tantas veces le hacía dicho la chica cuando no quería comer y que él no entendía por qué los fantasmas debían comer.

Cloe salió de la habitación, subiéndose aún más las mangas de su camisa pues le empezaban a incomodar.

– Huele divino – dijo abrazando a la chica que estaba de espaldas preparando cuatro vasos con hielo y jugo de limón – No sé si eres tú o la comida – le dijo dándole un beso en el cuello, haciendo que la otra chica se riera.

– Debe ser la comida, porque no he tocado la ducha – dijo entre risas, volteándose un poco para darle un beso en los labios a Cloe, que aún no la soltaba.

– Ela, tenías razón – dijo un chico de cabello castaño que entraba a la cocina – el arma no succionaba el plasma porque la boquilla no era compatible – explicaba sin prestarle atención a la escena de las dos chicas abrazadas.

Cloe soltó a Ela y se dirigió al chico, que también era su hermano y tomó el arma en sus manos.

– Es muy pesada – dijo con el ceño fruncido.

– No he conseguido un metal más liviano – se excusó el chico.

– ¿Haz intentando con plástico, polímeros, otra cosa que no sea metal?

– El plasma se escaparía si fuera de plástico – le explicó.

– ¿Sirve una aleación? – preguntó Ela llevando los cuatro vasos en una bandeja hacia la mesa.

– ¿Una aleación de metal y plástico? – preguntó Cloe más para sí misma que para los demás – podríamos hacer el intento – dijo – pero luego de almorzar – y colocó cuatro platos en la mesa, junto con los manteles, mientras el chico llevaba los platos donde estaba la comida.

En la casa número 141 en uno de los tantos suburbios de Castle Village vivían Cloe, Oliver y Fer Lattuff, junto a Ela Kolster. Cloe y Ela se habían conocido en la universidad casi cuatro años antes.

Cloe había estudiado Física aplicada con una especialización en Interacciones electromagnéticas, mientras que Ela había optado por Química avanzada con especialización en Plasma artificial, terrestre y espacial.

Oliver estaba en la mitad de la Educación Media en Ciencias y Fer apenas empezaba el primer grado en la escuela.

Y todos trabajaban de lo mismo, incluso el pequeño Fer: eran caza fantasmas, no muy conocidos, claro está. El escepticismo era bastante contundente con respecto a esos temas, sin embargo, existía. La mayoría de sus trabajos eran confidenciales y eran contratados por personas de alto mando que operaban alrededor del proyecto Fantasmagorium, cuyas misiones quedaban fuera de la vista de la sociedad. Y estaban los casos aislados, donde eran contratados por civiles que no encontraban mayor explicación a los extraños sucesos que vivían.

– Las armas están casi listas – decía Oliver – después del último trabajo quedaron bastante dañadas, parece como si se estuvieran haciendo más fuertes – se llevó a la boca un bocado de puré de papas y miraba a su hermana y a su cuñada con preocupación.

– Debemos mejorar el equipo antes de que vuelvan a llamarnos, que lo harán – dijo Ela – ha habido demasiados problemas muy seguido.

Cloe suspiró mientras tomaba el vaso de jugo, no habían tenido casi descanso. Si bien las llamadas eran de civiles, habían sido muy seguidas y les había costado un poco más deshacerse de los indeseables fantasmas.

Oliver y Fer terminaron de comer, recogieron sus platos y se retiraron de la cocina.

– Voy a ducharme y nos vemos abajo en un rato – le dijo a su hermano pequeño alborotándole el cabello.

– He estado hablando con los de Lionsport – dijo Ela que aún estaba sentada en la mesa.

El proyecto Fantasmagorium consistía en cuatro equipos preparados para la caza de fantasmas que habían estado afectando diversas zonas.

El equipo de Lionsport que eran tres hermanos, trillizos, y que estaban un poco locos ya, pues su trabajo llevaba casi 40 años en pie, eran los más antiguos. Luego estaba la familia de Ghostic, que eran poco ortodoxos y convivían con fantasmas que les ayudaban a predecir los ataques. El equipo de Maryland eran los más jóvenes, dos chicos huérfanos de 18 y 19 años, los cuales se unieron al proyecto cuando su familia fue brutalmente asesinada.

– ¿Alguna novedad? – le preguntó Cloe reposando los codos sobre la mesa.

– Dicen que sus jornadas siguen iguales, que no ha habido anomalías – su voz se notaba cansada – se ofrecieron si necesitábamos ayuda con algo.

– ¿Estás bien? – le preguntó Cloe colocando un mechón de su cabello castaño oscuro, casi rojizo, hacia atrás.

– Siento que no he dormido en años – cerró los ojos ante la caricia de su novia.

– ¿Por qué no vas a descansar? – Le dijo acariciándole la mejilla – Oliver y yo nos haremos cargo del equipo.

Ela suspiró y asintió dándole un beso corto a su mano – descansaré los ojos un rato – dijo con una sonrisa.

Y Cloe le devolvió la sonrisa, porque sabía que ese ‘rato’ serían horas y no le molestaba en lo absoluto, porque se le notaba el cansancio incluso en la forma de respirar.

– ¿Te he dicho que me encanta el color de tus ojos? – le preguntó Ela y Cloe rio reposando su espalda en el respaldo de la silla.

– Fue bastante desagradable, sabes – dijo Cloe – pero es muy bueno que te guste aun así.

Cloe había nacido con los ojos oscuros, comunes y corrientes y fue así hasta el día de su graduación, donde por un error de cálculo su equipo de protección no la protegió como debía, siendo poseída por un ‘indeseable’ como ellas los llamaban. Se había metido por sus ojos y había salido, después de mucho esfuerzo, por el mismo lugar, dejando a Cloe más pálida de lo normal y con ambos iris color miel claro, muy claro. Desde entonces eran bastante precavidas con respecto a sus equipos de protección, porque aún desconocían las consecuencias de las posesiones involuntarias.

– Déjalo – dijo Cloe al notar que Ela empezaba a recoger los platos que quedaban en la mesa – yo lo hago – y Ela le dio un beso corto en los labios, seguido de un suspiro y se fue a la habitación que ambas compartían.

Cloe la miró marcharse y suspiró de regreso. Amaba a esa chica, ya tenían cuatro años compartiendo su vida, sin arrepentirse ni un segundo de haberle confesado su amor, ni ninguna otra cosa.

Se puso de pie, lavó y secó los platos de ambas, así como los vasos. Limpió la mesa como era su costumbre, colocó las sillas en su lugar y caminó rápido hacia el sótano.

Bajó los escasos cinco escalones, se plantó frente a la puerta de metal y digitó la clave de entrada G-192407. La puerta le dio paso a un pequeño pasillo, cuyas paredes estaban forradas de molibdeno, un metal refractario y de color blanco. Cruzó hacia la derecha donde estaba otro pasillo pero más largo que daba paso a una sala mediana, donde toda la mitad derecha estaba cubierta de un mesón largo lleno de artefactos y una mesa circular al centro. Mientras que del lado izquierdo estaban cuatro estantes de vidrio donde reposaban en cada uno, un traje de tela expandible de color azul marino y costuras de color naranja con negro. En la mesa circular estaban cuatro armas, cuatro lentes transparentes, cada uno con un pequeño micrófono instalado, varillas de metal con una especie de resorte en la punta y varias armas colgadas de cada pared, llenas de polvo.

Oliver apenas entraba al sótano con el cabello mojado y con Fer de la mano. Le tendió dos varillas de metal y se fue emocionado al pasillo a jugar. Cloe se incorporó en uno de los mesones, revolvió unas cuantas cosas en los cajones y sacó dos lingotes de una pulgada cada uno. Uno era de color plateado y otro era dorado.

– ¿Dónde conseguiste eso? – le preguntó Oliver al notar el resplandor.

– Me debían un par de favores – dijo sin darle importancia al asunto.

– ¿Qué clase de favores? – Preguntó impresionado – ¿Sabes lo difícil que es conseguir Paladio?

– Lo sé

– ¿Qué harás con eso? – preguntó intrigado.

– Ya verás – y le guiñó el ojo.

Oliver se dispuso a desarmar las armas que tenía en la mesa circular y empezó a trabajar. Mientras Cloe empezaba a fundir el lingote de paladio y de oro amarillo.

– Los micrófonos no sufrieron daños, al menos – dijo Oliver en voz alta – ni los trajes – observó los cuatro estantes.

– Excelente – dijo Cloe quitándose los lentes de seguridad y sacándose los guantes – ¿qué hay de las armas? – le preguntó.

– Arreglaré las que ya tenemos, pero deberíamos empezar a hacer la aleación si pretendemos mejorarlas – dijo Oliver rascándose la barbilla.

Cloe se agachó y sacó debajo de la mesa una caja grande.

– Llegaron los materiales que pedimos el mes pasado – le dijo – fibra de vidrio, molibdeno, niobio, esto no – dijo sacando una caja pequeña de chocolates y riendo como una niña.

– Bien, el esqueleto del arma puede ser de fibra de vidrio con un porcentaje de molibdeno – dijo pensativo – el mecanismo será el mismo y la boquilla debe ser molibdeno obligatoriamente.

– El niobio puede servir mejor – dijo Cloe.

– Se puede alear también – dijo levantando los hombros.

– ¿Qué hay del auto? – preguntó Cloe abriendo la puerta que daba al garaje.

– Solo tenía los focos rotos – le dijo – ya se los cambié.

Cloe descubrió el auto que estaba bajo una manta de color azul. Era un deportivo color negro de suspensión baja, cuatro puestos y dos puertas. Sonrió para sí misma, el auto era lo que más le gustaba de su trabajo. Tenía capas de molibdeno y aluminio, que evitaba la circulación de plasma adentro, vidrios polarizados oscuros y franjas de color naranja en lugares específicos que generaban estática.

Regresó al laboratorio y tomó los dos envases de cerámica en donde estaban los metales fundidos y los vertió en una lámina de hierro que tenía dos moldes rectangulares, más largos que anchos y los dejó enfriar. Se sentó en la mesa junto a su hermano y empezó a limpiar los lentes con líquido para limpiar cristales.

– Conocí a alguien – dijo Oliver.

– Mjm.

– Es una chica.

– Bien – dijo Cloe mirándolo de reojo.

– Quiero que la conozcas – dijo y Cloe dejó a un lado los lentes – tú y Ela – añadió.

– Invítala el fin de semana – le dijo con una sonrisa, contagiando a su hermano.

Apenas era jueves por la tarde, Cloe y Oliver aún seguían trabajando. Cloe alternaba su trabajo con el equipo de protección y lo que hacía con el paladio y el oro amarillo, mientras Oliver preparaba las armas y curioseaba de vez en cuando lo que hacía su hermana.

Fer seguía jugando con las varillas de metal, hasta que se agotó y se fue a descansar un rato.

– Cazador de fantasmas chan chan chan – canturreaba por el pasillo con la poca energía que le quedaba hasta que desapareció por la puerta de metal.

Cloe sacó ambos metales de los moldes y empezó a aplanarlos con un rodillo.

– Deberíamos salir a distraernos un poco – dijo Cloe un poco agotada por el esfuerzo que le producía aplanar aquellos metales – le preguntaré a Ela, ha estado muy cansada y no ha dormido bien.

– Creo que le está afectando más a ella que a nosotros – dijo Oliver acercándose a ella y ayudándola, alternando ambos esfuerzos.

– He estado pensando – dijo despacio – en tomarnos unas vacaciones.

– No podemos dejar esto así como así.

Cloe suspiró, miró hacia los lados y sacó una laptop de uno de los cajones.

– He recibido varios correos del alcalde – encendió la pc y buscó – tienen monitoreada todas las zonas de Castle Village, mira – y le mostró un mapa.

– ¿Siguen un patrón? – preguntó incrédulo.

– No solo eso – dijo – mira de dónde vienen – y señaló la pantalla.

– ¿45-46? – Leyó – ¿la iglesia? – Cloe asintió.

– Si siguen un patrón y salen del mismo lugar…

– Un portal – terminó Oliver – pero no podemos entrar a la iglesia – le recordó a su hermana.

– No tienen por qué vernos – dijo la chica con una sonrisa – aún no tenemos la confirmación del alcalde, pero esa puede ser la razón de que hayan salido tantos en tan poco tiempo.

– Entonces tu idea es… – dijo Oliver a modo de pregunta.

– Si logramos resolver esto, podemos tomarnos unas muy buenas vacaciones, la familia lo necesita.

Oliver asintió y miró la hora en su reloj. Dejó el rodillo y palpó las dos láminas delgadas que acababan de aplanar.

– No me digas – dijo incrédulo señalando las láminas. Cloe se ruborizó y guardó las láminas en una caja de cerámica. Luego volvió a sacarlas y suspiró asintiendo.

Oliver la abrazó, la levantó en brazos y ambos se empezaron a reír a carcajadas. El chico sacó unas pinzas y tenazas y ambos se pusieron a darle forma a aquellas láminas, redondeándolas.

– ¿Tienes la medida? – preguntó Oliver.

– Sí, aquí la tengo.

Pasaron alrededor de hora y media riendo y bromeando entre ellos, hasta que el cansancio los consumió.

– Lamento haber hecho que te quedaras – se disculpó Cloe mientras salían del sótano y aseguraban las puertas.

– Es muy emocionante todo esto – dijo frotando sus manos.

– Ve a dormir ya – lo empujó con cariño – buenas noches hermanito – y le guiñó un ojo.

Cloe terminó de activar las alarmas de seguridad, cerró la puerta principal y la trasera con llave. Bostezó mientras se desabotonaba la camisa y entró a la habitación. En la cama estaba Ela aún rendida y una sonrisa se le dibujó en el rostro, junto a ella estaba Fer siendo abrazado. Se metió al baño y se dio una ducha con agua caliente para relajarse.

Tenía demasiadas preocupaciones, el exceso de trabajo, los correos del alcalde, el patrón de los ataques, la salida de los mismos, el anillo y todo lo demás. Pensó en su mamá, en su papá, que ya no estaban allí.

Una lágrima corrió por su mejilla y la limpió rápidamente, los extrañaba y ya habían pasado dos años desde entonces.

Salió de la ducha y se puso su pijama. Unos pantalones que llegaban por encima de los tobillos, ajustados y expandibles, muy cómodos y una camisa sin mangas. Se metió en la cama junto a Ela, pasando su brazo por encima de ella y de Fer. Le dio un beso en la frente a su novia, quien suspiró y se pegó más hacia a ella. Y se quedó dormida al instante.

Despertó con el sonido insistente de la alarma, pero no era la alarma de su reloj despertador, sino de su teléfono. Abrió los ojos con dificultad e intentó moverse y no pudo. Ela aún estaba sobre su pecho, así que estiró su brazo lo más que pudo y contestó.

– ¿Sí? – preguntó somnolienta.

– Señorita Lattuff – dijo una voz áspera.

– ¿Alcalde? – preguntó confundida, pues nunca había hablado con él por teléfono, solo mediante correos electrónicos.

– Mi equipo de investigación ha identificado el próximo lugar de ataque, sugieren mantener un perímetro de prevención – explicó con rapidez, sin formalidades – les será avisado cualquier movimiento para que lleguen lo más pronto posible.

– ¿Y por qué no me dice ya dónde será? – Preguntó confundida – así estaremos atentos.

– Porque el próximo lugar de ataque es el suburbio donde usted vive.

El corazón de Cloe empezó a latir con fuerza.

– Señor, el patrón sugiere sitios de personas conocidas de usted – le dijo, mientras intentaba mover a Ela para poder ponerse de pie.

– ¿Y qué sugiere?

– Que nos deje entrar a la iglesia, según el mapa que nos enviaron los fantasmas han salido de esa zona, si mal no recuerdo su gobierno ha estado metiendo las narices en ella y, tal vez, eso a ellos no les esté gustando – le explicó.

– No es razón para mandar a un montón de fantasmas hacia mis conocidos, señorita Lattuff.

– Entonces, entiendo que usted no tiene nada que perder, solo denos el permiso, las consecuencias las tomaremos nosotros.

– Bien – dijo luego de un rato y colgó.

Cloe suspiró de alivio, al fin podría averiguar si lo que pensaba era cierto. Sintió la cama moverse y unos brazos agarrar su cintura.

– ¿Y bien? – preguntó Ela.

Cloe asintió mientras le daba un beso.

– Lo tenemos – dijo animada – pero parece que habrá un ataque hoy, así que nos haremos cargo de eso primero.

– Perfecto.

– ¿Y los chicos? – preguntó mientras se desperezaba.

– En clases – se puso más cerca de ella y empezó a besarle el cuello, haciendo que Cloe suspirara. Le sacó la camisa y besó sus hombros hasta que logró acostarla de nuevo.

Luego de desayunar, tanto el cuerpo de ambas como comida real, bajaron al sótano mientras esperaban a Oliver y a Fer.

Llenaron el auto con una docena de varillas de metal, las cuales tenían de sobra y regadas por toda la casa. Sacaron tres de las armas que estaban sobre la mesa y las colocaron en cada uno de los asientos.

– Fer aún no sabe usarlas – dijo Cloe señalando una de las armas – y son pesadas además.

– ¿Por eso razón quisiste hacerlas más livianas? – Preguntó y Cloe asintió – eres adorable – le dijo dándole un beso en la mejilla – ¿Qué hay de estas? – señaló las armas empolvadas sobre la pared.

– Son versiones antiguas y más destructivas – le explicó – no transforman el plasma, sino que lo desintegran, son para los peores indeseables – Ela asintió.

– Ya lo sé amor, deberíamos llevar una – dijo mientras la levantaba y la ponía sobre la mesa.

– Uhm – Cloe estaba indecisa – será solo por precaución – dijo y Ela limpió la enorme máquina dejándola dentro del auto – nunca me ha gustado usar de estas.

– Lo sé – le dijo Ela acercándose, le dio un beso en la sien y le tomó la mano – vayamos a comprar una pizza o algo, no cocinemos hoy.

– Tengo que pasar comprando algunas cosas para las aleaciones – dijo Cloe – llamaré un taxi.

– No iremos en taxi teniendo un auto en el garaje.

Cloe suspiró – todo lo que hago por ti – dijo riendo.

Le quitó las láminas de metal al auto para que no llamara tanto la atención y se metieron en él.

– ¿Cambiaste los asientos? – le preguntó ya sabiendo la respuesta – creo que amas más esto que a mí – dijo en modo de broma, haciendo que Cloe riera.

– Oliver fue el de la idea – le dijo acariciándole la mano – y tienes que admitir que es mucho más cómodo – Ela asintió vencida – y a ti te amo más que a todo.

Al salir del garaje los chicos llegaban a la casa.

– Vamos al centro comercial – dijo Cloe mientras bajaba la ventanilla – ¿vienen? – preguntó.

– Paso – dijo Oliver emocionado – ¿recuerdas las cajas de pandora? – Preguntó, logrando que Cloe asintiera confundida – creo que ya sé cómo hacer para que funcionen.

– Ten cuidado – dijo Ela asomándose por la ventana.

La primera y última vez que habían usado las cajas de pandora había sido un desastre. Tenían entendido que algunos fantasmas se aferraban a sitios en específico, Cloe había logrado descifrar los perímetros y Oliver había instalado las cajas de Pandora en cuatro puntos, pero al activarse el fantasma había salido de la zona y las cajas habían explotado al mismo tiempo.

– No te preocupes, esta vez funcionaran – dijo seguro.

Se despidieron, advirtiéndoles que no comieran nada hasta que ellas trajeran la comida.

Durante el camino hablaron y rieron de sus planes para luego de que terminara toda la locura de los fantasmas. Ambas acordaron, mientras pasaban por la plaza principal de Castle Village, que comprarían una casa de playa y que construirían una cuarta habitación en el patio trasero, pero al rato cambiaron de opinión y decidieron que harían un segundo piso y que dejarían el patio trasero tal cual estaba. Estuvieron de acuerdo también en que debían redecorar el laboratorio del sótano, cuya redecoración incluía limpieza y ordenanza, porque parecía el sitio de varios científicos locos.

– ¿Por qué crees que el alcalde quiso inmiscuirse en la iglesia? – preguntó Ela mientras miraba las noticias en su teléfono.

– El cura anterior tenía antecedentes con las pandillas de Castle Village – le explicó Cloe mirando a ambos lados, mientras cruzaba la calle transitada – lavaba dinero y otras cosas, pero murió.

– ¿Murió? – Preguntó incrédula Ela – ¿Maurice no es el que ha estado siempre en la iglesia? – Cloe negó con la cabeza.

– Intentaron relacionarlo con el anterior, pero no consiguieron nada.

– Creí que había estado toda su vida ahí – dijo Ela pensativa – ¿cómo se llamaba?

– Harvik o Arwin, algo así – dijo Cloe distraída – nunca he ido a la iglesia – rio por lo obvio.

Cloe estacionó el auto en un puesto vacío cerca de la entrada principal del centro comercial de Castle Village, el cual tenía cierto parecido al coliseo romano, pero más entero. Activó la alarma del deportivo y tomó a Ela de la mano.

– ¿Te parece si pides la comida mientras compro algunas cosas? – Preguntó Cloe – así ahorramos tiempo – Ela asintió con una sonrisa y se alejó de ella por el enorme pasillo del centro, que daba a la zona de la comida. Cloe giró a su lado izquierdo y caminó rápido hacia la joyería.

Entregó un aro de paladio y un aro, un poco más delgado, de oro amarillo, le explicó al encargado lo que necesitaba que hiciera con ellos y eligió un diamante de tamaño considerable con dos franjas delicadas de piedra lunar. Ambos aros los necesitaba fusionados, de forma que se volvieran uno solo donde se distinguieran ambos. Eligió también una caja pequeña de gamuza azul oscuro y sacó su tarjeta para pagar.

– Tiene usted demasiada imaginación para anillos de compromiso – dijo el canoso vendedor dibujando una sonrisa mientras tecleaba los datos de la tarjeta. Cloe le devolvió la sonrisa.

– Cuando uno está enamorado, la imaginación se vuelve infinita – dijo tomando la tarjeta de regreso.

– Deme media hora y le entregaré el anillo listo – dijo – solo porque usted está enamorada – y le sonrió amablemente.

Cloe salió de la tienda pensando en qué podría hacer durante la media hora. Encontró un bodegón al final del pasillo y entró. Vio a lo lejos la melena rojiza de su novia y fue directo hacia ella.

– ¿No has comprado nada? – preguntó Ela mirando a Cloe.

– No he conseguido lo que estaba buscando – mintió revisando su celular como si nada.

Pasearon a través de los pasillos, llenando el carrito con cajas de galletas, chocolates y alguna que otra cosa sana para el cuerpo.

– Harvik – soltó Ela de repente mirando la pantalla de su teléfono.

Un señor que pasaba a su lado se giró bruscamente hacia ella. Iba encorvado, vestía una camisa y un pantalón de color negro, al igual que los zapatos pulidos. Tenía un tic en el ojo izquierdo y ambas pupilas de color verde brillante, casi fantasmal.

Ela y Cloe lo miraron con nerviosismo, por la forma en la que se había detenido al escuchar el nombre. Pero luego de unos segundos, esbozó una sonrisa incómoda y continuó caminando.

– El nombre del cura anterior era Harvik – volvió a decir Ela luego de que el hombre se había ido.

Un aparato circular empezó a sonar desde el bolsillo de Ela.

– Es la pizza – le dijo a Cloe.

– Ve, yo pago y nos encontramos en el estacionamiento.

Cloe miró a lo lejos al señor, cojeaba y tenía espasmos de vez en cuando. Por alguna extraña razón le parecía conocido, pero al llegar su turno para pagar decidió olvidar el asunto. Recogió la compra y se apresuró a la joyería.

El encargado la recibió con una sonrisa y le entregó la cajita con el increíble anillo de compromiso dentro, Cloe lo amó y estaba segura de que Ela lo amaría mucho más. Con una sonrisa infinita se guardó la cajita en el bolsillo de su chaqueta, se despidió y salió hacia el estacionamiento mientras esperaba a su futura esposa, en caso de que ella dijera que sí.

Luego de que los cuatro hubieran almorzado, Oliver se fue directo al laboratorio a continuar con las cajas de pandora, Fer se fue a su habitación y Cloe se quedó en la sala junto a Ela.

Cloe tomó el periódico que estaba sobre la mesa de café, con el sonido de la televisión de fondo que miraba Ela. El sol se escondió, dejando en el cielo una manta de nubes grises.

Ela se levantó del sillón y cerró las ventanas, varios destellos de luz llamaron su atención, se giró a mirar a Cloe con el ceño fruncido.

Cloe tenía la mirada fija en la portada del periódico, en donde estaba un señor de camisa y pantalón negro, con la mirada amable.

– Este es Maurice – dijo señalando la foto – es el hombre que vimos hoy.

Ela quitó la vista de la ventana y fue hasta donde la rubia.

– Parecía perturbado hoy – dijo tomando la página.

Las luces empezaron a pestañear haciendo que Ela y Cloe se pusieron alertas.

– Busca a Fer y llévalo abajo – le dijo a Ela poniéndose de pie, sacando dos varillas de metal del reposabrazos del sillón. Le dio una a Ela y apretó con fuerza la otra.

Destellos de color verde y azul empezaron a desplazarse con rapidez alrededor de la lámpara de araña. La varilla se activó emitiendo un pitido de descarga y empezó a lanzar chispas de color magenta.

Cloe impulsaba las descargas sobre los destellos que volaban de un lado a otro en el techo de la habitación. El color magenta cambiaba a púrpura con cada descarga que golpeaba a los destellos.

Cloe contó cerca de seis fantasmas que iban de un lado a otro, corrió hacia su habitación agitando la varilla sobre su cabeza y emitiendo descargas, pero cada vez que eliminaba a uno, aparecían dos más. Tomó un bolso que descansaba en una esquina del cuarto, lo ajustó a su cuerpo y salió corriendo hacia el sótano.

Una masa informe le bloqueó el paso cuando estaba por bajar los cinco escalones. Era de color azul verdoso, tenía los ojos fuera de sus órbitas y gorgoreaba, los brazos se le confundían con el cuerpo y no se le veían los pies. Empuñó la varilla como una espada y la enterró en la cara del indeseable. La descarga hizo que la cabeza le estallara, lanzando una masa espesa y asquerosa sobre Cloe.

Antes de que pudiera continuar con su camino, algo empezó a halarla hacia atrás. Golpeaba por detrás de su cabeza y cayó al suelo, estaba siendo arrastrada y agitaba sus brazos con fuerza por detrás de ella para intentar soltarse.

La puerta del sótano se abrió con un estruendo y Ela salió, llevaba puesto el traje azul y sus ojos se abrieron con sorpresa por detrás de los lentes que cubrían parte de su rostro. Miró a Cloe desesperada luchando en el suelo mientras era deslizada hacia atrás con brusquedad. El fantasma debía de medir unos tres metros y brillaba con un azul intenso. Ela sacó el arma de su cinturón y apuntó. Un rayo color magenta salió disparado hacia Cloe, estalló en color púrpura y la rubia se deshizo del agarre con nerviosismo.

– Gracias – le dijo a Ela sin aliento, tomándola de la mano y llevándola de nuevo hacia el sótano.

– Están por toda la casa – dijo Oliver sosteniendo una pantalla táctil en sus manos.

Cloe dejó el bolso sobre la mesa del centro, la abrió y le indicó a Oliver que metiera las cosas más importantes.

– Cajas de pandora, todas las varillas que encuentres y eso que estabas haciendo con los guantes – le soltó mientras se daba la vuelta y se desabotonaba la camisa y los pantalones.

– ¿Cómo sabes lo de los guantes? – preguntó incrédulo.

– Sé todo lo que hay en este sótano hermanito – le dijo Cloe, se había metido en el traje oscuro, se acomodó el cabello y se dio la vuelta para verlo a la cara poniendo las manos en la cintura.

– No sé si funcionan – dijo rascándose la barbilla.

– Da igual, lo veremos hoy, ponlas en el bolso.

Todos se colocaron los lentes de seguridad y activaron los micrófonos en sus orejas. Afuera se escuchaban los estruendos y gritos de los vecinos.

Se metieron en el auto, activando todos los sistemas de seguridad. En los dos puestos del frente iban Cloe y Ela, en el centro iba Fer y detrás estaba Oliver, su asiento estaba ubicado un poco más arriba que los demás.

– Vamos a tener que separarnos – dijo Cloe mirando las calles de Castle Village.

Todas las casas tenían un remolino azul verdoso sobre ellas, el cielo estaba de color gris oscuro y amenazaba con llover.

– Yo me llevo a Fer – dijo Oliver – los fantasmas siguen a los niños – agregó con una sonrisa.

Fer levantó las manos en señal de victoria. Cloe estacionó el auto en la plaza principal de Castle Village.

Se ajustó dos varillas de metal a su espalda, un arma en su cinturón y otra un poco más larga y menos pesada. Ela hizo lo mismo, mientras Oliver le daba una varilla a Fer y él se ajustaba los guantes, colocaba las armas en su cinturón y giraba otra varilla en sus manos, como si solo se tratase de un juego.

Las personas corrían de sus casas. Cloe sacó dos sacos llenos de varillas de plástico, que cumplían la misma función pero luego de varios usos se derretían. Se los entregó a varias familias mientras les explicaba rápidamente para qué servían.

Y los cuatro se adentraron a la brumosa caza de fantasmas, descargas, explosiones y estallidos se escuchaban a lo lejos.

– Son demasiados – jadeaba Oliver por el intercomunicador.

– ¿Pueden servir las cajas? – preguntó Cloe mientras disparaba una, dos y tres veces hacia el cielo.

– No sirven en perímetros extensos – le dijo su hermano – tienen que venir, no puedo – dijo y se cortó la comunicación.

Cloe se dio la vuelta y corrió hacia donde había visto que Oliver había ido. Ela venía detrás de ella.

– Tenemos que buscar de dónde vienen – dijo Ela intentando calmar su respiración.

Oliver yacía en el suelo, intentaba ponerse de pie pero el plasma que se desintegraba por las descargas lo hacían resbalarse. Sacó su arma y disparó a un fantasma que iba directo a su cara, cerró los ojos por inercia. Fer estaba a su lado alerta con su varilla como si fuese un bate de béisbol.

– Ten esto – le dijo Oliver tendiéndole su arma, ya que con la varilla no podía desintegrar a distancias largas. Fer empezó a disparar con frenesí y Oliver con una sonrisa sacó su otra arma y empezó a disparar también.

A lo lejos se veía un monstruoso espantapájaros, enorme, se le veían claramente las costuras y su rostro era solo su boca abierta completamente, lo que lo hacía ver como un agujero oscuro.

Fer gritó y Oliver notó un fantasma cerca de él. Sus guantes hicieron un sonido eléctrico y tomando impulso soltó un puñetazo. Si bien los golpes no eran su fuerte, el fantasma salió despedido hacia atrás con fuerza, desapareciendo.

– Quiero uno de esos – le dijo Fer señalando los guantes.

Oliver lo agarró del hombro y lo llevó hacia Cloe y Ela que disparaban furiosas hacia los fantasmas que sobrevolaban en ellas.

Al unírseles Oliver y Fer, Cloe se subió al techo de uno de los garajes. Escaló hacia el techo de otra casa y vio de dónde venían los fantasmas, aunque ya lo sabía.

– La iglesia – gritó a los demás – tenemos que destruir el portal, llama a los demás Ela – dijo mientras saltaba hacia el suelo.

Corrieron hacia el auto, dejando aún unos cuantos fantasmas revoloteando, pero de nada servía eliminarlos si seguirían llegando.

Ela presionó el botón de emergencia que estaba en la guantera del auto. Un sonido inundó el auto y luego tres pitidos sonaron. Ya habían atendido el llamado.

Cloe aceleró y se dirigieron hacia la iglesia. A medida que se iban acercando podían ver mejor los rayos que salían desde los enormes ventanales hacia el suelo. Las nubes se arremolinaban sobre el campanario y la zona ya estaba rodeada por autos policiales y camionetas del servicio especial de Castle Village.

Cloe y Ela bajaron con sus armas en mano, le hicieron una seña a un policía robusto que parecía estar a cargo y los dejó pasar. Detrás de ellas iba Oliver con el arma destructiva en su espalda.

– El niño no puede pasar – dijo el policía al ver a Fer.

– El niño… – dijo Cloe – es parte del equipo.

– Sí – afirmó Fer – ¿no ves el uniforme? – dijo incrédulo.

Oliver y Ela sonrieron, se juntaron los cuatro frente a la enorme puerta. Oliver respiró profundo.

– Yo iré por detrás – dijo el chico – estaré con los demás, intentando destruirlos – añadió señalando los enormes fantasmas tan gigantes como torres. Porque ya había más de uno.

– Nosotros buscaremos el portal – dijo Ela tomando a Fer de la mano – quédate muy cerca de mí – le susurró.

Oliver le entregó un koala a Cloe, junto con un pequeño control que solo tenía un botón.

– ¿Y si no funciona? – preguntó Cloe con pesimismo.

– Va a funcionar – dijo Oliver tragando fuerte.

Todos se notaban nerviosos. Oliver estaba un poco pálido y apretaba las correas del arma con fuerza sobre sus hombros, Cloe separaba con su dedo índice la tela de su garganta, Ela se mordía los labios mientras miraba las decenas de fantasmas saliendo de la iglesia y Fer miraba a dos perros que jugaban en una esquina, ajeno de la situación. Pero, eso era favorable para todos.

Oliver corrió rodeando la iglesia, desde el lado izquierdo, junto a él llegaban los trillizos de Lionsport, los tres llevaban camisas sin mangas de color gris, cada uno traía un par de guantes raídos por los años del mismo color y pantalones oscuros. Ellos nunca habían usado protección y eran muchos los rumores sobre la razón detrás de la locura de cada uno, decían que habían pasado bastante tiempo poseídos. La familia del equipo Ghostic llevaba la misma protección que Oliver, trajes spandex, pero estos eran de color vinotinto y no llevaban franjas, solo a sus espaldas la misma arma que el chico, ellos no habían empezado a innovar en sus instrumentos. Desde el otro lado, llegaban en un Volkswagen Amarok color plateado los chicos huérfanos de Maryland con su típico traje tipo Arrow, con capucha incluida.

Dentro de la iglesia, las dos chicas y Fer seguían los colores en busca del portal. Siguieron por el pasillo del lado derecho, bordeando las filas de asientos de madera.

De detrás de los enormes cuadros con imágenes religiosas salían pequeños duendecillos de color verde brillante. Fer salió corriendo directo hacia ellos blandiendo la varilla de metal como un juguete. Mientras que entre los pilares salían burbujeantes masas informes de color verde y azul, ambas chicas apuntaron directo hacia ellos.

Afuera Oliver y los chicos de Maryland disparaban estelas de color naranja y rojo que iban desintegrando poco a poco al enorme fantasma que tenían frente a ellos y emitía un chillido espantoso desde su garganta, si es que tenía una, parecía como si se estuviese ahogando. Lionsport junto a Ghostic disparaban hacia la cavidad oscura de un fantasma que parecía una parca monumental, no se le veía rostro por la capucha negra, pero igual gemía de dolor. Al terminar con ese, los ocho integrantes corrieron hacia Oliver y los otros dos muchachos, que apuntaban con fervor hacia las piernas del fantasma, haciendo que cayera de rodillas, mientras los demás disparaban directo a la cara y el dorso, desintegrándolo al instante.

Fer corrió hacia el centro de la iglesia acompañado de Ela, mientras Cloe revisaba los alrededores. Se detuvo de golpe al notar un fantasma que venía caminando despacio hacia ella, era una persona, pero no cualquier persona.

– ¿Papá?

El hombre asintió con una sonrisa. Cloe se acercó a él apretando el arma contra su propio cuerpo.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

El hombre estiró el brazo y señaló una puerta de madera blanca escondida detrás del estrado, gruñó y se deslizó con las piernas un poco dobladas. Parecía que iba a chocar contra la pared, pero en lugar de eso, solo la traspasó.

Del borde inferior de la pared, donde estaba la puerta, salió un destello de luz intenso y Cloe caminó con rapidez hacia allí.

Le hizo una seña a Ela para que no avanzara. Levantó los brazos, con su arma pegada al pecho y apuntando hacia la puerta. Pateó y esta se abrió de par en par, la luz la cegó un instante y luego cayó al suelo.

Desde adentro de la habitación salieron fantasmas, como si hubiesen estado contenidos a presión. Ela y Fer también cayeron al suelo. Cloe se arrastró hacia ellos para ver si estaban bien, luego se reincorporó y con el corazón en la garganta apoyó su espalda de la pared intentando calmar su respiración. Movió su cuerpo en dirección a la habitación y disparó a ciegas. Ela se acomodó igual que ella, desde el otro lado apuntando y disparando, mientras Fer disparaba, con mucho esfuerzo, hacia los fantasmas que los habían tumbado al salir.

Cloe se veía afectada por el encuentro con su papá. Desde dos años atrás que, tanto su papá como su mamá, habían muerto y siempre se preguntaba si algún día los vería de esa forma. Mordía la base de su dedo pulgar para no dejar salir las lágrimas.

– Amor – la llamaba Ela – tenemos que entrar.

Escuchó la voz de Ela como un eco muy lejano y luego su mirada se fijó en ella, tenía el ceño fruncido y la miraba con preocupación.

Cloe palpó el bolsillo en su pierna y sintió la cajita donde guardaba el anillo. Sin dejar de mirar a Ela, se puso de pie y asintió hacia ella.

Al entrar lo primero que vio fue una enorme maquinaria, llena de tubos de vidrio que emitían colores y que se enredaban entre sí y terminaban en un embudo que apuntaba hacia arriba, por donde salían los fantasmas. En el techo colgaba una lámpara de araña inmensa que tambaleaba, entonces Cloe se dio cuenta de que la habitación temblaba constantemente. A un lado estaba el hombre canoso que ambas había visto en el centro comercial: el cura Maurice. Sin embargo, sus gestos, su mirada, no concordaban en absoluto con lo que Cloe había conocido de él hace años. Estaba encorvado sobre una palanca y la sostenía con fuerza, mientras le brillaban los ojos verdes como linternas, al igual que la baba que corría por su cuello y le manchaba la túnica. Estaba poseído.

Cloe soltó el koala que llevaba puesto sobre su hombro y se lo pasó a Ela, le indicó que pusiera las cajas de pandora alrededor de la enorme máquina y esperara su señal. Se acercó sigilosamente detrás del hombre y apretó el arma en sus manos.

– No puedes evitar que haga lo que… – dijo el anciano con la voz rasposa muy despacio aún de espaldas – estoy a punto de hacer – y se giró por completo.

Tenía los ojos desorbitados, incapaz de enderezarse y con movimientos toscos intentaba mantener la palanca en su lugar.

– ¿Maurice? – preguntó Cloe con cautela.

El hombre se ahogó en una risa.

– Har… – dijo despacio mientras se mecía hacia adelante y hacia atrás – vik – completó.

Cloe apretó más el arma, tenía los nudillos blancos y se movía incómoda. El fantasma de Harvik había poseído al cura Maurice, lo que era algo terrible. Por dos razones: estaban en una iglesia y el cura había sido poseído, y porque ella nunca había devuelto a un fantasma que estuviera en el cuerpo de un ser vivo. Tragó fuerte y miró a Ela. Estaba agachada en el otro extremo de la máquina intentando apagarla, quiso gritarle que saliera pero su garganta se sentía áspera y seca.

– Las cajas están listas – escuchó en su oído.

– Vete – susurró.

– ¿Qué? – dijo Ela.

Cloe tenía en su mano izquierda el control cuyo único botón activaría las cuatro cajas de pandora, desataría una gran cantidad de energía que desactivaría las funciones del portal y lo cerraría, en teoría, porque no había sido probado antes. Aún estaba confundida con respecto a la palanca que con tanto énfasis sostenía Maurice o Harvik, quien fuese, tenía que alejarlo de ahí.

Ela disparó al techo, pues dos fantasmas iban directo hacia ella. El anciano gruñó y caminó rápido hacia ella. Cloe apuntó y disparó hacia él, el rayo pareció electrocutarlo y cayó al suelo convulsionando. La rubia corrió hacia donde estaba Ela y la ayudó a salir, pero justo en ese instante el anciano disparó desde ambas palmas un destello verde, igual de brillante que el de sus ojos y las inmovilizó a ambas. Volvieron a caer en el suelo, paralizadas y la mano de Cloe donde tenía el control de las cajas, golpeó el suelo con fuerza, presionando el botón.

Cloe sintió morir, pero no por sí misma, sino porque vio de reojo como Ela había caído dentro de la zona que cubrían las cajas.

Hubo una explosión, Cloe sintió sus oídos estallar, luego no escuchó nada solo un pitido constante. Empezó a pestañear despacio, a  mover sus dedos y sus brazos.

Giró su cabeza hacia la izquierda y Ela estaba sin moverse, más abajo estaba Maurice siendo despojado de Harvik. Su fantasma se elevó por encima del cuerpo humeante y se precipitó sobre Cloe. Ella se cerró los ojos y se cubrió la cara.

Un destello iluminó la habitación y Harvik se esfumó con un estruendo.

Desde el marco de la puerta estaba Fer, sosteniendo su arma en alto. La había salvado de una situación desagradable y le sonrió agradecida con los pocos músculos que empezaba a poder mover.

Se giró sobre su espalda y respiró hondo, a su lado estaba Ela. Con sus manos se impulsó hacia arriba y logró sentarse. Gruesas lágrimas bajaban por su cara. Tomó a Ela por los brazos y la apretó con su propio cuerpo. Tenía quemaduras en las mejillas y en la frente. Besó su rostro y empezó a llorar.

– Despierta – le susurraba – por favor.

Fer lagrimeaba desde donde estaba, incapaz de moverse. Oliver se asomó a la puerta, parando de golpe al ver la escena, sus ojos se llenaron de lágrimas y el rostro se le enrojeció intentando retenerlas. Tomó a Fer de la cintura y lo cargó en sus brazos, le dio un beso en la sien y lo llevó afuera.

Ela empezó a mover los dedos de las manos y apretó con poca fuerza el brazo de Cloe que pasaba a su alrededor. Cloe despegó su cara de la de Ela y la miró fijamente.

– Eso dolió – dijo en voz baja.

– Pensé que iba a perderte – le susurró Cloe – creí que no iba a tenerte nunca más.

– Estoy bien – le dijo con una sonrisa adolorida – solo un poco… chamuscada.

Cloe la abrazó con suavidad y palpó el bolsillo de su pantalón sacando la cajita cuadrada. Pasó su mano por su cara, secando las lágrimas y abrió la caja mostrándole lo que estaba adentro a Ela.

– Cloe – alcanzó a decir sorprendida.

– Sé que no es el momento más indicado, pero Ela… – empezó a decir – quiero que sepas que no podría vivir sin ti, no sabría estar sin ti – volvió a secar las lágrimas en su rostro – te amo – le dijo.

Ela se sentó con esfuerzo, al lado de Cloe y la besó despacio.

– Sé mi esposa – le susurró en los labios, con besos salados, con respiraciones agitadas y nerviosas, con el miedo que aún tenía encima de creer haberla perdido, Ela asintió en su boca, sin despegar sus labios de los de Cloe.

– Sí – dijo luego mirando a los ojos pálidos frente a ella – por supuesto que sí.


@MyLifeAsThunder

http://ask.fm/Thundervzla

IG: thundervenezuela

Pueden suscribirse a mi blog y recibir notificaciones cada vez que actualice :3 www.thuunderinwonderland.blogspot.com