Proyecto Edén 05: epílogo

Ha pasado el tiempo

La acaricio despacio. Estoy sentada en el suelo, entre sus piernas abiertas, y acaricio su polla lentamente, disfrutando del paso de tiempo con esta consciencia deliciosa de que no hay prisa. La tiene más grande. La acaricio lentamente con la mano. Muy lentamente, mirándole a los ojos. A veces, me inclino y beso sus pelotas, que se repliegan al contacto de mi boca, sin dejar de acariciarla despacio, haciendo resbalar la mano alrededor, deslizándola sobre su superficie rugosa, aplastando con la mano las protuberancias que dibujan sus venas inflamadas. La acaricio lentamente mientras conversamos.

  • Has vuelto a hacerlo bien.

  • Como siempre.

A mi espalda, el Embajador permanece en pie, todavía con esa expresión desconcertada que sigue extrañándome cada vez. Resulta un poco ridículo, tan pálido, tan serio, desnudo, de pie, con su polla diminuta cabeceando en el aire mientras contempla cómo atiendo los deseos de mi dueño.

  • ¿Ha sido difícil?

  • Como siempre.

  • ¿Cómo es siempre?

  • Mantener el misterio el tiempo suficiente, conseguir la excitación, ese nivel de excitación necesario que ya no tiene vuelta atrás para que, llegado el momento, cuando encuentre mi sorpresa, ya no pueda retraerse.

Es más grande. Estoy segura de que es más grande. Sonrío para mis adentros al comprender que él también es coqueto. Quizás le gusta gustarme. Es más grande, y tan firme como siempre. La deseo. Me inclino sobre ella, la beso, y escucho un quejido contenido. Noto en mi mano, apoyada en su muslo velludo y poderoso, una contracción involuntaria. Disponer de todo el tiempo me ha enseñado a llenarlo de detalles. Observo cada mínima variación que me permita comprender la esencia de todo cuanto me rodea. El hilillo de flujo que rezuma se desliza por su glande, forma un charco diminuto en el punto en que mis dedos se encuentran con su piel, y rebosa dibujando una línea cristalina que salta de uno a otro y desciende por mi brazo.

  • Tengo curiosidad... ¿Le has...?

  • Sí.

  • ¿Y le gustaba?

  • Al principio gritaba como un cerdo. Ha tratado de escaparse, pero no ha podido. Soy más fuerte que él. Luego movía el culito y, al final, se corría como una putita gimoteando.

Sonríe observándome, y percibo un brillo de orgullo en su mirada que me causa un placer extraordinario. Ronroneo como una gata en celo mientras mi boca envuelve su capullo paladeándolo. Lo acaricio con la lengua, lo aprieto contra el paladar... Me mira, sonríe, y alarga la mano hasta la pollita de Marina, que a su lado, nos mira envidiosa. Luisa, inmóvil en el sofá, nos mira febril.

  • ¿Ya te obedece?

  • ¿No lo ves?

  • Bueno, no se... Podría ser alguna extraña perversión la de mirarnos...

  • Está inoculado. Todavía no parece completo. Se nota por esa expresión de bobo. Pero ya hace lo que quiero.

Acaricia su pollita. La sujeta con los dedos y pela su pollita pequeña y negra. Mi muñequita sonríe y se deja hacer. Le pedí que hiciera que la piel cubriera su capullito y me lo concedió. Tuvo que volver a la isla, y estuvo dos eternos días fuera. Ya no se vivir sin ella. Ahora me gusta ver cómo, al tirar del pellejito, se vence la resistencia y florece su capullito húmedo como una florecilla. Beso su polla, la acaricio con mi boca, la hago deslizarse hasta el fondo de mi garganta, me la trago hasta sentir el cosquilleo de su vello en la nariz, y la saco lentamente, muy atenta para escuchar cómo su respiración se hace más profunda, quizás el súbito gemido ahogado.

  • Hazlo otra vez.

  • ¿Ahora?

  • Vamos, hazlo.

Abandono mi lugar a duras penas. Mientras me alejo, le veo tirar de su pollita y llevarla hasta sus brazos. La sienta sobre sus muslos, a horcajadas, y agarra con las manos su culito respingón. Marina se acomoda riendo. Siento celos de ella. El Embajador me mira como asombrado. Parece idiota, con esa mirada de desconcierto en sus ojos achinados.

  • De rodillas.

Obedece en silencio. Se arrodilla ante mí. Me mira como asustado. Su polla, su ridícula polla, casi perdida entre el vello liso y negro de su pubis, gotea. Se que todavía no está listo. Apenas ha perdido la voluntad, pero es él mismo. Suda. Unas perlas de sudor se dibujan en sus sienes. Se lo que Blade espera de mi, y es mi dueño, voy a dárselo. Tomo su barbilla entre los dedos, acerco mi cara a la suya:

  • Abre la boca.

Noto la tensión en su rostro. Mira a Blade, me mira. Sé que quiere resistirse. Aunque ha transcurrido el tiempo, recuerdo nítidamente los últimos vestigios de mi resistencia en un momento similar, el preciso momento anterior a la asunción de lo inevitable. Tiene las mandíbulas apretadas. Mira a Blade, me mira. Se ruboriza. Abre la boca. Muerdo su labio y tiro de él con los dientes.

  • ¿Vas a ser una mariconcita buena?

Asiente con la cabeza en una respuesta automática que se impone a los restos de su voluntad en declive y abre la boca. Blade sonríe. Noto su sonrisa sin mirarle. Todavía me sorprende esa íntima conexión. Noto su sonrisa, y su orgullo hace que me recorra una onda de placer, como una caricia en el alma. Akira aguarda arrodillado, con las manos en la espalda y mirando al suelo, avergonzado. Da un respingo cuando acerco mi falo a su boca, pero no se mueve. Me domina esa urgencia que parece imponer la dureza de mi sexo.

  • Chúpala, putita. Haz que mamá te de su lechita. ¿Vas a beberte la lechita de mamá?

Asiente sin sacarla. Asiente con un mínimo movimiento de cabeza. La chupa torpemente y, aún así, siento el placer cálido y húmedo. La chupa, la succiona. Humillado, mira de reojo a Blade, que ha clavado la suya en el coñito tibio de marina, que gimotea riendo. Ahora la tiene de espaldas. Puedo ver su pollita balanceándose. Apenas se mueven. Su espalda se arquea cuando acaricia a la vez sus tetillas pequeñitas. Tiene duros los pezoncitos negros, y esa expresión de placer entregado que no ha perdido nunca.

  • Trágatela toda.

Lenta y firmemente, empujo con las manos su cabeza y siento el calor cubrir una fracción cada vez mayor de mi polla, que avanza en su garganta. Noto el vencerse de cada resistencia al avanzar. Me excita el modo en que se abren sus ojos, como si le asombrara. Progresivamente, se hinchan las venas de su cuello y su rostro va pasando del rojo al violáceo. Se ahoga.

  • No queremos que le mates -me recuerda Blade con la voz entrecortada-.

Y lentamente la saco. Siento el roce, la opresión al deslizarse. Me causa un escalofrío. Al salir, golpea en el aire y se eleva. Recupera el resuello jadeando y babeando. Su pollita sigue dura. Chorrea semioculta entre el vello negro, liso y duro. Marina se inclina hacia delante. Apoyada en sus rodillas, comienza a mover el culito, como bailando, y Blade sonríe. La deseo.

  • ¿Te gusta, putita?

  • ¿Quieres volver a chuparla?

Akira asiente en silencio, sin mirarme a los ojos, avergonzado. Vuelvo a acercarla a su cara y esta vez es él quien se esfuerza por tragarla. Succiona el glande con fuerza causándome un escalofrío, se detiene un instante, reuniendo la convicción necesaria, traga saliva, y empuja con fuerza haciéndola pasar por su garganta nuevamente. No me muevo. Dejo que se encargue, que apure sus límites. Está entregado. Se ha rendido. Me pregunto si comprende que esta obediencia servil es para siempre. Me pregunto... me pregunto... Marina lanza un gritito y su polla empieza a chorrear cremita transparente que resbala a lo largo manando mansamente, sin espasmos. Se ha reclinado, dejándose caer sobre su pecho. Blade besa su cuello, acaricia sus tetillas apretándolas, pellizcando los pezones, y mi muñeca lloriquea y mueve la cabeza a un lado y a otro mientras su esperma tibio gotea hasta el suelo. Me pregunto... No soy capaz de concentrarme. No me pregunto nada. Solo me siento tensar, me siento latir, y me corro en su garganta, apoyándome en sus hombros para no caerme. Amoratado, aguanta la respiración mientras mi esperma se vierte a chorros en su garganta. Lo soporta hasta casi desmayarse. Escupo todavía chorros de esperma templado sobre su cara cuando la saco. Jadea y babea mientras me corro en su cara.

  • No, espera.

Se levanta y camina hacia nosotros. Me ha interrumpido en el momento en que iba a sodomizarle. Me aparta y se coloca entre sus piernas. Permanece tumbado en el suelo, con las rodillas dobladas y la pollita apuntando al techo. Le mira espantado, muerto de vergüenza. Deseo su polla magnífica, y contemplo idiotizada cómo le penetra, arrancándole un quejido. La suya, ridícula, parece proyectarse al exterior cuando termina de clavársela hasta dentro y comienza un movimiento pausado y sereno. Akira gimotea. Chorrea gimoteando, con la cabeza hacia un lado, como si no quisiera verse así.

  • Tengo un encargo, Akira ¿Me escuchas?

Calla mientras asiente moviendo la cabeza. Gime, se deja follar con los brazos abiertos y las manos apoyadas en el suelo. Blade le penetra despacio, y gime cuando su polla desaparece por completo entre sus nalgas, y entonces vierte un chorrito tan solo ligeramente más abundante que el que mana mansamente todo el tiempo.

  • La semana que viene tu Primer Ministro va a honrar a tu embajada con su presencia. Dormirá allí ¿Verdad?

  • Sí...

  • Quiero que le presentes a Olivia y Marina ¿Lo harás?

Asiente. Tiene lágrimas en los ojos y parece sometido a una tensión insoportable, pero asiente mientras Blade incrementa poco a poco el ritmo al que le folla. Asiente gimiendo sin parar mientras su polla, amoratada y húmeda, se eleva inflamándose. Asiente mientras gimotea como una putilla caliente. Estoy ardiendo. Sujeto a Marina con fuerza, como enferma de deseo. Me vuelve loca verlos. Ardo al comprender cómo se siente. Y estoy rabiosa, muerta de celos por él, por ella, que culeaba y se corría follándole. La odio por tomarle, y le odio por tomarla. La pongo a cuatro patas, junto a ellos. Ante sus ojos, mirándole a los ojos, clavo mi polla enorme en el culito negro de mi mascota dulce y pequeñita, que grita. Clavo mi polla con fuerza y comienzo a taladrarla. La follo como una máquina, como si quisiera vengarme de ella, descargar en ella la frustración de haberlos visto.

  • ¿Te gusta?

Akira asiente lloriqueando. Blade le folla ya al mismo ritmo con que yo atravieso una vez tras otra el culillo de Marina, que ha dejado de chillar y lloriquea gimiendo. Le folla violentamente, como yo, mirándome a los ojos con una sonrisa irónica en los labios.

  • Ahora trabajas para mi ¿Lo entiendes?

  • Dime que lo entiendes.

  • … Sí... sí...

Aprieta los dientes, emite un gruñido agudo, y se corre. Se corre sobre su vientre. Su esperma salpica su pecho y su cara. Blade ruge clavándose en él con fuerza. Se clava en él hasta el fondo agarrándose a sus rodillas, y empuja una y otra vez como si quisiera llegar aún más adentro, atravesarlo. Se corre. Akira se corre a borbotones. Se corre mordiéndose el puño para no chillar. Se corre temblando. Sé lo que siente.

Y me vierto en el culito estrecho de Marina, que gimotea con su vocecita dulce de chiquilla. Me corro a borbotones, sorprendida una vez más por el intenso placer que siento atravesarme entera cuando lo hago. Me corro temblando de placer en mi muñeca. Me corro abrazándola y besando su cuello, su boca cuando gira la cabeza, apretándola contra mi enamorada.

  • ¿Cuanto tiempo hace, Olivia?

Su voz es un susurro, hablamos en confidencias cómplices, dejándonos envolver por el ambiente. Vuelvo a estar entre sus piernas, adorándole. Akira se mantiene humildemente arrodillado en un rincón. Acaricia mi cabello descuidadamente. Pienso durante unos segundos, no se, no hay prisa.

  • Treinta y cuatro años.

Marina se ha sentado en el sofá, junto a Luisa, que nos mira con los ojos muy abiertos y los pezoncillos sonrosados proyectándose, como llamándonos. Dormita sonriendo, extenuada.

  • ¿No vas a hacer nada por ella?

  • No

  • ¿Ya no la quieres?

  • Muchísimo, pero me gusta verla sufrir.

Sonríe, y su sonrisa provoca una vez más esa oleada de calor que me recorre llenándome de placer. Si tuviera que elegir... si tuviera que elegir solo una cosa, sería su sonrisa.

  • ¿Te arrepientes?

  • No.

  • ¿No me reprochas nada?

No respondo. Me abrazo a su pierna y permanezco en silencio, con la cabeza reposando sobre el muslo. No me arrepiento de nada, si acaso de la ira al comprender lo que me hacía. No quiero mi libertad. Consciente como soy de quién dirige mi voluntad, si pudiera elegir de nuevo, elegiría no ser libre a cambio del placer de su sonrisa, de mis niñas, del gozo infrecuente de cada visita suya, de esta eternidad...