Provocativo (I).
¿Dejarse llevar por el placer o... algo más? Una historia de amor homosexual entre el Caballero del Fénix y el Caballero del Cines (Ikki x Hyoga)
RAIN OVER ME
Shiryu terminó de ponerse la cazadora mientras entraba en la cocina. Se quedó parado en el umbral contemplando a la persona que apoyaba la espalda en la encimera mientras bebía a pequeños sorbos una humeante taza de café.
No deberías beber eso a estas horas, Ikki... luego no pegarás ojo.
¿Preocupándote porque sufra de insomnio? - preguntó el otro enarcando una ceja. Shiryu sonrió suavemente.
Duermo en la habitación de al lado. Cuando no puedes conciliar el sueño te vuelves insufrible.
Ya veo... protegiendo, entonces, tus intereses.
En parte... - Finalmente acabó de subirse la cremallera mientras se volvía. - Saori y Tatsumi tienen una cena benéfica y yo he quedado con tu hermano y Seiya para ir al cine... podrías venir con nosotros.
¿Quién la ha elegido?
Shun... - Ikki emitió una carcajada. - Ya, vale... sus gustos y los tuyos son diametralmente opuesto. Bueno, yo me voy.
Me quedo solo entonces... estará bien disfrutar del mausoleo a mi antojo.
No totalmente a tu antojo... Hyoga volvió hace media hora... está en el gimnasio. - Ikki oyó como su amigo volvía a hablar mientras se alejaba hacia la salida de la mansión. - Procurad no mataros si os veis... - el caballero del Fénix oyó la puerta cerrarse al mismo tiempo que emitía un suspiro. Realmente le hubiera gustado disfrutar de la casa durante unas horas para hacer lo que se le antojase... aunque eso fuera tirarse en el sofá a ver algún unos cuantos episodios de Hermanos de Sangre , por vigesimonovena vez, mientras devoraba una caja entera de galletas Oreo. Pero de un tiempo a esta parte, desde que las guerras terminaron y había decidido darse la oportunidad de compartir su vida con el resto de los chicos, pensaba que quizá debería hacer esfuerzos por integrarse con ellos. No solo compartir residencia, almuerzos y saludos. Sabía que cuando Shiryu le había dicho que no bebiera café a esas horas era porque en verdad le preocupaba que no pudiera dormir no porque le fuera a molestar que él mismo perdiera horas de sueño. Al chino le preocupaba su amigo e Ikki estaba agradecido de sentir que el otro le apreciaba lo suficiente como para velar por él. Una de las cosas con las que sentía, por decirlo de alguna manera, raro era con su relación con el siberiano. Era verle y sentir que le crispaba los nervios. Y no saber exactamente porqué sucedía eso le atacaba más aún. Hyoga había tenido ese efecto en él desde que regresó de la Isla de la Muerte... vamos, desde lo que ya parecía un milenio. Cada vez que cruzaban sus pasos saltaban chispas... se buscaban, se encontraban y acababan impepinablemente discutiendo. Las más de las veces a voces. Ninguno de los dos era capaz de dejar una discusión sin ser el último en hablar. Y, aquello, teniendo en cuenta que ambos eran sumamente independientes y poco dados a efusividades y muestras de acaloramiento significaba que cuando sus confrontaciones empezaban era mejor dejarles solos. Si alguien intentaba mediar salía irremediablemente escaldado. Bueno, pero mientras el otro estuviera en el gimnasio sería como si estuviera solo y podría enfrascarse en la historia. Se dejó caer en el sofá, se tapó con una fina y suave manta, encendió el reproductor y se dispuso a disfrutar de un buen rato de tranquilidad.
Una hora después se desperezó con fuerza mientras bostezaba. Aunque se había zampado toda la caja de galletas aún sentía hambre así que se incorporó con la idea de volver de nuevo a la cocina y telefonear para encargar algo que cenar. Se detuvo a medio camino. Detestaba al ruso pero quizá debería ir al gimnasio a preguntarle si quería que pidiese algo para él. Asintió mientras se dirigía al piso inferior de la mansión.
A medida que se acercaba a las instalaciones deportivas pudo oír como de su interior salía música. Hyoga era una mezcla de fanático de las más hermosas sinfonías clásicas capaz de volverse loco por las canciones que machaconamente sonaban en las emisoras de radio fórmula. Alguna vez los cuatro caballeros de bronce se habían quedado embelesados oyendo como los dedos de su amigo ruso interpretaban la que sin duda era la pieza que más le gustaba al rubio, el Nocturno de Chopin . Cuando esas raras ocasiones sucedían Ikki no podía dejar de preguntarse dónde había aprendido el otro ha tocar tan extraordinariamente bien. Pero ahora no era esa innegable obra maestra de la música lo que salía por los altavoces sino una de las sensuales y exitosas canciones de una de los raperos de moda, Pitbull . A Ikki tampoco le desagradaba y a veces se había dejado arrastrar por ese tipo de música en alguna de sus escapadas nocturnas.
La puerta se abrió con un suave siseo. Delante de él apareció la figura del rubio nórdico golpeando concentrado el saco de boxeo. Iba vestido con un pantalón de deporte que le llegaba hasta las rodillas, de cintura para arriba... sin nada. Los músculos de sus brazos se tensaban cada vez que descargaba un puñetazo sobre su objetivo. La piel le brillaba sudorosa y su pecho se movía acelerado por el esfuerzo.
Y los ojos de Ikki se perdieron durante lo que a él le pareció una eternidad en lo que a su juicio era la más perfecta muestra de la anatomía humana. Un carraspeo le sacó de su ensimismamiento.
¿Te gusta lo que ves...?
¿De qué hablas, ruso?
Tu dirás... llevas cinco minutos mirándome el trasero.
Más quisieras, idiota. Ni que lo tuvieras especialmente atrayente. - Hyoga se le quedó mirando hasta que se encogió de hombros volviéndose hacia una puerta del fondo de la estancia.
¿Para qué has venido, Ikki?
Iba a pedir pizza, pensé que quizá querrías que te encargara algo.
Estaría bien... gracias. - le contestó entrando en las duchas. El moreno se acercó a la cancela que separaba ambos cuartos. La música seguía sonando, a un volumen aceptable y que permitía el intercambio de palabras.
¿Y qué quieres cenar? - Hyoga se volvió y fijó sus ojos en los suyos. Una sonrisa apareció en su rostro... Un gesto que hizo que un escalofrío recorriera la columna del fénix.
¿Que qué me apetece cenar? - Se mordió el labio inferior mientras respondía. - Hoy quiero algo especial, ¿sabes?
Ah, ¿sí? - el más huraño de los caballeros de bronce se sentía especialmente nervioso ante aquella conversación que jamás hubiera creído que protagonizaría.
Te quiero a ti... si es que estás dispuesto a dejarte comer... claro. - Y con esas palabras deshizo el nudo de los pantalones dejándolos caer. Su esplendoroso cuerpo se mostró completamente desnudo ante el que hasta hacía tan solo unos segundos era tan solo el más enervante de sus cuatro amigos japoneses.
Ikki vio le vio desparecer y pronto oyó como el agua empezaba a caer en la ducha. El calor, de repente empezó a ser sofocante. Y sin saber ni como ni porqué se encontró avanzando hacia esa lluvia de calor.