Provocando y provocado por unos pechos

Maite y Sergio, madre e hijo soportan el confinamiento, y el juego se les va de las manos

Maite, de 40 años, sabía de las hormonas alteradas de su hijo de 24, era lógico, y más estando confinados desde hacía 1 mes. La convivencia no era mala, para nada, pero sí que ambos necesitaban desfogarse. A Marcos, el padre de Sergio, le pilló la pandemia en Alemania y estaba encerrado en hotel con cuatro compañeros de trabajo, así que Maite estaba sola y libre en casa con su hijo.

Maite se había dado cuenta de que le miraba el escote cuando ella, estaba cocinando o limpiando el piso. Lo sabía, le gustaba y ya está, ni le pasaba por la mente nada sexual con su hijo.

Uno de los primeros recuerdos sexuales de Sergio con su madre, Maite, fue cuando estaba masturbándose sentado en la silla y con los libros de estudiar delante, tenía los ojos cerrados, apretados y la cabeza echada para atrás cuando miró para el lado de la puerta y vio a su madre sacando la cabeza por la puerta, que rápidamente le dijo “Sergio, estudia, va…”. Él se tapó inmediatamente y cuando ella se largó se quedó preguntando cuanto tiempo llevaría allí.

Maite por su lado también recordaba el momento, ¡vaya si lo recordaba! Llevaba ropa de Sergio doblada para dejársela en su cama, cuando al acercarse a la puerta oyó un pequeño gemido. Sacó la cabeza por la puerta y vio a Sergio medio tumbado en la silla de estudio, con el culo en el límite de la silla, los pantalones bajados y la mano derecha agarrando un rabo inmenso. Se masturbaba impulsivamente, parecía estar a punto de correrse, a juzgar por sus muecas. Pero no fue así, él seguía y seguía, retorciendo el cuerpo y tirando más atrás la cabeza, se desnucaría si seguía así, pensó. Viendo ese rabo duro y esas ganas de orgasmo de su hijo se empezó a mojar. Inicialmente no se dio cuenta, pero llevaba un buen rato mirándole el rabo y se estaba tocando por encima del pantalón de chándal que llevaba. Era su hijo, sí, pero solo veía un rabo enorme que podría entrar en un húmedo coño.

Tantos días encerrados en los que solo salían para comprar, cada día uno para que les diera un poco el aire, estaba haciendo mella, y tanto estaban molestos por cualquier tontería como se abrazaban y se buscaban para sentir cariño.

Unos días jugaron al parchís, otros a cartas, otros al domino o veían películas o series, también habían hecho pasteles, madalenas y pan, pero los días eran monótonos, tenían que hacer algo para animar la estancia. Y esto estaba pensando Maite, tumbada en el balcón dejando que el sol acariciara su piel. Llevaba puesta una camiseta de cuello muy abierto y que había estirado para que el sol le diera en el pecho, también la había subido y tenía la barriga al aire. Llevaba unos pantalones cortos de deporte de Sergio que le marcaban las caderas.

Sergio debía estar en su habitación, ¿masturbandose quizás? Solo de pensarlo se alteró. Le picaba la curiosidad. El sol pegaba fuerte, y se empezaba a asar, miró hacia la puerta que daba al comedor y vio que no estaba, asi que decidió hacer topless. Justo en ese momento Sergio salió de su habitación, había hablado con su novia, o ya exnovia porque habían decidido dejarlo en ese momento. Miró y vio que su madre no estaba en el comedor, ni en la cocina, y su habitación estaba vacía. Se acercó a la puerta del balcón y se encontró a su madre con los pechos al aire. ¡Joder que pechos más bonitos tenía! pensó. No eran muy grandes, pero tenían una bonita aureola coronados por un pezón abultadito. El pelo le caía por lo hombros, y le daban un aspecto juvenil y muy morboso. Decidió salir al balcón.

-Qué bien estas. – le dijo, y ella pegó un sobresaltada. – hace un buen día, ¿eh?

La primera reacción de Maite fue taparse pero se quedó quieta, total era su hijo, y solo eran unos pechos, él ya había visto unos cuantos.

-Perdona – empezó ella – no sabía que estabas por aquí, es que hacía calor – se excusó.

-Ningún problema – contestó él forzándose a mirarle a la cara – me voy a tumbar también, si te parece.- Ella soltó un escueto “claro”. Y vio como el chaval cogía otra tumbona y la ponía a su lado.

Al poco rato se quitó la camiseta y puedo ver un cuerpo que ya no era del niño que duchaba cuando era pequeño. Tenía una pequeña mata de pelo en el pecho y resiguió el cuerpo con su mirada.

Ambos estuvieron tumbados un buen rato, hasta que Sergio le comentó que lo acababa de dejar con su novia. Maite le puso una mano en su pecho y le preguntó si estaba bien.

-Pues libre, bien, no llevaba a ningún sitio, se había enfriado la relación desde que estamos encerrados – comentó él.

-Bueno, pues mejor así, la distancia es mala compañera para las relaciones. – dijo pensando también en su marido. Y estuvieron un buen rato hasta que ella se levantó para hacer la comida. - ¿Qué te parece si hacemos algo especial para comer?, podemos tomarnos un vino. – se acercó a él y le dio un cariñoso beso en la frente. Sergio la miró y le sonrió, asintiendo con la mirada. Maite aún iba con los pechos al aire y Sergio los miró un par de veces. -¿qué, te gustan?- preguntó ella divertida.

-Estando así me cuesta mirarte a los ojos – confesó Sergio y miró descaradamente de nuevo. Maite rio y se puso la camiseta entró dentro para preparar la comida, y fue a la cocina.

La comida aderezada con el vino hizo que se distrajeran, se relajaran y bajaran sus defensas. Maite sentía miradas furtivas de Sergio a su escote, pero no le dijo nada, le gustaba como la miraba.

-Creo que el sol nos ha pegado, eh, siento las mejillas rojas – dijo él.

-Yo también lo noto, sobretodo en el escote y en las piernas. Quizás nos deberíamos haber puesto crema solar.

-Algo sí –confirmó Sergio y miró el escote de nuevo.

Maite inconscientemente paso su mano por el escote, dejando que los dedos entraran debajo del cuello de la camiseta, hasta llegar a un pezón, que se le erizó al momento. Miró a Sergio que le seguía mirando los pechos tapados por la tela de la camiseta, “no está bien” pensó ella mientras sentía que le subía la temperatura y quitaba la mano de ahí.

-Después de comer podemos volver al balcón, si te parece, y nos ponemos crema – propuso él. – aún queda un rato de sol – y Maite asintió con la cabeza.

Salieron a tomar el postre al balcón, un yogur cada uno, se sentaron en la tumbona, uno enfrente al otro.

-¿Si me quito la camiseta vas a volver a mirarme los pechos? – preguntó sin pensar Maite.

-Ehhh – balbuceó Sergio y pensó rápido qué decir, como seguir el juego. – supongo, no sé, pero me alterará.

-¿Sí? Solo son unos pechos, ¿te pones muy nervioso? – hurgó más.

-No sé, hazlo, no me disgusta, todo lo contrario – le dijo mirando al suelo, muerto de vergüenza.

-Te estoy vacilando, Sergio – le dijo y se acercó para darle un beso en la mejilla. Al hacerlo cayó un poco de yogur en la camiseta de ambos. Sergio tenia yogur debajo del cuello cogió la tela y absorbió lo que había caído, pero a su madre le había caído a la altura del pecho, ella se miró y le preguntó riendo - ¿Quieres?.

Sin tiempo para responder pasó un dedo por la tela y se llevó el yogur a los labios. Sergio siguió el dedo de su madre como entraba en la boca y lo lamía. Ella alzó la vista y le vio pasmado, mirándola.

-¡Como tenemos las hormonas! – dijo Maite y se quitó la camiseta dejando de nuevo sus pechos al aire.

Sergio no sabía dónde mirar, llevaba un buen rato alterándose.

-Mamá, es que me provocas – contestó defendiéndose. Ella se rio, mientras pensaba que se estaba pasando, incluso ella empezaba a sentirse alterada provocando a su hijo.

-Voy a buscar el vino – y se levantó de golpe. Sergio vio botar los pechos de su madre cerca de él, se sentía hipnotizado – te traigo tu copa, ¿vale?

Sergio se había tumbado y mostraba su cuerpo con solo un pantaloncito corto, y a juzgar por el bulto, tenía una leve erección. Se quedó mirándole desde el marco de la puerta, resiguiendo su escultural torso, sin nada de grasa y ese bulto en la entrepierna. Hacía rato que se estaba poniendo cachonda, ver el deseo en los ojos de su hijo la había alterado más de lo que quería, y le hacía bajar sus defensas. Estaba viendo a su hijo como un hombre muy interesante. Se sentía excitada y eso no concuerda con la sensatez. Se acercó a la tumbona puso vino en la copa de Sergio, y en la suya. La botella ya estaba vacía.

-He traído otra botella, ya que esta se ha acabado – el vino tampoco ayudaba a mantener el control, y lo sabía.

Sergio se incorporó y vio a su madre ofreciéndole la copa. Era como una musa, por un lado se veía la copa que ella le daba alargando su brazo, en el mismo plano los pechos libres y ligeramente caídos, y en la otra mano la otra copa de vino. Levantó la mirada y vio la sonrisa de su madre. Preciosa, pensó.

Al coger la copa, rozaron sus dedos y ambos sintieron una pequeña chispita muy agradable. Maite vio que su hijo hacía esfuerzos para no mirarle los pechos, ella también hacía esfuerzos para no mirarle el paquete y ver si él reaccionaba a sus encantos. La verdad que el paquete se veía lleno, y pensarlo la ponía caliente, notaba como el corazón se le aceleraba y se le humedecía el tanga.

-Si te incomoda que esté así me lo dices, pero si quieres mirar, no hay ningún problema, quiero que estés a gusto, cariño – dijo Maite.

-Me gusta mirarlas, y mirarte – se lanzó Sergio – estás espectacular.

-Gracias, mi amor, ya veo que te gusta – le dijo mirando descaradamente a su paquete. El corazón le latía con fuerza, estaba perdiendo el control, y en realidad le gustaba.

Sergio se puso muy rojo, estaba claro que tenía el rabo erecto, le palpitaba, y era culpa de su madre, ¡de su madre! Respiró profundo y cogió aire como para decir algo, pero solo soltó un soplido de resignación, qué podía hacer. La situación era muy tensa y sentía como el corazón se le aceleraba.

-¿Así que te empalma ver a tu madre con los pechos al aire? – le soltó de sopetón – pues llevo puesto un tanga, no sé si quitarme tus pantalones de deporte, me iría bien para que el culo cogiera color. A saber si te alteraría más, ¿Qué piensas?

Sergio tenía la cabeza ardiendo, le daba miedo dar un paso más allá, hacía rato que le costaba pensar con la cabeza, pero es que su madre lo estaba provocando adrede, y realmente no quería quedarse a medias.

-¿Quieres que me baje yo el pantalón y los calzoncillos y lo ves? – dijó sin pensar y sintiendo como el corazón le golpeaba el pecho.

Maite lo miró con una sonrisa socarrona.

-Venga va, no te atreves – le picó sonriendo. Su control estaba bajo mínimos, era capaz de agarrarle el rabo una vez lo hubiera sacado. Sintió como se le hinchaba la vulva mojada, y su corazón acelerado.

Sergio se incorporó lentamente, jugando, había perdido el miedo, iba a mostrarle su rabo a su madre, el juego se había desbordado.