Protegida III y final.
"Sin movernos de nuestra casa podemos conocer el mundo porque abriendo nuestra ventana podemos conocer el cielo" (Tao Te King, El libro del sendero y la línea recta, siglo VI antes de Cristo).
En apenas tres meses casi sin darme cuenta una metamorfosis extraña había ocurrido en mí y la crisálida que llevaba dentro gritaba, luchaba por salir y respirar. Por no se sabe que efecto mimético aun conservando cada una sus rasgos y personalidad podría decirse que éramos una especie de extrañas hermanas sin duda acuñadas bajo la misma madre, eso al menos podría jurar cualquiera que no conociera bien la clase de zorras perfectas que éramos.
Para empezar terminé volviéndome vegetariana estricta como ellas, aburrida de comer carne de pollo que si lo pensaba bien no dejaba de ser un cadaver, mientras yo devoraba trozos de carne ellas intentaban reprimir su gesto de asco mientras engullían unas ensaladas increibles, de colores vistosos, de "nopal" o trozos, tallos verdes y tiernos de cactus, escarolas, remolacha, lechuga de huertos macrobióticos plantadas por los monjes budistas de Granada, tres clases distintas de ajo que nunca había pensado que podían existir, y "tofú" o una especie de queso de leche de soja fermentada por los monjes coreanos de un templo de Benalmádena, Málaga. Ahora el médico no era un señor extraño en la seguridad social al que veía cada diez años, era un doctor alemán que venía expresamente en avión para visitarnos, nos cuidaba y mimaba hasta el paroxismo y pertenecía a una disciplina poco conocida de la medicina llamada homeopatía.
Había comenzado a tomar "esencias florales", una especie de gotas de una acción compleja que actuaban sobre las emociones y tenían como primeros efectos un brillo extraño en la piel, casi en la forma de quien se ha aplicado algún aceite. Practicábamos yoga casi a diario bajo la supervisión de un profesor, una especie de ásceta o santo que nos tutelaba, y repentinamente todo mi cuerpo se fue doblando bajo la mejor forma física en que lo hubiera visto jamás, sin estar anoréxica ni obsesionada por la báscula comencé a perder kilos con la misma facilidad que se iban mis pobres ahorros del banco. Creo que el Yoga es milagroso, todo el mundo pensó en aquellos días que me había vuelto una especie de maniática de los gimnasios.
No llevábamos una vida especial, es decir, lo que la gente suele creer o entender como el tipo de vida que llevan los millonarios, de fiesta en fiesta idiota y dilapidando montañas de dinero, y creo que en esos dos meses aprendí de la vida aspectos que probablemente no hubiera aprendido nunca o hubiera tardado cuarenta años. Simoneta explicaba que la gente verdaderamente importante nunca aparece en televisión, es bastante ordinario hacerlo, suelen ser muy discretos, de hecho vivíamos con el lujo absoluto de no tener televisión, y en apenas tres meses ni yo misma me reconocía aunque quizás, solo quizás el único responsable de toda mi transformación interior y exterior era el amor, una dimensión del amor que hasta entonces inaudita, como solía decir Margot y quizás llevara razón, muchas veces en la vida creímos estar enamoradas y solo deseábamos enamorarnos del amor. O quizás fueran los orgasmos que de manera descontrolada y sin poder contarlos en número volcaba todos los días como una enferma, como la peor adicta al sexo de modo y manera que cuanto más me corría más necesidad sentía, llegando al colmo de que aun gozando de dos amantes en ocasiones me masturbaba hasta tres veces en el mismo día.
Margot día tras día se declaraba mi esclava, y no dejaba pasar oportunidad alguna de abrazarme los pies y quedar así ofreciéndome una absoluta estampa de seguridad, día tras día me estaba sorbiendo el seso y yo veneraba hasta la forma en que caminaba descalza dando una especie de pasitos cortos mitad saltos graciosos mitad pasos, pero lo absolutamente extraño de la situación es que la amaba hasta cuando follaba con Simoneta, hasta cuando gemía y gritaba como una perra cuando Simoneta la violentaba y me miraba con ojos viciosos y llorosos de “niña puta”. Besaba después mis manos y sinceramente me pedía permiso para seguir con ella, si alguien apenas unos meses atrás me hubiera contado que en semejante situación me sentiría feliz lo hubiera mandado a la mierda directamente pero en esos días me sentí más piel que razonamiento.
Margot ocupaba buena parte de los días y las noches aprendiendo español en un curso audiovisual frente a su pequeño ordenador y ensayando con su piano, siempre ensayando, en ocasiones me encantaba espiarla, especialmente cuando lo hacía en ropa interior, a contraluz su melena castaña brillaba, la música podía sentirse en la forma que arqueaba el cuello y sus manos, sus manos prodigiosas se empeñaba una y cien veces en ejecutar escalas imposibles que empezaba sospechar dependían de su estado de ánimo. Cerraba los ojos y tocaba de una forma que casi podría jurar que se estaba masturbando, creo que si en uno de aquellos días hubiera comenzado a hacerlo no habría podido evitar contagiarme como la peor y más sucia perra para tocarme tras las cortinas, Margot cerraba los ojos y sus dedos volaban sobre el teclado. Hicimos una especie de juramento una de aquellas tardes en las que semidesnudas habíamos convertido la sala de piano en nuestro cuartel general, ellas se adaptaban a mi presupuesto y yo no intentaría no hacer dramas sobre el dinero que según las chicas me dotaba de un aspecto vulgar horrible, de esa forma empecé a aceptar regalos sin parpadear y con la mejor sonrisa. Terminé entonces usando la ropa interior a imitación de la de ellas y confeccionada por la misma modista italiana que puntualmente enviaba los pedidos, "brasier" o sujetadores hasta entonces y calzoncitos, bragas de toda la vida, en seda que me estaban convirtiendo en una clase de zorra que cada tanto me miraba al espejo me encantaba. Bastó enviarle mi ropa interior más cómoda para que tuviera docenas y docenas de réplicas de vuelta, en seda, algodón, fibras extrañas vegetales y toda la gama de colores por imaginar.
Finalmente éramos una especie de tres zorras que terminamos por compartir el mismo techo en una casa gigantesca y prestada. Así planeamos las tres de común acuerdo que el día que regresaran los padres de Simoneta nos marcharíamos en un barco de vela para dar la vuelta al mundo costeando, sin grandes aventuras transoceánicas, solo costeando, solas nosotras tres en nuestra locura visitando todos los puertos del mundo. Eran días llenos de felicidad, de una calma plena donde en toda la casa se respiraba el amor, el amor y el sentido de lo práctico, ni mucho menos éramos tres pijas sin seso y bañadas en una vida irreal. Entusiasmadas y contagiadas con el derecho a decidir sobre nuestras propias vidas en aquel tiempo solo existíamos para tres cosas fundamentales: los ensayos de piano de Margot, estudiar naútica y follar como locas.
De ese modo libros de naútica, cartas marinas, compases y toda la parafernalia de instrumentos se esparcían por la alfombra, adoptamos un profesor particular para los sábados y día a día íbamos poco a poco sentando los cimientos de nuestra vida futura. Los sábados bajábamos hasta el puerto y aprendíamos poco a poco a navegar, a ser independientes, aunque reconozco que resultábamos cómicas, casi frágiles y torpes en nuestras prácticas, más preocupadas por la forma en que nos sentaba el bañador que en dominar de una vez por todas la cantidad de jarcias y cables con que se empeñan las navieras en amargar la vida de los marinos. Tres chicas formalitas y decentes a bordo de un velero guiado por un hombre maduro , experto marino mercante que ponía todo su celo en enseñarnos bien bajo la idea o consigna que nuestra vida futura dependía de lo bien que aprendieramos. El profe se tomaba bastante en serio su trabajo, capitán de la marina mercante, aparecía provisto de toda la responsabilidad del mundo en enseñarnos con responsabilidad mientras nosotras reprimidas y siempre calientes nos envidiábamos los cuerpos y nos bastaba mirarnos a los ojos para adivinarnos las ideas, cosa que nos calentaba aun más, máxime con la situación de las clases y que no podíamos hacer nada. Un pensamiento telepático común a todas acariciaba nuestras ideas “ya tendremos todo el tiempo del mundo, y ahora cuando lleguemos a casa verás….”.
Simón, el maduro capitán, nos llenaba de buenos consejos y enseñanzas, de los puertos principales del mundo que él conocía, de las recomendaciones en las mejores rutas, y hasta de cómo sobrevivir sin dinero y valiéndonos por nosotras mismas porque aun nos abochornaba bastante que Simoneta corriera con el mayor y principal gasto, la compra del velero.
En aquellos días las alfombras persas de la sala de piano estaban llenas de la deliciosa música de Margot y de docenas de libros de nautica, folletos sobre fabricantes de veleros y modelos, de cerrar los ojos desnudas y soñar que navegábamos por las costas de Thailandia. En ocasiones Margot provocaba, se desnudaba completamente y comenzaba a interpretar de manera deliciosa un Nocturno de Chopin, inmediatamente mi sexo comenzaba a derramar jugos, a palpitar mientras Simoneta me devoraba la boca, me bebía con toda la ansiedad del mundo en la forma y manera de quien siempre toma posesión de la misma propiedad mientras yo me dejaba hacer, mientras su boca bajaba a toda prisa por mi vientre hasta mi sexo para quedar allí mamando y mamando como esclava de mi placer mientras mis ojos lánguidos y extasiados se miraban con los de Margot que de forma extraña siempre parecía satisfecha, dirigiendo con su virtuosa música los tiempos y deseos, repentinamente cambiaba, cesaba de repetir el mismo nocturno sin dejar de observar la escena y esgrimía de nuevo a Chopin Preludio número 4, Simoneta entonces en la forma de la bailarina disciplinada la tomaba de la mano y terminábamos juntas sobre la alfombra en un lio indescifrable de cuerpos, sexo y bocas, temiendo de modo serio en la exageración de nuestros orgasmos que cualquier día nos fueran a encontrar cadáveres y desnudas.
Creo que en toda mi vida me han mamado, besado, extraído más jugos de mi vagina, ni me han robado más orgasmos hasta el punto en que olvidé contarlos y simplemente entregado a gozar sin temor a morir de placer simple y llanamente.
Casi a los seis meses, un buen día, se recibió la llamada esperada, los padres de Simoneta regresaban y nosotras debíamos abandonar el paraíso, un pobre amor hubiera sido el nuestro si no hubiéramos seguido con nuestros planes y sobre lo previsto, así que fuimos decididas a comprar el barco, todas haríamos un enorme sacrificio, Simoneta pondría el dinero de la compra, Margot en cada puerto daría clases de piano y era la encargada de captar recursos y yo dejaría mi empleo y ayudaría a Margot, abrazadas fuimos a por nuestro sueño, el mismo velero que vimos en cien fotografías mil veces, y el mismo que nos había recomendado Simón. El día que nos despedimos de nuestro venerable y espiritual capitán de barco (ninguna de las chicas pudo jurar nunca que recibió una mala mirada suya y sí en cambio todos los tonos de rubor posibles) y cuando nosotras pensábamos que nadie sabía nada y disimulábamos perfectamente nos confesó sin parpadear:
-Me hice marino el día que enviudé de mi joven esposa, por eso venero todas las formas de amor, verlas a ustedes en su incomprensible mundo me alimentó el alma, aunque no pueda entenderlas solo se que transmiten alegría y buena suerte. No duden en enviarme cualquier email desde cualquier parte del mundo, llamarme por el teléfono satélite o las consultas que quieran, de forma absoluta y gratuita siempre las ayudaré.
Y de forma sincera se ofreció a viajar con nosotras a por nuestro barco a la libertad, solo teníamos una cosa clara, nuestro barco sería chica, tendría una discreta línea rosa sobre el arco iris y se llamaría “Protegida”, de cuando en cuando lo podrán ver en alguno de los puertos del Mediterráneo, Puerto Banus en Marbella o en la Isla de Corfú en Grecia.