Prostituyendo a mi cuñado

Odiaba a mi cuñado lo suficiente como para hacerle cualquier cosa. Incluso prostituirlo.

PROSTITUYENDO A MI CUÑADO

La mayor alegría de mis padres fue el nacimiento de Cecilia. Después de cuatro hijos varones, y cuando ya mi madre estaba prácticamente convencida de que la ansiada niña nunca llegaría, la noticia de su embarazo, a sus ya casi 40 años, tomó a todos por sorpresa. Una muy agradable sorpresa que culminó con el festejado nacimiento de mi única hermana.

Sobra decir lo mimada y consentida que fue Cecy durante toda su niñez, y no solamente por mis padres, sino también por todos sus celosos hermanos. Algunos mas, algunos menos, pero todos la sobreprotegíamos y cuidábamos hasta la exageración.

La noticia de su prematuro noviazgo, apenas cumplidos los 17 nos tomó a todos por sorpresa. Para entonces mis demás hermanos ya se habían casado y el único soltero era yo. Mis padres no lo sabían y ya eran mayores para entender que a mi no me atraía la vida familiar y que mis apetitos sexuales me habían llevado mucho más allá de lo que su rígida y estrecha educación les permitía imaginar. Para entonces yo ya me había acostado con mujeres, hombres e ilusiones, y estaba ya tan impuesto a hacer mi propia vida que difícilmente lograría cambiar.

El hecho es que Cecy y su flamante novio no obtuvieron la aprobación de ningún miembro de nuestra familia. Empezando por mi padre y hasta el menor de los hermanos detestamos a Ramón desde el primer día que lo conocimos.

Para colmo de males, el tal Ramón resultó ser una fichita. Pésimo estudiante, hijo menor de una familia de clase media desintegrada, era el clásico vago que se dedica a disfrutar de la vida sin la menor preocupación por el futuro. El clásico niño guapo y de buen cuerpo que cree que eso es más que suficiente para salir adelante. Me encargué personalmente de averiguar todo lo malo de mi cuñado, con la certeza que Cecy lo dejaría en cuanto se enterara. Para mi consternación, pareció aumentarle el amor y las ganas de protegerlo y enderezarlo. De nada valieron los regaños paternos, los consejos de mamá y los gritos furibundos de todos los demás. Optamos por dejarle al tiempo lo que humanamente nosotros no conseguimos.

Tres años después, la noticia de su embarazo nos obligó a aceptar a Ramón como nuevo integrante de nuestra familia.

Si hasta entonces había creído detestarlo, no fue nada comparado a lo que sentí la primera vez que lo vi llegar a nuestra casa, el primer domingo después de la luna de miel, del brazo de Cecy a nuestras acostumbradas comidas dominicales. Mi madre se había esmerado en la cocina, mi padre hacía un esfuerzo sobre humano para tratar al gañán aquel como parte de la familia, mientras los demás le mirábamos con ganas de hacerlo desaparecer. El engreído de Ramón se atrevió a criticar los platillos y a hablar pestes del partido político al que mi papá profesaba su total admiración. Me dieron ganas de romperle la cara a puñetazos, pero la enamorada mirada de mi hermana y el cariño que todos le teníamos me hicieron contenerme.

Después de los primeros meses de vida en común, difíciles para cualquier matrimonio, y las necesidades económicas, vinieron los primeros problemas. Mi cuñadito no tenía trabajo y recayó en mí el encargo de conseguírselo. Terminé cediendo a los ruegos de mi madre y comencé a recomendarlo a mis amistades. Para eso necesitaban conocerlo, por lo que me vi obligado a invitarlo a varias reuniones. Pronto me di cuenta que a mi guapo cuñado le gustaba mucho el alcohol. Las primeras veces que salimos juntos trataba de mostrarse amigable y comedido en la bebida, pero pronto perdió la vergüenza y fueron varias las ocasiones en que tuve que sacarlo casi a rastras, ya bebido y con ganas de armar escándalo.

Fue precisamente en una de estas reuniones donde empezó la historia.

Ramón había empezado a beber casi desde que llegamos a la reunión. Bailaba solo y flirteaba con las chicas, sin importarle lo más mínimo mi presencia. Uno de mis amigos, Javier, se acercó a saludarme.

Oye, cabrón – me reclamó inmediatamente – no me has presentado a tu cuñadito, y está como quiere! – añadió goloso recorriéndolo de arriba abajo con la mirada.

No mames, Javier – le reclamé enojado – no me digas que te gusta?

Me miró sorprendido, con el gesto incrédulo y burlón al mismo tiempo.

No te hagas pendejo – dijo sonriendo – me vas a decir que no te has dado cuenta del bomboncito que es tu cuñado?

Miré a Ramón, meneando el cuerpo con un cigarrillo en los labios y una copa en la mano.

No es mi tipo – contesté desdeñoso.

Javier me miró sarcástico y me echó una mano al hombro.

El hecho que no te caiga bien no significa que no puedas aceptar que tiene un cuerpo espectacular y una carita de niño bueno – me dijo al oído – por no hablar del rico culito que tiene el cabrón.

Si tú lo dices – acepté por no seguir discutiendo el tema.

Javier no abandonó.

Crees que afloje? – preguntó.

Ya párale, cabrón, es mi cuñado – le recordé ya molesto.

Y eso que? – preguntó extrañado – ahora resulta que se lo vas a cuidar a tu hermanita.

Caí en la cuenta de que tenía razón. A mi no me importaba lo más mínimo Ramón, ni tenía ningún interés en que mi hermana continuara su vida con él. Una malsana idea afloró en mi mente.

De veras quieres echártelo – le pregunté a Javier cambiándole el tono.

Puedes apostarlo – fue su rápida respuesta. – Es más – agregó – hasta pagaría por ello.

Lo pensé apenas dos segundos.

Cuánto? – le pregunté.

Cuánto qué? – dijo Javier algo perdido.

Cuánto pagas? – dije sin dudar.

Estas hablando en serio? – me preguntó Javier mirándome directo a los ojos, como si no pudiera creer que estuviera hablando en serio.

Por supuesto – asentí.

Y el trato se cerró. Nos pusimos de acuerdo rápidamente. Dejaría que Ramón bebiera durante una hora mas y luego lo llevaría al apartamento de Javier. Del resto él se encargaría.

A la hora convenida, no tuve el menor reparo en convencer al intoxicado Ramón de que me acompañara, con la promesa de presentarle a un tipo que con seguridad le haría una muy buena oferta de trabajo. Javier nos esperaba y conduje hasta su casa sin el menor atisbo de culpabilidad y una creciente excitación por lo que iba a suceder.

Javier nos esperaba ya con las bebidas preparadas. Ramón continuó bebiendo como si se tratara de agua, y sus claros ojos azules pronto mostraron la mirada perdida y vacía de todo borracho. Finalmente cayó dormido, casi inconsciente en el sillón de la sala. Ni siquiera se dio cuenta de que no había habido ninguna propuesta de trabajo, y en cambio si muchas miradas de deseo de mi buen amigo Javier.

Ayúdame a llevarlo a la cama – pidió Javier al ver el estado de Ramón.

No mames – le reclamé – yo ya cumplí mi parte, encárgate tú.

Sólo échame la mano para cargarlo – rogó mi amigo.

Con una extraña sensación en mi entrepierna, cargué las piernas de Ramón y lo llevé a la cama como quien lleva un carnero al matadero. Sabía lo que seguiría, y tras dejar a mi perdido cuñado sobre la suave cama de pronto descubrí que me encantaría observarlo.

Puedo quedarme? – pedí a Javier, y tras su lasciva mirada le aclaré – sólo para mirar, no participaré.

Como gustes – fue su rápida respuesta, ya mas enfocado en Ramón que en mí.

Javier comenzó a desnudarlo, no sin algo de trabajo. El estado de Ramón no era de mucha ayuda y me senté en el sillón, en el rincón más oscuro de la habitación, tratando de pasar lo más desapercibido.

Tras quitarle la camisa, Javier se lanzó inmediatamente a chupetear las rosadas tetillas de mi cuñado. Ramón es blanco, con una pelusilla dorada en medio de su pecho y alrededor de sus pezones. Javier repartía sus besos entre uno y otro, mordisqueándolos con evidente placer. Excitado, comenzó a bajar por su vientre plano, metiendo la lengua en su ombligo y acariciando ya la entrepierna de Ramón. Los pantalones le resultaron ya un engorroso estorbo, y con manos ávidas comenzó a quitárselos. Para mi sorpresa, Ramón llevaba puestos unos pequeños slip blancos, tipo bikini. No pude dejar de fijarme en el bulto de su sexo, dormido, pero no por eso menos excitante. Javier trataba de alargar lo más posible su encuentro con aquel sexo prohibido. Besaba el ansiado bulto a través de la ropa interior, olisqueando sus bolas, lamiendo los suaves vellos que escapaban por la orilla mientras yo sentía una creciente excitación con toda la escena.

Es un bombón – murmuraba mi amigo entre dientes, besando los alargados muslos mientras le abría las piernas y atisbaba lascivo los escondidos tesoros de mi anestesiado cuñado.

Finalmente le quitó los calzones. Javier y yo miramos ansiosos el regalo descubierto. La rubia y blanda picha de Ramón era un manjar que mi amigo no quiso postergar. Con pequeñas y casi tímidas lamidas comenzó a probarlo. Casi pude imaginar yo también el gusto en mi boca. Javier terminó engulléndola con evidentes muestras de placer. Desde mi posición podía apreciar también el gruesa bulto del sexo de Javier, mas duro que nunca.

Mi cuñado se removió en su alcoholizado sueño, pero sin dar muestras de volver a la vida. Javier continuó mamándole la suave verga, acariciando de paso el manchón de rubios vellos que la coronaban, y los alargados testículos que colgaban mas abajo, sin obtener ningún tipo de respuesta de mi cuñado, ajeno completamente a todo lo que le hacían a su cuerpo.

Javier se hartó de mamar y con un rápido giro le dio vuelta a Ramón, acomodándolo boca abajo. Ambos contuvimos entonces el aliento. Mi cuñado tenía un culo de campeonato. Un par de rotundas y bien curveadas nalgas excelentemente bien formadas. Un trasero digno de un premio, y eso que tanto Javier como yo teníamos ya muchísima experiencia en la materia.

Pero que culo más espectacular – silbó Javier con evidente admiración.

Mi amigo se desnudó en un santiamén. Yo ya conocía su picha y sabía que lo que se le avecinaba a Ramón no era cualquier cosa. Javier tiene un grueso y considerable trozo entre las piernas y un aguante como pocos. Se sacudió la verga un par de veces, mientras continuaba mirando extasiado el culo de mi cuñado.

Cosita rica – dijo acariciando los blancos y perfectos globos de carne.

Sus manos recorrieron las curvas y recovecos. Le abrió las nalgas y ambos atisbamos el rosado y pequeño esfínter de Ramón.

Pero ven a ver esto de cerca – me invitó Javier.

Me acerqué sin dudarlo. Con las nalgas completamente abiertas, el rubio y fruncido ano de mi cuñado, totalmente expuesto, era una de las cosas más morbosas y cachondas que yo hubiera podido apreciar jamás.

A poco no se te antoja comértelo? – preguntó mi amigo Javier sabiendo de antemano la respuesta.

Sin esperar por ella, Javier metió el rostro entre los blancos y apetecibles glúteos, y comenzó a lamer el rico agujero de Ramón. Los chupetones y lamidas me hicieron imposible aguantar un segundo mas, y regresé a mi puesto de observación para abrirme la bragueta y sacar ya mi endurecida verga. Comencé a masturbarme con la inusitada energía de un adolescente, sin perder una sola imagen de mi cuñado, desnudo y ebrio, recibiendo de otro hombre una soberbia mamada de culo, con las piernas tan abiertas, tan indefenso, con su ojete abierto y aquella incansable lengua entrando en su cuerpo.

Javier se dio el gusto de su vida. Tardó casi media hora lamiendo y chupando el culo de mi cuñado. Para entonces seguramente su hoyo estaba ya más que húmedo y listo para recibir su verga, por lo que mi amigo acomodó una almohada bajo el vientre Ramón y dispuso sus nalgas a la altura conveniente. Me acerqué de nuevo. Quería ver de cerca aquella enorme verga abriéndose paso en el cuerpo de mi cuñado.

El grueso glande se apoyó justo en la entrada. Contuve el aliento, mientras Javier acariciaba con la punta de su verga el fruncido y húmedo agujero de Ramón. Finalmente la dejó quieta y descansando justo en su arrugado ano y lentamente comenzó a empujar, encontrando la natural resistencia del músculo por dejarse penetrar. Continuó presionando, cada vez con mayor fuerza, hasta que la punta chata y roma de su tranca entró finalmente.

Ramón respingó, quejándose en el sueño y abrió los ojos azules mirando a la nada.

Ay, cabrón – fue todo lo que dijo, pero ya la gruesa cabeza estaba dentro y el resto comenzaba a deslizarse sin que él pudiera evitarlo.

Javier esperó, arrullándolo como si fuera un bebé, y Ramón volvió a cerrar los ojos. Le enterró entonces la verga hasta el fondo, sin tregua alguna.

Qué putas está pasando? – preguntó Ramón con una mueca de dolor, de nuevo despierto.

Te estoy cogiendo, papito – dijo Javier comenzado ya el famoso mete y saca.

Ramón se quejó de nuevo, luchó muy brevemente, pero estaba demasiado perdido, demasiado inconsciente, y terminó abandonándose a la seguramente dolorosa sensación, pero sin fuerzas para pensar en una solución a lo que le sucedía.

Javier ya no quiso darle ninguna explicación. Solo quería montarlo, cogerlo, poseerlo. Me fui al rincón de nuevo. Ya no aguantaba. No podía apartar mi mirada de aquellos dos cuerpos desnudos. Ramón joven, blanco y bello, como sólo pueden serlo los muy jóvenes. Javier maduro, libidinoso, experimentado, tomando el cuerpo del otro como si fuera una bebida que quisiera apurar hasta sus últimas gotas. Una furiosa cogida. Un hombre seguro, tomando aquello que le pertenece. Aquello por lo que ha pagado.

Mi orgasmo fue delicioso. Como pocos. Y aun después de tenerlo, seguí excitado, hasta ver que Javier apretaba las nalgas y tensaba las piernas, preso también de los placeres del orgasmo, aventando su líquido semen en las entrañas de mi cuñado, que desvalido como un niño se dejaba montar en la feliz inconciencia de su sueño perdido.

Javier se bajó sudoroso. Apenas lo vi. Mis ojos estaban en la grupa recién abandonada. En las nalgas blancas de Ramón y en el atisbo de sus piernas aún abiertas por las que casi esperaba ver un hilillo de semen escurriendo.

Javier pagó lo acordado. Una considerable suma.

Llévatelo – me dijo, y como pude lo medio vestí y lo metí en el coche.

No creí prudente llevarlo a casa de mi hermana, por lo que lo llevé a casa de mis padres y lo acosté en mi recámara. Lo desvestí, dejándolo solo con la truza puesta. No pude evitar tocar sus nalgas. Las sentí duras y firmes. Suaves al tacto, pero recias también. Lo odiaba, es cierto, pero después de haber visto lo que vi y teniéndolo allí tan cerca no pude contenerme y lo desnudé completamente. Le abrí las nalgas. El olor del semen de Javier emanó de su carne. Metí mi nariz lo más cerca que pude, aspirando ese aroma enloquecedor y terminé lamiendo la suave carnosidad de la parte baja de sus nalgas. Ascendí poco a poco, lamiendo y besando, deseando llegar al centro húmedo y viscoso. El sabor del semen era embriagador. Su culito recién desflorado, una fruta prohibida y exótica incapaz de resistir. Se lo chupé de lleno, metiéndole la lengua lo más profundo que pude. Ramón se quejó suavemente. Seguramente aun tenía el ano dolorido, pero no tanto como mi verga, deseando penetrarlo.

Me monté decidido. No me importó nada. Lo deseaba más que a nada. Quería poseerlo, disfrutarlo yo también, y gratis. Se la metí despacio, no por no lastimarlo, sino porque quería alargar lo más posible la embriagadora sensación de sus nalgas, de su carne recibiéndome, abriéndose también para mí, aunque no fuera el primero.

Ramón volvió a quejarse. Simplemente le tapé la boca con una mano y empujé furioso la verga hasta el fondo, logrando despertarlo. Pesaba mucho más que él, y fue fácil someterlo. Me lo cogí rápido, con ese deseo que parece imposible de soportar, y Ramón volvió a quedarse tranquilo, aunque quejándose suavemente.

Terminé dentro de él, llenándole el culo nuevamente de leche, y entonces lo dejé dormir, mientras yo hacía lo mismo a su lado.

La mañana siguiente despertó evidentemente dolorido. No me dijo nada, aunque lo vi caminar despacio y trabajosamente hacia el baño. Salió con una toalla anudada a la cintura después de haberse duchado. Estaba serio. Vi en su rostro muchas preguntas pero pocas ganas de formularlas.

Ten – le dije ofreciéndole un grueso fajo de billetes.

Qué es esto? – preguntó tomando el dinero.

Tu ganancia – le aclaré – por el trabajo de anoche.

Cuál trabajo? – preguntó, aunque ya la horrible respuesta parecía irse abriendo paso en su cerebro.

Tu trabajo de puta – dije encaminándome ya hacia el baño.

Ramón me alcanzó en la puerta, el rostro desencajado, los azules ojos llameantes.

De qué carajos hablas? – preguntó colérico.

Le arranqué la toalla, dejándolo completamente desnudo. Lo empujé hasta quedar frente al espejo.

Te lo ganaste con éstas – le dije palmeándole las nalgas – dejando que un cabrón te cogiera.

Me miró mudo de asombro. Parecía que mis palabras no podían significar algo coherente para él.

No me vas a decir que no sientes el culo molido? – pregunté con todo el veneno acumulado desde la primera vez que se presentó en casa como novio de mi hermana.

Sus ojos se abrieron como platos. Metí mi mano entre sus nalgas picándole el culo con un dedo. Ramón brincó adolorido.

Lo ves. Ponte alguna crema – le aconsejé – el cliente de anoche estaba bastante vergudo y seguramente te va a doler todo el día.

Me metí a bañar, dejándolo frente al espejo, desnudo y abatido. Cuando salí ya no estaba. Tampoco el dinero.

No vi a Ramón por un par de semanas. Cecy venía a la casa como siempre y cuando mis padres le preguntaban por su marido, ella contestaba que no se sentía bien, que estaba en cama con gripe. Finalmente apareció. Rehuía mi mirada y continuaba serio y retraído.

Por mortificarlo, lo arrinconé en la cocina cuando nadie nos miraba.

Ya tengo un nuevo cliente esperando – le dije. Me lanzó una mirada asesina, pero no dijo nada.

Lo había dicho sólo por molestar, pero algunos días después Javier me llamó. Quería ver si lograba llevarle a mi cuñado nuevamente.

Pues ya sabes el precio – le dije medio en broma.

Y vale hasta el último centavo – fue la respuesta.

Tal vez las cosas hubieran quedado en una simple broma, pero Cecy vino a casa llorando un día porque las cosas en su matrimonio no marchaban. Le confesó a mamá que Ramón se había atrevido a darle una bofetada, aunque le rogó que no nos lo contara, porque sabía que le haríamos algo y ella lo amaba. Tomé el teléfono y cité a Ramón en un restaurante. La cita con Javier estaba fijada.

Vamos – le dije a mi cuñado en cuanto éste apreció.

A dónde? – preguntó con justificado recelo.

A casa de Javier. Un amigo – dije pagando la cuenta.

Para qué? – dijo Ramón con intención ya de marcharse.

Para qué va a ser? – le espeté con odio y autoridad a la vez – para que te coja, grandísima puta, para que disfrute de tus blancas nalguitas y desquites el dinero que paga por tus servicios.

Estás loco! – dijo apartándose.

Y más loco tú, cuñadito – le dije con tono contenido – que si no me obedeces terminarás en serios problemas.

No me creyó, y salió muy seguro a la calle. Lo alcancé en la acera y le mostré un par de fotos. Me las había mandado Javier, que gustaba de grabar algunas de sus sesiones de sexo, entre ellas la del estreno de mi cuñado.

Y tengo muchas mas – le mentí venenoso.

Ramón miraba pálido la impresión en papel, que aunque no de buena calidad lo mostraba desnudo y sodomizado por mi amigo Javier.

Será mejor que me acompañes – le dije guiándolo hacia mi coche.

Me siguió silencioso. Derrotado y obediente. Tuve un instante de duda, de remordimiento, pero lo superé rápidamente. Conduje a casa de Javier.

Llegó la puta! – dije animoso nada mas llegar.

Ramón se puso pálido y se trancó en la puerta, y debo reconocer que se veía estimulantemente atractivo con aquel mohín en su cara de niño. Le di una sonora nalgada en el trasero y lo empujé a la sala, donde Javier me miraba sorprendido. Seguramente esperaba que mi cuñado llegara alcoholizado, como la primera vez, y verlo llegar tan sobrio, y tan evidentemente molesto fue toda una revelación.

No te preocupes – tranquilicé a mi amigo – sabe a lo que viene y esta dispuesto a hacerlo.

Era la oportunidad para que Ramón hiciera algo. Cualquier cosa. Marcharse, golpearme, insultarnos a los dos, pero no hizo ninguna de esas cosas. Se quedó de pie en medio de la sala. Callado y visiblemente alterado. Respiraba afanoso, se sobaba las manos con nerviosismo. Javier le ofreció una copa y se la bebió de un tirón. Respiró hondo y encendió un cigarrillo. Finalmente se sentó. Lejos de mí y de Javier.

Trae ese culito para acá – le dijo Javier con una sonrisa, pero con cierto tono autoritario.

Ramón no se movió. Me miró como si yo pudiera o quisiera defenderlo. Le hice un gesto de que obedeciera.

El cliente paga – le recordé – y el cliente manda.

Ramón se acercó a Javier todavía indeciso. Mi amigo lo jaló hacia el sillón, sentándolo a su lado. Tomó la mano de Ramón y se la acomodó entre sus piernas, sobre el bulto de su sexo. Ramón la retiró como si aquello le quemara.

Pórtate bien – le recomendé – es la última vez que te lo digo.

La mano volvió al sitio indicado y Javier complacido lo obligó a acariciarle. Mi cuñado me miraba, con miedo, con rabia y reproche, pero también con un extraño brillo que comenzó a excitarme. Javier ahora abría las piernas, dejándole sitio para que también acariciara sus huevos. Ramón los acarició sobre el ajustado pantalón.

Sácalo – le susurró Javier al oído. Ramón obedeció tras una breve pausa.

Me acomodé para verlo todo. Mi tranca también se había puesto dura viendo el percance en el que estaba mi cuñado. La verga de Javier asomó majestuosamente erguida. Ramón la acariciaba con cierta torpeza, pero el trato duro no hacía sino inflamarla mas todavía.

Lámela – fue la inevitable orden siguiente.

De nuevo la mirada de Ramón pidiéndome ayuda. De nuevo el gesto de que continuara y gocé viendo su cara de niño bueno acercarse al pulsante miembro hasta abrir su boca de rosa y posarla en la hinchada cabeza.

Javier suspiró contento y empujó la rubia cabeza de Ramón sobre su sexo, obligándolo a tragárselo por completo. Casi pude imaginar el sabor de aquel miembro, su olor y consistencia. La cabeza de mi cuñado subía y bajaba a lo largo de aquella carne dura y tensa, con los característicos sonidos de una buena mamada.

Javier se incorporó de pronto. Ramón quedó con la boca abierta y la mirada perdida, como un niño al que se le ha quitado un dulce de repente. Javier lo jaló hacia arriba, poniéndolo también de pie. Le besó la boca rosa sin encontrar resistencia. Le quitó la playera y le desabrochó los pantalones. El rubio muñeco de carne se dejaba llevar tranquilamente. Le bajó los pantalones a los tobillos y Ramón terminó de quitárselos. Mi cuñado se inclinó para sacarse los calcetines, obsequiándonos con la agradable perspectiva de su trasero enfundado en un ajustado par de calzoncillos blancos. De inmediato la mano de Javier apresó los bellos glúteos y enardecido de pasión le arrancó la última de sus prendas.

Ramón desnudo. Una agradable visión. Un hermoso regalo. Para sorpresa nuestra, su verga mostraba un buen avance de erección. No estaba totalmente dura, pero si excitada, señal de que aquello no le era tan indiferente, aunque su cara quisiera mostrar lo contrario.

Quisiera comerte entero – dijo mi amigo – pero me excitas tanto que no puedo dilatarlo más.

Empujó a Ramón sobre el sillón, con las piernas abiertas y la cola alzada. Entre sus bien formados muslos, los huevos asomaban, invitando a morderlos y besarlos. Sin embargo Javier quería una sola cosa, y le abrió las nalgas con determinación, develando el fruncido agujero de mi joven cuñado. Ramón volteó sobre su hombro, de nuevo para mirarme. Leí cierta vergüenza, tal vez de que el hermano de su esposa le viera en aquella humillante posición. Le vi coraje, seguramente por ser yo el culpable de lo que le sucedía, pero le vi también una mirada cómplice, un gesto heroico de quien se sacrifica por el bien de otro. Me sobé la verga, mirándolo a los ojos, gozando con lo que veía y con lo que sentía al verlo todo tan de cerca.

La verga de Javier estaba ya en lugar justo y con un potente empujón penetró a mi cuñado bien afianzado de sus hombros. Ramón gimió, sin romper jamás el hilo de su mirada en la mía. Podrías ser tú, parecía decirme esa mirada, podría ser tu verga la que estuviera ahora dentro de mi cuerpo. Aquello me excitó más todavía. Me quité los pantalones y comencé a masturbarme. Mi cuñado miraba ahora mi rostro y mi verga alternadamente. Me llamaba y me odiaba al mismo tiempo. Sus ojos llameaban al saberse utilizado como una puta y al mismo tiempo se odiaba a si mismo por permitirlo.

Javier bombeaba ajeno a estos intercambios de miradas. Ramón era sacudido violentamente por la impetuosa cogida de mi amigo. Aunque deseaba acercarme, me contuve, porque Javier pagaba por el servicio y la abstinencia no hizo sino ponerme más caliente todavía.

Con un estruendoso jadeo, y tras veinte minutos de lo mismo, Javier terminó explotando dentro del apretado agujero de mi cuñado. Sudoroso, cayó recostado en el sillón, mientras Ramón se ponía de pie trabajosamente.

Puedo usar el baño? – preguntó con voz insegura y ronca. Javier estaba aun en las mieles después del orgasmo, así que guié a Ramón hacia el baño.

Adentro, esperé a que mi cuñado se duchara. No permití que cerrara la cortina de baño. Quería mirarlo desnudo. Quería verlo enjabonándose el culo tratando de sacarse del cuerpo las huellas que mi amigo le dejó dentro. Tampoco yo llevaba los pantalones puestos, así que mi cuñado podía ver perfectamente el estado en que me ponía observarlo desnudo mientras se bañaba. No me decía nada, y me miraba desafiante de vez en cuando. Salió finalmente de la ducha, y allí mismo en el baño, sin dejarle siquiera que se secara, lo voltee cara al espejo y le arranqué la toalla. Caí de rodillas sobre sus hermosas nalgas tan recientemente utilizadas. Las abrí y atisbé el rojo y dilatado agujero de su ano, el cual sellé con un beso y muchas lamidas. Me incorporé, excitado y violento también yo y lo penetré con rabia y pasión, admirando su bello rostro en el espejo. Sus ojos que llameaban también de repulsión y deseo, su pelo húmedo que le daba aquel aspecto de niño desamparado y le zambutí la verga con desesperada urgencia, queriendo hacerlo más mío que del cliente que minutos antes pagara por su cuerpo.

Salimos después de unos minutos. Tomamos nuestras ropas y el dinero. Javier dijo que podía recomendarlo con algunos amigos suyos, que también pagarían su elevada tarifa. Acepté inmediatamente, aprovechando el silencio de mi cuñado. El que calla otorga, dije para mis adentros.

Yo te llamo en cuanto consiga el cliente – le dije a modo de despedida al dejarlo en su casa. No me dijo nada, pero tomó el dinero que le correspondía y bajó del coche con una media sonrisa. Esperé hasta verlo entrar. Aun en esos momentos desee sus nalgas, con todo y que hacía apenas unos minutos que habían sido mías.

El cliente que me recomendó Javier resultó ser mucho más fácil de complacer, con una picha pequeña a la cual Ramón no tuvo ninguna dificultad en acostumbrarse. Ese me recomendó a otro, y ese a otro más. Pronto tuvimos una pequeña libreta negra con ciertos números que únicamente yo conocía. Siempre era yo el intermediario, y disfrutaba mucho con mi papel de padrote. La mayoría de los clientes me permitía observar, e incluso participar algunas veces, aunque por supuesto eso elevaba la tarifa.

No estoy tan seguro de que hiciéramos todo eso únicamente por el dinero. Por supuesto el dinero era muy bueno, fácil de ganar y más aun de gastar. Pero había algo más. Algo obscuro y excitante en llevar a mi propio cuñado a tal degradación. Algo que a ambos nos unía tanto como nos repelía. Algo obscenamente secreto que únicamente él y yo, y algunos cuantos hombres por supuesto, conocían.

Ese algo era lo que me hacía desearlo al verlo llegar los domingos con mi hermana. Ese algo era lo que me llevaba a buscar un nuevo cliente, con alguna nueva perversión, con algo novedoso que hiciera descender un peldaño más a mi cuñado Ramón. Un peldaño del cual obviamente solamente yo pudiera rescatarlo.

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altair7@hotmail.com