Prostituto Una clienta me confesó que era lesbiana

Relato escrito por HEL con mi ayuda. Alonso es contratado por unos padres para que "cure" a su hija. El único problema de Wendy es que ademas de lesbiana es virgen por lo que nuestro protagonista llama a una amiga para que le ayude. RELATO UNICAMENTE LÉSBICO con el tacto y bien hacer de HEL.

Hay veces que los deseos de unos padres, nada tienen que ver con los de sus hijos. El más claro ejemplo soy yo. Para agradar al mío, estudie y acabé derecho aunque desde primero sabía que no era mi futuro. Pero creo que ya he dado sobradas pistas de mi vida y lo que realmente esperáis es que os cuente otro episodio de mi vida como prostituto de lujo en Nueva York. Os he hecho esta introducción para explicarlos el problema donde me metí un día que recibí la llamada de una madre pidiendo mis servicios. Hasta ahí todo normal, lo que realmente me resultó raro y chocante fue que me quisiera alquilar no para ella sino para su hija. Extrañado pero habiendo recibido encargos más sorprendentes, pacté con ella mis emolumentos y quedé que recogería en su casa a su chavala. Al colgar, pensé descojonado sobre lo fea que debía ser la pobre para que la madre decidiera dar el paso y contratarle un hombre. Como le corría prisa, pagó casi el doble para que cancelara una cita con una clienta habitual y esa misma noche hiciera sentirse mujer a su retoño.

Habituado a servir de paño de lágrimas y satisfacer a las más diversas mujeres, me metí en la ducha y tranquilamente me preparé para cenar con la que se suponía que era un adefesio. Al llegar con mi coche hasta el chalet donde vivían, me quedé horrorizado que el propio padre me recibiera en la puerta y que tras saludarme, me invitara a tomarme una copa. Al escuchar su invitación, me negué aludiendo a que tenía que conducir pero el señor insistió en ofrecerme al menos una cerveza.

-Una sin alcohol- pedí considerando que estaba en Babia y que desconocía cual era mi profesión.

Os juro que hasta ese momento, creí que al pobre tipo  su mujer le había engañado como a un chino y suponía que era un amiguete de su hija. Pero al llegar con mi copa, me pidió que me sentara y sin mayor prolegómeno, me soltó:

-No sabes cómo te agradezco lo que vas a hacer. Estoy muy preocupado por Wendy. No sale casi de su cuarto, se pasa las horas en internet y ni siquiera nos consta que tenga amigos-

Tanteando el terreno e imaginándome la clase de Friki con la que me iba a encontrar, respondí que no se preocupara que la dejaba en buenas manos.   Si me quedaba alguna duda, esta se diluyó como un azucarillo cuando me dio la llave de una habitación en el Waldorf y con tono compungido, me dijo casi llorando:

-Trátala bien y que no vuelva a casa en toda la noche-

Alucinado porque me pidiera directamente que me follase a su hija, comprendí que realmente ese matrimonio tenía un problema y tranquilizando al sujeto, le prometí que haría todo lo que estuviese en mi mano para devolverle la confianza que me daban. El pobre viejo no pudo soportar la tensión y echándose a llorar, me dijo que yo era su última oportunidad. Comprenderéis el agobio que sentí mientras consolaba a ese padre, agobio  que no solo era  producto del dilema de esos esposos por el que tuvieron que acudir a mí sino porque realmente creí que me iba a tener que encargar de un feto malayo que espantaría hasta las moscas.

Os imaginareis mi sorpresa cuando vi entrar a un primor de mujer por la puerta. Mentalmente me había preparado para enfrentarme a un ser vomitivo y por eso al contemplar la belleza de esa rubia de ojos marrones, pensé que no podía ser ella:

“¡Tiene que ser su hermana!”

Cortado, me levanté de mi asiento y la saludé con  un apretón de manos al recordar que al contrario que nosotros los latinos, el saludar con un beso está mal visto. La muchacha haciendo un esfuerzo me dio la mano y con voz ausente, dijo:

-Soy Wendy-

Su reacción me hizo comprender que no estaba entusiasmada con la cita que le habían organizado sus viejos.

“No me extraña. Yo también estaría molesto si me la organizaran a mí” me dije mentalmente mientras mirándola de arriba abajo, me resultaba difícil de creer que esa niña tuviera problemas de adaptación.

Alta y delgada, lucía un vestido ajustado que dejaba entrever que además de guapa, esa chavala tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier universitario. Sabiendo que las apariencias engañan, me despedí de sus padres y sacándola de esa mansión, la llevé hasta mi coche.

Wendy al descubrir que el vehículo donde la iba a llevar era un porche, sonrió por vez primera y pasando la mano por el alerón, me confesó:

-Nunca he subido a un 911-

Al ver su asombro y que conocía ese modelo, creí ver una rendija donde romper la coraza que había instalado a su alrededor.

-¿Tienes carnet?- pregunté.

-Sí- contestó la extasiada chavala sin dejar de mirar el deportivo.

-Pues entonces, ¡Conduce!- dije lanzando las llaves.

La rubita las cogió al vuelo y sin dar tiempo a que me arrepintiera, se montó en el asiento del conductor y se abrochó el cinturón. Aun sabiendo que era un riesgo dejar ese coche en manos de una novata, decidí que había hecho lo correcto al sentarme y descubrir en sus ojos una vitalidad que segundos antes no existía.

-¿Dónde vamos?- dijo sin soltar el volante.

Se la veía encantada y por eso cambié mis planes sobre la marcha:

-¿Qué tipo de comida te gusta?-

-La japonesa- respondió ansiosa por encender y acelerar a fondo.

-Entonces coge la autopista rumbo a la Manhattan que tengo que hacer unas llamadas-

Tal y como había supuesto, Wendy hizo rechinar las ruedas al salir de la finca de sus padres y violando los estrictos límites de velocidad del estado puso mi porche a más de ciento ochenta.  Aproveché a observarla mientras llamaba al restaurant. Emocionada por la sensación de tener entre sus manos una bestia de tantos caballos, sin darse cuenta, sus pezones estaban al rojo, delatando la excitación de su dueña bajo la tela. Cuanto más la miraba, menos comprendía que cojones hacía yo allí:

“¡Está buenísima!” reafirmé mi primera impresión al contemplar las piernas perfectamente contorneadas que se dejaban ver bajo su minifalda.

Para colmo, habiendo olvidado su tirantez inicial, el rostro serio de la  muchacha se había trasformado como por arte de magia y mientras conducía, lucía una sonrisa de oreja a oreja que la hacía todavía más guapa. Satisfecho por el resultado de mi apuesta, le informé que me habían dado mesa en el Masa, uno de los mejores sitios para degustar ese tipo de comida en la ciudad.

-¿Estás seguro?, ¡Es carísimo!- exclamó horrorizada por la cuenta que yo tendría que pagar.

Buscando soltarle el primer piropo, le contesté:

-Una mujer tan bella como tú desentonaría en otro lugar-

Mi lisonja curiosamente la disgustó y poniendo una mueca, me soltó:

-Eso se lo dirás a todas-

No me hizo falta más para percatarme de que me había equivocado y que con esa mujer debía andar con pies de plomo hasta que me enterara de la naturaleza de su problema. Cambiando de tema, le expliqué como podía evitar el tráfico de entrada a Manhattan. Al hacerlo, la alegría volvió a su cara y mordiéndose los labios, me agradeció las indicaciones.

Al llegar al “Masa”, la mujer que se bajó del vehículo era otra. La tímida y apocada niña había dejado paso a una mujer segura de si misma que avasallaba a su paso.

-¿Qué te ha parecido?- pregunté al ver que con disgusto entregaba las llaves al aparcacoches-

-¡Increíble!- y con una picara mirada, me reconoció: ¡Casi me corro cuando me dijiste que podía conducirlo!-

Solté una carcajada al escuchar la burrada y pasando la mano por su cintura, entré al japonés. Ese sencillo gesto, me confirmó que la cría tenía un cuerpo duro y atlético que sería una gozada disfrutar y con  ánimos renovados, decidí que esa noche sería cojonuda.

Ya cenando, Wendy se mostró como una mujer inteligente y divertida que disfrutó como una enana comiendo su cocina favorita mientras criticaba sin piedad y en plan de guasa a los presentes en ese lugar tan selecto. Os juro que me lo pasé francamente bien y que incluso tonteé con ella, rozando nuestras piernas por debajo de la mesa. Pero aun así me di cuenta que algo fallaba porque al irse acercando el postre, se empezó a poner nerviosa. Pensando que su nerviosismo se debía a que iba a ser su primera vez, no quise forzarla y al llegar la cuenta, le pregunté:

-Ahora, ¿Qué quiere la princesita hacer?-

Como despertándose de un sueño, la cría asustada y huidiza de nuestro encuentro volvió y con tono desganado, respondió:

-Mi padre ha reservado una habitación, ¿No es así?-

Previendo problemas, le hice ver que no teníamos que hacer nada y que si quería podía llevarla de vuelta a su casa. La rubita agradeció mis palabras pero, totalmente angustiada, me pidió que la llevara a ese hotel. Mi pasada experiencia me reveló que esa mujer estaba intentando satisfacer la voluntad de otros y no la suya por lo que asumí que debía ser muy cuidadoso a partir de ese momento.

Al sacar el coche del parking, pregunté si quería conducir pero Wendy, hundida en un completo mutismo, ni siquiera me contestó. Su silencio confirmó mis peores augurios y por eso mientras la llevaba hasta el Waldorf, comprendí que, si quería salir triunfante, debía de conseguir que se relajara antes de hacer cualquier acercamiento.

Si llegan a hacer una encuesta entre las muchachas de su edad, preguntándoles cuantas hubieran deseado que su primera vez hubiere sido en ese hotel de cinco estrellas y con un hombre como yo, estoy seguro que la inmensa mayoría hubiese dicho que sí. Pero en cambio, Wendy parecía ir al matadero en vez de estar ilusionada y eso que me constaba que yo le resultaba simpático y agradable. Lo peor fue su reacción al entrar en la habitación, con lágrimas en los ojos dejó caer su vestido al suelo y mientras yo me quedaba embobado por la perfección de sus formas, me soltó casi llorando:

-¡Hagámoslo!-

-¡No digas tonterías!- respondí y recogiendo su ropa, acaricié su cara mientras le decía: ¡Tápate! Y vamos a tomar una copa-

Destrozada, se vistió y sin saber que iba a pasar, llegó a donde estaba poniendo dos whiskys con gesto resignado. Tanteando el terreno, le di su bebida y sentándome en un sofá, le pedí que me siguiera. Como reo que va hacia el patíbulo, se sentó junto a mí esperando que aunque antes no me había lanzado a su cuello, lo hiciera. Pero en vez de abrazarla, le pregunté que le pasaba:

-¿Estás bien?-

-Sí, no es nada. Solo quiero acabar con esto lo antes posible-

Aunque no supiera que era exactamente lo que le estaba pasando por su mente, era claro que se estaba fraguando una guerra en su interior. Luego me enteré que aunque me consideraba un hombre por de más atractivo y varonil, no se sentía atraída por mí. Reconocía que era  guapo, amable, inteligente y muy caballeroso y por eso le estaba resultando tan difícil decidirse. Había prometido a sus padres que lo intentaría, que haría todo lo posible por ser normal, ser lo que ellos entendían como “ideal de hija”; pero no podía.

Ajeno a su lucha, de pronto vi una férrea determinación en su rostro y abrazándome, me besó. Casi llorando, cerró sus ojos al hacerlo mientras trataba ocultar su rechazo a esos labios en los que buscaba la aceptación paterna. Su cerebro se debatía mientras su piel se erizaba al comprobar que mi cuerpo y sus músculos poco tenían que ver con la suavidad del de una mujer. Wendy se estremeció al recorrer con su boca la mía pero no por la razón a la que estaba acostumbrado sino porque se dio cuenta que había sido una tonta al creer que por besarme su sexualidad se transformaría. Desde niña había soñado que, como en las películas, su primer beso la haría volar, que sentiría mil mariposas volando en su estómago pero desgraciadamente, nada de “eso” ocurrió. Besarme fue como acariciar a un cachorro juguetón, agradable pero nada más.

Cómo comprenderéis, noté su falta de pasión y por eso separándome de la muchacha, le pregunté:

-¿Ya me dirás que pasa?-

-Nada. Sígueme besando- dijo mientras trataba de mostrar una pasión que en absoluto sentía.

-Wendy, no me gusta abusar sexualmente de mis clientas, no si ellas no me lo piden y noto que lo estoy haciendo-

-No estás abusando de mí, ¡Yo quiero hacerlo!-

-¿Tú o tus padres? Fueron ellos quienes me contrataron y realmente, no parece que estés disfrutando esto-

Decidida a intentarlo y a ocultar su orientación sexual,  forzó la situación levantándose mientras dejaba el whisky en la mesa. Se notaba que no quería que seguir hablando, después me reconoció, no quería contarle a un perfecto extraño los verdaderos motivos de su desazón, no quería que la juzgara, ni que la tuviera lástima porque, entre otras cosas, no confesar en voz alta algo que ni ella misma aceptaba.

La vi temblar frente a mí mientras deslizaba los tirantes de su vestido. Aterrorizada se desnudó rozando con sus muslos mis rodillas y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se sentó en mi regazo y rodeándome con sus piernas, me volvió a besar con fuerza. Su belleza, ese cuerpo modelado por el ejercicio, su dulce pero triste sonrisa y el movimiento de sus caderas rozando mi sexo, hicieron que este se alzara presionando el interior su entrepierna.

La lógica reacción de mi miembro, no despejó mis dudas y sabiendo que daba igual lo que le pasaba a esa mujer, yo era un profesional y por eso, decidí que haría mi mayor esfuerzo en complacerla. Tratando de ser todo lo delicado posible, la cargué sin cambiar de posición, poniendo mis manos en ese duro trasero y la llevé hasta la cama.

Ya en ella, por mucho que la besé y me esmeré en acariciar su cuerpo, tocando cada tecla, cada punto erótico que usualmente hacían derretirse a mis clientas pero con franca desesperación descubrí que no conseguía alterarla. No es que hubiera un rechazo, incluso parecía disfrutarlo pero para nada se parecía a la reacción normal y por eso tanteando el terreno, me di la vuelta y me coloqué sobre ella. Mirándola a la cara, pedí con mis ojos el permiso para continuar. Sus dudas me hicieron incrementar la lentitud y suavidad de mis caricias. Con el miedo a fallar instalado en mi cuerpo, la besé en el cuello mientras le retiraba el sostén sin que se diera cuenta. Su cuerpo tembló al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos. Creí que esa reacción se debía a que se estaba excitando sin entender que realmente las emociones que se estaban acumulando en su mente eran casi todas negativas. Ignorando la tortura a la que la estaba sometiendo, seguí besando su abdomen en mi camino hasta su sexo. Pero cuando mis manos ya habían retirado el tanga de encaje que cubría su entrepierna y me disponía a asaltar ese último reducto con mi lengua, escuché que me pedía que parara mientras como impelida por un resorte intentaba zafarse de mi ataque.

Asustado al pensar que había ido demasiado rápido, le pedí perdón por mi torpeza. Wendý se tapó con las sabanas y se echó a llorar mientras me decía:

-Lo siento, ¡No puedo hacer esto!. Se lo prometí a mis padres, pero no puedo- como comprenderéis me quede -¡Soy virgen!…- me confeso con un intenso rubor cubriendo sus mejillas.

-¡Tranquila!. No tenemos que hacerlo si no te sientes lista.- contesté sin tocarla, no fuera a sentirse agredida en vez de reconfortada

-¡No es eso!… es que aparte…soy… me gustan… me gustan las mujeres-  dijo totalmente avergonzada. Para ella era la segunda vez que lo decía en voz alta. La primera había sido ante sus padres, y aunque se sentía liberada, seguía siendo bastante vergonzoso porque no se aceptaba como tal. –Mis padres creen que necesito sentir lo que es estar con un hombre para que me “cure”;  me dijeron que si no accedía a estar contigo esta noche, dejaría de ser su hija, con todo lo que eso implica… y por eso acepté a quedar contigo-

“¡Mierda! ¡Era ese su problema!” pensé reconfortado al saber que no era yo quien había fallado sino que esa mujercita no buscaba un príncipe sino una princesa. En ese momento me vi en un dilema: Sus padres me habían contratado para que la desvirgara y eso era algo que me negaba a hacer pero por otra parte, no podía dejar a esa niña así destrozada y hundida por haber fallado a sus viejos por lo que pensando en ello, la llamé a mi lado y le dije que lo comprendía.

-¿Ahora qué hacemos?- preguntó al percatarse de que si volvía a su casa a esa hora se darían cuenta de nuestro mutuo fracaso.

-Déjame pensar- dije apurando mi copa.

Sé que sonará egoísta pero mientras daba vueltas en busca de una solución, comprendí que mi propio prestigio se vería afectado si no cumplía con el trato, su madre había sido muy concreta en lo que quería aunque muy ambigua al  querer ocultar su condición: “Quiero que hagas que mi hija tenga la mejor noche de su vida”. Solté una carcajada al dar con la solución:

“¡Me iba a ocupar de que a Wendy no se le olvidara jamás esa noche!”

Al oírme pero sobre todo al ver que cogía mi móvil, me preguntó que pasaba:

-¿Confías en mí?- respondí sin revelar mis planes.

La cría respondió afirmativamente sin saber que iba a hacer y habiendo obtenido su permiso, llamé a Lucy una colega de profesión que me constaba que además de bisexual era lo suficientemente  sensible para entender la situación. Tras llegar a un acuerdo en el precio, se despidió de mí diciendo que en diez minutos nos veíamos en la puerta del hotel. Sin descubrir mis cartas, le pedía a Wendy que me esperara en la habitación mientras bajaba a recibir a la que sería su verdadera acompañante. Al llegar al Hall, la espectacular morena  ya me estaba esperando y por eso sin dar tiempo a que la seguridad del hotel, nos preguntara que hacíamos ahí, subí con ella a donde nuestra nerviosa clienta nos esperaba. En el ascensor le expliqué con más detenimiento el problema y con una enorme sonrisa, me tranquilizó diciendo:

-Tú déjame a mí-

No os puedo explicar la cara de Wendy cuando me vio entrar con ese monumento, sus ojos estuvieron a punto de salirse de las órbitas cuando mi amiga se quitó el abrigo. Bajo esa prenda, venía únicamente vestida con un picardías negro casi transparente que dotaba a su anatomía de una sensualidad sin igual. Incapaz de dejar de observar el canalillo que se formaba entre sus enormes pechos, se creyó morir cuando con voz melosa, le pidió una copa.

-Enseguida, te la pongo- contestó sin darse cuenta que estaba casi desnuda.

Lucy sonrió al ver el estupendo cuerpo de la cría y guiñándome un ojo, fue a ayudarle. Muerto de risa, me quedé mirando como esas dos preciosidades se miraban tanteando como acercarse a la otra sin que esta se asustara. Decidido a ayudarla, puse música ambiente y cogiendo a las dos entre mis brazos, empecé a bailar con ellas. Mi colega comprendió mis intenciones y pasando su brazo por la cintura de mi clienta, la obligó a seguir el ritmo mientras contorneaba sensualmente sus caderas. Wendy se dejó llevar y  pegando su cuerpo al de mi amiga, experimentó por primera vez la suavidad de una piel de mujer contra su cuerpo.

No queriendo romper el encanto del baile a tres, Lucy me besó tiernamente mientras sus manos acariciaban disimuladamente el trasero de la muchacha. Esta creyó estar en el paraíso cuando sintió que los labios de mi amiga acercándose a los suyos. En contra de lo que había ocurrido conmigo, Wendy respondió con pasión al beso y permitió que la morena bajara por su cuello, gimiendo de placer.

Viendo que sobraba, me retiré y cogiendo mi chaqueta ya me marchaba cuando escuché que, con tono de súplica, me decía:

-Por favor, no te marches. Contigo me siento segura-

Comprendí que mi presencia, era un elemento que lejos de perturbarla, le daba tranquilidad porque no en vano, no conocía a esa mujer. Os tengo que reconocer que no me importó quedarme pero conociendo mi papel, me alejé de ellas, sentándome en el sofá.

Aunque fuera solamente un testigo de piedra, bien podía disfrutar del momento. Sería como ver una de esas películas con unas cuantas X en la que dos mujeres derrocharían pasión en aquel dormitorio de lujo. Mujeres que perfectamente podían ser la encarnación de Afrodita, las mismísimas encarnaciones de la belleza en Nueva York. Sabiendo que de saberse sería la envidia  de todo Manhattan y así, con ese lugar privilegiado, me dispuse a ver el debut de la joven, hermosa e inexperta  Wendy a  manos de Lucy.

La chica se veía fascinada con mi colega. Sus ojitos cafés claros brillaban de felicidad y de emoción, su sonrisa no paraba de estar presente en su rostro  y sus rodillas temblaban, anticipando su primera experiencia. Si Wendy era una cría, Lucy, en cambio, se comportaba como  toda una experta.  La elegí a ella porque, aparte de ser bisexual y tener buenos sentimientos,  estaba –digamos así- versada en el campo de los “novatos”, ya que, se había  encargado en otras ocasiones de desvirgar chicos y chicas por igual.

Así que la pequeña estaba en buenas manos.

Las veía sentadas en la orilla de la cama, de frente a mí pero sin prestarme la menor atención.  Muy juntas la una con la otra. Con una copa de vino, la pierna cruzada y las miradas picaras a todo lo que daban.  Lucy le susurraba cosas al oído y me imagino el tema del que hablaban por el tono rojo que teñía el rostro y los pechos de Wendy; mientras que con su pie acariciaba de arriba abajo la pierna de la chica.

Tras varios minutos de coqueteos y acercamientos. Mi colega llevó a la rubia a la cama. La hizo que se recostara de lado, tras lo cual, la abrazó por la espada en la típica posición de cucharita. Como yo bien sabia, esa era una estrategia para hacer sentir seguros a los primerizos, pues así pueden ocultar la cara cuando sienten un poco de vergüenza. Lucy comenzó a acariciar con la yema de los dedos el brazo y el antebrazo de Wendy mientras pegaba completamente su cuerpo a la espalda de la nerviosa joven y le daba cortos besos en el cuello y los oídos.

Con este trato, Wendy fue relajándose y excitándose poco a poco hasta el punto en el que no pudo más y se dio la vuelta para quedar frente a la experta y plantarle un beso apasionado. Tiempo después me confesó que, con ella, sí había sentido todos esos clichés que le dan a los besos.

Al poco rato, ambas, sin distinción,  se acariciaban febrilmente y mutuamente sus perfectos cuerpos…

A la inexperta joven, le había encantado el cuerpo de Lucy. ¿Y a quién no? Era alta, de la misma estatura que ella; morena clara, de un tono que contrastaba con la blanquísima piel de mi cliente; cabello negro azabache, lacio, largo y hermoso;  rasgos finos, mandíbula triangular, ojos un tanto felinos y salvajes, labios gruesos sin rayar en lo vulgar. Mi amiga era guapísima. Y en cuanto a cuerpo no se quedaba atrás. Tenía unos perfectos pechos redondos y firmes que ejercitaba seguido,  unos brazos y piernas tonificadas y un abdomen largo y plano con unos cuantos músculos levemente marcados. Os tengo que reconocer que viéndola me dieron ganas de ser yo quien la contratase.

Lucy se colocó sobre Wendy y los besos continuaron por un buen rato, pero las caricias no se hicieron esperar. Después de un tiempo, mi amiga bajó poco a poco por el cuello de esa bomba rubia hasta sus pechos. Esos firmes pequeños y blancos pechos coronados con unos apetitosos y rosados pezones.  Los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que la dueña de esos hermosos montes perdiera la razón; y para demostrarlo, gemía como una loca.

Desde el sofá me estaba perdiéndome gran parte de la escena, por lo que cambié de lugar y me senté en una silla bastante cómoda ubicada junto a la puerta, desde donde podía observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.

Pronto Lucy llevó sus hábiles dedos hacia la entrepierna húmeda de Wendy. Tan húmeda que parecía que había sido el lugar azotado por un huracán. Primero la acarició por encima de la ropa interior, sintiendo los líquidos de su excitación manchar sus dedos… luego, los gemidos de la chica indicaron que quería más, por lo que los introdujo por debajo de la tanga. Al sentir esos dedos intrusos contra su intimidad, Wendy abrió los ojos como dos platos y detuvo sus contorsiones de placer para dar paso a unos inocentes ojos de miedo. Parecía una tierna corderita… y Lucy era toda una experta loba.

-Sh sh shhh… respira preciosa- le dijo al oído mientras la besaba y poco a poco reanudaba los lentos movimientos circulares en el ojo del huracán que se había convertido el sexo de mi clienta.

Al principio acariciaba de arriba abajo sus labios mayores, sintiendo la suavidad extrema de la aquella piel recién depilada; pero después fue introduciendo sus dedos por esa tentadora línea húmeda hasta que escuchó que, menos acordé, Wendy había vuelto a gemir sensualmente por el movimiento experto que Lucy realizaba en su hinchado clítoris.

La morena bajó un poco sus dedos para comprobar si la chica ya estaba lista para el gran momento y al comprobar que su vagina estaba dilatada y muy mojadita, decidió que está preparada.  Le abrazó con fuerza, la besó apasionadamente y puso sus dedos a la entrada de la virginal caverna; le dio masaje lentamente con su dedo índice, excitándola aún más, pero advirtiéndole que el momento estaba por llegar.

Con una mirada, Lucy pidió el permiso para adentrarse en aquel inexplorado lugar y la asustada chica respondió que si con sus ojos; y así, con los dedos firmes Lucy atravesó la inocencia de Wendy con un solo movimiento. Esta se contrajo de dolor y se aferró a la espalda desnuda de mi colega, quien con voz dulce y palabras tiernas la consoló. Luego pidió su permiso para mover los dedos y habiendo recibido la confirmación, así lo hizo.

Muy lentamente comenzó el mete y saca. Tan excitante que a los pocos minutos de haber perdido su virginidad, Wendy ya gemía de placer nuevamente.

-¿Te duele?- le preguntaba Lucy, mirándola a los ojos y con voz un tanto gutural, mientras la penetraba con dos dedos. La chica no podía articular palabra alguna, por lo que solo asentía con la cabeza.

Cuando vi eso creí que sería el final de la escena. Pero lejos de serlo, mi compañera de trabajo aumentó el ritmo; como si las palabras de Wendy hubieran significado “¡más duro!”. Eso solo me demostraba que con las mujeres es todo al revés.

La chica le clavaba las uñas en la espalda a la morena y movía febrilmente las caderas para marcarle a Lucy la velocidad con la que deseaba ser penetrada. Sin duda alguna, esa estaba siendo la mejor noche de  mi clienta, y yo me sentía más que satisfecho con eso.

En alguna ocasión había escuchado, de la propia voz de otra cliente, que la fantasía de toda chiquilla lesbiana era estar con una mujer mayor; no una anciana, sino una mujer en toda la extensión de la palabra, con experiencia, hermosa, inteligente, exitosa… y yo le había concedido eso a Wendy.  Ahora tenía a esa mujer para enseñarle a ser más mujer.

-¡¿Qué es esto?!- siseaba la excitada rubia.

-¿Qué es que, princesita?-

-Aquí, siento algo aquí- y se tocaba el vientre.

-¿Sientes rico?-

-Sí, mucho- y se removía en la cama mientras la maestra no dejaba de enseñarle la lección.

-¿Sientes como si tuvieras ganas?-

-Sí-

-Eso quiere decir que te vas a venir mojadito, preciosa. Déjate llevar…- y la besó apasionadamente aumentando la velocidad de sus penetraciones y la profundidad de estas. Conociendo bien la técnica para que una mujer eyaculara con un fenomenal orgasmo, dobló sus dedos dentro de ella para poder tocar su punto G.

De pronto, todos mis vellos se erizaron al escuchar el magnífico grito de placer que emanó de la garganta de Wendy al alcanzar el orgasmo… el primero que tenia que no era causado por ella misma.

Wendy se llegó a asustar cuando todas las neuronas de su cerebro se vieron sacudidas por las intensas descargas que surgían de su sexo. Llorando, pero en esta ocasión de alegría, disfrutó una y otra vez de las delicias de un prolongado orgasmo mientras la propia Lucy se empezaba a contagiar de su excitación. Digo que mi colega se había dejado influir por el tremendo placer de su clienta porque olvidándose que era una profesional, se empezó a tocar buscando su propio gozo.

“No me extraña” pensé porque yo también estaba alterado al haber contemplado el estreno de esa cría.

Os juro que aunque he desvirgado a media docena de mujeres, esa forma tan tierna y “femenina”  me dejó impactado. Yo siempre había usado mi pene para romper esa barrera tan sobre valorada y que en mi modo de pensar, tan jodida porque ha sido y será usada por los retrógrados para catalogar a una mujer sin considerar su verdadero valor. El que Lucy se deshiciera de ella con una suave presión de sus yemas, además de novedoso, era  menos violento.

Volviendo a la pareja: la acción incrementaba su intensidad con el paso de los minutos. Lucy ya inmersa y dominada por la lujuria, no pudo resistir más y tomando la delicada mano de su clienta, de largos y finos dedos, la llevó hacia su sexo para darle explicitas instrucciones de que ahora ella tenía que devolver el “favor”.

Los ojos de Wendy expresaban miedo, un temor a no hacerlo bien. Pero los de la experta eran tiernos y firmes, seguros de sí misma y de su ahora compañera; Eso le dio suficiente confianza a la pequeña para comenzar a mover sus dedos contra el hinchado y húmedo clítoris de la ardiente morena.

Eso era algo verdaderamente nuevo para mi. Nunca había visto como dos mujeres se podían comunicar con solo miradas. Ahí sobraban las palabras y las explicaciones.

¡Era fascinante!.

Lucy se tumbó en la cama al lado de la novata, y ésta tomó el lugar de activa poniéndose arriba de ella. Con su antebrazo izquierdo apolado en la cama cargaba todo su peso mientras entrelazaba sus piernas haciendo contrastar el color de sus tersas pieles. Alternando besos y caricias, fue perdiendo la timidez y se adentró más en la intimidad de su maestra. Pero ella no quería ternura, ella estaba ardiendo en pasión y estaba desesperada por que la follaran; por lo que tomando una vez más la mano de la joven, se penetró ella misma con los dedos de su compañera, quien entendió la lección a la perfección y la empezó a penetrar más ávidamente.

Ahora era mi amiga quien movía las caderas en esa danza ancestral; y la chica, para no quedarse atrás, acompañó los movimientos de su mano con fuertes pero delicadas embestidas. Esa escena me hizo recordar aquella canción de Mecano “mujer contra mujer”.

La dulzura de esos movimientos acompasados las fue transformando a base de frotarse en un dúo epiléptico donde cada una de sus miembros exigía a su contraria más y más placer. Los suaves gemidos de Wendy se vieron acallados por los berridos de Lucy que pellizcándose los pezones, era la que llevaba la voz cantante y con su sexo como ariete, se follaba a la novata. Nunca la había visto tan trastornada y por eso comprendí que estaba a punto de tener un orgasmo no fingido

Dicho y hecho, aullando como una energúmena, mi colega se corrió brutalmente sobre las sábanas mientras la pobre cría asistía asustada a tal demostración. La intensidad de sus gritos correspondía a la profundidad del placer que en ese momento estaba asolando su entrepierna… pero quería más.  Por lo que alejó un poco a la rubia para poder abrir completamente las piernas y esperó a que la chiquilla procediera con  lo que ella deseaba y sobreentendía… pero la inexperta cría no tenía ni la menor idea de que hacer.

-¿Qué hago?-  me preguntó asustada la chavala.

Me quedé alucinado que su inexperiencia fuera tal que no supiera lo que hacer pero asumiendo el papel de profesor,  me acerqué y le dije con tranquilidad:

-Haz lo que yo de diga-

Con la calma que da la certeza de saber lo que la morena necesitaba, delicadamente acomodé a mi clienta entre sus piernas, y señalando el sexo de mi colega dije:

-Ese pequeño bulto que vez ahí es el clítoris, es lo que te da placer. Bésalo-

Mi pupila sin discutir acercó su cara hasta la entrepierna de la mujer y  abriendo su boca, le dio el  primer beso al sexo de una fémina, probando así el sabor a mujer.

-No sabe mal- dijo bastante roja y avergonzada mientras acomodaba un mechón de su rubio cabello tras su oreja para poder continuar con la faena sin que éste le estorbara.

-Continua- le dije –intenta con la lengua-

Mi nueva alumna me obedeció sin reparos, obteniendo su excelente calificación con los gemidos que empezaron a salir de la garganta de la homenajeada.

Mientras Wendy obedecía mis instrucciones, me dediqué a pellizcar los pezones de una indefensa Lucy que completamente dominada por el deseo vio en mis maniobras un estímulo extra del que se iba a aprovechar.

-Sin dejar de lamerlo, métele un dedito- exigí justo en el momento que la mano de mi colega me bajaba la bragueta del pantalón.

La maniobra de Lucy no pasó inadvertida a la pasmada cría que, sin quitar un ojo de cómo liberaba mi pene y lo empezaba a besar, siguió mientras tanto  metiendo y sacando su dedo del interior de la morena. Consciente de su interés, la obligué a incrementar sus maniobras añadiendo otra falange a la que ya torturaba el encharcado sexo. Para entonces, mi colega ya se había introducido mi verga hasta el fondo de su garganta y por eso decidí parar.

Me encantó ver el reproche en su cara y más oír que me pedía que volviera a metérselo.

-Te equivocas, preciosa. Estamos aquí para complacer a Wendy- le solté muerto de risa.

No la dejé correrse, y les indiqué que cambiaran de lugar. La dueña de esa noche era Wendy, por lo tanto debía ser ella quién recibiera las máximas atenciones. La rubia se acostó sobre los almohadones con esos ojos de temor aun presentes. Lucy, retomando su profesionalismo, se colocó frente a las cerradas rodillas de la cría y las abrió lentamente mientras le daba muchos besos cortos en la parte interna de los muslos.

Desde mi lugar pude ver como los labios de la pequeña brillaban de tan húmedos que me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con la piel erizada, el sudor había hecho su aparición entre sus pechos y con la cara trastocada por la emoción, esperó las caricias de la lengua de mi amiga. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y tiritando sobre las sábanas se volvió a correr con mayor intensidad que antes. Todo su cuerpo convulsionó sobre el colchón mientras su maestra no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua….

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Satisfecho aunque no había participado en esa bacanal de dos, esa noche, fui testigo no solo de su estreno sino que gracias a mí, Wendy conoció y afianzó su sexualidad hasta unos límites insospechados. Límites que me quedaron claros cuando una hora después, habiendo dejado agotada a su maestra, la cual dormía acurrucada en un rincón de la cama, se acercó a mí en silencio y llevándome al baño, me preguntó si podía quedarse con Lucy toda la noche.

-¡Por supuesto!- contesté y aun sabiendo su respuesta, tuve que preguntarle si no le apetecía algo más. Os juro que mi intención era saber si requeriría de mis servicios, servicios que estaría más que encantado de darle porque después de una noche de continuo calentón, necesitaba descargar mi excitación de alguna manera.

Pero la dulce Wendy, esa inocente cría que jamás había hecho el amor y por la que sus padres estaban tan preocupados, me contestó con cara de putón desorejado:

-Si insistes, me gustaría que, el próximo día, ¡Me presentes a dos en vez de a una!-

Solté una carcajada y recogiendo mis cosas, le contesté mientras me iba:

-Nena, ¡Mis honorarios eran por hoy! Si quieres más acción, deberás `pagarla pero te aconsejo que busques en bares de ambiente. Con ese cuerpo, ¡No tendrás problema para encontrar compañía!.


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