Prostituida por mi ama
Siempre quise saber de verdad lo que era sentirse como toda una puta. Pero las cosas en las fantasías son más bonitas que en la realidad. ¿O no?
Siempre fui aficionado a las putas. El típico putero desaprensivo. Los últimos años me había dado por la dominación. Había probado con amas y esclavas de todo tipo. Finalmente me aficioné al sado online.
Después de varios meses siendo dominado online por la que sin duda era la mejor ama que había conocido, me dio una de las órdenes más difíciles de cumplir. Me había obligado a hacer todo tipo de actos humillantes y siempre la había obedecido. Obtuviese o no placer con la acción en si, el mero hecho de hacer feliz a mi ama, era más que suficiente. Pintarme los labios por debajo de la mascarilla para ir al trabajo, guardar mi propio semen en un preservativo para echarlo por encima de una hamburguesa en un restaurante, etc. Cuanto más humillante era la tarea, ma feliz me hacía enviar a mi ama las pruebas de su ejecución. Y llegó el día en que me pidió algo que creí no poder cumplir.
—Quiero que te vistas de putita. Te hagas unas fotos y pongas un anuncio. El texto será este: “Te la chupo hasta el final por 20€. Para hacer feliz a mi ama. No me pagues a mi. Paga a mi ama y correte en mi boca.”
Al recibir aquella orden me dio un vuelco el corazón. ¿Como iba a quedar con desconocidos para chuparles la polla por dinero? Era traspasar todos los límites. Nunca habría imaginado algo así. Pero sólo de pensar en la cara de mi ama recibiendo el pago se me ponía duro mi pequeño pene.
Tardé unas horas en obedecer. Llegué a plantearme decir que no a mi ama. Pero habría marcado un antes y un después. Nunca había desobedecido.
Los dedos me temblaban mientras me daba de alta en la página de anuncios. Esperaba que nadie llamase. Así habría obedecido y no me vería obligado a hacer algo que realmente me excitaba, pero que al mismo tiempo me aterrorizaba.
En el final del anuncio añadí; no tengo lugar. Si tu si tienes, te lo hago a domicilio y hoteles. Zona Gran Vía.
En las primeras 24 horas no llamó nadie. Me tranquilizó. Pensé que más tarde ya sería difícil. El anuncio bajaría posiciones en la web a medida que pasase el tiempo y caería en el olvido. Pero no conté con algo importante. Mi ama tenía miles de seguidores dispuestos a obedecerla. Y si obedecer no era sólo gastarse el dinero sino recibir una felación a domicilio, los voluntarios podían ser ejércitos enteros.
A las 25 horas de publicarlo, mi ama lo mencionó en su cuenta de Twitter. El efecto no tardó ni cinco minutos. Vi su tweet y empecé a temblar hasta que sonó mi teléfono.
—¿Dígame?
—Hola bonita. Acabo de ver tu anuncio y resulta que me encanta hacer feliz a tu ama. Y…que casualidad! Tengo aquí mismo 20€.
¿Tienes para apuntar la dirección?
No podía ni hablar. No sabía si tratar de poner voz de mujer quedaría más ridículo aun que contestar así. Hice lo que pude y dije:
—Si. Dime. Que apunto.
Me dictó su dirección. Estaba a menos de cuatro manzanas de mi casa. Terminó diciendo: te espero ahora mismo. No tardes.
—Perdona, soy nueva en esto y nunca he salido vestida a la calle. Podrían reconocerme.
—Y ¿a mi que me importa? ¿No pensarás que te voy a dejar venir vestida de tío? Vamos. Cámbiate donde quieras pero date prisa.
Mis piernas empezaron a temblar cuando oí colgar el teléfono.
Tenía casi ganas de llorar. Pero al mismo tiempo me excitaba muchísimo obedecer. Tenía que vestirme, pintarme, ponerme mi peluca y marchar a casa de un desconocido que me follaría la boca sin pagarme por ello.
Tardé menos de lo que esperaba. Entre la prisa que me di y lo cerca que estaba de mi casa, en menos de media hora me había convertido en una putita que enviaba un WhatsApp a mi primer cliente diciéndole que estaba debajo de su casa.
—Hola putita. Ponte junto a la farola que hay delante de la frutería. Allí te daré permiso para subir.
Obedecí. Me coloqué en aquel lugar y esperé. De pronto me llegó un mensaje de mi ama. Contenía una foto. Era yo, vestidita al lado de aquella farola. Junto con las palabras: buena puta. Disfruta. El me ha mandado ya el dinero.
Un segundo después me llegó otro mensaje del cliente. “Sube putita. Estoy en el 2 b”.
Miré hacia arriba buscando su cara asomada a la ventana pero fue tarde. Pude ver como la cortina se cerraba. Había sido él el autor de la foto. Cuando llegue al portar, segundos después, recibí otro mensaje. “La puerta está abierta. Entra. Al final del pasillo estoy en el salón. Sentado en una butaca. Ya la tengo dura para ti.”
De nuevo comencé a temblar. Deseaba no encontrarme a nadie por la escalera. Mi pinta llamaba la atención. Se veía claramente que tenía poca experiencia como travesti. No era fea como chica pero cualquiera adivinaría que era una chica “con truco”.
Subí en ascensor. Por suerte sola. Al llegar al segundo la luz se encendió sola. Busqué en los cartelitos cuál era el b sin darme cuenta de que habría sido más sencillo buscar que puerta estaba entornada. Entré con sigilo. No se bien por qué. Recorrí todo el pasillo tratando de que mis tacones hicieran el menor ruido posible. Había poca luz. Al llegar a la habitación del fondo la puerta estaba también entreabierta. Desde fuera se veía que dentro si había algo más de luz. Abrí pero no pude ver casi nada. Una luz colocada estratégicamente iluminaba la butaca donde él me esperaba sentado. Desnudo. Trempado. La luz me deslumbró de forma que no pude apreciar nada más. Él me veía a mi pero yo sólo veía su cuerpo. Esperándome.
—Ven aquí bonita. Te esperaba más feíta. No tengas miedo. Te va a gustar. Ya me ha dicho tu ama que soy el primero. Qué orgullo. Ven. Tranquila. Que yo te cuidaré.
Caminé hacia el cómo pude. Estaba más nerviosa que nunca. En mitad del salón paré para quitarme los tacones y evitar caerme.
—No, no, no, bonita. Yo pago todo y quiero todo. Si no puedes andar así, tendrás que venir de rodillas.
Obedecí sin más. Continué a cuatro patas hacia él. Ya faltaba poco. Al llegar, su mano acarició mi cabeza como quien acaricia a un perrito.
—Muy bien bonita. Toma. Tu premio.
Suave pero firmemente empujó mi cabeza hacia su miembro que ya estaba bien duro. Comencé a lamer la punta mientras con mis manos acariciaba el tronco. El presionó un poco más para meterla en mi boca. Mis manos hacían tope para que no me la metiera toda. Temí vomitar si lo hacía. Entonces, con firmeza soltó mis dedos de su miembro y echó mis manos hacia mi espalda diciendo: “ tranquila, que te va a caber toda”.
A continuación apretó fuertemente mi nuca contra su cuerpo. Sentí mi nariz pegada a su vientre. Su capullo había traspasado mi garganta. Intenté echarme hacia atrás pero no me lo permitió.
—Aguanta un poco putita. Que luego vas a estar muy orgullosa de tu primera garganta profunda.
Entre la presión y los nervios sentí que no podía evitar vomitar. Cuando estaba a punto de echarlo todo me soltó. Eché mi cabeza hacia atrás y sentí un gran alivio. De mi boca salía una gran cantidad de baba espesa y pegajosa. No era como un escupitajo. Era mucho más densa.
—¿Ves bonita? Así has lubricado bien todo en menos de diez segundos. Ahora verás como te entra mucho más suave. Eso sí, sin hacer trampas. Las manitas quietas. Esto se hace con la boquita.
Volvió a empujarme hacia abajo pero esta vez de forma más suave. Efectivamente me costaba menos metérmela entera. Me empujaba hacia abajo una vez tras otra aprovechando lo lubricado que había quedado todo. Oía sus gemidos. Y me excitaban. Cuando quise darme cuenta mis manos estaban acariciando mi propio pene. Estaba duro aunque de tamaño ni se acercaba al de aquel macho alfa.
—Mira que Mona —exclamó— si se ha excitado. No me extraña. Es lo que esperaba. Vamos bonita. Sigue chupando que ya llega lo mejor.
Instintivamente trate de apartarme pero fue en vano. Su mano sujetaba con fuerza mi cabeza arriba y abajo. Cada vez menos arriba. Cada vez más abajo. Cada embestida notaba su glande más dentro de mi garganta. Ya no me daban arcadas. Me había acostumbrado. Sin embargo me daba terror tragar su semen. No quería hacerlo. Me daba miedo coger alguna enfermedad. De nuevo me temblaron las piernas. Volví a intentar echarme hacia atrás y volvió a sujetar mi cabeza con fuerza. Dejo de subir y bajar y pasó a solo bajar. Mientras apretaba mi nuca con fuerza, mi nariz estaba completamente pegada a su vientre. Solo una imagen podía compensar aquello. La de mi ama rodeada del humo de un cigarrillo recibiendo el tributo de aquel hombre.
—Yaaa! siii! Me corrooo! —gritó mientras movía sus caderas con fuerza sin dejar que su pene saliera de mi garganta. Sentí como el semen entraba en mi sin tener ni la más mínima oportunidad de guardarlo en mi boca. La punta de su miembro estaba demasiado dentro para poder escupir nada. Toda su corrida pasó en directo a mi estómago sin que siquiera notase su sabor. Sentía los borbotones a través del su pene y de mi esófago. Quise vomitarlo. Pero era del todo imposible. Así que me limité a llorar. Lloraba de miedo. De emoción. De excitación. Todo al mismo tiempo.
Finalmente me soltó y se relajó.
—Waw. Que buena puta. Como te ha gustado. ¿Verdad? Ya te llamaré más. Que tienes muy buen precio.
Me levanté, me quité los tacones y le pregunté por el baño.
—La primera puerta a la derecha —me dijo.
Entre sollozos fui a aquel cuarto de baño con la esperanza de escupir todo lo que fuera posible. Pero fue en vano. En mi boca no había a penas algo de su lefa. El grueso estaría ya en mi estómago. Me limpié un poco los ojos, me arregle un poco y salí. Me acerqué a la puerta de la sala y sin llegar a entrar me despedí.
—Hasta otra.
—Adiós preciosa. Ha sido un placer conocerte —contesto sin levantar la mirada de su movil.
No había llegado a la calle cuando recibí un mensaje de mi ama: “me han dicho que has llorado. No te preocupes. Conozco bien a mis esclavos y se que este está en perfecto estado de salud”.
Aquellas palabras me tranquilizaron bastante. Volví a casa pensando si no estaría llevando demasiado lejos mi papel de esclavo. Pero una vez más, imaginar a mi ama feliz, compensaba todo el sufrimiento. Casi llegando a casa volvió a sonar el móvil. No quise contestar. Había tenido más que suficiente para mi primer día de puta.
Los días siguientes fueron parecidos. Cuando mi ama lo consideraba oportuno, me avisaba: Viy a encenderme un cigarro y a twittear mira mi Twitter y prepárate.
Entonces mencionaba algo de mi anuncio en su cuenta y en menos de cinco minutos mi teléfono ardía. Conocí hombres de todo tipo. Solteros, casados, padres de familia, mariquitas, ositos. Es asombroso la cantidad de hombres que se prestan a una recibir felación por otro hombre si tiene buen precio. En seguida se les pasa toda su condición heterosexual. Algunos de ellos con goma. Otros a pelo. Aprendí a obedecer. A contener la respiración. A tragar lo mínimo cuando me lo permitían. Me convertí en una experta chupapollas. Hasta que un día mi ama me escribió una tarea nueva.
—Querida esclava. Aquí te mando un nuevo reto que te va a encantar. En el fichero vinculado tienes un billete de avión. Te lo has ganado. Jajajaja nunca mejor dicho. Esta pagado con tus mamadas. Es de ida y vuelta en el día. Tu mujer no notará nada. Tu tarea es la siguiente. Coge el avión del jueves por la mañana. A tu llegada a Gran Canaria cogerás un taxi a la dirección que te envío debajo. Cuando llegues encontrarás una puerta de garaje negra. Empújala. Estará cerrada sin llave. Una vez dentro verás algo de ropita. Póntela toda. Vas a conocer en persona a tu ama.
Recibí la noticia con ilusión. En un momento entendí que había tenido sentido todo aquel sufrimiento. Por fin iba a conocer a mi ama. Verla. Oírla. Sentirla. Recibir sus bocanadas de humo en mi cara. Estaba realmente feliz. Las horas que faltaban hasta mi vuelo las pasé todas pensando en ella. En como me trataría en persona. Como olería. No veía el momento de partir. Hasta que llegó. Siempre me había dado miedo volar y aunque lo había hecho varias veces, cada una de ellas había sido peor que las anteriores. Esta vez cambió por completo. El hecho de ir a ver a mi ama me hizo caso disfrutar del vuelo. Me tomé el miedo como parte de su placer. “Si ella supiera lo que estoy sufriendo, sería más feliz todavía” pensaba mientras miraba por la ventanilla.
Al llegar hice lo que me había ordenado. Cogí un taxi en el aeropuerto hacia la dirección que me dio. La calle Murga estaba vacía. Era temprano. Quizá para conseguir un billete barato o quizá para poder aprovechar bien el día. Llegué caminando dos manzanas al numero que me habían indicado. Efectivamente una puerta de garaje estaba cerrada. La empujé suavemente y se abrió. Allí había poca luz. Tres escalones hacia abajo llevaban hasta lo que parecía un garaje sin rampa. Ya especie de almacén. En el centro una mesa y una silla. Sobre la mesa algo de ropa, un dispositivo de castidad, un altavoz bluetooth, una peluca negra, un cenicero con una colilla y una nota.
Hola putita. Ya estás aquí. Felicidades. Hoy vas a hacer feliz de verdad a tu ama. Y tu ama te va a dar lo que tu más quieres. Ponte toda esta ropa. Empieza por ponerte el CB. Luego las medias, copiño, y todo lo demás. A continuación maquillate un poco. Ojos y labios por lo menos. Cuando termines te sientas en la silla y te pones el pañuelo negro sobre tus ojos. Entonces empezamos.
Obedecí. Como no podía ser de otra forma. Comencé poniéndome el dispositivo de castidad. Siempre me costó ponérmelos. Me excitaba y entonces a mi pene le costaba entrar. Era extremadamente difícil evitar excitarme en una situación así. Sentado en la silla trataba de calmarme para conseguirlo. Me costó un rato pero al final pude cerrarlo. Deje la llave sobre la mesa. Junto al cenicero. Entonces observé que la colilla tenía restos de carmín. Rojo intenso. A continuación me puse unas medias rojas de rejilla. Un liguero. Unas braguitas. Mi excitación iba en aumento pero mi apresado miembro no conseguía crecer. La sangre se agolpaba en vano dentro del CB. Luego me puse una especie de corsé. También rojo. Me costó abrocharlo pero una vez puesto me encantó como me quedaba. Después, un collar como de perro. De cuero rojo. Brillante. Parecía sin estrenar. Al cogerlo vi que tenía una plaquita colgando. En ella ponía “La perrita de Amanda”. Me lo puse bien apretado. Me permitía respirar pero al mismo tiempo me recordaba que estaba allí para obedecer. Por último, antes de ponerme la venda en los ojos, me coloqué la peluca. Me habría gustado tener un espejo. Para poder ponérmela bien pero sobre todo para ver la pinta de putita que tenía. Estaba muy excitada. Sentada con los ojos vendados vestida de mujer en un garaje de una “desconocida”. Pensé que había que estar muy mal para hacer aquello. Pero algo me impulsaba a seguir. Obedecer a mi ama me daba la vida.
De pronto oí su voz. A lo lejos. Detrás de mi.
—Buenos días esclava. Has sido muy buena. Tienes contenta a tu ama así que hoy vas a tener un premio.
Por el sonido de su voz y de sus tacones adiviné que se acercaba y se ponía frente a mi. Cuando por fin estuvo delante, pude escuchar el sonido de un encendedor. Tipo Zippo. Se encendió un cigarro. El olor del humo me excito. Pude oír su primera calada. Intensa. Dicen que cuando nos privan de un sentido se agudizan los demás. Sin ver a mi ama podía oír perfectamente su respiración. Como echaba una bocanada de humo hacia mi cara. El olfato también se intensificó. Su perfume mezclado con el humo me resultaba irresistible. Estaba deseando sentir más.
—¿Te gusta perrita?
—Si. Claro.
Lo siguiente que sentí fue una bofetada sonora. No se si el tacto también se agudizó o si fue por la sorpresa pero me ardió la cara. Y al mismo tiempo me excito más todavía. Aquello iba en serio.
—Cuando te dirijas a mi, te referirás como ama o diosa. ¿Entendido?
—Si. Mi ama —contesté evitando otra bofetada.
—Muy bien, bonita. Aprendes deprisa. Tengo unas cositas más para ti —dijo mientras se oía como sacaba cosas de una bolsa— lo primero unas tetitas. Te hacen mucha falta.
Sus manos colocaron suavemente unos pechos de silicona en mi corsé. Instintivamente fui a tocarlos. Quería palpar mi cuerpo de mujer. Ella me evitó otra bofetada con un chsss. ¿Alguien te ha dado permiso?
Después volví a escuchar el sonido de la bolsa. Estaba sacando algo más.
—Ahora que ya tienes tus pechos, lo que te falta es una buena polla.
No supe bien que quería decir con aquello. Después de sus palabras echo otra bocanada de humo directa a mi cara. Tosí.
No poder ver nada de lo que hacía le daba una intensidad al momento difícil de expresar. Oía que estaba haciendo algo. Pero no sabia el qué.
—Ahora, un poquito de música.
Por el altavoz comenzó a soñar algo. Al principio me costó reconocerlo pero luego me pareció una especie de canto gregoriano. Con la acústica del garaje sonaba tenebroso.
—Abre la boca —me susurró al oído.
Sentí su cigarrillo en mis labios. Aunque el humo no me molestaba, nunca había fumado. Permanecí inmóvil.
—¿Que pasa? ¿No te gusta?
—No es eso, mi ama. Es que no fumo.
—Ahora si fumas. Da una calada.
Obedecí. Sentí como el humo llenaba mis pulmones. De nuevo tosí. Pude oír su risa cruel. A continuación me quitó el cigarrillo de los labios y los acarició suavemente con sus dedos. La sensación era entre cosquillas y excitación. Mi pene en su jaulita se encargó de hacérselo saber. Trataba de ponerse duro. En vano. Después de unos segundos sintiendo sus dedos, adiviné algo nuevo. Lo que rozaban mis labios era algo más grande y más duro. De entrada no supe que era pero poco después recordé sus palabras: “lo que te falta es un buena polla”.
—Abre bien esa boquita —volvió a susurrar.
Sentí como entraba en mi boca un dildo grande y duro. Pude adivinar que tenía formas realistas. Mi lengua palpaba las venas esculpidas en aquel enorme falo. Me lo metió entero. Hasta la garganta. Entonces entendí que todo el aprendizaje con aquellos hombres había tenido sentido. Pude aguantar las arcadas gracias a mi experiencia. Eso si, comencé a salibar como una perra. Sentí sus manos sujetando mi cabeza. Me empujaba una y otra vez hacia su cuerpo como antes lo habían echo aquellos hombres. Quise llorar. Pero a la vez estaba disfrutando de hacer feliz a mi dueña. Continuó así un buen rato. Luego paró. Se alejó un poco de mi y me dijo: ahora es mi turno. Sentí su mano acariciando mi rostro. Sus dedos avanzaban desde mi frente hacia mi cuello. Luego continuaron bajando hacia mi pecho. Poco a poco se acercaban a mi pene que luchaba por salir de quells jaula. La sangre trataba de hacerle alcanzar un tamaño que nunca podría conseguir gracias a aquel maravilloso dispositivo. Cuando su mano llegó a mi pene la sensación fue extraña. Sentí sus uñas golpeando el frío metal pero mi piel cubierta no era capaz de disfrutar de sus caricias. Con una de sus manos puso una de las mias sobre su cabeza. Para que sintiese como lentamente se agachaba,se arrodillaba frente a mi y acercaba su boca a mis genitales. Mi escroto a reventar dejaba al aire mis testículos. Ellos si podían todavía sentir. Su lengua se encargó de demostrarlo. Creí morir de placer. Luego pude sentir como cubría todo el dispositivo de castidad con su boca. La sensación de prisión era deliciosa. Notaba su cabeza subiendo y bajando sobre mi pene y al mismo tiempo no sentía nada en él. Como si estuviera anestesiado. Me pareció oír su risa pero la música estaba bastante alta. Al cabo de un rato se detuvo. Se incorporó. Acercó sus labios a mi oído y dijo: “una pena que no pueda crecer más”.
A continuación me agarró de una mano invitándome a levantarme. Entre la venda en los ojos y los tacones necesitaba su ayuda para cualquier cosa. Despacio me llevó hasta la mesa. Sentí el borde contra mi pene. Luego sun manos me ayudaron a reclinarme sobre ella. Extendió mis brazos para acercarlos a las patas del otro lado. Me colocó casi tumbada sobre la mesa, apoyada en el suelo solo con las puntas de mis zapatos de tacón. Comenzó a atarme en aquella postura. Me sentí más dominada que nunca. En poco tiempo estaba completamente inmovilizada. Mis manos atadas a las esquinas de la mesa y mis piernas bien abiertas sujetas también con cuerdas a la parte baja de las otras dos patas. Además, vestidita de puta y con los ojos vendados.
Así de vulnerable escuché su voz a mi oído: ahora vas a saber de verdad lo que es ser una buena puta.
Lo siguiente fue sentir de nuevo su dildo en mi boca. Me llegaba a la garganta pero ahora no podía hacer nada con mis manos para evitar que entrase más de lo que podía aguantar. Sentí como mi ama cogía el altavoz y subía la música. No llegaba a ser molesta pero casi. Me impedía oír cualquier otra cosa que no fuera la música y más importante aún, con aquel ruido, nadie me oiría si trataba de pedir auxilio. Su dildo entraba y salía con fuerza hasta mi garganta mientras sus manos sujetaban mi nuca. Estuve a punto de vomitar varias veces pero cuando más cerca estaba, ella se detenía, me dejaba respirar y volvía a comenzar. Después de un rato así, se detuvo. Sentí como se alejaba de mi a pesar de no poder oír sus pasos. Dio la vuelta al rededor de la mesa y comenzó a acariciar mis nalgas. Con una mano tocaba suavemente mis glúteos mientras con la otra se deleitaba con mis huevos y mi pollita encarcelada. Alternaba una mano arriba y otra abajo. Las dos abajo. Las dos arriba. Una mano suave y la otra firme. Un cachetazo de vez en cuando. En el culo. En las pelotas. Poco después deje de sentir nada. No se si fueron unos segundos o incluso minutos. Ninguna de sus manos me tocaba. De pronto sentí como una de ellas echaba hacia un lado el cordón del tanga y un frío chorro de algo líquido caía directamente sobre mi ano. Una enorme cantidad de lubricante fue cayendo primero sobre mi pequeño agujerito y posteriormente por mis testículos y mis nalgas. A continuación sentí como las dos manos extendían lentamente todo aquello por todo mi culo. Estaba todo empapado. El masaje lento pero firme me permitió relajarme aunque no había motivos para ello. Sus masajes se acercaban cada ve más a mi ano pero no le di mayor importancia. Cuando menos me lo esperaba sentí como uno de sus pulgares entraba en mi. De forma rápida. Sin dolor. La enorme cantidad de lubricante sirvió para evitar cualquier sensación desagradable. Me encantó. Me sentía toda una putita dominada por su ama. El olor a tabaco era cada vez más intenso y mis sensaciones también.
Continuó un rato con un masaje en mis glúteos acompañado de sucesivas penetraciones anales con sus pulgares. Cada rato me sentía uno de ellos entrar en mi. Al principio lo hacía suavemente y paulatinamente fue aumentando la agresividad con la que me penetraba. Un rato después era capaz de meterme los dos pulgares al mismo tiempo de forma brusca. Me producía dolor pero me encantaba ese dolor.
De pronto se detuvo. Nuevamente un tiempo ni corto ni largo en el que no sabía nada de ella. ¿Que estaría planeando? No podía ver nada y oír tampoco. La música seguía soñando muy alta. Lo siguiente que recuerdo fue la punta del dildo colocada justo en mi ano. Estaba más fría que sus manos. Y más dura. Suavemente comenzó a introducirla. Sentí un dolor inmenso. Grité. Entonces la sacó. Agarró el altavoz y bajó el volumen de la música.
—Si vas a gemir, quiero deleitarme —dijo casi riéndose.
Con la música más baja, comenzó de nuevo con la penetración. Lentamente volvió a meterme la punta del dildo. Me volvió a doler. Menos. Pero dolía. Traté de evitar gritar pero no pude. Se me escapó un pequeño gemido. En ese instante sentí una fuerte palmada en mi culo.
—¿Te gusta, sorta?
—Si mi ama.
—Cuando te duela, dilo. No para que pare, sino para que te azote. El dolor en tus nalgas hará que sientas menos fuerte el de tu coñito primerizo.
No supe que hacer. Aguantar el dolor me evitaría mas azotes. Pero igual era buena idea para soportar las embestidas del dildo. Quería aguantar. Sentirme su putita bien follada. Así que apreté bien los dientes y moví lo que pude mi culo hacia ella. Aquel movimiento le hizo pensar que todo iba bien. Sentí como sus manos abrían bien mis glúteos y con un nuevo empujón me metió algunos centímetros más.
Volví a gritar y no se si fue buena idea. De golpe comenzó a darme azotes fuertes en mi ya sonrojado culo. En cada azote metía un poco más el dildo en mi. No se lo que medía pero en mi ano lo sentía mucho más grande, largo, grueso y duro que en mi boca. Me dolía todo. Estuvo así quieta unos segundos y me preguntó:”¿estás bien?”.
—Si mi ama —contesté aguantándome las ganas de llorar— estoy bien mi ama.
Comenzó a bombear suavemente. Adelante, atrás. Una y otra vez. Suavemente. El dolor fue desapareciendo muy despacio y en su lugar fue llegando el placer. Con sus manos acariciaba mi culo dolorido y resultaba más excitante todavía. Entre sus masajes también incluyó a mis testículos. Mi pobre pene se agolpaba contra el borde de la mesa a cada embestida. Comenzó a salir presemen. Estaba a tope. A punto de estallar. Nunca había tenido un orgasmo anal y parecía que esta vez así sería. Eso me excitaba más aún. Sus movimientos eran cada vez menos delicados. Bruscos. Pero me gustaba cada vez más. Cuanto más fuerte me daba, más ganas tenia de que aquello no acabase nunca. Pero sabía que no sería así. Al paso que iba era cuestión de tiempo, y de poco tiempo, que terminase eyaculando con mi jaula puesta. Unos empujones más y así fue. Me corrí como una perrita en celo. Sentí mi semen saliendo a través de la jaula y cayó todo al suelo. Me sentí toda una mujer. Una puta. Gimiendo y corriendome siendo penetrada. Y seguía gozando. Seguía sintiendo el placer de ser dominada. Golpeada una y otra vez sin piedad en mi culo abierto. Cada vez más abierto.
En ese mismo instante escuché la voz de mi ama.
—¿Te ha gustado bonita?
Mientras me decía eso deataba la venda que cubría mis ojos. Su cara estaba delante de la mía. Ella, agachada delante de mi, me miró a los ojos y me besó. Pero… si ella estaba delante de mi… ¿Quién me estaba follando coo a una loca?
Giré lo que pude mi cuello y ella comenzó a reir. Detrás de mi, un chico joven, fuerte, alto delgado y con una piel de color negro, no marrón, me follaba como una bestia.
Mi ama no paraba de reir.
—¿No querías ser una putita? Pues toma putita. Eres toda una zorra.
Intenté zafarme de las cuerda pero me fue imposible.
— Tranquila guarra. Ya le falta menos para preñarte.
Aquellas palaras me hicieron romper a llorar. No quería contraer ninguna enfermedad.
— No te preocupes. De todos los que llegaron la semana pasada, Modou es el que más sano está. No corres más peligro que… que te guste. Trabajo en el centro médico y sé bien lo que te digo.
Seguí llorando por inercia. La verdad es que mis miedos se abían desvanecido y debo reconocer que aquella enorme polla me había hecho correrme como una zorra.
— ¿Te apetece ver su corrida? —preuntó mi ama.
No pude ni contestar. Continué llorando callada. Como merecía. Mientras Modou me follaba cada vez más fuerte.
Mi ama trató de consolarme acariciando mi cabeza como quien lo hace con un cachorro de labrador. Así hasta que los gemidos del africano anunciaron su orgasmo. Me empujó má fuerte aún. Ya no me dolía nada. Sólo el alma.
Poco a poco bajó la intesidad hasta que paró por completo. Sacó su pene y se acercó a mi ama. Le dió dos besos en las mejillas, se agachó a por su ropa que estaba colocada en la silla y se vistió.
Mientras, mi ama me fue desatando poco a poco. Sin decir ni una palabra. No hablaos ninguno de los tres.
En cuanto me desató corrí hacia un cuarto de baño que había en la esquina. Allí me miré en un espejo sucio. Me vi horrible. El maqueillaje corrido. Daba entre pena y asco. Miré hacia abajo y pude ver como todavía chorreaba semen de mi pene. Pero salía mucho más de mi ano. Me habían preñado de verdad. El espeso y blanco líquido recorri mi pierna derecha lleando casi hasta mi tobillo. Salía cada vez más. No supe que hacer. Denunciar aquello era algo raro. Y tampoco quería hacerlo. De alguna manera, era lo que me había buscado. Lo que tantas veces había deseado. Un negrazo haciendome correrme sin tocar mi pene.
Me limpié un poco, me vestí y me marché en sielncio. Mi ama solo me preguntó al salir: "¿Estás bien, bonita?".
— Sí, mi ama —contesté— gracias por todo. Me ha dado lo que buscaba.
De camino a casa entendí que igual que en la mejor película de terror, nos gusta surir saiendo que todo es ficción, mi ama había conseguido hacerme sentir violada en un entorno perfectamente controlado por ella. ¿De qué otra forma podría haber sentido una corrida de un negrazo dentro de mi sin correr el más mínimo riesgo sanitario? Tenía tanto que agadecerle.