Propósito de una madre (2)

No podéis imaginaros como me encontraba ante la prueba de embarazo a la que me estaba sometiendo.

Algunos días pasaron y la relación con mi hijo seguía como siempre. La única salvedad era esa que ya tengo comentada. El beso de buenas noches. Ya casi parecía un beso en plena boca.

Digo que algunos días habían pasado, porque vamos a centrarnos en el día de la fiesta patronal. Pasé casi todo el día al lado de mi hijo. Aparte de las ofrendas al patrón por la mañana, a mediodía tuvimos una comida de hermandad con todos los vecinos del pueblo. Al anochecer y antes de poner punto final al festejo con los fuegos artificiales, una orquesta nos amenizó la velada con su música. Yo había quedado con unas amigas para tomar un chocolate y aunque estaba muy a gusto en compañía de mi hijo, nos separamos. Antes de despedirnos, aproveché en señalarle las chicas que se encontraban dispuestas a bailar al son de la música y le dije:

-No os quejaréis los mozos del pueblo, menudo grupo de chicas os están esperando y bien guapas que son todas.

-No creo que tú tengas qué envidiar a ninguna de esas –fue su contestación.

¡Vaya! No había manera de oírle, aunque solo fuera: “no están mal las chicas”. ¿Sería verdad que no le gustaran las mujeres y sus preferencias fueran los hombres? No le volví a ver en todo el baile. Al acabar los fuegos artificiales me fui para casa. Cuando llegué, no noté la presencia de mi hijo. Seguramente, estaría metido en alguno de los bares del pueblo con alguno de sus amigos.

Era hora de acostarse y me dirigí a mi habitación, aunque no dabas ganas de meterse en la cama. No sé que pasaba ese año, pero las noches veraniegas eran calurosas como nunca las habíamos tenido. Estábamos acostumbrados al calor del día, pero por la noche siempre refrescaba. Daba gusto dormir con la sabana por encima y a veces, no venía mal una mantita fina.

Qué se le iba a hacer. Había que aguantarse y soportar ese calor. En esas estaba, tumbada en la cama y casi completamente desnuda, cuando oí abrir la puerta de entrada a la casa. Aunque no el clásico portazo que siempre daba mi hijo, cuando la cerraba. Esperaba que pasara por mi habitación para ver si me encontraba despierta y darme las buenas noches, pero no. Igual había bebido algo más de la cuenta y no quería que se lo notase. Tampoco era de mucho beber, aunque ya se sabe, en festejos, algo más de alcohol entra en el cuerpo.

Pues bien, pasaba el tiempo y continuaba sin poder dormir. Dichosa calor. Aunque más bien, no era el verdadero motivo de no entrarme el sueño. No había manera de que mi hijo no acaparara mi pensamiento. Y es que esa poca estima hacia las mujeres me preocupaba. Además, por una causa u otra, no llegaba a saber o poner en claro cual en verdad era su tendencia.

Adiós a mis reflexiones. Mi atención se centró en como se movía la manilla de la puerta de mi habitación. Era mi hijo, quien con sigilo estaba entrando. ¿Venía a ver si estaba despierta y si era así, darme las buenas noches o quería repetir lo hecho en esa anterior noche? No me digáis por qué, pero al igual que aquella vez, me hice la dormida. ¿En verdad quería experimentar de nuevo el goce que me produjo?

Bueno…, pues ahí lo tenía; echado en la cama junto a mí. Pero esta vez no fue su mano la que se puso en movimiento, fue su boca la que se acercó a la mía. Despedía un olor a alcohol que echaba para atrás. Me daban ganas de hacerle ver que me despertaba en ese momento, pero no. Pudo más el querer saber, aunque fuera con los ojos cerrados, que se proponía. Me besó. Sí me besó en plena boca, para después seguir dándome suaves besos por todo el rostro. Bebido sí que estaba, prueba de ello, ese intenso olor a alcohol, pero por lo visto no le impedía ser pausado en esos besos. Me gustaba y me agradaba ese roce de sus labios sobre mi cara. Más sensaciones placenteras se produjeron en mi cuerpo cuando fue desplazando su boca por mi cuello. No se quedó ahí. El pequeño camisón que llevaba puesto como única prenda, era de botones y uno a uno fue desabrochando hasta dejar mi cuerpo totalmente al descubierto. Me estaba entrando un sofoco que era difícil que mi hijo no percibiera mi alterada respiración, pero él seguía y yo no ponía ningún impedimento. Bueno, más que impedimento, le podía hacer ver que no estaba dormida y así terminar con este besuqueo ardoroso, pero no. Era más fuerte ese deseo de vivir esas sensaciones que anularlas de un plumazo. ¿Y dónde quedaba el hecho de que yo fuera su madre?, me preguntaréis. Solo existía una justificación y a esa me agarraba. Mi cuerpo servía para saber que la tendencia de mi hijo hacia las mujeres era evidente y descartar por completo su inclinación hacia los hombres.

Pero dejando fuera todos los prejuicios, nunca, respetando la memoria de su padre, y digo bien, nunca había sentido ese hormigueo y ese placer que me estaba proporcionando mi hijo besando cada poro de mi cuerpo. Hasta ahí bien, pero llegó a esa parte tan íntima, solo reservada, por la mayoría de las mujeres, para ofrecérsela, con cariño, a ese ser amado y querido.

¿Qué hacer? Cierto malestar interno y desasosiego me entró, pero ¿no era mi hijo el ser más amado y querido de este mundo? Sí, sí, sí que lo era. ¿Valía esto para justificar el dejarme acariciar esa zona tan entrañable? Valía, claro que valía con tal de acabar con esas dudas de ser mi hijo homosexual. ¿Adelante entonces…? ¡Adelante! Puse punto final a todos los reparos y miramientos.

La mata de pelo que cubría mi vulva, recibió su boca y en un acto reflejo, mis muslos se separaron en forma de ángulo facilitando el desplazamiento de la lengua de mi hijo por toda mi vagina. En verdad no me podía contener. Hacía verdaderos esfuerzos para seguir en ese estado soporífero. Deseaba con ansiedad poner mis manos sobre su cabeza y apretarla para hundirla entre mis entrepiernas. Me contuve. No sabía que pasaría si de buenas a primeras, abriera los ojos e hiciera creer a mi hijo que me despertaba en ese momento. Así que a seguir dormida.

El separar su boca de esa parte tan preciada y perseguida por los hombres, y sentir que se incorporaba, creí que mi hijo daba por terminado toda su incursión bucal sobre mi cuerpo. Por lo visto, su suave, tierno y grato agasajo de esa noche había finalizado. Pero no… Sentí como sus manos, con delicadeza, separaron un poco más mis muslos y poco tardé en notar algo en el orificio de mi ya acalorada vagina. No podía ser otra cosa que el pene de mi hijo ¡Hay madre mía, mi hijo me quería follar…! ¿Pero quien frenaba ese ímpetu? Desde luego, no me opuse y ni siquiera me dio tiempo a rechazarlo. Enseguida encontró, entre mis labios vaginales, la entrada a ese órgano tan deseado por los hombres y que llevaba doce años en completo abandono. Por lo visto, había llegado la hora de dar por finalizada su clausura. Eso sí, con suma suavidad, introdujo su largo miembro, ya que parecía no acabarse nunca, hasta llegar, prácticamente, al cuello uterino. Me sentí henchida de gozo al ser penetrada por ese ser tan querido. ¡¡¡Pero era mi hijo…!!! Claro que era mi hijo, sin embargo, solo quería ver en él a un hombre que deseaba con ardor poseerme. Lo que siguió fue de infarto. Tales movimientos de ese órgano viril a lo largo de mi conducto vaginal, me produjeron tal excitación que era incapaz de resistirme. Mis nalgas, poco a poco, fueron acompasando el vaivén de ese glorioso pene hasta que un orgasmo descomunal se produjo en mí. No sé cómo pude aguantar seguir en ese estado engañoso y no emitir tremendos gritos de placer. Y que decir de mi corazón, parecía que iba a salirse de mi pecho. Por si no era poco, no tardé en sentir como el interior de mi vagina quedaba bañado por el semen de mi adorable hijo. ¿Podía dejarme embarazada? Ni se me ocurrió en ese momento.

Sobra decir que yo estaba desfallecida, pero mi hijo no me iba a la zaga. Se quedó exhausto tendido en la cama, hasta que creyó oportuno levantarse y marcharse. Eso sí, antes de salir de mi habitación me dio un beso en los labios.

No sabía si la bebida que llevaba dentro le hizo venir a mí para desfogarse y llegar a follarme, pero lo cierto fue que me dejó plena de dicha, gozo y placer. Luego vinieron los remordimientos y el mea culpa . Yo…, y solo yo, había dejado a mi hijo llegar a ese extremo.

Ni a la mañana siguiente ni en sucesivos días, hubo entre nosotros ni una sola palabra de lo sucedido. Me sentía descorazonada y aturdida. No por eso, dejé de observar en mi hijo una actitud algo distinta a la habitual. También observaba en su mirar hacia mí, algo diferente. ¿Cuándo iba a ser capaz de revelarme y arrepentirse de haber sido capaz de follar a su madre? Desde luego, yo debía permanecer muda; en teoría estaba dormida.

También es verdad que no volvió por mi habitación. ¿Lo echaba de menos? Aquí había una lucha tremenda entre la madre y la mujer que había en mí. Este trance se acrecentó al entrarme otra enorme preocupación: “NO ME VENÍA LA REGLA”.

Bueno, ahora toca narrar a partir de la situación en que me encontraba al inicio de mi relato. Y sí, allí estaba dentro del cuarto de baño, sumida en una desazón y una incertidumbre tremenda. Mis ojos no dejaban de mirar esa dichosa tirita. Tal como indicaban las instrucciones, debía esperar a la aparición de las líneas coloreadas. Pasaban cuarenta segundos y solo aparecía la línea de control, pero no la del test. Los latidos de mi corazón se aceleraban y mis nervios estaban a flor de piel. Y es que no era para menos. La tirita, de momento, evidenciaba que la prueba era negativa, o sea, no estaba embarazada. Sin embargo, según el prospecto, debía esperar cinco minutos para confirmar el resultado negativo. “Tranquila -me dije- un poco más y diremos adiós a esta enorme pesadumbre. Y es que no era para menos.  Imaginaos, estar embarazada de mi propio hijo.

Desde luego, era angustiosa esa espera. Pero he aquí que sucedió algo inesperado. Se abrió la puerta del baño y apareció mi hijo. Maldita sea, la podía haber cerrado antes echando el seguro. Aunque la verdad, no lo usaba nunca, ni mi hijo tampoco. También podía haberle oído llegar a casa, pero ensimismada en lo mío, no percibía ningún otro sonido que no fuera ese fuerte latir de mi propio corazón.

-¡Ah, estás aquí! –exclamó al verme.

Yo me quedé muda y sin saber qué hacer. Bueno…, seguía con la tirita en mi mano e intenté taparla con mi cuerpo. Pero era tal mi nerviosismo que di pie a que mi hijo me preguntase:

-¿Qué es eso que tienes ahí?

-No es nada –respondí.

-¿Cómo que nada? Te has puesto más roja que un tomate, así que dime que escondes.

-Ya te digo que nada –volví a repetir y esta vez con voz autoritaria.

-Bueno, bueno. Si no me lo quieres enseñar, allá tú, pero avísame cuando terminas tus tejemanejes; quiero ducharme.

Parecía que no iba a insistir en saber que me llevaba entre manos, cuando se fijó en el envoltorio del test que había dejado a un lado del lavabo y muy a su vista. No pude ver su reacción porque estaba a mis espaldas, pero pude oír su voz.

-¡No me digas…! ¡Hostia! Esto no me lo esperaba.

-¿El qué no esperabas…?–pregunté de forma arrogante, al girarme y ponerme frente a él.

Ya habían pasado más de cinco minutos y podía dar la prueba por concluida. No estaba embarazada. Me había quitado un gran peso de encima. Mi pregunta altanera, solo era para inquietar un poco a mi hijo.

-En verdad no creí que iba a llegar tan lejos, pero no pude contenerme…

Era mi hora de ser sarcástica. Una vez anulada mi gran preocupación, me estaba envalentonando y quise saber, de forma ingenua, qué le llevó a querer follar conmigo.

-A ver, a ver, no entiendo nada. ¿De qué no pudiste contenerte?

-No juegues conmigo. Sabes muy bien a que me refiero y ahora dime: qué resultado ha dado la prueba.

Vaya. Mi táctica se iba al carajo. Con esas palabras, daba a entender que no sirvió de nada, esa noche, el hacerme la dormida. Él intuyó que estaba despierta y en verdad no me extrañaba. Era imposible no darse cuenta de la gran excitación que me produjo al tener ese miembro viril muy dentro de mí. Fue inútil el querer disimular toda esa agitación y acaloramiento que me originaba. Pero antes de decirle como había concluido la prueba, tenía que llegar a saber que le había conducido a tener ese comportamiento con su madre o si solo vio en mí a una mujer con la que desahogarse. Así que le dije:

-Antes de comunicarte el resultado, ¿por qué llegaste tan lejos y por qué si pensabas que estaba despierta no me lo hiciste saber?

-¿Quieres saberlo de verdad?

-Pues claro que quiero saberlo, como quiero saber que te impulsó el querer llegar a poseer a tu propia madre.

-No te dije nada, porque me iba bien que siguieras haciéndote la dormida. Deseaba tanto llegar a ese punto que me vino bien el que actuaras así. Aunque no por esa noche ya me haya quedado satisfecho. Eres la mujer que más deseo.

Era increíble. No podía ser. ¿En verdad me deseaba? ¿Y, yo…? Fuera esa preocupación de estar embarazada, ¿por qué desde esa noche me encontraba tan alterada?; ¿ansiaba tenerlo de nuevo dentro de mí? Desde luego, era cierto que en principio pudiera ser que me dejara acariciar, pero después… No, no y no. Debía desterrar estos pensamientos.

-¡¡¡Pero que estás diciendo!!! ¡No puedes, ni debes desear a tu madre! Y no me digas como pude dejarme que llegaras a ese extremo, bueno sí… Quería saber si mi cuerpo de mujer te servía para cambiar tu tendencia, porque al no mostrar interés por ninguna chica, llegué a creer que te iban los hombres.

Una carcajada sonora salió de la garganta de mi hijo. ¿De qué se reía tanto? Pronto lo supe.

-¡Yo, marica…! Es lo último que esperaba oír. Si no me has visto con otras mujeres ha sido porque solo estaba interesado y enamorado de la mujer más hermosa del pueblo y esa no es otra que tú. Y no me digas: “pero yo soy tu madre”, eso ya lo sé y es por eso me he retenido en querer decírtelo para que no me tildaras de loco y pervertido. A raíz de ese día que querías emparejarme y decirme que necesitaba una mujer, no podía sobrellevar mucho más este deseo hacia ti. Sí, era un deseo el querer tenerte como pareja y no me sirve el decir que ya formamos pareja como madre e hijo, que eso también, pero yo quiero algo más.

Quise interrumpirle, pero no me dejó. Puso su mano en mi boca y continuó diciendo:

Me atreví esa noche, al creerte dormida, tocar ese maravilloso cuerpo que me apasiona. No me atreví a seguir, pero llegó esa noche en la que no me pude aguantar. Quizás animado por la bebida, me fui envalentonando y al ver que no me rechazabas, porque en verdad no podía ser que siguieras dormida, pensé que era bien recibido y al parecer, también me deseabas. Tenía claro que intentabas reprimir toda esa agitación corporal que sentías y dejé que siguieras en ese estado de engaño. Aunque he llegado a creer estos días, al no decirme nada, que te dejaste hacer para que no me sintiera frustrado. Y ahora respóndeme, con sinceridad, hasta que punto te puedo llegar a atraer como hombre y dime también cual es el resultado de la prueba.

Qué sofoco me estaba entrando. Esto era de locos. Mi hijo no solo me deseaba sino que también decía estar enamorado de mí. ¿Y yo qué…? Lo he querido y amado con delirio desde siempre. Sí, es verdad, pero eso era amor de madre. ¿Y ahora…? Ahora estaba hecha un lío tremendo. Lo seguía queriendo y amando, pero sentía por él algo más, también me atraía y mucho. El experimentar en mi cuerpo ese goce y placer que tenía olvidado, se habían despertado en mí esas apetencias y anhelos como mujer. ¿Pero con mi hijo? Sííí..., con él. No habría otro hombre al que me pudiera entregar de ese modo. Estaba claro y no tenía que darle más vueltas, pero había algo que también quería saber: ¿cuál seria la reacción de mi hijo, si estuviera embarazada? Tenía que preguntárselo.

-Estoy muy confusa y no dejo de pensar que eres mi hijo, pero supongamos que te quiero y me atraes como hombre, ¿qué hacemos, si también te digo que el resultado del test es positivo?

Esperaba que su reacción fuera otra, pero no. Se abalanzó sobre mí y me abrazó con tal fuerza que casi me quita la respiración. Estaba exultante de alegría.

-Haremos lo que tú quieras, pero por mí, adelante con el embarazo.

-No sabes lo que dices- respondí, deshaciéndome de su abrazo- Hay un riesgo muy grande entre parientes directos.

No se le fue esa sonrisa de su cara y de nuevo me estrechó, diciéndome:

-Ya lo sé, mi vida, pero sé de muchos casos que el niño nace perfecto y si no, que se lo pregunten a esa vecina del pueblo que quedó embarazada de su padre. Ya me dirás que problemas tiene, cuando es un chico de lo más sano y de listo, no te digo nada. Además, en los primeros meses de embarazo, un especialista puede saber si hay alguna anomalía y si es preciso abortar.

No me dejó responderle. Ni siquiera pude decirle que no estaba embarazada. Su boca se unió a la mía en un tremendo beso y puedo decir que no lo rechacé, al revés, me uní a ese beso con pasión y con deseo ¡¡¡Mi hijo me atraía y cómo!!!

Lo que siguió después, lo podéis imaginar. Me cogió en brazos y me llevó a su habitación. Por lo visto quería que fuese suya en su territorio. Y sí, que fui muy suya y él muy mío.

No hubo esta vez que fingir estar dormida. Bien despierta me encontraba y solo cerré los ojos cuando estuve a punto de explotar. Y es que era un extremado placer entregarme por entero y poder disfrutar al mismo tiempo de ese maravilloso cuerpo de hombre. De mi hombre. Ya sé que no dejará de ser mi hijo, pero a partir de ese momento era también su pareja como mujer.  Una mujer que extasiaba de gozo con tenerle y desearle. Y es que era inmensa la sensación de sentir entre mis muslos ese majestuoso pene bien erguido para, enseguida, dirigirse a mi vagina. No había que enseñarle el camino, ni la entrada para penetrar en ella. Era su dueño. En verdad, no era su primera incursión, pero esta vez había un nuevo aliciente. Mis brazos no estaban estáticos y mi boca no reprimía ningún sonido que saliera de ella. Además, con esmero, me uní a ese exquisito cabalgar hasta que un tremendo orgasmo me hizo quedarme completamente extenuada. Como así se quedó mi hombre al descargar su preciado semen dentro de mí excitada vagina.

Después, entre besos y caricias, palabras entrecortadas salían de nuestras gargantas. Todas ellas, aludían a lo mucho que nos queríamos y amábamos.

No tuve que esperar mucho tiempo para sentir de nuevo entre mi entrepierna, ese excelso pene en toda su magnificencia.   Tampoco había que sugerirle la dirección a tomar, puesto que enseguida encontró el lugar donde alojarse. Más que aceptarlo, una vez más, fue requerido sin ningún remilgo, al contrario, ansiaba tener ese miembro muy dentro de mí. Era alucinante. Penetraba a través de ese conducto por donde, en su día, ese órgano y todo su cuerpo, encontró la salida para venir a este mundo. Estaba tan henchida de gozo y satisfacción que, si hubiera sido posible, haría penetrar por mi vagina ese miembro viril, así como todo su cuerpo para acogerlo de nuevo en mis entrañas.

No llegaría a tener a este hijo mió, ahora mi hombre, tan adentro, pero algo muy de él podía llegar a gestarse en mi vientre. Quizás fue este pensamiento o tal vez el enorme orgasmo que sentí, el que me hizo estremecer de placer y emitir un grito lleno de gozo. Más no podía pedir. Me encontraba colmada de felicidad. No me quedé sola en mi grito, también mi hombre emitió un tremendo resoplido, al mismo tiempo que dejaba bañado con su esperma, todo el interior de mi vagina.

Extenuados y cubiertos de sudor, dejamos reposar nuestros cuerpos, pero todavía me quedaron fuerzas para decirle a mí adorado: ¿hijo…?, ¿hombre…? Era igual, se unían los dos en una misma persona y esta era la que iba a oír: “Cariño, me falta por decirte que no estoy embarazada…, DE MOMENTO”.