Propina

A un marido se le va de las manos una apuesta ganada a su mujer.

El súper está a apenas 50 metros de casa, sólo a un semáforo. Es mediodía y no hay ni una sola nube en el cielo. El sol cae inclemente sobre mi cabeza. Muy poca gente se atreve a salir a la calle a esta hora del día. Eso está bien pero por un momento temo no encontrarle.

Giro la esquina y enseguida veo su carrito de súper, cargado de trastos, hierros y bolsas de ves a saber qué. Junto al carro, sentado en el suelo ante un cartón pintarrajeado está el chico. Lleva ahí meses y siempre lleva la misma ropa, haga frío o calor. Unos tejanos azules rotos, descoloridos y sucios y una sudadera también azul pero más oscura, con el logo de una empresa de construcción. Llama la atención sus zapatos de pseudo-piel y sus calcetines negros cuando todo el mundo lleva sandalias o brasileñas.

Me acerco a él un poco nervioso. Intuye mi presencia y levanta la cabeza. Creo que nunca le había mirado a los ojos. Hasta este momento nuestras conversaciones se han limitado a un “Buenos días amigo”, “Buenos días”. El blanco de los ojos destaca sobre su piel oscura, brillante, casi aceitosa. Me fijo en su nariz grande y chata y los anchos labios. Me mira serio y expectante.

  • Buenos días - le digo intentando mantener la voz bajo control. Cabecea ligeramente. Unos dientes grandes y sorprendentemente blancos aparecen tras su labios en una mezcla de sonrisa y mueca. - Buenos días - contesta como resbalando por sobre las palabras. Tengo el discurso medio preparado pero me cuesta hablar. Trago saliva.

  • Tengo 100 euros para ti - La primera frase estaba calculada para llamar su atención y lo consigo. Abre los ojos y no sabe qué hacer con las manos. - Pero necesito tu ayuda - Me mira con desconfianza. Previsible. Meto la mano en el bolsillo y saco un billete verde de 100 euros. Sus ojos se clavan en mi mano. - ¿Qué quiere? - Le miro a los ojos intentando ser lo más amable posible, no quiero espantarle: - Solo que me acompañes.

Tarda unos segundos en tomar la decisión. Su mirada va de mi mano a mis ojos intentando sopesar los riesgos de algo que desconoce completamente. Finalmente se levanta. Es la primera vez que le veo en pie y me sorprende. Es alto. Debe medir metro noventa y me saca media cabeza. De pronto soy yo quien mira hacia arriba. Se acerca a mí y noto su olor a sudor y falta de agua. Está claro que desea imponer su presencia, es su argumento para defenderse de lo que le pueda venir. Me conviene.

Le pido que me acompañe y caminamos los dos hacia la portería de casa. La calle sigue casi desierta y solo se oye el traqueteo del carrito de supermercado de mi acompañante. Cuando llegamos junto al edificio le pido que deje el carro junto a los contenedores de basura pero se niega en redondo. Está claro que no abandonará sus trastos en medio de la calle. Entonces le pido que me acompañe al garage.

En el subterráneo el ruido del carrito es ensordecedor. Le indico que lo deje detrás de mi coche. - Aquí estará seguro, nadie se lo llevará - le aseguro. En la oscuridad del garage sólo acierto a ver sus ojos blancos muy abiertos. Lleva el carrito hacia detrás de mi coche y lo “aparca” teniendo mucho cuidado de no rayar la carrocería del vehículo.

Le enseño el camino hasta el ascensor de la finca con el que subimos hasta el piso. El ascensor es estrecho y su presencia se hace muy evidente, tanto por su altura como por el fuerte olor que desprende. Tiene los ojos clavados en mí, no me hace falta mirar hacia arriba para saberlo. El trayecto de subida se hace interminable. Cuando por fin el ascensor se para salgo casi corriendo hacia la puerta del piso mientras saco las llaves del bolsillo. Abro la puerta y respiro profundamente. - Adelante, por favor.

El salón está extrañamente vacío. Son precauciones básicas, ni televisión, ni DVD, ni equipo de música. Nada que llevarse. Dejo las llaves sobre la mesa del comedor. Detrás de mí el chico entra poco a poco en el piso, desconfiado y confuso. - No tengas miedo, ven conmigo, por favor. - Me adentro por el pasillo hacia el dormitorio pero no me sigue. Tengo que volver hacia atrás. Está parado en el comedor, mirándome fijamente.

  • Mira, los 100 euros ya son tuyos. Pero a cambio te pido un favor. Solo te pido 1 minuto más, que vengas conmigo. No te arrepentirás, te lo prometo. - Y le tiendo el billete verde. Me mira y debo convencerle porque coge el billete haciendo un gran esfuerzo por no parecer desesperado. - ¿Cómo te llamas? - le pregunto. - Adisa - ¿De dónde eres? - De Mali - contesta alzando la frente un poco, en un gesto de cierto orgullo. - Muy bien Adisa, acompáñame, por favor. - Vuelvo a adentrarme en el pasillo hacia el dormitorio. Adisa me sigue poco a poco, paso a paso. Abro la puerta del dormitorio y entro.

En la cama estaba Sonia. Tal como la había dejado. Desnuda. Con las muñecas y los tobillos atados con cuerdas a cada una de las patas de la cama. En la boca una mordaza para evitar gritos. En su mirada un punto de emoción o quizá de miedo. Sus hermosos pechos temblaban y me pareció que su coño, completamente expuesto, también palpitaba.

Adisa entra detrás mío y se queda petrificado. - Esta es Sonia - le digo. - Mi mujer… hicimos una apuesta y ella perdió. Es gracioso porque normalmente pierdo yo. Pero no esta vez. “Lo que tú quieras”, me dijo. Bueno… esto es lo que yo quiero. - Sonia me echa una mirada asesina. - Sonia, te presento a Adisa, aunque creo que le conoces del súper. - Me giro hacia Adisa que tiene la boca abierta de estupefacción y la mirada clavada en mi mujer desnuda. - Bueno, creo que es bastante evidente lo que pasará. Adisa, no sé cuánto hace que no tienes a una mujer pero esta es tu oportunidad. Sonia está aquí para tu placer. Úsala como quieras.

Sonia protesta desde la cama y me acerco a ella. - Cariño, lo prometiste. Yo siempre cumplí mi palabra. Ahora te toca a ti por una vez. - Ella sigue protestando y empieza a tirar de las cuerdas intentando soltarse. Me inclino sobre ella para cogerla de los hombros. Sigue quejándose. La zarandeo pero cada vez está más histérica. No es justo. Yo siempre he cumplido, incluso cuando me tenía que tragar el orgullo por ello. Intento aguantarla quieta contra la cama pero no deja de moverse. Le doy una bofetada y se para en seco. Me mira asombrada. Yo también lo estoy. Me giro hacia Adisa y sigue inmóvil, los ojos abiertos como platos.

  • Ahora vamos a hacer las cosas bien. - Les digo a los dos. - Adisa, dime, ¿te gustaría follarte a mi mujer? - Tarda unos segundos en contestar. Está intentando darle sentido a lo que le está pasando. Mira a Sonia. Me mira. Vuelve a mirarla a ella. La repasa de arriba a abajo. Desnuda. Totalmente expuesta e indefensa. Me vuelve a mirar. - Sí. - contesta en voz baja. - Bien. Pues toda tuya…

Adisa aún tarda unos segundos en moverse. Pero después se desprende de su sudadera y de sus pantalones a toda velocidad. No lleva nada debajo, ni camiseta, ni ropa interior. No me esperaba verle desnudo tan rápido y me sorprendo. Pero aún más cuando me fijo en su físico. Está delgado. Es evidente que no lo está pasando bien. Se le notan las costillas contra la piel pero aún conserva músculo en los pectorales y en los brazos. Sus muslos son largos y perfilados. Ligeramente más claros que el resto de su piel. Entre ellos su pene cuelga semiflácido, con el glande asomando entre pliegues de piel oscura y arrugada.

Sonia mira a Adisa con temor mientras él se aproxima a la cama. Ahora soy yo quien está paralizado. Observo la escena con reverencia. Otro hombre se aproxima a a Sonia con claras intenciones. Y las intenciones se evidencian en su miembro, que crece a ojos vista.

Adisa se sube a la cama, entre las piernas abiertas de Sonia. Su miembro desafía ahora sí a la gravedad y el glande se muestra bulboso y brillante. Observo como la punta segrega líquido lubricante. Está evidentemente excitado y su cuerpo se prepara para el coito. Un pellizco justo detrás de mis pelotas me recorre el espinazo. Su polla se está preparando para follar a mi mujer, pienso.

Pero Adisa está impaciente. Sus temores parecen haber desaparecido o quizá han mutado. Ahora quiere aprovechar la oportunidad. Quizá haga meses que no tiene un coño caliente donde meter su polla. Pone la punta sobre los pliegues de los labios de Sonia y ella tiembla. Vuelve a quejarse mientras Adisa aprieta un poco hasta hacer desaparecer la punta entre sus carnes. Sonia mueve las caderas todo lo que le permiten sus ataduras intentando zafarse pero el efecto es el contrario. La polla de Adisa entra poco a poco en su coño.

Adisa está concentrado. La vista fija en el coño de Sonia y en su propia polla. Hasta ahora no ha habido mete-y-saca. Simplemente su pene ha ido desapareciendo centímetro a centímetro el el sexo de mi mujer. Pienso que quizá ya tenga tanta carne dentro como la que yo le puedo clavar y aún así hay mucha polla fuera aún.

Entonces Sonia empieza a gritar y moverse de forma salvaje. Parece desesperada por escapar de la situación. Imagino que el glande de Adisa debe estar llamando a las puertas de su cerviz. Los gritos están amortiguados por la mordaza pero el cabezal de la cama empieza a golpear la pared ruidosamente. Me acerco entre preocupado y enojado. ¿Porqué no se puede estar quieta y simplemente disfrutar?

Y entonces Adisa le suelta una bofetada que la deja encajada en la almohada. Se hace el silencio y nadie se mueve. La mejilla de Sonia está roja y sus ojos miran a Adisa con terror. Él me mira expectante y yo doy un paso atrás. Es difícil malinterpretarme. Es la señal de que tiene absoluta libertad para hacer lo que quiera con ella.

La expresión de Adisa cambia radicalmente. Frunce el ceño y abre la boca. Pasea la lengua por su amplio labio inferior y después lo muerde con sus blanquísimos dientes. Sujeta las caderas de Sonia con las manos, grandes y negras contra la piel blanca de mi mujer. Y arremete con fuerza, sin escrúpulos.

La polla de Adisa desaparece completamente en el coño de Sonia, rompiendo cualquier resistencia. Todo el cuerpo de Sonia se tensa. La cerviz superada, su matriz asaltada. Y empieza a follarla. Ahora sí. Con una fuerza desmesurada y una cadencia desesperada la polla de Adisa entra y sale del coño de Sonia completamente. Desde la punta hasta los huevos su miembro perfora su sexo como una máquina, como un percutor de negra carne.

Sus pelotas golpean el culo ella ruidosamente. El sexo de Sonia enrojece por momentos por la fricción. Ella mantiene la cara contra la almohada, donde la bofetada de Adisa la ha encastado, los ojos cerrados y el ceño fruncido concentrada en el dolor que debe estar sintiendo.

Pero el cuerpo es sabio y también ella empieza a lubricar y facilitar así el asalto del intruso que no baja el ritmo. Adisa tiene la mirada fija en los pechos de mi mujer que rebotan constantemente por las acometidas. La imagen le extasía, se lo veo en los ojos. Y gruñe.

Gruñe mientras descarga sus pelotas dentro Sonia, sin dejar el mete-saca frenético. El tronco negro está ahora cubierto de una pasta blanca y pegajosa que rezuma del sexo de mi mujer. La cara de Adisa transmite una mezcla de placer y dolor pero no para de introducir y sacar toda su polla del sexo de Sonia. Al sonido de sus pelotas golpeando el culo de mi mujer se añade el indecoroso chapoteo de su polla dentro de la cavidad inundada de semen de mi mujer. Inundada y rebosando de su semen.

Y pasan los segundos mientras Sonia hunde su cabeza en la almohada, los brazos tensos. Su cuerpo se mueve al compás de las arremetidas de Adisa que sorprendentemente no para de follar el coño de mi mujer a pesar de su orgasmo. Su polla está brillante y dura como antes de correrse. La pasta blanca cubre el sexo de mi mujer, moja la sábana y se acumula enredada en el corto y rizado vello del pubis de Adisa, que una y otra vez, sin pausa, hunde completamente en el sexo de Sonia.

El portentoso aguante del malinés me tiene hechizado. Adisa no se detiene ni un segundo a respirar. Tiene a mi mujer firmemente aferrada por las caderas y utiliza su cuerpo como un juguete húmedo y caliente en el que meter y sacar su polla sin descanso. A pesar de su delgadez los músculos de sus brazos y de sus muslos destacan por el esfuerzo. Su cuerpo se impregna de un sudor rancio y fuerte. Pasan los minutos con el único ruido de nuestra cama de matrimonio quejándose bajo las embestidas de Adisa.

Y entonces veo como el cuerpo de Sonia se tensa y adivino el orgasmo de mi mujer naciendo en sus ovarios. La traición de su cuerpo es máxima. Ella intenta callar un gemido de placer pero Adisa se da cuenta e incrementa la frecuencia y fuerza de sus embates. La larga polla de nuestro invitado invade una y otra vez el santuario de la matriz de Sonia y al final ella no resiste más y grita. Grita de dolor, de placer, de miedo, de éxtasis. Sus cuerpos se tensan como las cuerdas de una guitarra y también llega el segundo orgasmo de Adisa, pero esta vez hunde su miembro en el sexo de Sonia y lo deja allí, muy a dentro, escupiendo su semilla por segunda vez en la matriz de mi mujer.

El tiempo se para. Adisa y Sonia inmóviles en la cama. Él con su miembro hundido en el sexo de ella, ella con la cara contra la almohada y los ojos cerrados en una mueca de placer y dolor. Después Adisa empieza a retirar sus caderas hasta que su polla sale del coño de Sonia con un sonoro “plop” seguida de un río de esperma que se desparrama sobre las sábanas. La polla de Adisa está lustrosa y blanquecina por los flujos de ambos, con el glande bulboso y henchido desde el que aún sale alguna gota de semen viscoso que parece no querer caer.

Adisa me mira. En sus ojos descubro con un escalofrío la mirada de quien sabe estar al mando. Se incorpora sobre la cama de rodillas y entonces gatea sobre mi mujer evitando sus piernas inmovilizadas. Su pene golpea y se arrastra por el vientre de ella dejando un reguero de flujo vaginal y semen hasta que lo sitúa entre sus pechos. Entonces se coge el miembro y empieza a golpearlos como si fueran un par de tam-tams salpicándolos aquí y allá con los restos de su semen.

Sonia evitar mirar con la cara girada sobre la almohada hasta que él la coge por la barbilla y la obliga a encararle. El pene del malinés se posa sobre los labios de mi mujer y ella hace una mueca de disgusto. Él presiona un poco manchando de semen sus labios pero ella se niega a abrir la boca. Y entonces vuela la segunda bofetada de Adisa y Sonia deja escapar un grito de dolor. La mejilla de mi mujer rápidamente se torna roja por el golpe pero él la vuelve a coger por la barbilla obligándola a tomar su sexo en la boca. Sonia se resiste. Una nueva bofetada, esta vez en la otra mejilla, la vuelve a tumbar contra la almohada.

Sonia empieza a sollozar. Se da cuenta de que yo no voy a hacer nada por ella y que no tiene más opciones que la de hacer caso a lo que Adisa le pide. Cuando el pene de Adisa vuelve a llamar a la puerta de sus labios ella los abre ligeramente y él aprovecha para entrar con fuerza. La embestida por sorpresa de Adisa ha conseguido introducir la mitad de su polla en la boca de Sonia y ésta abre los ojos de par en par sorprendida por la violencia de la intrusión. Adisa se eleva ligeramente sobre la cara de Sonia para mejorar el ángulo de entrada sin retroceder un milímetro y enseguida empieza a follarle la boca, pero ahora con movimientos cortos y suaves.

Sonia lucha por no atragantarse mientras Adisa utiliza la entrada de su garganta para estimular su glande y a juzgar por su cara con sumo placer. El malinés sabe controlar la cantidad de polla que puede introducir en la boca de mi mujer para evitar que ella se ahogue y poder así alargar la sensación de estar follándo su boca. De nuevo el portentoso aguante sexual del impuesto amante de Sonia le permite estar unos minutos disfrutando de otro agujero de mi mujer mientras yo admiro sus grandes pelotas balancearse con libertad.

Entonces retira la polla de su boca, se la coge en la mano y empieza a masturbarse ante la cara de asombro de Sonia que tenía un palmo de polla negra a pocos centímetros de sus ojos. Me parece increíble que tenga aún más semen en sus testículos pero es evidente que Adisa pretende ir a por la tercera corrida y regar con su esperma la cara de Sonia. La visión de ese hombre negro masturbándose sobre la cara de mi mujer me deja alucinado y me acerco para verlo mejor.

Adisa ver mi movimiento con el rabillo del ojo y me mira. Reconoce en mi mirada la excitación y fascinación por la escena que estoy presenciando y con un gesto me invita a unirme a la fiesta. No me lo pienso mucho y mientras él se desplaza hacia la derecha de Sonia yo me bajo los pantalones y los calzoncillos dejando mi trempera al aire. Empiezo a masturbarme sobre la cara de Sonia. Estoy tremendamente excitado y ni siquiera la mirada de sorpresa e incomprensión de Sonia consigue destremparme.

Pero Adisa me llama la atención con una risa queda. Le miro y él tiene la vista fija en mi polla. No entiendo porque se ríe pero algo parece hacerle mucha gracia y entonces se acerca con su polla en la mano hasta colocarla frente a frente o glande a glande con la mía. Y entonces lo entiendo. Las comparaciones son odiosas y más cuando son tan evidentes como esta. La polla de Adisa, permanentemente henchida de sangre, era prácticamente el doble de larga que la mía y también más gruesa. De pronto mi pene, el pene que me había acompañado tantos años de adulto, parecía el pito de un niño prepúber.

Y en contra de lo que podría pasar, noto como un dolor conocido nace en mis riñones y los testículos se me contraen. De pronto gotas de semen salen escupidas de mi pequeño pene cayendo sobre los pechos y la cara. Las sensaciones del momento me hacen sentirme mareado mientras veo la cara de disgusto de Sonia mientras mi esperma comienza a secarse sobre su piel. La risa de Adisa es ahora más abierta, mira fijamente a Sonia mientras se masturba con frenesí paseando su mano arriba y abajo de su larga polla. Yo continúo con la mía, ya muy desfavorecida, entre las manos, apenas meneándomela con el pulgar y el índice.

Y entonces Adisa se incorpora, moviendo rápido su mano sobre la base de su glande y se corre. El primer disparo entra en el orificio nasal izquierdo de Sonia dejando un espeso reguero sobre sus labios. Ella aparta la cabeza rápidamente para recibir el segundo disparo junto a la oreja manchando de esperma blanco su cabello y llegando al cabezal de la cama. Adisa corrige la puntería y dispara de nuevo hacía la cara acertando en el ojo izquierdo. Otro y otro disparo en la cara y el semen empieza a resbalar sobre su nariz hacia la almohada. Adisa la coge por la barbilla y le hace abrir la boca pero Sonia mantiene los dientes apretados como si le estuviera mirando la dentadura a un caballo. El siguiente disparo le cubre la dentadura de pasta de dientes a base de esperma. Y digo disparos todo el rato porque eso es lo que parecen. Adisa carga el arma y en el momento exacto hace retroceder la mano mostrando todo el glande y entonces se oye un silbido y una ráfaga de semen sale disparada golpeando sonoramente el objetivo. Quizá después de 10 de esos poderosos disparos la producción de semen baja y ahora parece que esté meando esperma sobre los pechos de Sonia. Es portentoso que después de 2 corridas Adisa sea capaz de producir tanto esperma. A su lado mi corrida vuelve a parecer tan patética como mi polla.

Al parecer finalmente satisfecho Adisa baja de la cama aún con la sonrisa en los labios. Su polla no parece tener prisa por retirarse y se balancea obscena a lado y lado. Con un sensación de pudor cuanto menos curiosa después de lo pasado intento apartar mi mirada de su miembro y la dirijo a Sonia. Su sexo está rojo y abierto y aún parece latir. Pero su cara y su pecho es un poema. Completamente cubierta de esperma aprieta con fuerza los ojos por miedo a que el semen se le cuele entre los párpados. En la almohada y su cuello se han formado sendas piscinas de blanco semen.

Y entonces el cuerpo de Sonia se vuelve a estremecer y me giro para ver como Adisa dirige un potente chorro de orina hacia el sexo de mi mujer. El oloroso líquido se lleva rápidamente los restos de semen en su entrepierna y se acumula entre sus muslos y bajo su culo. Le miro incrédulo y él me devuelve la mirada: - Adisa limpia - dice riendo y se mueve hacia la cabecera de la cama regando con su meado primero el vientre de Sonia, después sus pechos y por último su cara. Absolutamente desconcertado no acierto a mover un dedo mientras Sonia se retuerce de asco en el charco de orina que se forma bajo su cuerpo. Aguanta la respiración hasta que ya no puede más y abre la boca para gritar, momento en el que un chorro de orina se cuela entre sus labios y la hace toser y escupir mientras intenta refrenar las arcadas.

Igual que sus testículos, la vejiga de Adisa debe ser portentosa y deja varios litros de líquido amarillo y oloroso sobre el cuerpo de Sonia antes de sacudirsela manchando el suelo con gotas de orina. Después se viste sin limpiarse el sudor ni los restos de semen, flujo vaginal y orina de su miembro y me tiende la mano. Yo le devuelvo el apretón y le veo marcharse, le oigo caminar por el pasillo y después abrir y cerrar la puerta del piso.


Lo que ocurrió ese día fue tan excepcional que tardamos mucho tiempo en digerirlo. Sonia estuvo una semana sin dirigirme ni la palabra ni la mirada. Yo dormía en el sofá por acuerdo tácito y apenas nos encontrábamos por el piso ya que cuando los dos estábamos ella se encerraba en la habitación. Con el tiempo pudimos hablar del episodio y Sonia descargó en mí toda su rabia y desesperación. Pero a pesar de mis temores no llegó a plantear abandonarme, aunque si se hubiera quedado embarazada no sé qué habría pasado. Algún tiempo después me confesó que la peor humillación no había sido ser traicionada, vendida, violada, usada vilmente y meada. La peor humillación era ver a Adisa todos los días cuando iba al súper. Notar que él la repasaba con la mirada y revivía con placer aquel episodio tan humillante para ella. Y sobretodo sufrir por si en cualquier momento él reclamaba volver a tener ese poder absoluto que ya había tenido una vez sobre ella.