Propiedad de mi hijo 5

Después de ser usada por Rajá, la esclava es limpiada por su hija.

A continuación, me fue soltando de mis ataduras, abrió el cepo que me retenía y tirando de mi cabellera me liberó de mis restricciones. Apenas salí del cepo me postré en el suelo a los pies de mi ama en señal de agradecimiento y sumisión, tal y como estaba enseñada. Ella enganchó una correa en mi collar y tiró de mí para obligarme a ir, por supuesto a cuatro patas, hacia una esquina de la estancia, en la que había colocada una cruz de San Andrés. Una vez allí, me ordenó levantarme. Obedecí al instante y erguida, con la vista baja, esperé nuevas órdenes del ama Kaobah.

  • ¡Levanta los brazos, zorra!- Exigió mientras me propinaba un fustazo en ellos.

Me amarró a los postes mediante unas cadenas que sobresalían de los brazos de la cruz enganchadas a mis muñequeras y me dejó con los brazos sobre mi cabeza. Entonces pasó una correa por detrás de mi cuello  que trabó a la correa de mi muslo derecho, obligándome a levantarlo flexionando la rodilla. Seguidamente hizo lo mismo con la otra pierna, con lo que  quedé abierta de piernas, con las rodillas dobladas y suspendida en el aire por las muñecas obligadas a soportar todo mi peso. En esa postura, sentí que los fluídos que todavía contenía mi vagina, por efecto natural de la gravedad, empezaban a querer salir de mí y contraje los músculos. Por su parte, el ama se dirigía hacia donde se suspendida mi hija y le propinó un fustazo entre los muslos que hizo que se estremeciera de dolor, ajena como estaba a todo lo que ocurría a su alrededor. Accionando la polea de la que pendía, la dejó caer al suelo sin miramientos. Inmovilizada como estaba, Esther no pudo sino mantenerse quieta, recuperándose del golpe, a la espera de que se dispusiera de ella para ser usada. Después de unos segundos, el ama le soltó el gancho que unía sus extremidades y sin tiempo para desentumecer sus brazos, piernas y cuello se le ordenó adoptar la postura de examen. Así pues, como un resorte, tal y como fue adiestrada, se incorporó para colocarse de rodillas, con la cabeza erguida y, con la vista fija en el suelo, puso sus manos detrás de la cabeza. El ama Kaobah, entonces, le quitó el antifaz. Con la fusta le alzó la barbilla y se fue acercando a ella hasta colocarse a escasos milímetros de su cara. Esther, con la mirada siempre en el suelo, pudo notar el penetrante olor a hembra que se escapaba del pubis de su ama. De repente, agarrándola por la cola de caballo de su cabellera, le presionó la cara sobre su monte de Venus y le preguntó:

-Te gusta el olor de hembra, ¿verdad guarra? Te gustaría hacer disfrutar a una... ¡Pues no te prives!.

Y seguidamente con un brusco empellón la alejó de sus muslos. Cuando Esther adoptó su postura de respeto, con la frente pegada al suelo y las palmas de las manos adelantadas sobre el piso, su dueña volvió a humillarla, mientras le colocaba una correa al collar.

  • Vas a poder disfrutar de un buen chumino, puta. Sabiendo lo zorra que eres, lo estarás deseando. No me extraña. De tal palo tal astilla. Ahora vas a poder demostrar a nuestros invitados lo golfas que sois madre e hija.

Tirando de la correa, obligó a mi hija a seguirla hasta donde yo me encontraba y le ordenó detenerse delante de mí. Inmóvil, con la frente pegada al suelo, esperó órdenes. La voz del ama bramó:

  • La cerda de tu madre, que está aquí colgada, se ha pasado un buen rato dando placer a su macho y la muy guarra ha descuidado su aseo, poniéndose perdida. Tendrás que dejarla muy limpia para que pueda servir a nuestros invitados. Así que ya puedes empezar a limpiar bien ese sucio chumino y ese culo de perra salida. Y no se te ocurra dejar caer una gota. Los quiero relucientes y listos para su uso. ¡Empieza ya, zorra!.

Como un resorte, Esther se incorporó y, con las manos a la espalda, como había sido entrenada, se dispuso a cumplir la orden recibida. Se acercó un poco más y empezó a pasar la lengua por mi coño. Desde ese instante, relajé los músculos y quedé a merced de las evoluciones de una lengua que se esmeraba en cumplir con su deber. Cada uno de los pliegues y rincones de mi vulva y de mi ano fueron lamidos y vuelto a lamer, succionando los jugos que de ella escapaban, en un cóctel de fluídos propios y del perro que me acababa de montar. Mi hija conocía perfectamente cada uno de mis íntimos recovecos. Y estaba poniendo todo su saber en la labor, sin importarle el origen de lo que ávidamente tragaba. Su lengua penetraba mi vagina, rozaba mi clítoris, se entretenía en el perineo y acababa escondiéndose en mi esfínter sin darse un segundo de descanso.  Como no podía ser de otro modo, mis sentidos empezaron a saturarse enseguida y mis gemidos hicieron evidente la inminente llegada de un nuevo y salvaje orgasmo. Cuando parecía que aquello ya no tenía remedio, un relámpago atravesó mis pechos. El ama Kaobah se había percatado de mi prohibido éxtasis y había puesto inmediato remedio propinándome un fuerte fustazo en ellos.

  • ¿Qué pretendes, cerda? ¿Osas volver a desobedecerme? Es la zorra de tu hija quien tiene que limpiar toda la porquería  que te guardas para tí y pretendes disfrutar con ello, ¿no es cierto?. Pues ni se te ocurra. ¡No se puede ser más puta!.

Mientras sus últimas palabras todavía resonaban en mi interior, reafirmando mi evidente condición de consciente y voluntaria prisionera de los más bajos instintos, que me habían rebajado a ser un mero instrumento del placer ajeno, nuestra ama agarró de la cola de caballo del pelo de Esther y restregó su cara entre mis piernas mientras le conminaba a terminar rápidamente su labor. Cuando ya hubieron salido al exterior todos los fluidos que se encontraban en mis orificios y habían sido ingeridos por mi hija, ésta retiró su cabeza de mi pubis y quedó inmóvil a la espera de nuevas órdenes.