Propiedad de mi hijo 4

Tobías y Rajá entran en escena

Cuando nuestro dueño empezó a desmontar el taladro que todavía giraba en el interior del recto de Esther, dejándolo suficientemente irritado por el continuo rozamiento, irrumpió en la sala Tobías, quien traía a Rajá atado con una correa. Rajá era un hermoso y enorme macho de mastín que el Ama Kaobah tenía como perro guardián de su chalet y al que recibió, incorporándose, con un abrazo y varias palmadas en los lomos del animal. Tomó seguidamente la correa que su esclavo le tendía postrado a sus pies y, colocó a éste, a su vez, su correspondiente cadena. Tirando de sus dos mascotas, humana y animal, se dirigió a uno de los rincones de la sala y allí colgó los extremos de ambas correas a un gancho de la pared. Con una autoritaria orden suya, ambos se tumbaron en el suelo, uno al lado del otro. Su comportamiento delataba su perfecto adiestramiento y lo habitual de la situación, dada la indiferencia con la que el can aceptó la cercana presencia del esclavo.

El Ama Kaobah se dirigió, entonces, hacia mí y, sin mediar palabra, me hizo tragar nuevamente y hasta su base, la mordaza en forma de pene con la que había sido trasladada hasta este lugar. Esto me provocó una fuerte arcada y una nueva e incómoda sensación de ahogo. Acto seguido me ciñó las correas que lo sujetaban a mi nuca, impidiendo que lo pudiera expulsar. Para realizar esta operación , y debido a mi posición cercana al suelo, la amante de mi Amo se había colocado en cuclillas tan cerca de mi que su pubis quedó a muy pocos centímetros de mi rostro y me permitió aspirar el excitante y penetrante olor que desprendían sus propios efluvios, mezclados con el procedente de la prenda de piel de cebra. A continuación se incorporó y se dirigió al armario dejándome ardiendo en deseos de ser merecedora del honor de recorrer con mi lengua todos y cada uno de los pliegues y resquicios de su sagrado monte de venus y aspirando los últimos restos de su maravilloso aroma de hembra. Sacó un pequeño tarro de cristal que contenía una viscosa sustancia color ámbar y un pincel del mismo cajón y se colocó detrás de mi.

Abierto el tarro, impregnó el pincel en el ungüento y lo aplicó en mis orificios, introduciéndolo en ambos y haciéndolo girar bruscamente en su interior. Varias pinceladas más entre mis labios mayores y el Ama dio por concluida la operación. Con una burlona sonrisa dijo cerrando el tarro y devolviéndolo a su lugar:

  • Ya está esta perra en disposición de recibir a su macho.

Estaba claro que, como uno de los platos fuertes de la sesión, iba a ser follada por Rajá. El Ama Kaobah me ofrecía a su mascota. Esta situación hacía que aflorasen en mí nuevamente contradictorios sentimientos. Por un lado sentía repugnancia por el hecho de que mi vagina fuese a alojar el extraño miembro de un animal. A este sentimiento se unía el temor al comportamiento del perro y a las especiales características de la cópula canina, dada mi total indefensión e inmovilidad. Por otro lado, la inmensa gratitud que sentía hacia mi dueño por cederme a su amante para que ella se dignase a someter mis instintos y reconducir mis conductas a la correcta senda de la completa sumisión y entrega total, me hacía arder en deseos de recibir a Rajá para que mis Amos pudiesen comprobar lo ardiente y receptiva que podía ser la hembra que tenían por esclava.

Tras los breves instantes en los que estos encontrados sentimientos ocuparon mi mente, me preparé, por lo tanto, para recibir las embestidas del hermoso ejemplar de mastín. Este, desde que había detectado la sustancia que me había aplicado en la grupa el Ama Kaobah, se movía nervioso en su lugar, aunque sin incorporarse. El esclavo le intentaba tranquilizar pasando una de las manos por su lomo. Provocadora, intenté mover ligeramente las caderas lo poco que me permitían las ligaduras y le ofrecí mis cuartos traseros al macho que iba a poseerme. Mi culo y mi coño se mostraban orgullosos, radiantes y perfectamente lubricados.

  • ¡Mira cómo se insinúa la muy zorra!.-Exclamó el Ama  mientras mi hinchada vulva era blanco de un seco golpe de fusta.-¡Se comporta como una verdadera perra en celo!. ¿Necesitas un buen macho que te monte, cerda?.- continuó increpándome mientras se colocaba delante del cepo en el que me mantenía prisionera y me apretaba las mejillas estiradas por el enorme falo que me servía de bozal y que apenas me permitía respirar.- ¡Pues lo vas a tener ahora mismo, puta! ¡Nunca has tenido a nadie que te haya follado tan bien como te va a follar Rajá!.

Con un último apretón en mi exageradamente abierta mandíbula, mi autoritaria Ama se dirigió hacia el lugar donde se encontraba el nervioso animal. Con una patada separó a su esclavo del enorme perro y, descolgando la correa, le acarició a éste detrás de las orejas y le dijo:

  • Mira Rajá, lo que te tiene preparada tu Ama. ¿Te gusta?. Esa perra en celo es toda para ti y te está esperando.

A continuación y tras una ligera palmada en el lomo, soltó la cadena del collar del mastín y lo dejó  libre. Este, con sus instintos alterados por las feromonas caninas que, sin duda, contenía el ungüento que el Ama había aplicado en mi grupa, se abalanzó sobre mi dispuesta retaguardia con una evidente erección. Su húmedo hocico olisqueó primeramente todo mi cuerpo. El perro, nervioso, lamió brevemente mi culo y la ya indisimulable humedad de mi encharcado coño. Yo ardía en deseos de ser montada por el can. Mi saturada vulva era incapaz de segregar más flujo que lo lubricase y el contacto de la lengua del animal estaba haciéndome llegar sin remedio al clímax. De pronto, dos fustazos en los riñones hicieron bajar bruscamente mi excitación.

  • ¡Ni se te ocurra correrte, zorra, o te despellejo viva!.

Agradeciéndole el castigo, pues consiguió que no le desobedeciera, esperé, impaciente, a que Rajá se decidiera a cubrirme. Un breve instante después, el perro se alzó sobre sus cuartos traseros, apoyó sus patas delanteras en mi culo lo que me produjo varios arañazos debidos a sus afiladas uñas, y, dejando caer todo su peso en mi espalda, se abrazó hacia mí mientras su hinchado y enrojecido pene taladraba mi receptivo coño. Inmediatamente sentí en mi vagina, todavía resentida por el tormento del taladro, el estrecho y largo miembro y las embestidas que el instinto del animal me propinaba. Deseosa de agradar al macho que me montaba y a la dueña que me había ofrecido, me dispuse a ser la mejor hembra que había cubierto Rajá. Intenté acoplar mis limitados movimientos a las acometidas del perro y me concentré en los suyos. Nuevamente la excitación se acercaba a límites que tenía expresamente prohibidos. En esos difusos momentos me sentía una verdadera y ansiosa perra. La más dócil y receptiva de las hembras montada por el macho más poderoso. Nunca me había sentido tan entregada. Nunca, en mi condición de sumisa esclava, me sentí tan sometida a los deseos de quien me poseía, plenamente consciente de mis obligaciones de satisfacer a quien me usara en cada momento. Y si, como era este caso, un animal desahogaba sus instintos en mi, yo debía ser la receptiva hembra que recogiera en su interior sus fluidos. Mi voluntad era de mi Amo y mi cuerpo de quien me usara. Mi felicidad era infinita.

Mientras tanto, notaba los jadeos de Rajá en mi espalda al tiempo que sus garras se clavaban en mis costados a cada embestida del encelado animal que progresivamente fue acelerando sus acometidas hasta que logró correrse inundando mi vagina de caliente esperma canino. Debido las especiales características de la cópula de estos animales y dado que el pene de los perros se dilata en su base en forma de bulbo impidiendo que la hembra lo expulse antes de tiempo, me vi obligada a retener su miembro dentro de mí durante un buen rato, soportando su peso y los arañazos de sus garras. El Ama Kaobah, para aprovechar ese momento, se dirigió al rincón en el que aguardaba su esclavo Tobías y, tras acariciar su cabeza, le preguntó:

  • ¿Has visto como se ha portado la hembra? Se ha mostrado receptiva y accesible con el  macho que la monta, como es su obligación. Ha sido obediente. Y a tí te duelen los huevos ¿verdad? ¿Esa tranca que tienes se está empezando a poner dura? ¿También quieres montarla?. ¿Te gustaría? Bien. Podrás hacerlo. Pero como Rajá todavía no se ha relajado, ¡Empieza por follarte la boca de esa lujuriosa  cerda!.- Le ordenó mientras soltaba la correa del collar de su impaciente siervo.

Éste, que mientras su Ama le hablaba se había mantenido postrado a los pies de su dueña, le besó sus botas y se incorporó. Con las manos a la espalda y humillando la cabeza, se mantuvo quieto esperando a que el Ama Kaobah le liberase del taparrabos metálico que, por la expresión de dolor de su rostro, impedía la erección de su pene y estaba aprisionando sus testículos. Cuando ésta abrió el pequeño candado que unía las cadenitas al cinturón, Tobías, con evidentes signos de alivio, se dejó quitar la prenda y mostró a su dueña una espléndida polla que empezaba a manifestarse en todo su esplendor una vez fuera de su prisión. Su enhiesto miembro, de enormes proporciones se mantenía firme y orgulloso ante la leve caricia que le hizo su Ama. Después, le hizo una servil reverencia y se colocó, en cunclillas, delante de mi cara. Alcé la vista lo que me permitía la forzada posición de mi cabeza y pude ver, no sin dificultad, la expresión de ansiedad de mi nuevo usuario. Se le veía deseoso de descargar su esperma en mí. Con rápidos movimientos desprovistos de cualquier delicadeza, aflojó la correa que aprisionaba mi nuca y liberó mi entumecida boca del falo que tenía insertado como mordaza. Sin tiempo para aspirar una mínima bocanada de aire, mi garganta fue nuevamente obligada a alojar otro polla, esta vez de verdad. Sentí enseguida la calidez del miembro y la diferencia de textura. La enorme y oscura tranca del esclavo se deslizaba con alguna dificultad en el interior de mi boca más allá de mi campanilla. Mi mandíbula no daría mucho más de sí. Mis estirados labios podían rasgarse en cualquier momento. He de confesar que no había tenido nunca en mi boca una polla tan grande. Entendía las razones por las que el Ama Kaobah lo tenía como esclavo. La presión que mis forzados labios ejercían sobre el tallo del duro miembro empezaban a provocar movimientos más agitados por parte de Tobías. Yo me limitaba a recibir sus embestidas, pues mis movimientos estaban muy limitados. Con la vista puesta en la expresión de su cara intenté acoplarme a sus empellones, que debidos a su postura de cuclillas, los tenía que realizar tensionando las piernas y elevando las caderas. En el momento en el que el esclavo que estaba follándose mi boca me agarró la cabeza con las dos manos para ayudarse en la tarea, volví a sentir movimiento en mi grupa. Rajá, seguramente animado por los meneos que me provocaba Tobías, interpretó que debía insistir en la cubrición de la hembra que estaba montando y volvió a insistir en sus embestidas. En ese momento estaba siendo usada al mismo tiempo por las dos mascotas de la amante de mi Dueño y Señor. Consciente de mi condición me esforcé en complacer a ambos lo mejor que sabía, mejor dicho, lo mejor que podía dado mi estado de total inmovilidad. De algún modo mis usuarios consiguieron acoplar sus embestidas y lograron que la estampa resultante fuera digna de contemplarse. Me encontraba, pues, inmovilizada por el cepo, a cuatro patas y completamente abierta, alojando, por un lado, en mi boca, la enorme polla del esclavo de la amante de mi Amo y Señor que, sin dejarme apenas respirar, taladraba mi garganta. Y por otro lado mi grupa estaba siendo profanada por el perro guardián del Ama. La situación se volvía a escapar de mi control. En un momento todo se aceleró y ya no pude hacer nada. Me abandoné a un largo orgasmo cuando mi entumecida boca recibió un último empellón y fue inundada por el cálido y abundante esperma de Tobías. Lo apuré en varios tragos entre mis propias oleadas de placer. Era tan grande la cantidad que tuve que tragar que estaba claro que la ansiedad que había demostrado estaba ocasionada por una más que evidente abstinencia obligada por su Ama. Al mismo tiempo que ocurría esto en mi parte delantera, mis cuartos traseros recibían una última embestida y el hinchado miembro del encelado macho que me montaba descargó nuevamente su semen  en el interior de mi saturado y empapado coño. Habían conseguido que nos corriésemos a la vez. Aunque las consecuencias no iban a ser las mismas para cada uno de nosotros.

Cuando, pasados unos momentos, Tobías se separó y extrajo su miembro de mi boca, pude respirar más cómodamente y relajar mi mandíbula. Con el sabor de su cálida leche todavía en el paladar, pude aspirar una gran bocanada de aire que me permitió restablecer mi presencia de ánimo y la plena consciencia de mi condición de perra que todavía estaba siendo montada por el macho de mastín de la amante de mi amo. Aún tuvieron que pasar algunos minutos antes de que Rajá se relajase y pudiese sacar su pene de mi rebosante coño. Tras olisquear mi grupa y dar un par de lametones, Rajá fue separado de mí por Tobías y su ama le ordenó que lo volviese a su perrera. Mientras tanto, ella se dirigió a mí:

-¿Alguien te ha dado permiso para correrte, zorra? –me espetó- No tienes remedio. Seguro que has disfrutado de tu macho como la perra salida que eres. Te da lo mismo qué o quien te folle con tal de tener una tranca en el coño ¿verdad?. ¡Pero pagarás tu desobediencia, puta.!