Prometeo encadenado

Una mujer recibe una extraña carta de un desconocido.

PROMETEO ENCADENADO

"Estimada Amanda,

Tras dudarlo mucho me he decidido a escribirte. Eres la musa de mi vida, la simple visión diaria de tu bello cuerpo da sentido a mi vida. Paso el tiempo esperando con ansia el momento de verte. No, no por favor, no tires esta carta..."

Amanda había empezado a leer la carta que acababa de recoger del buzón y realmente había estado a punto de arrugarla y tirarla a la papelera; pero esa súplica tan oportuna la había hecho cambiar de opinión

"No quiero molestarte con mis torpes palabras, que no pueden expresar lo siento; ni tampoco inmiscuirme en tu vida para romper tu felicidad. Diez y... ¿cuántos años llevas casada con ese hombre que adoras y que te idolatra?.

Estoy prendado de ti, de tu madura juventud, de tu modo de reír (¡Ay, cuando te oigo!), de tu manera de caminar y, por que no decirlo, de tu cuerpo de mujer. Sí, sí, de mujer sin más apelativos. Representas para mí el arquetipo de la feminidad, de la feminidad con el máximo esplendor de la experiencia.

Pero no te preocupes que, como ya te he dicho, no irrumpiré en tu vida, ni me daré a conocer para pedirte nada. Sólo aspiro a seguir siendo tu anónimo admirador, me conformo con verte a diario, aunque no sepas quién soy. ¿Perdonas mi osadía?.

Adiós mujer, ahora ya sabes que tienes a alguien que bebe los vientos por ti.

Prometeo

PD: No iba a dártela, pero aquí tienes mi dirección de e-mail: prometeo@ibermail.com."

Justo al acabar de leer cuando el sonido de una llave abriendo la puerta la hizo volver a la realidad. Era su marido Luis, y Amanda dobló el papel y lo guardó en la cartera de piel que abierta colgaba de su hombro.

  • Hola amor. ¿Qué leías?.- Le preguntó dándole un beso. - Nada, cariño una tontería publicitaria.- Respondió Amanda, mintiendo sin saber por qué.

Luis y Amanda son una pareja de profesionales, ambos trabajan, viven muy cómodamente y no tienen hijos. Son felices los dos solos, viviendo el uno para el otro. Sin embargo, ellos no lo saben, pero algo extraño hasta ahora para ellos, se ha instalado en sus vidas. Eso extraño tiene un nombre, el de algo que usualmente nadie reconoce: la monotonía.

Como todos los días, prepararon la cena, vieron un rato la televisión y, cuando cayeron adormilados, decidieron irse a dormir.

  • Ves pasando, cariño. Yo voy enseguida, he de preparar unas cosas para llevarme mañana.- Dijo Amanda descuidadamente.

Luis, bostezando y desperezándose, caminó hacia el dormitorio arrastrando los pies y Amanda entró en el despacho, abrió la cartera vació su contenido e introdujo una carpeta que estaba sobre la mesa. A punto de marcharse a dormir, su vista se fijó en el papel doblado que contenía el extraño mensaje que había encontrado aquella tarde en el buzón del correo. Dudó unos instantes, cerró la puerta y presionó el botón de arranque del ordenador. La carga le pareció más lenta que de costumbre, arrancó el navegador y entro en el programa de correo.

Lentamente escribió carácter a carácter la dirección de e-mail de Prometeo. En la casilla del asunto puso simplemente "Amanda" y escribió:

"Me siento abrumada. ¿Es una broma, verdad?. ¿Quién eres?".

Apretó el botón de enviar justo cuando Luis reclamaba su presencia. Paró el ordenador, apagó la luz y se fue a dormir junto a su querido Luis.

Amanda ocupa un cargo de responsabilidad en una multinacional del transporte y la logística. Tiene un amplio, un funcional despacho y, cuando no está reunida, pasa la mayor parte del tiempo ante el ordenador.

En eso, apareció en su pantalla el aviso de un nuevo mensaje de correo electrónico, un aviso más de la decena de ellos que recibe a diario. Al abrirlo, su corazón dio un vuelco, era de Prometeo:

"Adorada Amanda,

Gracias por contestarme. Veo que no lanzaste mi carta a la papelera y eso me consuela.

Con la mirada robé a los dioses el fuego de tu cuerpo, y ahora sufro el castigo vivir encadenado a la roca de la vida, sufriendo el eterno tormento de verte sin que seas mía.

No importa quién sea yo, Lo único realmente valioso es que tú estas en el mundo.

Tu adorador. Prometeo"

A la vez halagada y molesta, Amanda activó con el ratón la opción de respuesta y escribió:

"Prometeo,

Seas quién seas, esto no tiene gracia. ¿Por qué la has tomado conmigo?".

Intentó seguir trabajando como si no pasara nada; pero no era posible. En su interior se debatía entre el orgullo de sentirse deseada por un hombre y la molestia de verse acosada por un desconocido. Y si se trataba de la broma de algún conocido, como lo descubriera iba a saber quién era ella. Así que cogió sus cosas y se marchó a comer antes de lo que acostumbraba.

A la vuelta un nuevo aviso parpadeaba en la pantalla de su ordenador.

"Amada Amanda,

No la he tomado contigo. Simplemente te veo a diario y me haces hervir de deseo. Tu hermoso rostro, tus pequeños y firmes senos, tu esbelto talle, tus amplias caderas, tu trasero redondo y prieto y tus torneadas piernas me enardecen. Pera ya te he dicho que no intentaré entrar en tu vida..."

Era evidente que Prometeo la conocía muy bien.

"...Solamente me atrevo a pedirte una cosa. Algo inocente y que quedará solamente en tu mente; ni yo me enteraré..."

¿Qué estaba diciendo ese loco?. ¿Qué sentido tenía?.

"...Cuando estés con tu marido en un momento de pasión íntima, piensa en mí e imagina que son mis manos trémulas de emoción las que exploran tu cuerpo, que es mi cálida boca la que rinde homenaje a lo más íntimo de tu ser y que es mi viril espada, urgida por el amor y la pasión, la que te hiende. Compadécete de Prometeo encadenado y mitiga el sufrimiento del castigo de los dioses, que pdezco por amarte. Nadie lo sabrá y, por tanto, nadie saldrá herido.

Te adora,

Prometeo"

Amanda se sentía obligada a estar enfadada; pero, en el fondo de su mente, las palabras de su desconocido admirador, no sólo la hacían sentirse joven y atractiva, sino que le resultaban excitantes y con un cierto grado de morbo.

Decidió no contestarle e intentar olvidarlo; pero no pudo. Durante toda la tarde se sintió alterada, le venían a la imaginación ideas cargadas de contenido sexual y su libido poco a poco se fue despertando.

Aquella noche se sentía con ganas de sexo, simplemente de sexo. Mientras Luis se acostaba, ella se ducho y se perfumó. Cuando se metió en la cama totalmente desnuda, su marido le daba la espalda ya adormilado y ella le abrazó por detrás frotando sus pechos y su sexo contra su cuerpo.

Luis sintió en su espalda los turgentes pechos de su amada y su cálido sexo. La mano de Amanda acariciando su miembro acabó de despertarlo y se volvió hacia ella.

Allí estaba, sin nada que ocultara las maravillas de su cuerpo, excitantemente atractiva y reclamando, sin pronunciar palabra, que saciara su apetito de sexo.

Luis se quitó el pijama y se inclinó sobre ella para besar y mordisquear los pechos que se elevaban majestuosos y desafiantes. A la vez la palma de su mano acariciaba el suave y aterciopelado monte de Venus y sus dedos se insinuaban entre los labios de la palpitante vulva.

Amanda, arrastrada por el deseo, gemía diciendo frases entrecortadas y estiraba sus brazos para alcanzar el sexo de Luis. Le encantaba acariciar sus testículos casi hirsutos y sentir crecer la polla de su amado fuertemente asida y prisionera de su mano.

Luis, con los dedos, había penetrado en su vagina y sentía la presión de la mano fuerte y viril sobre el clítoris y en su mente irrumpió un nombre. "Prometeo". Su cuerpo se tensó y un orgasmo incontrolable la invadió sin remedio.

Luis sintió las contracciones sobre sus dedos, como su mano se empapaba con los humores que manaban del coño de su mujer y como atenazaba su polla enhiesta hasta casi causarle dolor. Aprovechando un momento de relajación, se montó sobre ella, la penetró de un solo golpe y comenzó a moverse rítmicamente.

Sin solución de continuidad, Amanda había enlazado el orgasmo con las sensaciones que le producían los movimientos de Luis y comenzó a gritar y a agitarse embargada por el placer. Esto hacía que él se enardeciera más y que pusiera más ardor y pasión en sus envestidas; lo que a su vez hacía que la excitación de Amanda creciera, gritara y se moviera cada vez más y de una manera casi convulsa. Este círculo diabólico se rompió cuando Luis se corrió en un clímax fenomenal y Amanda, al sentir en lo más profundo de su sexo las descargas de cálido semen, alcanzó su segundo orgasmo mascullando para sí: "Prometeo".

Tumbados sobre la cama, agarrados el uno al otro, Amanda miraba el techo con la mente en otra cosa. Se sentía avergonzada de haber tenido aquellos dos maravillosos orgasmos con Prometeo en su mente.

  • Duérmete cariño, yo me he desvelado.- Dijo Amanda levantándose.

Luis la miró sonriendo y se dio media vuelta sin siquiera ponerse el pijama. Ella se metió en la ducha, y bajo el agua tibia reflexionó sobre lo sucedido:

  • Al fin y al cabo no es nada. Era una fantasía sexual, como puede ser una película porno o un relato erótico. Y la verdad no ha estado nada mal.- Se decía Amanda como intentando auto justificarse, aunque no sabía exactamente de que.

Salió del baño y se dirigió a la biblioteca. Allí cogió un volumen de la enciclopedia y busco la entrada "Prometeo".

"Prometeo. Mitología. Titán hijo de Japeto y de Climena. Enemigo de Zeus, robó el fuego del Olimpo para entregarlo a los hombres. Por ello fue encadenado a una roca y condenado a que eternamente un águila le fuera comiendo el hígado que le crecía de nuevo. Fue liberado por Hércules".

  • Vaya historias las de la mitología griega. Como las gastaban los dioses.- Se dijo Amanda cerrando el libro.

Se sentó frente al ordenador, lo puso en marcha, entro en Internet y se puso a navegar por la red.

Nada más llegar al despacho, Amanda comprobó su e-mail. Esto era lo que hacía todos los días y no hubiera tenido importancia si no fuera porque esperaba un mensaje de Prometeo.

Allí estaba, simplemente decía: "Conforme, a las 11 te espero. Prometeo".

No habían quedado para verse en persona. Amanda había estado probando numerosos "chats" en la red para encontrar uno que le agradara y citarse en él con el misterioso Prometeo. El sistema del cruce de mensajes le parecía lento y poco ágil.

El tiempo pasaba lenta y pesadamente esperando la hora de la cita virtual. Consultaba frecuentemente su reloj y se sobresaltaba cada vez que alguien entraba en su despacho.

Por fin llegó el gran momento, cerró la puerta de su despacho, se situó frente a la pantalla de su ordenador y entró en el "chat".

  • Prometeo: Amanda, ¿Estás ahí?.- Él había llegado primero.

  • Amanda: Sí, tal y como te dije en mi último e-mail.

  • P: ¿Lo hiciste, verdad?.

  • A: ¿El qué?.

  • P: No disimules. Echar un polvo con tu marido pensando en mí.

  • A: ¿Cómo lo sabes?.

  • P: Por el tono de tu e-mail. Además seguro que lo pasasteis como nunca.

  • A: ¿En que basas para decir esto?.

  • P: Si no hubiera sido así, no estaríamos aquí los dos.

  • A: Bueno y qué. Es mi marido y follamos como queremos.

  • P: Nada, nada. Si me parece muy bien y además me siento satisfecho del resultado.

  • A: Pues me alegro por ti.

  • P: Ahora siento celos de tu marido, de que puede oler y degustar lo más profundo de tu feminidad, beber de tu fuente y comer tu fruta. Me entran escalofríos de pensar en tus hermosos labios sobre el extremo de su sexo erecto y en como va entrando lentamente en tu cálida boca.

  • A: Aquí te he pillado. No practicamos sexo oral desde hace mucho tiempo.

  • P: No me lo puedo creer, una chica tan moderna como tú y que no se la chupa a su marido ni le comen el coño.

  • A: Sí. ¿Y qué?. No nos hace falta.

  • P: No es cuestión de hacer falta. Es que está ahí y no sé por que no vais a gozar del sexo de todas las maneras posibles.

  • A: ¿Y a ti que te importa?.

  • P: Vaya, vaya, vaya. Deduzco que en el fondo lo estas deseando, que en tu interior añoras su lengua moviéndose sinuosa y amorosamente entre los pliegues de tu vulva, que echas en falta sus labios acariciando tu clítoris con el único fin de procurar tú gozo y sin preocuparse en esos momentos de que su verga se agitaba sola en el aire reclamando atención. Seguro que te excitaba sentir su verga engrosar y endurecerse entre tus labios gracias a tu saber hacer, que sentías como tuyo su sabor a macho en celo y que recibías gustosa en tu boca sus descargas, demostrándote a ti misma que lo amabas como a nadie y que hacías lo que fuera por su placer, que también era el tuyo.

  • A: Bueno, deja ya el tema.

  • P: ¿Entonces de sexo anal nada de nada?.

  • A: Animal. Pues claro que no. ¡Qué te den a ti por el culo!.

  • P: Veo que eres una burguesita estrecha de miras y que todo es fachada. Pues mira, no te lo creerás, pero a los hombres, que logran sacarse de encima los prejuicios sobre que el sexo anal es cosa de maricones, les encanta que les hagan cosas en el ano. Una buena lamida bien dada excita muchísimo y correrse con algo metido bien dentro del culo, no se olvida con facilidad. Los dedos, un consolador, una polla, todo vale si se usa adecuadamente. ¿Has hablado de ello con tu marido?.

  • A: No, ni pienso hacerlo.

  • P: Déjame que te de un consejo: Hazle una mamada que incluya la polla, los cojones y el culo y cuando, esté bien cachondo, métele un par de dedos y haz que se corra. Verás el resultado

  • A: Te has pasado, te has pasado mucho. Adiós

Amanda salió del "chat" sin esperar respuesta. Estaba enfadada por la desfachatez con que el desconocido había osado inmiscuirse en su vida sexual; pero en su interior reconocía que estaba excitada, que las descripciones explícitas de Prometeo, una vez más, le habían despertado la libido.

El día trascurrió pesadamente y llegó el momento de irse a dormir. Amanda había estado temiendo su llegada; sabía que no iba a poder conciliar el sueño y así estaba sucediendo. Sobre las sábanas, daba vueltas y vueltas y los ronquidos de Luis todavía la ponían más nerviosa.

Se sentó en la cama y se quedó mirando el cuerpo de su compañero de tantos años. A pesar de la edad, se mantenía en forma. Tuvo un impulso, le abrió el pijama y observó sus pectorales moviéndose acompasadamente por la respiración, el estómago todavía plano y firme y el pelo que salía debajo del ombligo y desaparecía como una fila de hormigas bajo la ropa. Soltó el botón del pantalón y apareció el pubis tapizado de acaracolado bello castaño claro y el pene reposando sobre unos testículos grandes pero suaves como los de un niño. Hacía tiempo que no se fijaba en el sexo de Luis; se había convertido en un elemento más del paisaje cotidiano y, en los momentos de contacto sexual, permanecía siempre fuera de su vista. Se puso a pensar, y descubrió que no recordaba como era en erección. Lo miró con atención e intento extrapolar lo que veía. Realmente no podía quejarse de la dotación de aquel hombre.

Siguiendo un irresistible deseo, se inclino y depositó un amoroso beso sobre el glande. Luis ni se inmutó y Amanda repitió varias veces la caricia. Un leve e irreconocible sonido salió de la garganta y su verga comenzó a moverse. Se atrevió con un lametón y la respuesta fue más intensa. Continuó jugueteando y finalmente Luis se despertó.

  • ¿Qué haces?- Preguntó Luis, todavía sumido en los sopores del sueño. -¿A ti que te parece?- Le respondió desnudándose y sentándose sobre él de manera que sus sexos quedaron en contacto.

Amanda se lanzó sobre Luis, besándole y acariciándole y éste, ya totalmente despierto, reaccionó tomado la iniciativa.

Ahora era él quién desde arriba la besaba en el cuello, mordía sus pezones y su mano acariciaba su sexo.

  • No, así no, amor. Devórame, quiero sentirte como cuando éramos novios.- Pidió Amanda insinuantemente provocativa.

Luis comprendió de inmediato lo que le pedía y sus manos se retiraron del bosque que habían conquistado y su boca fue besando lentamente cada rincón de aquel maravilloso cuerpo femenino, cada vez más cerca del ardiente sexo que le esperaba impaciente.

Sus dedos separaron delicadamente las ninfas y se reencontró con el nacarado interior de su amada. Recorrió repetidamente con la lengua toda la zona y una avalancha de olvidados sabores volvieron a su mente. Amanda suspiraba y respiraba cada vez más hondo.

La punta de la lengua entró en la vagina y los labios se apresuraron a beber aquel néctar de amor. Amanda gimió y se agitó jadeando hasta que alcanzó el orgasmo. Pero Luis no cejó en su tarea; ahora sus labios tomaron el abultado clítoris. Rojo y duro como una fresa, cada vez que sentía el contacto de la lengua de su amado, trasmitía descargas de intenso placer a todo el cuerpo convulso de su propietaria. Nuevamente la lengua recorría cada rincón, tanteaba repetidamente el canal vaginal y lamía con movimientos largos y pausados desde el perineo al rojo botón del clítoris.

Amanda se asía con fuerza las sabanas y gritaba moviendo rítmicamente las caderas. Alcanzó el clímax por segunda vez y se dejó caer desfallecida.

Luis separó su cara del sexo de su mujer y se desplazó hasta que su verga quedó a la altura del coño ahíto de placer. Colocó el glande en la entrada y presionó para penetrar. La verga resbaló por el lubrificado túnel:

  • No, así no. Déjame hacer a mí.- Suplicó Amanda.

Luis se retiró mirándola fijamente. Estaba profundamente enamorado.

Quedó tumbado boca arriba, con la polla erecta y casi paralela a su cuerpo musculoso. Amanda se situó entre sus piernas y comenzó por besar el reverso del glande que quedaba frente a su cara. Luis se estremeció y se dispuso a gozar.

Venció la leve resistencia de la verga, la sostuvo vertical y lentamente se la fue introduciendo en la boca mientras manoseaba los sedosos testículos, que tanto le agradaba acariciar. Poco a poco la verga fue abandonando la cálida y acogedora boca, que fue descendiendo por el mástil hasta alcanzar los cojones. Allí se detuvo a besarlos y lamerlos, mientras sus manos resbalaban suavemente por el brillante falo bien lubricado con su saliva. Luis, invadido por el gozo y la excitación, gemía y emitía sonidos ininteligibles.

Tras unos breves momentos de duda, levantó la pelvis de Luis, le colocó un cojín en la cintura y continuó avanzando con su lengua hacia abajo. Cuando su lengua llegó al ano de su pareja, dio un respingó y un aullido de placer. Siguió lamiendo ese oscuro y recóndito rincón y cada vez que su lengua rozaba la entrada del recto, en sus manos notaba los espasmos de la polla de Luis.

Volvió a ocupar su boca con el vibrante miembro de su marido mientras con el dedo índice acariciaba suavemente su ano.

Luis estaba apunto de estallar, y notó como los testículos se contraían dispuestos a expulsar su contenido. Sin pensarlo dos veces, invadió el recto de su amado con el dedo y a lo que Luis reaccionó arqueando el cuerpo en una contracción tetánica y lanzando una sucesión de chorros de esperma, que golpearon como trallazos la garganta de Amanda, mientras gritaba:

  • ¡Amor, como Hércules hizo, has liberado a Prometeo de sus cadenas!

FIN