Progressive

Un regalito para que os entrengáis mientras pasan los largos días de enclaustramiento. Un poco de todo, como siempre: cornudo, mamá, papá, un maromo del gimnasio... Hasta un poquito de incesto homosexual. A veces las cosas se complican extraordinariamente.

Si Alfredo hubiera sido más atento, si le hubiera dado más importancia al asunto, Keka nunca se hubiera embarcado en aquello. Alfredo era un buen hombre, y le quería. Llevaba dinero a casa, mucho dinero, y era educado y amable pero, a sus cincuenta, Keka había sentido por primera vez un apremio, como una toma de conciencia del tiempo que pasa, que la impelía a desear algo más que aquellos polvos rapiditos de sábado: un estrujón en las tetas, un pellizco en los pezones, dos dedos en el coño, y unos cuantos apretones que terminaban en el bidé mientras él empezaba a roncar con aquel ronquido suave suyo, como de no querer molestar.

El mundo había cambiado. Su pandilla de amigas hablaba de sexo y, aunque a ella le costaba soltarse, escuchaba lo que decían, la soltura con que hablaban de si tal o cual tenía un buen culito, o un buen paquete; de si se lo comerían todo; que si “no tiene que ser nadie ese chaval empujando”, … Se había aficionado a leer cuentecillos en alguna web, cada vez más tortuosos, más perversos; incluso veía vídeos donde muchachos jóvenes follaban a mujeres maduras, como ella, a veces en grupo, con fuerza.

A veces, al lavarse tras uno de aquellos encuentros sabatinos, se había lamido los dedos fantaseando con aquellas escenas para terminar acariciándose hasta correrse con la cabeza llena de imágenes donde la tomaban de todas las maneras posibles, con fuerza. Se corría mordiéndose los labios para no gemir, frotándose fuerte, culeando mientras sentía deslizarse el reguerillo de esperma que goteaba en el bidé.

Así que, aquel miércoles de verano, con Alfredo camino de Italia, y Nino de acampada con sus amigos, se lio la manta a la cabeza, se puso las mallas más atrevidas, aquellas negras súper apretadas que le daba vergüenza llevar; el top rosa de algodón, el que se mojaba sudando y lo marcaba todo; y las zapatillas blancas de sala y, con la bolsa al hombro, se fue al gimnasio decidida a solucionar aquella necesidad acuciante.

Tomás se venía fijando en ella desde tiempo atrás. Le había gustado desde el mismo día en que llegó al gimnasio. De hecho, era la madurita que más le ponía con diferencia, especialmente desde que dejara de alisarse la melena negra y apareciera con ese aire de rockera mayor. Coincidían a menudo y, aunque nunca habían hablado, tenía la sensación de que había algo entre ellos difícil de precisar. Solía sentarse en el banco, a su espalda, para hacer pesas mientras que ella caminaba deprisita en la cinta. La miraba, como quien no quiere la cosa, maravillado por aquel culazo que se movía ante sus ojos como invitándolo; contemplando cómo, minuto a minuto, su piel dorada adquiría aquel brillo húmedo a medida que su respiración se hacía agitada, haciendo elevarse su pecho cada vez más deprisa. La imaginaba así: sudando, jadeando, respirando agitadamente mientras la follaba. Su polla, sin llegar a alcanzar una gran erección, gracias al esfuerzo de sus brazos, aumentaba su volumen. Sentía un cosquilleo morboso.

Keka lo veía reflejado en el espejo frente a ella. Era guapo el muchacho ¿Cuantos tendría? ¿veinte? Quizás ni eso. Se le veía fuerte, y estaba equilibrado, sin esas deformaciones monstruosas que exhibían muchos descerebrados por allí. Rubio, melenita, piel dorada… Era una preciosidad. En ocasiones, sus miradas se cruzaban, y Keka humillaba la suya avergonzada.

-          Hola

-          Hola

-          ¿Me conoces?

-          Del gimnasio ¿No?

-          Sí…

-          …

-          Oye… tú… ¿Por cuánto…?

-          ¿Por cuánto?

-          Me… me follas…

-          ¿Perdón?

Le había esperado en Magallanes. Era tarde, y apenas andaba nadie por la calle. Armándose de valor, lo abordó con aquella pregunta que, entonces, una vez hecha, viendo su expresión de sorpresa, le pareció ridícula, patética e impertinente. Azorada, pidió disculpas torpemente e hizo ademán de irse. Quería que se le tragara la tierra.

-          Yo… lo siento… No quería… Perdona…

-          No… espera… ¿Cincuenta?

-          Cincuenta está… bien… claro…

Keka vivía muy cerca, en un pisazo de Arapiles que impresionó a Tomás. Le hizo subir por el montacargas de servicio y entraron por la cocina. Habían caminado en silencio por la calle, sin hablarse ni tocarse. Al atravesar la puerta, todo pareció estallar como un ansia desatada.

Fue Keka quien se echó encima de él empujándole contra la puerta y apretándose contra su cuerpo mientras, más que besarle, le comía la boca. Con dificultad, sin despegarse, enredándose las manos del uno y de la otra, se desabrochaban, se acariciaban… Keka desabotonó deprisa su camisa para acariciar aquel pecho fuerte y lampiño. Sentía la presión de la polla dura en su pubis y se notaba humedecer. Estaba como loca.

Saltando de mueble en mueble, de pared en pared, fueron dejando el suelo sembrado de sus ropas: en el pasillo quedó la falda que se había puesto tras ducharse en el gimnasio; en la entrada, los pantalones de Tomás. Keka no pudo soltarse de su polla en cuanto estuvo libre. Se agarraba a ella maravillada por su tamaño, por su prestancia. Gimió cuando, nada más atravesar la puerta del salón sintió simultáneamente sus labios saltando de uno a otro de sus pezones oscuros, diminutos, y su polla entre los muslos, frotándose en su coño, separada apenas de él por el tejido casi invisible de la tanguita amarilla; agarraba con fuerza su culo con aquellas manos fuertes.

Tomás se agarraba a ella. La amasaba con ansia, la estrujaba contra sí, la lamía, la desesperaba a mordiscos y caricias. La apartó un momento para verla. El contraste bellísimo entre el blanco de sus pechos y sus pezones oscuros; la línea definida que los separaba, como sus nalgas amplias, mullidas y generosas, del dorado bellísimo de las partes de su cuerpo que no ocultaba al sol; la mata de vello oscuro, perfilado, pero abundante, que asomaba brevemente por encima del delicado tejido amarillo… Toda ella le parecía la síntesis del deseo, tan carnal y abundante, tan ansiosa…

Distanciándose de ella, terminó de sacarle la blusa de un tirón para admirarla. Los últimos botones tintinearon en el suelo. Su polla cabeceaba mientras que, con una sonrisa, observaba cada detalle de su cuerpo como si quisiera memorizarlo. Tomándola de la mano, la hizo girar ante sí como una bailarina: la piel perfecta, mínimamente ajada, dorada y pálida como la leche en las nalgas grandes sobre los muslos amplios y morenos; blanca en las tetas grandes, péndulas, de pezoncillos oscuros y duros; el triángulo del pubis poblado, perfectamente acotado; el cuerpo de guitarra; la nariz prominente que dotaba a su rostro de un aire salvaje y racial enmarcada por aquellos labios gruesos, rojos y brillantes y por los ojos oscuros de mirada honda.

Empujó su cabeza hacia abajo haciéndola arrodillarse. Keka se encontró frente a aquella polla limpia, brillante, gruesa y ligeramente curva. Nunca había aceptado hacérselo a Alfredo. Lamió con la lengua en punta la gotita cristalina que brillaba en el capullo y lo engulló sin saber muy bien qué hacer. Fue Tomás quien, empujándola más adentro, le hizo entender que iba a follarla. La sintió deslizarse entre los labios, Notaba el relieve mullido de sus venas deprimirse al rozarlos y el avance lento, paso a paso, unos milímetros más adentro cada vez que, tras sacarla unos centímetros, volvía a empujar hacia su garganta.

-          Así, putita… Relájala… Deja que entre…

Nadie jamás la había llamado así. Sintió un chispazo de placer al oírlo y obedeció. Poco a poco, la sentía deslizarse más adentro. Se ahogaba, y los ojos se le llenaban de lágrimas. Comenzó a acariciarse. Estaba loca de deseo. A veces, la sacaba entera, y babeaba a chorros sobre sus tetas. Un instante después, volvía a empujar más adentro. Veía lucecitas de colores causadas por la hipoxia, que creaba en ella una sensación extraña de irrealidad. Su voz sonaba como a lo lejos. Follaba su garganta cada vez más adentro y más deprisa, sujetando su cabeza agarrando su pelo con fuerza.

-          Así… zorrita… Así… Tra… ga… te… laaaaaaaaaaa…

La sintió entrar entera. Sintió su nariz apoyada en el pubis depilado del muchacho. La sujetaba con fuerza cuando comenzó a llenarla de esperma templado. Se ahogaba enloquecida, clavándose dos dedos mientras una bruma, como un desmayo, parecía nublarla. Se estremecía corriéndose de una manera que desconocía. Tomás la dejó caer. Todavía se corría salpicándola. Le fascinó el temblor convulso del cuerpo de aquella mujer que se corría en el suelo masturbándose como una loca, con el rostro descompuesto y el rímel corrido, babeando y jadeando. Sus tetas grandes temblaban como flanes y su pubis golpeaba el aire a golpes secos y violentos.

Como en un sueño, caída todavía, recuperándose lentamente, le vio moverse por el salón. Puso música, salió un momento para regresar enseguida con dos vasos con hielo, y preparó dos gin-tónic que colocó sobre la mesa frente a uno de los tresillos.

-          Toma.

-          Gracias…

-          Oye, putita ¿Sabes que no sé cómo te llamas?

-          Keka.

-          Yo Tomás.

-          Encantada, Tomás.

-          Igualmente.

Se rieron al unísono. Permanecieron en silencio, sentados en el suelo con las espaldas apoyadas en el sofá, bebiendo a sorbos cortos la bebida amarga y perfumada. Keka se sentía bien, extrañamente bien. Tomás la miraba sin disimulo alguno, como valorándola, causándole una sensación ambigua entre la vergüenza y el alago. Trataba de no mirar su polla, que permanecía dura. Le daba corte.

-          Ven, vamos a bailar.

Se dejó levantar ayudada por su mano. Sonaba un disco de Cristina y bailaron abrazados. La polla le resbalaba en el vientre haciéndola sentir excitada y confusa. Tomás le besaba la boca y se agarraba a sus nalgas. A veces, sentía su pierna entre los muslos y casi se refregaba en ella como una perra en celo. Le susurraba al oído.

-          Estás muy caliente, zorrita…

-          Sí…

-          Deseando que te folle…

-          Sí…

-          Eres una puta.

-          Sí…

La había hecho girarse y bailaba abrazado a su espalda. Susurraba a su oído y le mordía el cuello mientras sus manos amasaban las tetas grandes, mullidas; recorrían su tripa y su vientre… Sentía su polla resbalándole entre las nalgas. Se sentía excitada, confusa, casi mareada. Su respiración se volvía agitada y honda. Gemía cuando sus dientes se le clavaban en el cuello.

-          ¿Quieres que te folle?

-          Síii…

-          ¿De verdad?

-          Por… favor…

-          Pídemelo.

-          Fóllame… por… favor…

-          ¿Qué?

-          Méteme… la polla…

-          ¿Por qué?

-          Por favor…

-          ¿Por qué?

-          Porque… estoy…

-          ¿Sí?

-          Caliente…

-          ¿Mucho?

-          Empapada… Cachonda… Como… como una… perra…

La empujó suavemente forzándola a inclinarse. La sujetó agarrando sus muñecas con las manos, y clavó su polla en ella haciéndola gemir. Comenzó un golpeteo suave que hacía que su culo dibujara ondas. Keka gemía y jadeaba dejándose manejar. Oía el chapoteo en su coño, el cacheteo de su pubis al golpearla. A veces, se le escapaba un quejidito, como un grito suave.

-          ¿Así, putita?

-          Más… fuerte…

-          ¿Más?

-          ¡Así… asíiiii…!

Alfredo los escuchó desde la puerta. Su vuelo se había cancelado tras casi cinco horas en la terminal. Extrañado, dejó la maleta en la entrada y se acercó en silencio a la puerta del salón. Apenas podía creer lo que veían sus ojos: ante él, dándole la espalda, un muchacho follaba a su mujer por detrás como un animal. La llamaba putita, y ella pedía más casi a gritos. Parecía estar corriéndose. Sintió que se le aceleraba el corazón en el pecho y le subía un ardor a la cara. Permaneció en silencio unos minutos observando la escena sin saber decantarse entre la ira y la excitación que le causaba la imagen de su cuerpo redondeado temblando ante los golpes de aquel semental. Sus tetas se balanceaban bajo su pecho, entrechocaban entre sí, y el cacheteo rápido en su culo…

-          Hola.

-          …

-          Al… Alfredo…

-          No, muchacho, no te pares ¿Cómo te llamas?

-          To… más…

-          Sigue, sigue, no te preocupes.

Caminó hacia ellos lentamente. El chaval, desconcertado, seguía follándola, aunque más despacio, como si tratara de evaluar la situación. Keka se dejaba hacer y lloraba.

-          Y dime, Tomás ¿Cuánto te ha ofrecido?

-          Yo…

-          ¿Cuánto?

-          Cincuenta.

Sacó su cartera del bolsillo con un movimiento pausado, esforzándose por parecer tranquilo. Rebuscó dentro, extrajo cinco billetes de cincuenta y los dejó sobre la mesa.

-          Bueno, pues ahora trabajas para mí ¿vale?

-          …

-          Venga, anda, no te pares. Dale fuerte, como antes.

Desconcertado, el muchacho obedeció, y el ritmo se hizo más rápido, más fuerte. Sin poder evitarlo, Keka gemía. Alfredo, sin soltar la cartera, extrajo unos cuantos billetes más sin contarlos, y los colocó cuidadosamente en un montoncito junto a los que había dejado para Tomás.

-          Estos para ti, puta.

-          …

Se situó frente a ella, que pudo observar el bulto bajo su pantalón. Se sentía insultada, pero no conseguía evitar sus gemidos, el placer que experimentaba contra su voluntad ahora, le hacía sentirse incapaz de pelear por recuperar su dignidad. Su marido la agarró del pelo obligándola a incorporarse. Alfredo se sintió excitado, extrañamente excitado. Tenía el rímel corrido y lloriqueaba entre gemidos. Su piel brillaba de sudor y se estremecía a cada golpe. No podía verlo, pero aquella consciencia de que le clavaba la polla le causaba un marasmo de sensaciones contradictorias. Se esforzaba por mostrarse sereno, quería mantener su autoridad moral. Le hablaba en tono sosegado mientras sujetaba su cabeza en alto, muy cerca de su cara.

-          ¿Qué ha pasado, cariño?

-          …

-          ¿Estabas cachonda como una zorra y te has ido a buscarte una buena folla para que te follara?

-          …

-          Contesta, joder.

-          Sí…

-          No sabía… ¿No te bastaba la mía?

-          Yo…

-          Ya… ¿y esto… lo haces a menudo, puta?

-          No… es… la primera… vez…

-          ¡Ah! ¡Menos mal!

-          …

-          Querías algo más fuerte ¿no?

-          …

-          Que contestes, puta.

-          Sí… yo…

-          Vamos a hacerlo más fuerte ¿Vale, Tomás?

-          …

-          Tomás, métesela en el culo, por favor… Vamos a convertir esto en una experiencia interesante.

Keka chilló al sentirla. Sentía el corazón acelerado. Alfredo, imperturbable, seguía hablándola, insultándola, haciéndola sentir avergonzada, humillada. Al mismo tiempo, acariciaba su coño empapado y su cuerpo respondía de una manera extraña. Lloraba y chillaba, sentía un terrible dolor. El muchacho le rompía el culo con fuerza, cada vez más deprisa, y palmeaba sus nalgas. Las sentía arder y, pese a todo ello, las caricias de su marido, sus insultos, le causaban una excitación terrible.

-          Podrías habérmelo dicho, zorra. Podrías haberme dicho “oye, cariño, que, como soy una puta, me vendría bien contratar a un buen semental para que me folle”. ¿Sabes? Yo lo hubiera comprendido ¿Qué puede hacerse cuando se casa uno con una ramera? Pues buscarle sementales para que se sienta bien llena de polla ¿No?

-          Por… favor… por… favor…

-          Pero no, claro, la perra tenía que hacerlo a escondidas… Se ve que te daba vergüenza ¿No?

-          Síiiii…

-          Y, sin embargo, cuando nadie te mira se te pasa…

Mientras la insultaba, se había sacado la polla. La tenía dura, como una piedra. Empujó su cabeza hacia abajo. Keka trató de resistirse en un esfuerzo inútil por preservar una cierta dignidad que hacía rato que había perdido. Su marido le propinó una bofetada y se la metió en la boca de un empujón.

-          No seas tímida, cariño. Por doscientos euros tendrás que hacerme una mamada por lo menos ¿No te parece?

Cada golpe que el pubis de Tomás propinaba en su culo, empujaba su cabeza hacia Alfredo, que follaba su boca sin contemplación alguna. La bamboleaban como a una muñeca, y tenía que sujetarse agarrada a los muslos de su marido.

-          Hola. Se ha suspendido la acampa…da…

Nino se quedó helado bajo el quicio de la puerta del salón dejando caer su mochila al suelo. Había llegado en el momento preciso en que su padre sacaba la polla de la boca de su madre y se corría a chorros en su cara.

-          ¡Síiiii…! ¡Dámela… dá… me… láaaaaaaaa…!

Salvo alguna fugaz visión por accidente, había llegado a sus dieciocho años sin ver a su madre desnuda, y aquella imagen le provocó un shock que le dejó paralizado. Un chico que debía ser poco mayor que él la estaba follando y su padre se le corría en la cara. Ella chillaba. Parecía estar corriéndose. La escena le causó una involuntaria erección y una sensación abrumadora de desconcierto.

-          Ma… má…, Pa… pá… ¿Qué…?

-          Nino, hijo, qué sorpresa… Ven, no te cortes, hijo. He pagado a estos dos bastante bien, y no creo que haya problema… Si no… Bueno, podemos darles cien eurillos más a cada uno… Ven, acércate.

Obedeció en silencio. Se acercó a ellos sin saber qué hacer. Pese al escándalo que le causaba, la nítida conciencia de que aquello estaba mal, obedeció. No podía separar la vista de ella. El maromo seguía follándola y ella lloriqueaba, gemía. Su cuerpo se movía, sus tetas se balanceaban, y oía aquel chapoteo, aquellos gemidos; y veía su rostro descompuesto, cubierto de esperma… Era la viva imagen del pecado.

-          Vamos, hijo, no te quedes ahí. Sácatela, que te la chupe… Vas a ver cómo se las traga.

-          Dios mío… dios mío… dios mío…

Vio como en sueños cómo su madre, sin dejar de repetir aquella letanía, desabrochaba su cremallera, sacaba su polla por la bragueta, y empezaba a comérsela. Siempre había sido un chico tímido. Apenas había salido con chicas, y aquello no se parecía a ninguna experiencia que conociese. Sintió al calor de su boca y se dejó llevar. Incluso se inclinó sobre ella para magrear sus tetas. Apenas duró un instante. Unos pocos minutos antes de que el otro chaval se quedara pegado a ella y emitiera un gruñido ronco. Supo que se corría, que estaba llenando de leche el culo de mamá, y él mismo se la metió hasta la garganta y notó que se corría también, que se le derramaba dentro. Su padre sonreía.

Keka estaba fuera de sí, como si todo aquello la hubiera superado hasta la alienación. Alfredo, sentado en el sofá, la llamó con un gesto de la mano, y caminó hacia él. Ya no lloraba. Tenía la mirada perdida y los ojos inflamados, febriles. Sin esperar siquiera a que se lo mandara, ella misma se sentó sobre él dándole la espalda, y se la clavó en el culo. Era la sucesión lógica a su humillación. Gemía. Sus piernas abiertas permitían ver su coño empapado, sus labios ligeramente inflamados, su clítoris duro asomando entre sus pliegues. Miró a Nino, como esperándolo, y se dejó follar por él. Gemía y jadeaba exhausta. Su cuerpo se balanceaba exangüe.

Nino chapoteaba en ella. Magreaba sus tetas. La volvía loca. El muchacho sentía aquella cálida y húmeda suavidad como el paraíso, y la follaba sin contención, deprisa. Llegó a besar su boca y, cuando Tomás, arrodillado junto a ellos en el sofá, acercó su polla, ni siquiera se apartó. Todos parecían haber perdido la contención y los reparos. Junto con su madre, besaba su capullo, que resbalaba entre los labios de ambos y pasaba de una boca a otra. Keka no sabía de quien eran las manos que sobaban y estrujaban su cuerpo entero, que manoseaban sus tetas, su culo; que acariciaban su clítoris sin cuidado haciéndola gritar. Se dejaba follar, sacudir. Besaba los labios de Nino y se intercambiaba con él la polla de Tomás ¿Acaso podría degradarse más? Era como si ya nada importara.

-          Mamá… mamá… mamáaaaaaa…

Sintió el capullo de Tomás hinchándose en su boca, palpitando. Sintió que se corría en el coño de su madre, que gemía un gemido agudo interminable, sintió que se volvía más cálido, más húmedo, y que su polla recibía lo que parecía una descarga eléctrica. Papá la llamaba puta. Sintió aquel fluido denso estallándole en la boca a borbotones y lo dejó escapar entre sus labios. Keka lo buscaba como ansiosa, temblando, lo bebía.


-          Bueno, Tomás, ya puedes coger tu dinero. Creo que no necesitaremos más de tus servicios por hoy.

-          Ya… Gracias… Buenas noches…

-          Ah, y apunta tu número en la libreta que hay junto al teléfono. Tendrás algún amigo, ¿verdad? Bueno… ya hablaremos.

Keka, agotada y dolorida, necesitó de su ayuda para llegar hasta el baño de su dormitorio. Nino y Alfredo consiguieron dejarle sentada en el suelo de la ducha y, tras cerrar la mampara, abrieron el grifo. Pareció reaccionar al sentir el primer chorro de agua fría y volvió a relajarse cuando se fue templando.

-          Anda, hijo, toma la esponja y ayúdala a lavarse. La pobrecita está hecha un asco.

Al hacerlo, no pudo evitar una nueva erección que entonces, terminada la locura en que se habían visto sumidos, le avergonzaba. Trató de dar la espalda a su padre para disimularla y, una vez que hubo terminado con ella, comenzó a enjabonarse tratando de prolongar el momento, como si fuera a desaparecer.

-          Te gusta, ¿verdad?

-          …

-          No te preocupes, no pasa nada. A mí me gusta también.

-          Pero… antes…

-          No sé cómo ha pasado. He llegado a casa y estaba con ese muchacho, Tomás. Supongo que me he vuelto aburrido. He pensado que si era lo que quería…

Había agarrado su polla enjabonada y la acariciaba haciendo resbalar su mano en ella. Notó la suya dura entre las nalgas y sintió un estremecimiento. No tuvo fuerzas para apartarse. A su edad, cualquier estímulo despertaba en él un deseo incontenible. Ni siquiera se apartó cuando notó los dedos enjabonados deslizándose entre sus nalgas. Apoyó las manos en las pequeñas baldosas azules y se dejó hacer gimiendo. La sintió avanzar despacio, con una delicadeza exquisita. Apenas sintió una pequeña molestia que fue superada al momento por el calambre delicioso que experimentó cuando rozó algún lugar de su interior que parecía actuar como un resorte. Gimió y se dejó hacer. Era como un mareo delicioso, una sucesión de calambres que le recorrían la espalda y hacían que, cada vez que se clavaba en él, su polla rígida pareciera proyectarse hacia arriba.

-          Ma… má…

Keka, inclinándose hacia él, había empezado a chupársela, a tragársela entera. Cuando notó que el fluido caliente le inundaba, convirtiendo el deslizarse en su interior de la polla de papá en una caricia cálida y sedosa, se derramó en ella que, dejándose caer de espaldas a la pared, terminó con su mano haciéndole regarla, dejándose salpicar con una sonrisa fatigada en los labios.

Aquella noche, durmieron juntos. Keka entre ambos se dejó envolver entre las brumas del sueño respirando la impresión de un momento inaugural. Olía a gel de ducha perfumado, a limpio. Nino dormía con una mano en su pecho, y Alfredo emitía aquel ronquido suave, como para no molestar. Pensó que ojalá no le escociera tanto. Hubiera vuelto a follarles.