¿Profesora indulgente?
Miguel iba a revisar su trabajo para conseguir un ansiado aprobado, pero algo cambiará sus planes iniciales, algo maravilloso que ni él mismo sabría definir.
Miguel caminaba con paso dubitativo hacia el despacho de Edurne, sin poder apartar de su mente lo mucho que le excitaba aquella profesora. Edurne era la profesora más joven de la facultad a sus 26 años. No es que fuera una mujer exuberante, pero tenía una belleza irresistible, y una profunda mirada de ojos verdes que le hipnotizaba. Cierto es que tenía las tetas pequeñas, pero muy turgentes. Y un culo… ¡Dios, qué culo! En cuántas noches de onanismo había sido ese culo el protagonista…
Intentando no tener una inoportuna erección, alejó esa imagen de su mente. Llamó a la puerta, golpeando la madera con un puño tembloroso.“¿Se puede?” – agregó mientras llamaba.
“Adelante” – Le contestó Edurne.
“Hola Edurne” – Respondió Miguel. “Quería revisar el trabajo de la semana pasada”.
“Claro, pasa” – Le contestó. “Déjame que lo busque… Bueno, tienes un 4,5. Has estado muy cerca de aprobar, pero la bibliografía es demasiado escasa, así que me temo que no puedo aprobarte”.
“¿Y si lo reviso y vuelvo a entregarlo esta noche?”
“Me temo que eso no es posible, Miguel. Sería injusta con tus compañeros si te concediera una segunda oportunidad. No te lo tomes a mal, no es nada personal”. Entonces Miguel se perdió en aquellos ojos… en su inmensa profundidad, y el tiempo pareció detenerse.
“Aunque, siempre puedes subir nota de otra forma… no sé si me entiendes” – Contestó Edurne. Miguel se quedó petrificado, no podía creer lo que –si su mente no interpretaba erróneamente– aquella mujer le estaba proponiendo.
Ella, viendo su confusión inicial, dejó caer disimuladamente el bolígrafo que tenía a su derecha.
“Vaya, que torpe estoy hoy.” – Dijo ella.
De manera que se levantó y se agachó a pocos centímetros de Miguel, ofreciéndole una panorámica inmejorable de su hermoso trasero envuelto en aquellos ajustados vaqueros.
Esa fue la gota que colmo el vaso. Miguel se abalanzó sobre ella, la volteó y buscó sus labios desesperadamente, a lo que ella le correspondió. Ambos estaban al borde de la locura, y de los besos pasaron a las caricias… de las caricias a quitarse la ropa… y poco después estaban fundidos en un continuo roce mientras sus cuerpos se pegaban más y más.
Miguel sintió un arrebato y empujo a Edurne sobre su mesa, abrió sus piernas con fuerza y la penetró como si le fuese la vida en ello. Le sorprendió gratamente comprobar lo húmeda que estaba ella, como si al igual que él, llevara mucho tiempo esperando esa ocasión. Y además estaba depilada, tal como él la había imaginado.
La penetraba con fuerza, haciendo que sus huevos chocaran el ese culo que tantas fantasías le había provocado. Y, sin darse cuenta, ella tomó las riendas de la situación y se levantó. Después sentó a Miguel en su silla y se acomodó sobre él dejándose caer sobre su erguida polla. De una certera estocada la chica se empaló sobre el endurecido miembro.
Entonces empezó a cabalgarle. El chico no desperdició aquella maravillosa oportunidad y al instante llevó sus manos hacia el culo de ella. Apretó esas nalgas bien prietas primero, para luego darles cachetadas. Miguel estaba en éxtasis, y no tardó en bañar el interior de su coño con abundantes chorros de semen, mientras ella llegaba casi de manera simultánea a un inmenso orgasmo.
Edurne se levantó y comenzó a vestirse, mientras Miguel quedaba exhausto en la silla. Ella se dio la vuelta y con una sonrisa picarona le arrojó algo a la cara. Miguel cogió aquel inesperado regalo y descubrió que eran sus braguitas de encaje rosa.
“Con esto recordarás que revisar los trabajos siempre es bueno para la calificación final” – Sentenció Edurne.
Miguel estaba convencido de que acababa de echar el mejor polvo de su vida. Ninguna mujer le había provocado un orgasmo como aquel.
“Lo entiendes, ¿verdad Miguel?” – Dijo Edurne.
Entonces Miguel volvió a la realidad, venciendo el hechizo de aquellos penetrantes ojos verdes.
“Sí, claro. Me esforzaré más en la próxima ocasión”.
“Me alegro. Y no dejes de ir a clase, que tienes mucho potencial, sólo tienes que prepararte bien el examen”.
Miguel salió de aquel despacho, deambulando aún entre la pequeña línea que separa la realidad de la ficción… convencido de que lo que había vivido minutos atrás era real. Debía ser real… o al menos él así lo sintió.