Profesor y Alumna
Cuando ves crecer a una alumna y llega a los 18 preciosa, no puedes controlarte
14 años tenía cuando la conocí. Aquella chiquilla necesitaba que alguien le explicara las cosas de forma distinta a como lo hacía su profesor. La verdad es que era una muchacha bastante inteligente, pero no entendía lo que explicaban en clase, así que su padre pensó que lo mejor era buscar apoyo exterior, y ahí entro yo. Empezamos las clases de refuerzo con una hora semanal, y la verdad es que era más que suficiente, porque cogía los conceptos al vuelo. Daba gusto dar clase a una chica así. Cuando terminó el curso, el cambio en las notas había sido notorio, por lo que su padre decidió que lo mejor era no arriesgar y seguir con lo que funcionaba, así que me aseguré seguir dándole clase los años siguientes mientras cursaba el instituto. Así, semana a semana, año a año, fuimos entablando una bonita amistad, ya no como profesor alumna, si no como verdaderos amigos, quedando incluso de vez en cuando para tomar algo por el barrio.
En su último año de instituto, ya no se veía por ningún lado a aquella chiquilla que empezó a venir a mis clases con 14 años, ya era toda una mujer, con sus 18 recién cumplidos dos meses antes, y el cambio físico que había desarrollado era espectacular. Se había convertido en una mujercita muy atractiva, delgadita, con unos pechos pequeños pero firmes, unas piernas largas que marcaban el culito redondito y prieto. La verdad es que era un bombón. Costaba concentrarse al final del curso durante las clases, ya que la primavera no ayuda, superando los 25 grados, e incluso llegando a los 30 la mayoría de días, por lo que era muy común que viniese a clase con mayas cortas y camisetas de tirantes.
Un día tras terminar una clase me fijé que no tenía muy buena cara a lo que le pregunté si le ocurría algo. Parece ser que llevaba un par de días con dolor de espalda y no le dejaba descansar bien. En mi vida he sabido dar masajes, pero pensé que mientras no hiciera fuerza, mal no le podría hacer, y mejor intentar algo, así que le propuse que si quería podía intentar darle un masaje suave a ver si le calmaba un poco, al menos hasta poder llegar a su casa y que la llevaran al médico. Sorprendéntemente accedió y se tumbó en el sofá boca abajo. Empecé a acariciarle la espalda, primero por encima de la camiseta y después por debajo. Tenía una piel muy suave, imagino que lo normal en una chica de su edad. Y como no se quejaba, entendía que mal no debía estar haciéndole, así que seguí. Hay que decir, que realmente eran casi más caricias que otra cosa, pues el miedo a hacerla más daño me impedía hacer apenas presión sobre los músculos. El caso es que parecía que le estaba gustando, y por qué no decirlo, yo también estaba disfrutando de la situación. Le aconsejé que se levantara la camiseta para tener mayor libertad de movimiento por toda la espalda, así como desabrocharse el sujetador. Sin dudarlo lo hizo al instante, dejando al descubierto toda la espalda y un buen camino libre para mis caricias. Así que proseguí con ellas: zona lumbar, cervical, cuello, hombros... Noté que la zona de la nuca le producía sensación de placer, o eso intuí, así que armándome un poco de valor, decidí probar suerte y enfatizar ahí mis caricias. Su rostro, iba cambiando de relajación a placer, no habría los ojos, se dejaba llevar por cada caricia, por cada movimiento de mi mano. No sabía si eran imaginaciones mías o realmente estaba disfrutando del masaje, pero no se oyó ni una queja. Yo seguía a lo mío, y cuando me quise dar cuenta, tenía una erección bastante considerable. Me asusté por si ella lo notaba, por lo que podría pensar, que en parte, razón no le faltaría, pero tampoco había sido mi intención inicial. El caso es que, intentando colocarme de forma que no pudiese rozarla para que no se diera cuenta, forzando la posición, acabó ella medio de lado. Pero le daba igual, ella solo quería seguir disfrutando, y yo empezaba a disfrutar de más con las vistas que se podían empezar a apreciar debajo de esa camiseta holgada y ese sujetador medio suelto. Así que seguí con mis caricias, pero esta vez por su costado, desde la cadera hasta la axila, notando cómo se estremecía hasta llegar a ella, pero no eran cosquillas, pues no había ni pizca de risa o mueca en su rostro, era de puro placer. Yo seguí, arriba y abajo, suave, unas veces solo las puntas de los dedos rozando la piel, otras veces la mano entera. Iba alternando estos movimientos cuando ella, sin decir nada, se da la vuelta del todo quedándose boca arriba. En ese momento no sabía dónde mirar. Su carita seguía con los ojos cerrados, y con esa boquita, estaba preciosa. Su cuerpo, con la camiseta levantada lo justo para tapar los senos, dejaban ver un vientre muy apetecible, que terminaba en unas mayas que provocaban lujuria solo de pensar lo que tapaban.
Así que, como la decisión de darse la vuelta había sido exclusivamente de ella, intuí que tenía vía libre para seguir con mis caricias por este lado de su cuerpo. Empecé por los brazos, para ir viendo su reacción, pero todo seguía igual, ella con los ojos cerrados disfrutando de cada roce sobre su piel. Me entretuve un poco en su cuello, sabiendo lo que ello le hacía sentir por lo experimentado anteriormente en la nuca. Según iba acariciando la zona, su pequeño cuerpo se estremecía y curvaba. Ahí ya estaba claro que ambos sabíamos que no se trataba ni de un masaje ni de un dolor de espalda. Ambos estábamos disfrutando y no sabría decir cuál de los dos lo hacía más.
Obviamente pasar a los senos era un riesgo muy alto, estaba disfrutando mucho aquella situación y no quería correr el mínimo riesgo de estropearlo así que bajé directamente a su vientre. En cículos, alrededor de su ombligo, iba acariciando, aumentando el diámetro en cada vuelta hasta llegar a rozar las mayas por abajo y la camiseta por arriba. En ambas zonas, notaba que al pasar se volvía a curvar ligeramente, así que en cada pasada estiraba un poco los dedos para levantar levemente, como por descuido, ambas telas. Y en cada pase, miraba por si aparecía alguna reacción de rechazo, pero nada de nada, ella ni se inmutaba, salvo para estremecerse en cada caricia cercana a su pecho o a su bajo vientre. Eso me hizo armarme un poco de valor y tirarme a la piscina, poco ya tenía que perder, y en el siguiente pase levanté más la camiseta y pude ver esos senos que tantas veces esta primavera había imaginado. Unos pezones pequeñitos y duros coronaban dos montes perfectamente simétricos y tersos. Entraban ganas de llevárselos a la boca, pero tenía que controlarme, ya no sé si por ser alumna o por no estropearlo, ya no podía pensar salvo en que no quería que esta situación terminara nunca. Al ver que ella seguía disfrutando sin prestarme aparentemente ni la más mínima atención, seguí aventurándome pero esta vez por la parte de abajo, repitiendo la misma operación que acaba de realizar minutos antes con la camiseta, pero esta vez jugando con la cintura de su ajustada maya. Primero la puntita de los dedos acariciaban justo debajo de la cinturilla, luego medio dedo, y su reacción era facilitarme la entrada curvándose de forma que su vientre bajaba dejando un pequeño hueco entre la maya y su cuerpo. Cada vez fui introduciendo un poco más mis caricias observando cómo su respiración se iba acelerando. Estaba tan cerca del fin, que tuve miedo de seguir. La miré, seguía impasible pese a su gran excitación, y eso la hacía estar aún más bonita. La verdad es que no sé cómo fue, no recuerdo haberlo meditado, pero saqué la mano de debajo de la maya para poder apoyarme en el sofá, y besarla. No fue un beso apasionado ni nada, solo quería sentir sus labios. El caso es que ella volvió a no hacerme caso, recibió el beso sin más, sin cambiar el semblante. Ya después de eso, estaba claro que nada podía estropear ese momento, así que volví a mi posición inicial y empecé de nuevo a acariciarle el vientre y fui bajando lentamente hasta su maya, introduje la mano dentro, seguí acariciando mientras mi excitación iba en aumento pensando en lo que estaba por llegar. Por fin, la punta de uno de mis dedos tocó levemente sus genitales, momento en el que ella por fin reacció con un leve gemido, y un estremecimiento mayor que ninguno de los provocados anteriormente. Ya no había vuelta atrás, introduje toda mi mano y empecé a acariciar su zona íntima, suavemente, desde el clítoris a la entrada de su vagina, arriba y abajo, una y otra vez. Su respiración ya era incontrolable, así como su cuerpo que no paraba de curvarse como si estuviera poseído. Aumenté la presión que ejercía con mis dedos y me centré en su clítoris, pues sabía que era donde más placer le daba, y no paré de masturbarla mientras con la otra mano le acariciaba sus duros pezones. Pese a todo ello no podía dejar de mirarla a la cara, me resultaba preciosa, y parecía increíble que allí estuviera, toda para mi, a mi merced, dispuesta recibir cuanto yo quisiera darle.
Un par de minutos después abrió los ojos, por primera vez, me miró, abrió la boca como para querer decirme algo, pero ninguna palabra salía de su boca. Unos segundos después lo único que pudo expulsar fue un largo gemido al llegar al orgasmo. Su primer orgasmo en pareja, y lo había provocado yo. Relajándose dejó caer su cuerpo de nuevo al sofá, rendida pero sonriente. Había disfrutado, había llegado a un orgasmo, se había corrido por primera vez con un chico, y había sido con su profe, algo que jamás habría imagino. ¿O sí?