Profesor enculado
Un gordo profesor de instituto, aficionado a meterse consoladores por el culo, deja que un alumno le dé una buena ración.
Puesto que no creo que nadie vaya a investigar quién se oculta tras mi pseudónimo, no diré aquí ninguna falsedad.
Tengo 40 años, trabajo como profesor de instituto y estoy gordo. Aunque soy musculoso, mis 110 kilos se notan más en mi panza y en mi trasero. A mí me gusta mi trasero. Es amplio y suave, sin pelo ni granos. Una raja larga y bien delineada y unas nalgas carnosas sin irregularidades.
A mi culo le demuestro cuánto me gusta dándole lo que a él más le gusta: gruesos consoladores. Y también todo tipo de objetos, desde pelotas hasta mandos a distancia. Fotografío y grabo en vídeo mis sesiones de penetración. Después las veo con tranquilidad, repito las mejores escenas y me masturbo contemplando el espectáculo. Me excita ver a ese gordo penetrado, humillado y jadeante. Ese gordo soy yo pero cuando soy el espectador imagino que es otra persona. Me gustaría ver a otra persona haciendo mis numeritos.
Las sesiones de enculamiento son frecuentes, mi culo es un goloso. No solo me introduzco objetos en casa. En el instituto, voy al cuarto de aseo y me meto lo que tenga más a mano. También lo he hecho en el restaurante, en casa de algún amigo, en hoteles, en cines o donde me encuentre. Me he introducido objetos por el ano en la playa, en el campo, en la montaña, en la cuneta de la autopista, en la estación de ferrocarril o en unos grandes almacenes. A veces no hay nada mejor a mano y me meto una piedra redonda, o la pata de una silla. Puede ser una botellita de agua o una percha. La variedad es casi infinita. Y si el espacio lo permite, me paseo con el culo penetrado, contoneándome y diciendo mariconerías.
Sin embargo nunca me han metido una polla. Tampoco he chupado ninguna. Ni siquiera he tenido ninguna en la mano. Nunca le he hecho nada de esto a otro. Y no es que no lo haya pensado más de una vez. Lo que sucede es que no he encontrado ocasión ni me ha hecho falta.
En la imaginación he chupado, me han penetrado, me han dado azotes y me han rebajado a esclavo sexual. Pero solo en la imaginación. A lo más que he llegado es a dejar que algún alumno me introduzca alguno de mis consoladores.
La primera vez fue en un viaje de fin de curso. En el hotel de París tenía una habitación para mí solo, pero una noche un chico, no sé si tenía 16 o 17 años, llamó a la puerta. No abrí, pues estaba en plena faena, con un consolador en forma de polla vibrando en mi culo. Me encontraba en el cuarto de baño y tardé unos segundos en ponerme una toalla en la cintura. Me dejé el tronco de goma metido hasta dentro y fuí a la puerta. Al abrir me preguntó si tenía una aspirina, que a su compañero de habitación le dolía la cabeza. Le dije que sí y cuando iba a sacar la caja de mi maleta, la toalla se deslizó y durante unos segundos mi culo quedó al descubierto. Me rehice enseguida, le dí la aspirina y se marchó sin decir nada. Yo seguí con mi mete-saca y no dejé de pensar en qué habría visto. Al día siguiente, en el desayuno, coincidimos en un pasillo, y con medias palabras me dió a entender que había visto más de lo que yo creía. Me sentí avergonzado pero disimulé. Él no estaba muy seguro de saber qué era exactamente lo que asomaba entre mis nalgas e insistió en que le diese detalles. Le dije que le esperaba más tarde en mi habitación. Estaba yo muy azorado, pero decidí que más valía decir las cosas tal cual fueron y cuando llegó la hora que habíamos convenido le esperaba dispuesto a mostrarle la polla de goma. Cuando llegó, su curiosidad casi le impedía hablar. Le hice pasar y se sentó en la cama. Yo seguí en pie y le conté que el objeto que vió durante un instante era un objeto para mi placer. No le impresionó esto, casi parecía que se lo esperaba. Pidió que se lo enseñara. Aunque yo estaba decidido a hacerlo, me costó un poco. Pero al fin se lo enseñé.
Cuando cogió ese tremendo pollón entre sus manos se quedó asombrado. Le parecía enorme. La verdad es que era uno de mis aparatos más grandes, de dos palmos de largo y tan grueso como mi brazo. No quedó contento con tenerlo en sus manos, sopesándolo y moviéndolo en el aire. Me miró con cara de pillo y me dijo que quería ver lo que hacía con él. A decir verdad, yo estaba bastante excitado y me dejé llevar. Le hice prometer que quedaría entre nosotros y me puse a la tarea. Me coloqué a más distancia de él y puse crema hidratante en el consolador. Lo unté bien y se lo dí para que lo sujetara. Me puse de espaldas y me quité el pantalón de chándal que llevaba. Lo dejé con cuidado sobre una silla y me subí un poco la camiseta. Mi culo estaba al aire en toda su plenitud. Hizo un comentario sobre el tamaño y la blancura de mis nalgas y eso me animó aún más. Me acerqué a él caminando hacia atrás. Me dió unas palmaditas.
Me agaché ligeramente y le dije que pasara el aparato por mi culo. Lo restregó por mi raja con poco acierto. Le dije que lo enfilara hacia el agujero y que lo metiera haciendo fuerza. Le costó varios intentos, hasta me hizo un poco de daño. Le dirigí la mano y al final lo consiguió. La sensación fue muy diferente de la que notaba cuando me lo metía yo. Aquello era mucho mejor. Me entusiasmó. Le hice sacarlo sin prisas y volverlo a meter. A la segunda vez le cogió el truco y comprendió que debía meterlo y sacarlo con ritmo. Las emboladas me hicieron sudar como un cerdo. El goce fue mayor de lo que nunca había sentido. Siguió con el dulce vaivén y poco a poco fuimos cambiando de posición. Yo me movía y él me seguía. Acabé tendido en la cama y él continuó, de vez en cuando el consolador se salía pero él me lo volvía a meter. Me insultó llamándome gordo maricón y cosas similares y me dió varias palmadas sonoras, pero no paró de mover la polla de goma. Cuando me estaba deshaciendo, dejó de moverlo. Volví la cara y le ví masturbándose. La cabeza de su polla aparecía y desaparecía con rapidez y acabó eyaculando sobre mis nalgas. Cuando acabó le entraron las prisas, y en un suspiro salió de mi habitación. Me quedé rendido y confieso que llevé una mano a la mancha de semen y lo pasé por mi cara.
No pasó nada más de este tipo en el viaje, aunque cada vez que nos cruzábamos me miraba de reojo. Tal y como han ido las cosas hasta ahora sé que no guardó el secreto, pues después de él otros han querido encularme y yo he estado encantado de prestarles mi culo.