Profesor en más de una materia (II)

Tras la clase tan productiva que tuvimos, Alberto no me responde, por lo que decido ir a verle.

Llegué a casa satisfecho, pero pronto debido al arrepentimiento el nerviosismo se apoderó de mí, al fin y al cabo nuestras familias estaban muy unidas y no quería que hubiese problema, a parte de que no podría volver a mirar a la cara a su hermano. Probé a enviarle mensajes y llamarle, pero Alberto no me respondía, por lo que me temí lo peor. Dos días después teníamos otra hora de repaso programada, pero minutos antes, mientras me preparaba, me llegó un escueto mensaje suyo cancelándola, sin explicación alguna.

Viendo que la cosa no pintaba bien decidí coger el toro por los cuernos y presentarme el lunes por la tarde en su casa sin avisar, a una hora que sabía estaría él solo, puesto que normalmente aprovechábamos para dar clase.

Llamé al timbre, con el corazón acelerado porque no sabía ni que decir, pero con la idea clara de que debía solucionar aquello. Respondió Alberto con voz adormilada tras varios timbrazos, y le pedí que me abriese. Tras varios segundos de silencio, dio al botón para que pudiese abrir la puerta del portal y subir. Mi mente iba a toda pastilla, una parte pensando en como iniciar la conversación y como intentar aclararlo todo; otra totalmente perdida en lo que había sucedido, en su aroma, su tacto y su sabor.

Me encontré la puerta de su casa abierta, y entré. Albert estaba esperándome en su habitación, y hacia allí me dirigí. Me lo encontré sentado en la cama, con un chándal y camiseta de manga corta y el pelo despeinado tras la siesta, la cama aun deshecha. Me miró irritado.

  • ¿Qué haces aquí?

  • Visto que pasas de responderme, pues vengo aquí a hablar contigo y a aclarar las cosas –le respondí, algo brusco.

  • No hay nada que aclarar, lo del otro día nunca ha pasado, ni volverá a pasar. Yo no soy gay, aquello fue un error y ya está.

Le dije entonces que era normal dejarse llevar en un momento de calentón, que eso no quería decir nada, que la mayoría de tíos habían hecho alguna locura con otro en situaciones así, sin embargo mis palabras sólo hicieron que cabrearlo más y se levantó de golpe, pidiéndome que me fuese. Sin embargo, no me moví y le pregunté qué era lo que tanto le molestaba o preocupaba.

  • ¿Acaso ahora tienes dudas? – inmediatamente vi en su mirada cómo había dado en el clavo. – ¿Ha pasado algo más…?

  • El otro día lo intenté con Claudia, y no fui capaz. Cuando la besaba no sentía nada, ni al meterle mano. Le sobaba el culo y sólo podía pensar en como me lo hacías tu a mi… y no podía quitarme de la cabeza la imagen de tu polla dura y chorreando en mi mano, y su sabor cuando me la metí en la boca…

Llegados a ese punto volvió a sentarse en la cama, con la cara escondida en sus manos. Me dio lástima verle tan afligido, aunque en mis pantalones alguien había dado un salto de alegría. Levantó entonces la cara, y me miró con determinación. Me dijo que yo había provocado eso, y que yo iba a aclarar las cosas. Se levantó, y cogiéndome de la nuca, me besó con furia. Le devolví el beso, moviendo mi lengua contra la suya en un baile que solo nosotros conocíamos. Tras varios segundos se separó de mis labios.

  • Llevo días deseando hacer esto. Hoy te voy a hacer disfrutar como nunca. –Y volvió a la carga contra mi boca, esta vez empujándome hasta que mi espalda chocó contra el armario.

Se deshizo de mi camiseta, y atacó entonces mi cuello, con besos, mordiscos y lamidas, mientras sus manos recorrían todo lo que quedaba a su alcance, ya fuese piernas, torso o culo. Lo único que no acariciaron fue mi polla, ya dura y que empujaba contra la suya, bien apretadas la una contra la otra. Yo sólo hacía que suspirar de placer y apretar su cuerpo contra el mío, totalmente olvidadas ya las posibles implicaciones éticas de lo que hacíamos.

Me separé entonces del armario, y girando lo empotré a él. Ahora era yo quien llevaba la batuta, y decidí que su camiseta también sobraba, por lo que se la quité. Me lancé contra su boca, que ya me esperaba, y agarrándole por el culo lo alcé. Rodeó mis caderas con sus piernas, y yo me dediqué a morrearle mientras le pasaba mi polla bien dura, teniéndolo contra el armario en aquella postura que tanto morbo me daba, hasta que me cansé y le bajé.

Nos separamos entonces y yo me desabroché el pantalón, dejándolo caer al suelo. Lo mismo hizo él con su chándal, donde el bulto era más que considerable. Quedó sólo con un slip de tela rojo en el cual se delineaba perfectamente el contorno de su polla. Me agarró el brazo y me arrastró hasta la cama, donde me tiró sin miramientos.

  • Vaya “profe”, ya la tienes chorreando… La mía aun no se pone así, ¿por qué no la ayudas?

Y acto seguido se subió encima de mí, sentado sobre mi pecho, e inmovilizando mis brazos bajo sus piernas agarró mi cabeza y me plantó el paquete en la cara. Notaba su polla dura y caliente restregándose, y empecé a comérsela por encima del calzoncillo, pringándolo y pringándome la cara según él pasaba toda su dureza por mi boca y mejillas. Cuando ya toda la extensión de su paquete estaba mojado por mi saliva por fin la sacó y de un golpe de cadera me la metió entera en la boca. Comenzó un metesaca lento, durante el cual yo podía recrearme en jugar con mi lengua en su glande, o lamiendo toda la extensión según entraba. De vez en cuando la sacaba y me daba algunos golpecitos en la lengua o las mejillas, pringándolas aun más. Y entonces, sin previo aviso y provocando que mi polla formase un nuevo charco en mis ya manchados bóxers, dejó caer un salivazo en su polla, lo esparció bien dejándola brillante y resbaladiza, y volvió a metérmela en la boca esta vez para follármela con más ganas.

Yo no podía más de excitación. Como pude liberé mis brazos y me lo quité de encima, sacando su polla de mi boca. Me había calentado demasiado como para contentarme con sólo una mamada esta vez. Le tumbé bocarriba y le hice abrir las piernas y sujetárselas, y llenándome dos dedos de saliva comencé a jugar con su agujero, que estaba bien prieto. Él se pajeaba lentamente mientras el primer dedo hurgaba, arrancándole algún gemido. Sólo abandoné su culo cuando la primera gota de líquido preseminal salió de su polla, para recogerlo con la punta de la lengua y llevarlo hasta su boca, para proseguir dilatándole mientras nos besábamos.

Cuando 3 dedos entraban sin que pareciese sufrir, cogí un condón de la cartera y tras ponérmelo y lubricar mi polla con un par de escupitajos, fui metiéndosela poco a poco. Alberto soltó un quejido y vi como su polla bajaba ligeramente, por lo que frené el avance para que se adaptase. Comencé a moverme ligeramente, y Alberto empezó a resoplar, pero parecía que ya no le dolía tanto.

Me lancé a por sus pezones, pequeños y duros, y alterné entre uno y otro mientras aumentaba ligeramente el ritmo y la profundidad de las embestidas. Alberto se mordía el labio y se retorcía, jadeando, y eso me estaba poniendo aun más cachondo si cabía, y cuando me separé vi como su polla volvía a estar como una piedra. Esto me alentó a empezar una follada más bestia, recostándome encima suyo e intentando llegar lo más hondo posible, arrancándole quejidos según le taladraba el culo.

  • ¿Te gusta que te folle? –le susurré al oído.

  • ¿Esto es todo lo que tienes? –fue su respuesta, que provocó un aumento del ritmo y la dureza con la que mi polla entraba y salía de su culo. Era su primera vez, pero la excitación le había convertido en un tragón de primera, y yo estaba disfrutando bien de ese firme culo follándomelo como si no hubiera mañana. No sé cuanto tiempo pasó, solo tenía consciencia de nuestros cuerpos, sudados, calientes y en contacto, y de los sonidos que llenaban la habitación. Alberto seguía pajeándose y gimiendo.

  • No puedo más, me voy a correr –me dijo con la voz entrecortada.

  • Espera que la saco y me corro en…

  • ¡No! –me cortó-. Quiero correrme mientras me follas.

Esa frase unida a la cara de vicio que tenía hizo que comenzase un ritmo frenético, igual que el que llevaba con su paja. Comenzó a gemir más fuerte y a tener espasmos, y entonces su polla comenzó a escupir leche pringando todo su abdomen. Noté en mi polla las contracciones que su culo hacía a medida que se corría. Tras correrse, salí de su culo, tiré el condón al suelo y desde donde estaba me empecé a pajear.

  • Abre la boca –le ordené, y comencé a correrme. Los 2 primeros trallazos llegaron hasta su boca, que los recibía abierta y los degustó, y el resto se perdió en su pecho, abdomen y su polla, que aun estaba dura. Me dejé caer encima suyo, exhausto, y nos besamos.

Tras un par de minutos, me dijo de ducharnos, y puesto que aun teníamos tiempo hasta que llegase nadie, accedí. Total, sólo nos habíamos corrido una vez.