Profesor en más de una materia

El chico al que doy clases particulares me plantea ciertas dudas sobre el sexo, y termina aprendiendo alguna cosillas.

Eran finales de abril y ya empezaba a hacer calor. Iba en pantalón corto y camisa a casa de un amigo del club de básquet, pero no a verle a él.

Desde hacía un año sus padres me habían pedido que ayudase al pequeño de la familia, tres años menor, con las asignaturas de ciencias como matemáticas, física y química, por lo que 2 horas a la semana iba a su casa a darle repaso, y me sacaba algo de dinero que me venía bastante bien.

Tras tantas clases y conocer a la familia desde pequeño la confianza era total, casi siempre nos dejaban solos trabajando debido a que los resultados habían sido más que satisfactorios, reflejados en las buenas notas, por lo que nos dejaban hacer a nuestro ritmo y nos organizábamos nosotros tanto horarios como temario.

El chico, de nombre Alberto, ya era como un amigo más. Era un chaval simpático, moreno de piel, delgado y guapete de cara. Era algo más alto que yo y debido a que también jugaba a baloncesto tenía los músculos algo marcados. Lo que más me gustaba de él eran sus ojos verdes, muy expresivos.

Cuando llamé al timbre, tuve que esperar varios minutos y probar a llamar varias veces hasta que contestó y me abrió la puerta. Al subir a su casa me abrió la puerta mojado y con una toalla anudada entorno a la cintura.

  • Perdona, me he despertado tarde de la siesta y me estaba dando un refrescón para despejarme o no iba a ser capaz de concentrarme.

Le dije riendo que aun tenía cara de sobado pero que no se preocupase. Obviamente me había fijado en su cuerpo, todo del mismo tono de piel. No tenía ni un pelo salvo el caminito que bajaba del ombligo hacía la zona que justo tapaba la toalla.

Subí a su habitación a esperarle mientras se secaba, y apareció al poco con sólo un pantaloncito que apenas llegaba a medio muslo, y aparentemente sin nada debajo, debido al bamboleo que había en el interior según caminaba. Me preguntó si me importaba que estuviese así, debido al calor, a lo que respondí que estaba en su casa.

Nos pusimos manos a la obra con matemáticas, repasando lo que le entraba en el próximo examen hasta que vi que lo tenía todo claro, y aun quedaba media hora de clase cuando ya habíamos terminado todo, puesto que las otras dos asignaturas también las llevaba bien. Nos quedamos hablando de banalidades un rato, hasta que quedamos en silencio mirándonos. Le propuse entonces de dejarlo ahí y ya recuperaríamos el tiempo que faltaba otro día que fuese necesario, pero entonces él desvió la mirada algo turbado y me dijo que quería preguntarme una cosa.

  • Adelante –le dije.

  • Verás… es que estoy ahí ahí con una chica, que además tiene fama de… ya sabes… y claro, ella espera que lo hagamos… -el pobre se había puesto rojo.

No tenía claro cual era su problema, me suponía que la inexperiencia, y acerté. El chico estaba preocupado por no hacerlo bien, y quería que le diese algún consejo, o si le podía explicar como hacer determinadas cosas. Me veía en un aprieto, puesto que yo experiencias con chicas más bien ninguna, pero con lo que había hablado con algunos amigos heteros e internet, algo podía apañar. Le fui relatando algunas supuestas experiencias, con bastante detalle, y siempre remarcándole que nadie nace aprendido.

No llevábamos mucho cuando me fijé en que de tanto en tanto se sobaba el paquete, y como éste iba creciendo, formando poco a poco una tienda de campaña debido a la falta de ropa interior. A mí ver esto también me la empezó a poner dura. Alberto estaba absorto en lo que yo le contaba, hasta que le hice un comentario sobre lo que aparentaban gustarle mis relatos. Ahí se miro el paquete, ya duro en su mano, y se puso colorado al tiempo que lo soltaba y se disculpaba. Le dije que no pasaba nada, que yo estaba igual, y me levanté para agarrarme yo mi polla ya bien dura por encima del pantalón, marcándola bien a escasa distancia de su cara.

Él se quedó ensimismado mirándola, y yo empecé a sobarla y darle pasadas por encima, sin perder detalle de cómo a él se le iba agitando la respiración. Le dije que yo también tenia calor, por lo que me fui desabrochando lentamente la camisa con una mano mientras la otra seguía masajeando el bulto en mi pantalón. Alberto había devuelto su mano a su polla, y se daba caricias al ritmo que yo estrujaba la mía. Me quité la camisa, consciente de que le tenía caliente y que de allí no me iría sin al menos el recuerdo de una paja con él. Eso me calentó aun más y comencé a acariciarme el torso. Él reparó entonces en que estaba sin camiseta.

  • Vaya, tienes bastante pelo…

  • Sí. Tranquilo que tu también tendrás.

  • ¿Puedo tocarlo…?

Asentí, y se levantó, posando sus manos sobre mi pecho. Fue acariciando mi torso mientras yo seguía pasándome la mano por el paquete, que notaba que ya empezaba a humedecerse. A la segunda pasada por mis pezones estos se pusieron duros, y entonces él empezó a jugar con ellos, preguntándome si así debía hacerlo con la chica de su clase.

-Sí –le dije- y también les encanta que se los chupes.

Dicho y hecho. Se lanzó a lamer y succionar mis pezones, haciendo que se me escapase un gemido. Yo ya estaba a cien, por lo que decidí agarrarle la polla, que estaba desatendida. La noté caliente y palpitante por encima del pantalón y deseé llevármela a la boca. Sentí decepción cuando separó su boca de mi cuerpo, para mirarme con la expresión turbada. Veía en su mirada la excitación, el deseo y el miedo por lo que estaba haciendo. Le agarré la mano y la dirigí a mi paquete, sin que opusiera resistencia. Entonces me lancé a comerle el cuello y a sobarle el culo, susurrándole que eso también las ponía cachondas. Le bajé el pantaloncito y dejé al aire un culo bien formado, con una suave pelusilla, y una polla morena no muy grande, pero que en aquel momento era bien apetecible. Alberto gemía con los ojos cerrados, su mano apretándome y sobándome el paquete, su polla dura restregándose contra mi, su cuello y su culo totalmente a mi merced.

Me separé entonces de él, sabiendo que le tenía ya atrapado, y me deshice de mi pantalón y mi calzoncillo ya empapado mientras iba hacia su cama para sentarme, y allí le esperé, con las piernas abiertas y la polla apuntando al techo brillante y húmeda. Se acercó lentamente, su polla apuntándome, y cuando ya le tenía entre mis piernas se dejó caer de rodillas, cogiendo mi polla con una mano y los huevos con otra. Sin mirarme, de un lametazo dejó limpia la punta, provocándome un escalofrío, y a continuación se la metió en la boca y empezó a chuparla lentamente. Se notaba la inexperiencia en el ritmo, lo poco que podía meterse y en algún que otro raspón con los dientes, pero le ponía ganas y yo lo estaba disfrutando a base de bien. Sin embargo yo también tenia ganas de polla, y no pensaba irme de allí sin catar la suya.

-¿Alguna vez has hecho un 69? –le pregunté.

  • No. ¿Vas a enseñarme, “profe”? –el tono con el que dijo la última palabra me puso tan caliente que lo levanté de golpe lanzándolo contra el colchón. Me coloqué encima y le clavé la polla en la boca, donde su lengua golosa ya la esperaba. Me encantó el gemido que soltó cuando toda su polla desapareció en mi boca, ahogado por mi rabo que entraba y salía a buen ritmo.

El chaval aprendía rápido como chuparla, y yo estaba gozando bien de su mamada mientras su polla me follaba la boca al ritmo que él movía sus caderas. No llevábamos demasiado rato y yo a duras penas podía respirar, con mi nariz enterrada en su bello púbico aspirando el olor de sus huevos y la boca llena de polla y saliva, cuando el chaval se sacó mi polla de su boca, me agarró la cabeza con ambas manos y empezó a bombear gimiendo de forma muy escandalosa. Yo le había puesto ahínco en mamar de la mejor forma que sabía y al parecer habría dado resultado. Ni 5 segundos pasaron hasta que noté la boca inundada de su densa corrida, de amargo sabor. Él seguía bombeando, haciendo que parte saliese resbalando por las comisuras de mis labios, y resoplando mientras las últimas gotas salían de su polla y eran recibidas en mi lengua.

Me la saqué de la boca, brillante y pegajosa, y le vi con los ojos cerrados y jadeando, por lo que aproveché para girarme y plantándole un morreo hacerle notar su propio sabor. Cuando me separé, con cara de vicio me dijo “dame más”, y sin dudarlo ni un segundo me senté en su pecho a pajearme con frenesí, mientras él me miraba con la boca abierta esperando recibir mi corrida, que llegó en forma de 4 potentes trallazos que le regaron toda la cara y parte del cabecero, y otros 3 menos intensos que recibió directamente en la boca cuando se la metí para que la dejase bien limpia.

Le premié con otro buen morreo, y justo oímos la puerta de casa, que volvía su madre, por lo que me vestí rápido y me despedí porque era demasiado tarde, no había tiempo de hablar lo que había pasado.