Profesor de Tenis, 02: Robert Friedrich
Ella seguía con las piernas cerradas, y cuando me acerqué por detrás y notó la punta de mi capullo en la entrada de su vagina, curvo un poco su espalda, elevando su culo, para facilitarme la entrada.
- Gracias -dijo Magdalena al camarero, que acababa de rellenar su vaso con un poco más de vino
Todavía me sentía algo atraído por ella, y aunque ya no era la mujer que había conocido hacía ya 33 años, había algo en ella que me seguía cautivando. Quizá fuera aquella sonrisa, con sus dientes blancos perfectamente alineados, rodeados de unos carnosos labios, que tantas veces habían sido míos; quizá era su mirada cómplice, conocedora de todos mis secretos; quizá era, simplemente que habíamos vividos juntos tantas cosas, buenas y malas, que todavía algo de ese amor eterno que una vez nos profesamos, perduraba en algún lugar de nuestros corazones.
- Estás ensimismado, Robert - me dijo, sacándome de estos pensamientos.
-- Lo siento, estaba pensando en un asunto del trabajo... - me intenté excusar.
- Ya, claro...
Llevábamos siete años divorciados, y aún así ella seguía siendo la persona que mejor me conocía. Una ironía de la vida, quién sabe. Y como cada mes, desde hace siete años, allí estábamos los dos, comiendo juntos en aquel restaurante, que tantos recuerdos nos traía a ambos. No todas las separaciones tenían que ser traumáticas, y nosotros hicimos todo lo posible para que la nuestra no lo fuera, no solo por nosotros, sino por el bien de lo que más queríamos, nuestros tres hijos. Sin duda ellos fueron el motivo por el que desde el principio no intentamos hacer una guerra de la separación, y eran, en gran medida, el motivo por el que se seguíamos viéndonos tan a menudo. De hecho, casi todas nuestras conversaciones se centraban en torno a ellos. Sobre cómo les veíamos crecer y madurar, sobre los planes que tendrían de futuro.
La comida de hoy se había centrado sobre todo en Pablo, el mayor de los tres. Magdalena, me confirmó que también ella sospechaban que se casaría pronto con Carmen. Era una buena chica, de buena familia, y ya llevaban saliendo cuatro años, los dos últimos, viviendo juntos.
- Abuelos, dentro de nada abuelos. O si no el tiempo... - comentó Magda.
Nos reímos, y suspiramos con algo de nostalgia dándonos cuenta de lo rápido que pasaban los años.
De Patricia hablamos poco; había poco que decir. A sus 27, Patricia era una chica con las ideas bastante claras, aunque algo terca para mi gusto. Desde que me casé de nuevo con Kate hacía tres años, se fue a vivir con su madre. No creo que le diera siquiera la oportunidad de conocerla. El mero hecho de que Kate fuera solo cinco años mayor que ella, y que estuviera viviendo, comiendo, durmiendo, en los mismos sitios donde un día lo hizo su madre fue demasiado para ella. Llegó así hasta el punto de intentar chantajearme: "Ella o yo" me llegó a decir un día. No elegí a ninguna de las dos, no quise entrar en su juego, pero obviamente eso fue para ella una respuesta, así que hizo las maletas y se fue.
- Pues, precisamente hablé con ella de eso el otro día - me espetó.
-- ¿Y? - le dije para que siguiera, aunque ya imaginaba lo que iba a decir.
- No te extrañe que un día vaya a hacerte una visita - me respondió, cogiéndome por sorpresa, mientras esbozaba una sonrisa en la que se podía leer: "¡Qué!, ¿soy buena negociadora, o no?".
Mi silencio, junto con mi cara de incredulidad, le hizo seguir hablando, dándome más detalles:
- Ha sido difícil, lo sé, pero ya sabes lo cabezota que es... cuando algo se le mete en la ceja y ceja, no hay quien se lo saque. Pero bueno, una madre tiene sus tácticas para ablandar el corazón de sus hijas -ahora ya, en su sonrisa había rasgos de superioridad-. Así que ya sabes, prepárate, que un día de estos se pasa por allí.
-- Espero que tengas razón.
- Sí, pero hazme un favor, y cuando vaya, que no esté Kate por allí. No quieras fastidiarla antes de empezar, ¿eh?
-- Parece que ha sido ella la que te a ganado a tí para su causa -respondí yo, algo socarrón.
- Oh, ¡vamos Robert! Que conste que yo sigo teniendo la misma opinión de Kate que siempre, ya lo sabes. No me gustado nunca ni un pelo, es una lagarta y te quiere por lo que te quiere. Pero eso ya te lo he dicho más veces. Además, que estés con ella no quiere decir que Patricia no tenga derecho a estar con su padre.
-- Bueno, vamos a cambiar de tema, ¿te parece? -la conversación se estaba volviendo algo tensa- En cuanto a Kate, tú y yo no creo que lleguemos a estar de acuerdo nunca.
- Y por tu bien que siga siendo así, porque cuando me quieras dar la razón, ya será tarde...
Siempre tenía que quedar por encima. Decir la última palabra de cualquier discusión. No quise darle pie a que siguiéramos discutiendo, y puse cara de circunstancia. Me miró, y viendo que yo ya había dado por zanjado el tema bajó la mirada a su plato y me comentó lo buena que estaba la merluza.
De Marta sólo empezamos a hablar cuando llegaron los postres. Una tarta de manzana para Magdalena, una tarta al whiskey para mí. No le gustaban las amistades que tenía, el ritmo de vida que llevaban, y que poco a poco habían contagiado a nuestra hija.
- No saben hacer más que ir de fiesta en fiesta. Y seguro que no se conforman con ir a hablar un rato. Seguro que no paran de beber, y ¡Dios sabe que más!
Cuando hablaba de Marta, a Magdalena le salía su lado más protector. Era nuestra hija pequeña, pero no por ello era una cría. Había cumplido ya los 18 años hacía unos meses, y era una chica muy madura, con las ideas muy claras. No creo que se dejara llevar por ninguna de las chicas que iban con ella. Más bien al contrario. Pero su madre no lo veía así.
- Hay que ponerle alguna actividad -Magdalena seguía exponiendo sus ideas-, que se levante pronto; que no se eche a perder, que con las amistades que tiene... no se lo que puede pasar con ella. Vamos, ¡no quiero ni pensarlo!
-- Vamos, Magda... -la llamé por su diminutivo, intentando calmarla- no le voy a poner clases particulares. Ha aprobado la selectividad, va ha entrar en la universidad que quería... no seria razonable.
- Pues unas clases de inglés, no sé,... ¡algo!
-- Habla alemán e inglés casi perfectamente. No la vamos a castigar por algo que no ha hecho, solo porque no te gusten sus amigas.
- Ya... poniéndolo así. Sólo espero que no te tengas que arrepentir de no haberme hecho caso. En el fondo sabes que tengo razón.
-- Venga, mujer... si está en edad de ir de fiesta en fiesta hasta las tantas de la madrugada. O no te acuerdas de cuando tú tenías esa edad...
No se ella, pero yo lo hacía. Fiestas hasta altas horas de la madrugada, alcohol, drogas, mujeres... Por aquel entonces pocas se me resistían, tanto en Munich como en la cantidad de ciudades de España en las que estuve, antes de asentarme aquí. ¡Cuántas noches de sexo, cuántas de lujuria, cuántas de descontrol! Y entonces me vino a la mente algo en lo que, inexplicablemente, no había caído. Marta siendo presa de algún otro que, como yo antaño, sólo buscase en ella un cuerpo con el que pasar la noche. Y desde luego, a Marta no le faltarían tíos de esos. Rubia, ojos azules, cara realmente preciosa. Era relativamente alta, delgada, con unas piernas largas. Lo único que le fallaba eran los pechos, que eran más bien pequeños, aunque tampoco estaba muy seguro, pues el último recuerdo de estos se remontaba a la piscina de casa el año pasado, pero a estas edades ya se sabe como se cambia de un año para otro.
El camarero me sacó de mis pensamientos devolviéndome la tarjeta de crédito con la que pagué la cuenta. La guardé en la cartera, saqué un billete y se lo dejé de propina. Nos levantamos de la mesa y salimos del restaurante, en dirección a mi coche. Era viernes, y salvo que tuvieran algún problema importante en la empresa, hoy no me pasaría por el despacho, así que me ofrecí a llevar a Magdalena a casa de unas amigas. Paré en una gasolinera para llenar el depósito del coche, y ella aprovechó para comprar un paquete de chicles, que son su adicción desde que decidió dejar de fumar. Al volver, se acercó con una sonrisa sospechosa en la cara. Una sonrisa pícara, una sonrisa que me conozco ya muy bien. Me iba a pedir algo.
- Mira lo que he encontrado en la puerta de la gasolinera - y me entregó un pedazo de papel con un número de teléfono móvil escrito en él.
-- ¿Un número de teléfono? ¿Y qué tiene esto de particular?
- Pues que es el número de un profesor de tenis. ¿Recuerdas lo que te dije de Marta? ¿Y si cambias lo del inglés por unas clases de tenis? ¿Suena algo mejor, no?
-- ¿Mejor? A mi me suena parecido. Lo va a tomar como un castigo...
- Bueno, tú haz lo que quieras, pero yo la apuntaría. ¡Que ya sabes que es mejor prevenir que curar! ¡No vayamos a tener algún disgusto!
-- Vale, vale... me lo pensaré. ¿Estás ya contenta?
- Algo más que antes -respondió, mientras cogía el trozo de papel y me lo guardaba en el bolsillo de la camisa-. Por cierto, para cuando le llames, se llama Ramón -y se metió en el coche-.
Pagué al hombre de la gasolinera y salimos de allí en dirección a la casa de la amiga de Magdalena. La dejé a la entrada de su casa, de di dos besos y me fui a casa.
Llegué a la urbanización, saludé a Pedro con un movimiento de cabeza mientras me levantaba la barrera, y seguí conduciendo lentamente hacia mi casa. Llegué a la verja de la finca, puse el dedo en el lector de la entrada, y las dos hojas de la puerta principal se abrieron.
- ¡Qué pasa, don Roberto! -saludó Juan José, mientras enrollaba la manguera de riego.
-- Hola, buenas tardes.
Nunca me había caído bien ese joven. No se si era su mirada altiva, o sus modales poco cuidados. Quizá su manera de hablar, falta de toda educación. Sin dudarlo lo habría despedido ya hacía tiempo, pero las pocas veces que había preguntado por él a Mercedes, ésta había valorado su trabajo muy positivamente. Además, parecía que yo era el único que notaba algo raro en él, ya que nunca en el año y medio que llevaba trabajando allí, ni Kate ni Marta se habían quejado de él. Y con esos pensamientos en la cabeza me alejé, mientras veía por el retrovisor como terminaba de guardar la manguera en el cobertizo con el resto de las herramientas de jardinería.
Dejé el coche en el garaje y fui a la cocina. Un olor estupendo salía de un par de ollas que borboteaban sobre la vitrocerámica. Mercedes estaba frente a ellas, dando vueltas a un refrito que tenía pochándose en una sartén. Me informó que Kate estaba en la sala de cine, viendo una película, y que Marta se quedaría a cenar en casa de su amiga Sonia. Como estaba algo liada con la comida le pedí que cuando tuviera algo de tiempo nos subiera algo de picar, le di una cachete en su nalga izquierda, por los viejos tiempos, y me fui a la sala de cine.
Abrí la puerta y oí el rechinar de unos neumáticos sobre el asfalto, mientras las balas silbaban por toda la habitación. Sin duda transformar aquella habitación en una pequeña sala de cine casero había sido una gran idea. Pantalla gigante, sonido envolvente de gran potencia, butacas anchas y sofás de varias plazas... sin duda esa era una buena forma de disfrutar de una película, aunque ésta no fuera demasiado buena. Y allí, frente a la pantalla, en un sofá de tres plazas estaba Kate, descalza, medio recostada, con sus largas piernas, apenas cubiertas por un vestido blanco, estiradas ocupando todas las plazas del asiento. Con un codo apoyado en el reposabrazos, sostenía su cabeza, que se mantenía en la vertical, con sus ojos verdes fijos en la pantalla, para no perder detalle. Desde que la conocía, el cine había sido su gran pasión. Desfilar por las pasarelas sólo había sido la manera con que intentó sustituir esta pasión, en busca del reconocimiento y las tablas que le permitieran dar el salto al séptimo arte. Pero las cámaras de fotos y los flashes nunca se sustituyeron por cámaras de video, ni las pasarelas por ningún plató de televisión, ni las portadas de alguna revista de moda por pósters en la cartelera de los cines. Y así, a sus 32 años, ya daba por perdidos todos sus sueños de aparecer en alguna película de renombre, y se conformaba con admirarlo desde el otro lado de la pantalla.
Me acerqué a ella por detrás, acariciando el respaldo en el que estaba tumbada. Entonces se percató de que yo estaba allí. Me sonrió, y levanto sus piernas para que me sentara. Con este gesto, el vestido se deslizó suavemente en su descenso, descubriendo una visión exquisita. Me senté y las volvió a colocar encima, mientras se incorporaba para besarme en los labios. Acaricié su lisa melena rubia, aceptando de sus labios un beso cálido y húmedo, que me encendió. Pero no me dio opción a corresponder, ya que antes de que mi lengua intentara abrirse paso hacia su boca ella se separó de mí para recostarse de nuevo, dejándome con la mano que reposaba sobre su melena suspendida inerte en el aire, y con una sensación de vacío inexplicable en mi interior.
Baje la mano hacia mi regazo, y me tropecé con sus piernas. Casi instintivamente comencé a acariciarlas. Las yemas de mis dedos recorrían sus pantorrillas, subían desde sus pies a sus rodillas, para luego bajar nuevamente y comenzar de nuevo una y otra vez. El tacto de sus piernas, como de seda, era placentero y adictivo. La excitación poco a poco se estaba apoderando de mí, y con cada caricia, el camino de ascenso se hacía un poco más largo, y cuando me quise dar cuenta ya no me detenía en las rodillas, sino que mi mano recorría la totalidad de sus muslos. Con la luz grisácea que despedía la pantalla de cine, sus piernas, duras y firmes, podrían haberse confundido con una preciosa talla de mármol, si no fuera por el suave calor que trasmitían a mis manos mientras recorrían cada centímetro de ellas. Pronto la cara exterior de sus muslos me sabe a poco y mis dedos se adentran con furtivas caricias en la cara interna. Entonces noto una presión bajo los pantalones. Con cada caricia, mi erección se va haciendo más notoria y necesito recorrer más y más cada centímetro de la piel de Kate. Mis manos suben por sus muslos hasta llegar a sus ingles y ella se sobresalta. Gira su cabeza y apartando la mirada de la pantalla se vuelve hacia mí. Encogiendo una de sus piernas lleva su pie a mi entrepierna. Nota su dureza y antes de volver de nuevo su vista a la pantalla, en su boca aparece una sonrisa, una mueca pícara que me indica que ella también tiene ganas de juerga. Me acerco más hacia ella, y mientras sigo acariciándole las piernas con una mano, con la otra remango lo poco que quedaba del vestido, para tener una visión del magnífico culo de Kate. Agarre una nalga y la apreté.
Protestó que estaba viendo la película, pero a mi edad, ya no se me empalmaba tan fácilmente, y cuando lo hacía sin ayuda, eran ocasiones que no se podían dejar pasar. Seguí subiendo con mis manos, llegando a su cintura, le hice cosquillas, y ella se rió traviesa mientras se retorcía y cada vez menos convencida pedía que parara, que no podía seguir la película. Me tumbé sobre ella, y le dije: "Pues dale al pause" para acto seguido besarla en la boca.
Entonces oí unos golpes en la puerta de la sala, y cuando me incorporé vi a Mercedes en la puerta con una bandeja. La hice pasar con un gesto de la cabeza, mientras Kate y yo nos recomponíamos en el asiento. Se acercó y dejó los refrescos y algo de picar sobre la mesa, y tras disculparse se marcho, no sin antes mirarme con tristeza a los ojos. Hacía tiempo que no le veía esa mirada... pero la conocía bien, ya que los primeros meses en que Kate vino a vivir aquí, no tuvo otra mirada que esa. Era la tristeza de quién se ha hecho ilusiones, y se da de bruces con la realidad. Unas ilusiones, que yo había fomentado, con algunos encuentros con ella durante mi matrimonio con Magdalena, y también alguno al poco de divorciarme de ella. Para mí solo fueron eso, unos encuentros casuales, en los que sólo buscaba calmar un deseo interior, pero viendo su cara cuando le anuncié que Kate se quedaría a vivir en la casa y que no la tratase como a un invitado, sino como a un miembro más de mi familia, estuve seguro de que para ella esos encuentros fueron algo más. Algo más, y mi anterior palmada en el culo no había hecho más que traer a su memoria todo aquello. Me sentí culpable mientras la vi salir de la sala y cerrar la puerta.
Me volví hacia Kate, que ya estaba de nuevo absorta con la película con un vaso en la mano, y la besé en la mejilla. Me palpé en la entrepierna, y se confirmaron mis sospechas: la interrupción de Mercedes me había enfriado del todo, así que cogí el otro vaso de la mesa y me puse a ver la película.
Cuando terminó bajamos a cenar. La mesa estaba puesta, y Mercedes nos esperaba para servirnos la comida. Estaba deliciosa. La verdad es que siempre había sido una excelente cocinera. Estuvimos un buen rato de sobremesa, hablando de todo un poco, y luego Kate se fue a la cama a leer un rato. Yo me quedé algo más haciendo unas llamadas a unos amigos, con los que había quedado al día siguiente para jugar un rato al golf. Terminé, di las buenas noches a Mercedes y me fui a la habitación.
Allí sobre la cama estaba Kate, tumbada boca abajo sobre la cama, leyendo a la luz de la mesilla de noche. La luz tenue se reflejaba sobre su cuerpo, realzando su silueta sobre las sábanas de color púrpura. El pantalón de su pijama, le cubría solo las nalgas, dejando al descubierto la totalidad de sus piernas, que brillaban por la loción que se daba antes de acostarse. Si me hubiera acercado lo suficiente, habría visto que asomando entre las patas del pantalón miraba curiosos dos labios carnosos y henchidos, diciéndome en silencio que esa prenda era lo único que llevaba sobre las nalgas. La camiseta, amplia pero corta dejaba ver el final de su espalda. Noté como por segunda vez en el día de hoy, mi excitación se hacía palpable bajo mis pantalones. La diferencia sería que esta vez nadie vendría a molestarme. Y me dirigí al baño del dormitorio a por el pijama y a por una de las maravillosas pastillas azules, que en tantos momentos me habían echado un cable cuando pensaba que no habría podido dar la talla.
Saqué la pastilla, y la tragué acompañada de un poco de agua. Y empecé a desnudarme para ponerme el pijama.
- No, no paso, que si no nos entretenemos. Entra, coge lo que sea y sal rápido, que seguro que éstos están ya allí esperándonos.
Me asomé a la ventana y vi a Sonia en la entrada de la casa. Iba como un auténtico putón verbenero. Una minifalda que a duras penas le cubría el culo, y un top que cubría poco más que los pezones de sus generosos pechos, mostrando así un más que provocativo escote. Lo único discreto de su vestimenta eran las sandalias, con un tacón no demasiado alto y el pequeño bolso que colgaba de su hombro. Me quedé absorto viendo cómo contorneaba sus caderas mientras caminaba de un lado al otro del porche para hacer tiempo.
No habrían pasado ni dos minutos cuando salió Marta. Llevaba unos vaqueros largos que cubrían parte de los zapatos de tacón, una camisa blanca larga, que le llegaba a media nalga y de la mano, un bolso grande. Suspiré aliviado.
- Pero tía, ¿no te ibas a cambiar?
-- No, iba a coger algo de ropa. No voy a salir así vestida de casa - le respondió Marta mientras señalaba a su amiga y la miraba de arriba a abajo.
- ¿Y qué pasaría, eh? Anda, enséñame a ver que has cogido, no vayas a espantarnos a todos los tíos de la fiesta.
Y antes que Marta se moviera si quiera, le cogió el bolso, y se puso a rebuscar en su interior.
- Bueno, pasable -dijo mientras estiraba una minúscula camiseta en el aire-. Y para abajo... hey, ¡esto ya está mejor!
Ahora las manos de Sonia sostenían una prenda minúscula, que acercó a la cintura de Marta, para hacerse una idea de como le quedaría puesta, o para ver cuánto tapaba. Si yo no hubiera visto las pintas de Sonia, sinceramente estaría pensando que lo que superponía a Marta sobre sus pantalones, era un simple cinturón. Así, una vez que Sonia se convenció de que no sería la única con pintas de putón verbenero en la fiesta, dio la vuelta seguida por Marta que iba todavía guardando las minúsculas prendas en el bolso.
Me dio un vuelco el corazón. De lo que solo unas horas antes me avisó Magdalena, estaba pasando ahora ante mis ojos. Cogí la camisa que me acababa de quitar y busqué en el bolsillo. Saqué el papel que Magdalena me había metido allí, salí del baño y lo dejé sobre la cómoda de la habitación. Me di la vuelta, y vi a Kate.
Seguía en la misma posición, boca abajo sobre la cama. Ahora, el pantalón se colaba furtivamente entre las nalgas, marcando esa portentosa parte de su anatomía que tan loco me volvía. Me acerqué a los pies de la cama y la observé detenidamente, deleitándome con lo que tenía ante mis ojos. La pálida luz de la habitación se reflejaba en sus piernas, que bañadas por una fina capa de loción hidratante brillaban con destellos dorados. Estiré mis manos hacia sus tobillos, para seguir hacia sus gemelos, que comencé a masajear en círculos. Kate se volvió para mirarme, y al girar su cabeza, su melena se deslizó hacia un lado descubriendo su espalda. Me sonrió, y volvió su mirada al libro. Seguí en mi avance y pasé a acariciar la parte trasera de sus muslos. La postura era algo incómoda, ya que no llegaba bien, así que me subí a la cama y me puse de rodillas, con sus piernas entre las mías, y seguí acariciando sus muslos, ahora con total libertad de movimientos. Recorría cada centímetro de ellos; subía con mis manos hasta donde sus muslos se unían con sus nalgas, y entonces con un giro de muñecas los pulgares estiraba de su piel hacia el exterior intuyendo como se entreabrían los labios detrás de la tela del pantalón. Cada vez que hacía esto, mi polla palpitaba bajo el pijama, y cuando al fin introduje mis manos bajo su pantalón noté una erección completa. Podía ver como mis nudillos se marcaban a través de la fina tela mientras se movían en círculos alrededor de las nalgas de Kate. Ante la intrusión de mis manos, el pantalón se tensó en la zona baja de la prenda, y a cada caricia se iba apretando más y más contra el coño de Kate. Estiré los pulgares, y mientras separaba los cachetes de su culo, recorrí toda la raja, un dedo detrás del otro, desde el final de su vagina hasta llegar a la rabadilla. Un suspiro salió de la boca de Kate, y mis caricias siguieron centrándose en recorrer tan divina hendidura, mientras masajeaba sus nalgas.
Saqué mis manos de debajo de su pantalón y sentándome algo más arriba, justo al final de su culo, mis manos empezaron a recorrer su espalda, por debajo de su camiseta. Kate seguía con su vista puesta en el libro, con sus codos sobre la cama sosteniendo su torso, que se mantenía erguido, así que rodeándola por el vientre, ascendí hasta encontrarme con sus pechos. Para mi gusto eran algo pequeños, pero es que a mi me iban las tallas grandes de sujetador. Cabían justos bajo las palmas de mis manos, y eran de un tacto extraordinario, duros y suaves. Sus pezones ya estaban erguidos, y al pellizcarlos suavemente, otro suspiro se le escapó de entre sus labios, por lo que continué trabajando la zona. Agarré los pezones y los movía de un lado a otro, los estiraba y los soltaba de golpe; apreté sus pechos entre mis manos, primero con suavidad, luego algo mas fuerte; volví de nuevo a centrarme en sus pezones, empujándolos hacia dentro, como si de un botón se tratara, y volviéndolos a estirar de nuevo. Sus suspiros se hicieron constantes y eran ya un acto reflejo a cada una de mis caricias.
Agarré su camiseta y se la intenté quitar. Tarea difícil en esa posición, ya que Kate estaba con los dos brazos apoyados sobre la cama para aguantar el equilibrio. Moví el libro que estaba leyendo hacia el centro de la cama, y agarrando a Kate por un codo la empujé sobre la cama, para que quedara totalmente estirada sobre ella. Ahora, con su ayuda, la camiseta acabó encima del libro, y su espalda desnuda se mostró en todo su esplendor. Me incliné sobre ella dispuesto a besarla entera, pero sentado como estaba, no llegaba, así que estiré mis piernas y me coloqué sobre Kate. Mi miembro duro ya como una piedra -¡benditas sean esas pastillas!- se coló entre sus nalgas, solo separados por nuestros pantalones, y mi boca se abalanzó hacia su cuello, mientras mis manos aguantaban mi peso sobre el colchón a los lados de Kate. Empecé a frotarme sobre ella, mientras ella suspiraba pidiendo más.
Cuando sus gemidos se hicieron insoportables me incorporé, quedándome como al principio, sentado sobre la parte alta de sus muslos. La visión que tenía ante mis ojos no tenía parangón. Por el roce de nuestros cuerpos su pantalón estaba totalmente remangado, dejando al descubierto la mayor parte de sus nalgas. Además la tela, por la presión, se había introducido entre los labios de su vagina, casi llegando a desaparecer en esa zona bañada por la humedad. Mi polla, por su parte, había empezado a derramar líquido preseminal, empapando la tela de mi pijama. Agarré el pantalón de Kate y tiré de el hacia arriba, clavándoselo un poco más entre sus piernas, gimió de gusto, y luego comencé a bajarlo del todo. Al llegar a su parte más íntima, la tela poco a poco fue saliendo de su interior. Salía empapada, descubriendo unos labios rosados, húmedos y henchidos por la excitación. Terminé de quitarle el pantalón y yo hice lo propio. Me volví a colocar sobre ella, esta vez sin ningún impedimento entre nuestros sexos. Ella seguía con las piernas cerradas y cuando me acerqué por detrás y notó la punta de mi capullo en la entrada de su vagina, curvo un poco su espalda, elevando su culo, para facilitarme la entrada. Eso, y la cantidad de líquidos que había en la zona, hicieron que con un leve movimiento de cadera, mi miembro entrara en su totalidad, arrancando a Kate un grito de satisfacción. La dejé allí dentro, sin moverla, sintiendo el calor y la humedad que había en su interior. Podría estar ahí metido todo el día. Entonces ella se giró y me miró con ojos de lujuria, y me dijo:
- ¿A qué estás esperando para follarme? ¡Vamos, empieza a menearte ya!
No faltó que me dijera más. Le agarré los cachetes del culo, y mientras se los amasaba, mis caderas iban en un poderoso movimiento de vaivén, que no hacía más que sacar palabras malsonantes de la boca de Kate:
- Así, joder, así... hummm, como me llenas con tu polla, ahhh, sigue, sí..., así, así, más fuerte.
Era eso lo que más me ponía, esas palabras sucias. Más si cabe que su cuerpo espectacular, esas palabras me encendían hasta un punto inimaginable. Kate era ante todo una persona pudorosa, hasta el punto de ruborizarse cuando alguien le contaba algún chiste verde, pero al llegar los momentos de intimidad, se transformaba. Una nueva Kate se abría paso dentro de ella, y la iba dominado a medida que su cueva se iba humedeciendo. Una Kate que me sorprendió la primera vez que la vi como realmente era. Una Kate adicta al sexo, lujuriosa y apasionada, que gritaba mientras se retorcía de placer, y soltaba obscenidades que me animaban a no dejar de follarla por nada del mundo. Dos caras de una misma moneda. Y cada una de ellas se presentaba justo en el momento preciso que yo lo necesitaba.
Y allí estaba la Kate apasionada del sexo, retorciéndose ante cada envite que le daba, con su culo en pompa, pidiendo a gritos que no parara
- Vamos, vamos, no pares..., humm, ¡que me corro!, ahh...
Estiré los brazos y le agarré por los hombros, para darle con más fuerza
-- ¿Así? Te gusta que te de así, ¿eh? Vamos, dime si te gusta así, ¿o prefieres que pare? -En el fondo me había contagiado a mí también, y hacía lo posible para que ella no dejara de decirme lo mucho que le gustaba.
- Oh, dios, no, ni se te ocurra parar... Sigue así, sigue, ohhh... me voy a correr ya, sí, ahhh
Tiré de ella un poco más hacia mí y aceleré algo más si cabe mis embestidas, y al poco ocurrió.
- Oh, sí, sí, ya llega, ya... ohhhhhh
Y entonces comenzó a retorcerse en un poderoso orgasmo. Sus piernas se encogieron, y una me golpeó en la espalda. Su espalda, bañada en sudor, se tensó, y varias gotas resbalaron por ella hacia su culo. Sus brazos se retorcieron mientras sus manos se agarraban con fuerza a las sábanas púrpuras. Y de su boca un gemido salió, estridente, perforando mis oídos.
Pero eso no me detuvo, y seguí con mi movimiento de mete y saca, mientras ella se retorcía bajo mi cuerpo. Unos minutos después ya estaba más relajada, y solo se oían nuestras respiraciones entrecortadas, y el leve chapoteo que producía mi miembro al perforar el coño de Kate, que rezumaba flujos. Noté que yo tampoco tardaría mucho más en correrme, y agarré a Kate por la cintura y la levante un poco, llevándola hacia atrás, para que quedara de rodillas, a cuatro patas. Le di un par más de sacudidas y noté que no iba a aguantar más, así que la saqué y apunté hacia su culo. Apreté contra su esfínter un poco, y mientras con una mano le separaba algo las nalgas, lo justo para que la punta del capullo entrara dentro, con la otra me puse a masturbarme. No tardé mucho en sentir como una corriente recorría mi cuerpo, y dos chorros de semen aparecieron en torno al ano de Kate. Respiré profundamente, intentando recuperar el aliento. Kate se giró y me miró la entrepierna. ¡Esta pastilla era la hostia! Mi polla, a pesar de haberme corrido hacía un instante seguía tiesa, como si tuviera veinte años. Viendo esto Kate me preguntó:
- ¿No habremos terminado ya, no? -sus ojos, hambrientos, me pedían más.
-- Por supuesto que no, Kate -le dije.
Acto seguido recogí con mi polla todos los restos de semen que había en el culo de Kate, y los puse junto a su ano. Entonces comencé a empujar.
- Humm... sí..., cómo estaba deseando que me partieras el culo. Vamos, ¡reviéntame entera!
Seguí empujando, y los restos de semen comenzaron a escurrirse, culo abajo, hasta llegar a su vagina, donde una parte comenzó a caer en forma de gotas hasta las sábanas, otra parte siguió resbalando por sus piernas. Escupí sobre mi polla para facilitarme un poco la entrada y empujé con fuerza... para reventarla de verdad. Y dio resultado: entró entera, de un golpe, haciendo que Kate diera un grito. No se si era dolor, excitación, placer, o un poco de todo. Comencé a moverme hacia atrás, y el culo de Kate se venía conmigo. No le había dado tiempo a dilatarlo bien, y se notaba, porque daba pequeños grititos con cada uno de mis movimientos. Decidí aliviarla un poco y bajé mi mano a su entrepierna, y me puse a acariciar su clítoris, que estaba empapado. Los sonidos que salían de su garganta se iban haciendo cada vez más placenteros, así que comencé a moverme con más fuerza, mientras le metía dos dedos en el coño, y con el pulgar seguía trabajando su clítoris. Ahora ya sí gritaba de placer. Pero ella quería más, y bajó su mano experta hacia su entrepierna. Yo le cedí mi sitio y me apoderé de sus tetas, que comencé a apretarlas, a pellizcar sus pezones, a estirarlos, a jugar con ellos, mientras seguía moviéndome a un ritmo frenético detrás de su culo. Ella apretaba su esfínter con fuerza, haciéndome sentir que me reventaría la polla si seguía así. Los gemidos de Kate llenaban la habitación, y sus palabras me incendiaban por dentro
- Joder cabrón, sí que me estás reventando... hummm ¡cómo me gusta! Me siento tan llena... ohhh
-- A mi sí que me gusta. ¡Cómo me aprietas la polla con ese culito tan estrecho! Me encanta este culito -y soltando le de los pechos le di un cachete en las nalgas y me agarré a su cintura.
- Oh, sí... dame..., ¡dame más fuerte!
No me hice de rogar y seguí cabalgándola con las manos en su cintura, mientras de vez en cuando le soltaba algún cachete.
No se si fue la frenética penetración anal, los cachetes, o su mano experta sobre el clítoris, pero al poco rato, el cuerpo de Kate, se convulsionaba de nuevo sobre las sábanas, mientras gritaba a los cuatro vientos el motivo de tal reacción:
- Ahhhhh... ¡me corrooooo! ¡Uhhhhhh! ¡Sí!
Seguía con una mano en su entrepierna, moviéndola de un lado para otro, pues se podían oír el chapoteo de ésta en tan húmeda zona de su cuerpo. La otra mano la tenía sobre las sábanas, junto a su cara, que mostraba una mueca de total placer, los ojos cerrados, el labio inferior mordido por su blancos incisivos ahora, y luego pasándose la lengua sobre ellos. Seguía gritando y retorciéndose, por lo que este último orgasmo estaba siendo realmente fuerte y largo. Viéndola así me di cuenta de que yo no tardaría mucho en acompañarla en el camino del placer. Y así fue. Con mi polla dentro de su culo, todo mi cuerpo se agitó en tensión, y empecé a descargar mi semen en su interior. Seguí empujando, hasta quedarme sin fuerzas, y me dejé caer sobre Kate, que vencida por mi peso estiró sus piernas, quedando tumbada sobre la cama, conmigo encima. La besé en el cuello. Los dos reposábamos ahora sobre la cama, cansados, sudorosos, pero satisfechos y contentos. Kate giró un poco más la cabeza, y nos besamos en los labios apasionadamente. Mi miembro comenzó a perder la dureza, y de pronto, como quien quita un tapón, salió Kate seguido de un reguero de semen que se deslizó hasta su vagina, mezclándose con sus fluidos y manchando sus dedos, que todavía permanecían allí. Me quité de encima de ella, y me tumbé en la cama boca arriba, a su lado. Ella me rodeó el torso con sus manos y mirándome a los ojos me besó tiernamente en los labios
- Has estado genial, cariño.
La lujuria había desaparecido de su mirada, y junto a mí tenía de nuevo a la Kate que hace poco estaba leyendo un libro sobre la cama, la Kate cohibida y pudorosa. La Kate lujuriosa había vuelto a su escondite, sólo a la espera de que su deseo sexual volviese a despertar.
Nos levantamos hacia el baño. Kate se pegó una ducha; yo me lavé un poco y volví a acostarme en la cama. Me venció el sueño, y ya no sentí acostarse a Kate.
Me levanté pletórico después de la gran actuación nocturna. Me pegué una ducha, fui a desayunar algo y salí en el coche hacia el campo de golf. Está claro que hoy empieza todo bastante bien: dos bajo par, y me gano esa comida que nos estábamos jugando. Vuelvo a casa y entro con una sonrisa en la boca. Entro en la cocina, y allí está Marta, con una cara que indica que acaba de levantarse. Está bebiendo un vaso de agua, que apura rápidamente, y pronto lo rellena de nuevo y se le vuelve a beber en un abrir y cerrar de ojos. Cuando lo esta volviendo a llenar le hago saber que estoy allí
- Buenos días, Marta. Qué, ¿te acabas de levantar? - con el vaso a medio camino de su boca se gira y me ve.
-- Sí. Bueno, hace un rato ya -y lleva el vaso de nuevo a sus labios.
- Pues si que te levantas con sed, ¿no?
-- Sí... es que hace mucho calor hoy, ¿verdad?
Los dos sabemos que tanta agua no es debida a que haga mucho o poco calor, sino a una terrible ingesta de alcohol la noche anterior, pero no voy a adelantar nada acusándola de haber estado bebiendo sin control en una fiesta a la que ha ido vestida como un putón verbenero, así que prefiero seguirle la corriente y hacer el papel de padre que no se entera de nada.
- Sí, la verdad es que hoy hace un día muy bueno -le respondo mientras salgo de la cocina en dirección a mi dormitorio.
Al entrar en la habitación y pasar por la cómoda veo el papel que dejé allí la noche anterior, con el número de teléfono del profesor de tenis. Miro el reloj. Son las dos menos cinco. No es tan mala hora para llamarle. Marco el número y espero que de la señal. Uno tras otro oigo los tonos de llamada al otro lado de la línea. No lo coge nadie. Insisto y vuelvo a marcar, y otra vez, los tonos de llamada se suceden. Justo cuando estoy apunto de colgar una voz responde desde el otro lado.
-¿Sí? -es una voz carrasposa, seguramente se trate de alguien de mediana edad.
-- Hola, ¿es usted Ramón, el profesor de tenis? -pregunté.
- Sí, soy yo.
-- Bien, querría contratarle para dar algunas clases -le informé.
Tras exponerle que lo que quería era que viniera a mi casa a dar las clases particulares, pasé a preguntarle por sus honorarios:
- Actualmente estoy cobrando 120 al mes por cada alumno, en clases de 6 alumnos, tres horas a la semana; lo que hace...
-- 60 la hora -le interrumpí, adelantándome a sus cálculos-. Bien, te pagaría 65, en concepto de desplazamiento, y las clases serán de 12.00 a 13.30, tanto sábados como domingos. ¿Aceptas?
- ... Bueno, ¿donde sería el sitio en que daría las clases? -no parecía del todo convencido.
-- En una finca en la urbanización "Los Pinares" -respondí.
- ¿En "Los Pinares"? La verdad es que me pilla algo lejos de mi casa, pero bueno... por 75 podríamos empezar mañana mismo.
-- Jajaja, ¡echo! -me hizo gracia que intentara regatear conmigo, y más por unos míseros 10; si me hubiera pedido 100 también habría aceptado-. Mañana entonces empezamos. Esté allí a las 11.30.
Y colgué el teléfono. A continuación llamé por la línea interna a Pedro para informarle de que le dejara pasar cuando llegara mañana y que le explicara como se llegaba a la finca. Justo en ese momento la voz de Mercedes anuncia que la comida está lista.
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FIN
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Aquí termina este segundo relato.
Espero que os haya gustado.
No dudéis en mandarme vuestros comentarios y críticas.
¡Gracias!
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