Profesor de Tenis, 01: Ramón Sendero

Agarré a Verónica por la cintura y la atraje hacia mi. Separó sus piernas y comenzó a clavarse en mi miembro poco a poco, hasta que quedó sentada sobre mí.

¡Por fin había llegado el verano de verdad! Era día 3 de junio, acababa de recibir las últimas notas y todo había salido a pedir de boca: todas aprobadas. Incluso aquellas dos asignaturas a las que me presenté simplemente por ver que pasaba. Por fin, en los cuatro años de carrera iba a tener unas vacaciones de verdad, en las que no iba a tener que estudiar. Por fin, ahora podía ver el final de esta carrera, que tantos sacrificios me había echo hacer... ¡ya solo quedaba un año! Además, este no sería muy duro: menos horas de clase, un par de semanas menos, por el viaje fin de carrera...

  • Oh, oh... ¡el viaje fin de carrera! Seguro que nos íbamos al Cancún, Cuba, o algún sitio similar... total por lo menos 2000€, y yo sin un duro.

El hecho de haber estado tan liado este último año me había hecho abandonar el único medio con el que me ganaba algo de dinerillo en mis días universitarios, que no era otro que el de las clases particulares de matemáticas, física o inglés a chavales de instituto con problemas en estas materias. Así que tras meditarlo un rato me fui al ordenador busque el archivo "Profesor.doc" y volví a imprimir unas cuantas hojas en las que me ofrecía como profesor, con mi numero de móvil. Así pues, con el taco de hojas recién impresas y un rollo de celo, me fui a recorrer las farolas de la zona, para pegar mis anuncios.

No había pegado ni tres carteles cuando vi pasar por la calle a unos niños de unos 10 años acompañados por quien supuse sería su padre. Este llevaba dos raquetas pequeñas en la mano, mientras los chavales le seguían, revoloteando a su alrededor. Supuse que los llevaba al polideportivo, a que les dieran unas clases de tenis....

  • Humm... ¿y por qué no? - pensé.

La verdad es que ya hacía tiempo que no cogía una raqueta, pero la verdad es que dar clases de tenis en verano, con el solecito, al aire libre... sería bastante más agradable que dar un aburrida clase sobre derivadas a un chaval que pasa totalmente de lo que le esté contando. Además, seguro que ganaba bastante más. Con estos pensamientos en la cabeza terminé de pegar los carteles, y volví de nuevo a mi casa para volver a repetir la operación, pero ahora anunciándome como profesor de tenis.

Por suerte para mí, los anuncios tuvieron una acogida casi perfecta, y tras estar toda la semana siguiente pegado al móvil, conseguí doce alumnos para clases de tenis y dos para clases de física y matemáticas. Estos últimos eran un par de hermanos mellizos, hermano y hermana, así que les daría las clases a la vez. En cuanto a los de tenis los dividí en dos grupos, según el nivel que me dijeron por teléfono; ya tendría tiempo de cambiarlos de nuevo, si no estaban en el grupo adecuado. Reservé las pistas de tenis en el polideportivo para el resto de mes, me compre un carro de bolas, y llamé a un amigo para jugar un partidillo de tenis.

Hacia mucho que no jugaba al tenis, y quería volver a coger el ritmo. Desde hacía cuatro años había dejado de jugar al tenis de forma semi-profesional, cuando una caída de la moto me dejo como consecuencia un grave lesión en la muñeca, de la que tarde muchos meses (año y medio) en recuperarme. Como es lógico, cuando quise volver ya no tenía ni la forma ni el control que cuando lo deje, así que mis sueños de dedicarme profesionalmente a ese deporte desaparecieron. Sin embargo, el nivel en el que me encontraba mientras peloteaba con mi amigo, me confirmó que era suficiente como para dar unas clases más que aceptables a mis alumnos la próxima semana

Así, el lunes a las 11.20 estaba junto a la pista del polideportivo esperando a mis nuevos alumnos. Tras las presentaciones, un poco de peloteo para comprobar el nivel de cada uno, comprobar como sacaban, y jugar unos puntos se pasó la primera hora. Con el siguiente grupo, la misma operación, y tras pegarme una ducha, a las 14.00 estaba ya en casa para comer, y con la sensación de tener unos cuantos euros en el bolsillo, y además ganados casi sin esfuerzo.

El martes tocaba clase con los mellizos, también de 11.30 a 13.30. La primera impresión es que para nada eran tontos, pero si bastante vagos y pasotas. Bueno, ya vería como hacer para que tuvieran un mínimo interés, al menos el suficiente como para aprobar el examen de recuperación que les tocaría en septiembre.

Miércoles, de nuevo clases de tenis. Jueves, clases de matemáticas. Viernes, clases de tenis otra vez, pero esta vez, con algo de resaca... es lo que tiene salir el jueves hasta tan tarde. Bueno, una buena siesta después de comer, y el sábado duermo hasta que me de la gana, pues por supuesto hoy toca volver a salir hasta que amanezca.

Y vaya que si lo hago: son las siete de la mañana del sábado cuando entro por la puerta de casa y voy sigilosamente hasta mi habitación, me pongo el pijama y me deslizo entre las sábanas.

  • Wow... como estaba de buena - pienso, notando todavía el vacío en mis testículos. - Lástima que haya entrado el "puerta" en el baño y me haya sacado casi a puñetazos, porque si no... esto no termina sólo con una buena mamada. ¿Por qué el día que mas te habría hecho falta no te llevas el coche?. Pues vamos a tener que quedar de nuevo y terminar las cosas como es debido.

Y alargo la mano para coger el móvil y escribir un rápido mensaje. Aprieto la tecla de "Enviar", dejo el móvil sobre la mesilla, me vence el cansancio y.......

..........Una música ensordecedora me hace incorporarme. Estoy muy cansado, no he dormido nada. La música sigue sonando; me resulta familiar. Es mi móvil. Alargo el brazo, y miro la pantalla.

-¿A quién coño se le ocurrirá llamar a estas horas?... Bueno, vale, son las dos de la tarde, pero ¿quién es? Genial, un número que no tengo registrado. Pues le cuelgo, y que llame más tarde.

Pero pasa entonces por mi mente la imagen de Verónica, y como me miraba, con esos grandes ojos verdes mientras literalmente engullía mi masculinidad, minutos antes de que el portero de la discoteca entrara en el baño aporreando las puertas cerradas de los retretes. Carraspeo, intento aclarar algo la voz y aprieto el botón verde:

-¿Sí?

-- Hola, ¿es usted Ramón, el profesor de tenis? - preguntó una voz masculina desde el otro lado.

Cojonudo... tenía que haber colgado, pensé, mientras la imagen de Verónica desaparecía de golpe de mi cabeza

  • Sí, soy yo.

-- Bien, querría contratarle para dar algunas clases - La voz, bien modulada tenia un cierto acento que no supe descifrar.

La verdad es que los grupos estaban ya cerrados, seis personas por clase eran más que suficiente, pero quizá debido a mi poca lucidez al acabar de despertar me dispuse a informarle:

  • Bueno, le comento: las clases se impartirían en el Polideportivo Rey Juan Carlos, los lunes, miércoles y viernes, y los horarios serian dependiendo de su nivel de 11.30 a 12.30, o de 12.30 a 13.30. ¿Qué nivel cree usted que tiene? ¿Cuánto tiempo lleva jugando?

-- Disculpe, pero creo que no me he expresado bien. Le querría contratar para venir a dar las clases a mi finca, de forma privada, y los fines de semana. ¿Está interesado? Dígame, ¿cuales son sus honorarios? - Alemán, definitivamente era alemán...

  • Actualmente estoy cobrando 120 € al mes por cada alumno, en clases de 6 alumnos, tres horas a la semana; lo que hace...

-- 60€ la hora - me interrumpió -. Bien, te pagaría 65€, en concepto de desplazamiento, y las clases serán de 12.00 a 13.30, tanto sábados como domingos. ¿Aceptas?

La idea de tener que "madrugar" también los fines de semana no me agradaba mucho, la verdad. Sin embargo, tras un segundo de meditación pregunté:

  • ... Bueno, ¿donde sería el sitio en que daría las clases?

-- En una finca en la urbanización "Los Pinares"

Así que estaba hablando con un ricachón. "Los Pinares" era una urbanización llena de mansiones con todo tipo de lujos, en las que tener una pista privada de tenis era sin duda el menor de ellos. La pereza ante el hecho de madrugar se estaba disipando ante el hecho de ir de profesor de algún famoso, o alguna gran personalidad. También el hecho de sacar algo más de dinero que con mis clases habituales me animó a echar un órdago:

  • ¿En "Los Pinares"? La verdad es que me pilla algo lejos de mi casa, pero bueno... por 75€ podríamos empezar mañana mismo.

-- Jajaja, ¡echo! -esa risa me daba a conocer que no esperaba ese regateo, pero también que me habría pagado bastante más si se lo hubiera pedido-. Mañana entonces empezamos. Esté allí a las 11.30.

Y colgó. La conversación había echo que me espabilara, así que tras dejar el móvil me levanté de la cama y me dirigí al baño a darme una ducha. ¡Anda que pensar que sería Verónica quien me estaba llamando! Me sonreí ante semejante idea. Una chica como aquella no te llama de vuelta a las pocas horas de estar con ella. Seguro que tendría que currármelo algo más que un simple mensajito para volver a verla, aunque la verdad es que ayer conectamos muy bien desde el principio.

Y empecé a rememorar la noche anterior. Cuando ya a altas horas de la madrugada entraba con unos amigos en el bar donde tantas veces dábamos por concluidas las noches de fiesta. Un sitio donde tomar la última copa antes de volver a casa. Y allí estaba ella, entonces sin nombre, mirándome furtivamente tras unos ojos grandes, almendrados, de los que no puedes apartar la mirada cuando te están mirando. Unos ojos que dan a uno el valor de acercarse a donde está ella, y con la excusa de un tropiezo casual, una frase ocurrente que supone el inicio de una conversación vaga e intrascendente, pero que nos hace a los dos irnos soltando cada vez un poco más. Llegan más risas, y un ambiente cómplice se empieza a cerrar entre nosotros. Y justo cuando terminamos la copa que cada uno tenia entre sus manos estamos ya en un rincón oscuro del bar, besándonos apasionadamente, nuestras lenguas buscándose una a la otra, nuestras manos recorriendo a ciegas el cuerpo que tienen en frente, como queriendo conocer cada una de sus curvas, a la vez que lo aprietan como para impedir que se escape.

Y recordando esos muslos firmes, escondidos bajo una corta falda, me encuentro desnudo en el baño, acariciando mi sexo, que se alza henchido de recuerdos. Recuerdos de sus caderas, sus redondas nalgas y su estrecha cintura; recuerdos de sus manos rodeando mi cuello, jugando melosas con mi cabello, mientras sus labios se afanan en aprisionar los míos, que poco a poco parecen rendirse, antes de contraatacar y apoderarse de su boca, sus labios, su lengua... Mi manos han subido por su espalda, y las suyas han bajado hasta mis nalgas, apretándolas contra ella, haciendo que nuestro contacto sea, si cabe, aun mayor. Mis manos ya no se conforman con tocar la tela de la camiseta que lleva, y furtivamente se introducen por debajo, subiendo por su espalda, tersa, hasta llegar al elástico de su sujetador, para seguir subiendo.

Un respiro para tomar aire. Nuestras lenguas, reticentes, se separan, y nuestros labios todavía alcanzan a juntarse nuevamente mientas nuestras cabezas se separan. Nos contemplamos, mirándonos a los ojos, satisfechos, mientras inspiramos hondo, recuperándonos para volver a sumergirnos en los dulces labios ajenos, pero sus manos no necesitan descansar, y se introducen por debajo de mi camiseta, acariciándome el torso, rozándolo suavemente con sus uñas, pidiendo guerra a mis manos, que bajan acariciando toda su espalda hasta llegar a su cintura. Una se queda allí, rodeándola, y la otra sigue descendiendo, hasta sus muslos, subiendo después hasta su culo, ya por debajo de la falda. El contacto con su piel de sus nalgas hace arder algo en mi interior, y en un arrebato la empujo de espaldas contra la pared, mientras mi boca se abalanza una vez más contra su boca, y mi cintura se pega aún mas a la suya. Sus manos revolotean en mi pelo y mi espalada cuando mi boca se cansa de su lengua y le entran deseos de devorar el lóbulo de su oreja. Y así, con una mano bajo su falda, otra enredada entre su pelo, y mi lengua recorriendo los recovecos de su oreja, la oigo ahogar un suspiro, mientras sus manos aprietan mis nalgas y una pierna suya se eleva sobre mi cintura. Ahora ya es mío todo su cuello, que recorro sediento, besando cada centímetro de piel que encuentran mis labios. Cada vez le cuesta más ahogar sus gemidos mientras tímidamente nuestros sexos se rozan separados solo por nuestras ropas.

Y de nuevo dejándome llevar por el deseo la agarro de la cintura con ambas manos, la separo de mí, su pierna desciende de nuevo, y cuando en su semblante empieza a aparecer una mueca de reproche le doy la media vuelta, cara a la pared, y me aprieto junto a ella. Mi boca, sedienta de nuevo, se apodera otra vez de su cuello, sus hombros, sus orejas; y mientras una mano rodea su cintura la otra se adentra bajo su falda, en la búsqueda de un tesoro, que pronto encuentra bajo una empapada braga. La acaricia por encima de la prenda, pero la humedad de ésta, hace que pronto pase a un contacto más intimo, retirándola hacia un lado y descubriendo un sexo totalmente suave y depilado. La mano de la cintura ha abandonado su posición, para ir subiendo hacia los pechos, turgentes, de tamaño perfecto para mi mano, que casi los abarca por completo.

Así, con una mano recorriendo su sexo, otra jugando en sus pechos, y mi boca devorándole el cuello, vuelvo a oír sus ahogados gemidos mientras su cuerpo, en tensión, se apoya contra la pared y sus nalgas se retuercen con mis caricias, frotándose con mi sexo, que presiona contra ellas. La mano que está en su sexo pide ayuda a la otra, que abandona los pechos y entre ambas se ponen a trabajar de forma coordinada entre sus piernas, recorriendo sus labios una mientras la otra acaricia el clítorix. Tras un rato en esta tarea, mis manos encharcadas deciden pasar a otra fase y mientras una separa levemente los labios otra introduce un dedo en su interior. El gemido que sale ahora de sus labios ya no es un gemido ahogado. Es un gemido que se clava en mi interior y me pide de forma sorda que le de más placer, por lo que dirijo una mano a su clítorix nuevamente y lo acaricio, lo presiono, juego con él; y mientras la otra acelera su ritmo entrando y saliendo, acompañados en cada envite con un gemido, cada vez más audible, hasta que en un momento dado, este se convierte casi en grito, su cuerpo se tensa, mientras mis manos, entre su piernas se empapan más si cabe. Luego, sus piernas se doblan, mientras sus manos, todavía sobre la pared se cierran intentando agarrarse a su superficie. Una de mis manos sale de entre sus piernas y la agarra de la cintura, evitando que se desplome, mientras ella respira hondo. Entonces se endereza de nuevo, la suelto, se coloca la falda, la camiseta y se da la vuelta. Su cara irradia felicidad, sus grandes ojos brillan complacidos, y una sonrisa se empieza a dibujar en sus labios. Entrelaza sus manos por detrás de mi nuca y me besa suavemente, mientras mis brazos la rodean por la cintura. Se acerca a mi oreja y me susurra: "Tío, te quiero, ¡eres la hostia!".

Entonces ahogo un grito, mi cuerpo se tensa y mi mano se humedece. Despierto de mis recuerdos, me limpio, abro el grifo de la ducha y me meto dentro.

Sin embargo Verónica no se va, sigue allí, en mi cabeza, en la hinchazón de mi miembro, mientras el agua cae sobre mi cabeza. Sigue allí, rodeándome con sus manos mientras las palabras "te quiero" siguen resonando en mis oídos. Entonces dice que tiene que irse al baño, se separa de mi, y dos pasos más allá da media vuelta, se acerca, me mira mientras sonríe de manera maliciosa, me agarra de la mano y dice que "nos" vamos al baño. Tira de mí, y a hurtadillas intento colarme en el baño de tías. Misión imposible: está casi hasta arriba, y mi entrada se asemejaría al de un elefante en una cacharrería. Nos metemos en una de las cabinas de los retretes acompañados de las risitas, comentarios y miradas de todas las mujeres que había dentro. Pero nos da igual y empezamos a besarnos de nuevo, a tocarnos, a frotarnos.

Y cuando mis manos, desde atrás vuelven a acariciarle el sexo, ella me detiene, me aparta y me dice: "Ahora te toca disfrutar a ti", me guiña un ojo y se sienta en la taza. Me agarra de los bolsillos del pantalón, me lleva hacia ella y comienza a desabrocharlo. Mi pantalón cae al suelo, y pronto mis calzoncillos les siguen, y aparece en todo su esplendor un mástil, húmedo de mis propios flujos que ella agarra sin dudarlo, mientras comienza a acariciarlo. Entonces alza su mirada y nuestros ojos se encuentran. Es hay, con la luz del baño, cuando me doy cuenta del color verde que desprenden sus ojos, los destellos que emiten, lo adictivos que pueden ser. Y entonces se introduce el capullo en la boca, con sus ojos fijos en los míos, y su lengua jugueteando con él, comenzando así una mamada que creo nunca olvidaré. La verdad es que no parecía para nada una experta en la materia, pero eran esos ojos los que cada vez que se fijaban en los míos me hacían enloquecer. Subía y bajaba por el tronco, lamiéndolo, deteniéndose en la punta, para luego introducírselo en la boca, y avanzar todo cuanto podía. No le entraba toda, ni siquiera buena parte de ella, pero daba igual, cuando estaba al final de su recorrido alzaba su mirada, me volvían a embriagar esos destellos verdes y sentía que no aguantaría mucho rato. Y así fue, y tras avisarla se retiró, y con la mano me ayudó hasta que me corrí sobre una de las paredes del retrete. Luego me besó de nuevo, y nuestras manos volvieron a enredarse en el cuerpo ajeno. Los dos queríamos más, así que me agaché a por la cartera, saqué un preservativo y la volví a guardar. Estaba todavía incorporándome cuando oí a alguien entrar gritando en el baño:

  • A ver, gilipollas, es que no sabes que este baño es solo para tías. Vamos, fuera de una puta vez -y mientras, golpeaba sobre la puerta del retrete.

Me cagué en todo, me dieron ganas de salir y decirle cuatro cosas al imbécil que me estaba fastidiando tan prometedor polvo, aunque cuando vi al maromo de dos por dos fruto de incontables horas de gimnasio y kilos de esteroides se me quitaron las ganas. Sin embargo, ahora, con el agua golpeándome en la cara, y cayéndome hasta el enhiesto miembro que tenía entre la mano tenía el poder para echarlo de allí, así que volví a cerrar los ojos di una patada a los recuerdos y me adentré en el terreno de la fantasía.

Me puse el preservativo y me senté en el la taza. Agarré a Verónica por la cintura y la atraje hacia mi. Separó sus piernas y comenzó a clavarse en mi miembro poco a poco, hasta que quedó sentada sobre mí. Entonces me amorré a sus pechos y mientras mordisqueaba sus pezones, mis manos en sus nalgas la ayudaban a moverse en un vaivén que me hacía enloquecer. Su cuerpo se retorcía mientras me cabalgaba, y sus pechos se bamboleaban en un descontrolado movimiento, solo deteniéndose ante la presión de mis manos o mi boca. Sus gritos me animaban a moverme a mí también, y así lo hice. Sus manos se aferraban alrededor de mi nuca, dejándome de nuevo al alcance el suculento bocado de sus pechos, y cuando su voz se alzo anunciando un inminente orgasmo yo me levanté de la taza con ella todavía en brazos, y apoyándola de espaldas contra la puerta del baño continué moviéndome lo más rápido que podía.

Por segunda vez, en la media hora que llevaba despierto mi cuerpo se tensa, y un reguero de semen resbala sobre los azulejos de la ducha. Giro el mando del grifo para que salga más fría el agua, y mientras me calmo la idea de tener que volver a verla se hace cada vez más fuerte en mi cabeza.

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FIN

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Aquí termina este primer relato.

Espero que os haya gustado.

No dudéis en mandarme vuestros comentarios y críticas.

Gracias!

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