Profesor de sexo

Aun no había tenido sexo con mi novio durante nuestra relación, pero el día de su cumpleaños quise regalarle una noche especial y a todas luces debía esconder mi inexperiencia.

Las negativas a mi novio para que tuviéramos sexo, fueron constantes durante los casi diez meses que duró nuestra relación y a pesar de desearlo igual que él, de ponerme tan excitada y cachonda, con nuestros besos y caricias, siempre le dije que quería esperar al momento más adecuado. Él siempre respetaba mi decisión y entendía que más tarde o más temprano le concedería sus peticiones…

Todo eso ocurrió hasta que llegó el día de su cumpleaños… fue entonces cuando quise convencerme a mi misma que tendría que cambiar, dejar de ser una ñoña y regalarle de una vez por todas lo que tantas veces me había pedido.

Sin embargo no estaba muy segura de cómo era el mundo del sexo. A mis 18 años aun no había tenido ninguna experiencia al respecto, a pesar de haberle dicho a mi chico en todo momento que sí. Todavía conservaba mi virginidad y era totalmente desconocedora de todo lo referente a eso. Quizás por inmadurez, por inexperiencia, por timidez… nunca tuve la oportunidad de hacerlo con nadie y en cambio él si que había tenido varias experiencias anteriores. Cuando él me preguntaba le decía que yo también las tenía, pero que por eso prefería esperar al momento oportuno. Siempre me creía la mentira y además respetaba amorosamente mi decisión… Pobrecito, que paciencia tuvo siempre.

No sabía a quién acudir, para preguntarle al menos las reglas básicas, saber que hacer en cada circunstancia, los pasos previos al menos, para que no se notara mi torpeza… pero esto también me causaba pavor, pues no podía ir con el chisme a mis amigas y decirles que aun era virgen cuando ellas ya me daban cien mil vueltas en ese mundillo.

Aun no se como, pero saqué fuerzas no se de donde para hacerle algunas preguntas a mi tutor en el instituto, que al tiempo era el jefe de estudios y nuestro profesor más joven que nos impartía clases de literatura. Siempre tuvimos mucha confianza con él y no se por qué transmitía una serenidad ante todo, que animaba a contarle y preguntarle todo. Esperé a que toda la clase se quedara vacía y hasta que él mismo me preguntó, debiendo notar mi nerviosismo:

  • ¿Qué te ocurre Paula?

  • No, nada…

  • Vamos mujer… que tenemos confianza, ¿qué te pasa?

No sabía como empezar, pero necesitaba su urgente ayuda y su comprensión…

  • Ven, vamos a mi despacho y me lo cuentas más tranquila.

Le seguí aun dudando de cómo planteárselo. Cuando se sentó en su mesa y yo en una silla frente a él el silencio parecía cortarse con un cuchillo. Él insistía:

  • Paula, te veo preocupada ¿Qué pasa?

  • No, es que te parecerá una tontería.

  • No lo debe ser viéndote la cara, anda chiquilla, cuéntame.

  • Es que mi novio y yo…

  • ¿Qué pasa? ¿tenéis algún problema?

  • No, no…

  • Venga chica, cuéntame, a ver si te puedo ayudar.

-

Pues que aun no hemos hecho…

No se me puede olvidar su cara, mirándome fijamente. Fui yo la que le pregunté:

  • ¿Qué ocurre Pedro?

  • Nada, nada, pero que me cuesta creerlo. ¿Quieres decir que tu novio y tú no lo habéis hecho todavía?

  • Pues sí, tampoco es tan raro.

  • Pues según se mire, algo raro sí que es.

  • ¿Por qué te lo parece, Pedro?

  • Bueno, una chica espectacular como tú, y lleváis creo que casi un año ¿no?

  • Si…

Creo que estaba avergonzada y en parte arrepentida por haberlo propuesto cuando ví que sonreía con cierta malicia… Me eché a llorar. Se levantó y acarició mi pelo diciendo:

  • Hey, hey, hey… nena, perdóname, pero no me reía de ti.

  • No, la verdad es que soy una tonta.

  • Que no mujer… a ver no te preocupes, tampoco es el fin del mundo. Simplemente me chocaba que aun no hubierais tenido relaciones después de tanto tiempo.

Agradecí su comprensión y no tuve más que sonreír cuando me guiñaba el ojo queriendo quitar hierro al asunto.

  • A ver, cuéntame, ¿Cómo te puedo ayudar? Sabes que puedes confiar en mí al cien por cien.

  • Pues en todo, Pedro, no sé como empezar…

  • Primero me tienes que decir que habéis hecho hasta ahora.

  • Nada.

  • ¿Cómo que nada?

  • Bueno, tocamientos, besos caricias…

  • Entiendo…

  • Pensarás que soy una estrecha y una idiota.

  • No mujer. Estás hecha un lío nada más.

  • Creo que no ha sido buena idea venir a preguntarte.

  • Que sí, tonta, te agradezco la confianza, de verdad. Y si está en mi mano, cuenta conmigo. Venga, dispara bonita.

  • Pues es que hoy es el cumple de mi novio y quiero estrenarme con él. Nunca hemos tenido sexo de verdad, ni tan siquiera sexo oral.

La reacción de Pedro era extraña, por un lado me miraba con un cierto aire paternal, pero por otro, su entrepierna mostraba algo que se abultaba considerablemente. Él insistía en saber:

  • Paula, ¿nunca le has hecho una paja?

Miré al suelo avergonzada… Él hablaba con naturalidad.

  • ¿Paula?... No te avergüences… no tiene importancia.

  • Es que estoy súper cortada.

  • Mira, lo que te ocurre es que esto no lo has hablado en su momento, el sexo es la cosa más natural del mundo y no es nada horrible, ni pecaminoso, ni prohibido, ni malo, todo lo contrario. Todo es cuestión de probar, eres una chica preciosa, tu novio te quiere y vais a descubrir las maravillas del placer, no le des más vueltas. Así de simple, de verdad, no te atormentes.

  • Sí, pero nunca se lo dije.

  • ¿Cómo que no se lo dijiste?

  • Que nunca le conté que era virgen y él ya ha tenido experiencias…

  • Oh, vaya. ¿Le tenías engañado?

Notaba como el bulto de su pantalón no desaparecía, pensaba que esa conversación sobre el sexo le estaba excitando y de paso a mí también. Le expliqué todo mi dilema:

  • Quisiera no confesarle la verdad… me moriría si supiera que le he mentido en todo este tiempo. Me daba vergüenza reconocer mi virginidad y mi inexperiencia.

  • Pero Paula, eso no se puede ocultar.

  • Sí, ya se que he hecho mal, pero no quería que pensara que era una mojigata, quería mostrar que era una mujer de mundo y no una torpe.

  • Pero chiquilla, si tienes 18 años… ¿qué va a pensar? Dile la verdad.

  • Vale Pedro, no lo entiendes… mejor me voy, perdona que te haya molestado.

Justo cuando me puse en pie, dispuesta a irme, noté la mano de Pedro sosteniendo mi muñeca, el hecho de notarla tan caliente me dio mucho gusto, no sé si era el ambiente cargado, la mano de mi profesor tan admirado, mi propia excitación, pero el caso es que no quería irme, necesitaba que él me explicara... y así lo hizo.

  • Perdóname tú Paula… tienes un problema y no te estoy ayudando nada, el torpe soy yo. Vale, dime que quieres saber, pero va a ser difícil engañar a tu novio, él va a notar que no tienes práctica, porque él la tiene ¿no?.

  • Sí, él ha tenido otras novias y lo ha hecho. Pero pensaba que puedo seguir haciéndome pasar por una experta… si me explicas como se actúa.

  • No sé como…

  • Pues dime, Pedro ¿cómo hay que masturbar a un hombre por ejemplo?

Otro silencio se apoderó de la habitación, en una frase que había salido de mi boca casi tan precipitada como inconsciente.

  • Vale, siéntate de nuevo y te lo intentaré explicar.

Pedro cogió un rotulador y me lo entregó. Me explicó que para empezar había que cogerlo con los dedos y me hizo la señal de cómo ir bajando por su longitud hasta agarrarlo con la mano y sacudirlo al principio suavemente y después a más velocidad, pero entre mi torpeza y el tamaño del rotulador, veía que aquello no tenía salida. No pude más que meter mi cara entre mis manos y echarme a llorar nuevamente. Estaba aterrada con la idea de que mi novio descubriese mi engaño.

Pedro me levantó de nuevo de la silla y me abrazó. Notarle así me hizo sentir muy bien, porque era el cuerpo de un hombre de verdad pegado a mí, como nunca antes nadie me había abrazado, ni tan siquiera mi novio. Con sus pulgares secó mis lágrimas y me sonrió de nuevo.

  • No me gusta ver a esos ojos preciosos llorar…

  • Pedro, va a ser todo un desastre, no se como me he metido en esto, pero tengo miedo a que mi novio me deje… No sé que hacer.

  • Para nada, aquí estoy yo para ayudarte Paula. Veamos que se puede hacer.

Volvió a invitarme a sentarme y allí de pie como estaba con toda la naturalidad del mundo se soltó el cinturón del pantalón, y este cayó al suelo. A continuación bajó sus boxers y se puso frente a mí mostrando un miembro que me pareció descomunal. No sabía que hacer, me quedé de piedra, pero no podía quitar la vista de aquel instrumento espectacular. Tan solo dirigí mi mirada a sus ojos como queriendo preguntar cómo se le había ocurrido hacer aquello. Solo añadió.

  • ¿Quieres que te explique como me masturbo yo?

La naturalidad de mi profesor convertía en sencillo lo que era inaudito. Se agarró la polla erecta y comenzó a sacudirla suavemente arriba y abajo mientras mis ojos atónitos no se despegaban de ese vaivén, completamente hipnotizada de sus movimientos. Casi sin poder escuchar sus explicaciones:

-

¿Ves? La vas moviendo así, primero suavemente y luego más rápidamente, verás que no resulta complicado, eso sin dejar de mirar a los ojos de tu chico, eso te dará seguridad y parecerá que lo has hecho más veces.

Su movimiento era continuo y mis ojos debían estar de par en par observando con todo detalle los movimientos.

  • Y ¿tengo que apretarla fuerte?

  • No con suavidad y con firmeza al mismo tiempo.

  • ¿Pero no le haré daño?

  • Mira, agárrala tú.

Si momentos antes hubiera imaginado la escena, directamente no la hubiera creído, pero allí estaba sentada frente a la polla de mi profesor que se balanceaba exultante frente a mis ojos incrédulos. La agarré como me pidió y noté como una especie de sacudida por todo mi cuerpo… una sensación indescriptible al percibir como mi mano sostenía el miembro viril de mi profesor. Su tacto era suave y le notaba con bastante dureza… mis dedos se agarraron a él firmemente y Pedro dio un suave suspiro.

  • Muy bien Paula, muy bien… ahora comienza a mover tu mano.

Estuve quieta durante unos instantes, luego comencé a masturbarle en una sensación nueva para mí, totalmente placentera, mirando unas veces a esa polla enorme y otras directamente a sus ojos. Creo que perdí la noción de todo y no era dueña de mis actos… estaba masturbando a mi profesor de literatura…

  • Que bien lo haces Paula, muy bien. Ese es el primer paso.

  • Esto no está bien, Pedro.

  • Vamos, sigue pajeándome, como si fuera tu novio. Lo estás haciendo genial.

Como una máquina continuaba masturbando a ese hombre que me estaba introduciendo en los mundos del placer, sintiendo un cosquilleo continuo desde mis pies hasta mi último pelo de la cabeza.

  • Ahora ponte en pie y sin dejar de mover tu mano, bésame con todas tus ganas. Así tu novio no notará tu inexperiencia. Hazlo Paula.

  • Pero, yo…

  • ¿Quieres que él lo note?

Me puse en pie y sin dejar de mover mi mano aferrada a su verga tiesa me pegué instintivamente a su pecho para comenzar a besarnos. Eso fue la locura, sino lo era ya, porque al percibir su lengua en contacto con la mía, creí desfallecer y el hecho de estar masturbándole me embriagaba, me gustaba demasiado hacerlo. De pronto me ordenó:

  • Siéntate en la mesa, preciosa.

Otra vez le obedecí, me subí a la mesa y mis piernas quedaron colgando. Metió sus manos bajo mi falda y como si fuera la cosa más normal del mundo, me sacó las braguitas y las dejó entre mis piernas. Luego levantó la tela y puso se quedó observando detenidamente mi sexo. Me tapé la cara con las manos.

  • Pedro, me muero de vergüenza.

  • Pero ¿Por qué mujer? Tienes un coño precioso.

Esas palabras me provocaban más, me me relamía solo de oírlas por parte de él y más cuando lo repetía incesantemente.

  • Que chochito más lindo tienes Paula, tu novio va a alucinar… Además te lo has arreglado para la ocasión.

  • Si, me recorté los pelitos y me rasuré las ingles.

  • Mmmm, pues te ha quedado de maravilla. Está para comérselo.

Una de las manos de mi profesor acariciaba mis muslos mientras la otra subía mi top a mi cuello y dejaba mis tetas ante su impresionada mirada.

  • Tienes unas tetas preciosas Paula.

  • Pero… son algo chiquititas.

  • ¿Qué dices? Son ideales.

Su mano se apoderó de una de ellas y pellizcaba mi pezón. Me estaba dando un gusto increíble… maravilloso. Nunca mi novio me había acariciado las tetas directamente, solo le había dejado por encima de la ropa y alguna vez se aventuró bajo mi camiseta, pero levemente y furtivamente. Ahora era mi profesor quién lo hacía directamente y me estaba dando un gusto inmenso. Uno de sus dedos alcanzó mi rajita y comenzó a acariciarla suavemente: Mis ingles, mis labios mayores, mi pubis… su boca se apoderó de mi pezón, lo lamía y lo mordía.

  • Pedro, por favor, no sigas.

Quería detener aquello, no era normal, había ido a buscar su ayuda, pero eso ya era una locura. Estaba sentada sobre la mesa de su despacho, con mis piernas abiertas, mostrando mi coño en todo su esplendor y mi top subido al cuello, mis braguitas enredadas en mis tobillos… pero tampoco podía ni quería huir.

  • Paula, tranquila, verás como tu novio no va a notar nada, yo te enseño… soy tu profesor, ¿recuerdas?

  • Pero esto no… no es normal…

Mi súplica quedó acallada cuando su dedo alcanzó mi clítoris, fue entonces cuando sentí dentro de mí un placer que nunca antes había experimentado ni tan siquiera cuando yo misma me acariciaba, pero cuando se agachó y el dedo maravilloso, fue sustituido por una lengua aun más maravillosa, creí morirme. Recuerdo que di un pequeño grito al notar la humedad de su lengua apoderándose de mi propia humedad, me estaba llevando al cielo, de la forma más increíble que nunca había soñado.

Su lengua hacía maravillas en mi sexo, el lugar que nadie antes había explorado, el que ninguna lengua descubrió jamás. Mis manos acariciaban su cabeza y no ponía ningún tipo de objeción a esas lamidas tan maravillosas que me estaba proporcionando.

Se incorporó y volvió a besarme, notando los jugos que mi propio coño había emanado y que llenaban su boca, también eso me gustaba, me estaba comportando de una forma que nunca imaginé. Su lengua invadía mi boca y yo la enredaba con la mía.

Pedro puso su polla muy cerca de mi sexo, hasta que entró en contacto con mis labios vaginales, fue entonces cuando me asusté.

  • Pedro ¿Qué haces?.... No, por favor.

  • Vamos chiquilla, no te asustes…

  • Pedro, no, soy virgen… no puedo… mi novio…

  • Pero Paula, ¿no querrás que tu novio note que le has engañado?

Su glande se quería abrir paso en mi inexplorado agujero pero yo le empujaba, no quería que me penetrase, no quería perder la virginidad con él. Sin embargo mi cuerpo no me respondía, ya que esa cabeza rosada se juntaba con mi rajita húmeda y creía estar viviendo el mayor de los sueños, un gusto monstruoso.

  • No Pedro, no, por favor. Me va a doler…

  • Vamos, tu novio tiene que verte sin esos miedos.

De repente se separó, se subió a la silla y después sobre la mesa. No entendía lo que hacía, le tenía allí a mi lado y comportándose de una forma salvaje, muy poco habitual en él, sin embargo eso también me dejaba a su merced y me sentía atraída por toda esa demencia. Tiró de mi pelo hacia atrás y colocó su polla sobre mis labios.

  • No Pedro, para…

No hizo caso. Introdujo la punta y tiró más fuerte del pelo.

  • Vamos, no seas estrecha, demuestra que eres toda una putilla. Tu novio va a flipar.

Mis labios, como autómatas, se aferraron a ese miembro erguido y comencé a hacerle mi primera mamada. Pedro me iba indicando como debía poner mi lengua, como apartar los dientes, como apretar los labios y como mirarle a la cara, poniendo la pose más viciosa que supiera. Así lo hice, pensé en mi chico, que en realidad no le estaba engañando en ese momento… que solo era la preparación para ese gran regalo de cumpleaños que iba a hacerle por la noche.

Mi profesor seguía apretando su pelvis contra mí y su polla seguía entrando y saliendo de mi boca, cada vez más adentro, siguiendo sus instrucciones… me estaba gustando mucho esa mi primera experiencia y a él debía gustarle también, por las cosas que me decía.

  • Como la chupas chiquilla, eres una delicia… tu novio va a pasarlo en grande con esos labios y esa lengua.

Eso me animaba a hacerlo con más vehemencia, con todas mis ganas. Entonces dejó de meterla en mi boca, justo cuando yo estaba empezando a disfrutar de esa mi primera mamada.

  • ¿Qué pasa?

  • No te preocupes nena, primero voy a romperte el coñito virgen que tienes, luego me la sigues chupando si quieres.

Sus palabras eran soeces, pero me gustaba que me tratase así, no sé por qué, pero sonreí pensando en la buena idea de haber acudido a él. Pedro se bajó de la mesa y de nuevo se puso entre mis piernas. Ubicó su glande empapado con sus jugos y mi saliva a la entrada de mi coño. Me miró y me sonrió.

  • Vas a ver que bueno, Paula.

Introdujo su punta lentamente y poco a poco se fue abriendo paso, hasta que llegó a un tope, pero en un instante, a pesar de un pequeño escozor, noté como ese miembro enorme invadía mi cueva inexplorada y se metía hasta los huevos.

  • Ahhhh, ugggghhhh, Pedro que bieeeennn.

  • Que coño más bueno, nena.

Empezó a follarme, a hacerlo con toda su energía. Mis tetas se movían en cada embestida y mis piernas abiertas se agarraron a sus caderas como queriendo sentirle aun más adentro, mientras mis manos se aferraban a su cuello.

  • Siiiii, que placer, que maravilloso, es…

Mi profesor continuaba follándome con toda la energía y mi vista pasaba de sus ojos a la polla que se insertaba una y otra vez dentro de mí. No sabía que follar fuera tan maravilloso y él era sin duda, mi mejor profesor.

No se cuanto tiempo estuvimos así, en la mesa de su despacho, ensamblados y disfrutando de un polvo salvaje, aquel que iba a ser el preludio de lo que iba a darle a mi novio y ahora era mi profe, mi tutor… quien estaba conduciéndome al aprendizaje más experto de lo que era follar en condiciones y más cuando sacó de mi interior todos los placeres que se mantenían ocultos. Desde luego siempre pensé que era un buen profesor, pero entonces me cercioré aun más. Deseaba que aquello no terminase nunca.

Los gemidos de Pedro se fueron haciendo más y más fuertes, hasta que note que se quedaba quieto, con toda su verga metida en mi interior y fue entonces cuando noté que me llenaba con su leche caliente hasta las entrañas… al percibirla todo mi cuerpo se transformó entonces cuando me di cuenta que lo mejor estaba por llegar, pues esa sensación de sentirme penetrada y bañada con su semen caliente, me llevó a un orgasmo que nunca antes había obtenido, de esa forma tan bestial, tan intensa, tan duradera. Solo mis gemidos y los suyos eran los únicos sonidos de aquel despacho y después nuestras respiraciones entrecortadas…

La polla de Pedro salió aun con cierta dureza de mi sexo y arrastró mis flujos y algún resto de sangre. Después me besó tiernamente en los labios mientras me decía:

  • Creo Paula, que estás preparada, verás como ahora él no notará nada. Lo has hecho de maravilla.

  • Gracias, Pedro.

Aun tuvimos tiempo de seguir ensayando, pues me abracé fuertemente a mi profesor, agradecida por el placer que me había hecho conseguir, lo mucho que me había enseñado y en poco tiempo estábamos follando de nuevo sobre aquella mesa. Y también después volví a chuparla y él a mí, en una sesión completa de aprendizaje sobre el mundo del sexo que duró toda la tarde.

Esa misma noche, aun con mi sexo dolorido, le entregué a mi novio su regalo especial, y no solo no notó nada, sino que disfrutó de lo lindo gracias a las expertas enseñanzas de mi profesor, el que me estrenó.

Sylke

(27 de febrero de 2008)