Profesor Carlos Javier: Parte 2 (última)

Desenlace de la academia nocturna de Carlos Javier (centrado en la historia).

Atrapado

Abrí la nevera y saqué un bote de leche; al cerrar la puerta, vi a Carol mirándome fijamente.

—¡Coño, qué susto! ¿Qué haces aquí? —intenté contener mi mal genio y echarla con buenos modales, pero no importaba. Ella, que estaba con las manos en la espalda, se acercó a mí, y antes de que pudiera elegir una palabra que decir, me saltó encima con un Táser. Chispeó, me electrocutó y todo mi cuerpo se sacudió. Gruñí de dolor y en algún momento mi cabeza se golpeó contra el suelo. Ella se aseguró y me pegó otra descarga.

Desperté y me dolía todo. Estaba con los ojos vendados. Tampoco podía moverme y sentí presión en muñecas y tobillos. Estaba desnudo y atado en forma de X. «No, no, no… por favor, Señor, dime que no me he topado con una loca…», pensé. Pero sólo pude farfullar algo sin sentido. Mi cuerpo ardía por dentro y pensé que me había provocado quemaduras. A medida que recuperaba la conciencia me asustaba mucho más cada segundo. Me gustaría decir que me estaba follando, o que estaba usando algún tipo de juguete conmigo… pero no tuve esa suerte.

—¡Carol! —grité reflejando el miedo en mi voz, aunque pretendía ser autoritario. Me atraganté y recompuse el tono—. Carol… suéltame. No quiero jugar a esto. No es un juego si los dos no participan.

Pero no obtuve respuesta. Me entretuve forcejeando. Reconocí mi cama y almohada, y respiré hondo. Al menos seguía en mi casa. Me sentí un poco más a salvo. Oí un leve sonido de pasos y la puerta chirrió ligeramente. Un tenso silencio inundó la estancia: ninguno de los dos quería ser el primero en hablar.

—¿Carol?

Más silencio. Mi corazón se aceleró. Temí que fuera algún cómplice que la estuviera utilizando. ¡Quizá incluso aprovechándose de mi reprogramación! Y una parte de mí pensó «¿Sería eso el karma?».

—Sí, Profesor. Soy yo.

Suspiré aliviado. Sólo era Carol, parecía estar sola, y su tono no parecía muy distinto del habitual. Debería poder manejarla incluso sin haber implantado comandos.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? Suéltame. Ya.

—¿Y después qué?

—Después me explicarás por qué me has electrocutado. ¡Eso duele mucho, ¿sabes?!

—¿Y luego?

—Te irás de mi casa. Iré al hospital por si me has causado algún daño severo.

—¿Y… luego?

Me estaba preguntando por las consecuencias de su ataque. No debía preocuparla si quería que me soltara. No podía mencionar la policía ni camisas de fuerza. Entonces se me ocurrió que después de todo, no podía atraer atención sobre mí o acabaría entre rejas… tragué saliva y me dije a mí mismo que no estaba mintiendo:

—Me tendrás que compensar. Mucho. Durante mucho tiempo. Esto es serio. Si fuera otra persona, te hubieras metido en un problema muy gordo. Pero has tenido suerte conmigo.

—Seguro que sí.

—Suéltame, vamos.

—Ahora mismo.

Pero seguía (aparentemente) inmóvil, esperando algo. ¿A qué? Decidí mover ficha y preguntárselo.

—¿A qué esperas?

—A que responda, Profesor.

¿No se refería a las consecuencias de aquél acto?

—No sé acerca de qué preguntas. ¿Luego de qué?

—Ni siquiera pensó en ello, ¿verdad?

—¿Sobre qué? ¡Explícate de una vez!

—Nunca pensó qué hacer con su harén una vez completado y «entrenado».

Aun estando atado me quedé paralizado. Más aún. Y se me olvidó respirar. Tragué saliva de nuevo.

—¿Harén? ¿De qué hablas? Comprendo tu confusión, pero sólo eran clases de educación sexual. Todas tenéis más libertades en mi academia privada que las que se permiten en los centros públicos, de ahí las clases prácticas…

—Ni lo intente. No funciona conmigo.

«Oh, oh…»

—Yo no he hecho nada malo —aseveré a la desesperada—, me he asegurado de que todas se lo pasen bien.

Silencio. Mi corazón martilleó de nuevo.

—¡Tú también! ¡Te hice disfrutar, reconócelo!

—¿Y luego?

Me maldije a mí mismo por no haberle puesto alguna frase gatillo como la de Blondy o Cloudy. A la mayoría le había implantado sugestiones acumulativas, pero nada tan radical como con aquellas dos.

—Luego nada. Sexo. Amistad. Sexo en grupo… —vi a dónde quería llegar— . ¡Oh! ¿Es que quieres una relación? —Celos. Todo eran putos celos. Quería una relación en exclusiva con ella. De repente me pareció obvio. ¿Pero en qué cabeza cabe asaltar, inmovilizar y, en definitiva, secuestrar al interés romántico de una persona? «Eso no es amor», me dije. Su obsesión malsana comenzó a darme pavor.

—¡SUÉLTAME! —grité, ya sin ocultar mi miedo. Me metió algo en la boca. No era una bola de sadomasoquismo, era un calcetín. Uno usado, y era mío. El asco que me dio no fue lo peor, luego me puso algún tipo de cinta aislante en las mejillas para sujetarlo dentro.

—¡MMMFFF!

—Ahora voy a hablar yo por ti. Has jugado con mentes humanas; has roto el libre albedrío, sin entrar en temas como el derecho a la libertad sexual. Puede que hayas hecho que les guste, puede que te parezca sólo moralmente discutible, pero eso no me importa. Lo que me importa es que me tenías a tu disposición desde el primer día. A mí, a quien nunca has podido hipnotizar. A mí, que participaba en tus «juegos» voluntariamente. A mí, que durante mucho tiempo pensé que todas te seguían el juego como yo. Pero tú no querías nada conmigo. No, tú sólo nos usabas como juguetes desechables. ¿Y luego? Una vez que te cansaras de nosotras, el curso que viene te irías a otro lado a empezar de cero. ¿Me equivoco?

Por mi mente cruzó un carrusel de preguntas con cada palabra que decía, pero lo que más me sorprendió no fue que afirmara no haber sido hipnotizada nunca, sino que se hubiera anticipado a mis planes.

—No me equivoco. Lo sabía —acertó por mi reacción—. Tienes demasiada habilidad y experiencia con todo esto. No somos las primeras, y no íbamos a ser las últimas. ¿No has pensado lo que pasaría si el efecto desapareciera con el tiempo? —Mientras hablaba pensé que me advertía del peligro de las que decidieran hacer justicia contra mí yendo a comisaría—. ¿Cuántas de esas chicas, una vez libres de la hipnosis, te echarían de menos con el corazón roto, sin que ello fuera parte de tu programación? Ni siquiera has pensado en eso, ¿verdad? Claro que no. Eres un irresponsable.

Me equivocaba. Todo seguía girando en torno a su deseo frustrado de tener una relación conmigo. Y ella temía acabar como una de esas chicas, abandonada.

—Todavía me estoy haciendo a la idea de que nunca podré tener nada contigo; llegué a admirarte de verdad, ¿sabes? Quizá es como ese efecto que suelen tener los cantantes entre sus fans: cuanto más lejos iba el grupo por ti… ya sabes,todas siguiendo tu juego hasta el final, con todas sus consecuencias incluso sin que estuvieras delante para controlarlas… más impresionante me parecías. Pero al final —cambió el tono de voz y se enfureció— resulta que sólo eres un aprovechado que las manipulaba a todas con tal de mojar. Eres muy decepcionante.

Me pegó un puñetazo en los huevos y gemí de dolor, amordazado. No podía protegerlos de modo alguno del siguiente golpe, cuando fuera que llegase: estaba atado de pies y manos, con los miembros estirados en forma de X. Los soportes y cuerdas estaban preparados para sesiones de bondage. Mi intención era excitar más a las que sintieran atracción natural hacia ello, y sujetarlas de forma que no pudieran impedir la penetración vaginal ni anal. Es más, la parte baja de mi espalda estaba sobre la segunda y gruesa almohada para levantar el culo, que lo sentía al aire. Pretendía estrenar aquél juguete con Blondy o Cloudy.

—A veces pienso que sólo estoy celosa. Seguro que tú piensas eso. Pero no, esto va mucho más allá. Ya estaba comprendiendo lo que pasaba, pero mi enfado aumentaba cuanto más asimilaba todo esto. ¿Creías que sólo me enfadaba con ellas? NO, era contigo; siempre contigo. Es sólo que no te miraba a los ojos cuando pasaba. Pero como desviaba la mirada, te creías que quería hacerles daño a ellas en vez de a ti.

Realmente se creía sus propias palabras.

—Puede que al principio estuviera un poco celosa; sólo un poco. Pero cuanto más segura estaba de que realmente les lavabas el cerebro, más me indignaba contigo.

«¿En qué diablos me equivoqué?», me lamenté en silencio forzoso.

—Entonces pensé que tal vez se me escapaba algo. Así que comencé a grabar las clases con mi teléfono.

«MIERDA».

—Por supuesto, casi siempre nos hacías soltarlo en una caja en otra habitación al llegar. Eras prudente. Pero simplemente dejé de hacerlo. Es sorprendente lo que puede captar un teléfono de buena calidad dentro del pantalón, tan sólo con dejarlo en una esquina de la sala. Necesito pasarlo por edición de sonido, claro, y luego transcribir las palabras con inteligencia artificial. Peroresulta que los micrófonos captan bien los ultrasonidos. ¿Ves por dónde voy?

«No me jodas. ¡Ha descubierto los subliminales!»

—Nos hacías dejar los teléfonos en otro cuarto, pero querías que nos desvistiéramos delante de ti, y no pensaste que incumpliéramos la orden del móvil. Gracias, por eso tenía mi ropa a mi lado. Por eso tengo esto:

Pude escuchar la voz de un sintetizador dictando mis mantras subliminales de inducción alternándose con mis frases de relajación y «meditación». Creo que nunca me he sentido más estúpido en toda mi vida. Me moría de vergüenza al oír aquellas palabras, como si fuera un niño jugando a recitar hechizos que controlan mágicamente a las personas. La chica que había intentado hechizar me ridiculizabahaciéndome ver lo estúpido que era. Mi cara ardió sonrojada.

—Puede que te preguntes por qué no funcionó conmigo. Tengo una teoría: ¿nunca has pensado que igual que hay gente que tiene dificultad en clase porque no ve bien la pizarra, y no sabe que necesita gafas, hay personas que tienen dificultades con las palabras? Yo siempre he sido así, pero no lo sabía hasta el año pasado. Es como si necesitara que la gente vocalizara mejor. Leo mucho los labios para compensar. También supe entonces que soy algo dura de oído. Es leve, pero seguro que con ambas limitaciones tus subliminales me pasan desapercibidos.

«Joder, tiene que ser eso». Ni se me había pasado por la cabeza que alguna tuviera problemas de audición.

—Lo he grabado todo desde el día del examen «oral», y aquél día incluso un un fragmento de vídeo con todas observando mientras te la chupaba María. Nadie se dio cuenta. También grabé cómo estrenabas a Isabel. Todos menos yo estábais tan concentrados… Pero aun así, ¿sabes cuándo te pude grabar con plena libertad?

«No me digas que…»

—Con la puerta entornada, desde el pasillo, grabé la creación de Blondy al completo.

«¡No!»

—¡Y la de Cloudy!

«Estoy perdido».

—Por supuesto estaba mojada… chorreando… viendo cómo lo hacías, pero eso no me impidió conservar la calma las dos veces. Solía llevar el teléfono en la axila para cambiar de habitación. El mío no es de los de pantalla gigante, me gustan pequeños.Y jugar con las tetas usando la mano del otro brazo desvía la atención.

Me pegó un puñetazo en el estómago. Vacié el aire de los pulmones un segundo, y al inspirar tenía un segundo calcetín sobre mi nariz. Me hizo olfatearlo y me dio más asco aún. Tuve arcadas y miedo de morir atragantado con mi vómito sin conducto de salida mas que mi nariz.

—¡MMMMMMMMMMMM!

Puñetazo en los huevos.

—Ghiii….

El cuerpo atlético de esa mujer había podido cargar mi cuerpo inconsciente, y ahora podía pegarme una paliza si no se contenía.

—Aprendí algo de primeros auxilios el verano pasado. Incluso cómo cargar con personas inconscientes. Nunca creí que le daría un uso como este. Ahora dime si reconoces este sonido…

Sonó mi Mak Air iniciando sesión.

—¡MMM!

Bofetada.

—Cuando me llamaste acababa de descubrir la contraseña. Cerré sesión y me lo traje. Vaya contraseña más estúpida, Carlos Javier: tu nombre adaptado al inglés y añadiendo un 69. Lees demasiados cómics. A lo mejor te has metido en este lío por querer imitar ese superpoder…

En aquél momento le hubiera prendido fuego a mi estantería de X-Man.

—Veamos qué tenemos aquí…

Tardó menos de un minuto en decirme que había encontrado la carpeta oculta con el porno. Y dentro encontró el software subliminal y archivos de sonido. Y un pequeño .txt para organizarme. No sé cuánto tiempo estuvo investigándolo todo, pero aprovechó para hacer copias a un pendrive según me comentó. Sin duda fue más de una hora mientras editaba archivos de sonido y trasteaba el programa de creación. Finalmente me quitó la mordaza.

—Si gritas te tapo la boca de nuevo.

—Estás loca.

Bofetada en la polla.

—Los puñetazos en los huevos han sido muy flojos. No me cabrees.

—Por favor… suéltame, me estoy meando.Haré lo que quieras… saldré contigo.

—Debes creerte que soy así de tonta.

—No, eres muy inteligente. Ya lo has demostrado. Ahora desátame, Carol. Y haré lo que quieras —tenía la vaga esperanza de solucionarlo con sexo sumiso o algo parecido.

—Lo que quiero no puedes dármelo. El sentimiento no es mutuo y eso no sería una relación real. Además, empiezo a sentir como si despertara de un sueño. De una ilusión. Qué coño, de un trance. Creo que ya no estoy enamorada de ti.

Me estrujó la polla fláccida.

—¡Ay!

—Supe que lo que estabas haciéndoles era real cuando vi lo que hiciste con «Blondy». Me engañaba a mí misma diciéndome que también era un juego de roles, solo que más complicado; uno que hubiérais acordado de antemano con un guión. Me puse un poquito celosa por no haberme elegido a mí. Pero cuando vi lo que le hacías a Marta… a «Cloudy»… ahí estuve segura.

Comenzó a acariciarme suavemente la polla, pero tuve miedo. Sin duda planeaba pegarme por sorpresa o doblármela (¿partírmela?) al ponerse dura, y me acojoné. De modo que tardó bastante en levantarse, especialmente con el dolor permanente en los testículos. No se iba. Ella volvió a hablar y con cada palabra me asustaba más.

—Supongamos por un momento que te castigo con tu propia medicina —ronroneó sin cesar sus suaves caricias en la polla y huevos, apenas rozando—. No voy a perder el tiempo grabando imitaciones de tus monólogos. En lugar de eso he tomado un atajo: he transcrito las palabras con un programa de voz a texto. Luego he editado los pronombres femeninos, he añadido menciones a tu nombre en los archivos personalizados que nos tenías preparadas, y con otro programa he generado voz desde texto. La tecnología ha avanzado bastante desde el viejo Locuendo, ahora es convincente. Creo que debería funcionar… ¿probamos?

—Pe-pero… Yo… ¿Qué? ¡No! ¡SOCORROOO! ¡AAAHGPH!

Me taponó la boca metiendo algo grande y duro, y suave, y húmedo. Reconocí sabor a flujos vaginales. Era un dildo. ¿Lo había llevado puesto hasta ese momento? Estaba caliente.

—Una palabra o grito y te vuelvo a amordazar.

—¡Guéltameeegh!

Me sujetó la boca con firmeza y afianzó el dildo usando cinta aislante. Mucha. Creo que también lo secó para adherirse el pegamento, porque lo notaba más seco a la altura de mis labios. Me atragantaba y tenía arcadas.

—No estires la lengua, es algo que sabrías si chuparas pollas. Eso deja vía libre hasta la campanilla. Deja la lengua detrás.

Comprendí que no era uno de los grandes, aunque me lo había parecido por su grosor. Debía ser pequeño para usarlo de esa manera y quedar sujeto sin dejar gran parte fuera de la boca. «Oh…», pensé al comprender que era un tapón anal. El más gordo. La cinta sujetaba a mis labios la parte plana inferior de la punta cónica.

—Mmmmmm… —farfullé lo más lastimeramente que pude; no funcionó. Comenzó a acariciar con ambas palmas toda la polla por arriba y por abajo, dándole cariño. Como si intentara compensar con un suave masaje el maltrato anterior.

—No llegaste a practicar con Blondy la parte del aislamiento sensorial. ¡Qué situación más oportuna!

—¡MMMMM! —Y negué con la cabeza. Retiró la almohada de debajo de mi cabeza, y acercó hasta mi nuca un travesaño acolchado.

—Veo que es lo que me imaginaba. Justo lo que necesitaba.

Colocó mi cabeza sobre el soporte y después giró la diadema metálica y acolchada para colocarse sobre mi frente, y cerró el mecanismo que tan bien conocía: sujetó mi cabeza con firmeza.

—Dame un segundo mientras repaso que toda la lista de reproducción esté correcta para no necesitar supervisión… oye, tengo hambre, ¿tú no? —dijo mientras le oía hacer click con una mano en el portátil, y con la otra comenzaba a pajearme lentamente, todavía fláccida—. Hum… sí, parece que todo está listo —con el prepucio bajado me acarició con dedos húmedos el glande, sólo un par de segundos—. Ah, y por mí puedes mearte encima si quieres. O hacer lo que necesites. —aceleró a una paja muy rápida y entonces fui consciente de que ya estaba lo bastante dura para hacerlo—.¿Qué pasará si lo mezclo todo? Creo que en toda la noche dará tiempo a ponerte todos los audios sin parar, según las anotaciones de duración de cada uno de los bucles. Te dejo, yo voy a la cocina a hacerme algo de comer —me la soltó de golpe después de ponerla bien dura.

—¡MMMMMMMMMM! —Protesté desesperado por última vez, y tragué saliva. Había acumulado mucha cantidad como cuando me hurgan en el dentista, pero no había una aspiradora succionándola. Con el tapón anal metido en la boca, se me pasó por la cabeza que tragar de golpe tanta saliva caliente podría ser parecido a tragarse una corrida masculina. Me avergoncé más de mí mismo, y aterrorizado por lo que sabía que iba a pasar, me eché a llorar como un niño.

Me colocó mis auriculares de cancelación de ruido activa. Envolvían completamente las orejas. Una vez apretados sin llegar a molestar, si estaban encendidos, era casi imposible oír a alguien que estuviera hablando con normalidad a un metro de ti. Gracias al travesaño y su diadema, no podía ni girar la cabeza para que se cayeran chocando contra la cama. Era una medida que había preparado por si alguna me daba problemas, para reprogramación de «emergencia» centrada en someter su voluntad a la mía, y crear los comandos de robot más radicales, con un tratamiento y programación especial para rebeldes. Pero Carol fue prudente, y sentí cómo me ponía más cinta aislante para sujetar los auriculares a mi cabeza, para poder irse tranquilamente como afirmaba. Me acarició de nuevo, haciendo eses rozando con las yemas de sus dedos, desde los huevos haciendo cosquillas, hasta la punta del glande destapado. Mantener la erección fue su gesto de despedida. Entonces le dio al play, oí aterrorizado mi familiar guión, y no supe nada más de Carol. Quizá se marchó. Quizá me observó fijamente todo el tiempo. Yo no podía verla ni oírla. Y sólo olía y saboreaba restos de flujo vaginal en el tapón. Todavía estaba sollozando en silencio cuando la música con subliminales comenzó; entonces me eché a temblar.

Los auriculares no se movieron de su sitio en toda la noche.


—Y eso fue todo.

—Menuda historia.

La técnica operadora de robots se enfundó los guantes y volvió al trabajo. No era la mesa de un taller de soldadura, ya que trabajaba con un ordenador y era especialista en software, pero los guantes recortados eran un símbolo para ella.

—¿Le pasó algo más? —preguntó juguetona.

—Sólo un detalle menor. El estrés del trauma le dejó calvo. Cuando se dio cuenta cayó de rodillas, alzó las manos al cielo y gritó «¡NOOOOOO!» como si la vida le fuera en ello.

La operadora se partió de risa.

Cuando se recuperó se sentó en su mesa de trabajo en lugar de la silla. Balanceando los pies le hizo otra pregunta a la unidad averiada.

—Hay algo que no entiendo. ¿Cómo durante todo ese tiempo Carlos no fue afectado por sus propios subliminales?

—Porque se sometió a autohipnosis desde el principio para implantarse medidas protectoras. Por eso sabía que funcionaría con él. Carol también lo leyó en sus anotaciones, y con las transcripciones supo cómo deshacerlo.

—Me gusta esa chica.

—A mí no.

—Sigues averiado. Los robots no debéis tener opiniones sobre humanos. Déjame que reconfigure los protocolos —y se puso a teclear.

—Operadora, tengo una duda.

—Dispara.

—¿Cuántos modelos diferentes pasamos por tu taller?

—Hay 8: mula de carga, guardaespaldas, novio, confidente amigo, unidad sexual, unidad humanoide, y espejo mental. ¿Por qué lo preguntas?

—Es por algo que a veces sueño.

—Los robots no soñáis. Es un bug —pulsó enter y la transmisión sónica desde el cloud comenzó la actualización del sistema operativo.

—En mi bug yo no soy un robot sexual, sino un espejo mental. Y me han utilizado para creer que soy un robot sexual que cree ser humanoide, interpretando un papel al que ahora no puedo acceder.

—Eso es ilógico y no computa. Tú eres tú, no eres otro. Eres la unidad sexual 25. Y no puedes acceder a ese papel humano porque no eres de tipo humanoide. Por eso estás aquí. Veo que no puedo arreglar el bug de los falsos sueños, pero te estoy actualizando a robot humanoide. Mañana serás asignado a un puesto de trabajo mientras crees ser un humano varón.

—¿Qué tipo de trabajo? —preguntó Sexbot 25 con la esperanza de que fuera de la rama de su especialidad.

—Tu base de datos cuenta con detalles para ejercer la profesión de la enseñanza.

—Actualización completada. Operadora, ¿puedo descargar datos sexuales ahora?

—No, reserva tu descarga para cuando te ordene descargar. Hum… pensándolo bien, hace tiempo que no me corro con una de tus descargas en mi boca…

Fin