Profesor Carlos Javier: Academia nocturna
El nuevo profesor de Lengua se encuentra con 8 repetidoras en 2º de Bachillerato y decide darles clases de refuerzo. Pero es un hipnotizador experto con pocos escrúpulos y está salido. Una de ellas se enamora de él accidentalmente, pero está como un cencerro. Él no sabe dónde se ha metido...
La mejor de la clase
Carol y Esther competían; necesitaban ganar, ser la mejor de la clase de educación sexual. Querían triunfar como las mayores expertas y sacar un 10 en mamadas. Tarea nada fácil, porque todas eran muy buenas, pero eso no les iba a impedir intentarlo con todas sus fuerzas. Tal era su convicción que siempre se esforzaban al máximo, pendientes de superar cada artimaña de las demás, cada truco que me acercara más al orgasmo, cada maniobra para alejarlo y, en definitiva, cocinar a fuego lento la explosión final; también tenían que tener cuidado porque al hacerlo en parejas, siempre tardaban menos en provocar orgasmos, así que tenían que tener cuidado, adaptarse al ritmo de la otra y a las reacciones del receptor.
—Buena chica —las elogié en singular mientras jadeaba, y ambas creyeron que se lo decía a ella. Eso las animó y redoblaron esfuerzos, y como siempre, mis palabras iniciaron la recta final: ya no se contendrían, ahora buscaban mi clímax, no más «teasing», no más ponerme al borde… y me preparé para disfrutar al máximo, hasta desbordar la boca de la afortunada.
Según las reglas de mi clase, ninguna podía acaparar el glande más de 20 segundos, y habían sido adiestradas para contar mentalmente cuando la otra le robaba el protagonismo: así el glande iba pasando de una a otra. Y aquella que consiguiera la explosión de semen en su boca, tendría derecho a tragárselo. ¡Y cómo les gustaba hacerlo! 2 de cada 3 veces les provocaba un potente orgasmo (causado por mi programación), y cuando no llegaban a este, las dejaba al borde; eso las dejaba tan excitadas que necesitaban hacer otra mamada (me aseguré de que masturbarse no les gustara ni la mitad, y ni siquiera se podían correr así, sólo deseaban aún más hacer mamadas).
Por supuesto eso significaba que la «perdedora» siempre se quedaba en esa situación, cachonda perdida, y quedaba pendiente del «ejercicio de recuperación» hasta que yo la llamara para intentarlo. Eso significaba humillación y gran frustración por la derrota, acumular mucha tensión sexual no resuelta hasta la recuperación, y esperar todo ese tiempo con gran excitación (insisto, no les satisfacía masturbarse) hasta la siguiente mamada… fuera cuando fuese que yo decidiera llamarlas.
Tanto si ganaban como si perdían, siempre que pensaran en sexo, sus mentes divagarían hasta el sexo oral y llenar sus bocas; de hecho a menudo quedaban en trance ligero «soñando despiertas» (autohipnosis), fantaseando y recordando lo bien que se siente hacer mamadas, «ganar», y los tremendos orgasmos asociados a las victorias. Esto iba más allá de la mera asociación de Pavlov, porque también estaba programado por mí.
Cuanto más abundantes fueran los chorros de semen, más intensa y duradera sería la ola de placer que sintieran. Esa intensa sensación les saturaba la mente, las dejaba en blanco y en trance durante minutos, y desataba sus orgasmos; hice que estos se prepararan automáticamente al mismo tiempo que chuparan pollas. Y cuanto mejor lo hicieran (y durante más tiempo), más poderosos serían nuestros respectivos orgasmos. Pero requería que la cantidad de semen ingerida fuera suficiente, y no estaba permitido compartirlo una vez que disparaba.
También establecí en las normas que tenían que seguir mamando hasta que saliera la última gota, sin detener la estimulación, manteniendo la del momento anterior del primer chorro hasta que terminara de salir.
Siempre que las chicas se corrían así era también un logro para mí, porque fui yo quien logró tal obra de arte, pintando en sus mentes como lienzos en blanco.
Todo empezó un soleado día de primavera; era el nuevo profesor sustituto en en un elitista instituto privado, y me asignaron al último curso, el que las preparaba para ir a la universidad.
—Me llamo profesor Javier; Carlos Javier —dije escribiéndolo en la pizarra.
—¿Que te llamas Profesor? ¡Vaya nombre más tonto! —varias se rieron y el chascarrillo sin gracia me resbaló; esperaba reacciones así de inmaduras, después de todo estaban en esa edad. No reaccioné porque era demasiado hombre, masculino, maduro y El Profesor, por supuesto… así que Carol logró que me quedara con su cara el primer día y primer minuto. «GG, Git Gud», pensé, recordando la jerga online de los videojuegos de mi propia adolescencia.
—Voy a enseñaros Lengua y Literatura; no voy a aburriros sobre la importancia de la Lengua, tan presente en nuestras vidas. Todos usamos la lengua a diario y la lengua es muy importante.
—¡Eso suena tan obsceno que tiene que ser a propósito! —Exclamó otra, y toda la clase se rió. Disimulé lo mejor que pude y continué, pero no se callaban, así que esperé mirándolas fijamente, estoicamente, una por una. Poco a poco se impuso el silencio… salvo por esas dos, compañeras y cuchicheando ante mí, con risitas mirándome tapándose la boca para no leerles los labios; les daba igual que las viera.
—Vosotras dos, ¿cómo os llamáis?
—¿Cómo crees que me llamo? —replicó la primera.
—Soy tu profesor.
—Ya sé que te llamas Profesor. ¿Dirías que tengo cara de Sara, por ejemplo?
—¿Quién es la delegada? —se puso en pie —. Dime cómo se llama.
—No seas chivata —la miró casi amenazadoramente.
—Se llama Carol, don Javier. No es mala, pero es… en fin…
—¿Cómo soy, eh? —esa vez sí que sonó amenazadora.
—La peor estudiante —contestó por ella otra, alguien a quien no parecía caerle especialmente bien la «graciosa». Por alguna razón Carol me caía mucho peor que…
—¿Cómo te llamas tú? —pregunté a la que compartía secretitos con ella.
—Me llamo Esther, Profesor. Digo, don Javier. ¿O es don Carlos?
—Poneos en pie cuando habléis con un profesor —lo hizo, pero Carol no.
—Carol, ¿Cómo de mala estudiante eres? —parecía orgullosa, así que la ataqué ahí —. No tienes cara de Sara, pero sí de ser mayor de edad. ¿Cuántas veces has repetido curso?
Se sonrojó y cruzó de brazos, enfadada. Me miró con el ceño fruncido y le sostuve la mirada. Finalmente cedió y se puso en pie, con la cabeza gacha; gané.
—Dime tu edad, Carol.
—18.
—Estamos en la última hora. Cuando terminemos vendrás a mi despacho.
—…
—No te oigo.
—Sí, Profesor.
—Me llamarás don Javier.
—…Sí, don Javier.
Sonreí satisfecho y les dije que se sentaran a las 3 en pie.
—¿Cuántas de aquí son mayores de edad?
Levantaron la mano. Para mi sorpresa Esther también era repetidora, con 18 años. Eran 8 en total, un tercio de la clase, y eso me sorprendió. Tenía entendido que en los centros privados se pagaba para que los hijos pasaran de curso.
—¿Siempre habéis estudiado aquí? —asintieron —. Así que el nivel es muy alto…
—Sólo las mejores pasamos de curso sin suspender ninguna —aseveró la delegada poniéndose en pie, con brillantes ojos marrones tras sus grandes gafas redondas, con el pecho henchido y orgullosa. Deduje que el puesto de delegada era una recompensa de honor para la número 1, era evidente por las miradas de odio de las repetidoras.
—Yo soy la número 2 —dijo otra poniéndose en pie, y las miró desafiante. Por las miradas y el ambiente que se formó en un momento, comprendí que habían hecho de la competición una forma de vida; eran todas hiper competitivas. Quizá era lo que fomentaban en aquél lugar, junto con el clasismo. O quizá todas aquellas pijas venían enseñadas de casa, pero mientras comenzaban a discutir, me sentí como si viera una pelea de luchadoras en bikini sobre barro; me costó disimular la mirada de bobo salido y me fijé en la hermosura que lucían, como si entre las pruebas de admisión estuviera ser aspirante a reina del baile o supermodelo junior.
Impuse silencio y di mi clase con normalidad, pero cuando sonó la campana hice que se quedaran todas las mayores de edad.
—No pasa nada, chicas, sólo quería hablaros sobre vuestra situación. Digamos que es una pequeña tutoría…
—Mi madre me está esperando —respondieron varias, y otras, su padre. Les dije que mandaran mensajes de que esperaran 10 minutos para hablar con el profesor nuevo, que quería conocerlas.
En lugar de ser un monólogo, las escuché. Les hice preguntas breves y directas y les metía presión para contestar rápido y pasar a la siguiente del círculo de chicas que formé frente a mi escritorio. Memoricé sus caras y su forma de ser en base a sus reacciones y respuestas: lo que no decían era una respuesta en sí misma.
Cuando las dejé irse, retuve a la más hostil.
—¿A dónde vas, Carol? —se detuvo en seco, avergonzada. Quería salir la primera y todos lo vieron. Esperó dándome la espalda, furiosa. Había observado que era la única que no parecía ser esperada por nadie.
—¿Me va a castigar? —preguntó sin darse la vuelta. Sería otra humillación para ella.
—Primero hablaremos, y luego decidiré qué hacer contigo —se dio la vuelta poco a poco. Seguía roja, y sus ojos un poco llorosos —. Cierra la puerta para que estés más tranquila. ¿Tienes coche?
—Sí. ¿Por qué?
—¿No hay nadie esperándote?
—No… —agachó la cabeza, triste. ¿Problemas con papá?
—¿Tu madre trabaja?
—Sí. Es médica. Siempre está ocupada.
La miré con otros ojos. Una vez que no tenía nada que demostrar a las demás, se estaba relajando y abriendo. ¿Significaba eso que no necesitaba competir conmigo por no ser su igual? Había tenido que recordarle la jerarquía para lograrlo.
—¿Qué hay de tu padre?
—Está en el extranjero. Siempre viaja.
—¿Dirías que las cosas van bien en casa?
No contestó. Se puso más triste.
—Mi trabajo es enseñar, no educar ni cuidar, Carol. Eso es trabajo de la familia. No me gusta tener que educar a nadie; espero, especialmente de una adulta, un comportamiento digno. ¿Entendido?
—Sí, Profesor —nos quedamos mirando fijamente, y se me escapó una sonrisa. Eso la desconcertó y se sorprendió sonriéndome también.
—¿Y qué hay de las demás? —ahí estaba, la competición de nuevo —. Todas se han peleado.
—Sólo tú y Esther habéis sido insolentes con la autoridad de la clase.
—¡No es justo, le has dejado irse!
—No se debe tutear a los profesores.
—Perdón… —casi lo susurró—, pero ¿por qué le ha dejado irse?
—A ella sí la esperaban. Ya hablaré con ella mañana. Has hablado de justicia: si la castigo a ella, tengo que castigarte a ti. ¿Qué opinas?
—O todas o ninguna —contestó sin dudar.
—Buena chica —sonreí. Abrió los ojos como platos y se sonrojó un poco, con la boca abierta; esta vez no era furia, sino timidez y disfrutar de un elogio. Supuse que estos eran muy escasos y valiosos en su mundo.
—Gra-gracias… don Javier.
—Como tu profesor, no puedo ser una figura sustituta de tu padre. Pero también por ser tu profesor, puedes acudir a mí cuando tengas problemas o lo estés pasando mal. ¿Entendido?
—Sí —parecía otra persona: se había desinflado como un globo, estaba relajada, con los miembros caídos y la expresión serena. Me miró a los ojos por un momento y apartó la mirada sonrojándose más. Dudé si era un gesto de coqueteo calculado o le había salido sin querer, pero mi entrepierna despertó. Tragué saliva y la eché.
—Ya puedes irte, Carol.
—Gracias, don Javier —echó a andar y una idea me asaltó.
—Te han dicho que eres la peor, y quizá lo seas —instantáneamente puso cara de horrorizada—, pero conmigo puedes llegar a ser la mejor: sólo tienes que tomarme en serio y esforzarte en todo lo que te diga. Si quieres mejorar, si quieres ganar , y demostrar lo que vales, yo puedo ayudarte. Pero si no haces todo lo que yo te diga, y si no te esfuerzas al hacerlo, no te ayudaré y todo seguirá igual: no cambiarás y serás la peor de todas. ¿Lo entiendes?
—Sí.
—Buena chica. Ahora vete a casa.
Noté cómo mis palabras llegaban hondo por cómo se marchó, sorprendida y conmovida. No me esperaba lograrlo. Miré mi entrepierna una vez a solas y vi que el bulto no se notaba en absoluto, afortunadamente. El primer día había elegido ropa interior ceñida y pantalones holgados, y me alegré de acertar.
Por entonces no lo sabía, pero Carol se pasó la tarde pensando en mí. No masturbándose, no todavía, pero no me quitaba de su cabeza. Había irrumpido en su vida como un hombre joven, atractivo y autoritario, con las cosas claras y que sí se involucraba personalmente; alguien que le ofrecía la mano para ayudarla y había sabido ver a través de su soledad y sus necesidades. Alguien que le podía ayudar a recuperar su maltrecho estatus social («ganar» y «ser la mejor de la clase»). Y alguien que la hizo sentir algo al elogiarla. Aquello era a lo que más vueltas le daba Carol. ¿Qué era lo que había sentido exactamente, y por qué, las dos veces que simplemente la llamé «buena chica»? No había ningún significado profundo o misterioso, pero era la mayor carencia que tenía: la aprobación de sus padres.
El segundo día transcurrió de forma sorprendente: Carol estuvo seria toda la clase, obediente y formal; su amiga se aburría y no captaba su atención. De repente se había convertido en buena estudiante al recuperar la motivación y verse capaz de remontar, y sentirse apoyada, pero su amiga no lo comprendía.
—Esther, quédate —dije al sonar el timbre. Carol nos miró a ambos bruscamente y no supe qué pensar. ¿Estaba celosa? Se hizo de rogar para salir y cedió el paso a toda la clase, caminando lentamente. Esperó justo frente a la puerta en el pasillo hasta que estuvimos solos Esther y yo.
—Carol, si quieres esperar a tu amiga, déjanos solos y aléjate de la puerta para respetar nuestra privacidad; eso es lo correcto —asintió y cerró la puerta.
La conversación con Esther fue parecida: también era repetidora, pero a diferencia de la astuta Carol, esta era tonta. Claramente no tenía el nivel para ese centro, y descubrí que tenía 19 años: repitió dos veces. Esa chica se sentía inferior, pero a diferencia de su amiga, le echaba ganas; por lo tanto no estaba abajo del todo en el ranking (que descubrí colgado en el tablón de anuncios), pero tenía el mismo deseo de mejorar. No el mismo orgullo herido, sustituido por autocompasión, pero conseguí que también me tomara en serio y aceptara mi trato de hacer todo lo que yo le dijera. «Veremos cómo evoluciona esto…», pensé con los calzoncillos de nuevo apretando. Abrí la puerta bruscamente y sorprendí a Carol al otro lado, y se sonrojó de nuevo.
—Lo siento… —murmuró.
—Por esta vez no pasa nada, es propio de tu edad y muy sano tener curiosidad; pero la próxima vez que me desobedezcas le daré importancia. ¿Lo entiendes?
—Sí… don Javier.
—Ahora acompaña a tu amiga —dije poniendo la mano en el hombro de Esther—, eres una buena chica. Ya puedes irte.
Y me fui a mi escritorio a mirar papeles. Tardé un momento en notar que las dos se habían quedado mirándome. «¿Tan hostil era el ambiente aquí?». También comprendí que el impulso competitivo había asaltado a Carol contra su amiga: ¿dónde estaba su ración de elogios? ¿Y la otra era la buena chica ese día? Se puso definitivamente celosa. En cambio, la otra todavía no sabía cómo reaccionar a mis palabras, y tardaría en llegar al mismo nivel de apertura de la casi marginada, pero empecé a gustarle también… especialmente al intuir que estaba en plena competición por mí.
Esa tarde Carol estuvo pensando en cómo ganarse mis elogios, y al día siguiente esperó a que todos salieran. Su amiga se debatía entre las ganas de salir de clase, la curiosidad y no quedarse atrás respecto a mis atenciones.
—Don Javier, le tomo la palabra.
—¿Qué? —no me esperaba una exigencia por su parte.
—Voy a hacer lo que usted me diga, pero a cambio me ayudará —miró recelosa a Esther—… ¡Me lo dijo a mí primero!
—Tranquilidad. Hay para las dos. ¿Tú también quieres que te ayude a ser la mejor, Esther?
—No podemos ser la mejor ambas —replicó Carol cruzándose de brazos, y no pienso volver a ser una segundona.
—Tenemos 8 meses para terminar el curso —dijo Esther—, y nunca he podido aprovechar el tiempo que estudio: es como si no me entraran suficientes palabras en la cabeza, da igual cuánto tiempo…
—No te preocupes por eso. Tengo métodos especiales con los que puedo ayudaros, pero tenéis que esforzaros en todo lo que os diga, y poner de vuestra parte.
—¿Qué métodos son esos? —preguntó Carol, intrigada.
—Todo a su tiempo, os lo explicaré más adelante. Primero voy a montar una academia de repaso por las tardes, y a vosotras os lo dejo gratis por tres razones: nadie iría a una academia a la que no asiste nadie, os dije que os ayudaría, y cumplo mi palabra. ¿La cumpliréis vosotras acudiendo a mis clases privadas porque yo os lo digo, y os esforzaréis en hacerlo todo?
—Sí —contestaron al unísono, pero sólo Carol con convicción y energía. Afortunadamente no pensaron que a ellas les daba igual que fuera gratis, y que sus padres podrían mandarlas a cualquier academia. Lo que les importaba es que fuera conmigo.
Una semana después ya tenía a las 8 repetidoras mayores de edad; no pagaba el alquiler de un local para no cobrarles, así que hacía mis clases al estilo de Aristóteles: orales y al aire libre aprovechando el sol de primavera. Hice mis clases bastante dinámicas, caminando en vez de estar sentados, con interacción en vez de monólogos, y explicándose las cosas unas a otras para asimilar conceptos que yo iba corrigiendo.
A las 2 semanas estaban sorprendidas; había cubierto lagunas básicas que había descubierto que tenían y las estaban lastrando. Algunas estaban encandiladas con mi forma de enseñar, y todas comenzaban a mirarme con admiración. Especialmente por la presencia de Carol, que parecía arrastrar a las demás a una mezcla de competición por mis elogios y obsesión creciente que me negaba a considerar amor. Hablaban mucho de mí sin mi presencia, y cada vez mejor. El influjo había alcanzado a las otras, pero les dije que todavía no aceptaba nuevas estudiantes porque sólo lo hacía con grupos pequeños.
Para entonces Carol se comportaba como si tuviera un estatus superior a las demás de la academia, como mi mano derecha; y como descubrí más tarde, había empezado a masturbarse conmigo. Llevaba toda la semana haciéndolo sin faltar un día, y cada vez estaba más decidida a seducirme; fantaseaba con cómo iba a conseguirlo, pero lo que ella no sabía era que yo tenía mis propios planes, y no me conformaba con una sola. Sabía que la tenía a mi alcance, pero si daba ese paso perdería a las demás. ¿Cómo hacer de las 8 mi harén?
Al cabo de un mes decidí pagar un local sin cobrar:
—Este mes es gratis, pero a las demás les cobraré… excepto Carol y Esther, que fueron las primeras y les dije que no les cobraría —hubo quejas pero las acallé —. Necesitaba un local para sacar lo máximo de vosotras. A partir de ahora voy a enseñaros a concentraros, y para eso tenéis que aprender a relajaros y despejar la mente. Si habéis oído hablar de la meditación, es algo parecido —puse música relajante con mi móvil—, vais a aprender y os va a gustar lo que os voy a enseñar.
—Como siempre —me elogió Carol.
—Gracias, Carol.
El primer y segundo día sí utilicé auténticas técnicas de relajación y varias se durmieron. En aquél local compuesto por colchonetas para clases de artes marciales, mi hora de academia consistía en tumbarse y dejarse llevar, oyendo mi voz y la música con los ojos cerrados, y haciendo ejercicios de respiración profunda; les enseñé a percibir su estrés por su respiración, y se acostumbraron a mantener bajo control la ansiedad excesiva (retroalimentada por mala oxigenación).
A partir del tercer día, la música llevaba incluidas pistas de mi voz en frecuencias subliminales, complementando lo que yo les decía. Conocía los huecos por la música, y era entonces cuando yo hablaba. Con esa alternancia, el torrente de palabras no cesaba, penetrando en su mente consciente y en la subconsciente. Ese día había pagado dos horas, y tras hora y media estuve seguro de que la última que se resistía ya estaba hipnotizada. Como siempre hacía en esos casos, lo que programé durante más de 20 minutos con insistencia fue la facilidad para volver rápida y fácilmente a ese estado, sin ofrecer resistencia, y disfrutarlo relajadas. Tenía una ya dolorosa erección y tuve que salir a lavarme la cara tras detener la música y decirles que pronto despertarían, sin concretar. Para mi sorpresa, cuando volví todas seguían en trance profundo. Miré el reloj: 2 minutos para la hora, y ya oía las voces de los alumnos esperando en la calle. Las desperté con voz baja y suave a lo largo de todo un minuto, para que el despertar no fuera desagradable y no lo asociaran a una mala experiencia. La mayoría no se puso en pie hasta después de la hora, demasiado soñolientas, y el profesor entró a meter prisa.
—Ya salimos.
Carol fue la última en levantarse, y parecía incluso triste al hacerlo. Me las llevé al descampado habitual y las tumbé otra vez, y hablamos sobre la experiencia. «Me ha encantado» fue lo más repetido. Luego puse la misma música, con el volumen al máximo en exteriores, y aun sobre la tierra, algo de gravilla, y arbustos, no les importó y logré que cayeran en trance, aunque menos profundo, en menos de 10 minutos. Entrar y salir suele ser efectivo para profundizar más, pero me conformé con aquello dadas las circunstancias.
—Don Javier, ¿podemos hablar? —preguntó Carol tras disolver la clase, tirando de la manga de mi camiseta. Como siempre que se quedaba conmigo a solas, se le pegó su amiga Esther, quien se veía como la número 2 de la academia. Siempre eran las últimas en irse y las demás ya no le daban importancia, pero aquél día sería diferente.
—¿Qué sucede? —pregunté como estábamos en medio del descampado.
—Por favor… —murmuró.
—¿Qué?
—Quiero más. Hágalo otra vez.
—¡Yo también! —se apuntó la otra—. ¡Por favor!
Así comprobé su sugestionabilidad y su interés. Entre las las frases subliminales que se repetían estaban: «cuanto más te gusta el profesor, mejor te sientes», «cuanto mejor te sientes, más te relajas», y «cuanto más te relaja, más te gusta el profesor». Tuve claro que había funcionado muy bien por la forma en la que comenzaron a mirarme las menos interesadas. Pero los ojos de Carol brillaban en una mezcla de amor y necesidad enfermiza; me sentí culpable. Luego mi polla dura hizo que se me pasara.
—Está anocheciendo; ¿estáis seguras?
—Pues… relájeme en… ¡en su casa! —Carol se atragantó al decirlo y tragó saliva entre medias. Le costó terminar la frase por puros nervios. Se puso roja como un tomate y miraba al suelo. Temía que adivinara sus intenciones de seducirme.
—¡Si ella va, yo también! ¡Quiero ver su casa!
Otra frase subliminal había sido «El profesor te relajará, el profesor te gustará. Su casa te relajará, su casa te gustará». Como esperaba, como mínimo tendrían curiosidad de venir. Pero era demasiado pronto.
—Es posible, más adelante. Hoy no. Volved a casa y recordad los ejercicios de relajación. Quiero que los repitáis en la cama cuando os acostéis y cerréis los ojos.
—¿Sin música ni usted? —preguntó Esther— Nunca podré relajarme tanto sin su voz.
—Es cierto, su voz es muy relajante —otra afirmación subliminal —. No me había sentido tan bien nunca. Por favor… —me sujetó de nuevo de la manga, mirándome con ojos suplicantes, y mi polla casi atravesó mis calzoncillos. Cuanto mejor le hiciera sentir, más le gustaría; eso no sólo era algo natural, había sido muy reforzado con la programación subliminal. Tomé la mano de Carol por primera vez, en principio para retirarla, pero me quedé sosteniéndola con cara de tonto, tan suave como era su piel, con la mirada de felicidad que me dedicó.
—Yo… bueno… vale, puedes venir a mi casa. Para relajarte más.
—¡Síii! —saltó de alegría y su amiga se escandalizó.
—Está bien, venid las dos —fue un jarro de agua fría para Carol, pero recuperó parte de su entusiasmo en seguida. Cuando llegamos a mi coche, Carol empujó a la otra para montarse en el asiento de copiloto.
—Eso ha sido una falta de educación.
—¡Lo siento!
—Pídele perdón a ella.
—Lo siento, Esther.
A menudo tomaba ese rol de profesor autoritario, pero para Carol era más parecido al de su severo padre. En un primer momento eso fue lo que más le atrajo de mí. Ya era de noche cuando arranqué el motor, y pronto llegamos a mi casa; vivía sólo, pero no quería llamar la atención de sus familias.
—Antes de nada, no quiero que nos molesten. No saquéis los teléfonos del modo avión —los habían puesto así para la meditación y ni se acordaron de cambiarlo —, pero primero mandan un mensaje diciendo que volveréis más tarde; a menos que no tengáis hora de llegada.
Lo hicieron y las llevé al sofá. Si había podido hipnotizarlas tumbadas en un descampado, debería poder hacerlo sentadas en una casa. La tercera vez, sexta en total, fue rápida y profunda: en menos de 15 minutos Carol ya estaba en trance muy profundo, y Esther llegó sin lugar a dudas a ese nivel poco después. Tras otros 5 minutos reforzando los mantras anteriores, cambié la música al siguiente archivo, uno que planeaba usar para la segunda semana, cuando todas cayeran muy profundo fácilmente, y tuvieran la guardia baja:
«Te gusta el profesor», «tú disfrutas con el profesor», «te gusta que el profesor disfrute», «tú disfrutas cuando el profesor disfruta». Y tras 15 minutos la fase 3:
«Quieres que el profesor disfrute», «te atrae el profesor», «te excita el profesor», «te excita que el profesor disfrute», . Y luego de otros 15 minutos, la fase 4, necesidades:
«El profesor te gusta y quieres gustarle», «necesitas gustar al profesor»,
«necesitas hacer disfrutar al profesor», «necesitas que el profesor disfrute».
Luego de eso no me atreví a pasar a la siguiente fase, la de sexo explícito, o la siguiente a esa, la de amo y esclava. Llevábamos casi una hora, quité la música e improvisé:
—Chicas, es natural que os sintáis atraídas por un profesor atractivo y excitante. Es normal y lógico que yo os atraiga y excite. Muy pronto comprenderéis que os atraigo mucho. Así que es normal que os excitéis pensando en mí… como ahora. Te excitas pensando en mí.
Quería comprobar si se mezclaba esa afirmación con los mantras anteriores, y en cuestión de segundos las dos entreabrieron sus bocas, y pronto cayó de ambas un hilo de baba; sus pezones estaban muy marcados bajo la ropa de primavera (y descubrí que ninguna llevaba sujetador), y por mi experiencia, todo indicaba que estaban muy excitadas a pesar del trance. Fue como activar toda la programación acumulada al interactuar con ellas directamente, en vez de subliminalmente. De modo que esperé y no dije nada, para que ante la falta de estímulos, estuvieran en bucle con sus mantras resonando en su cabeza. Se fusionó con lo que acababa de decirles. Mientras tanto recordé una vieja fantasía y, dado mi estado, no me pude resistir:
—He decidido enseñaros una nueva asignatura: a partir de ahora, también soy vuestro profesor particular de clases de educación sexual. ¡Eso es un privilegio, enhorabuena! —inmediatamente las dos sonrieron, con los ojos cerrados y las nucas reposadas en el sofá. Apenas bajó su excitación al cambiar de tema, y no pensaron en los matices que implicaba la asignatura—. Más adelante meteré a las demás alumnas en la clase de educación sexual, así que tendréis más competencia… pero si os esforzáis en las nuevas clases de educación sexual, una de las dos podría ser la mejor de la clase. ¿Quién será? ¡Depende de ti superar a la otra! ¡Quieres ganar! Quieres ser la mejor. Quieres ser la mejor de la clase. Quieres ser la mejor de mi academia. —tragué saliva, nervioso, antes del paso de no retorno—. Quieres ser la mejor de mis clases de educación sexual. No permitirás que nadie te gane en las clases sexuales. Quieres ganar. Quieres demostrar lo que vales en las prácticas sexuales. ¡Quieres ganar! ¡Ser la mejor! ¡La mejor de la clase!
Esperé a que lo asimilaran. Me sorprendió que no volvieran a ponerse supercachondas, a pesar de que desde ese momento estaban decididas a lucirse en prácticas sexuales.
—Muy pronto comprenderás cuánto deseas las clases de educación sexual. Imagina que la otra intenta ganarte chupándosela mejor que tú al profesor. ¡No puedes permitir que te gane! Así que siempre que se la chupes al profesor, tú vas a pensar: ¡Quiero ganar ! ¡Ser la mejor! ¡La mejor de la clase!
Esperé de nuevo, y esa vez sí visualizaron las escenas sexuales. Carol se excitó visiblemente más que Esther, por lo que pensé que ella ya sentía morbo de antemano por el sexo oral. ¿Sería sólo curiosidad?
—Una de vosotras va a levantar la mano, lentamente, para indicarme que tiene experiencia en el sexo oral; aquella que ya haya hecho mamadas, que levante la mano.
Ninguna lo hizo.
—Ella ya lo ha hecho, así que podría ganarte en las clases de educación sexual, y eso no lo puedes permitir: necesitas ganar. Ser la mejor. La mejor de la clase. Además, prometiste al profesor esforzarte, así que te esforzarás por ganar. Siempre le chuparás la polla al profesor lo mejor que puedas. S iempre que hagas mamadas, te esforzarás por ser la mejor… la mejor de la clase.
Noté dudas en Esther. Quería ser la mejor, pero se resistía un poco al sexo oral.
—Quieres ganar, y necesitas esforzarte con las mamadas porque ella tiene más experiencia. Me prometiste hacer todo lo que yo te dijera, así que estás deseando que te ordene chuparme la polla. Cuando me chupes la polla demostrarás lo que vales, así que necesitas ser la mejor chupando pollas.
El rostro de Esther mostró determinación.
—Quieres ganar a toda la clase, así que harás las mejores mamadas que puedas. Siempre intentarás ganar en la asignatura de mamadas. Y estoy seguro de que vas a ser espectacular… porque eres una buena chica.
Y esperé. Carol tenía una extraña mezcla de paz, excitación, y desde que dije «buena chica», eso que parecía enamoramiento.
—Imagina que sorprendes a la otra chupándome la polla. ¡No puedes permitir que te gane! Correrás a chupármela tú también. Y así las dos juntas haréis disfrutar el doble al profesor. Chupándosela… lamiendo… succionando el glande… bajando y subiendo la piel de la polla para masturbar… Os turnáis para lamer y chupar el glande. Y cuando no lo chupáis, acariciáis y laméis y chupáis el resto de la polla. Y los huevos. Y hacéis gemir al profesor. Y lo hacéis disfrutar. Chupar pollas entre dos excita el doble a quien se la chupas, y a ti.
Ya se estaban comenzando a retorcer, especialmente Carol estaba muy cachonda.
—Lo excitaréis el doble al chupar pollas entre dos. Os excitáis el doble al chupar pollas entre dos. Pero queréis ganar a la otra, ser la mejor, la mejor de la clase. Os turnaréis el glande cada 20 segundos. Mientras tanto, tenéis todo el resto de la polla y los huevos para jugar con ellos… estimularlos, lamerlos, acariciarlos, chuparlos… y a los 20 segundos, de nuevo chuparéis el glande, pajeando a la vez.
Esperé para que se imaginaran la mamada dual detalladamente, incluyendo turnos, y que volara su imaginación con los detalles.
—No quiero que os peleéis, sino que colaboréis. La que se pelee podría suspender, y no ganará. Si estáis las dos en mi clase sexual, tenéis que chupar las pollas juntas: es trabajo en grupo —esperé 20 segundos—. Pero incluso haciendo juntas las mamadas, una siempre lo hará mejor que la otra. ¡Y tú necesitas ganar! Quieres ganar. Ser la mejor. La mejor de la clase.
Miré la hora y me asusté. Casi hora y veinte. Aun así puse cinco minutos más el archivo subliminal de atracción y excitación, para complementar mis últimas frases:
«Quieres que el profesor disfrute», «te atrae el profesor», «te excita el profesor», «te excita que el profesor disfrute». Y al mismo tiempo yo hablé:
—Siempre obedecerás al profesor. Harás todos los ejercicios sexuales que yo te ordene. Harás los exámenes sexuales que te ordene. Harás las recuperaciones que te ordene. El primer examen sexual consiste en hacer sexo oral. Suspenderás si la otra consigue que llene de semen su boca, y no puedes perder: necesitas ganar, necesitas aprobar. Sólo aprobarás si sigues chupando mientras te tragas los chorros de semen. Si relleno tu boca con semen, mientras sigues chupando, y te lo tragas conforme sale, apruebas. Pero eso sólo es aprobar, y tú necesitas ganar. S ólo ganarás cuando te tragues el semen mientras me corro en tu boca, como si bebieras leche calentita a la vez que me sigues chupando la polla —esperé ver caras de asco, pero extrañamente no sucedió. Completé la mamada que visualizaban—. Mientras mi orgasmo dura, me corro en tu boca, y a la vez que sigues haciendo la mamada, te tragas el semen —lo visualizaron mejor, y la cara de tontorrona y cachonda que puso Carol me lo dijo todo, y sus pezones podrían cortar cristal. Ambas tenían las bocas muy abiertas y hacían pequeños movimientos adelante y atrás con la cabeza, y movían un poco la lengua.
—Los deberes que os ponga consistirán en distintas formas de masturbación. Por ejemplo, el entrenamiento anal utiliza juguetes anales cada vez más grandes para acostumbrar el culo. Hay mujeres que disfrutan mucho del sexo anal, e incluso tienen orgasmos así. Pero también puedo poneros deberes de no masturbarse, de ninguna manera —me decidí—. A partir de ahora, normalmente esos serán vuestros deberes para todos los días: a menos que os diga lo contrario, no debéis masturbaros. Prohibido. Así acumularéis mucha excitación para hacerlo mejor en las clases sexuales. Si me desobedecéis y os masturbáis sin mi permiso, perderéis. Pero si no os masturbáis, llegaréis a tope a las clases sexuales, y entonces sí podríais ganar. Acumular excitación sin orgasmos es bueno para hacer mejores mamadas. Haciendo mejores mamadas, podéis ganar. Así que vuestros deberes de no masturbaros sirven para ganar.
Aquello las preocupó, pero hacia el final parecían convencidas. Entonces les dije que las clases de educación sexual eran un privilegio y eran secretas, como un club secreto, y que revelarlo significaría perder. Y lo peor, perderme a mí. Esther volvió a preocuparse, pero Carol parecía definitivamente asustada; al menos un poco.
Miré el reloj del teléfono: faltaba un minuto para la hora y media. Excesivo. Las guié por una rutina de «borrado de memoria» para que no recordaran el trance al despertar. También hice que ignoraran los flujos vaginales y la humedad en su entrepierna como si fuera sudor. Luego las desperté. Mi polla me dolía.
-Guau. Ha sido… maravilloso—dijo Esther, extasiada como si se hubiera corrido.
—Gracias, eres una buena chica —El rostro drogado y de mirada perdida de Carol volvió a la normalidad instantáneamente, me miró espantada de nuevo, y luego preocupada y enfadada a su amiga.
—¿Y tú qué opinas, Carol?
—Lo haré siempre que quiera. Siempre que me lo pida —aquello me sorprendió y dudé si se refería a hacerme mamadas—. Por favor, necesito más. Quiero más —hablaba precipitadamente, y luego se levantó y me tomó con dudas de la mano. Como si comprendiera que ese no era su estatus, la soltó y se arrodilló ante mí, mirando al suelo avergonzada—. Por favor, Profesor… dígame lo que quiere que haga. ¡Cualquier cosa! Mándeme ejercicios, me esforzaré más que nadie. Seré la mejor de la clase. Quiero ganar. ¡Necesito ganar! Haré todo lo que ordene. Y mejor que nadie. Sólo tiene que mandármelo… deberes, ejercicios, exámenes… por favor, hágalo. Deme órdenes. ¡Necesito órdenes para poder ganar, y ser la mejor, la mejor de la clase!
Esther la miró aturdida y sorprendida, pero como si sus palabras activaran mecanismos de su cerebro, poco a poco comenzó a reaccionar, y para cuando terminó de hablar Carol, nos sorprendió arrodillándose a su lado.
—¡No puedo perder! ¡Voy a ganar! —exclamó Esther. De repente me bajó la cremallera del pantalón y trató de desabrochar el botón. Le aparté la mano pero llegó a palparme el paquete —¡Oh, pero si ya está dura! ¡Qué bien!
Carol la intentó empujar, celosa, pero se contuvo en el último momento. Cerró los ojos, tomó la mano de Esther con delicadeza, y llevó ambas a mi entrepierna.
—Debemos hacerlo juntas, Esther. Es trabajo en grupo.
-¡Ah, es verdad!
Sin haberles dicho fuera del trance nada sobre las clases nuevas, Carol me había pedido «ejercicios» y «exámenes», me suplicó «órdenes» y me aseguró que «lo haría siempre que quisiera»; ya no me cabía duda de que se refería al sexo oral. ¿A caso no había borrado bien su memoria? ¿O por el contrario, la programación era muy fuerte y conllevaba esas ideas? De modo que aunque intentaba echarlas por ser las 10 de la noche, no pude más que dejarme llevar ante la iniciativa de las chicas.
No fue tan espectacular aquella primera vez como cabría imaginar, pero en muy poco tiempo mejoraron muchísimo su técnica, porque desde esa misma noche, con los deberes de no masturbarse, cachondas perdidas y pensando en cómo ganar en mamadas, ambas se dedicaron a investigar sobre sexo oral como especialistas: tutoriales y vídeos porno por parte de ambas, y además Esther preguntó en chats anónimamente, y Carol leyó relatos eróticos detallados para hacerse una idea de lo que les gustaba a los hombres. Por supuesto, con la práctica, ambas se copiarían mutuamente.
En cuanto al resto, una por una las fui llevando a mi casa, hipnotizándolas y programándolas igual de profundo, y en menos de 2 semanas, al día siguiente de completar la programación básica (y la prueba de campo) a la última del harén, organicé una «fiesta» que duró todo el fin de semana: todas las chicas fueron por separado como les dije, para no llamar la atención. Se iban por la noche y volvían al día siguiente. Así fue el primer «examen», un torneo por la mejor mamada realizado de viernes a domingo: En 3 días me la chuparon las 8; 3 corridas por día, así que para el domingo ya no podía más tras la segunda.
—¿¡Quién ha sido la mejor!? —preguntó ansiosa Esther apenas la última chica, una mulata de pelo rizado, se tragó la última gota; no se había esperado ni a que la sacara.
—¿¡Eso, quién ha ganado!? —Carol seguía siendo la más susceptible a mi influencia y programación, y la que más necesitaba mi aprobación. Por supuesto, no se la dí.
—Yo sé quién ha ganado, pero no diré las notas hasta el final del curso —protesta general de murmullos. Como era de esperar, había ganado Carol, a pesar de su inexperiencia previa. Su pasión podía conmigo. Y el segundo puesto era para la mulata, que había tenido dos novios y había cogido mucha práctica. De hecho me sorprendió su habilidad, y por eso la dejé para el final del examen, o no íbamos a terminar nunca. Pocos días atrás habría superado claramente a Carol, pero esta avanzaba muy rápido.
—Carol, he notado que avanzas rápido. ¿Estás practicando con otro hombre por mi límite de 3 mamadas diarias?
—¡No!
—Dime qué haces para mejorar tanto.
—Yo sólo… —miró a ambos lados temerosa de contar su secreto, pero le había ordenado hablar, así que lo hizo bajando la voz—. Tengo un dildo vibrador, pero ya no lo uso. Es muy realista, y practico todos los días mientras veo vídeos porno, copiando a las actrices. Me imagino… —se sonrojó—, me imagino que es el pene del profesor.
Esperaba oír risitas y burlas, pero en lugar de eso, las demás dijeron que era una buena idea y que deberían hacer lo mismo.
—Me alegra que aprendáis tanto, en vuestra vida sexual tendréis muy contentas a vuestras parejas.
—Pero Profesor —intervino la mulata—, yo soy lesbiana.
—¿Qué? —no podía creerlo. La última en reclutar había sido tan buena como Carol al primer intento, el jueves.
—¿Para qué me servirá ser tan buena en mamadas? A parte de para ganar y ser la mejor, la mejor de la clase.
—Dijiste que tuviste dos novios, y mucha experiencia en sexo oral, que me demostraste. ¿Lesbiana?
—Lo descubrí gracias al último.
—¿Y no será que era un desastre de novio?
—No, siempre me han atraído las mujeres.
—Entonces debes ser bisexual.
—Sentía curiosidad por los hombres, no deseo —dudé seriamente que se pudiera alcanzar tal habilidad sin sentir deseo por hacerlo; y menos aún, tener la práctica suficiente en vez de poner excusas para no hacerlo.
—¿Hay alguien a quien desees sexualmente en esta clase, Ayana?
—A usted, por supuesto. Y a Carol.
—Oh —disimulé mi orgullo—. Chicas, parte de la asignatura de sexo oral incluye al sexo femenino: para aprobar y ganar, necesitáis aprender a hacer eso también. Además, puede que algún día descubráis que sois bisexuales. Entonces haréis disfrutar mucho a vuestras parejas.
Las miré una por una observando sus reacciones. La única que permanecía tranquila, e incluso más animada, era Ayana.
—¿Hay alguna voluntaria para chuparle el coño a una mujer? —varias se miraron con claro rechazo ante la idea; por supuesto Ayana levantó la mano, pero Carol me sorprendió al hacerlo.
—Yo, voluntaria para todo.
— Buena chica— dije, pues se lo había ganado. En la última semana había tomado esas palabras y multiplicado el efecto. Me miró con puro amor y se le saltaron las lágrimas. Además, claro está, de multiplicar su sumisión y entrega. Recordé con satisfacción el primer día de la niñata repelente—. Entonces túmbate en el tatami —cubría con él mi salón—, ábrete de piernas y deja que Ayana se encargue de todo. —se sorprendió y alivió al ser el lado receptor—. Ayana, quiero que hagas una pequeña exhibición y te pares a explicar cada técnica; cómo masajeas la vulva, cómo usas dos dedos para el clítoris, el ritmo que le das… ya sabes.
—Ahora mismo —se pusieron en posición y anduvimos alrededor, viendo desde todos los ángulos cómo lo hacía todo. Ayana se detenía para dar explicaciones; esto tuvo el efecto que yo buscaba de «teasing»: a medida que Carol se iba excitando, acostumbrando y le gustaba cada vez más, Ayana la frustraba cada vez más por detenerse constantemente. Al mismo tiempo le hacía efecto la programación acerca de tenerme contento y excitado, que hacía que también ella estuviera excitada… pero nunca llegó a correrse por las interrupciones, como yo pretendía.
—Ayana, ¿cuántas novias has tenido después del último hombre?
—Sigo con la misma, Profesor.
Aquello me cortó el rollo. Me la imaginaba soltera. «Por eso no tenía novio…»
—Pues en estas clases vas a mejorar tu técnica: ya verás cuánto le gustarás a tu pareja cuando mejores.
—¡Gracias, Profesor!
Carol, que ya volvía a gemir, se frustró de nuevo cuando distraje a Ayana, y reí para mis adentros.
—Carol, cierra los ojos. Ahora vas a imaginar lo que te voy a describir, y lo vas a sentir como si fuera real… prepárate para sentir cómo soy yo, en lugar de Ayana, quien te está haciendo disfrutar… eso es…
Carol cayó en trance con sólo decirle aquello; en gran medida era autohipnosis, algo que en lo que la había entrenado sin darse cuenta, para probar hasta dónde llegaba su sugestionabilidad.
—Ahora imagina que soy yo el que te masajea la vulva… —lo señalé para que Ayana entendiera que hiciera eso, y sacó el dedo del interior para acariciarle con toda la palma por el exterior. Unos segundos después continué—. Y soy yo el que ahora te masturba el clítoris… —lo señalé y Ayana obedeció—. El que te mete dos dedos… y ahora los moverá en círculos… y te masturba el punto G… eso es… Y soy yo el que te va a chupar el clítoris…
—¡Aaaah! —Como si fuera un robot y alguien hubiera pulsado un botón de superexcitación, superplacer y supersensibilidad, gimió exageradamente y comenzó a retorcerse y patalear. El detontante que la desató fue chuparle el clítoris, tras excitarla tanto primero.
—Detente, Ayana —no quería que se corriera—. Carol, cuando abras los ojos comprenderás que el placer que acabas de sentir, realmente te lo ha provocado una mujer, así que vas a descubrir que también te gusta el sexo con mujeres.
Esperé a que lo asimilara y luego le dije que abriera los ojos.
—¡Oooh! ¿Has sido tú todo el tiempo, Ayana?
—Sí.
—¡Pero creía que era él!
—Ha sido un ejercicio de imaginación para ayudarte a excitarte —le expliqué—, y ha funcionado muy bien, para que puedas disfrutar correctamente. Ahora que sabes cuánto te puede gustar, ¿qué piensas sobre el sexo con mujeres?
—¡Si usted quiere que me guste, me gustará! Lo acaba de demostrar, Profesor.
—Ayana, ahora hazlo sin parar a dar explicaciones, como intentando que llegue al orgasmo cuanto antes.
—¡Entendido!
—No cierres los ojos ni apartes la vista, Carol. Observa qué te hace, cómo se corresponde con tus sensaciones; aprende cómo se hace.
—Entendido… —lo dijo sin convicción porque no le gustaba la idea de hacérselo a otras mujeres, pero rápidamente aceptó que le gustaba lo que aquella le hacía. Y por mi nueva programación, cualquier mujer que se lo hiciera; ese tipo de sexo o cualquier otro, porque no especifiqué.
Carol observó y aprendió, e hice parar a Ayana siempre antes de que se corriera, ordenando a Carol que avisara cuando estuviera a punto. A su pesar obedeció, aun sabiendo que le privaría del orgasmo. Una y otra vez. Y una y otra vez, Ayana le llevaba al borde como quería, con soltura de profesional.
—¿Cómo lo haces tan bien, Ayana? —se detuvo de nuevo, para decepción de Carol.
—Hace un año que lo hago todos los días al menos una vez, copiando vídeos porno. A mi novia le gusta que la haga sentir lo mismo que vemos en la tele, sincronizándome con la actriz.
—¿Puedes seguir? Por favor —se quejó Carol.
—Suficiente, Ayana. Ejercicio terminado, gracias por tu esfuerzo.
—¡Ha sido un placer! —exclamó eufórica poniéndose en pie, y le acaricié la cabeza. Los celos de Carol se dispararon. Al mismo tiempo quería que Ayana, o cualquier otra, siguiera con aquello. Aunque chuparme la polla estaba arriba en su lista de prioridades, pero hasta el día siguiente no le tocaría otro ejercicio. Afortunadamente para ella, era la primera de la cola y Ayana la última.
—Hace 20 minutos Carol pensaba que no le gustaba el sexo con mujeres. Ahora está deseando que alguna de vosotras termine lo que ha empezado Ayana. Miradla, sigue excitada en el suelo, abierta de piernas, ofreciéndose; pero es demasiado tímida para pedirlo. ¿Alguna voluntaria? —de nuevo cuchicheos, pero noté que ahora eran mucho menos reticentes: Discutían sobre si les gustaría hacerlo en vez de recibirlo, pero eso significaba que estaban dispuestas a ser receptoras. De hecho, había visto a dos que llegaron a mirar lo que hacía Ayana con lujuria, mordiéndose los labios y sin duda queriendo estar en el lugar de una de las dos. Se pusieron muy cachondas viendo cómo Carol gemía y se retorcía. Las clasifiqué mentalmente como las bisexuales 2 y 3.
Como suponía, su amiga Esther era la más reacia a hacérselo, por su grado de intimidad y no ser lesbiana ni bisexual… a pesar de que me la habían chupado a dobles muchas veces.
—En pie, Carol. Por hoy ya has recibido mucho.
—Jo…
El resto de la programación vino más adelante. Lo más difícil, lo que más tardé en conseguir, fue que todas se corrieran siempre que alguien se corriera en su boca, hombre o mujer, con la condición de que no se detuvieran hasta terminar el orgasmo; y en el caso de los hombres, que se tragaran el semen.
Y desde que lo logré, fue un harén espectacular.
Blondy
Una vez completado el harén a mi gusto, perdí el interés en Carol y dejó de ser mi concubina. Todas practicaban a diario sexo oral con mi polla y entre ellas, pero había 4 que disfrutaban especialmente con mujeres, y de ellas 3 se corrían comiendo coños, cuando lograban que la receptora se corriera.
Llegados a ese punto, quise probar cosas nuevas, como un nivel extremo de dominación, o las ataduras del bondage. Con las preguntas adecuadas bajo hipnosis averigüé a cuál de las 8 podría gustarle más: antes de conocerme ya había fantaseado alguna vez con fantasías de violación en las que era sujetada por un forzudo, o por varios hombres que se pasaban su coño por turnos; ella sentía curiosidad y morbo, y le excitaba un poco imaginarlo, e incluso tenía curiosidad por que le reventaran el culo a pollazos, aunque sabía que le dolería, «sólo por saber qué se siente», pensaba ella, pero era por el deseo de ser dominada y forzada y usada a placer. Pero nunca llegó a masturbarse con esas fantasías porque se avergonzaba de sí misma. Yo había esperado encontrar una candidata mediante una investigación más sutil, pero me lo puso demasiado fácil. También era kinestésica, pensaba más con sensaciones que con imágenes o sonidos; prestaba mucha atención al tacto y sería adecuada para vendarle los ojos y ponerle auriculares de aislamiento de ruido, dejándola inmovilizada y con vibradores metidos por culo y coño. A muchas mujeres les excitaba la sensación táctil de las cuerdas de bondage, y esperaba que a ella también. ¿Por qué quería que tuviera potencial de antemano? Porque al programarla la llevaría mucho más lejos, y además no me daría cargo de conciencia alterar «demasiado» su mente.
Aquél día Esther chupaba diligentemente el coño a Carol, como le había ordenado. Recordaba las risas que causó Esther el ya lejano primer día en su instituto, y avergonzarla poniéndola a comerle el coño a su amiga íntima me resultó reconfortante. En cuanto a Carol, ya la había castigado lo suficiente; y de todas maneras ya había perdido completamente la timidez con las mujeres, sobre todo cuando cumplía mis órdenes; como le había ordenado ponerse en posición y recibir, lo estaba gozando. Es más, cuando le tocaba dar, era de las 4 que se corrían comiendo coños cuando las receptoras se corriesen. Por otra parte, Ayana era la única que podía correrse espontáneamente mientras lo hacía. Paseé por el salón observando el trabajo por parejas con los juguetes. La mayoría estaban humedecidas con aceite de masajes o lubricantes vaginales y anales.
Una de tez oscura y cabello moreno, Isabel, estaba siendo penetrada analmente con un dildo; se lo sacaban por completo y lo volvían a meter. Por su tamaño me di cuenta de que había alcanzado el nivel 3 de entrenamiento anal, ya estaba lista para ser follada por el culo. Ella era la que tenía más tendencias sumisas.
—Isabel, ven aquí.
—¡Mándeme lo que quiera, Profesor! —saltó del sofá y vino corriendo. Todas estaban imitando las técnicas combinadas con juguetes que había lucido Carol. En lo que se refiere a habilidad con el sexo femenino, ella era la número 2.
—Chicas, voy a otra habitación con Isabel a darle clases particulares. Esther, el resto del día sólo serás el lado emisor. Como deberes para todas, tenéis que intentar meteros entero el tapón anal más grande y retenerlo durante más de 30 minutos. Isabel ya os ha ganado en eso, y no lo podéis permitir. Isabel es la única que resiste los dildos más grandes, incluso entrando y saliendo del todo. Es la única preparada para sexo anal: os está ganando a todas.
Cayó sobre ellas como una losa de cemento, y a varias se les saltaron las lágrimas.
—Cuando hagáis que vuestra pareja del ejercicio tenga otro orgasmo, podéis adelantar los deberes si queréis, aquí mismo, con ayuda. Pero no os hagáis daño.
La que más se hundió fue Carol; se le vino el mundo a los pies y yo lo disfruté. Estaba convencida de ser la mejor, pero había descuidado el anal. Me gustaba putearla de vez en cuando.
—Vamos, Isabel. Mi despacho está habilitado para las clases de refuerzo.
—¡Sí! —exclamó muy contenta, acariciándose inconscientemente un cachete del culo, orgullosa de él. Las clases privadas eran un privilegio. Una vez en mi despacho, es decir, mi dormitorio con escritorio, le dije que se tumbara en la cama y cerrara los ojos. En lugar de un trance ligero, la hipnoticé de verdad, y dado todo el trabajo previo, la llevé muy profundo, muy fácilmente, y muy rápido. También le vendé los ojos.
—Muy pronto descubrirás que eres como esas mujeres a las que les excita que les venden los ojos. Esas mujeres se sienten muy excitadas siempre que tienen los ojos vendados. Sus pezones se ponen duros… —los acaricié suavemente con un dedo sobre la camiseta—, sus coños se humedecen… y se calientan… y sus clítoris se ponen duros… —su respiración se alteró—, siempre que tengas los ojos vendados, te excitarás automáticamente. Mientras tengas los ojos vendados, siempre seguirás excitada. Eso es. Vendándote los ojos quedas preparada para ser follada en cualquier momento. Eso te hace mejorar, y estás un poco más cerca de ser la mejor de la clase.
Esperé y vi cómo sonreía. Aun con un minuto de espera, no parecía reducirse su excitación.
—Imagina una muñeca; es muy real, muy parecida a ti. Es exactamente como tú. Ahora vendo los ojos a la muñeca. La muñeca es en realidad un robot sexual. Este robot está hecho para dar placer sexual. Ahora imagina que con una palabra mágica te conviertes en ese robot. La palabra que te convierte en robot sexual es «Blondy». Siempre que yo te llame Blondy , como acabo de hacer, cerrarás los ojos, que tienes cerrados. Y siempre que te diga Blondy ,te convertirás en el robot sexual de ojos vendados. Blondy existe para dar placer sexual. Así que siempre que yo te diga Blondy, existes sólo para dar placer sexual, y lo único que te importa es obedecer para dar placer.
Su cara era curiosa de ver; le costaba digerir todo aquello, quizá demasiado denso para el trance. Tenía que insistir.
—Se llama «cubo de semen» a los robots sexuales, porque sólo existen para ser rellenadas por esperma. Su boca, su culo y su coño sólo existen para ser llenados con semen. Y Blondy es un robot sexual…
Empezó a incomodarse al procesarlo.
—Siempre que oigas Blondy, que es el nombre del robot sexual Blondy, Blondy… dejarás de ser Isabel para convertirte en el robot sexual Blondy, Blondy. Eso es, comprendes que Isabel ya se ha convertido en Blondy. Ahora eres Blondy.
Esperé.
—Ahora que eres Blondy, un robot sexual, eres un cubo de semen de 3 agujeros: boca, coño y culo. Eso es, Blondy, como eres un robot sexual, eres un cubo de semen envuelto por cuerpo de mujer. Tus 3 agujeros son para llenar el cubo con semen. Así que sólo existes para dar placer sexual, y para ser rellenada con semen. Serás rellenada por tu boca, coño y culo.
Su expresión pasó del suave desconcierto y preocupación leve, a una progresiva excitación y sonrisa pícara: aquello empezaba a darle morbo. Tras unos segundos puse un audio subliminal con otro bucle de mantras:
«Blondy es un cubo de semen», «Blondy sólo existe para dar placer», «Blondy es un robot sexual», «Isabel se convirtió en Blondy», «Isabel ahora es un robot sexual», «Isabel es Blondy», «Isabel es un cubo de semen». Para mi sorpresa se le escapó un leve gemido sólo por los subliminales, antes de volver a hablar. Fue tras el primer bucle (supe por la música), al volver a empezar. Así que el detontante del gemido fue volver a decir «Blondy es un cubo de semen». Algo tan extremo la ponía cerdísima.
—Blondy es un cubo de semen.
—Hmmmm… —cerró sus dedos ligeramente sobre la sábana.
Luego seguí, con pequeñas pausas fijándome en las notas musicales. Los intervalos entre mantras eran de al menos 10 segundos, para que yo pudiera hablar.
—Los robots sexuales han sido creados para obedecer y dar placer sexual. Son cubos de semen con 3 agujeros para rellenarlos: boca, coño y culo. Tienen un chip simulador de emociones que sólo les hace sentir excitación, placer sexual y orgasmos. Esto les ayuda a hacer mejor su trabajo sexual. Además de vendarles los ojos, suele taparse sus oídos, para que no se distraigan: así pueden concentrarse al 100% en hacer el mejor trabajo sexual posible. Y así el chip de emociones capta el 100% del placer y orgasmos. Con los ojos vendados sentirás mucho más placer y excitación. Y tus orgasmos serán más potentes. Si además te tapan los oídos, te sentirás todavía más excitada, concentrada sólo en el sentido del tacto, tus sensaciones en las zonas erógenas. Sentir sólo con el tacto multiplicará tu placer.
Me detuve y rocé suavemente sus pezones sobre la camiseta; gimió.
—Los robots sexuales no pueden hacer nada más que trabajo sexual, o esperar órdenes. Y ahora programo tu primera orden, robot Blondy: tu chip de emociones te mantendrá excitada todo el tiempo que seas un robot. Es tu funcionamiento por defecto. Tu coño estará lubricado, listo para ser follado en cualquier momento. Y nunca sabrás cuándo ni quién te follará, y te follarán y usarán como quieran los demás. Cualquiera te rellenará de semen cuando le apetezca. Serás usada a capricho. Los robots sexuales son juguetes sexuales con cubo de semen en su interior. Cualquiera podrá usarte como a un juguete sexual. Serás usada para correrse, y serás rellenada con semen. Rellenarán a capricho cualquiera de tus agujeros. Serás usada a capricho porque eres un robot sexual. Y por si eso no fuera lo bastante bueno para ti, ¡sólo sentirás placer, excitación y orgasmos!
—Uuuuhhh… —se retorció, cachonda de verdad. Mientras decía todo aquello se excitaba a simple vista, pero al final era como si ya me la estuviera follando. «Bingo», pensé. La fantasía de violación, ser usada a capricho, quisiera o no, forzada y utilizada.
—Cuando esperes órdenes para ser usada, serás un cubo de semen, un juguete sexual. Inmóvil hasta que te ordenen hacer algo, usarán tus agujeros a su gusto. Jugarán con tus tetas como quieran. Y cuando seas usada disfrutarás al 100%, porque eres un cubo de semen y un robot sexual. Eso es Blondy. Así es Blondy. Eres Blondy.
—¡AAAAAH!
¿Eso había sido un orgasmo? Nada había tocado su entrepierna.
—Blondy siente mucho más placer que los humanos. Y sentirás olas de placer, una tras otra recorriendo tu cuerpo; eso es, te correrás una vez, y otra, y otra, porque las únicas emociones de los robots sexuales son placer, excitación y orgasmos.
Con menos de 5 segundos de espera empezó a jadear y estremecerse. ¿Era un orgasmo silencioso, más débil? ¿O sólo excitación?
—Sólo esperarás a recibir órdenes sexuales, y serás usada y follada por cualquiera, cuando quiera, como quiera. Serás rellenada como un cubo de semen, hasta rebosar semen por tus 3 agujeros. Así es Blondy. Y TÚ ERES BLONDY.
Esperé. Los pequeños jadeos se convirtieron en gemidos, sus piernas se retorcieron, y estaba al borde de un auténtico orgasmo, como los que tenían cuando me las follaba.
—Blondy sólo siente excitación, placer, y orgasmos. Se siente así , como ahora, todo el tiempo. Sí, así son los robots sexuales. Esperando órdenes, y permanentemente excitados. Listos para ser usados como cubos de semen, y vas a rebosar, Blondy; te voy a rellenar con semen. Elegiré cualquiera de tus agujeros y lo llenaré a presión con los chorros de mi polla; te usaré como un juguete sexual, a mi capricho, cuando quiera. Te rellenaré con semen hasta que reboses. Imagínatelo, Blondy. Deséalo, robot sexual. Siéntelo, Isabel.
—¡AAAAGHH!
—Isabel es Blondy —dije al mismo tiempo que se corría, penetrando más hondo en su mente, asociando el orgasmo a ser Blondy. Ese fue sólo el primero de sus grititos, y con cada uno la llamaba Blondy. Estaba siendo follada hipnóticamente, y disfrutando tal y como se imaginaba, llegando al núcleo de sus fantasías y llevándolas al extremo. Además, al ser yo el que se la follaba virtualmente, disfrutaba todavía más por toda la programación anterior. Isabel consiguió llegar mucho más lejos de lo que nunca hubiera fantaseado.
—Blondy está grabando esta experiencia. Podrá reproducirla, y revivirla. Siempre volverás a este estado con la palabra mágica «Blondy autofollada». Eso es, diciéndote Blondy autofollada, volveré a follarte, todo exactamente igual que ahora mismo. Volverás a gemir como ahora. Grabas todo para reproducirlo más tarde: Blondy autofollada.
—¡Aaaah!
—Ahora rebobina hasta el principio de la grabación. Recuerda el momento en que convertí a Isabel en Blondy. Cómo empecé a follarte, como el cubo de semen que eres —gimió—. Y ahora sentirás de nuevo cómo empecé a follarte: Blondy autofollada.
—¡Aaaaahh!
—Isabel es Blondy —dije a la vez que repitió su gritito, idéntico al anterior.
Esperé unos 5 minutos por si lograba correrse así, sin tocarla, pero ya no llegaba; sólo se quedaba al borde cada minuto. Aguantaba la respiración como muchas mujeres antes de correrse.
—Blondy autofollada: Reproduce desde el principio.
—¡Aaaaahh!
—Tú eres Blondy.
No se corría más, pero sonreí satisfecho. Ya tenía a mi más fiel ayudante preparado.
—A partir de ahora, Blondy ayudará al profesor con las demás alumnas de educación sexual. Como sólo puede hacer trabajos sexuales, ayudará al profesor a trabajar sexualmente con las alumnas. Confirma que has entendido tu nueva programación.
—Sí… Confirmo. Afirmativo.
—Buen cubo de semen. Obedéceme siempre: Córrete ya. Blondy se corre.
Se quedó inmóvil, y me pregunté qué procesos mentales estarían discurriendo en su cerebro. Pero finalmente, tras más de 20 segundos…
—¡AAAAAAAHHHH!
—Eres un cubo de semen —dije en cuanto comenzó la explosión más potente que cualquier orgasmo anterior. Rápidamente continué—. Eres un cubo de semen que se corre. Obedecerás todas mis órdenes. Los cubos de semen son juguetes sexuales. Eres un juguete sexual con cubo de semen. Los robots sexuales son juguetes sexuales. Blondy es un robot juguete sexual con cubo de semen. Isabel es Blondy. Tú eres Blondy, y por lo tanto, un robot juguete sexual con cubo de semen.
Todo aquello lo dije sin que terminara de correrse, porque no sólo fue largo y poderoso, fueron varios encadenados. Se desinfló poco a poco, pero veía su coño palpitando todavía, así que lo repetí. Y una tercera vez, convirtiéndolo en un mantra. Si no estuviese agotada seguiría retorciéndose; me dio envidia. Eran olas de placer que recorrían todo el cuerpo, y antes de terminar una ola ya la inundaba la siguiente. Conocía ese funcionamiento por mis investigaciones anteriores. No era capaz de correrse espontáneamente sólo con «autofollada» aunque me visualizara a mí haciéndoselo. Pero sí cuando lo ordenaba explícitamente correrse, si estaba lo bastante excitada.
—A partir de ahora, Blondy, siempre que yo diga la palabra mágica «Blondy se corre», volverás a correrte, justo como acaba de pasar. Imagínatelo: Como has grabado este largo orgasmo que has tenido, siempre lo reproducirás con la palabra mágica «Blondy se corre».
Esperé por si se corría de nuevo, pero no sucedió, a diferencia del uso de la palabra Blondy en mis enunciados. Pero aun en su estado de cansancio por el orgasmo, vi cómo se excitaba mucho de nuevo. Pensé en cómo podría conseguir más multiorgasmos siempre que se corriera, en vez de orgasmos simples. Se me ocurrió dividirla en varias facetas a las que ordenar correrse.
—Cuando cuente hasta 5, el cubo de semen que se corre, se correrá de nuevo. Porque cuando cuente hasta 5, te ordenaré correrte otra vez, Isabel: 1, Isabel se va a correr siempre que se lo mande… —jadeó y casi protestó, no se sentía capaz de aguantar otro seguido— 2, El cubo de semen que se corre, se va a correr… —Arqueó levemente las cejas, y vi cómo transitaba dudosamente entre ser Isabel (sin haberle mandado que fuera a serlo), y ser «cubo de semen», no expresamente el robot—, 3, eres Blondy. Y siempre te correrás cuando te lo ordene… —Inspiró excitándose bruscamente, y esperé a que soltara el aliento—, 4, Blondy va a revivir el mismo super orgasmo porque obedece todas mis órdenes… —Inspiró y contuvo el aliento—, 5: ¡Blondy se corre !
Separándola entre Isabel, cubo de semen y Blondy, tuve éxito: su cuerpo se estremeció, se sacudió, y sus muslos se frotaron. Reaccionó de forma más exagerada que la vez anterior, y luego empezó a gemir de forma entrecortada. Por mi experiencia supe reconocer que aquello no era un sólo orgasmo: lo había conseguido, con una sola orden era capaz de provocar multiorgasmos. Pero mientras observaba, aunque me distraje unos segundos, no me quedé callado:
—Blondy se corre, eso es —la aturdí un momento y en pleno clímax, aun saturada su mente, rebobinó y volvió a empezar—. Blondy es un cubo de semen. El cubo de semen se corre. Isabel es Blondy. Isabel se corre. Isabel es un cubo de semen. Tú te corres. Y tú sabes que eres Blondy.
Esperé, sin repetir; tardó dos minutos más en terminar, decayendo poco a poco, hasta quedar agotada, sin duda mareada por hiperventilar, y la dejé descansar un poco. Estaba empapada en sudor.
—Dime quién eres.
—Soy Blondy… —suspiró. ¿Era agotamiento, resignación, alivio?
—¿Qué es Blondy? —Tardó en comprender la respuesta.
—Es un robot sexual. Sólo puede hacer trabajos sexuales. O esperar órdenes.
—Blondy, acabas de obedecer mi orden de correrte. Ha quedado grabada en tu mente. De ahora en adelante, siempre que te ordene correrte, te correrás. Siempre que te diga «Blondy se corre», te correrás. ¿Entendido? —se quedó tensa un momento, sin saber si debía correrse sólo por el enunciado, pero al hacerle la pregunta, sólo contestó:
—Sí.
—Blondy autofollada.
Me divertí el siguiente minuto viéndola disfrutar de nuevo.
—Blondy se corre.
—¡AAAAAAAHHHH!
Dado que era una «grabación reproducida», no era un orgasmo simple; el mismo proceso mental con el que la separaba en Isabel, cubo de semen y Blondy, y aseguraba su obediencia y correrse a mi orden, también se reprodujo en su cerebro. Fue otro largo y agotador multiorgasmo. Después de eso estaba recuperado para correrme por cuarta vez, pero la dejé reposar. Pensé en cómo retornarla a su estado normal: hasta ese momento lo que había hecho era fusionar a Isabel en sus personalidades de robot sexual y cubo de esperma (ninfómana pasiva).
—Como Blondy es un robot, puedo cambiar su chip de programación por otro: ahora mismo está puesto el chip que te convierte en Blondy. Eres Blondy porque he activado el chip Blondy. Pero puedo cambiarlo por otro.
Esperé a que asimilara algo tan abstracto.
—Cuando cambie tu chip de Blondy por el de Isabel, simularás ser Isabel. En cuanto lo haga, el robot que era Blondy, parecerá Isabel. Se creerá que es Isabel. Hablará y pensará como Isabel.
Parecía sorprendida.
—Pero en realidad, siempre serás el robot sexual. Tu cuerpo siempre será un cubo de esperma. No importa que creas ser Isabel: siempre serás Blondy.
Se excitó de nuevo.
—Estás hecha para que se rellenen tus 3 agujeros con pollas y semen: por tu boca, por tu coño, y por tu culo. Eres un cubo de semen que se corre —inspiró hondo pero no se corrió—. Serás rellenada con semen. Tus agujeros rebosarán semen. Serás rellenada con pollas.
Jadeó.
—Tú siempre obedecerás todas mis órdenes. Te usaré sexualmente como quiera. Cuando quiera. Donde quiera. Usaré el cubo de semen hasta rebosar tus agujeros. Eres un cubo de semen.
—Aaaaaaaaaahhhhhmmmhhh… —fue un largo y sonoro gemido.
Eres Blondy. Isabel es Blondy. Siempre serás Blondy. Siempre serás un robot sexual. Siempre serás un cubo de semen.
—Hmmmhhh…
—Aunque te cambie el chip de Blondy por el chip de Isabel, siempre serás el mismo robot sexual. Tu cuerpo siempre será el mismo cubo de semen. Isabel siempre será Blondy. Aunque Isabel no se dará cuenta. Isabel no sabrá que es Blondy. Pero siempre serás Blondy.
Frotaba sus muslos de la excitación. Me sorprendió que se pusiera tan cachonda por ese tipo de sugerencias. Supe que era por la sumisión absoluta, ser dominada por completo, hacer lo que quisiera con su mente.
—Blondy siempre está excitada. Y el cubo de semen también. Estás muy excitada, Isabel. ¿Por qué?
—Blondy siempre está excitada. Y el cubo de semen también… —pensó por un momento para continuar—. Isabel es Blondy, así que Isabel se excita si Blondy se excita —«buena respuesta», pensé. Pero continuó—. Además Isabel tiene los ojos vendados, y eso también la excita. Así que Isabel está muy excitada. Mucho —o bservé que por ser «realmente» Blondy, hablaba de Isabel en tercera persona.
—Buen robot sexual. Blondy se corre —tardó en procesarlo. Primero se convirtió en Blondy, luego retorció sus piernas, jadeó, contuvo la respiración…
—¡AAAAAAAHHHH!
—Isabel se corre porque es Blondy —dije a la vez, más alto, mientras Carol escuchaba detrás de la puerta sin saberlo—. Siempre serás Blondy. Eres Blondy para siempre —dije a la vez. Y lo repetí varias veces, hasta después de terminar su multiorgasmo—. ¿Quién será Isabel el resto de su vida?
—Blondy.
—Sí, siempre serás un cubo de semen. Pero la personalidad de Blondy puedo cambiarla por la de Isabel. Con la palabra mágica «Blondy, chip de Isabel», pasarás a modo Isabel. Pero ¿quién serás en realidad?
—Blondy.
—Así es, Blondy interpretando el papel de Isabel; realmente creerás que eres Isabel, y no sabrás nada de la existencia de Blondy, porque es una personalidad oculta en tu subconsciente. ¿Lo comprendes, Isabel? —con tanto cambio la estaba confundiendo, pero también era efectivo.
—…Sí, lo comprendo.
—Y cuando te llamen «Isabel», será lo mismo que ponerte el chip de Isabel. Sí, sólo con llamarte Isabel, serás Isabel. Así de fácil. Así vivirás con normalidad, pero en el fondo, en realidad, siempre serás Blondy, sin que Isabel lo sepa; Blondy en el subconsciente de Isabel. Isabel es Blondy. Siempre será Blondy, aunque interprete el papel de Isabel; aunque crea ser Isabel. ¿Lo entiendes, Isabel?
—…Sí.
—¿Quién eres?.
—…Yo… soy… Blondy. Siempre seré Blondy.
—Así es. Ahora voy a ponerte en modo Isabel cuando cuente hasta 3. ¿Preparada?
—Sí.
—1… 2… 3: Blondy, chip de Isabel.
No vi ningún cambio físico.
—Y ahora vuelves a ser Blondy: Blondy —esperé—. Y ahora interpretarás el papel de Isabel, y creerás que eres Isabel, sólo por llamarte Isabel: Isabel… ¿cómo te sientes? —tardó un poco en reaccionar.
—Excitada. Mucho.
—¿Necesitas ser rellenada con semen?
—Yo… eh… —bajó la voz hasta un susurro para responder—: sí.
—Así que deseas que rellene con pollas tus 3 agujeros: boca, coño y culo, rellenos de pollas duras.
—Uh… no… —seguía tímida y avergonzada, susurrando.
—¿No? ¿Entonces qué es lo que quieres?
—Quiero… ser rellenada con semen. Por favor.
—Si te esfuerzas mucho en el sexo y eres buena… tal vez después de rellenarte con pollas, también te rellene con semen. Pero te lo tienes que ganar todas y cada una de las veces, Isabel: ¿Obedecerás todas mis órdenes lo mejor posible, esforzándote siempre, en todo lo que te mande?
—¡Sí! Por favor, deme órdenes. Necesito obedecer para…
—¿Para qué? —bajó la voz de nuevo:
—Para ser rellenada con semen. Por favor…
—Hasta ahora os he enseñado educación sexual para que aprendáis a dar placer a vuestras parejas, y a disfrutar más vosotras mismas con el sexo. Pero ahora, Isabel… te propongo una relación especial entre tú y yo: ¿Isabel se quiere presentar voluntaria para ser usada como mi juguete sexual?
—¡Sí! ¡Una relación especial! ¡Ser el juguete del profesor!
—¿Te presentas voluntaria para ser usada como mi cubo de semen?
—¡Síii! ¡Por favor, sí! ¡Conviértame en su cubo de semen! ¡Úseme!
—Primero necesitas prometer ser un buen cubo de semen.
—¡Lo prometo! ¡Seré un buen cubo de semen!
—Isabel es una buena chica. Has conseguido que use tu cuerpo como mi cubo de semen; has logrado que te use siempre que me apetezca. Siempre que yo quiera te cogeré y te usaré como mi cubo de semen. Así es, siempre que yo quiera. Donde quiera. Tu cuerpo existirá para ser rellenado con pollas y con semen. Imagínatelo, pollas en tus 3 agujeros; una polla en tu boca, haciéndole una mamada. Una polla en tu coño, follándote. Una polla en tu culo, follándotelo. Y todas corriéndose, rellenando el cubo de semen, desbordando semen por los agujeros llenos.
Como era de esperar, se puso como una moto.Jadeaba y gemía. Había poca diferencia entre imaginárselo y sentirlo de verdad en ese estado de trance profundo.
—Ya te he terminado de explicar mis «términos de uso», Blondy. Blondy es el robot sexual al que estoy configurando el chip mental. Si aceptas esta programación, que es la que antes has prometido aceptar… instalaré el programa «cubo de semen» también en isabel. Isabel se va a convertir en mi cubo de semen. Lo será de forma permanente. ¿Estás preparada para conseguirlo?
—¡Sí!
—¿Aceptas los términos de uso del programa «cubo de semen»?
—¡Síiii! ¡Por favor!
—Has aceptado voluntariamente ser mi cubo de semen para siempre, y has prometido esforzarte en cumplir bien todas mis órdenes, especialmente las sexuales. No sólo Blondy, también Isabel. El programa cubo de semen está instalado en las dos. ¿Lo comprendes?
—Sí.
—3, 2, 1: Programa instalado al 100%. Blondy e Isabel han conseguido ser mi cubo de semen para siempre. El efecto es permanente. Es imposible que alguien lo desinstale, así que lograrás cumplir tu promesa de ser mi cubo de semen para siempre . ¡Ya eres mi cubo de semen, Isabel!
—¡Oooh!
—Eres una buena chica , Blondy.
La reacción fue como en las otras, excitarse aún más, sentirse halagada y tender hacia el amor.
—Blondy. Ahora el chip de Isabel está desactivado. Ella ya no está, por ahora. ¿En qué estado está tu cuerpo de robot sexual?
—Muy excitado. Creo que Isabel se correría.O casi.
—Uso el trance para programar robots. Y para instalar programas, como el cubo de semen que he instalado en Isabel y en ti . Voy a desactivar el modo de trance contando hasta 10, y como siempre serás en realidad Blondy… cuando salgas del trance, seguirás siendo Blondy. Como siempre, porque es tu estado natural; aunque con los demás finjas ser Isabel, y la personalidad de Isabel crea ser realmente ella en lugar de una parte de ti: 1…
Terminé de contar.
—10. Blondy sigue excitada y tiene los ojos vendados, pero sale del trance.
Fue extraño para ella estar al mismo tiempo despierta y ser Blondy. Era en realidad un trance ligero con ojos abiertos, bajo la venda negra que también aumentaba su excitación.
—Quítate la venda… —lo hizo—. Blondy, la primera posición sexual es arrodillarte frente a los hombres para chupar pollas. Ven a mí y usa la primera posición.
Obedeció de inmediato, con alegría.
—La segunda posición es tumbarte para ser follada, en la postura del misionero.
—¿Me pongo en esa posición?
—No. La tercera posición es darte la vuelta, ponerte a 4 patas, y ofrecer tu culo. Entonces usaré tu culo; o tu coño, lo que me apetezca. Y rellenaré de semen el agujero que yo quiera.
A medida que hablaba se ponía cada vez más cachonda.
—Ponte en posición 3.
Lo hizo como en las clases prácticas anteriores. Me había encargado de entrenar el culo de todas con tapones anales y mucho lubricante, y había subido el tamaño poco a poco. Hacía días que no las dejaba tragar mi semen sin un tapón anal puesto, y no tragárselo significaba que no se correrían. Y seguían teniendo prohibido masturbarse. Sólo había 2 que todavía no habían conseguido superar el tamaño inferior. Isabel fue la primera en resistir el tapón más gordo y metérselo hasta el fondo. Era debido a que le excitaba la idea de ser follada por el culo con salvajismo y energía. Era parte de sus fantasías de violación (la versión suave). Le separé los cachetes y observé su ano. En lugar de cerrarlo, lo relajó, casi abierto. Le había hecho quitarse el tapón para que no tuviera molestias bajo el trance.
—Blondy, voy a activar a Isabel. Cuando eso pase, todo será normal para Isabel, sin preguntarse nada. Todo irá bien. Me está ofreciendo su culo y coño para que los use. Blondy: activar chip de Isabel. Isabel…
—…¡Oooh! ¿Me va a usar, profesor? ¿Tan pronto? ¡Qué bien! —acaricié su culo. Le ordené que se desnudara y se dejara sólo las medias recortadas de sus muslos. Eché un buen chorro de lubricante en mi polla, y la deslicé con cuidado.
Era la primera que me follaba por el culo. Al principio parecía preocupada a pesar de la excitación, pero eso terminó cuando tuvo el primer orgasmo anal; especialmente porque resultó ser una cadena de multiorgasmos. Me pregunté si habían sido Blondy, cubo de semen e Isabel retroalimentándose, a pesar de que no les había ordenado correrse.
Después, mucho más relajada, tras tomarme un descanso para no correrme todavía, le hice quitarse las medias sudadas.
Tras su segundo multiorgasmo anal, la cambié de posición a la cuarta postura. Se sujetaba los pies por detrás de su cabeza, tumbada boca arriba, con las rodillas lo más separadas que podía y abriéndome el culo por completo.
Perdí la cuenta de sus multiorgasmos. En ese tercera asalto (con más lubricante), no sé cuántos multiorgasmos hubiera tenido de no haberle ordenado tenerlos, como hice. Apenas terminaba uno le ordenaba tener otro. No la dejaba descansar. Además comencé a masturbarla cuando vi que los orgasmos perdían intensidad, y cada vez fui más bruto y le di mucho en el punto G con los dedos. Fue muy intenso para ella, quizá demasiado.
Todo el tiempo seguí reforzando su programación. Cuando no la llamaba buena chica, la volvía a convertir en Blondy, e hipnotizada mientras me la follaba, seguía reforzándolo todo e insistiendo en cuánto le gustaba ser usada como juguete, como cubo de esperma, ser usada a mi gusto, follada por el culo. Luego la volvía a convertir en Isabel, y me aseguré de que para ella fuera normal cambiar entre personalidades sin preguntarse nada, sin tener lagunas de memoria, porque en el fondo eran la misma persona. Comprobé la efectividad de la programación de Blondy por cómo afectaba al cuerpo y mente de Isabel. Ella no lo comprendía, tan sólo fue como un gran descubrimiento toda aquella experiencia. Le descubrí todo un mundo nuevo, pasión por el sexo anal y fetiches sexuales de sumisión y entrega. Aunque ella no hubiera usado palabras para describirlo, eran todo sensaciones y sentimientos.
—Mantente a la espera de órdenes, Blondy —dije cuando saqué la polla al final.
—Sí, amo —cambió instantáneamente de personalidad. Acababa de añadir que Blondy me llamara amo, y que hacerlo le diera morbo y la excitara. Era la guinda para su reprogramación, perfecto para aquella sumisa que estuvo buscando amo sin saberlo. Decidí dejar para más adelante la personalidad de la chica bondage, porque no sabía si añadírsela a Isabel o crearla a parte.
Salí del dormitorio y volví al salón con las demás. Había retirado el sofá y los sillones, y cuando estaba allí sólo usaba una silla y una pequeña mesa en la esquina, donde normalmente colocaba el teléfono. Había cubierto el suelo con tatami, y era en esencia una sala sexual con televisión anclada a la pared, y estanterías con libros y cajas de artículos sexuales. El siguiente paso era crear a Cloudy.
Lorena estaba extasiada, boca arriba y con los ojos cerrados, mientras varias chicas la acariciaban por todas partes. Era una de las bisexuales, la que más disfrutaba comiendo coños después de Ayana. Me di cuenta de que todas ellas tenían los dildos medianos metidos, menos Lorena, que tenía el culo despejado.
—¿Qué estáis haciendo?
—Ella ha terminado el ejercicio, profe —dijo una sin dejar de sobar la teta de Lorena—. Apostamos que la primera tendría un grupo para ella sola descansando el culo.
—¿Lorena, has conseguido meterte el dildo más grande? —abrió los ojos y me miró mientras seguían masturbándole suavemente.
—Sí, profe.
—¿Entonces estás preparada para ser la primera de la clase en hacer sexo anal?
—¡No, yo primero! —exclamó Carol, que estaba esperando detrás de mí. La miré sin decir nada, y para reafirmar sus palabras tuvo que tomar la iniciativa: se puso a 4 patas para que me la follara allí mismo, ante todas.
—Yo primero… por favor.
—¡No, yo! —intervino Esther. También se puso en posición, y para ganarle, Carol abrió su culo separando sus cachetes.
—¿Vosotras habéis conseguido meteros el más grande?
Las dos negaron con la cabeza. Sólo las que dedicaban atenciones a Lorena lo consiguieron.
—Entonces no estáis preparadas —se decepcionaron visiblemente. Aparté al grupo y me centré en Lorena. La puse a 4 patas, le hice separar mucho las rodillas, separarse las nalgas con las manos, y le puse una almohada donde apoyar la cara. Quería ver gemir a esa preciosidad. Sólo necesitó que me echara bastante lubricante.
Entró suave, lo hice muy lento, esperando al principio, y un minuto después ya estaba follándomela a buen ritmo, y no paraba de gemir. Yo ya me había corrido demasiadas veces y no veía el momento de llegar, pero para ella fue diferente: Fueron sus primeros orgasmos anales.
—¡¡AAAAAAAAAGGHH!! —gritó la primera vez, y pareció desmayarse. Y así se quedó, prácticamente desmayada tras el primero, pero gimiendo cada dos por tres. Con los siguientes orgasmos no tuvo fuerzas para gritar. Entre ellos estaba inerte e inmóvil: era un auténtico cubo de semen, un juguete sexual hecho para rellenarlo. Y eso que no había programado a Lorena para ello...
—¡Hmmm…! —logró gemir con el tercero, mientras notaba sus palpitaciones genitales. Pero seguía quieta, con la cara apoyada en una almohada, dejándose hacer.
Se la saqué y tardó dos minutos en recuperarse, con su cara apoyada en mi regazo. Abrió los ojos, me miró embobada y…
—Profesor… ha sido… la mejor experiencia de mi vida.
—Me alegra que te haya gustado, Lorena.
—Hágame lo que quiera. Siempre que quiera.
—¿ cualquier cosa?
—Siempre. Ha sido maravilloso. Úseme como quiera. Por favor.
—Eres… una buena chica —le dije con cariño acariciándole la cabeza; sonrió y cerró los ojos, acostada en mi regazo.
Me había equivocado eligiendo a Isabel. Su sumisión me puso tan cachondo que quise más, y ella sentía las caricias de mi polla en su mejilla, asomando entre mis muslos. Pero mi cuerpo se negaba a correrse y ya estaba físicamente cansado. Me conformé con haber pasado un buen rato.
—Muy bien chicas, por hoy las clases han terminado.
—Oooh… —se lamentaron varias.
—Recordad venir mañana por la tarde con el uniforme escolar, aunque tuvierais que cambiaros aquí para disimular. Y ahora prestad atención, estos son los deberes: hay que meterse por el culo un tapón o dildo tamaño L, y aguantarlo puesto 30 minutos. Sin masturbaros, como siempre. Pero podéis acariciaros el resto del cuerpo; os recomiendo que no os fijéis sólo en vuestros pezones y tetas. Hacedlo de manera sensual mientras os sentís llenas y penetradas, fijándoos en las sensaciones que sentís por todo el cuerpo. Hacedlo en el baño o en la cama para que nadie se entere. No tenéis que tenerlo hecho para mañana, pero como muy tarde para el próximo sábado, porque toca sexo anal.
Ante las miradas de tristeza, decepción y celos por mi trato de favor a Lorena, les animé diciendo que finalmente todas habían aprobado. Todas menos Carol recuperaron la sonrisa. Pero su expresión cambió de la tristeza a la furia mal disimulada, clavando sus ojos en Lucía, descansando mientras las demás se vestían para irse.
—¿Ocurre algo?
—No, Profesor —mintió, y me sorprendió la efectividad de su máscara. Se dio la vuelta y la astuta Carol se vistió, mientras aparentaba volver a la normalidad; incluso comentó «jugadas» con otras compañeras para no atraer mi atención; sonreí para mis adentros pensando que intentaría copiar la completa sumisión y entrega de Lucía, que les había dado a todas una clase ejemplar. Iluso de mí: no supe comprender que los infantiles celos de colegiala eran en realidad poderosos impulsos homicidas.
Cloudy
El lunes fue un poco incómodo en clase: las repetidoras me comían con los ojos. Las demás notaron el ambiente y como suele pasar con las mujeres, la «preselección» de las demás les hizo valorarme mucho más. Rápidamente, a lo largo de las dos horas de clase, el efecto se contagió a casi todas. Como mínimo les parecía «muy interesante» cuando no muy atractivo. La única tan inmune como si fuera frígida era la delegada; cerebral y dedicada a sus estudios, tomando notas y analizando cada palabra que decía. Me moría de ganas de que cumpliera 18 para romperle el caparazón y reclutarla. Me imaginé empalmado cómo rociaba de semen sus gafas grandes y redondas, arrodillada a mis pies; estaba sentado tras mi mesa y nadie lo podría haber notado. En mi fantasía, ella estaba escondida bajo la mesa, chupándomela con pasión sin que nadie lo notara, y yo tenía que dar clase disimulando; y ella intentaba no hacer ruido con la boca. En todo eso pensaba mientras las chicas hacían los ejercicios de Lengua.
Al salir de clase, Carol, Esther, Isabel y Lorena intentaron quedarse para hablar conmigo a solas, pero vi la mirada de Carol y las eché para evitar complicaciones. O al menos lo intenté…
—Ya sabéis cuándo doy clases de refuerzo.
—Esta tarde a las 6 —contestó Lorena. Sonreí recordando mi polla deslizándose lentamente en su culo, abriéndolo para mí con ambas manos, arrodillada con la cara en la almohada. No podía olvidar esa imagen. Se me puso dura mientras ella me sonreía coqueta. Isabel me tomó de la mano para competir.
—¿Puede mandar a Isabel algo que hacer? Por favor —noté que habló de sí misma en tercera persona, y supe que Blondy estaba al mando.
—Con que hagas los deberes es suficiente.
—¡Pero ya los hice! —contestó risueña; mi intención era que tras acostumbrarse en los primeros minutos, las chicas, sin tener permitido masturbarse pero pudiendo acariciarse el resto del cuerpo, aprendieran a valorar esa estimulación como una forma de masturbación. Y desde ahí a que realmente desearan sexo anal había sólo un paso.
—No podemos decir ni una palabra de esto en la escuela —susurré—. Sólo dime cuánto tiempo pasó después hasta…
—Toda la noche.
—Oh. ¿Cómo? —se acercó a mí para susurrarme al oído, y se aseguró de contonearse y parecer más sexy.
—Porque me corría acariciando mis tetas, Profesor.
—…
—No de inmediato, claro. Pero me quedé dormida por el cansancio —reparé en sus ojeras—. No sé cuántos… perdí la cuenta.
Todas se habían pegado a mí para escuchar lo que ella contaba, y me preocupó llamar la atención con la puerta abierta, y en contacto físico con 4 alumnas. De modo que me separé de ellas e intenté hablar normal, pero me atraganté.
—Esta tarde contarás los detalles —dije mientras todas miraban mi entrepierna intentando distinguir el bulto. Comprendí el efecto que aquél «tratamiento» había tenido en el cuerpo y mente de Isabel: ella y Blondy se habían mezclado durante horas, durante la noche mientras dormía pero seguía rellena y permanentemente estimulada. ¿Cómo habrían sido sus sueños? Con certeza, eróticos; y probablemente conmigo follándomela por el culo de forma recurrente. ¿Llegó a ver cómo me follaba a Lorena para mezclarlo en su mente? En cualquier caso, Isabel ya era capaz de correrse sólo con dejar quieto un dildo anal y jugar con sus tetas y pezones. ¿Cómo sería ponerla a 4 patas sujeta por las tetas desde atrás, estrujándoselas mientras me la follaba salvajemente por el culo?
—Profe, se le cae la baba —Esther me sacó de mi ensimismamiento y me la limpié. Fue entonces cuando vi la ira de Carol, esta vez dirigida a Isabel. Incluso se le marcaba intermitentemente un músculo en la mejilla por apretar la mandíbula.
—Chicas, vamos, marcháos. Hasta luego —se resistieron un poco más, pero se fueron por fin.
Por la tarde acudieron de nuevo a mi casa una por una; les había instruido para que no se amontonaran en la puerta y mantuvieran las distancias. Faltó una de las más pijas, que tenía clases particulares de esgrima.
—Que levanten la mano las que hayan hecho todos los deberes —no lo hicieron Esther, Ayana ni Carol—. Ahora que la bajen las que no aguantaron 30 minutos enteros —una lo hizo: Isabel, Lorena, Marta y Sara están capacitadas para el sexo anal, ¿pero les gustaría?—. Y ahora que la bajen las que no tuvieron orgasmos sin tocar su vulva ni clítoris —sólo quedaron Isabel y Lorena, pero esta última dudó y terminó por bajar la mano. Supe que el orgasmo anal sin tocarse por delante requería programación—. Enhorabuena, Isabel, has aprendido a disfrutar del sexo anal.
—¡Gracias, Profesor! —exclamó Blondy eufórica fingiendo ser Isabel.
—Me dijiste que lo tuviste toda la noche, que te quedaste dormida con el tapón anal puesto, y que era de tamaño L, como os encargué. ¿Cómo te fue a ti, Lorena? No pareces estar segura del orgasmo.
—La verdad es que no lo sé. Me costó meterlo entero, pero desde que lo hice casi no podía moverme, intentando acostumbrarme. Recuerdo que temblaba y me acosté con cuidado. Jadeaba. ¿Eso es lo que llaman estremecerse? No podía pensar en nada más, intentaba resistir la presión y era casi doloroso. Sólo recuerdo que acabé comparando con las sensaciones cuando… ayer… en fin, he despertado esta mañana y no me molestaba casi nada. Aunque fue un alivio sacármelo, y me «estremecí» de nuevo. Creo que también gemí.
—¿Estás diciendo que te corriste tan fuerte que te desmayaste?
—No lo sé; ¿cómo se siente un desmayo?
—Tampoco lo sé. Pero todo indica que al recordar cómo se siente que te follen por el culo, con tu culo lleno y apretado, te gustó tanto que te corriste; y seguramente fueron muchos orgasmos, y no pudiste aguantar consciente. Demasiada potencia demasiado tiempo.
—¡Oh! —se acarició un los pezones marcados sobre la camiseta sin darse cuenta, y se mordisqueó el labio al ponerse cachonda—. ¿Podemos repetir lo de ayer, Profesor? Por favor…
—Hoy le toca a otra —Carol alzó la cabeza animada—. Isabel, como has completado los deberes y ayer se lo hice a Lorena, te toca a ti sexo anal; ponte en posición —la sucesión de tristeza, indignación y furia de Carol no me pasó desapercibida, pero de nuevo no le dí importancia. Había reunido a las chicas en un semicírculo sentadas en el tatami ante mí, el único que estaba de pie, marcando estatus y cruzado de brazos, autoritario; vestía una malla corta deportiva de lycra que marcaba completamente el paquete que tanto deseaban. La usaba para hacer bicicleta, pero ese día tenía un propósito más divertido. También ayudaba a crear ambiente lucir mi torso desnudo, con abdominales bien trabajados. Ellas a cambio estaban en uniforme escolar, con minifalda de cuadros y medias negras hasta medio muslo, todas sin zapatos en el tatami. Algunas estaban arrodilladas bajo la falda, otras en la posición del loto sin distinguirse apenas los pies, y otras sentadas con normalidad extendiendo sus largas piernas con medias, como a mí me gusta.
Dispuesta a obedecer, Blondy se comenzó a desvestir.
—Detente; te quiero con el uniforme de colegiala —quería follármela con minifalda escolar; ya conocía su cuerpo desnudo—. Voy a entrenar analmente a Isabel, chicas, prestad atención —insinué a Blondy—. Quiero que sea Isabel —le dije mirándola a los ojos, y entendió; las demás no lo notaron, pero quedó aturdida con un momento, con la mirada perdida. Tardó unos segundos de confusión volver a la normalidad, como si se sincronizara con Blondy, o saliera de un trance. Ni siquiera se me ocurrió que al decir «quiero que sea Isabel» había cabreado todavía más a Carol, intensificando su odio hacia ella—. Todas las que no sois Isabel, prohibido masturbaros o tocaros las tetas; las manos quietas. Sólo prestad atención.
La obediente (pero ya no apasionada, eufórica ni ninfómana) Isabel, apta para ser más cubo de semen que robot sexual (al igual que Lorena), se puso en posición, a 4 patas. La dilaté poco a poco con tapones de los 3 tamaños con mucho lubricante, y me aseguré de que hubiera también en el lado interior del ano restregándolo con un dedo. Antes de metérsela le acaricié el ano mientras ella separaba los cachetes, haciéndole cosquillas con destreza: intentaba que el estímulo se pareciera a un beso negro, y a esas alturas era una técnica que dominaba. Cuando su respiración alterada por fin se convirtió en un gemido por mis caricias, eché lubricante en mi polla con la otra mano, y con lo que sobró en mis manos lubriqué más todavía los alrededores del ano, porque tienden a quitarle lubricante al cerrarse las nalgas. Entonces, con su culo y mi polla embadurnados, se la metí poco a poco, y la traté igual que a Lorena.
Ella estaba preocupada, asustada e impresionada al ser penetrada de verdad por el culo; mi polla le pareció demasiado grande al principio, «¡es más grande que el tapón!», exclamó medio quejumbrosa y medio excitada. Después comenzó a temblar, a estremecerse, y a tiritar. Cerró los ojos concentrada en sus sensaciones, y y el suave jadeo fue subiendo de volumen hasta ser gemidos incesantes. Muy pronto no pudo sostenerse a 4 patas y se desplomó; yo sujetaba y estrujaba su culo mientras ella estaba inerte. Decidí que era un buen momento para continuar la lección, sin parar de penetrarla.
—Fijaos, Isabel es un juguete sexual, un cubo de esperma, está hecha para ser rellenada; y este hecho la pone súpercachonda —gimió escandalosamente—. ¿Lo veis? Isabel es un cubo de semen, hecho para ser rellenado con pollas por sus 3 agujeros —gimió de nuevo, casi sin aire—. Isabel está hecha para ser rellenada de semen por su boca, coño y culo. Isabel es un cubo de semen. Isabel es una buena chica.
Toda la clase estaba absorta en mis palabras y el espectáculo; todas las mujeres habían entrado en trance ligero sin darse cuenta y de forma automática; empatizar con Isabel las hacía ser capaces de gemir sin tocarse, y aquello me sorprendió.
— YO soy una buena chica —se quejó Carol. Me di cuenta, sin dejar de follar, de que era la única que parecía estar normal… si así se puede llamar a su estado de furia. Si la hubiese visto más de cerca, hubiera notado sus ojos inyectados en sangre.
—En el pasado has sido una buena chica —repliqué—, pero el nivel de la clase ha subido: tienes que esforzarte más, Carol.
—Así que ganaré y seré la mejor de la clase cuando el nivel desaparezca. Entendido.
—¿Eh? No, lo que tienes que hacer es aprender de ellas: tienes que copiar a Lorena e Isabel.
—Conseguiré que sólo quiera follarme a mí, no es tan difícil… —le faltó añadir «si las demás desaparecen. Si lo tengo encerrado y soy la única a su alcance. Si todas están muertas y yo soy la única mujer del mundo». Todavía no sabía que estaba como una cabra.
—No es difícil ganar si follas mejor que nadie —continué explicando sin hacerle caso, y sin parar de follar, tirando del pelo a Isabel para sujetarle la cabeza y ver su bonita espalda arqueada—. Si sois el mejor cubo de semen… el juguete sexual más habilidoso… el robot sexual más perfecto… seréis una buena chica. Siempre que yo felicite a una de vosotras diciendo «buena chica», significa que va ganando en el ranking de la clase. Ahora quiero que os lo imaginéis como interpretar un papel: acabáis de aprender de Lorena y de Isabel cómo ser un buen cubo de semen. Ahora pensad que vosotras os convertís en un cubo de semen: imaginando que eres Isabel mientras me la follo por el culo, TÚ eres Isabel —dije a todas sin darse cuenta—. Próximamente os tocará hacer ejercicios anales, en cuanto terminéis los deberes de dilatación anal. Y tenéis que haberlo logrado para el examen anal, que será el próximo fin de semana. Ahora, concentraos en el ejercicio de imaginación: TÚ eres Isabel, y te estoy follando por el culo, y eres mi cubo de esperma; estás hecha para ser rellenada de pollas. Serás rellenada con semen hasta desbordar tus 3 agujeros.
—¡¡AAAAAAHH!! —gritó Isabel, y observé las contracciones de su coño; ya había tenido pequeños orgasmos, suaves como olas extendiéndose por su cuerpo y haciéndola estremecerse y temblar, pero aquél fue uno de los gordos. Y por su duración, un multiorgasmo que la dejó con la mente en blanco e inerte; pero no por sumisión, sino por saturación. Gemí y me corrí dentro de mi cubo de semen.
—¡Me corroooo! ¡Buena chica! ¡Aaaagghh!
—¡Aaaah! —gritaron algunas, más bajito. ¿Se habrían corrido de verdad? ¡Pero si les había prohibido tocarse!
—¡¡AAAAAHHH!! —se corrió Isabel, a lo grande otra vez, porque había descargado dentro de mi cubo de semen. Entonces saqué mi polla y miré sus caras. Algunas estaban temblando, quizá con suaves orgasmos auténticos, reforzados por correrse también Isabel después de mí.
Sólo Carol estaba tal cual. Pensé que todas menos ella caían muy fácil en trance autohipnótico, sin darse cuenta, con los «ejercicios de imaginación». Y al insistirles en que eran Isabel, de algún modo había funcionado, al menos en parte. Cuanto más se lo imaginaran, cuanto más clara fuese la imagen de ser folladas por el culo, más fácilmente se convertían sin darse cuenta en Isabel, y en cubo de semen, hasta ser rellenadas de esperma, y después correrse. Y bien fuerte.
—Quiero ser ella —dijo Marta jadeando—. Quiero ser Isabel.
—Todo a su tiempo. Ya te follaré.
—No es eso… quiero decir que quiero ser ella.
—Acabas de recibir la primera lección de cómo ser un cubo de semen; con el tiempo tú también serás como ella.
—No quiero ser como ella, quiero ser ella —caí en la cuenta de que había sido la más exagerada con los gemidos—. Quiero haber sido ella. Quiero que eso me haya pasado a mí. Quiero ser una buena chica, la mejor de la clase. Quiero ser ella.
—Cuando te toque a ti, me encargaré de que las otras deseen haber sido tú, como tú deseas haber sido ella.
—No soy tan guapa como ella. Tan excitante y buena chica. Quiero sus tetas. Sus piernas. Su cuerpazo. Quiero que Profesor me haya follado por el culo así de bien. Quiero ser Isabel —irónicamente fue ella la primera cuya salud mental me preocupó; cambié de tema y las puse a relajarse hasta hipnotizarlas muy profundo, y entonces les puse más audios subliminales. Aquél día tocaba mantras explícitos de sumisión, aprovechando el ambiente que había creado con ser un juguete sexual. En esencia, fueron algunos mantras que le había puesto a Isabel, y que de paso reafirmaban la programación de Isabel cambiando el target a su «otro» nombre en lugar de Blondy:
«Isabel es un cubo de semen», « TÚ eres un cubo de semen», «Los cubos de semen necesitan rellenarse con pollas duras y semen», «Isabel es un juguete sexual sumiso y obediente», «Ahora TÚ eres como Isabel», «Isabel es un cubo de semen», «Isabel es sumisa y obediente»
Y mientras eso sonaba en bucle, dije intercalando con los subliminales, cobrando sentido sutil juntos:
—A partir de ahora… te encanta el sexo anal… a Isabel le encanta el sexo anal, y a ti también… porque a partir de ahora… eres como Isabel… AHORA eresigual que Isabel… los cubos de semen son sumisos y obedientes —lo había calculado para que también funcionara con Isabel, porque Blondy se daría por aludida. Repetí esa mezcla de mantra verbal y subliminal varias veces, con cuidado de sincronizarme bien y no equivocarme. Luego de haber implantado aquello en sus cabezas, silencié el teléfono y me callé un minuto para que lo asimilaran. Paseé entre ellas y me paré en seco cuando creí ver a Carol mirándome con un ojo abierto. ¿Me lo habría imaginado? Parecía tan apacible como las demás. No le di importancia, y no recordé que en varias ocasiones había parecido demasiado consciente de la hipnosis, como aquella vez que se ofreció a chupármela cuando quisiera (sin decir exactamente esa palabra), y que ya entonces me había extrañado.
—…10: despierta —todas despertaron—. Sois impares, así que os pondréis en parejas y una vendrá conmigo a mi despacho —Carol levantó la mano, ansiosa—. Carol, fuiste la primera en oral y has sido mi favorita una temporada. Dales una oportunidad a las demás, ¿Sí? —negó sutilmente con la cabeza—. Marta, ven conmigo; las demás, practicad sexo oral femenino en la posición del 69.
—Pero profe, no sabemos hacer el 69 —se lamentó Sara. No vio que Ayana la fulminó con la mirada ante la posibilidad de que lo cancelara.
—Claro, para eso es el ejercicio. Es trabajo en grupo, tenéis que ayudaros unas a otras y daros consejos —murmullos de aprobación—. Atención: todas tenéis que llevar puesto como mínimo un tapón o dildo mediano. Hasta logréis metéroslo, os quedaréis con las ganas, viendo excitadas cómo las demás se lo pasan bien —aquello fue una puya directa contra Ayana, la que más problemas tenía con todo lo anal. Así la motivé. Llevé a Marta, la que quería ser Isabel «de verdad», a mi dormitorio, y a solas y en intimidad, la llevé más profundo que en la sala con las demás. Incluso los subliminales fueron para profundizar más. Había llegado el momento de crear a Cloudy.
—Recuerda cuando querías ser Isabel. Querías serlo por completo: haber sido ella desde el principio. Transformarte en otra persona. Tengo una buena noticia: puedes transformarte en cualquiera. Así es, mediante el imparable poder de la hipnosis, voy a reprogramar tu cerebro. Nadie puede impedirlo. Conseguirás el poder de transformarte en Isabel. O en otra persona. Es muy fácil…
Seguí una rutina en la que utilicé espejos: se veía a sí misma en el espejo, y gracias a la programación de ser Isabel haciendo de puente, vio cómo la imagen en el espejo se transformaba en Isabel. Entonces mira su propio cuerpo, y sólo puede ver el de Isabel: sus admiradas tetas, curvas y belleza; sus piernas, su hermosura en el espejo…
—Y de repente, te llenas de todos los sentimientos de Isabel, el cubo de semen, el juguete sexual: sientes exactamente lo mismo que ella. Ya no eres sólo como Isabel, comprendes que siempre has sido Isabel.
—¡Oooh! —exclamó como Isabel. Inhaló y se excitó mucho en pocos segundos, y comenzó a retorcerse.
— Tienes los recuerdos de Isabel: te acabo de follar por el culo delante de todas, y has tenido un montón de orgasmos anales increíbles. Recuérdalo: eres realmente Isabel. Y me he corrido dentro de tu culo: he rellenado el cubo de semen por detrás.
—¡¡Gaaagghhaaahhmmhh…!!
—Isabel es en realidad un robot sexual. Así es: eres un robot sexual.
—¿Oh?
—Es un robot muy inteligente. Y es programable. Tiene un chip simulador de emociones: sólo puede excitarse, sentir placer sexual, y correrse.
—¡¡OOOOOOHHH!!
—Y tiene dos chips de personalidad: se llaman Blondy e Isabel. Hasta ahora las demás sólo conocen a Isabel…
Entonces prácticamente repetí la creación de Blondy, y usé los mismos mantras. Al terminar esa fase, ya tenía dos Blondys. Me di cuenta de que ya era de noche, más de las 21:00. Tenía que darme prisa.
—Ahora voy a ampliar las capacidades de Blondy: no sólo va a poder funcionar como robot sexual, va a poder imitar a cualquier persona. Voy a instalar varios chips de personalidad además de Isabel…
Repetí la transformación del espejo con Ayana. Además de lo poco que ella sabía de Ayana, añadí programación centrada en ser una auténtica ninfómana femenina. Y me apoyé en el hecho de que fue una de las dos que miraron con auténtica lujuria cómo Ayana hizo la primera exhibición de sexo oral femenino: ya había comprobado que era bisexual, pero hice que su concepto de Ayana fuera de auténtico zorrón salido. Y a su vez, repercutió en su «chip de personalidad de Ayana». 21:31. Insistí en su alta sensibilidad a las caricias femeninas y asocié los orgasmos más poderosos que recordaba, propios, a los que supuestamente sentiría Ayana «siempre». 21:38.
—Y esto es sólo el principio, Blondy. Eres la versión mejorada y actualizada. La que hay sobre el tatami es una versión anticuada. Por eso te voy a renombrar: desde ahora, tú, la que tiene la capacidad de emular a otras personas, serás «Cloudy».
Tuve que redirigir unos minutos las referencias directas a Blondy, que también quería que tuviera para cuando me dirigiera a ambas a la vez (pensé que podría ser divertido). También usé la versión subliminal adaptada para ello. 21:45. La desperté con suavidad y salimos a despedir a las chicas. Al pisar en el pasillo me molestó en mis pies descalzos algo de humedad. ¿Qué se había derramado al otro lado de la puerta? Se hacía tarde y fui a despedirlas. Con esas horas estaba llamando demasiado la atención de sus familias. Posiblemente tendría que dar clases de refuerzo legítimas unos días, mientras todas «hacían los deberes» hasta igualarse. Sólo mientras se vestían me di cuenta de que se había formado un grupo de 3. ¿Habían hecho un trío? Como estaba distraído, no se me ocurrió que eso significaba que una se había quedado sola.
Despedí a las 6 chicas y me fui directo a la cocina. Estaba muerto de hambre.
Como no las había contado al salir por la puerta, no me di cuenta de que faltaba una.
Fin de la primera parte.
Apéndice
Chicas:
1-Carol (colada por el profesor, loca, primera en oral)
Castaña ojos marrones.
2-Esther (tonta. La más reticente al lesbianismo, sobre todo con su amiga Carol).
Morena ojos grises.
3-Ayana (lesbiana)
mulata de pelo rizado. ojos negros.
4-Isabel (Blondy bot, cubo de semen, fantasías de violación)
Rubia (teñida) ojos miel, tez oscura (ultravioletas del gimnasio).
5-Lorena (sumisa nata, cubo de semen, primera en anal, pasión por el anal (se desmaya con multiorgasmos))
Rubia ojos azules, pálida. Cabello recogido en larga trenza.
6-Marta (quiere ser Isabel. Cloudy, se transforma en cualquiera. Bisexual)
Pelirroja (teñida), ojos verdes.
7-Sara (Bisexual)
Morena.
8-(esgrima) ?