Producto de mis decisiones: Cap 27 y 28

Llega el momento de la verdad para Mario y para la fidelidad de Aina.

CAPÍTULO 27

Un armario. Había tapado el espejo con un maldito armario.

No podía ser. El espejo era bastante grande, pero sí que se podía ocultar con mobiliario de gran tamaño. Pero la cuestión no estaba en la ocultación. Estaba en cómo narices sabía que Aina podía cotillear esa noche. No montaría un armario enorme cada noche, no estaba tan loco. Sabía, o por lo menos se imaginaba, que yo le habría contado algo a Aina. Que no la dejaría sola e indefensa en su casa, tras lo ocurrido con Rocío esa misma tarde. Con lo ocurrido también con Raquel. Con el emputecimiento de Lara y con todo el historial que tenía.

Pero ya era tarde. Todo eso era muy fácil pensarlo tras los hechos. Todos somos adivinos, todos decimos “tendrías que haber hecho esto” a toro pasado. La realidad era bien distinta. Distinta y cruel, a veces. Esa vez era una de ellas. Tenía a mi mujer, en efecto, sola e indefensa en casa de ese hijo de la gran puta. Pero mi mujer se pensaba que el hijo de puta, que el tarado, era yo.

Y ahí estaba, tumbado boca arriba en mi cama de matrimonio, en nuestra casi nueva cama de matrimonio. Con el móvil tirado a mi lado, reemplazando el lugar de Aina. Ese móvil que había reemplazado su voz y que ahora ocupaba directamente su espacio físico.

Un espacio que, tras lo ocurrido, no sabía si ocuparía de nuevo mi mujer. Así que con todo ya perdido, a diferencia de las demás cagadas, me tumbé cómodamente buscando dormir lo antes posible. La otra gran diferencia, es que por primera vez lloraba por una de mis cagadas. Una más en esos trágicos meses desde que me reencontré con ese capullo. Fue lo último que pensé antes de dejar mi mente en blanco y dormirme.

Me despertó el reloj y me fui a trabajar. Suerte que había poco que hacer, porque tampoco estaba yo para involucrarme demasiado. Al terminar, tan siquiera me fui a casa. Tenía miedo de la bronca que me echaría Aina. Y aunque fuera inevitable, preferí retrasarla e irme a comer a un bar cercano, donde pasé varias horas.

Llegaría esa tarde del martes, cuando Aina estaría en el gimnasio con Ricardo. Así evitaría de nuevo la charla hasta su vuelta, donde ya sí que sería inevitable. Pero no tuve que esperar tanto, ya que al volver ahí estaba ella, en el sofá.

-Por fin vienes, no sabía dónde estabas- Fue lo primero que me dijo.

-Ya… es que, es que quería despejar un poco la cabeza. ¿Qué haces tú aquí por cierto? ¿Y el gimnasio?

-No me apetece ir hoy- Aina lo decía pero no enfadada, parecía más bien un trozo de hielo.

-Lo de ayer…

-Déjalo, da igual. Me he pasado la noche llorando. He reflexionado mucho también, apenas he dormido. Y con tanto trabajo no es lo mejor. Lo único que sé, es que eres un celoso como la mayoría de tíos. No te culpo, sois así.

-Lo siento Aina…

-No, déjalo en serio. No quiero disculpas como las otras veces, para que luego en un par de días vuelvas a lanzarle mierda. Está bueno sí. Es muy guapo, simpático. Me ha dado un trabajo estable y me lleva al gimnasio. Pero no, no me lo voy a follar. ¿Lo tienes claro ya Mario o te lo escribo en una nota?- Decía, ahora irónica.

-Sabes que nunca he sido celoso. Es que joder...- No sabía qué decirle. Todas las sospechas que tenía sobre él empezaban en ese cristal que había tapado. Sin eso, me quedaba sin argumentos.

-Que no pasa nada. Tampoco te echaré ninguna bronca. Siempre hay crisis, eso también es normal. Todo este trauma empezó en las vacaciones. Imagino que te molestó verme con ese bañador y con las tetas al aire… tengo parte de culpa. Lo mejor es dejar el tema, como si no hubiera pasado nada.

Debería haber seguido el consejo de Aina, pero como siempre, mi mente iba a toda mecha buscando algo, algún clavo ardiendo al que agarrarme. Y lo encontré:

-¿No probaste lo de la llave no?

-¿Cómo iba a hacerlo? En la sala no había ese puto cristal, para que arriesgar a que me pillara fisgoneando en la puerta de su casa.

-Pues vamos para allá- Le dije mientras le cogía esa llave que me estaba devolviendo.

-¿Pero qué coño dices ahora?- Aina alucinaba.

-Que Ricardo no está en su casa, estará en el gimnasio. Vamos ahora mismo, te enseño como esta es su llave y si hace falta rompo el armario a ostias para que veas que existe el cristal. Si no quieres venir me da igual, lo grabaré todo.

No le quedó otra que acompañarme. Pasamos todo el trayecto en silencio, roto simplemente por algunos murmuros de Aina. Aparqué lo más cerca posible y salí disparado hacia su casa, llave en mano. Aina me seguía de cerca, expectante.

Ahí estaba, en frente de su casa. Lo primero era demostrarle en directo a mi mujer que esa llave era de su casa, que Ricardo se la había dejado a Miguel para que pudiera ver esos shows. Era mentira a medias, ya que Miguel le había hecho una copia, pero eso era lo de menos. Lo importante venía dentro, donde apartaría el armario a base de golpes para dejar paso al cristal que demostraría que no estaba loco.

Metí entonces la llave. Bueno, la intenté meter, porque tan siquiera encajaba. Aina no tardó en decir:

-¿Contento ya? ¿¿CONTENTO YA MALDITO INÚTIL??

Esa vez sí, a diferencia de minutos antes en casa, estaba gritando.

-No… no entiendo nada. Pero si el otro día…

-El otro día el otro día… siempre con excusas, siempre con mentiras. No eres el Mario que conocí. ¿Qué coño te ha pasado? ¿Te drogas?- Gritaba mi mujer.

-Pero baja la voz…

-¿Eso te preocupa no? No armar escándalo. Mientras ves espejos y pollas volando por ahí que se follan a nuestras amigas. ¿A Raquel también se la ha follado no? Dentro del armario a lo mejor jajajajajaja- Aina estaba fuera de sí, medio llorando incluso. Suerte que no le había contado nada de Raquel…

-Lo siento… de verdad lo siento.

-Qué me da igual tío... yo me pillo un taxi, pillo cuatro cosas de casa y me voy a la de Carla. Total, las noches las pasaré con Ricardo igualmente, tampoco nos vemos tanto. Cuando te des cuenta de la mierda que tienes en la cabeza me llamas. Eso sí, dame unos días. ¡¡Así me follo a Ricardo bien a gusto!!- Y tras decir eso, que me sentó como una bala, se fue calle abajo.

Cómo podía haber sido tan gilipollas. Aina había sido una santa el no enfadarse pese a mi cagada de anoche. Y yo erre que erre, con mis paranoias. A lo mejor sí, a lo mejor era cierto que eran todo alucinaciones. Tenía la mente como la protagonista de la peli donde secuestran a su hija en un avión, pero la hacen creer que todo son imaginaciones suyas.

Pero al igual que en la película, no eran alucinaciones. Y entendí bastantes cosas cuando volvía hacia mi coche y escuché un silbido. Me giré y ahí estaba Ricardo, delante de la puerta de su casa. De la maldita puerta que me había hecho quedar como un puto loco con mi mujer.

Ricardo estaba quieto. Algo lejos, pero podía observar su sonrisa. Entonces recibí la segunda bala en apenas cinco minutos. Se sacó unas llaves del bolsillo, las meneó bien como si fueran una campana… y entró. Simplemente entró a su casa con sus llaves. Unas llaves que debió recibir del cerrajero esa misma tarde, ya que no tenía ningún otro momento libre.

Ricardo, de nuevo, se me había avanzado. Si eso era una partida de ajedrez, me tenía en jaque mate. Él era como el campeón del mundo y yo un simple novato que se pensaba que el caballo se movía en vertical. La palabra que resonaba en mi mente era “cagada”. Era así, estaba en esa situación por mis cagadas. Cagada tras cagada tras cagada.

Sin pensar en nada más, solo en lo gilipollas que era, fui dirección a mi casa. Pero no quería estar ahí en esos momentos, viendo como Aina hacía las maletas, así que me perdí un par de horas dando vueltas con el coche.

Pasaban los días y seguía sin noticias de mi mujer. La llamé varias veces, le envíe mensajes… pero no obtenía nunca respuesta. Quería desahogarme un poco con Mauri y Miguel, o por lo menos desconectar de todo aquello. Pero sabía que no sería el mejor momento tras lo ocurrido con sus respectivas parejas.

Habíamos metido en nuestras vidas a un fanático del sexo. Le conocíamos, éramos conscientes de sus aficiones y actividades, pero le habíamos acogido igualmente. Ya hacía varios días que me arrepentía de habérmelo encontrado.

El viernes por la noche, por fin, tuve la primera noticia de Aina gracias a un mensaje de voz que ella misma me envió:

“Hola Mario, siento esta desconexión de tantos días, pero lo necesitaba. Necesito aire, mi espacio… y sobretodo tiempo. Estoy segura que vamos a superar este bache, como hemos superado todo hasta ahora. Estoy súper bien en casa de Carla y sí, por las noches voy con Ricardo y también estoy a gusto con él. Nos queda muy poco para terminar, por eso este finde lo pasaré entero en su casa para terminarlo todo y ahorrarnos la siguiente semana.”

Así terminaba su mensaje. Sin un “te quiero” sin unos besos o algo medianamente romántico. Tampoco ponía ningún plazo para volver. Pero lo peor no era ese final tan frío. Lo peor estaba un poco antes, con su confesión que pasaría el fin de semana entero con Ricardo. ¿Harían algo? ¿Habrían hecho algo ya?

Me moría de los nervios, de los celos. Ese fin de semana se me haría eterno. Por la noche de ese mismo viernes no pude dormir. El calor de las últimas semanas era asfixiante. Yo seguía con mis pensamientos, entre ellos dudando en como Aina se había vestido y arreglado esos días. Di un vistazo a su armario y en efecto, faltaban varias prendas. Lo mismo en su cajón de ropa interior. También faltaban algunos productos de higiene. No era demasiado relevante ya a esas alturas, pero mi cabeza podría estar pensando en si fue antes el huevo o la gallina, en lugar de desconectar y dormirme.

Me desperté el sábado, casi al mediodía. No tenía ningún plan, así que me daba igual. Hasta hubiera preferido dormir aún hasta más tarde. Simplemente desayuné un tazón de leche con cereales y me puse a buscar algo interesante en una plataforma digital de televisión. Qué diferencia entre elegir algo yo solo a hacerlo con Aina. Metanfetamina, dragones, zombis…

La necesitaba, hasta para elegir una maldita serie. Era ya una parte indispensable en mi vida y estar casi una semana sin verla se me estaba haciendo terrible. Tan siquiera comí nada más, hasta que a media tarde empecé a beber unos licores que teníamos para alguna ocasión especial. Esa ocasión, si era algo, era precisamente especial.

Bebí y bebí… y como un tronco caí. Esa era mi intención, no necesitaba demasiado para acusar los efectos del alcohol así que que terminaría dormido o desmayado. Me daba igual ya todo es esos momentos.

Pero me despertó el sonido de mi móvil. Tenía un dolor de cabeza indescriptible. Esperaba que fuera Aina… y casi pero no. Era el gilipollas con quien más tiempo compartía esos últimos días, Ricardo.

No quería cogerlo, pero tampoco sabía si le habría pasado algo a mi mujer. Así que no tuve más remedio. Pero al darle al botón verde y preguntarle que quería, no obtuve respuesta. Se escuchaba un sonido entrecortado. Intenté prestar atención… y parecían gemidos. Pero esta vez no caería en su trampa. Ricardo era conocedor de mis cagadas, de mis confusiones y se quería aprovechar de eso para joderme.

Iba a colgar, pero de repente escuché: “Fóllame Ricardo”. No podía distinguir la voz, no apreciaba de quién era y menos en mi estado. Era aguda, de mujer… y la única mujer que le hacía compañía ese día sería la mía.

No podía aguantar más, tenía que ir y partirle la cara. O que me la partiera él a mí, pero hacer algo útil por primera vez en ese tema. Fui a todo gas hacia su casa, llegando volando... y vi a Mauri esperando fuera en la puerta.

-Tío… que se está follando a Raquel.

-¿Cómo dices?- No entendía nada.

-Pues eso… que Raquel me lo contó todo y ahora están ahí dentro dale que te pego, no sé qué hacer- Decía Mauri, aunque sin llorar, temblar o esas cosas que le solían ocurrir cuando estaba muy nervioso. Siguió:

-Tengo la llave… pero no sé si entrar, no sé qué hacer. ¿Y tú qué haces aquí?

-Es una larga historia… ya te contaré. Y en cuanto a la llave, no funciona- Le dije eso, pero no me hizo mi caso. Se fue rápidamente hacia la puerta, intentando encajar la llave.

-Que no funciona Mauri, que…-No me dio a terminar la frase, viendo asombrado como Mauri conseguía encajar y girar la llave, abriendo la puerta cuidadosamente.

No quedaba otra que seguirle. No sabía si Aina estaría ahí. Si Ricardo seguiría tirándose a Raquel… o a ambas. Pronto lo descubriría.

Avancé tras él dentro de la casa, había un silencio sepulcral. Mauri se adentró a la sala X, queriendo ver qué pasaba en la otra sala, sin saber lo del armario. Pero para mi sorpresa, no estaba ya el famoso armario.

Se veía claramente la otra sala, aunque sin nadie dentro. De repente, alguien me cogió ambas manos y me las ató atrás. Sin tiempo a reaccionar, Mauri se me acercó esta vez por delante y me puso una cinta adhesiva en la boca rápidamente.

CAPÍTULO 28

-No es nada personal. Bueno sí… pero no es a malas vamos.

¿No era a malas? ¿Ponerme un cinta adhesiva en la boca no era a malas? Hubiera llamado de todo a Mauri en su cara, pero la cinta me impedía tan siquiera hablar. La persona que me había atado me dio la vuelta y vi su cara, era Ricardo.

Yo seguía sin entender nada, sin poder gritar, insultar, preguntar. Prepotencia absoluta. Ricardo no dijo nada, me ató también los pies y me hizo sentar a una silla mirando hacia el cristal. Sin decir ni pío, sacó su móvil y empezó a toquetearlo hasta decir:

-Ya está Aina, ya he terminado. Cuando quieras aquí estoy…. ¡Vale besos cielo!

Guardó el teléfono y manteniendo el mismo silencio, se fue de la sala. Solo quedaba Mauri conmigo, que tomó palabra:

-Lo siento Mario de verdad. Raquel me contó todo lo que pasó, no podía disimular más ya sabes lo buena que es… como Aina. El caso, que me dijo lo del juego, lo de que no se encontraba bien… lo de Jairo.

Hizo una pequeña pausa, se le notaba afectado por aquello, aunque siguió:

-Y para rematar, la foto que me hiciste con Lara… que parecía otra cosa. Y la traca final con Ricardo. No sé si soy un buen marido, lo único que sé es que nunca engañaría a Raquel. Lo mismo pensaba de ella… pero parece ser que solamente las situaciones extremas sacan a nuestro verdadero ser.

A mí me empezó a caer una pequeña lágrima, que no pasó inadvertida en Mauri:

-De verdad que lo siento. Estoy cabreado contigo claro. No me contaste nada, ni lo del simple juego ni mucho menos lo que pasó en aquellos árboles. Se podía haber evitado… o no, nunca lo sabremos. No creo que te importe, pero con Raquel estoy bien. Hemos pasado unos días fatales, pero la quiero. Fue un calentón y ya está. Ya sabíamos como era Ricardo al conocerlo y sobre todo al meterlo de nuevo en nuestras vidas.

Yo seguía con mil preguntas, que mi “amigo” no dudó en resolver:

-Entiendo que estarás confundido. Que no sabes a qué viene todo esto. Me reuní con Ricardo para hablar del tema hace unos días. Tenía unas ganas terribles de partirle la cabeza, pero tanto tú como yo sabemos que ni podría con él ni eso arreglaría nada. En eso nos parecemos Mario, lo mejor era hablar. Aclaramos el tema y sin entrar en detalles, estaba claro que era culpa tuya.

No me lo podía creer. ¿Ricardo se follaba a su mujer y la culpa era mía? Vale, le podía haber avisado, podía haber evitado aquello, incluso pude provocarlo… vale tenía razón.

-Me contó lo de tu ataque de celos, el mal momento que pasabas con Aina por tus paranoias. Como tuvo que poner un armario porque se imaginaba que vendrías a delatarle. Como tuvo que cambiar su cerradura. Por eso me dio una llave a mí y por eso me propuso esta pequeña venganza.

Yo le escuchaba, pero ahora no podía dejar de mirar a la otra sala, donde Ricardo parecía preparar la camilla de masajes. Mauri me explicó también eso:

-No se la follará, tranquilo. Lo hemos hablado, no queremos destrozarte la vida. Es una pequeña lección por tus meteduras de pata, es una terapia de shock. Me lo ha dicho bien claro, no se la quiere tirar. Simplemente le dará un masaje y puede que la ponga un poco a prueba. Pero sin hacer nada más, sin tocar más de la cuenta me ha dicho.

No podía creer lo que me estaba diciendo, Mauri me quería tranquilizar pero eso no era posible ya:

-Aina lleva muchos días estresada por el trabajo… y no la has ayudado mucho precisamente. Ricardo la ha enviado por ahí mientras él, en teoría, daba un masaje a otra chica. Ricardo es un poco cabrón, pero no es tonto. Te llamó con un audio que grabó a otra chica que se zumbó, por cierto con voz parecida a Aina- Siguió contándome ante mi incredulidad:

-Y sabía que vendrías. Hoy debían pasar todo el día trabajando así que la única chica que podía estar con Ricardo era tu mujer. Caíste, volviste a caer en su trampa. Aina aceptó sin dudar irse un rato por ahí mientras Ricardo hacía el masaje. Y también aceptó ser la siguiente en recibirlo.

Yo seguía soltando lágrimas, sin saber qué hacer. Ricardo seguía preparando los utensilios mientras que Mauri terminada su sermón:

-No te preocupes por nada, entiendo que esto es como un castigo viendo lo celoso que eres. Pero también te digo que conozco a Aina. Verás cómo no da ni una mínima esperanza a Ricardo. Verás como tu mujer te es fiel. La podrá rozar, mirar… tampoco verá más de lo que vimos todos en la playa. Por eso que no temas, es duro estar ahí sentado con su mujer en sus manos, pero estoy seguro que te vendrá bien para deshacerte de tus celos.

Pensaba que se iría ya, pero nada más lejos de la realidad. Cogió otra silla y sentó a izquierda. Éramos espectadores privilegiados de lo que iba a pasar ahí dentro en el masaje. Como tantas veces lo habíamos sido, aunque sin estar yo atado y sin ser mi mujer la que estaría ahí delante a escasos metros. Mauri me dijo una última cosa:

-A malas, estoy aquí para pararles. Créeme que no intentará nada y dudo que Aina quiera nada tampoco… pero en todo caso estoy yo aquí para controlar. Se lo he pedido a Ricardo como norma, no os podía dejar solos. Y no trates de gritar, con esto puesto tampoco te podría escuchar tu mujer.

Tenía razón, al principio de ponerme esa cinta, intenté gritar y apenas emitía ningún ruido. Encima, vi como Ricardo ponía música en un ordenador. Definitivamente, no quería que Aina tuviera la más mínima sospecha de la presencia de alguien más en esa casa.

Mauri seguía intentando tranquilizarme, aunque ya apenas de escuchaba. Esperaba que tuviera suerte por una vez, que Aina no viniera. Pero al poco rato, sonó el timbre. No escuché demasiado, hasta que ella y Ricardo entraron en la sala donde le haría el masaje.

La camilla estaba algo alejada del cristal, mientras que la música sonaba bastante fuerte. No les podría escuchar, aunque Ricardo lo tenía todo pensando. Mauri sacó el móvil de su bolsillo y me dijo:

-Ricardo prefiere que no te pierdas ningún detalle. Pese a que ellos no te escucharán a ti, tú sí que podrás escucharles a ellos. ¿Ves el móvil de Ricardo ahí en la silla al lado de la camilla? Pues está en llamada con el mío. Podrás escucharlo todo pero tranquilo, que el mío tiene el audio silenciado así que no te molestes en hacer ruidos.

No sabía si era mejor o peor escucharlo todo. Aina se fue al biombo a cambiarse. Más bien a desnudarse, ya que salió de ahí detrás solamente cubierta por una toalla, demasiado pequeña para tapar todo su cuerpazo. Dejó sus vaqueros, camiseta y ropa interior en otra silla y se fue hacia la camilla.

Ahí se tumbó boca abajo, mientras Ricardo cogía unos aceites y le decía:

-Bueno Aina, cuéntame. ¿Te duele sobretodo la espalda no?

-Sí eso es. Tantas horas sentada imagino que pasan factura. Pero no es nada del otro mundo eh, agradezco tu ofrecimiento pero tampoco necesito gran cosa.

-Mejor hacerlo despacio y bien. Que luego el tema se puede agravar y tienes que estar a tope para el curro. ¡Que ya nos queda poco!- Le animaba Ricardo.

-Ah ya entiendo. ¿O sea que me ofreciste el masaje para beneficio de la empresa no? Jajaja.

-Que no mujer, que te irá bien para el estrés y para tu vida en general. Ya verás como me lo agradeces mujer- Ricardo empezó entonces a tocar con suavidad la espalda de mi mujer.

Pese a escucharlo todo a través de ese móvil, lo hacía de forma nítida y sin dificultades. El cabrón de Ricardo había dejado bien cerca su móvil. También me fijé que tras la espalda, fue a masajearle las piernas, dejando aún más piel a la vista.

-Oye que me estás desnudando jajaja- Dije Aina, aunque no había reproche en su tono.

-Tranquila, ya verás cómo te gusta- Y siguió masajeando ambas piernas.

Aina no decía nada, mucho menos quejarse. Estaba claro que le estaba gustando. Pero era algo normal, nadie hace ascos a un masaje. Lo que me mosqueaba era era complicidad.

La toalla ya apenas le cubría el culo y el principio de su espalda.

Cuando terminó de las piernas, Ricardo volvió a masajear la espalda de Aina. Bajó aún más la toalla, que definitivamente cubría el culo y gracias. Esta vez, ella ni protestó. A ratos incluso cerraba los ojos, concentrándose en el placer del masaje que estaba recibiendo.

Ricardo masajeaba ahora con más intensidad la espalda de mi mujer. De vez en cuando aplicaba aceite en la zona y seguía con sus manualidades. Por suerte o por desgracia, no se decían nada. Pero el silencio lo rompió Aina:

Ahh- Ese leve gemido fue fruto del tocamiento de Ricardo por debajo de la toalla, aunque no vi dónde exactamente. Aina me lo confirmó:

-Oye. ¡Que el culo lo tengo bien!

-¡Y tan bien! se nota el gimnasio eh cabrona. Cuando te conocí pensé madre mía, sí que lo tiene caído. Y mírate ahora, igual de redondito pero durito- Ricardo decía aquello mientras ya definitivamente tenía una mano debajo de la toalla, seguramente encima de su culo.

Ella, en lugar de protestar, en lugar de decirle que parase de tocarle el culo, le dijo:

-¿Así que en eso te fijaste el primer día eh pillín? Jajajaja.

-A ver, siempre hay que conocer lo máximo posible de una persona. Bien que me miraste tú la polla en la playa y no te dije nada.

-¡Bueno y tú las tetas! Entre el puto bañador y el día de la nudista… te debiste poner las botas- Le contestó Aina, que seguía recibiendo el doble masaje de espalda y culo.

-Cierto. ¿Por eso no te importará que me quite la camiseta verdad? Hace un poco de calor.

-Estás en tu casa- Fue la breve respuesta de Aina.

Sacó por fin su mano de ahí abajo, para quitarse la camiseta y quedarse solamente con el pantalón de chándal. Al estar detrás de la camilla no me había fijado, pero ahora podía ver como se le marcaba la polla en ese ajustado pantalón. Y sin estar erecta. Tampoco pasó inadvertido para mi mujer, que clavó la mirada ahí abajo.

-¿Qué? Si hasta la viste empalmada jajaja.

-Pero me sigue sorprendiendo. Nunca había visto nada así. ¡Ni en el porno! Y mucho menos en un blanco- Dijo Aina otra vez juguetona.

-Ya… jajaja me lo suelen decir. Y como te gustó más, en reposo o empalmada.

-En reposo impresiona… pero es que empalmada… ¡Jajajajaja es un bicho!

-Jajaja ya. ¿Así que nunca habías visto nada así no?- Le preguntaba Ricardo.

-No, ni de lejos. A ver que tampoco me quedé ahí mirando ninguna de las veces…

-Ya… supongo que no. Pero si te flipó verla de reojo, tendrías que verla bien… o tocarla jajajaja