Producto de mis decisiones: Cap 25 y 26
Raquel, Rocio... Aina. Son muchos los frentes abiertos para Mario y de nuevo deberá tomar decisiones cruciales para su futuro y el de sus amigos.
CAPÍTULO 25
Mi mujer dos semanas durmiendo en casa de Ricardo, genial :)
Me quería morir. Aina me lo decía sin mirarme, siguiendo escribiendo y leyendo en el móvil. No sabía qué decir hasta que encontré las palabras adecuadas:
-Ah… ¿Y eso? ¿No trabajáis suficientes horas? Y a malas… ¿No tenéis las tardes?
-No empecemos… ya sabes lo ocupado que está por las tardes. Era eso o a tope los findes y eso aún sería peor. Solo serán dos semanas, de hecho seguramente terminemos antes me ha dicho y podemos terminar a mediados de la segunda semana.
¿Qué podía decir? Evidentemente que la idea me gustaba lo mismo que una patada en el testículo derecho. Pero qué podía hacer… ¿Volver a parecer un marido celoso? Para qué, si iría igualmente. Terminé resignado, diciéndole que vale. Pese a eso, ella notaba mi mosqueo. Yo era demasiado transparente para las emociones al igual que ella.
Encima, terminó diciendo al cabo de un rato, aunque con un tono muy suave:
-No te preocupes por nada jolín. Demasiadas vueltas le das a tú coco. Tú te quedaste a dormir muchas noches en casa de Lara cuando dejó a Fidel y nunca te dije nada, ni sospeché ni me enfadé.
Tenía razón… a medias. Lara era como su punto débil, su némesis. Sabía que yo la conocía desde la universidad, que siempre habíamos estado muy unidos. Sabía que nunca había pasado absolutamente nada entre nosotros ni pasaría, pero cuando le dije que le haría compañía tras su ruptura con Fidel, precisamente bien no se lo tomó.
Sin armar jaleos, pero retirándome la palabra durante un par de días, me demostraba que la idea no la entusiasmaba precisamente. Aún así, ambas tenían buen rollo. No de grandes amigas, pero hablaban con normalidad. Pero esa pequeña duda seguramente siempre estaba, al igual que yo tenía las mías.
Poco más pasó en ese fin de semana, hasta volver de nuevo a la bendita rutina. Aunque esta vez no tan bendita, ya que seguía preocupado por tener que dejar a Aina en manos de ese depravado sexual.
Pero las malas noticias nunca vienen solas. Si ese lunes en el trabajo ya se me estaba haciendo más largo que un día sin pan, solamente faltaba el mensaje de Miguel confirmándome que Ricardo asistiría también a su boda en apenas un mes. Era un secreto a voces, pero las mesas ya estaban organizadas desde hacía tiempo y era difícil hacerle hueco. Pero como suele pasar, hubo bajas de última hora y pudieron acoplar a nuestro “amigo” para tan señalada cita.
Ese lunes Aina durmió en casa. Visto lo visto, Ricardo había podido avanzar bastante trabajo y si no eran necesarias esas horas extras, mejor que mejor. Por dentro seguía pensando en todas las tardes que tenían libres con el maldito gimnasio y que podían dedicar a hacer esas horas extras, pero sabía la respuesta de mi mujer, que iba mínimo dos veces por semana y que claro, sería una desgracia ir un día menos…
El caso es que me había estado calentando la cabeza para nada. Por el momento Aina no tenía que pasar ninguna noche con ese idiota. Pero el martes llegó la sorpresa. Ya por la tarde, Aina me dijo que esa noche sí que tendría que pasarla con Ricardo, yo me quería callar pero no pude, aunque omitía un detalle:
-Que no, que no pasa nada… pero por un día de gimnasio menos…
-¡Joder no me escuchas nunca! ¡Qué ahora en Agosto solo abren martes y jueves! Encima hoy Ricardo tiene sesión con Rocío así que solo tendremos el jueves para ir igualmente. Yo intentaré avanzar algo ahora… pero le necesito- Me decía mi mujer, medio cabreada.
-Es verdad lo siento… ¿Y sesión con Rocío has dicho?- Eso sí que no me lo había contado Aina.
-Sí, ha sido algo así improvisado. Se ve que estuvieron hablando los tres, o sea con Miguel también claro. Y les pareció guay hacer una sesión así con el vestido de novia.
-Ajá…- No sabía qué decir. Era como enviarla al matadero. Ricardo tendría a un mujerón como Rocío a su entera disposición. Y sin Miguel, que “no podía” ver el vestido. Y tampoco iría a la sala X a espiarles. No era tan celoso… y daría mala suerte igual.
Ahí quedó la charla, era inevitable que Aina pasara la noche con Ricardo. Casi que prefería que se follase a Rocío y así no tuviera ni un mínimo pensamiento obsceno hacia mi mujer. Porque sí, porque yo seguía con mi dudas.
Pero no terminaría ahí la tarde, ya que poco después recibí la llamada de Miguel:
-¿Ey Mario qué pasa? Desconozco si lo sabes pero Ricardo le hará unas fotos a mi novia esta tarde. Sabes que no me preocupa… pero Ricardo sigue siendo Ricardo.
Miguel pocas veces mostraba debilidad y esa sin duda, era una de ellas. No sabía que quería decirme, así que le dejé seguir:
-El caso es que… te quería pedir que fueras a la sala X. No es que no me fíe… joder si hasta la animé yo a que fuera. Pero cojones, me dejarías más tranquilo. Ricardo ni intentaría nada sabiendo que estás tú ahí. Quería ir yo mismo pero sin cristales ni nada, estar in situ ahí.
-Pero da mala suerte- Terminé lo que quería decir mi amigo.
-Exacto. Yo qué cojones sabía. Ostia sí, pero mi chica no es supersticiosa, pensaba que me dejaría estar ahí a su lado mientras, hasta hacernos alguna fotillo juntos ya tú sabes.
-Ya, te entiendo… pero tengo una idea. ¿Por qué no vas tú a la sala X? Quiero decir… Rocío tampoco sabría nada- Intenté desencallar la situación, pero no coló:
-Que va que va, que me ha calentado el tarro con que no puedo ver el vestido y que no y que no. Y me cuesta mucho mentir tío. Prefiero no ver nada. Tío te lo pido como amigo, Mauri es un pichafloja y no querrá pero tú…
-Venga vale… ¿Pero y Ricardo?- Terminé cediendo, aunque con la duda de cómo ir. Si Ricardo querría claro, porque si no imposible. Pero Miguel no tenía todo pensado:
-No te preocupes, te colarás.
¿Cómo dices?- Qué narices estaba diciendo. ¿Se pensaba que eso era “la casa de papel”?
-Tranqui tío. Tengo una copia de la llave de su casa. Me la dejó un día para que pudiera entrar mientras él se follaba a una piba. Si hasta a ti te la ha dejado alguna vez no me jodas. ¡El caso es que hice una copia!- Y lo decía así, tan contento.
-¿Y estabas esperando a este preciso momento para usarla no? Casi que es más fácil decirle a Ricardo que me gustaría ir y ya- Intentaba cambiar su ridículo plan, sin éxito.
-¡No coño! Pero me apetecía ir alguna vez, aparte de cuando nos invita. Seguro que cuando no nos invita es cuando tiene a las mejores pibas. Y total, estando en faena ni se enteraría… y mi piraría antes que terminara, que es lo que harás tú.
-¿Cómo? ¿Cómo narices entro ahí? Lo de irme antes lo entiendo pero es fácil que me pille igualmente. Mejor contárselo- El “plan” de Miguel hacía aguas por todas partes, Ricardo se iba a enterar. No me apetecía nada pedirle ir, pero mejor eso que una pillada.
-Tú confía en mí. ¡A parte que no le puedes decir de ir cojones! No pintas nada ahí, solo nos invita cuando se las tira y precisamente vas para controlar un poco- Miguel declaraba ya abiertamente que tenía dudas con Rocío. Y quedaba un mes para la boda.
-¿Entonces qué hago?- Yo seguía, muy a mi pesar, ayudando a mi amigo o intentándolo. Si fuera yo el que estuviera en esa situación, con Aina a solas en esa sala con Ricardo… no dudaría en pedir ayuda a quien fuera.
-Han quedado a las 7. Yo a partir de esa hora le iré preguntando cómo va el tema, si está nerviosa y esas chorradas. Tú te vas para allá un poco después y te esperas a que yo te avise. Cuando ella me diga que ya está todo listo para las fotos, que me tiene que dejar y demás… te doy un toque y querrá decir que ya están distraídos haciendo la sesión y podrás entrar- Lo que decía Miguel tenía lógica, aunque el riesgo seguía existiendo. Siguió:
-Y no hace falta que te recuerde, que máximo sigilo. Nunca ninguna tía nos ha pillado cuando Ricardo nos ha invitado. Sabes que alguna vez nos ha dejado la puerta abierta y hemos entrado a media faena. Es una habitación con la puerta cerrada, si vas con cuidado como siempre nadie escuchará nada.
-Que sí tío… que lo probaré. Pero no prometo nada.
Tras decirle aquello a mi amigo, nos despedimos. Y tras despedirnos, supe que era un imán para los problemas. Mi empatía, amistad y honor estaban por delante de ningún problema en ese momento. Aunque ya lo dicen, que el cementerio está lleno de valientes y hombres de honor. Aunque en ese caso, mi relación con Ricardo era ya casi inexistente. Pese al paripé que hacíamos, cuanto menos le veía mejor. No era una buena influencia ni para mi, ni para mi mujer y amigos. No sabía cómo alejarle de nuestras vidas… y justo en ese instante se me ocurrió el plan B.
Y ese plan no era otro que ir directamente al cementerio, metafóricamente. Cagarla, hacer ruido tras espiarles unos pocos minutos. Que Ricardo me pillara, con su consecuente cabreo tanto hacia mi persona como hacia Miguel. Dos en uno. No iría a la boda posiblemente tras el plan fallido de Miguel. Y con suerte, no le veríamos más. Ahí mi empatía, amistad y honor sucumbieron ante Ricardo, que no merecía ninguna de ellas. Miguel y Rocío serían los daños colaterales.
Llegó por fin el momento y ahí que fui, diciéndole a Aina que iba con Miguel a tomar algo. Pero no, iba a espiar al Ricardo que tan bien le caía últimamente, pero del que nadie se fiaba y con razón. Sobretodo Miguel, que más que tomar algo, estaría sudando como un puerco. Lo mismo que yo, si la “modelo” de esa sesión fuese Aina.
De camino me entró esa duda, ese último fleco del plan. ¿Rocío era capaz de hacer algo? Si Raquel había caído, Rocío siendo mucho más suelta… aunque tenía su boda a la vuelta de la esquina. Y que yo supiera, no tenía dudas acerca de Miguel. ¿Y qué haría yo, en cada caso? Si no pasaba nada, podía auto descubrirme en cualquier momento. ¿Pero y si de repente se liaban o algo peor? Lo mejor sería pararlos. Haría un enorme favor a Miguel y jodería al gilipollas de Ricardo.
Aparqué y esperé la señal de Miguel. Tardó algo en llegar, pero a los quince minutos me dijo que por fin Rocío le había dicho que empezaban con las fotos. Era mi momento. Lo tenía claro, sigiloso al entrar y torpe al salir. Giré la llave con delicadeza, di un primer vistazo y parecía todo calmado. Cerré con la misma delicadeza y crucé el pasillo, dejando atrás la sala S para entrar en la X que como siempre, permanecía cerrada. Entré ahí también, viendo por primera vez lo que sucedía en esa sesión de Rocío.
Ella estaba con su traje de novia (espectacular aunque muy clásico) de pie con Ricardo delante de ella y disparando varias veces con la cámara. De vez en cuando le daba instrucciones y ella cambiaba las poses. También comprobaba las luces, los flashes… lo típico que le había visto hacer en tantas sesiones. Parecía que no iba a pasar nada, o sí. No lo sabía, ni me importaba. Solo quería terminar aquello. Así que me fui hacia la puerta de la sala donde me encontraba y golpeé. Fue alto sutil y ligero, aunque lo suficiente para captar su atención, ya que ambos se giraron.
En ese momento sí que estaba nervioso, me jugaba también que Ricardo me diera una buena ostia, aunque con Rocío ahí delante lo dudaba mucho. A parte que nunca me había agredido, por lo menos no físicamente. En todo caso, tendría que darles muchas explicaciones. Echar evidentemente la culpa a Miguel, que no se fiaba de ellos y tal y cual. Rocío se sentiría mal también, pero me daba igual en ese momento. Seguía esperando a que salieran de ahí, a que fueran a comprobar que había pasado. Qué había ocasionado ese ruido, si estaban solos en esa casa.
Pero no, en lugar de eso, Ricardo le dijo de Rocío:
-No te preocupes, se habrá caído algo. Ya verás cómo no hay más ruidos.
Y tras decir eso, Ricardo giró su cuello hacia el cristal, mirándome fijamente pese a la presencia del vidrio que me ocultaba. Rocío seguía mirando a un lado y a otro, como pensando de dónde había venido aquel ruido.
Ricardo por su parte, me mantenía esa ciega mirada. Yo no sabía qué hacer en ese momento, esperaba que fueran en búsqueda de aquel ruido, en lugar de quedarse ahí plantados. Y aún supe menos que hacer cuando, Ricardo que seguía mirando hacia mi posición, esbozó su típica y hasta a veces macabra sonrisa, para terminar guiñando un ojo.
No se lo guiñaba al cristal, no se lo guiñaba a “la nada”. Me lo guiñaba a mí. Tenía que hacer algo, pero no sabía el qué. Eso no entraba en mis planes. Como tampoco entraba que segundos después, se dirigiese a Rocío para plantarle un beso de película. Así, de sopetón. Sin contexto alguno. Por la sorpresa o simplemente por el gusto, Rocío no le separó la boca y ese beso duró unos interminables segundos para mí.
Iba a salir, tenía que salir. Pero como siempre, Ricardo se me avanzó. Descendió su gran mano derecha por debajo del vestido de novia de Rocío. Parecía estar buscando algo y a los pocos segundos, avisados por el gemido de Rocío, lo encontró.
CAPÍTULO 26
Encontró el coño de Rocío, una Rocío que no cesó en sus gemidos.
La imagen era impactante. Con su cuerpo de buenorra, adornado por ese precioso vestido de novia… siendo masturbada ahí mismo se pie por Ricardo. Sin quitarse nada de ropa ninguno de los dos.
Yo no sabía qué hacer. Tampoco sabía si Ricardo ya tenía intención de hacer algo con Rocío o si por el contrario, había sido provocado por su descubrimiento. Un descubrimiento que iba en contra del sencillo plan de Miguel. Solo tenía que entrar con sigilo como siempre, esperar un rato e irme.
Pero mi avaricia, mi estupidez… mi necesidad de alejar a Ricardo de nuestras vidas, habían hecho que el plan tuviera una pequeña modificación por mi parte, sin que Miguel lo supiera. Una modificación que podía haber provocado que en esos momentos Ricardo y Rocío se estuvieran comiendo la boca, mientras este no paraba de masturbarla.
De repente la giró y la apoyó contra la camilla donde solía hacer los masajes. Puso sus dos manos en las caderas de Rocío, hasta bajarle el tanga gris que llevaba. Ella, rechistó por primera vez:
-Joder mi niño, que me caso el mes que viene. No puedes hacerme esto...
-Si lo estás deseando zorra jajaja.
-Me pones mucho… ¡Pero no veíamos a eso coño!- Decía ahora Rocío, mientras Ricardo metió su cara entre sus piernas como pudo, con la dificultad de tanta tela.
Otra vez sus gemidos nos desvelaron que había encontraba el tesoro, el coño de Rocío. Esta vez con su boca y lengua, que por la cara de la novia y futura esposa de Miguel, la estaría matando del gusto.
-Ufff madre del amor hermoso… ¡¡sigue por favor!! ¡Pero nada de polla eh niño!- Suplicaba ella, manteniendo un mínimo de dignidad.
-Ya me lo dirás en dos minutos si nada de polla…-Le dijo aquel cabrón tras sacar su cabeza de ahí abajo, para volver a besarla.
Acto seguido se bajó los pantalones y la cara de Rocío no mentía. Pese a que ya la había visto en la playa, nunca estando semi erecta como en ese momento. Y la frase de Ricardo terminó de encender a su presa:
-Aún puede crecer más, venga ayúdame un poco y te lo enseño.
-Diosss santo- Rocío suspiró aquello, mientras yo seguía atónito sin saber qué hacer.
No hizo falta que le rogara más, Rocío le empezó a masturbar, devolviéndole a ese tío su “favor” de unos minutos antes. Se seguían besando de vez en cuando con mucha intensidad.
Otra sorpresa llegó, aunque esta vez de forma inversa a las anteriores. Rocío se agachó, mientras se relamía los labios. No había que ser muy listo para adivinar sus intenciones. Yo no sabía si la chupaba bien o no, pero con esos labios carnosos, tenía que ser una delicia simplemente tener la polla ahí dentro.
Y la sorpresa fue que Ricardo la volvió a poner de pie, para volver a girarla y apoyarla en la camilla. Le dijo:
-Si quieres me comes la boca. Si quieres te como las tetazas de plástico que tienes. Si quieres, te follo como nunca nadie te ha follado. Pero la polla no me la vas a comer, solo me la chupan las tías a las que deseo. A ti solo te quiero para jugar.
Rocío no pareció afectada por esa confesión y simplemente se dejó llevar. El cabrón empezó entonces a manosear sus enormes pechos, cubiertos tanto por la ropa interior como el vestido de novia. No fue impedimento para Ricardo, que metía sus manazas ahí dentro para jugar con las prótesis mamarias pagadas por Miguel. Cuando pareció cansarse del tocamiento, Ricardo sacó sus manos de los pechos de Rocío para dirigirlas a su polla. Bueno, solo una, ya que con la otra le subía poco a poco el vestido. Lo que iba a pasar a continuación, lo sabíamos los tres.
Fue entonces cuando la lucidez volvió a mi cabeza. Tenía que hacer algo. Impedir la culminación de la infidelidad de Rocío a Miguel… o irme. Lo que estaba claro es que no podía quedarme más viendo esa traición. Tenía que tomar ya la decisión, pero como siempre era un mar de dudas. Y como siempre, Ricardo se me avanzó al clavar su enorme polla erecta en el coño de Rocío. Sus gemidos fueron muy distintos a los primeros. Esta vez eran mucho más largos, más intensos.
Cuando el coño de la prometida de Miguel pareció adaptarse a tremendo monstruo, Ricardo aceleró sus embestidas, haciendo que Rocío cambiara esos largos gemidos por prácticamente chillidos, mucho más cortos y constantes:
-Ah ah ah ah, vamos ah ah ah joder niño… ¡Ahhh ah ah!
Vaya gritos pegaba, los vecinos de Miguel estarían contentos. Aunque ese pobre desgraciado seguro que no la hacía chillar ni la mitad de lo que estaba chillando ahora. Ya era tarde para impedir nada. Tampoco tenía los cojones de parar nada, así que me fui, sin más. Solo me quedaba la duda de si contárselo o no a Miguel, aunque tampoco tardé demasiado en entender que de perdidos al río, que no diría nada.
Bueno sí, mentiría. Igual que mentí a Mauri con la infidelidad de Raquel… y también con la de Jairo. Había mentido tantas veces, la había cagado tanto que ya no venía de ahí. El futuro pondría todo en su sitio. Si Ricardo quería decir algo, que lo dijera. Si me quería partir la cara, que me la partiera.
En ese momento, alejándome ya con mi coche hacia casa, me daba igual todo. Bueno, no todo. Ya que precisamente lo único que me importaba era de nuevo mi mujer, Aina. No sabía cómo, pero la tenía que convencer de no pasar la noche con Ricardo. Ni esa ni ninguna en esas dos semanas que tenían previstas para terminar el trabajo atrasado.
A medio plazo me podía librar de Ricardo. Mi intención era hacerlo con la simple pillada de mi cotilleo orquestado por Miguel. Una pillada que rompería la relación entre ambos. No contaba con aquella infidelidad, pero no cambiaba tampoco mi plan. Descubierto o no, lo importante es que Ricardo supiera que Miguel le había querido espiar.
Pero en lo que no había pensado es en el corto plazo. Y menos tras lo ocurrido. Mi idea era que la pillada provocara una discusión entre Ricardo y Miguel ese mismo día. Y eso provocaría a la vez, que Aina no fuera a su casa. O por lo menos, si iba, que supiera que Miguel también tenía dudas sobre nuestro amigo y así no quedar como el único loco celoso. Si mi mujer se enteraba de las dudas de Miguel, ya iría con más cuidado esa noche.
Pero no era tan fácil, mi “plan perfecto” era de todo menos perfecto. No podía revelar la existencia de la sala X, no si quería salvaguardar mi pasado, mis ratos echados ahí. Tampoco me gustaba la idea de decirle que, pese a que la idea era de Miguel, el espía in situ era yo. Y para rematar el plan, tampoco podía contarle nada de la infidelidad de Rocío. No tenía ninguna prueba sobre la existencia del cristal espía, no había pensado en hacer alguna foto. Y si hice alguna en el pasado, siempre las borraba por si ese cabrón me cogía el móvil. Teniendo alguna prueba, aún me podía arriesgar a sacar a la luz la sala X, a cambio de demostrar a mi mujer que Ricardo era un quita novias compulsivo.
Pero no, no tenía nada. Podía hablar de la infidelidad, de la sala… que no me creería. O sí. Se me ocurrió entonces cómo terminar de una vez por todas con aquello. Tenía que dar un giro de 180 grados a mi plan. Podía sonar fatal de primeras, pero qué mejor que ver las cosas con tus propios ojos. Eso le conté a Aina:
-Oye, lo que te voy a decir es difícil de entender ahora, pero en unas horas me darás la razón. Si te soy sincero, de camino hacia aquí quería decirte que no fueras con Ricardo. Y conozco tu respuesta, que si maldito celoso, que si no pasa nada. Cierto, porque no conoces a Ricardo. ¿Sabes de donde vengo?
-No cari… me estás asustando… ¿Qué narices estás diciendo?
-Vengo de casa de Ricardo, acabo de ver cómo se follaba a Rocío.
-¿Pero qué coño estás diciendo?- Aina decía aquello pero sin gritar, aún sorprendida.
-Te lo prometo. Es difícil de creer lo que te voy a contar, pero es la pura verdad. No quiero entrar en muchos detalles, la cosa está en que Miguel tenía sospechas de Rocío, de si podía hacer algo con Ricardo hoy. Bueno más bien al revés, de que Ricardo intentara algo. Por eso me llamó y me pidió que fuera.
-¿Y cómo has entrado? Mario no entiendo nada.
-Pues esto está ligado con lo que te estaba contando- Fue entonces cuando le conté lo de las llaves de Miguel, lo de la sala X y las juergas sexuales que se pegaba mientras era observado. Le mentí en cuanto a mi participación eso sí. No le podía decir que era un pajero que iba ahí a tocarme. Ese rol se lo pasé a Miguel, mientras que yo simplemente lo sabía porque me lo había contado.
Seguía contándole, en este caso lo que le había empezado diciéndole. Que había visto como se tiraba a Rocío sin miramientos. Aina seguía perpleja, sin querer creerme. Aunque sonaba tan real que parecía creerme. Entonces fue cuando culminé la confesión con la guinda que tenía preparada:
-Por eso hoy no te diré que no vayas, al contrario. Ve y podrás comprobar tú misma la existencia de esa sala. Nadie decente tiene una sala para espiar mientras trabaja con mujeres semi desnudas. Nadie decente deja una llave a sus amigos para que vayan ahí a espiar. No te puedo demostrar lo de Rocío, pero verás con tus propios ojos que ese tío es un enfermo obsesionado con el sexo.
Por primera vez mi labia parecía servir para algo, ya que Aina me hizo caso y se dispuso a ir, con intención de comprobar la existencia de esa sala. Estaba incluso nerviosa por su propia seguridad, aunque logré tranquilizarla. Ricardo pese a su locura sexual, no era un tipo peligroso o violento. Tras convencerla, me quedaba otra cosa que se me había olvidado… Miguel. Le envié un mensaje escueto, diciéndole que todo había ido bien. Su relación era en esos momentos lo último que me importaba.
A las 10 en punto pasó Ricardo a recogerla. Su plan era trabajar unas tres horas, dormir y al día siguiente ir puntuales al trabajo. Tenían la esperanza de terminar esa semana. Aina me había hecho una última petición y era muy buena idea. Hasta irse a dormir, dejaría una app abierta en el móvil para que yo pudiera escuchar sus conversaciones. Había Wifi así que no pagaría nada y yo podía escuchar todo, pese a tener el móvil en el bolsillo.
En cuanto a la sala, el plan era aprovechar el momento en que estarían ya en las camas, para levantarse un momento al lavabo y escabullirse en la sala, que siempre estaba cerrada. Para el tema de la puerta de su casa, le había dado a Aina la llave de Miguel, así que podría ir también ahí y comprobar que encajaba. Dos pájaros de un tiro, dos argumentos de peso que demostrarían que Ricardo no era trigo limpio.
Ella no diría nada, simplemente esperaría al día siguiente para renunciar al trabajo y así no tener que ver más a ese depravado. Tenía claro que esa noche apenas no dormiría, o por lo menos no hasta que Aina comprobara todo aquello y me lo confirmara. En esos momentos escuchaba, aunque de forma poca nítida, la conversación animada de ambos en el coche.
Llegaron y se pusieron a trabajar, yo apenas escuchaba las teclas de los ordenadores, así como algún intercambio de palabras sobre cómo realizar distintas tareas de ese proyecto. Apenas hablaban más allá de eso, lo que me tranquilizaba. No pasaron ni tres horas, que visto lo visto ya iban muy avanzados. Decidieron acostarse y ahora sí, llegaba el momento de la verdad.
Escuché como se dieron dos besos de buenas noches, como Ricardo la acompañaba a la habitación de invitados y se cerraba una puerta. Escuché también el sonido de la mochila de Aina, donde llevaba la ropa de dormir. Finalmente, escuché su voz:
-Eeeh Mario. ¿Estás ahí?
Lo decía muy bajo, prácticamente susurrando. De la misma forma contesté yo:
-Siii cielo, aquí estoy. ¿Está durmiendo ya?
-No lo sé, me esperaré media horita y voy.
-Genial, esperamos y a tope- Tenía ganas que pasara esa media hora y por fin adelantarme en algo a Ricardo.
Pasaron los treinta minutos y algo más, cuando Aina me informó que iba para allá. Era la puerta justo al lado de la sala de sesiones, no tenía pérdida. En teoría era para cacharros y estaba muy sucia y desordenada, por eso la tenía siempre cerrada
Escuché ligeramente como se abría una puerta, tenía que ser aquella. Estaba con el corazón a mil, esperando la respuesta de Aina que llegó a los pocos segundos:
-No hay nada.
-¿Cómo que no hay nada?- ¿A qué se refería con nada?
-O sea, sí que hay. Pero solo trastos viejos, cuadros, cosas raras de fotografía- Escuchaba a través de mi móvil esas palabras de Aina.
-Pero y el espejo… ¿No ves la otra sala?
-¡Joder no! Que no Mario. ¡Que no hay ningún espejo! ¡Solo un montón de mierda y un armario gigante lleno de más mierda! Eres un hijo de puta- Y eso fue lo último que escuché decir a mi mujer, antes que colgara la llamada y me dejara ahí, derrotado por enésima vez.