Problemas en Casa
Como mi esposa acabó con nuestros problemas de pareja, trayendo a casa un hmbre de verdad.
Problemas en Casa.
Tampoco quiero extenderme mucho con las introducciones, tengo 34 años y soy travesti en la intimidad desde casi siempre. Raquel, mi esposa es dos años mayor que yo. Una mujer grandota y fuerte, pero muy sexy. Pelirroja de larga melena, con mucha personalidad y una cara preciosa. Siempre fue dominante conmigo, pero cariñosa y dulce. Nuestros problemas empezaron cuando ella empezó a progresar en el trabajo, y yo a tener problemas en el mío.
Bueno, sobretodo porque ella estando más tiempo fuera, ganar más dinero y tener más responsabilidad, fue volviéndose más dominante poco a poco. Yo al contrario, privado de su afecto profundicé más y más en mi travestismo ocasional, volviéndose casi una costumbre diaria. Llegamos al punto de ignorarnos, de divorciarnos casi. Pero lo solucionamos cuando sucedió lo que voy a contar aquí.
Un día, de los pocos que cenábamos en casa, me dijo que teníamos que hablar. Convencido de su ultimátum y propuesta de divorcio, estuve nervioso toda la cena hasta que terminando el vino ella inició la conversación. La resumiré para no hacerlo aburrido. Me dijo que lo sabía. Que sabía que era homosexual y me vestía de mujer. Que había encontrado mis cajas de ropa y demás, y fotos mías en perfiles online. Y que incluso una vez, se hizo pasar por hombre para chatear conmigo sin que lo supiese.
Ante mi bloqueo y estupor me dijo que no me preocupase, que lo entendía y lo aceptaba, y cogiéndome de la mano me dijo que no se separaría de mi, que podía hacerlo cuanto quisiera. Que mantendríamos las apariencias y todo iría normal de puertas afuera. Ya, ayudado por el vino, le admití que sí, que era verdad, que me travestía desde pequeño, pero que no era homosexual. Que mis chateos con hombres solo eran fantasías estúpidas, que nunca podría estar con otro hombre. Que seguía amándola y queriéndola y que no podría vivir sin ella. Entonces sacó el tema del sexo. Llevábamos casi 6 meses sin tener sexo. Por culpa de su trabajo pensé yo, pero es cierto, pensándolo bien, no había leído sus señales, y se sentía despechada. Esa noche, después de mucho hablar nos acostamos juntos y nos besamos y nos dormimos abrazados, pero no hubo penetración, por el alcohol claro.
Fue pasando el tiempo, y al fin Raquel consiguió conocer a Pamela en persona. Pamela es mi nombre de travesti. Fue mucho más amable y comprensiva de lo que imaginé, y Pamela y Raquel se convirtieron en grandes amigas. Incluso siendo ella grandota y yo más menudo, podríamos compartir ropa, maquillaje, bisutería y demás. Solo los zapatos estaban separados, ella tenía dos números menos. Pero yéndonos bien económicamente, no fue ningún problema tener dos colecciones de zapatos. Al final no sólo era mi amiga, se convirtió casi en mi profesora de feminismo. Ella marcaba mi estilo de ropa, de maquillaje, me compraba las pelucas que le gustaba que llevase, casi siempre rubio platino. Como andar, como sentarme, como beber y hablar, incluso me obligó a dejar mi tabaco habitual y empezar a fumar de sus mentolados largos.
Ella casi siempre estaba fuera por trabajo, y yo solía vestirme solo en casa. Pero a veces estábamos juntas y solíamos acostarnos, en lo que se convirtió en una relación casi lésbica. Bebíamos demasiado y ella nunca pedía mi penetración. Y no parecía importarle. Llegúe a pensar que estaba con otro hombre, por su cambio de carácter y de humor, seguía siendo una mujer fuerte y dominante, pero se la veía satisfecha. ¿Porqué no podía creer que simplemente nos iba bien en nuestra relación y éramos felices el uno con el otro? ¿Porqué tenía que ser tan inseguro y desconfiado?
Básicamente porque tenía razón. Y fue devastador. Al final Raquel sí tenía una relación con otro hombre. Lo conoció en un chat. De cornudos, por lo visto. Fue cuando nuestro matrimonio estaba en plena crisis, y ella pensó que no había solución completamente despechada. Fueron hablando y una cosa llevó a la otra. Un fin de semana que ella estaba de viaje se acostaron. Y empezaron una aventura, casi siempre hablaban por chat, y quedaban para acostarse. Al final le habló de mí y mi travestismo. De porqué buscó otro hombre en un chat de cornudos. Y al final esa relación y ese hombre fue lo que la llevó a aceptar mi situación, y estar bien con ella. No quería dejarme, pero ella necesitaba un hombre. Así, entonces, me metieron en su juego.
Una noche cuando volvió del trabajo me propuso un fin de semana de intimidad y juegos para Pamela y ella. Para celebrar mi 35 cumpleaños. Yo accedí claro. Se había ido de compras, vestido nuevo para las dos, zapatos, peluca… cambio de imagen completo. Se gastó un dineral. Empezó el sábado a mediodía, cuando terminó su jornada. Yo la esperé en casa ya depilada y en bata. Cuando vi nuestros trajes no me lo podía creer. Me había comprado un traje de gala, como de madrina de boda. Precioso. En dos cuerpos de satén dorado, chaquetita torera a juego con pedrería, y tocado de plumas. Y unos tacones altísimos con plataforma de charol dorado con un lazo al lateral. Le peluca era cortita, muy corta, estilo bob con raya al lado rubia platino. Me maquillé en tonos ocres con mucho brillo. Los ojos muy delineados y las pestañas postizas muy intensas. Sombras doradas y brillantes y el colorete en dos tonos, ocre y claro con brillo. Los labios de base marrón muy cremosos, y un toque de gloss diamante para hacerlos resaltar.
Bajé al salón y ella estaba ya vestida, un traje parecido al mío sólo que en tonos granate y negro y falda más corta. El pelo recojido en un moño alto y tocado de plumas también. Nos puso unos cóckteles de champán que se subía un poco, y en un momento de intimidad en el sofá se sinceró conmigo del todo y me soltó la bomba. Allí me lo contó todo. Como conoció a otro hombre, como se acostaron y porqué, y porqué no quería dejarme ni separarse de mí. Cómo le habló de mí, y lo que tendría que pasar. Cómo él le ayudó a entenderme y aceptarme. Éramos tres en nuestro matrimonio, y yo había dejado de ser el macho hace mucho tiempo. No podía estar más avergonzado. No estaba triste, lo confieso, no sé como lo entendí perfectamente. Solo me sentía humillado y avergonzado, castrado de algún modo. Tuve que decirle que lo comprendía y que sentía haberla empujado a eso. Que me perdonase por ser tan mal esposo, lo único que no entendía, es lo de que éramos tres en la pareja. Y sonó su teléfono…
Su nuevo hombre la llamaba por teléfono en nuestro día especial. El día de mi cumpleaños. Pero de algún modo no fui capaz de expresarle mis celos y mi malestar. Se la veía preciosa y sexy hablando con él en medio del salón. Taconeando alegre y contenta con sus preciosas y fuertes piernas bajo su falda de raso rojo, entusiasmada casi. Le dijo que sí, que todo iba bien, que sí, que le esperaba. Y encima me hizo prometer que fuera amable con él cuando llegase.
Si antes estaba avergonzado, ahora no sabía dónde meterme. Humillado es poco. Pero ahí seguí, en mi vestido nuevo, con mi esposa acariciándome las manos y tranquilizándome, diciéndome que todo iría bien. Y llegó él.
Ella le abrió y se besaron en las mejillas muy cortésmente, ella tenía 37, él 48. Yo acababa de cumplir 35. Ella era una mujer ancha y poderosa, bella y sexy. El grueso y alto, masculino y seguro. De buen traje y barba cuidada, y bien peinado pelo canoso. Elegante. Ella le presentó a “su maridito”, Pamela. Antes de poder levantarme a saludar o morirme de vergüenza, Alberto, como se llamaba el hombre, le agarró el culo y le besó en la boca con lengua durante un rato, y ella, mi hembra fuerte y dominante abrió sus labios rojos y dejó que ese hombre le violase la boca con su lengua delante de mí. Yo estaba petrificado en el salón. Sin poder hacer nada, viendo a mi esposa y mejor amiga levantar su pierna como una colegiala cuando ese bruto la besaba de forma soez y húmeda. Cuando pararon, ella avergonzada me pidió disculpas, que no esperaba ese comportamiento de Alberto. Que era un gran hombre y me iba a gustar. Mi diosa dominante, se estaba disculpando por otro hombre. Que se acercó a mí y le dí la manita como una dama cuando se presentó como todo un caballero. No sé porqué lo hice, fue insitntivo. Fue humillante y muy vergonzante. Raquel fue a la cocina a poner más copas y yo me dirigía al sofá a dejarle las cosas claras a ese hombre cuando me palmeó el culo y lo apretó antes de sentarse. Yo en lugar de plantarle cara me fui corriendo a contárselo a Raquel, a pedirle explicaciones y decirle lo soez que era y lo mal que estaba todo eso. Ella puso un dedito en mis labios y me dijo que no fuese tonta, que me relajase y me fuese con ella al salón.
Allí sentados, tomando otra copa, Raquel entre los dos, me contaron cómo fue todo, que no querían traicionarme ni engañarme. Y Raquel me dio su “tablet” para que leyese el chat en que se forjó toda esta velada…
Así pude leer como “Insatisfecha_36” y “Grueso_en_todo” llegaron a acostarse. Como le habló de mí y mi travestismo. Cómo le dijo lo frustrada que estaba por mí, convencida de mi homosexualidad, que no la penetraba, que no la deseaba pero la amaba y la quería, y ella a mí. Como la idea de incluirme en su aventura fue una propuesta medio en serio medio en broma de Alberto, y como ella se excitó sólo de pensarlo. Como lo desarrollaron y cómo él le sugirió la idea de la velada los tres y como prepararme. Es más, describieron como anularme definitivamente como hombre para someterme sexualmente. Yo lo estaba leyendo, todo lo que iban a hacer, incluso la parte de “yo iré tocándote entre las piernas delante de él mientras lee esta conversación, acuérdate de grabarla preciosa, vale?” que yo leía mientras Alberto sobaba las piernas de mi mujer por dentro de los muslos. Y yo no hacía nada por evitarlo. Una vez leída la conversación, como anticipaban, Raquel acercó su precioso y fuerte cuerpo embutido en satén granate junto al mío, me abrazó y me acarició el rostro, besándome dulcemente en los labios, mezclando un poquito nuestros pintalabios como hacíamos antes solos ella y yo, y diciéndome que no me preocupase que todo estaba bien. Y él se abalanzó sobre ella, junto a mí, y empezó a magrearla y a besarla a cinco centímetros de mi cara. Mi bloqueo y humillación era patente. Fumaba mi mentolado y no podía moverme ni decir palabra mientras la mano de Alberto fue directa al coño de mi esposa, agarrando sus bragas fuertemente y ella gemía. La mano de Raquel cogió la mía, no podía enfadarme con ella… Qué vergüenza.
La mano de Alberto soltó el coño de mi esposa y fue a mi pierna. Me empezó a sobar el muslo mientras devoraba el cuello de mi esposa, que me miraba muerta de placer y me indicaba que le dejase, que no lo rechazase. Lo peor es que me excité un poco con la caricia.
Alberto se puso en pie, delante de nosotras, y se sacó la polla. Un monstruo grueso de 18 cm que doblaba la mía a lo ancho y casi a lo largo. Raquel se abalanzó sobre ella y empezó a mamar. Ya ni recordaba si a mí me la había mamado alguna vez. Le encantaba. Movía su cabeza adelante y atrás devorando esa enorme polla. Ella y él gemían bajito. Ella con sus preciosos ojos cerrados y su boca roja y dulce llena de la polla de otro hombre. Alberto me miró. Yo lo miré a él completamente humillado y avergonzado. Él puso su dedo grueso y masculino en mis labios, y lo empujó dentro de mi boca. Yo no pude poner resistencia. Nos mirábamos mientras violaba mi boca pintada con su dedo y me susurró sin palabras, solo con los labios “…maricón”.
Rojo de vergüenza su dedo se movía en mi boca como su polla entraba en la de mi esposa. Al rato ella le soltó, gimió completamente cachonda, como no la había visto nunca. Y me besó profundamente uniendo nuestros pintadísimos labios, como dos lesbianas de película porno. Saboreando en la boca de mi esposa los fluidos de la polla de otro hombre. Alberto levantó la falda de Raquel, bajó sus bragas completamente húmedas y se dispuso a penetrarla tirándola al sofá y abriéndola de piernas. Yo ahí seguía, preciosa, travestidísima e inmóvil. Viendo impotente cómo se iban a follar a mi esposa en mi cara y solo acerté a susurrar un pobre “no…”.
Ella lo oyó y le dijo a Alberto que parase, que así no. Él detuvo su monstruo húmedo grande y poderoso. Ella me miró y me dijo con la voz más excitada que recuerdo: “dirígela tu cariño, pónla tú dentro de mí”. Así mi mujer me pidió que tocase la polla de otro hombre, y la dirigiese dentro de su precioso coño, que antes era mío. Me pidió que le entregase a ese hombre grueso, maduro y fuerte el coño que antes era mío.
Casi a punto de soltar una lágrima, viendo como si estuviera fuera de mi propio cuerpo, mi mano agarró tímidamente esa polla caliente y húmeda, y la dirigí al coño de mi esposa, donde entró sin resistencia, como ya había entrado varias veces.
Alberto entre sus piernas, la penetraba furiosamente mientras Raquel gemía completamente ausente. No sé si llegó a ver como su fuerte mano cogió mi nuca, y me llevó mi cara a su boca y me besó de forma soez, grosera y húmeda a pesar de mi resistencia e inútiles esfuerzos por apartarlo. La polla de Alberto follaba el coño y el cuerpo de mi esposa, y su boca y su lengua follaban mis labios y mi boca. Y yo no podía evitarlo.
No duró mucho, treinta o cuarenta segundos, no más. Él salió de ella que pareció vaciarse cuando la espada brillante y grasienta, completamente erecta y firme salió de mi esposa. Que fue hacia mí, sonriendo, y pensando que me iba a abrazar me descuidé y cogió mi cabeza, ella la sujetaba y Alberto enfilaba su polla hacia mi cara. Sólo acerté a decir “no!” antes de notar como su polla dura y brillante, salada de los fluidos de la vagina de mi esposa se introducía en mi boca rozando mis labios hasta dentro. Ella me seguía sujetando la cabeza y me calmaba con palabras dulces y tiernas. Él follaba mi boca despacio y sin resistencia seguro de sí mismo, con mis manos abiertas de forma amanerada, temeroso de interrumpirlos o que se enfadasen conmigo. Raquel metió su mano bajo mi vestido y empezó a acariciarme el sexo por encima de mis bragas de satén. El placer que me daba ella empezó a relajarme y me hizo instintivamente empezar a mamar la polla de Alberto que entraba y salía despacio y suavemente de mis lubricados y pintadísimos labios… mientras gemía.
Así estuve mamando la polla del hombre que se acostaba con mi esposa, y ahora follaba mi boca durante un largo rato. Ella notó mi pobre erección y se lo hizo saber a Alberto, “se ha puesto cachondo”, le dijo. Al fin paramos. Raquel volvió a besarme suavemente, y Alberto se sentó junto a ella, magreándola.
“Es hora de tu regalo de cumpleaños amor”, me dijo. Se levantó y tomó mi mano, llevándome con ella hacia nuestro dormitorio, mientras Alberto acariciaba mi trasero y me tomaba de la cintura, guiándome hacia el que antes era el templo de amor y sexo de mi esposa y yo. Y claramente, este hombre pensaba pervertir. Yo por el camino, solo acerté a decir bajito “no, por favor”.
En nuestro dormitorio Alberto se desnudó y se tumbó en nuestra cama, en nuestras sábanas de raso negro. Y tumbado allí, fuerte y enorme, acariciaba su enorme sexo mirando como Raquel me besaba y acariciaba, y nos desnudaba, dejándonos sólo en lencería. Ella situada tras de mi empezó a moverse sensualmente, como bailando despacio, y me indicaba que hiciese lo mismo, que lo excitásemos. Ella acariciaba mi cuerpo mientras miraba, mientras las dos mirábamos al hombre que ocupaba el que antes era mi lugar.
De pronto, Raquel me empujó fuertemente hacia la cama, donde no pude evitar caer encima de Alberto, que me atrapó evitando que me hiciese daño, o que pudiese soltarme. Alberto empezó a sobar y magrear todo mi cuerpo mientras yo forcejeaba inútilmente, no sólo por su superior fuerza y tamaño, sino de algún modo temía hacerle daño con mis uñas y enfadarlo. Ella me hablaba sentada en su sillón de piel, tocándose, excitada. Que no me negase, que me rindiese, que lo iba a adorar, que Alberto era nuestro hombre…
No, no quería, me negaba, forcejeé con él intentando librarme, pero de algún modo, de forma hábil y fuerte, mi cuerpo acabó bocaabajo con Alberto situado sobre mí.
Mis braguitas fueron apartadas, un fuerte chorro de aceite viscoso y cálido cayó en mi raja y un dedo grande y viril entró en mi ano de golpe. Yo me quejaba y protestaba, forcejeaba, pero solo conseguía mover más su dedo dentro de mí mientras veía a mi esposa besar y acariciar al macho que me domaba. Su dedo salió y su lugar lo ocupó algo mucho más caliente, grande y grueso. Su fuerte mano en mi espalda me empujaba sobre la cama y su enorme polla situada entre mis nalgas se preparaba para mi fin como hombre, sólo podía mover mis piernas detrás suya, pero mis tacones no podían darle. Ella acaricio mi espalda ignorando mis ruegos. Él empujó y entró en mí mientras yo me retorcía y suplicaba intentando evitar lo inevitable. Una vez su polla entró en mi culo por completo Alberto se fue dejando caer sobre mi espalda, cubriéndome por completo, con su cara y sus labios pegados a mi oreja, Raquel se apartó para ver el espectáculo, y tocarse, y meterse un dildo mientras su amante penetraba mi culo despacio, ya sin resistencia por mi parte. Solo confusión, vergüenza y algo de dolor.
Mis manos arañaban las sábanas de raso y mi respiración fuerte intentaba sofocar la presión y el dolor en mi culo mientras un hombre me desvirgaba. Rompiéndome para siempre como lo que nunca fui, un macho. Raquel absorta en su excitación no notó como Alberto mientras me penetraba me susurraba al oído “eres mío maricona”, “eres mi puta igual que tu mujer”, “os voy a follar el culo a las dos siempre que quiera”, “gime maricón gime, que se que te gusta”…
Lo peor es que al final empecé a gemir, poco a poco, y cuando su penetración de demostración se convirtió en follar mi culo a lo bestia, a darse placer conmigo empecé a gemir en voz alta. Me daba igual ya que Raquel lo besase mientras me follaba. Nunca había sentido semejante placer físico y emocional. Gritaba de placer y Raquel gemía con su dildo vibrando en su coño y su lengua inmersa en la boca de Alberto, de nuestro hombre. Él tenía razón, era su puta igual que mi mujer. No llamaba putas, zorras, nos decía cómo y cuánto nos iba a follar. Que éramos sus perras, sus nenas, sus coños. Y las dos gritábamos que sí, y gemíamos, y gritábamos de placer… Y vinieron los orgasmos. Raquel la primera, retorciéndose con uno de sus pechos agarrado fuertemente por Alberto y su dildo vibrando en su coño, ahí de pie, junto a mí, que bombeaba semen en las sábanas siendo penetrado salvajemente por Alberto. Y al fin, Alberto, que gritó como un verdadero macho cuando inundó mi culo con su semen caliente.
Cuando salió de mí me dio la vuelta y metió su polla en mi boca, intenté apartarla, mi orgasmo bajó mi excitación y me hizo ser consciente de todo, pero no pude, la metío en mi boca y me marcó sacándola y golpeándome en la carita con ella. Se levantó liberándome y fue a besar a Raquel. Ya libre de mi asaltante, muerto de humillación y vergüenza salí corriendo al baño y empecé a llorar.
Los oía hablando en el dormitorio y al momento Raquel vino a verme. En resumen, caricias, algún llanto por mi parte, explicación, entendimiento. Arreglo de maquillajes y Raquel me llevó de vuelta al dormitorio donde apenas podía mirar a los ojos a Alberto. Raquel me llevó hasta su lado y él me tomó por la cintura y me tumbó junto a él abrazándome. Raquel se tumbó a su otro lado, abrazando y acariciando a él, que tomó mi barbilla y me besó en los labios, largo y tendido, sin resistencia por mi parte. Amable, cariñoso y tierno. Fuerte viril y dominante. Así pasamos la noche entre caricias y besos, los tres que formamos nuestro matrimonio.
Los problemas en casa acabaron. Los problemas en mi trabajo también. Lo dejé cuando nos mudamos a casa de Alberto y vendimos la nuestra. Raquel sigue en su oficina, mandando y triunfando como mujer de negocios. Alberto tiene su propio negocio, que le da libertad de horario para venir a nuestra casa, donde me encuentra siempre preciosa y elegante, como a él le gusta, y follarme el culo y la boca a su putita travesti cuando, cuanto y como quiera. Ya no hay más problemas en casa.