Probadita: Sabroso

Tengo una sorpresa preparada para ti a la hora de la cena. Estoy nerviosa, pero las ganas de ver tus ojos brillando de deseo son mayores que el miedo a exponerme a ti de esta forma. Quiero que me uses de frutero y te alimentes de mí. Por favor… cómeme.

Sabroso

Verte a los ojos es contemplar el deseo que provoco reflejado en tu mirada. Me estremezco desnuda cuando me miras, pero mi ambición por complacerte es mayor a todos mis miedos, incluso más que el frío que siento. Quizás el frío es solo nerviosismo disimulado en una fina capa de sudor sobre mis sienes, el mismo que causa el calor que pronto amenaza con abrasar toda la extensión de mi piel.

–¿Quieres cenar?

Sonríes con la boca abierta, viéndome desnuda sobre la mesa, rodeada de hojas de lechuga, rúcula y berros; atada en los tobillos como un pavo en navidad. Las manos, también atadas, apenas dejan espacio al movimiento de mis muñecas, las cuales pienso usar lo preciso para el espectáculo.

Te sientas en tu lugar de la mesa, justo a la cabeza del mesón rectangular, en el sitio idóneo para ver mi rosada vulva ansiosa por ti al dejar, la muy perversa, el camino marcado por la salsa de mi propia pasión. Tiemblo de nuevo cuando tu mirada llena de apetito se levanta sobre mí, esta vez gobernada por el deseo más que por la sorpresa de verme servida a ti.

Tu mano se desliza por mis piernas cruzadas hasta mis nalgas, comprobando el trabajo correcto de mi salsa secreta en mi entrada posterior. Nuestras miradas se cruzan y sabes que ya estoy segura de querer lo que tú desees.

—Qué cena tan apetitosa has preparado para mí –me sonríes de forma tan perversa que tu gesto alcanza un brillo malicioso en tus ojos–. Buena chica...

Acaricias mis muslos e inspeccionas lo que hay en los cuencos a mi alrededor, que van desde cremas, chocolate, vegetales y otros utensilios de cocina que compré para esta particular cena. Tus ojos examinan el frutero con detenimiento, y sé que has encontrado lo que buscabas por el brillo que inunda tus ojos. Y por la forma en que te relames la boca pensando en esa delicia.

Agacho la mirada sonrojada cuando te veo coger una banana que pasas por tus manos para ir comprobando su dureza y su extensión. Soy capaz de adivinar todas las escenas que pasan por tu mente y que quieres recrear conmigo, y no me cabe duda alguna cuando mi mirada baja hacia tus pantalones, una vez que te levantas, que quieres hacerlas realidad esta noche. Te has puesto tan duro solo con imaginarte cogiéndome con esa banana mientras estoy atada y servida a ti.

Tu mano pasa a acariciar mi vientre y desciende hasta mi pubis depilado, bajando los dedos hasta que se pierden en la hendidura de mis pliegues, empapándose de mis jugos. Gimo al sentir esa exploración en mi zona sensible, y cuando me doy cuenta de lo mucho que te deleitas al escucharme gemir, es que decido que no te privaré de oír mi placer y por eso aumento la intensidad de mis gemidos.

–Estás hecha un animal, cariño –ríes con perversión al acrecentar la velocidad con la que masturbas mi sexo, que aumenta la cantidad de jugos saliendo de mi coño. Te detienes un instante, solo para elevar tu cuerpo sobre el mío y así susurrarme al oído con diversión–. Te voy a comer, mi cervatillo.

Gimo asintiendo cuando tus dedos se han hundido completamente en mi interior. Debieron ser cuatro, porque sentí con dolor su primera intromisión a mi sexo; pero estaba demasiado excitada como para detenerte. Tu boca baja lamiendo mi lóbulo hasta llenar mi cuello de besos fogosos, aunque yo ya sabía que tu objetivo eran mis pechos, de los que no has podido apartar la vista desde que me examinaste desnuda en la mesa para ti; esos mismos pechos que devorarías con tal de obtener tu preciada leche.

Tu boca arrasa con mi pezoncito lechoso al mismo tiempo que tus dedos me penetran con fuerza y velocidad, en tanto empiezas a chupar más y más de mi dulce pecho en busca de tu alimento. Cuando no lo encuentras tras las primeras chupadas, te apartas brusco hacia atrás, castigándome por no darte de beber. Me sonrojo, pues conozco bien el guion de tus fantasías, las mismas que me has relatado por teléfono durante las noches que dormimos separados a causa del trabajo.

Coges de nuevo la banana de la mesa y luego me miras. Mi respiración se corta. Ves mi coño enrojecido y mi vagina dilatada a causa de la última intromisión de tus dedos. A continuación, acercas a mi entrada la fruta por la punta, viéndome directamente a los ojos, al tiempo que la metes mordiéndote los labios por el placer que sientes al verme tragarla toda por mi coño mojado.

Jadeo de forma brusca al sentirme penetrada por la banana, inclinando el cuerpo hacia un lado por el dolor y el placer que me causa ese cuerpo ajeno, tan distinto de tu verga. Gimo casi con vergüenza por lo mucho que lo estoy disfrutando.

–Mmmm, mi hermosa cierva rellena... te ves deliciosa…–dices, mientras metes y sacas cada vez más rápido la banana de mi interior. Su forma curva, en la posición en que la metes inclinada hacia arriba, en conjunto con tu mano haciendo presión sobre mi pubis, causa que mi liberación no tarde en llegar. En cuanto retiras la fruta al verme contorsionar en un sonoro jadeo de placer, mi coño derrama mi squirt sobre la mesa, empapando las hojas que adornan mi lecho de ensalada.

–Qué rápido te vienes, preciosa –tu mano busca mi cuello y en un segundo sostiene mi mentón para que te vea bien mientras me hablas–. ¿Tanto te calienta que use tu coño para mi comida?