Probadita: El Centauro II
A la mañana siguiente de su revolcón, Rocío no desea saber más de Arikles, el centauro, y no quiere que nadie sepa que pasaron la noche juntos. Pero cuando ella ve de nuevo a su match del brazo de otra chica, sus celos se disparan a tal punto de hacerla olvidar sus prejuicios.
Lo rodeé por un costado y lo abracé como había visto hacer a las princesas con sus corceles en las películas encantadas de Barbie . Ahora entendía mejor por qué eso de que los caballos eran los mejores amigos de las princesas. Folliamigos, debieron querer decir.
—No hay mucho que entender, potrillo —peiné su pelaje como si mis uñas fueran un cepillo. Por el sonrojo de Arikles, entendí que hacer eso realmente le gustaba—. Solo tenía miedo de que me destrozaras el coño con semejante verga que traes.
Él se rio. Su risa era muy contagiosa. Se veía muy guapo cuando reía.
—Sabes, hay muchas más cosas que pueden hacerse en una relación como la nuestra —comentó él, acariciando mi mejilla con cariño. Le sonreí, esperanzada—. Podría enseñarte unas cuantas formas, si gustas —añadió mi centauro, seductor.
Amplié la sonrisa con ilusión y mis ojos brillaron de deseo por él, más cuando vi que entre sus patas su miembro viril comenzaba a despertar y crecer vigoroso, tal como a mí me gustaba.
—Estaría más que encantada si me enseñas —respondí de forma coqueta.
Retrocedí seductora hasta la cama para quitarme el pijama de la forma más sensual que pude, y así enseñarle mi sexo empapado y ansioso por la verga que tanto extrañaba, la misma que horas atrás creí perder para siempre.
Él sonrió divertido, acercándose hasta mí para arrodillar sus patas de caballo a un lado de la cama y así jugar con sus dedos en mi coño rosado e hinchado, muy sensible y preparado para él. Gemí suave mientras sentía sus dedos masculinos deslizarse por mi vulva, arriba y abajo, para luego meterse al interior de mi vagina.
—¿Cuántos dedos te caben aquí, princesa? —preguntó con auténtica lujuria mientras yo solo era capaz de pensar en el grosor de su verga, la que se asomaba entre sus patas, ahora completamente despierta y erguida, apuntando hacia mí como si supiera que yo era la presa de mi centauro.
—N-no sé… —respondí con sinceridad, cerrando los ojos y echando hacia atrás la cabeza. Eran mis codos los que impedían que me acostara de lleno en la cama como una princesa sumisa a la posición del misionero, la cual no quería ni me era posible con mi amante centauro.
Uno, dos, tres… sentí cada uno de esos dedos introducirse dentro de mi vagina expandiéndola circularmente, preparándome para el grosor de su verga. Eché mis piernas hacia arriba para impulsarme casi rodando hacia atrás, de manera que mi coño estuviera totalmente abierto y expuesto a él. Bajé ambas manos desde mis costados hacia el interior de mis muslos para separarlos todo lo posible.
Fue ahí cuando un cuarto dedo se unió a los que ya se encontraban dentro. Comencé a sentir dolor y gemí aún más alto cuando comenzaron a taladrarme por dentro hasta hacerme expulsar mi crema interior, que manchaba las sábanas cada vez que sus dedos salían de mí.
—¿Crees que puedas resistir un quinto dedo, amor? —me preguntó Ari completamente erecto entre sus patas. Tragué saliva. Si no era capaz de resistir su puño completo, jamás podría tenerlo todo dentro, ni ser la yegua que ese centauro merecía de mí.
Asentí como toda una hembra, abriendo aún más mis piernas con ayuda de mis manos desde la cara interna de mis muslos todo lo que podía. Él sonrió y de un impulso, metió toda su mano en mi interior. La respiración se me cortó cuando lo sentí quieto dentro de mí. Sabía que mi centauro esperaba mi aprobación antes de empezar a moverse, y no lo hice esperar demasiado cuando comencé a mecerme lento adelante y atrás, acostumbrándome al tamaño de su mano dentro de mi vagina.
Ari gimió y comenzó a embestirme con la mano. La crema que salía de mi interior era cada vez más abundante, y mi coñito no paraba de emanar sus jugos por la excitación. Ya era incapaz de ver con claridad a causa del placer que sentía en esos momentos, pero sabía que lo mejor todavía aguardaba por mí.
—¡Ah, ah! Ari… —gemí como haría una hembra ante su semental—. Quiero que me metas tu verga de potro y me hagas tu yegua, cariño… —rogué con mi mejor voz de actriz porno.