Privacy Club (y 6)

Nueva cena con Noemí y Aarón. Pero esta vez, los cuatro solos...

Marta

Con un sentimiento de déjà vu , desperté desnuda sobre la cama de Sergio, pero esta vez sabía dónde me encontraba. Me desperecé y palpé el colchón a mi lado, pero estaba vacío.

Nuevo déjà vu : Sergio entrando en la habitación con la bandeja del desayuno: esta vez, además de zumo de naranja y café, había huevos revueltos, tostadas, mantequilla y mermelada. Pero no analgésicos.

—Buenos días, dormilona —saludó, mientras recorría mi cuerpo con la mirada.

—¿No me tienes ya muy vista? —pregunté sonriendo.

—Mmmm. Igual cuando llevemos juntos veinte años, ya no me hará tanta impresión verte; pero hasta entonces, no me sacio de contemplarte desnuda.

¿Veinte años juntos? No quise decirle nada; en ese momento no, pero teníamos que hablar. Ahora tenía hambre, y ataqué el contenido de la bandeja.

★ ★ ★

Salí de la ducha secando aún mi pelo con una toalla. Encontré a Sergio en la cocina, cargando en el lavavajillas la loza del desayuno. Me acerqué a él silenciosamente, rodeé su cintura con los brazos, y besé su cuello.

Se volvió y señaló sus labios con un dedo, dedicándome una de sus sonrisas de pillo. Lo besé en la boca.

«No voy a mantener ahora con él la conversación pendiente; más tarde» —me dije.

—¿Cuál es el plan para hoy? —pregunté.

—Tengo que ir al súper; ayer cuando llamaste iba a hacerlo, después… Te invitaré a comer donde quieras. Luego… pues podemos continuar donde lo dejamos cuando te dormiste… —guiñó un ojo—, ya sabes, plan B completo. Y esta noche prepararé la cena. ¿Sabías que cocino muy bien?

Ya no podía dejarlo para más adelante.

—Este… Sergio, tu plan me parece perfecto, pero olvidas algo: te dije ayer que Aarón y Noemí nos habían invitado a cenar esta noche…

Su rostro mostró un gesto de desilusión. Pensé en comerlo a besos, pero me contuve.

—Es que… Bueno, después de lo de anoche, pensé… —titubeó—. ¿De veras quieres ir a cenar con ellos?

—Sí. Sergio, todo ha sido muy rápido, y… Creo que debemos ir más despacio, estar más seguros, antes de llevar un paso más adelante nuestra relación. Alegra esa cara, hombre —acaricié levemente una de sus mejillas—. No me digas que la idea de estar con Noemí no te levanta… el ánimo —guiñé un ojo—. ¡Vaya! Si es que hasta a mí me provoca… ya sabes.

—A ti lo que te provoca es la enorme “herramienta” de Aarón —su expresión se había dulcificado.

—Mmmm, no es solo cuestión de tamaño, sino de saber qué hacer con ella. Y tú, uno, no tienes demasiado que envidiarlo en cuanto a lo del tamaño, y dos, digamos que eres experto en su manejo…

Quise decirle que lo que había sucedido la noche anterior entre nosotros había sido sin duda el mejor polvo de mi vida, pero callé, porque expresarlo nos habría llevado a un terreno que… Estaba muy reciente mi fracaso con Marcos, y no podía permitirme un nuevo compromiso. Al menos de momento.

—Necesito bajar a mi coche a recoger…

—¿La maleta? —me cortó—. La tienes en el vestidor.

★ ★ ★

Marcos, mi “ex”, jamás me había acompañado al supermercado. Recorrer las estanterías al lado de Sergio me producía una sensación de… no sé cómo expresarlo. Imaginé que la gente, si es que reparaba en nosotros, pensaría que éramos un matrimonio más haciendo la compra, y la idea me produjo un calorcito especial en el corazón. Pero no, no podía dejarme llevar por esos sentimientos.

★ ★ ★

Tras meditarlo, pedí a Sergio que me llevara al restaurante japonés que frecuentaba él. Era un modo de recordar nuestra experiencia con Jasuhiro y Kyomi, y alejar cualquier tentación de que la cosa se pusiera íntima entre nosotros.

¿De verdad quería cenar y… lo demás con Aarón y Noemí? Hasta el día en que me entregué a Sergio en los vestuarios del Club, mi sexualidad estaba como adormecida, y solo se expresaba siguiendo lo que se considera “convencional” y “decente”, y por supuesto solo con Marcos. Por otro lado, las dotes de mi marido al respecto no es que fueran como para tirar cohetes precisamente. Pero aquel encuentro me cambió. La nueva Marta en que me había convertido no se sentía cohibida ante la idea del sexo en grupo, y además, el intercambio de parejas con los propietarios del Club sería como un antídoto anti-Sergio. ¿Qué pensaría él de ello? Se lo pregunté.

—Te voy a contar un secreto —se había puesto serio—. Verte mientras follabas al samurai me excitó, lo que no quita…

Puse un dedo sobre sus labios para callar lo que presentía iba a decir.

—Confidencia por confidencia: ver a Madame Butterfly sobre ti mientras te cabalgaba, fue un plus para la excitación que sentía. —Me encogí de hombros y sonreí—. Somos un poco depravados, ¿no?

—A lo mejor esta noche lo hacemos por separado… —insinuó.

«Bien. Ha aceptado la idea de hacerlo con Noemí» —me dije.

Sergio

Recordaba más o menos la dirección de la casa de Noemí y Aarón, pero por si acaso, la busqué entre los “recientes” del navegador GPS de mi auto.

No había mucho tráfico, por lo que minutos después, la voz cibernética dijo lo de “ha llegado a su destino”, cuando ya había detenido mi auto ante la casa de nuestros anfitriones.

Esta vez la verja se abrió cuando encaré la entrada, señal de que estaban pendientes de nuestra llegada. Estacioné en la glorieta de grava, y nos dirigimos a la puerta principal, que se abrió ante nosotros.

Esta vez la ropa de Noemí consistía en una camiseta de tirantes blanca, muy ajustada, bajo la que se apreciaban la oscuridad de sus aréolas y los bultitos de sus pezones, y una falda de volantes muy corta; apenas lo suficiente para tapar sus bragas por delante… si es que las llevaba. Nos besó a ambos en la boca. Marta dio un respingo, pero finalmente cedió a la caricia de la otra mujer.

Tras estrechar mi mano entre las dos suyas, Aarón se acercó a Marta, y la besó en los labios con una mano en su cintura y otra en su culo. Ella se ruborizó, pero no dijo nada.

—Pasad, invitó él.

Nos condujeron a un pequeño comedor, distinto del de la ocasión anterior. La mesa tenía espacio para seis comensales, aunque solo había cuatro sillas situadas dos a dos en los extremos largos.

Sobre la mesa, una variedad de platos con comida, más tres fuentes cubiertas. Me impresionó un recipiente con hielo, sobre el que había un cuenco de caviar beluga (probablemente 000) que reconocí porque lo había probado en una cena en casa del socio principal de la Firma para la que trabajaba.

★ ★ ★

—¿Te gustan las ostras? —me preguntó Noemí poco después de comenzar a comer.

—Sí, y además son afrodisíacas —guiñé un ojo en su dirección.

—Creo que no necesitas estímulos… —Sonrió seductoramente, puso la mano sobre el bulto de mi pene… y la dejó allí. Luego pasó el otro brazo en torno a mis hombros—. ¿Tú crees que Marta aceptaría… ya sabes, conmigo? Es que tu chica me “pone” —afirmó en tono confidencial, susurrando en mi oído.

—No tengo la menor idea —confesé—. Pero sería muy interesante presenciarlo —guiñé un ojo.

Un rápido vistazo a los muslos de Noemí me descubrió que su escasa falda estaba recogida en las ingles, y no parecía que llevara ropa interior.

Miré a Marta, sentada frente a mí al otro lado de la mesa: Aarón le estaba ofreciendo un bocado. Por la posición del otro brazo del hombre, la mano correspondiente estaba en sus muslos… o entre ellos, lo que me confirmó un respingo de ella, que mantenía la vista obstinadamente fija en su plato. Y otra vez, me invadió un difuso sentimiento de celos, acompañado por una creciente excitación.

En esta ocasión Marta, seguramente escarmentada, estaba haciendo un consumo muy moderado del Moët & Chandon Imperial con el que acompañábamos la comida. Por diferentes razones, yo también estaba siendo frugal con la bebida.

—¿Lo pasas bien? —pregunté mirándola de frente.

—Muy bien —dijo al fin, levantando la mirada—. Y tú también, no hay más que veros…

Y es que inconscientemente —o no tanto— había puesto mi mano primero sobre la cara interior de uno de los muslos de Noemí, para llevarla después decididamente a su entrepierna, donde encontré su sexo no cubierto por prenda alguna.

Marta

«¡Oh Dios!» —exclamé para mí al notar la mano de Aarón sobre mi sexo, estremeciéndome sin poder evitarlo.

Estaba deseando que dieran por terminada la cena, y… ¿y qué? Me sucedía con ese hombre como a Sergio con Noemí: se desprendía de ellos una especie de halo de sensualidad. Era un sentimiento distinto del que me inspiraba Sergio: con Aarón era solo lujuria en estado puro.

—Estás húmeda… —susurró en mi oído.

«¡Glub! ¿Tan evidente era que estaba excitada?» —me pregunté.

—No os hemos vuelto a ver por el Club… —insinuó Noemí.

—No hemos vuelto a ir —respondió Sergio. No sé si recordáis la historia de la ficha 143 que os contamos la noche que nos conocimos…

Aarón movía perezosamente un dedo sobre la depresión de la entrepierna de mis braguitas.

—Desde entonces supongo que habrán cambiado algunas cosas entre vosotros —insinuó Noemí—. Hablamos con Yasuhiro y Kyomi, y nos contaron lo de la velada en el ofuro … Sergio dijo aquella noche que lo que visteis en el Club os produjo rechazo… E imagino que la vez que estuvisteis en nuestra casa no habríais participado de buen grado en la pequeña saturnal que montamos… Deberíais abrir vuestras mentes. El sexo es una placentera interrelación entre dos o más personas, y fijaos en que no digo “entre un hombre y una mujer”.

«Ya —me dije, recordando que Noemí se había ofrecido a iniciarme en el sexo lésbico la noche de la orgía en la que no participamos—. Está arrimando el ascua a su sardina».

—Debéis dejar de lado todos esos prejuicios que nos implantan desde pequeños —continuó Noemí—. El sexo no es algo sucio, sino una maravillosa capacidad de los seres humanos para dar y recibir placer. ¿Por qué debemos privarnos de ello? Y, ¿por qué limitarnos a hacerlo con una única persona? Si no os hubierais marchado con los japoneses, habríais visto lo que vemos mi marido y yo en esas ocasiones: un conjunto de cuerpos desnudos entregándose a otras personas. Y contemplar el placer de otros al mismo tiempo que lo estás experimentando, es algo impagable.

—¿Queréis algo más? —preguntó Aarón, poniéndose en pie.

—La vez anterior no tuvimos ocasión de enseñaros nuestra casa… —insinuó Noemí.

Les acompañamos por una serie de estancias. Pensé que yo necesitaría un navegador GPS para moverme por allí, tal era la profusión de habitaciones y pasillos. Al fin llegamos a su dormitorio. Seguro que el piso de Sergio cabría entero en él, y aún puede que sobrara espacio; se trataba de un inmenso recinto con tres ambientes: el primero, el dormitorio propiamente dicho, contaba con una enorme cama con dosel, en la que podrían dormir sin estrecheces cuatro personas… —la idea me produjo un estremecimiento en el vientre—. El segundo, sin separación con el anterior, era un colosal cuarto de baño, con una bañera de hidromasaje en el centro del espacio, —de nuevo con capacidad para cuatro personas o más—. Al fondo, una cabina de ducha rectangular, con dos difusores en los extremos cortos, —y otra vez, con capacidad para varias personas—, además de otra cabina cerrada, que imaginé ocultaba el wc. El tercer ambiente era una salita de estar dotada con un sofá de dos plazas, dos butacas y una mesita de centro ante un televisor de colosales dimensiones. Y, por último, un panel de pared que no era tal, sino una cristalera, comunicaba con una terraza.

—Estoy impresionada… —dije por decir algo.

—Pues aún no has visto lo mejor —dijo Noemí—. Venid a la planta baja…

“Lo mejor” era una piscina interior. Como todo en aquella casa, inmensa. El recinto en sí carecía de iluminación, excepto por seis focos sumergidos, que provocaban ondas azules en el techo y paredes. Al fondo, una pared de vidrio daba al jardín, ahora en penumbra.

—¡Qué pasadaaa…! —no pude por menos de exclamar.

—¿Te apetece un baño? —preguntó Aarón.

—Es que no he traído bañ… —me interrumpí—. Iba a decir una tontería, ¿no? —terminé toda cortada.

—Ven, cielo —Noemí me plantó un beso en la boca—. Vamos a cambiarnos.

«¿Cambiarnos? —me pregunté—. Querrá decir más bien desnudarnos…».

Sergio

—Tengo un Hennessy de veinticinco años. ¿Te apetece? —preguntó Aarón.

Asentí con la cabeza.

El hombre salió, sin duda en dirección al comedor, de donde volvió con dos copas. Había varias tumbonas, y tomamos asiento en dos de ellas, frente a frente.

—¿Qué relación hay entre Marta y tú? —preguntó—. Lo digo porque sé que no estáis casados, pero no estoy muy seguro…

—Bueno… Nos acostamos, pero realmente lo nuestro no llega siquiera a noviazgo… aún —respondí.

—Lo pregunto porque Noemí y yo os hemos invitado con el propósito de realizar un intercambio de parejas entre los cuatro… si tú no te opones.

—Voy a ser muy sincero. Yo habría preferido pasar esta noche en mi casa a solas con Marta, pero ella ha querido aceptar vuestra invitación. Ahora mismo somos algo así como “amigos con derechos”, y la noto con reservas hacia el hecho de llevar nuestra relación un paso más allá, aunque imagino que eso terminará por llegar más temprano que tarde.

Bebí un sorbo de mi copa.

—Pero no he respondido tu pregunta —continué—. De un lado, ver a Marta follando con Yasuhiro me produjo una mezcla de sentimientos que fluctuaban entre los celos y la excitación. Sé que durante la cena le has prodigado caricias… uh… íntimas, y ella no se ha resistido, lo que parece indicar que está dispuesta. Por otro lado, tu mujer me inspira toda clase de pensamientos pecaminosos, no te ofendas…

—No me ofendo —dijo él con una semisonrisa.

—De manera que no me opongo —concluí—. E imagino que ella tampoco.

—Ambos, Marta y tú, nos gustasteis la noche en que nos conocimos en el Club. Tu chica es una mujer muy atractiva, y tiene además el encanto de la inocencia, de la inexperiencia, lo cual nos excita tanto a mi mujer como a mí. Y Noemí está deseosa de tener un… eh… encuentro contigo.

Lo pensé unos instantes antes de preguntar algo que me intrigaba.

—¿Qué relación tenéis con el Club?

—Somos los propietarios.

—Y, ¿cómo llegasteis a concebir la idea?

—No sé si sabes que en nuestra sociedad se folla… mucho, y no necesariamente con el esposo o la esposa. Las cosas han cambiado bastante en los últimos años, y para los jóvenes el sexo es parte de la diversión, no le dan más importancia. —Rió—. Realmente, ser virgen después de cierta edad, lo consideran casi un estigma. En cuanto a los adultos… Hay muchos matrimonios en los que el marido tiene un lío con la secretaria, la becaria, o algo así, mientras su esposa se lo monta con su entrenador de tenis, gimnasia, o lo que sea. Por supuesto que ambos lo ocultan celosamente, aunque me atrevería a decir que cada uno de ellos sabe lo que hace el otro, y ambos saben que el otro lo sabe, no sé si me explico, pero nunca se refieren a ello.

—Alguna de estas parejas —continuó—, un día se deciden a dar el paso de hablar francamente de ello, y ya puestos, se plantean no limitarse a aventuras clandestinas, y ampliar el horizonte de sus… encuentros extramatrimoniales. No sé si estás enterado de que lo que se ha dado en llamar “clubes liberales” han proliferado extraordinariamente en los últimos tiempos. En ellos, las parejas dan rienda suelta a sus fantasías sexuales, juntos o por separado.

Bebió otro sorbo de su cognac antes de proseguir.

—Para Noemí y para mí mismo, la palabra “fidelidad” no tiene el mismo significado que se le da comúnmente en nuestra hipócrita sociedad. Por decirlo coloquialmente, nos gusta follar, tanto uno con el otro, como con terceras personas. Para nosotros no es ningún problema contemplar cómo nuestra pareja disfruta en la cama con otro… u otros compañeros de sexo. Un buen día concebimos la idea de crear, no un club liberal como todos, sino algo más… exclusivo, con dos premisas: ambiente selecto y anonimato. No pedimos a nadie su nombre, domicilio ni datos bancarios. Sí un número de teléfono de contacto. Las cuotas mensuales se abonan por ingreso en la cuenta bancaria de la sociedad que creamos a tal fin para proteger la privacidad y, como sabéis, se entrega a cada socio una ficha de plástico con un número como única identificación. Sorprendentemente, o no tanto, además de parejas hay socios individuales de ambos sexos, como fue el caso del marido de Marta.

—Por cierto, hemos decidido haceros un regalo —mostró en la palma de la mano un ficha similar a la que había dado lugar a esta historia, pero ésta con el número cero—. No tenéis que pagar ninguna cuota; simplemente, si alguna vez os decidís, no tenéis más que acercaros por el Club y…

Se interrumpió mirando hacia la puerta, y yo seguí su mirada con la vista.

Marta y Noemí, enlazas por la cintura y completamente desnudas acababan de hacer su entrada en el recinto de la piscina.

Marta

Noemí me condujo de vuelta al dormitorio, y durante todo el trayecto, su mano permaneció en mis nalgas. Me sentía… Las caricias íntimas de Aarón en la mesa me habían excitado, y el contacto con el otro cuerpo femenino, y el suave deslizamiento de su mano en mi culo al caminar, me estaba manteniendo en un estado de exaltación que solo podría calmar el sexo con Aarón, con ella, o con ambos.

Recordé su cuerpo perfecto mostrándose poco a poco en la sensual danza de los siete velos con que nos obsequió en la anterior cena en su casa, y mi excitación subió varios grados.

Se sentó en la cama, y yo la imité.

—Ya sé que es una pregunta indiscreta, pero quiero evitar malentendidos —comenzó Noemí—. ¿Qué relación hay entre Sergio y tú?

—Por definirla de algún modo, diría que una relación abierta. Nos acostamos de vez en cuando —noté que me ruborizaba al decirlo—, pero es pronto aún para llevarla un paso más allá. Date cuenta de que acabo de salir de un matrimonio que acabó mal, y el pensamiento de comprometerme con otro hombre, pues…

—Ya que hablas de ello, no entendí muy bien por qué tomaste tan a mal la afiliación de tu marido al Club —me interrumpió.

—Pues es evidente —repliqué—. Porque me lo ocultó.

—Y, ¿qué habrías hecho si te lo hubiera contado, y te hubiera propuesto que le acompañaras?

Lo pensé unos instantes.

—La Marta que era entonces se habría negado en redondo. Esta, sin embargo, pues… Mira, el problema reside en que aquello rompió la confianza que tenía depositada en él. Y eso es algo que, como el himen, una vez roto no puede repararse.

—Antes de la primera noche en el Club, ¿habías tenido sexo con Sergio? —preguntó.

—No. Mi marido le invitaba a cenar de vez en cuando, y me sentía atraída por él, pero en abstracto. Lo de los vestuarios fue un impulso, porque debo reconocer… —noté que me ruborizaba de nuevo—, que lo que vimos allí despertó en mí algo que estaba adormecido desde que me casé con Marcos. Aquella noche, la Marta-Jekyll, abnegada y fiel esposa, se transformó en Marta-Hyde, hambrienta de sexo. Además, estarás de acuerdo conmigo en que Sergio está muy bien…

—No solo estoy de acuerdo, sino que esta noche pienso follar con él… si ello no es un problema para ti…

Se puso en pie sin esperar mi respuesta, y se quitó la camiseta. De nuevo admiré la perfección de la forma de sus senos, y algo que tenía guardado bajo siete llaves en lo más profundo de mi cerebro, despertó de nuevo.

—Te recuerdo que los chicos nos esperan en la piscina… —dijo mientras tiraba de su falda hacia abajo.

Debajo no había nada, y me sorprendí contemplando de nuevo su pubis de un tono de color algo más oscuro que la piel canela del resto de su cuerpo. Y la idea de descubrir qué había más abajo me produjo una punzada de deseo.

Me tomó de la mano, y me obligó suavemente a ponerme en pie a mi vez. Descorrió la cremallera del vestido, a mi espalda, y lo sacó por mi cabeza. Se apartó a mirarme.

—Eres preciosa Marta. —Su mano derecha fue a uno de mis pezones erectos, y lo amasó entre dos dedos. Luego se acercó a mí, y me besó en el hueco tras un oído—. La noche que nos conocimos me fijé en tus botoncitos. ¿Siempre los tienes así de tiesos?

—S-siempre, —balbuceé.

Se acuclilló, tomó la cinturilla de mis bragas con las dos manos, y las bajó hasta los tobillos. Quedó mirando mi pubis con los ojos brillantes, y finalmente me besó justo en el punto en el que se iniciaba la abertura de mi sexo. Me sentí morir.

Se puso en pie, me atrajo hacia ella rodeándome con sus brazos, y me besó en los labios. No fue un piquito, como el del saludo cuando nos encontramos, sino un beso pasional. Recordé aquellos otros besos femeninos en mis tiempos de universitaria, y el tiempo se borró, y de nuevo me invadió el deseo.

—Ya has estado antes con otra mujer… —afirmó más que preguntar.

—Hace mucho tiempo… —acerté a decir.

—Tienes que contármelo alguna vez… —dijo.

Me enlazó por la cintura y comenzó a andar lentamente en dirección a la piscina, donde nos esperaban los hombres. Sin detenerme a pensarlo, yo también pasé un brazo en torno a sus caderas.

Segundos después, sentí las miradas como brasas de los dos varones recorriendo nuestros cuerpos desnudos.

Sergio

—Pero… ¿aún estáis así? —preguntó Noemí con los brazos en jarras.

Se acercó a su marido, y comenzó a desnudarle. Tras dudarlo un poco, Marta la imitó conmigo: me quitó la camisa de polo, y comenzó a desabrochar mi cinturón.

—No sabía yo que te atraían también las mujeres… —insinué—. Lo digo por vuestra actitud…

—No sabes mucho de mi vida anterior. Pero sí, tuve una historia con Emma, una compañera de universidad… En otra vida.

—Oye, se me ocurre algo… —Marta estaba bajando mi boxer y mis pantalones a la vez—. Ya que no he podido darte ese masajito con aceite en mi casa, pues igual podría hacerlo aquí… Me desprendí de las náuticas a patadas.

—¿Y por qué no a Noemí? —preguntó.

—Bueno, en todo caso… Espera que se lo voy a proponer.

—¡Nooo! —exclamó, ruborizándose.

—¡Síii! —la contradije.

Noemí y Aarón se acercaron.

—¿A qué te niegas? —preguntó Noemí mirando a Marta.

—Le estaba proponiendo hacer algo que le prometí la noche del Club, lo que yo llamaba “plan B”: se trata de darle un masaje con aceite corporal…. —expliqué.

—Eso suena muy excitante… —dijo el otro hombre—. Enseguida vuelvo.

Sin cortarme, abracé a las dos mujeres, y besé a Noemí. Estaba deseándolo desde la noche que la conocí. Noté que Marta daba un respingo, y bajé la vista: una mano de la otra mujer estaba entre sus piernas.

Ahora besé con lengua a Marta, que jadeó. Luego fue Noemí quien se comió literalmente la boca de mi chica. Sentí una mano aferrando mi erección.

Y en esta tesitura nos sorprendió Aarón, que traía una botellita y otra cosa de color negro, que en un principio no reconocí.

—Ven, tiéndete en una de esas tumbonas —Aarón empujó ligeramente a una ruborizada Marta hacia una de las cuatro que había en el lugar.

Con una avergonzada mirada en mi dirección, ella hizo lo que le había pedido el otro hombre. Su imagen me recordó la de la Maja Desnuda de Goya.

—Con los ojos vendados podrás abstraerte de todo, y disfrutar más de las sensaciones —Aarón colocó a Marta un antifaz negro de los que se usan para dormir.

—Demuéstranos tus habilidades —dijo Noemí con la boca en mi oído.

Vertí una pequeña cantidad de la loción en mis manos, y las froté entre sí. Me arrodillé a un costado de Marta, e hice deslizar mis manos por su cuello y hombros. Luego descendí masajeando en círculos la parte superior de su pecho, y rodeé sus senos. Marta mostraba en los labios un rictus de expectación, pero yo obvié sus pezones, más erectos de lo habitual en ella.

Dejé caer un chorrito de aceite en su vientre, contemplando cómo un hilo del líquido untuoso formaba primero un charquito en su ombligo, para después descender desapareciendo entre sus muslos apretados.

Extendí el aceite por su vientre, caderas y pubis. La respiración de Marta se había vuelto audible. Luego, hice descender mis manos golpeando ligeramente desde el estómago, como si tocara el piano, hasta llegar al pubis. Noemí se arrodilló detrás de mí, pegando su cuerpo al mío, e hizo descender sus manos por mi pecho y vientre, hasta aferrar mi erección.

Traté de abstraerme de la sensación de los pechos de la mujer en mi espalda, y me concentré en Marta. Con las manos en sus ingles separé ligeramente sus muslos, hasta dejar al descubierto su sexo.

Advertí que Aarón había cerrado la boca sobre uno de sus pechos, y acariciaba el otro con una mano.

El clítoris de Marta aparecía inflamado. Lo tomé entre dos dedos, y lo amasé suavemente. El pubis de Marta se elevó en mi dirección. Insistí en la caricia.

—Déjame a mí —musitó Noemí a mi espalda.

Me aparté. La mujer separó con dos dedos los labios mayores, y aplicó la lengua sobre el rosado interior.

Marta

Una boca se había cerrado sobre mi sexo. Primeramente creí que era la de Sergio, hasta que los cabellos largos acariciaron mis muslos.

¡Noemí!

La excitación que sentía pudo más que el pudor, y noté que mis caderas se elevaban en dirección a la boca que me estaba proporcionando placer.

Aarón (sin duda era él) estaba lamiendo y succionando mis pezones por turno, lo que incrementaba mi calentura. Noté el orgasmo cercano, y me entregué. No había ya en mí reservas ni inhibiciones, solo una excitación que crecía por momentos.

La lengua de la otra mujer inició un enloquecedor movimiento circular en mi clítoris, y cedí a las contracciones que recorrían mi vientre. Nunca en mi vida había sido objeto de caricias por más de una persona a la vez, y me dejé llevar por una oleada de sensaciones: todo mi cuerpo era recorrido por un placer infinito.

Noemí, sin que su boca abandonara mi clítoris, introdujo uno o más dedos en mi vagina, que movió en círculos. Grité y me debatí, sin sentir vergüenza alguna por ello; y entonces noté un dedo resbaladizo, (presumiblemente de Sergio) deslizarse por mi periné primero, para después acariciar en círculos mi ano.

Las contracciones se convirtieron en una explosión de gozo que me devastó. Elevé las rodillas, separando los muslos completamente entregada, experimentando el orgasmo más intenso de mi vida.

Sergio

Nunca había tenido ocasión de contemplar a dos mujeres practicando sexo. Mi excitación estaba alcanzando el paroxismo, y por un instante temí eyacular sin estímulo alguno en mi pene.

Noemí se había arrodillado entre los muslos de Marta, que se debatía en las convulsiones de su placer, y mostraba su sexo oscuro a unos centímetros de mí. Separé sus labios mayores, y recorrí con la lengua su interior. El cuerpo de la mujer se contrajo, y separó más los muslos.

Cerré los labios sobre su clítoris, y succioné, lo que provocó en ella un gemido de placer.

Noemí estaba follando a Marta con dos dedos, y decidí imitarla. Y aún pude acariciar el ano de Marta con la otra mano. Segundos después, las dos mujeres alcanzaron la cúspide de su orgasmo.

Marta

Noemí había quedado tumbada sobre mí. Retiró mi antifaz y sonrió. Luego me besó. Inconscientemente la abracé, apretándola contra mi cuerpo. Mi vista recobrada, me permitió ver el pene oscuro de Aarón cerca de mí, y contemplé a Sergio arrodillado a los pies de la tumbona. Ninguno de los dos hombres se había corrido aún, y a pesar de la ola de placer que acababa de experimentar, quería más.

Sin pensarlo, dirigí una mano al cilindro venoso de color casi negro, de una longitud ligeramente superior al de Sergio, y lo acaricié. El hombre gruñó, y empujó ligeramente a su mujer, que se puso en pie.

Ahora fue él quién se sentó sobre los talones entre mis piernas. Me tomó por las nalgas, y tiró de mí en su dirección. Sentí el glande recorrer el interior de mi vulva arriba y abajo… Quería… no, DESEABA sentirle dentro de mí, pero el hombre insistía en sus caricias, que me estaban llevando al paroxismo de la excitación. Me incorporé, y aferré su erección, apoyándola en el vestíbulo de mi vagina, tiré ligeramente… ¡Oh, por favor! Noté que el glande dilataba mi conducto, y estuve a punto de experimentar otro orgasmo solo con ello.

Aarón me miraba con ojos como carbones encendidos. Apretó un poco más…

—¿Quieres que te haga el amor? —preguntó con voz enronquecida.

—¡Sí, síiii! —exclamé, estremecida de deseo.

“Aquello” penetró un poco más en mi interior. Traté de relajarme, pero era imposible. Todo mi cuerpo se contrajo con la sensación de mi vagina invadida por su extrema erección. Luego empujó un poco más, y otro poco, muy lentamente, hasta que sentí sus testículos inflamados hacer contacto con mi periné…

Sergio

Vi cómo Aarón empujaba ligeramente a su mujer, cuyo cuerpo se separó del de Marta, y abandonó la tumbona.

Necesitaba urgentemente aliviar la tensión de mi pene erecto. Abracé a la mujer de piel oscura, y la besé intensamente. Ello pareció desatar en ella un paroxismo de deseo: se aferró a mí, comiendo mi boca con besos hambrientos. Amasé sus nalgas perfectas con ambas manos. Ella introdujo una mano entre los dos cuerpos, y aferró mi erección. Fui conduciéndola poco a poco hasta otra tumbona. Y cuando llegamos a ella, hizo algo que estaba fuera de mi experiencia: se arrodilló ante mí, e introdujo mi miembro en su boca; primero solo la mitad, mientras su lengua golpeteaba ligeramente mi glande. Luego hasta el final. Temí que ello le produjera arcadas, pero no fue así; una de sus manos extraía de vez en cuando mi pene, y entonces, en un movimiento de vaivén, me masturbaba, sin que sus labios dejaran de cerrarse sobre mi glande.

Temí eyacular en su boca. Aquello me estaba llevando al límite, y trate de abstraerme, pero era imposible sustraerme a la sensación del calor húmedo de su boca, a la suavidad de sus manos…

Justo cuando mi eyaculación estaba a punto de producirse, se puso primero en pie, y luego me empujó suavemente, hasta conseguir que me tendiera. Ella se acuclilló con un pie a cada lado de mis caderas, tomó mi erección, y la frotó contra su vulva humedecida. Se dejó caer hasta que más de la mitad de mi pene quedó introducido en su interior; luego apoyó sus manos en mi pecho y fue descendiendo, recomenzando sus besos ansiosos.

Mi instinto me llevó a iniciar contracciones de mis caderas, penetrándola y retirándome…

—Shhhhh, no sigas —susurró—. Esto tiene que durar más…

Inclinó su cuerpo hacia atrás, apoyando sus manos en mis espinillas. Aquella posición obligaba a mi pene a inclinarse hacia abajo, lo que no hizo sino incrementar aún más mi calentura.

Y entonces comenzó a hacer avanzar y retroceder alternativamente su sexo, y mi pene salía de su vagina para después penetrar profundamente en ella de nuevo.

Otra vez traté de desconectar mi cerebro de las intensas sensaciones que experimentaba. Miré a la otra tumbona, pero fue peor: Marta se debatía entre los brazos del otro hombre, y pude contemplar su pene penetrando y retirándose de la dilatada vagina de Marta, que emitía quejidos rítmicos, aferrada a las nalgas oscuras.

Sentí la eyaculación inminente, y entonces Noemí comenzó a proferir pequeños grititos que acompañaban a las ocasiones en las que mi pene estaba profundamente enterrado en su vagina…

No pude demorarlo más, aquello estaba más allá de mi capacidad de contención, y me derramé dentro de ella. Y en aquel mismo instante, la mujer se dejó caer, apretando su cuerpo contra el mío, sollozando y gimiendo, y sentí las contracciones de su orgasmo en mi erección oprimida dentro de su cálido interior…

¿Fin?

Pues va a ser que no…