Privacy Club - Cuatro años después (15)

Continuación de la entrega anterior.

Marta

Estaba contemplando cómo Lumi tenía el pene de Unai introducido en la boca, y me maravillaba el desparpajo y la absoluta falta de inhibiciones de las dos muchachas. Quizá me estaba haciendo mayor, aunque a su edad, ni por pienso me habría prestado a hacer una felación a un absoluto desconocido, y menos aún como parte de un juego erótico, mientras otras personas miraban. Claro que había pasado más de una década desde entonces, y todo era distinto, aunque no sabría decir si mejor o peor.

La verdad es que aquello no me hacía precisamente feliz, pero no había querido ser la nota discordante. Y por la expresión de Sergio, tampoco él parecía estar cómodo. Afortunadamente, la prueba que me había deparado el Jenga había sido light ; mostrar mi sexo, aún con el añadido de la acción de Unai, no era nada del otro mundo. Cuando estás desnuda, es imposible mantenerlo oculto.

Pero, muy en el fondo, debía reconocer que el juego me resultaba excitante. No quería pensar en que iba a continuar, que después de Nekane tendría que coger otra tablita rosa, que a saber qué prueba me impondría.

«¿Y qué con ello? —dijo el diablillo que todos llevamos dentro—. ¿No querías participar en una orgía? Pues relájate y disfruta, que igual no tendrás otra oportunidad de vivir esa fantasía».

Pero había una variante con la que mi utopía no contaba: solo dos varones y cuatro mujeres. Desequilibrado. Aunque, bueno, en palabras de Nekane, también nos habíamos “pasado por la piedra” las dos a Sergio…

Anita estaba volviendo el listón rosa que había escogido. Leyó la inscripción, y se volvió hacia mi marido, con una expresión confundida en el rostro.

—No tengo ni repajolera idea acerca de qué significa toda esta retahíla en inglés.

—Dice que te quites una prenda de ropa, —tradujo él.

—Pues ya estoy en bolas, no sé qué me voy a quitar. Si queréis, voy a por mis braguitas, y así podré bajármelas —bromeó la chica.

—Bueno, ya sé que sería un anticlímax ponernos a retirar las múltiples tablitas que de seguro habrá con pruebas similares, de manera que propongo que cuando salga una, el o la interesada nos obsequie con un baile erótico —planteó Sergio.

—Tengo una idea mejor, que a mí no se me da bien lo de hacer de stripper —intervino Unai—. Y es más sencillo: cuando salga eso, se toma otra tablita, y ya.

—Apoyo la moción, —dijo Lumi.

Anita dejó el listón en la caja, para que no volviera a salir, y tomó otro del suelo. Miró la inscripción, y se echó a reír.

—Pues no entiendo muy bien el inglés, pero creo que aquí dice otra vez lo de bajarme las bragas… Va, voy a coger otro.

Lo miró, y lo pasó a mi marido.

—Desnuda al varón… —tradujo Sergio.

—¡Y dale! —rió Anita—. Y ahora, ¿qué?

—Bueno, es fácil —el rostro de Nekane mostraba los dos pliegues en las comisuras de la boca—. Haz como si le desnudaras, y no te cortes… —Se echó a reír.

—Vale, puede ser muy sensual —aceptó la chica con una sonrisa; tomó un papelito azul y lo desdobló.

—Sergio, te ha tocado —anunció—. Pero ponte en pie, que sentado no podré quitarte según qué prendas… —Rió.

No me hacía ninguna gracia. Si hay algo que tenía claro a estas alturas es que Anita sentía atracción por mi marido, de la misma forma que Lumi parecía ir tras de Unai. Imaginaba que en cualquier momento aparecería una tablita con la palabra “ fuck ”, y bien, lo de Sergio entre las piernas de Nekane no me causaba celos, (quizá, entre otras razones, porque al mismo tiempo Unai solía estar entre las mías) pero eso era una cosa, y otra diferente contemplar cómo la niña se beneficiaba a mi marido, conmigo como invitada de piedra.

¿Qué pensaría Nekane de todo aquello? Me habría encantado saberlo. Era difícil colegirlo por su expresión, porque la sonrisa de malicia estaba como pintada en su rostro. Su marido, sin embargo, parecía estar encantado: ahora mismo, estaba acariciando un muslo de Lumi, peligrosamente cerca de su ingle.

Presté atención a la acción que se desarrollaba frente a mí: Sergio se había puesto en pie en el exiguo espacio que quedaba entre su sofá y la mesita de centro, y no tenía rostro de albricias, precisamente. Anita simulaba desabrochar los inexistentes botones de una camisa imaginada, sonriendo seductoramente a mi marido. Después, “metió las manos” por debajo de la prenda bajo las axilas de Sergio hasta ponerlas en su espalda, e inevitablemente, arrimó sus pechos al torso de mi marido.

Ondeó simuladamente la prenda que acababa de quitarle, y la “arrojó” detrás del sofá. Se puso de rodillas ante él. Sergio presentaba a estas alturas una erección más que regular. Anita hizo una representación bastante aceptable de desabrochar el cinturón, soltar la presilla del pantalón y bajar la cremallera de la bragueta.

«Se nota que tiene costumbre…» —pensé maliciosamente.

Bueno, al menos se había cortado un poco, la mano quedó a centímetros de su pene, sin tocarlo. Luego, “tiró” de los pantalones virtuales hacia abajo.

Quedaba el slip, y ahí se esmeró: De nuevo, simuló meter las dos manos bajo la cinturilla de la prenda, y las deslizó hacia atrás como recorriendo el interior del elástico, hasta que las posó en sus nalgas, manteniéndolas allí unos segundos.

Hizo ademán de tirar hacia abajo, pero volvió a llevarlas de nuevo hasta la parte delantera, acariciando al paso las caderas de mi marido, hasta que al fin completó la mímica de hacer descender la prenda hasta los tobillos. Y esta vez sí, rozó la erección de Sergio.

Le tocaba a mi marido. Tomó una tablita azul, y leyó:

Kiss pussy —dijo, pero no lo tradujo.

Escogió uno de los cuatro papelitos rosa, y miró a Nekane con una semisonrisa.

—¿Yo? —la vecina se echó a reír—. Bueno, pues… ¿a qué esperas?

Subió los pies al sofá y separó los muslos. Mi marido se arrodilló ante ella.

—Oye, ¿ kiss es singular o plural? —Nekane miraba a Sergio con su característica sonrisa—. Es que si es uno solo me va a saber a poco…

—El plural es kisses . Aún quedan muchas tablitas, no sufras… —advirtió mi marido con una sonrisa.

Separó sus labios mayores con las dos manos en las ingles, se inclinó, y estampó un beso sobre la parte superior de su sexo.

—Oye, que puedes hacerlo con lengua —insinuó la vecina, risueña.

Pero Sergio no entró al trapo, y volvió a sentarse en el sofá.

Bueno, quedaba Nekane de esa primera ronda. Comencé a maquinar cómo podía intervenir para acabar con aquello.

La vecina tomó un listón rosa, leyó la inscripción, e hizo el gesto de silbar:

—Dice “ suck dick ”, que viene a ser hacer una mamada, para los no puestos en inglés.

Papelito azul. Anticipé el resultado: Sergio.

—Y el afortunado es… ¡mi marido! —dijo la vecina con una sonrisa.

—Pero eso es como incesto —protestó Lumi, riendo.

—Pues te cedo el turno con mucho gusto —indicó Nekane.

—Bueno, ya tengo cierta costumbre… —advirtió la chica, echándose a reír.

—Tienes mi permiso, cielo —dijo Nekane, tomando asiento de nuevo.

Dicho y hecho. La chica se inclinó hacia Unai, le miró con una sonrisa lúbrica, tomó su pene, y cerró la boca sobre el glande.

Durante unos segundos, hizo subir y bajar la cabeza sobre la erección del vecino, que parecía estar en la gloria, al mismo tiempo que su mano la recorría en toda su extensión.

«Decididamente, las niñas no conocen la vergüenza» —me dije.

—Ya es suficiente, ¿no? —advirtió Anita al cabo de unos segundos.

Lumi retiró boca y mano, con gesto de contrariedad.

«Igual quería seguir hasta que eyaculara en su garganta»… —me dije.

Bueno, pues siguiendo el orden, me tocaba a mí. Pero no quería continuar con aquello:

—¿Habéis visto qué hora es? Os recuerdo que mañana hay que madrugar, y Anita y Lumi aún tienen que ir a su casa… —dije en voz lo suficientemente alta como para que me oyeran todos.

—Bueno, las chicas pueden quedarse a dormir… —dijo Unai.

«¿Cómo? —me pregunté—. Ya, el dormitorio de los vecinos tiene dos camas. ¿Pensará follarse a las tres? Porque está claro que yo no voy, que le acompañe su mujer».

Unai había iniciado el camino de subida a la planta superior, y Lumi se apresuró a seguirle.

—¿Vas con ellos? —me preguntó Nekane.

—Creo que no.

—¿Y tú, Anita?

—No sé… Quizá más tarde —respondió la chica. No parecía muy entusiasmada con la idea.

«Es que a quien quiere beneficiarse es a Sergio» —me dije.

Nekane se puso en pie.

—¡Qué remedio! Tendré que resignarme… —Se dirigió también a la escalera.

«Bueno, pues no ha resultado como imaginaba… —me dije—. Anita no se despega de Sergio ni con disolvente».

—No es tan tarde, son solo las diez y media… —advirtió Sergio.

«¡Vaya! Parece que mi marido también quiere follar a Anita… —pensé—. Pues sea».

—En ese caso, os propongo que continuemos el juego los tres —insinué.

—De acuerdo —dijo Sergio—. Creo que te toca…

Tomé una tablita de color rosa, y leí su inscripción.

—Pues si no lo traduzco mal, dice que me masturbe…

—Esto se pone interesante… —dijo Anita frotándose las manos.

«¿Lo hago? —dudé—. ¿Y por qué no?» —decidí.

De manera que me tumbé a lo largo en el sofá en el que ahora estaba sola, y deslicé mis dos manos por los senos. Luego las fui haciendo descender muy despacio acariciando mi pecho y vientre, mientras mi marido y Anita me contemplaban con ojos brillantes.

Llegué al pubis. Introduje la derecha entre mis piernas, advirtiendo con sorpresa que estaba húmeda a pesar de todo. Ensalivé mi dedo índice, y rodeé el clítoris en círculo con la yema. Insistí. Sentía que si no me paraban, podía llegar al orgasmo, pero continué. Ahora comencé a frotar con la mano la totalidad de mi sexo. Ninguno de los dos me detuvo, por lo que proseguí.

Introduje tentativamente un dedo en mi vagina. A pesar de los pesares, el jueguecito me había excitado más de lo que suponía, porque la noté cubierta de mi flujo. Un segundo dedo acompañó al anterior. Inicié un movimiento de mete y saca, y me envaré toda sin poder evitarlo.

Abrí los ojos un instante. Anita también había introducido la mano entre sus piernas, aunque no la movía.

Continué, pero ahora conseguí acariciar mi clítoris con el dedo pulgar, mientras medio y anular entraban y salían de mi vagina. Me vino un subidón a los pocos segundos. Estaba muy cerquita ya, casi a punto.

«Si estuviera en lugar de la niña, teniendo a mano la erección de Sergio, no pondría esa mano en mi propio pussy » —pensé.

Mis nalgas, como dotadas de vida propia, se separaron del asiento, mientras comenzaba a sentir las primeras contracciones. Mi mano derecha incrementó el ritmo. Mis piernas se extendieron al máximo, y advertí que los gemidos que escuchaba salían de mi propia boca. Convulsioné, mientras el placer me invadía por entero. Los espasmos seguían y seguían, y entonces experimenté una explosión de gozo, y el orgasmo se mantuvo en la meseta durante unos segundos, hasta que al final, conmocionada, me relajé sobre el asiento, jadeando.

—¡Guau! Ha sido… —Anita me miraba con las dos manos sobre su boca.

Me incorporé. Todavía me asaltaban pequeños ramalazos de placer, cada vez más débiles.

—Creo que te toca, Anita —dije al fin.

La chica tomó un listón rosa, y lo pasó a Sergio:

—Dice que pongas erecto el pene de todos los varones con la boca… Más o menos.

—Pues es una prueba muy fácil —dijo la chica—. Mira cómo estás…

Efectivamente, no le iba a resultar difícil: Sergio tenía el pene extendido al máximo de su tamaño.

«Pero lo va a hacer» —me dije.

Lo hizo, pero no lo introdujo en su boca, sino que se limitó a lamer el glande en círculos, como si fuera un caramelo. Eso sí, acariciando el pene al mismo tiempo con una mano.

Sergio me dirigió una mirada de auxilio.

—Va, ya está bien… —insinué tras unos segundos.

La chica se enderezó con un gesto de desilusión.

«Otra que quería el semen en la garganta» —dije para mí.

—Creo que es mi turno —dijo mi marido.

Tomó un listón azul, y lo leyó.

—Parece ser que debo lamer todo el cuerpo de la chica que me toque en suerte… Tomó un papelito rosa, y lo leyó.

—Marta —anunció con una sonrisa.

—Eso no es justo —dijo Anita con un mohín—. ¿Y yo qué?

—Mmmm, veamos. Subimos al dormitorio, y tú me ayudas —propuso Sergio.

¿Creéis que la chica se echó atrás? Pues nones.

De manera que trepamos por la escalera.

A través de la puerta entornada del dormitorio de los vecinos, contemplamos una escena similar a la que sabía íbamos a protagonizar en unos instantes: Lumi botaba ensartada en el pene de Unai, cuyo rostro no estaba visible, porque lo tenía enterrado entre las piernas de Nekane, arrodillada sobre su cara.

—¡Guau! —exclamó Anita—. Mi amiga ya ha conseguido… con Unai.

«E imagino que tú con Sergio más temprano que tarde» —pensé.

Entramos en el dormitorio. La chica subió a la cama sin dudarlo, caminando sobre manos y rodillas.

«Sergio va a echar mano a esa hamburguesita que enseña bajo el ano en 3, 2…» —dije para mí.

Justo a la cuenta de 1. Mi marido tomó con dos dedos los labios mayores de Anita, frotándolos entre sí. La reacción de la chica fue volver la cabeza con una sonrisa.

—Venga Marta, túmbate boca arriba —pidió Sergio.

Lo hice. Y esperé el siguiente movimiento, que no tardó en llegar: Mi marido se arrodilló a uno de mis costados, tomó el pezón de ese lado entre dos dedos, y lo amasó suavemente. Luego se inclinó y entreabrió mis labios con la lengua.

Percibí en ese momento un roce húmedo en el otro pezón: Anita.

—Siempre los tienes así… —afirmó la chica, más que preguntar.

—Bueno, los tuyos ahora mismo no tienen nada que envidiar a los míos —afirmé, apretando entre índice y pulgar uno de sus botoncitos erectos.

La lengua de Sergio estaba deslizándose desde mi hombro hasta que llegó al seno de ese lado. Rodeó el pezón con la lengua, y luego me propinó en él un mordisco indoloro. Al parecer, Anita seguía los pasos de mi marido, porque noté su boca aplicada sobre el otro.

Mi cuerpo se tensó sin que yo lo hubiera pretendido. Las caricias de los dos me estaban excitando hasta el paroxismo. Volví ligeramente la cabeza: la chica estaba acuclillada a mi izquierda, con su cuquita entreabierta por la postura, y yo ya había estado pasiva lo suficiente. Dirigí una mano hacía allí, y reseguí con un dedo el interior de uno de sus labios mayores, arrancando un gemido de su boca.

—¡Oh, vaya! —dijo Sergio—. ¿Os dejo solas?

—De eso nada… —salté rápida.

—Ni se te ocurra —dijo la chica al mismo tiempo.

La expresión vulgar “estar salida” reflejaba bastante bien cómo me sentía en ese momento. Pero mientras continuara en aquella postura, con la chica lamiendo todo mi cuerpo, sería difícil que Sergio se decidiera a penetrarme, que era lo que necesitaba con urgencia.

Se me ocurrió algo. El dildo que había comprado en el sex-shop estaba en la mesita de noche. Empujé a los dos, desasiéndome de ellos, y me volví de costado para alcanzar el cajón. Lo tomé de allí, y lo mostré a la chica, que me dirigió una sonrisa intencionada. La empujé suavemente, hasta dejarla tendida boca arriba. Ella debió captar mi intención, porque elevó las rodillas y separó los muslos.

Me arrodillé entre sus piernas, e hice deslizar el juguete arriba y abajo por su hendidura. Sabía que en aquella postura estaba provocando a mi marido, que no resistiría la tentación.

Separé con dos dedos los labios mayores de la chica, y me entretuve en contemplar el pequeño orificio de su vagina…

Sergio apoyó su pene en la mía y empujó, hasta que quedó alojado completamente en mi interior. Y yo hice lo mismo con el instrumento aquel, introduciéndolo sin esfuerzo en el conducto de Anita, que tensó todo el cuerpo, exhalando un gemido.

Sergio hacía avanzar y retroceder su erección dentro de mí, y yo hacía lo mismo en Anita con el consolador. Pasaron unos segundos. El tratamiento de mi marido estaba surtiendo efecto. El segundo orgasmo de la noche se abría paso en mi vientre.

La chica exhalaba pequeños gemidos, coincidiendo con las entradas del juguete en su interior. Me detuve un instante, y conecté la vibración. La punta del “pene” del dildo inició los conocidos movimientos circulares, y Anita reaccionó envarándose toda. Emitió un chillido, e introdujo una de sus manos de canto en su boca, inhibiendo los siguientes, que sonaban como ligeros gruñidos.

Sergio continuaba embistiéndome a mi espalda. Estaba incrementando poco a poco la frecuencia, y yo me encontraba ya en estado comatoso. Mis sentidos estaban como divididos en dos: una parte se concentraba en las sensaciones que producía en mí el pene de Sergio resbalando fuera y dentro de mi vagina. La otra parte veía aparecer y desaparecer el juguete sexual en el pequeño orificio de la chica, que convulsionaba y se retorcía, embargada por el placer.

De repente, yo también me vi invadida por un orgasmo intensísimo. Las contracciones irradiaban desde mi sexo por todo el vientre, y ahora yo también gemía y me retorcía enervada de deleite. El brazo que sostenía mi peso se dobló, y mi cara quedo enterrada en el vientre de la chica.

Por fin, experimenté el conocido subidón cuando el placer llegó a la meseta; advertí que Sergio se había quedado inmóvil, e imaginé que había eyaculado en mi interior.

Jadeando, me dejé caer desmadejada junto a Anita, que boqueaba como pez fuera del agua.

—¡Guau! —dijo la chica a mi lado—. Ha sido…

Abrí los ojos. Mi marido, de rodillas, se masturbaba lentamente. ¡No se había corrido aún! ¡Y estaba deseando hacerlo con Anita, lo sabía! Parecerá una locura, pero me invadió un sentimiento de ternura.

«Le amo —me dije—. Y como le amo, quiero entregarle yo misma a la chica».

Me arrodillé a un costado de la rubita, y separé sus labios mayores con dos dedos, dejando visible el orificio de la vagina aún dilatado por el juguete.

—Mira, Sergio —le invité—. ¿No te apetece…?

Anita elevó el torso, sosteniéndose sobre los codos, miró la enorme erección de mi marido, y pasó la lengua por sus labios. Él separó los muslos de la muchacha, y se sentó sobre los talones entre ellos. La aferró por las nalgas, tirando de ella en su dirección. La chica sonreía, incitadora. Por fin, Sergio tomó su pene con una mano, lo acercó a la pequeña cavidad, empujó ligeramente, y la penetró. Advertí que lo hacía con suavidad, probablemente temeroso de dañarla. Luego, comenzó a entrar y salir de ella lentamente.

—¡Ay, Marta! —exclamó la chica, envarándose al sentirle dentro.

Pasaron unos segundos. Anita había cerrado los ojos, sin duda embargada por sus sensaciones. De repente, introdujo una mano entre mis piernas, y comenzó a acariciar mi sexo.

Sergio iba incrementando poco a poco la frecuencia de sus embestidas.

La mano de la niña insistía en sus caricias en mi vulva, mientras yo miraba obnubilada como el miembro de mi marido aparecía y desaparecía en el interior de la chica.

Percibí que Anita estaba introduciendo un dedo en mi vagina, y me envaré toda.

La chica resoplaba, y mostraba un gesto de concentración con el ceño fruncido y los ojos cerrados. Un segundo dedo invadió mi interior, y noté los síntomas que anunciaban el tercer orgasmo de la noche. Los dedos iniciaron un frenético mete-y-saca, mientras Anita comenzaba a gemir bajito.

No podía apartar la vista de la verga de mi marido, que iba incrementando el ritmo de sus embestidas.

Me corrí. Justo a tiempo, porque Anita debió descontrolarse, y sus dedos perdieron el ritmo, manteniéndose inmóviles dentro de mí unos segundos, para después extraerlos muy despacio, e insertarlos de nuevo casi con brusquedad.

La chica llegó al orgasmo. Conozco muy bien los síntomas: su cabeza rotaba de lado a lado, su pubis se elevaba para después dejarse caer, y su boca exhalaba pequeños gritos de extremo placer.

Sergio gruñó, y casi pude percibir la conocida sensación de su pene pulsando en mi interior, aunque ahora lo hacía en la vagina de Anita.

Luego, quedamos inmóviles.

Entonces, escuché cómo los otros tres aplaudían desde el dintel de la puerta.

—¿Te queda pólvora para otro disparo? —Nekane reía, mientras entraba en la habitación.

—Creo que tendrás que esperar un ratito —respondí.

—Y yo, ¿qué? —Lumi nos miraba con gesto mordaz.

—Supongo que tú ya has tenido lo tuyo —contesté.

—Bueno, sí —admitió la chica—. Pero aún me quedan ganas… —Introdujo un dedo en su boca.

—Supongo que querréis ducharos. Voy a abrir otra botella, y os esperamos en el salón —propuso Unai.

★ ★ ★

Cuando, tras unos minutos, volvimos donde nos esperaban Unai, Nekane y Lumi, los encontramos muy juntitos en uno de los sofás. El vecino se puso en pie para llenar tres copas, que nos entregó. Tomamos asiento en el otro. Anita al lado de mi marido. Pensé que la niña aún quería “guerra”.

—Ha sido una pena no encontrarnos antes… —insinuó Lumi—. Solo nos queda el día de mañana para la excursión en barco, porque al día siguiente llegan los padres de Ana, y se acabó la diversión.

Afortunadamente, nadie le dijo que las habíamos visto dos veces, pero que no quisimos abordarlas.

—Bueno, pero mañana pasaremos todo el día con ellos —dijo Anita encogiéndose de hombros—. Y no descarto que alguna tarde, nos escapemos para volver aquí…

—Lo veo difícil —dijo Lumi—. Conociendo a tus padres, no nos dejarán libres ni un momento. Por cierto, —se dirigía a mí—, ¿Cuándo os vais a lo del crucero?

—El 17, dentro de cinco días —informó Sergio.

—Querrás decir seis —puntualizó Anita.

—Cinco, —insistí.

—Pero, ¿qué día es hoy? —preguntó la chica con gesto confundido.

—12 —precisé.

Las dos muchachas se miraron con rostros que denotaban estupor, que en el caso de Anita se transformó en pánico. Se puso en pie:

—Tenemos que irnos —hablaba atropelladamente—. ¡Mis padres vienen mañana por la mañana!

—¿Qué prisa hay? —preguntó Lumi.

—¡Que tenemos que ir a buscarlos al aeropuerto a las 8:30! —casi chilló Anita—. Y que hay que limpiar un poco y recoger el apartamento, que no hemos dado palo al agua en los días que llevamos aquí.