Privacy Club - Cuatro años después (14)

La vecinita del 3º 2ª

Sergio

Dejé a Marta dormida en nuestra cama, y bajé a la planta inferior. La casa estaba en silencio, y no había nadie en el comedor ni en el salón.

Decidí salir a correr por la playa; hacía ya varios días que no había podido realizar mi rutina de ejercicio matutina. Tomé la llave del mueble del recibidor, y salí.

La playa estaba desierta. No corría brisa alguna, y en el cielo solo se veían algunas nubes cerca del horizonte. La mar, plana como un espejo. Inicié mi carrera con una sensación rara: todos los días anteriores había contado con la compañía de Nekane o Marta.

Controlé con el reloj de pulsera: media hora de ida y media de regreso.

★ ★ ★

La casa seguía igual de solitaria y silenciosa a mi vuelta. Comencé a preparar el desayuno, pero me interrumpió el sonido de una risa femenina apagada en la planta superior. Alguna de las chicas estaba despierta, aunque… nadie ríe así solo, la mujer debía estar acompañada. Miré primero en el dormitorio que ocupábamos Marta y yo, y quedé parado en el dintel de la puerta entornada: mi mujer estaba tendida boca arriba, con los muslos muy separados. Nekane, medio arrodillada ante ella, frotaba su sexo contra el de Marta, y ambas, con los ojos cerrados, mostraban en sus rostros una expresión de placer.

Dudé unos instantes. Mi pene crecía por momentos, impulsándome a unirme a la “fiesta”. Sin embargo, estaba el hecho de que iba a interrumpirlas en lo mejor, y otro más:

«Mejor no empiezo de buena mañana, prefiero reservarme para los dos polvos reglamentarios de después» —me dije, iniciando la bajada en silencio hasta la planta de inferior.

★ ★ ★

Aún tardaron las condenadas, seguramente lo estaban pasando en grande. Cada vez que recordaba la escenita lésbica que había contemplado, sentía deseos de subir de nuevo, pero me contuve.

Las dos sonreían como si no hubieran roto un plato. Marta se acercó, y me besó “con lengua”. Nekane se mantenía unos pasos detrás. Señalé mi boca con el dedo índice, mirando en su dirección, y ella se inclinó sobre mí con su habitual sonrisa de malicia, frotando mi cara con sus dos pechos, para después propinarme un beso de tornillo.

Me dirigí a la cocina a hacer café para ellas. Serví otros dos vasos de la jarra de zumo de naranja que había exprimido anteriormente, y lo llevé todo en una bandeja al comedor.

—Dormís más que las mantas. Hoy he tenido que salir a correr solo, —dije con voz de fingido reproche.

—Si hubieras esperado unos minutos, habrías podido participar en el polvo que hemos echado tu mujer y yo —afirmó Nekane.

—¡Niña! Eso no se cuenta —Marta se había ruborizado hasta las cejas.

—Ya os he visto, pero he preferido reservarme para después…

—Tú lo has perdido —sentenció nuestra vecina.

En ese momento Unai apareció en el alto de la escalera, con cara de sueño.

—¿Es que no podéis dormir hasta más tarde, como las personas? —preguntó.

—Hay que aprovechar el día —indicó Marta.

Nos miró a los tres de hito en hito.

—No me digáis que habéis estado follando sin mí…

—Yo no —dije.

—Nosotras sí —Nekane miró a su marido con gesto irónico.

—¡Guau! Y yo me he perdido el espectáculo… —lamentó Unai.

—¿Qué hacemos esta mañana? —pregunté, por cambiar de tercio.

—Playa —dijeron las dos mujeres al unísono.

★ ★ ★

Pasamos la mañana tendidos al sol como lagartos. De vez en cuando, paseábamos chapoteando con los pies en el agua, lo que parecía ser el deporte universal en aquel sitio. Bueno, en todas las playas, pero en esta, hacerlo en pelota añadía un plus. Como de costumbre, hubo que renovar la protección solar, lo que daba lugar a una sesión de masaje de lo más interesante. Se había establecido la costumbre de que, como en el sexo, intercambiábamos las parejas, de manera que yo frotaba la espalda, las nalgas, muslos y lo demás, y ella lo hacía conmigo, mientras Marta y Unai nos imitaban.

Con eso, y unas sesiones de baño, en las que jugamos en el agua como críos, llegó la hora de comer.

★ ★ ★

A la vuelta, recordé algo: ¡todavía no había colocado la batería en el coche de los vecinos!

No me costó mucho tiempo. Pero mientras lo hacía, recordé que la dichosa batería había servido de pretexto para una ardiente sesión de sexo con las dos mujeres, e imaginé que a mi vuelta podría encontrar a los otros tres liados. Claro que en esta ocasión podía unirme a ellos, que el pobre Unai no había tenido ocasión…

Pero no. Estaban sentados muy modositos en los sofás del salón, charlando.

—¿Ya funciona? —me preguntó Unai.

—Como un tiro. Solo tendrás que poner en hora el reloj, y no sé si alguna cosa más. Pero arranca sin problemas. Voy a lavarme las manos.

Cuando volví, Unai me sirvió una copa de la botella de cava que tenía metida en el cubo con hielo, a estas alturas ya medio derretido. Pero aún estaba aceptablemente frío. Tomé asiento al lado de Nekane.

—Estábamos hablando de lo de vuestro crucero —informó Unai.

—¿Y?

—Pues que no acabo de decidirme —Marta tenía un gesto dubitativo—. Mira que si me mareo y tenemos que desembarcar en la primera escala y volver por nuestros medios…

—Ya hemos hablado de ello largo y tendido —reproché a mi mujer—. Tú escuchaste a la chica de la agencia lo de los estabilizadores y demás…

—Pero aun así… No sé —dudó Marta.

De repente, se me ocurrió una idea.

—Podemos hacer algo, veréis: seguro que en algún puerto de los alrededores alquilan barcos sin tripulación. Contrato uno para mañana, y damos un paseo. Seguro que con lo plana que está la mar no se moverá apenas, y eso acabará con todos tus recelos.

—¡Me encanta! Síiii, hazlo —me animó Nekane.

—Es que no sé yo si… —dudó Unai.

—Si no os encontráis a gusto, no pasa nada. Volvemos al puerto, devolvemos el barco, y ya. ¿Hace? —miré a los tres: Marta y Unai aún mostraban dudas; Nekane parecía estar encantada con la idea.

Una búsqueda en Internet me llevó a una empresa en un puerto cercano que se dedicaba al alquiler de barcos. Había una fotografía de uno a motor con capacidad para ocho personas. Llamé por teléfono, y apalabré el alquiler en 450€ por ocho horas. Por indicación de mi interlocutor, hice una transferencia de 100€ desde la aplicación móvil de mi Banco. Luego, volví con los demás.

—Hecho —dije sentándome—. Nos esperan mañana a las diez de la mañana. No he querido pedirlo sin consultaros, pero también ofrecen comida para llevar a bordo…

—Eso, para tener algo que vomitar… —dijo Unai en tono de chanza.

—Solo hay una pega —miré al vecino—. Que mañana hay que madrugar. El barco habrá que devolverlo a las seis de la tarde, que es una buena hora para volver, darnos un chapuzón en la piscina, y cenar.

—¿Qué me pongo mañana? —preguntó Nekane.

—Mmmm —la miré con fingida (o no tanto) lujuria—. Una camiseta ajustada y unos pantalones cortos, sin nada debajo.

—Ya te veo yo a ti —dijo ella riendo.

—¿Qué hacemos esta tarde? —preguntó Unai.

—Pues más playa —decidió Marta—. Quiero llevar al crucero un bronceado integral… Eso si al final vamos… —concluyó dubitativa

★ ★ ★

Marta y yo estábamos tendidos en dos toallas en la playa, tomando el sol. Nekane y Unai habían ido a dar un paseo, y nos habían dejado solos unos minutos.

Algo se interpuso entre el sol y yo. Bueno, eso había sucedido muchas veces, porque las personas que paseaban por la orilla del mar causaban un segundo de sombra que percibía con los párpados cerrados. Pero esta vez se mantenía.

Abrí los ojos. Una figura de mujer estaba detenida ante nosotros, pero no podía reconocerla, porque el sol estaba detrás de su cabeza y me deslumbraba.

—¿Sergio? —preguntó la mujer, como para asegurarse.

Puse la mano como visera. Ana, la hija mayor de los vecinos del 3º 2ª. Y a su lado, su amiga Lumi.

—Ana, ¡qué sorpresa!

«¡Madre del amor hermoso!» —exclamé para mí.

Desde la posición en la que me encontraba, tumbado con la cabeza ligeramente elevada, tenía ante mi vista la totalidad de los sexos de las dos muchachas. Anita, con su pubis tapizado de un vello rubio cortito; Lumi, sin sombra de pelito alguno.

—Vaya casualidad encontraros aquí —dijo la chica—. No sabíamos que practicarais el nudismo…

Se acuclilló ante mí, con los muslos separados. Y su rajita se entreabrió ligeramente con la postura. Traté de mirar exclusivamente a su cara.

«Esta niña no conoce el pudor» —me dije. Porque una cosa es que una mujer enseñe el chichi, cosa inevitable en muchas ocasiones cuando se está en bolas en público, y otra muy diferente adoptar posturas como esa.

—Pues la casualidad es mayor aún… ¿Recuerdas a Nekane y Unai, los vecinos del 4º 1ª? Pues están con nosotros. Imagino que no habéis venido solas… —afirmé, más que preguntar.

—Pues sí. Íbamos a venir con nuestros chicos, pero les quedaron asignaturas para septiembre, de modo que sus padres les cerraron el grifo. Vivimos en el apartamento de mis ancestros, en el pueblo, pero venimos casi todos los días a esta playa —informó Ana—. Es raro que no nos hayamos visto hasta ahora…

—Bueno, hay mucha gente… —insinuó Marta.

—…y cuando ves desnuda a una persona a la que normalmente estás acostumbrado a ver con ropa, te cuesta un poco de trabajo reconocerla —añadí yo. No quería admitir que la habíamos visto dos veces, pero no habíamos hecho intención de hablar con ella

—¡Hombre, Ana! —exclamó Unai.

No había advertido que Nekane y él se acercaban.

—No imaginaba que íbamos a encontrar tanta gente conocida —afirmó la chica, poniéndose en pie—. Ella y Lumi intercambiaron besitos con los recién llegados, y me fijé en que ninguna de ellas tuvo ningún empacho en arrimarles los pechos.

«A mí no me han besado» —me quejé interiormente, con un punto de frustración.

★ ★ ★

Extendieron sus toallas, y nos sentamos los seis formando un corro.

—Cenaréis con nosotros… —ofreció Unai.

—Hemos traído bocadillos —explicó Ana.

—Nosotros lo hacemos en el restaurante del complejo —indiqué.

—Bueno, os esperaremos aquí mientras lo hacéis —afirmó.

—De eso nada, os venís con nosotros, estáis invitadas —insistió Unai.

Me puse en pie.

—Hay que avisar en el restaurante que seremos seis —manifesté—. Nos reservan una mesa, pero solo para cuatro. Y de paso, traeré bebidas. ¿Qué tomáis?

—Las bebidas las ponemos nosotras, es lo menos —ofreció Lumi, abriendo una nevera portátil que había colocado al resguardo de nuestra sombrilla.

—Ahora vuelvo —anuncié.

—Espera, te acompaño —Ana me tendió una mano para que la ayudara a levantarse.

Marta me miró con cara de coña, pero no dijo nada.

★ ★ ★

—No, es que quería hablar contigo, a los otros dos los conozco muy poco —Ana caminaba a mi lado en dirección al complejo—. Ni que decir tiene que mis padres no saben que frecuentamos una playa nudista…

—¿Y nunca han dicho de acompañaros cuando salís?

—Ellos no vienen hasta pasado mañana —informó—. Hasta entonces, tenemos la casa para nosotras dos solas, y somos libres de ir a donde nos plazca.

—Bueno, no tengo el más mínimo interés en explicar a tus padres que somos aficionados a estar en pelota en público, no por nada, sino porque mucha gente pensaría lo que no es, de modo que… —me encogí de hombros—. Luego se lo diré a los demás, pero tu secreto está bien guardado con nosotros.

—¿Lo que no es? Yo creo que sí lo es. Mira, soy muy joven, pero no me chupo el dedo: una pareja de naturistas militantes puede venir aquí a despelotarse porque quiere estar “en comunión con la naturaleza”, bla, bla. Pero no creo que lo seáis, y no entiendo que dos parejas lo hagan si no es para follar en compañía, ya me entiendes. Además, siempre se os ve juntos en la piscina de casa y en todas partes, y se nota a la legua que hay rollito entre vosotros —Ana sonreía maliciosamente.

—Pues en eso te equivocas. Aunque estuviéramos juntos los cuatro en la piscina y eso, no había “rollito”, como tú dices.

—Has dicho “no había…”, lo que quiere decir que ahora sí lo hay —guiñó un ojo.

—Mmmm, es una forma de hablar.

—No tienes por qué ocultarlo —reprochó—. Si hubieran venido los chicos, pues nos lo habríamos montado los cuatro juntos todas las noches.

—¿Quieres decir que…? —tragué saliva; se me había quedado seca la garganta.

—Pues claro, —se echó a reír—. Es más interesante cuando follamos con las parejas cambiadas. Como vosotros, que no me convencerás de lo contrario.

Habíamos llegado al restaurante al aire libre, por lo que hubimos de interrumpir la conversación.

El encargado no estaba; nos dijeron que volvería en unos minutos, por lo que esperamos apartados bajo la sombra de un pino corpulento.

—¿Y no habéis ligado en estos días? —pregunté.

—Pues no. Aquí en la playa, los que van solos son mirones patológicos. En el pueblo conocimos a un par que no estaban nada mal. Nos entraron, y estuvimos charlando. Pero la cosa tomó otro cariz cuando vi a uno de ellos echando algo en la copa de mi amiga. Y ahí acabó el rollo. Porque una cosa es que nos guste follar, y otra distinta que quieran drogarnos y hacernos… Dios sabe qué. Igual, hasta hubieran llamado a otros amigos.

De nuevo tragué saliva.

—¡Qué mal rollo! —exclamé, por decir algo.

Y en eso llegó el encargado. Tras hablar con él, que nos aseguró que no había problema, emprendimos el regreso.

—¿Lleváis mucho tiempo en este sitio? —preguntó Ana.

—Desde el día 1. Unai y Nekane tienen un apartamento aquí, y nos invitaron. Pero Marta y yo nos vamos el día 17. Hemos contratado un crucero por el Mediterráneo.

—¡Guau, un crucero! —exclamó—. Ya me gustaría… ¿Cómo es el apartamento?

—Está muy bien. Dos dormitorios, cocina equipada con todo, salón-comedor inmenso, y en el aseo, una bañera con hidromasaje, de cuatro plazas.

—¡Fiuuuu! —exclamó—. Debéis pasarlo en grande las dos parejas en la bañera esa…

La miré con el ceño fruncido.

—Y dale. ¿Por qué supones que nos bañamos los cuatro juntos?

—¡Anda ya! Estamos en el siglo XXI, y vosotros no sois tan mayores como nuestros padres. No es nada malo, aunque entiendo que no queráis decirlo a según quién. Pero a mí no tienes que ocultármelo, ya he reconocido que me follo a los otros tres.

—¿También a Lumi? —pregunté aturdido.

—Pues claro. ¿Marta y Nekane no…? —unió los dos dedos índice en un gesto inconfundible—. Pues si no lo hacen, no saben lo que se pierden…

Nada más pisar la playa vi a los otros cuatro, que caminaban de vuelta a la urbanización. Ana y yo nos quedamos parados, esperándoles.

—¿Algún problema? —preguntó Unai.

—No, está todo arreglado —indiqué.

—Hemos pensado en darnos un baño en la piscina antes de que la cierren, para quitarnos la arena y eso… —explicó Marta.

★ ★ ★

De forma natural, Marta y Nekane se emparejaron conmigo, mientras Unai caminaba con las dos chicas unos pasos detrás de nosotros.

—No podéis imaginar… Ana me ha dicho con absoluta tranquilidad que ella, Lumi y sus dos novietes o lo que sean, también follan en todas las combinaciones —expliqué.

—¡Jooooder! —exclamó Marta—. Desde luego, la niña tiene un desparpajo… Ya me fijé en cómo te estaba enseñando la cuquita.

—Pues no sería ninguna mala idea montárnoslo con ellas… —Nekane sonreía juguetonamente.

—¿No lo dirás en serio? —preguntó Marta, ruborizada—. No creo que se presten…

«”No creo que se presten”. Eso es tanto como reconocer que lo haría si se prestaran» —dije para mí

—Pues por lo que me ha dicho, yo no estoy tan seguro —afirmé—. Aunque no creo que haya ocasión: los padres de Anita vienen pasado mañana.

Unai se acercó a nosotros. Anita se apartó con su amiga, cuchicheando.

—¿Qué tramáis los tres? —preguntó el vecino.

—Tramar, lo que se dice tramar… —le expliqué mi conversación con la vecinita—. Eso sí, me ha rogado que a sus padres, ni mu.

—Pues menos mal que nos ha advertido —dijo Nekane en tono de chanza—, porque pensaba decirles en cuanto los viera: “estábamos con los vecinos del 2º en una urbanización nudista, follando a todo follar, y hemos encontrado allí a vuestra hija, paseando en pelota”… —rio con ganas.

Habíamos llegado a la piscina. Tendimos las toallas, y después de ducharnos, fuimos al agua.

★ ★ ★

Después de cenar, Unai propuso que fuéramos al apartamento, a tomar algo. Las chicas aceptaron encantadas.

Las niñas quedaron paradas nada más entrar, como dudando. Al final, Anita se decidió a hablar:

—¿Dónde podemos vestirnos? —me preguntó.

—¿Vestiros? Aquí no se estila la ropa…

—Es que yo creí… que bueno, que en casa os pondríais algo…

—Imagino que estar desnudas no será un problema para vosotras.

—No, para nada —aceptó Lumi.

Me ofrecí a hacer el café para todos los que lo querían, mientras Unai y Nekane enseñaban la casa a las chicas. Llevé las tazas, el hielo y lo demás al salón en una bandeja. Unai había abierto una botella de cava, y sirvió las copas.

—Tu marido me ha dicho que vais de crucero… —Anita se dirigía a mi mujer.

—Sí, aunque no estoy muy convencida… Ha alquilado un barco mañana, para tratar de demostrarme que no me marearé… Es que el año pasado hicimos una excursión en el mar, y me puse malísima.

Vi como las dos chicas intercambiaban una mirada de inteligencia.

—Perdonad el atrevimiento, pero nos gustaría acompañaros, nunca hemos navegado… Bueno, si no tenéis inconveniente… —dijo Anita.

—Por supuesto, cielo. Aquí, el lobo de mar, dice que el barco tiene capacidad para ocho personas, de manera que… —aceptó Unai.

No lo había consultado con nadie, y eso me molestó un poco. Pero bueno, a nadie le amarga un dulce…

—Ya me ha dicho Sergio que vuestros chicos no han podido acompañaros —Marta se dirigía a Lumi.

—Una lata. El año pasado fue mejor; este… pues llevamos sin sexo todo el tiempo que hemos pasado aquí.

Abrí la boca dos palmos. La niña lo decía sin ruborizarse, como si hubiera dicho “pues no hemos bebido cerveza desde que estamos en este sitio”.

—¿Sin sexo? —intervino Anita—. ¿Qué es entonces lo que hacemos tú y yo por las noches?

—Bueno, sí —convino Lumi—. Quería decir que no hemos conocido varón en estos días? —Se echó a reír.

Miré a Marta que, si no la conociera, habría dicho que estaba escandalizada.

—Habláis de sexo como si fuera lo más natural del mundo —dijo mi mujer.

—Porque lo es, y vosotros cuatro sois la mejor prueba de que es así —intervino Anita—. Tengo 22 años, me gusta follar, y quiero disfrutar todo lo que pueda antes de sentar la cabeza, y atarme a un tío que ronque por las noches —rió.

Hizo una pausa.

—La lástima es no haberos encontrado antes… —concluyó.

«Veamos —dije para mí—. Estaba hablando de que le gusta follar, y a continuación, suelta que habría querido encontrarnos antes… ¿No ha relacionado las dos cosas, o lo ha hecho a propósito»?

—Y después de eso ¿qué harás? ¿Te conformarás con uno solo?—Nekane la miraba con su sempiterna sonrisa maliciosa.

—¡Huuuuy! Eso queda muy lejos. Mientras llega, me dedico a vivir a tope…

—Disculpadme, —dije, comenzando a recoger la vajilla—. Voy a dejar todo esto en la cocina.

Ya había metido la loza en el lavavajillas. Estaba limpiando la cafetera exprés, cuando entraron Anita y Lumi.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Anita.

—No, ya está —respondí mientras enjuagaba al grifo el depósito de la cafetera.

—Era una excusa —Anita mostraba una sonrisa juguetona—. En realidad, queremos hacerte una pregunta…

—Pues vosotras diréis —me volví hacia ellas, secándome las manos.

—Es que cuando os encontré en la playa —señaló mi pene sin cortarse—, pensé que estabas cachondo, pero ya nos hemos dado cuenta de que lo tienes siempre así… Lumi y yo nos preguntábamos cuánto más crece cuando te empalmas… —me dedicó una sonrisa angelical.

Me quedé estupefacto, aunque me recuperé rápido.

«Estas no saben con quién se la están jugando» —dije para mí.

—Bueno, podéis probar…

Decididamente, la niña no tenía la menor inhibición. Cerró los dedos sobre mi miembro, y los hizo deslizar por toda su longitud. Hizo un gesto de invitación con la cabeza a su amiga, que eligió sopesar mis testículos.

Las miré alternativamente: mostraban una media sonrisa, y no parecían avergonzadas en absoluto. Yo sí lo estaba. Y mi pene comenzó a crecer con el manoseo.

—¡Guau! —exclamó Ana—. Es… espectacular, ¿no, Lumi?

—¡Oh, vaya! —exclamó Marta entrando en la cocina. Se había ruborizado al ver las “actividades” de las dos chicas—. Seguid, seguid, os dejo solos…

—No, ya salíamos —dije, todo “cortado”, mientras mi mujer volvía al salón.

—¿Se habrá molestado Marta? —preguntó Lumi con voz contrita.

—No creo. Pero vamos con los demás.

Tomamos asiento. Los seis estábamos un poco apretados en los dos sofás, lo que no era malo de suyo.

No era solo Anita, que también, aunque sentado a su lado no veía gran cosa: Lumi estaba despatarrada entre Unai y Marta, que me miraba con cara de coña. Decididamente, la palabra “pudor” no parecía tener ningún significado para las dos amigas.

—Oíd, al entrar he visto una caja que dice “Jenga”. Disculpad la curiosidad, pero ¿qué es una Jenga? —preguntó Anita.

—Este… —me revolví incómodo en el asiento—. Es un juego; se trata de hacer una torre con listones, y cada jugador extrae uno cuidando de no derribarlos todos.

—Parece divertido. ¿Puedo? —Anita se había puesto en pie.

Unai la miraba con cara de coña. Marta estaba ruborizada. Lumi parecía interesada. Nekane mostraba una de sus sonrisas características. Y como nadie parecía decidido a impedirlo, me decidí:

—Es que… Verás, cielo, se trata de un juego… uh… erótico.

—Pues mejor —dijo Ana dirigiéndose al recibidor, donde había quedado el paquete.

Volvió abriendo la caja de cartón, de la que extrajo una bolsa de plástico que contenía los listones. Los había de color azul y rosa. La bolsa debía tener algún desperfecto, porque se abrió, y las maderas se desparramaron por el suelo. Sin cortarse, Anita se puso sobre manos y rodillas para recogerla, de espaldas a nosotros, mostrando ano y coño sin ningún rubor. Me quedé helado.

—Aquí dice “ lick pussy ” —Anita estaba leyendo un listón azul—. ¿Alguno de vosotros sabe traducirlo? —Se volvió en mi dirección.

—Este… —carraspeé—. Significa “lame cuquita”.

La chica se echó a reír, y tomó uno de color rosa de entre los desparramados por el suelo.

—“ Touch dick ” —leyó, y me miró, esperando la traducción.

—Tocar el pene.

Ella rió de nuevo, y tomó otro rosa.

—“Show pussy”.

—Mostrar o enseñar… el chichi —traduje.

—Así que os dedicáis a esto por las noches… —dijo Lumi, —guiñando un ojo.

—Pues no, lo compramos como una broma, pero ya habéis visto que ni lo habíamos abierto —advirtió Marta, roja como una cereza.

—¿Os apetece estrenarlo? —preguntó Anita, poniéndose en cuclillas—. Pero eso de la torre y demás parece muy lento. Mejor se ponen todos boca abajo, se revuelven, y se toma uno. ¿Qué os parece?

Miré a los demás: Unai se comía con los ojos a la chica con cara de hambre. Marta mostraba una semisonrisa boba. Lumi sonreía, asintiendo con la cabeza. Nekane había puesto una mano sobre mi muslo, y me miraba con cara de coña.

—Por si no lo sabes, te has empalmado, amorcito —susurró en mi oído.

Nadie se había opuesto, y como quién calla otorga, las chicas habían entendido que queríamos jugar con ellas al Jenga.

—Las tablitas esas dicen qué hacer, pero no a quién… —objetó Lumi.

—Deja que mire en la caja, igual hay instrucciones —ofrecí, tomando el envase.

Las había, pero solo en inglés, y con una letra diminuta. No me apetecía nada ponerme a traducir aquello. Pero en el fondo del envase encontré otra cosa: dos tacos de esos de los que se pueden arrancar las hojas, de tamaño post-it, uno rosa y otro azul.

—Bueno, —me rasqué la cabeza—. Colijo que estas hojitas son para escribir nombres de chicas, las rosas, y de chicos, las azules. Imagino que se toma un listón, se lee la prueba, y se elige uno de los papelitos, rosa o azul, según proceda, y así se sabe quién va a ser objeto del lick o touch .

—Dadme un bolígrafo —pidió Anita.

Durante unos segundos se dedicó a escribir los nombres en cuatro hojitas rosas y dos azules, que dobló cuidadosamente. Luego se acuclilló de nuevo, volviendo las tablitas con la inscripción hacia abajo. Decidí ayudarla, y me arrodillé a su lado. Mientras giraba los listones, pude ver que lo de “ lick pussy ” y “ suck dick ” se repetía en varias de ellas. Había una con un texto largo, pero Anita la volvió antes de que tuviera tiempo de leerla. Finalmente, las revolvimos todas. Se sentó de nuevo, pegada a mí.

—¿Quién empieza? —preguntó Unai.

—Propongo que por orden, en el sentido de las agujas del reloj —insinuó Nekane, con su sempiterna sonrisa de malicia—. Te toca, Marta.

Mi mujer se puso rígida, con expresión de “tierra trágame”.

—¡Vamos! que nos van a dar las tantas —la animó Nekane.

Finalmente se decidió: se inclinó hacia los listones y tomó uno de color azul.

—No es que me importe, pero has elegido uno que contiene algo que debes hacer a una chica —advertí.

—¡Oh! —exclamó confundida.

Eligió otro de color rosa. Lo leyó, y aunque parecía imposible, se ruborizó aún más.

—Dice “ show pussy ”, es uno de los que leyó antes Anita.

—Venga, que se vea —la animó la aludida.

—¡Joder, es que me da mucho corte! —arguyó.

Finalmente, y con mil titubeos, mi mujer separó los muslos, con el rostro como la grana. A estas alturas, ya debía estar acostumbrada a mostrarlo todo, pero probablemente le cortaba la presencia de las dos chicas… y lo que significaba que, no solo se hubieran prestado al juego, sino que lo hubieran promovido.

Con una sonrisa, Unai deslizó una mano por su muslo, y separó con dos dedos los labios mayores de Marta, que juntó las piernas, y le propinó un palmetazo.

—Va, Marta, no seas tímida —la retó Unai.

Renuentemente, ella volvió a separar las rodillas, y el vecino descubrió de nuevo el rosado interior de su vulva.

—Dime otra vez eso de que no hay rollito entre los cuatro, —susurró Anita en mi oído, con expresión de malicia. Luego miró a nuestro vecino:

—Unai, te toca.

El aludido no se hizo rogar; tomó un listón azul, y leyó su contenido.

—A ver, que alguien lo traduzca: dice “ lick boobs ” —pidió.

—Lamer tetas —se apresuró a decir Nekane.

—Y la agraciada es… —Unai cogió un papelito rosa y lo desdobló—. ¡Lumi! —exclamó.

La aludida, sin cortarse, adelantó sus dos misiles hacia él, y sacudió los hombros, haciendo oscilar su abundancia mamaria, mientras sonreía incitantemente.

Unai tomó los dos senos con las manos, y los sopesó. Después se inclinó, y cerró la boca sobre uno de ellos. Imaginé que la muchacha se cortaría, pero no. Con la cabeza inclinada, miraba el pecho que atendía Unai, con una semisonrisa excitada…

—¡Ya está bien —advirtió Nekane al cabo de unos segundos.

—Sois unos aguafiestas —protestó su marido, retirándose.

—Tu turno, Lumi —indiqué.

La chica eligió una tablita rosa, y la volvió. Tomó un papelito del mismo color, lo leyó, sonrió, y puso una mano sobre el muslo de Unai.

—Debe ser el destino que nos toque siempre a los dos juntos. Según esto, tengo que suck tu dick. ¿Qué significa?

—¡Oh! —Nekane echó la cabeza atrás, riendo—. En román paladino, que hagas una mamada a mi marido.

La miré extrañado. Nekane habitualmente no utilizaba ese tipo de lenguaje.

No hubo que animarla: Lumi se arrodilló ante el elegido, cogió lo que a esas alturas era ya una erección, la introdujo en su boca, y comenzó a hacer subir y bajar la cabeza sobre ella.

—¡Eh, ya está bien, que la vas a desgastar! —exclamó Nekane al cabo de como medio minuto.

Lumi volvió a su asiento, sonriendo como una gata después de lamer su plato de leche. Se sentó despatarrada con los pies sobre el sofá, y comenzó a deslizar el dedo índice en círculos sobre su clítoris.

(Continuará)